Mons. Víctor Hugo Castillo Matarrita, misionero comboniano costarricense, hasta ahora superior de la Delegación Comboniana en Centroáfrica, fue nombrado Obispo de Kaga-Bandoro (República Centroafricana) por el Papa Francisco el pasado 5 de septiembre. El pasado domingo 17 de noviembre, en el atrio de la catedral Santa Teresa del Niño Jesús de Kaga-Bandoro, tuvo lugar su ordenación episcopal y su instalación como nuevo obispo de dicha diócesis. La solemne celebración estuvo presidida por Su Eminencia el Cardenal Dieudonné Nzapalainga, Arzobispo Metropolitano de Bangui.
La Carta Apostólica, fechada el 5 de septiembre de 2024, por la que Mons. Víctor Hugo Castillo Matarrita es nombrado Obispo de Kaga-Bandoro, fue leída durante la celebración eucarística en presencia del Cardenal Dieudonné Nzapalainga, C.S.Sp, los obispos presentes -entre ellos los combonianos Mons. Juan José Aguirre Muñoz, obispo de Bangassou, y Mons. Jesús Ruiz Molina, obispo de M’Baïki-, el colegio de consultores, numerosos hermanos combonianos, el clero diocesano y religioso y el Pueblo de Dios.
Mons. Castillo Matarrita, después de haber recibido la imposición de manos del consagrante, Card. Nzapalainga, y de los dos obispos co-consagrantes, Mons. Nestor-Désiré Nongo-Aziagbia, S.M.A, obispo de Bossangoa, y Mons. Miroslaw Gucwa, obispo de Bouar, se dirigió a los fieles con estas palabras: «Hermanos y hermanas, cristianos de Kaga-Bandoro, hombres y mujeres de buena voluntad que viven en las prefecturas de Nana Grebizi, Bamingui Bangoran y La Kemo, sé que han sufrido mucho por los acontecimientos que han sacudido nuestro país. Pero quisiera invitarlos a mirar lejos, hacia el futuro. Mirémoslo juntos con ojos de esperanza. Cristo está ante nosotros. Confíen en Dios, no tengan miedo. Nuestro desaliento nunca podrá vencer la cercanía del Dios de la Vida. Trabajemos juntos para reconstruir la fraternidad, la comunión en la Iglesia. Mi deseo es que en esta tierra bendita podamos experimentar la imparcialidad de Dios. También quisiera invitarlos a no perder la alegría de la acogida, del encuentro. La alegría es esa hermosa característica que Dios les ha dado. Y se desarrolla aún más cuando se acogen unos a otros como hermanos y hermanas».
Representando al Consejo General de los Combonianos estuvo el Padre Elias Sindjalim Essognimam, Asistente General, que describió el evento como «un día lleno de emoción» y belleza. «Fue hermoso ver la alegría del pueblo de Dios, subrayó, que se consideraba huérfano y que ahora ha encontrado un pastor; ver las danzas africanas, la generosidad de la gente que, en su pobreza, ha dado tantas cosas al nuevo obispo, para su vida y para su misión. También fue hermoso ver a los dos obispos combonianos imponiendo las manos a su hermano. Fue una hermosa celebración, una hermosa fiesta». Sin embargo, dijo el padre Elías, «ante los retos que afronta la diócesis, y que serán los mismos retos que afrontará el obispo Victor Hugo, me han surgido muchas preguntas, que no tienen respuesta, pero -concluyó- lo importante es ser conscientes, como nos dice nuestra fe, de que Dios está con nosotros, en esta misma barca, y nunca nos abandonará».
Mons. Víctor Hugo Castillo Matarrita nació el 19 de marzo de 1963 en Mansión, Diócesis de Tilarán, Costa Rica. Ingresó en la Congregación de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús e hizo su profesión perpetua el 27 de septiembre de 1991 en París, donde estudió teología. Fue ordenado sacerdote el 8 de agosto de 1992 en Costa Rica. Ha desempeñado los siguientes cargos: misionero en Centroáfrica y párroco en Grimari (1993-1998); formador y superior local en el postulantado comboniano de Bangui (1998-2001); superior provincial y presidente de la Conferencia de Superiores Mayores de África Central (2002-2007); formador de postulantes en San José y consejero de la Delegación de América Central (2009-2012); superior provincial para América Central (2013-2019) y superior local de la comunidad de hermanos estudiantes en Roma (2020-2022). Desde el 1 de enero de 2023 es superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica.
El 18 de octubre se cumplen 50 años de la llegada de los Misioneros Combonianos a Mongoumba, Centroáfrica. El P. Fernando Cortés Barbosa, misionero comboniano mexicano y con varios años de trabajo misionero en Mongoumba, nos ofrece este pequeña crónica histórica de nuestra presencia en esta misión centroafricana.
Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj
Una misión de echar las redes mar adentro
Los inicios de la evangelización en 1911
La misión de Mongoumba recibía sus primeras visitas pastorales hacia 1911 de parte del padre Marc Pédron, misionero espiritano, de nacionalidad francesa, como parte del recorrido que realizaba por la región de la Lobaye. El testimonio más antiguo que se tiene de la iglesia en Mongoumba es una carta del padre espiritano George Ratzmann, que data del 1 de marzo de 1950, en la que lamenta haber encontrado el templo en ruinas a causa de las fuertes lluvias. Mas no se arredró porque se apresuró a levantar uno nuevo el año siguiente.
Fundación de la parroquia de Mongoumba en 1968
Había Misioneros Dominicos, de nacionalidad española, desempeñando su labor en el antiguo Zaire (actual República Democrática del Congo), pero a causa de los conflictos políticos que se vivían en ese país, en la década de los 60, fueron recibidos en 1966 por el arzobispo de Bangui, Mons. Cucherousset, quien les ofreció la misión de Mongoumba. Ellos aceptaron y en febrero de 1968 ya se encontraban en la misión, que tres meses después se convertiría en parroquia. En este mismo año llegaron tres religiosas Dominicas de Namur, quienes se dedicaron a atender la maternidad, el servicio social y el apostolado, hasta que concluyeron su misión en 1983.
Misioneros Combonianos en Mongoumba hacia 1974
Seis años después de haber tomado posesión de la parroquia de Mongoumba, los Padres Dominicos la entregarían a los Misioneros Combonianos. De modo que, el 18 de octubre de 1974, llegaban a instalarse a la misión los padres italianos Euro Casale y Paolo Berteotti, que fueron recibidos por una comunidad católica de 2 mil miembros y con apenas veinte aspirantes a bautizarse. No fueron fáciles los primeros años de labor pastoral. Sucede que algunos misioneros no duraban suficiente tiempo en la misión a causa de enfermedades, por agotamiento físico y hasta psíquico o porque no se adaptaban al ambiente. Y no faltaron quienes tuvieron que repensar seriamente su vocación misionera frente a los desafíos u otras propuestas que se les iban presentando. Eran momentos críticos para meditar las palabras que san Daniel Comboni dirigía a quienes aspiraban ir a las misiones: “El misionero que no tuviera un real sentimiento de Dios y un vivo interés por su gloria y por el bien de las almas, le faltaría aptitud para su ministerio y con el tiempo caería en una suerte de vacío y de soledad insoportables”.[1]
Además, la misión contaba con sus propias dificultades, entre ellas, la gente no vivía con entusiasmo su fe cristiana, tanto así que en algunas comunidades la catequesis no funcionaba. El director de la escuela había prohibido la enseñanza religiosa y Mongoumba ya no era más que un lugar de esparcimiento que atraía visitantes de otros lados. Una realidad así recordaba aquella advertencia, tan actual, que en 1937 hiciera por carta el Provincial de Toulouse a los Misioneros Capuchinos destinados a Centroáfrica: “Los religiosos deben ser resistentes y de fe probada, porque continuamente tendrán que vivir solos… El país es difícil y agotador, por lo tanto se requiere de una gran voluntad para permanecer como un buen religioso y para resistir a diversas tentaciones”[2].
La falta de una asistencia estable de Padres Combonianos en la misión llevó a considerar hacia 1980 la idea de atender Mongoumba desde una localidad vecina, Mbata, que en noviembre de 1982 se convertiría en parroquia comboniana. La crisis no era fácil de sortear, tanto así que en 1988 los padres combonianos Venanzio Milani, asistente general en Roma, y Michele Russo, provincial de Chad y Centroáfrica, decidieron cerrar la casa de los padres en Mongoumba, con la indicación que desde Bangui y Mbata algunos sacerdotes se trasladaran a la misión al menos los fines de semana y las fiestas importantes. Y finalmente, a partir de 1995, Mbata se tomaría por sede para atender tres parroquias combonianas, entre ellas Mongoumba. Si ampliamos un poco la visión, nos daremos cuenta que la Delegación Comboniana de Centroáfrica a duras penas se daba abasto con su escaso personal para sostener las misiones que tenía a su cargo en el país y los padres tenían que hacer malabares para dar una mayor atención pastoral posible.
La labor misionera de Marisa Caira 1978-1999
No obstante la escasez de sacerdotes para atender adecuadamente la misión, la Divina Providencia no se olvidaría de Mongoumba al enviar un soporte valioso en la persona de Marisa Caira, una laica italiana, consagrada, de 52 años de edad, quien llegaría a Centroáfrica en 1978, procedente de una misión en Burundi, para poco después instalarse en Mongoumba donde permanecería hasta 1999, prestando sus servicios a la misión por más de 20 años, siendo al día de hoy la persona que por más tiempo y de modo ininterrumpido ha permanecido en Mongoumba desarrollando su labor misionera. Marisa Caira tuvo que echarse en hombros la misión, llegando a ser el referente de la labor pastoral, pues tuvo que guiar la catequesis, fundar algunas capillas, encargarse del área de la salud, dirigir la educación de la escuela católica y dar atención a los pigmeos. A ella se debe la fundación de la “Da ti ndoye” (Casa de acogida) el 1 de agosto de 1988, para personas con alguna discapacidad que requiriesen de rehabilitación o de alguna operación, que aun hoy sigue en funcionamiento. En octubre de 1991, para la conformación de una comunidad, Marisa recibía a Lucía Belloti y más tarde a Giuseppina Braga, ambas laicas consagradas de nacionalidad italiana, quienes poco antes de la partida de Marisa fueron destinadas a otra misión centroafricana.
Los Laicos Misioneros Combonianos en 1998
Hacia el final del servicio de Marisa Caira, y a petición de la Delegación Comboniana de Centroáfrica, los Laicos Misioneros Combonianos (LMC) de España envían a las laicas Teresa Monzón y Monserrat Benajes, que llegan a Mongoumba el 1 de junio de 1998. Marisa las recibió y las introdujo a la vida de la misión hasta su retorno definitivo a Italia ocho meses después. Con una presencia a distancia de los Padres Combonianos, también las laicas tuvieron que conducir la misión por algunos años. Cabe señalar que, desde entonces y hasta la fecha, han pasado 17 laicos por Mongoumba, siendo mujeres la mayoría. Algunas renovaron sus servicios a la misión. Las nacionalidades más representativas han sido de España, Portugal y Polonia. Ellas, además de asumir las obras creadas por Marisa, se hicieron cargo del servicio de Caritas, de la gestión de medicamentos, del seguimiento a la educación católica y de una atención más cercana al pueblo Aka. Los LMC junto con los Misioneros Combonianos constituyen actualmente la comunidad apostólica para la organización de la vida de la misión.
Reapertura de la comunidad de los Combonianos en 2009
La parroquia de Mbata pasaría al clero diocesano el 24 de octubre de 2009. Es entonces cuando se tiene pensado reabrir la comunidad comboniana en Mongoumba con tres objetivos específicos: servicio pastoral permanente en la parroquia, acercamiento al pueblo Aka y vivencia de la comunidad apostólica entre padres y LMC. Con esta novedad, en diciembre de 2009 llegaría el padre italiano Giuseppe Brisacani, pero antes, en octubre, había llegado para dirigir la parroquia el padre español Jesús Ruíz Molina, quien llegará a ser consagrado obispo en 2017, para pasar en 2021 a dirigir la diócesis de Mbaïki, a la que actualmente pertenece la misión. Con él serían dos los padres que, habiendo pasado por Mongoumba, terminarían siendo obispos. El otro es Michele Russo, italiano, que de 1976 a 1979 estuvo en Mongoumba, fue obispo de Doba, en Chad y falleció en 2019.
A partir de finales de 2009 la misión gozará de una mayor permanencia de padres combonianos, quienes comenzarán a hacer períodos de entre tres, seis y nueve años en la misión. Entre ellos, además de los ya mencionados, en orden de llegada se encuentran Maurice Kokou, de Togo; Samuel Yacob, de Etiopía; Fernando Cortés, de México; y más recientemente Giovanni Zaffanelli, de Italia; y Billo Junior, de Centroáfrica. Además, fueron recibidos un par de sacerdotes diocesanos para que comenzaran su servicio sacerdotal en la misión. La parroquia, dividida en sectores pastorales, gozará de un mayor seguimiento por parte de los misioneros. Con la apertura de las comunidades eclesiales de base se buscará que los católicos den testimonio de la Palabra de Dios en lo concreto de la vida cotidiana. Además, la comunidad apostólica se repartirá las comisiones, grupos y movimientos existentes para mejorar su atención a la gente. Se elaboró un plan pastoral para seguir ciertos objetivos por año y una carta de la comunidad religiosa que guiara un horario cotidiano, la vida fraterna y el fomento espiritual entre sus miembros. Tan bien había comenzado la reapertura de la comunidad de los Combonianos que, por esas vueltas que da la vida, también tuvieron que hacerse cargo de la pastoral en Mbata hasta 2011, no sin poco sacrificio, mientras se regularizaba la presencia de sacerdotes diocesanos en esa parroquia.
Una pastoral misionera puesta a prueba
Cuando el 6 de diciembre de 2009 el padre Jesús Ruiz tomaba posesión de la parroquia, apenas dos días después el territorio de Mongoumba se cimbraba con una avalancha de refugiados provenientes de la República Democrática del Congo huyendo de la violencia que se desataba en aquel país. En pocas semanas los refugiados eran alrededor de 25 mil. Este suceso supuso una dura prueba a la pastoral parroquial. Muchos refugiados, con el paso del tiempo, se dispersaron por el territorio o buscaron regresar poco a poco a su país. Fue en la comunidad de Batalimó donde unos 7 mil 500 fueron reagrupados. A los católicos, que venían, se dio atención pastoral durante cuatro años.
Ni bien se calmaba el asunto de los refugiados congoleños, en marzo de 2013 a Centroáfrica le tocaría vivir un golpe de Estado que dejaría profundas heridas entre sus habitantes. Por un lado los “Seleka”, de raigambre musulmana, eran los que habían dado el golpe; y de otro lado los “Antibalaka”, que los medios presentaban como milicias cristianas, eran los que se habían alzado contra los golpistas. Ambas partes provocarían muerte, destrucción y un sinnúmero de refugiados. Mongoumba no fue ajena a este conflicto, que también supuso una dura prueba para la misión. Los musulmanes que vivían en Mongoumba temían las represalias por parte de antibalaka, quienes llegaron a destruir su mezquita, razón por la cual tuvieron que salir huyendo. A causa de esta situación católicos, evangélicos y musulmanes, convocados por la parroquia, crearon el Comité de Acuerdo Interreligioso para la defensa de la justicia y la procuración de la paz. El 8 de diciembre de 2013 hacían una marcha por la unidad y para manifestarse por el cese de la violencia.
En la actualidad
En los últimos quince años la misión de Mongoumba ha visto cómo se ha vuelto más estable y significativa la presencia de los Combonianos, quienes, junto con los LMC, además de asegurar una mayor permanencia y cercanía con el pueblo, se han dado a la tarea de realizar algunas construcciones como capillas, salas de reuniones y una biblioteca, y en rehabilitar algunos espacios para un mejor servicio, especialmente en las áreas de la educación y de la salud. De hecho el templo parroquial, aquel que levantara el padre George Ratzmann en 1951, como dijimos al inicio, fue mejorado para su reinauguración el 1 de enero de 2017, bajo la gestión de Mons. Jesús Ruíz Molina, cuando fungía como párroco de la misión. Las casas de los padres y de los laicos también recibieron algunas mejoras para volverlas más confortables, y se pudo conseguir algunos vehículos para llegar a toda la parroquia en menos tiempo.
Una misión que se abre paso
La parroquia actualmente cuenta con unos 5 mil bautizados, de los cuales la mitad están confirmados. En sus diecisiete comunidades hay catequistas preparando a niños y jóvenes para los sacramentos de iniciación cristiana, y casi todas cuentan con grupos, movimientos o fraternidades que tienen una espiritualidad específica para el crecimiento de su fe y de su pertenencia eclesial. Se ha conseguido que algunas parejas lleguen al altar para el sacramento del matrimonio, pero ésta sigue siendo una ardua tarea. Se busca impulsar una mayor conciencia misionera para que los cristianos se sientan llamados y enviados por el Señor. No han faltado incluso el surgimiento de algunas vocacionales sacerdotales. También se procura acompañar al pueblo Aka en la vivencia de su fe cristiana y para atender a sus necesidades dada la exclusión en la que vive. El principal reto es hacer que los bautizados vivan como cristianos y que se liberen de creencias tradicionales que juegan en su contra, como el “likundú” o hechicería. Sin duda alguna hay mucho por hacer y mejorar. Pero la misión, que la hacen todos, sigue abriéndose paso según su lema: “Église londo, tambula, kpe mbeto pepe” (Iglesia levántate, avanza sin miedo).
A cincuenta años de atención pastoral en Mongoumba los misioneros han visto tanto sus límites como sus capacidades, pues no pocas veces les faltaron algunas condiciones o recursos para asegurar una permanencia más estable en la misión, y no obstante, por gracia de Dios, podían recoger con gusto los frutos del evangelio que como semilla iban sembrando con esfuerzo por el camino. Es entonces cuando se aprende aquel sentido de lo que Jesús dijera a sus discípulos, de no llevar ni oro ni plata por el camino mientras se anuncia el Reino, se curan enfermos y se expulsan demonios, pues al trabajador no le faltará su salario (Mt 10, 7-10). Lo cierto es que, de cualquier modo, con o sin personal suficiente, de cerca o de lejos y aun en medio de duras pruebas, los Misioneros Combonianos jamás dejaron de anunciar el evangelio y de brindar asistencia por básica que fuera a una misión a la que el Señor los envió no para quedarse en la comodidad de la orilla, sino para echar siempre las redes mar adentro (Lc 5,4).
P. Fernando Cortés Barbosa Misionero Comboniano Misión de Mongoumba, Centroáfrica
Fuentes de consulta:
Les Missionaires Comboniens en Republique Centrafricaine. Fundazione Nigrizi Onlus. 2015.
Ruiz Molina Jesús, MCCJ. Jubilé de la paroisse St. George de Mongoumba 1968-2018. Mundo Negro, Madrid, 2018.
[1] Reglas del Instituto de las Misiones para el África, 1871. Décimo capítulo del reglamento destinado a desarrollar el espíritu y las virtudes de los postulantes.
[2] Centrafrique, un siecle d’evangelisation. Carlo Toso, ofm, cap. Bangui, Conference Episcopale Centrafricaine, 1994, p. 137.
Esta mañana se hizo público el nombramiento por parte del papa Francisco del P. Víctor Hugo Castillo Matarrita, misionero comboniano, como nuevo obispo de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana. El P. Víctor Hugo era hasta ahora el Superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica.
El P. Víctor Hugo nació el 19 de marzo de 1963 en Mansión, en la diócesis de Tiarán, Costa Rica. Ingresó en la Congregación de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús en su país natal e hizo su primera profesión religiosa el 7 de mayo de 1988 en el entonces noviciado de Sahuayo, México. Realizó sus estudios teológicos en el escolasticado internacional que entonces los Misioneros Combonianos tenían en París y fue ordenado sacerdote el 8 de agosto de 1992 en Costa Rica.
Su primer trabajo como misionero lo desempeñó en la República Centroafricana, como párroco en Grimari, entre 1993 y 1998. De 1998 a 2001 fue formador y superior en el postulantado de los Combonianos en Bangui, la capital del país. En 2002 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Centroáfrica y presidente de la Conferencia de Superiores Mayores del país.
En 2008 regresó a Costa Rica para ser formador de postulantes en San José. En 2013 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Centroamérica, cargo que ejerció hasta el 2020, en que fue nombrado responsable de la comunidad de estudiantes de los Combonianos en Roma. El 1 de enero de 2023 fue elegido nuevamente Superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica, cargo que ejercía hasta su nombramiento como obispo de Kaga-Bandoro el 5 de septiembre de 2024.
El P. Kabasha nació en Ruanda en 1972. Ya de niño le entraron «ganas de ser sacerdote». Lo es desde hace más de 20 años, pero tal vez no como él había pensado. Las circunstancias de la vida le fueron llevando de aquí para allá, pero, a pesar de tanto vaivén, siempre se ha mantenido fiel a su vocación sacerdotal. Esto hace del P. Gaétan un testigo creíble, y por eso invito a leer su testimonio con ojos de fe.
Nací en una familia numerosa de nueve hijos, cinco chicos –de los que dos ya fallecieron– y cuatro chicas. Puede decirse que nuestro hogar era humilde, como la mayoría de la época en aquel rincón de Ruanda. Vivíamos rodeados de huertos y dependíamos muy poco del mercado ya que producíamos nuestra propia cosecha.
Llegado el momento, como todos los niños de mi edad, ingresé en la escuela primaria donde aprendí a leer y a escribir. Descubrí un universo completamente nuevo. Fue entonces cuando me entraron ganas de ser sacerdote sin que entendiera muy bien el por qué de esa llamada en un lugar muy alejado de la parroquia y donde nunca había visto a ningún sacerdote negro. Los caminos de Dios son muy complejos y, seguramente, el Señor se había fijado en mí más allá de mi pequeña capacidad de entender este enorme proyecto. Entré en el seminario menor con una voluntad férrea de aprovechar bien los estudios y cumplir con la disciplina de un internado. Nunca me sentí agobiado por los seis años de estudio, equiparables a la Secundaria y el Bachillerato en España.
Al finalizar, elegí de manera mucho más responsable seguir con mi formación en el seminario mayor, a pesar de muchas otras opciones atractivas que se me ofrecían. En aquel momento, mi idea era ser sacerdote diocesano en Ruanda. En ningún momento se me pasó por la cabeza ser misionero e irme lejos de los míos. Sin embargo, como dice la Escritura, «El hombre hace proyectos pero es el plan de Dios el que se realiza». En muy poco tiempo, toda mi vida tomó otro rumbo.
En 1994, cuando estaba en el seminario mayor y pensaba seguir el ritmo ordinario para convertirme en sacerdote de mi diócesis, Kigali, el país se sumergió en el apocalipsis del genocidio. Todo se convirtió en una pesadilla y tuve que salir del país hacia Zaire (en la actualidad, la República Democrática del Congo). Con 22 años me convertí en refugiado. Después de un largo viaje lleno de peripecias y de milagros, aterricé en la diócesis congoleña de Bondo, donde me acogieron como seminarista. A partir de ese momento, empecé a darme cuenta de que mi vocación se estaba convirtiendo en misionera. No dejé de ser diocesano porque estaba adscrito a Bondo, pero en la práctica vivía lejos de los míos, de mi cultura y de mi país. Un misionero es aquel que sale de su país para llevar el Evangelio a otros territorios, lejos de los suyos. En mi caso, fue una condición impuesta por las circunstancias.
De manera inesperada, la guerra estalló en Zaire (actual RDC) y cambié otra vez de diócesis. Me acogió la de Bangassou, (RCA). Después de dos años en el seminario de Bangui, me trasladé a España, donde pude terminar los estudios de Teología. Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar en Bangassou en 2003. Después, ejercí mi ministerio sacerdotal en una parroquia rural de Bakouma durante ocho años. En la actualidad, soy sacerdote de la archidiócesis de Madrid y mi ministerio se desarrolla en la parroquia San José, en Las Matas. Junto a esto, enseño filosofía en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
Recorrido misionero
A través de mi itinerario vital, uno observa cómo el Señor me ha ido llevando de un lado a otro sin que yo realmente tuviese mucho control sobre el curso de los acontecimientos. Mi idea de estudiar en un seminario acabó siendo una experiencia en cuatro centros y cuatro países distintos. Eso me brindó la oportunidad de aprender a convivir con gentes de diferentes procedencias, razas, lenguas y costumbres. Queriéndolo o no, este hecho configura la vida y la personalidad de una persona. El encuentro con muchas visiones del mundo, vivido en un clima pacífico, es una riqueza y un patrimonio que solo se puede adquirir con este tipo de experiencias.
Los caminos de Dios son inescrutables, y valiéndose de los dramas humanos llegué a pertenecer a cuatro diócesis diferentes. Ruanda fue solamente un inicio de un largo camino de vida que me llevaría a España después de pasar por Bondo y Bangassou. ¿Y quién sabe lo que sucederá mañana? Este recorrido, sin dejar de ser diocesano, hizo de mí un misionero muy especial. En el fondo, un misionero muy a mi pesar. Sin haber pertenecido nunca a una congregación con este carisma, todo mi sacerdocio lo he ejercido lejos de los míos.
Navegar entre alegrías y penas
En el salmo 91 se dice que «El que habita al amparo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». Sería inapropiado valorar mi vida misionera, tanto en África como en Europa, sin tener en cuenta que todo es don y que depende de su voluntad. En mi vida misionera en África, pude experimentar momentos duros por caminos extenuantes, la precariedad de la vida, las enfermedades, las caídas de la moto, el miedo a los rebeldes, la incomprensión con culturas muy alejadas de la mía… Sin embargo, con la confianza en el Señor, siempre he sentido una alegría inmensa, consciente de hacer lo que le agradaba. El encuentro con la gente sencilla que te ofrece lo poco que tiene, compartir con los cristianos que ven en ti a un enviado sagrado en sus pueblos, ver crecer la fe con los sacramentos y tantos otros momentos inolvidables, hacen que la vida misionera sea algo difícil de describir. ¿Qué decir de la mirada limpia de la gente, de los llantos de los niños, de la alegría de entregar a Cristo a los hombres, tanto en los sacramentos como en la Palabra de Dios?
Muchos son los momentos que constituyen la fuente de la felicidad del misionero: visitar a un enfermo, rezar por alguien desorientado, aliviar de cualquier manera al que está agotado por las penas de la vida, compartir los dramas familiares y sociales, cantar con los que cantan, sentirse útil… Siempre que he aplicado aquello de «venid a mí los cansados y agobiados y yo os aliviaré», he observado cómo el Señor colma el corazón del que se identifica con Él.
Sin ninguna duda, diría que es Dios quien lleva al misionero en sus manos. Evidentemente, es importante que el misionero se deje llevar con docilidad, que confíe en el poder del Espíritu Santo, que acepte que a veces los fracasos son una enseñanza para recomenzar con más confianza en Dios todavía.
Después de más de 20 años de sacerdote, puedo afirmar que todo ha sido un regalo. Las penas nunca consiguieron doblegar a las alegrías. Aunque a veces, dependiendo de los lugares, uno no vea resultados inmediatos, la paz interior que se siente, y la convicción de que el reino de Dios está en marcha, hacen que uno diga: «Ha merecido la pena». Sigo pensando que mi vida no depende enteramente de mí, sino que alguien más fuerte y más sabio que yo me lleva por sus caminos y no puedo más que prestarle mis piernas. Soy un instrumento de su obra.
Decir que sí
En África, en general, las vocaciones siguen en auge, y esto da esperanza de un futuro prometedor para el continente y la Iglesia universal. Sin embargo, por diversos motivos, no se puede decir lo mismo de Europa. Me cuesta pensar que el Señor haya dejado de llamar a los jóvenes europeos a su viña. Creo, más bien, que el ruido ambiental difumina la voz de Dios y los afanes del mundo contemporáneo impiden un discernimiento pausado. Sin embargo, todos los jóvenes que responden a la llamada sacerdotal dan un testimonio de alegría por todas partes. Los sacerdotes que han dicho sí a la vocación no se arrepienten. Los misioneros que vuelven de vacaciones dan testimonios de las maravillas de Dios a pesar de las fatigas y las dificultades de la vida. Si eres joven, no tengas miedo. Igual te toca asumir el relevo y llevar el Evangelio al mundo. No esperes a que Dios te hable en medio de una zarza ardiente, puede que su llamada use otros canales para llegar hasta ti. A veces puede, incluso, que pase por un detalle insignificante de tu vida.
Llevamos casi tres años intentando poner en marcha la pastoral con el pueblo Aka; al final esta semana hemos conseguido reunir a todas las comisiones parroquiales de la diócesis para hacer este primer congreso.
Congreso una palabra grandilocuente, pero este pueblo Aka se lo merece. Nos hemos juntado cincuenta personas; la mitad Aka, para, sobre todo, escuchar la voz de este pueblo oprimido. Hemos tenido la suerte de contar con dos animadores Aka, Simon Pierre Ekondo, y Celestin, que son dos jóvenes pigmeos con estudios universitarios.
El lema de la comisión diocesana es: “Ita Aka, longo; eglise a ye ti m amo”, que quiere decir: “hermano Aka levántate; la iglesia te escucha”; este eslogan marca la idea primera del Congreso; luego también hemos querido reforzar las capacidades de los miembros de las distintas comisiones parroquiales de pastoral Aka.
Que sean ellos mismos los que marquen el camino a seguir en este pastoral. Hasta ahora la Iglesia hemos hecho muchas cosas por ellos (escuelas de integración, salud, evangelización, justicia y paz, etc.); ahora quisiéramos saber dónde quieren ir ellos…, que tomen las riendas y que marquen el camino de cómo llegar hasta allí. No sé si hemos alcanzado el objetivo, pero ha sido un tiempo precioso de liberación de la palabra, donde han gritado su dolor, han reivindicado ser tratados con dignidad y han soñado con otra realidad distinta donde se sientan incluidos y respetados.
¿Cómo emanciparse, guardando su propia cultura?; ¿Cómo integrarse en la sociedad y en la Iglesia?; ¿Cómo marcar ritmos para que ellos sean los verdaderos artífices de su liberación? El sueño de Dios para la humanidad ha estado en el centro de nuestra reflexión: “Dios los creó a su imagen”; “el que ama conoce a Dios… el que aborrece a su hermano no conoce a Dios”. Somos la imagen de Dios.
También hemos recurrido a la Constitución Centroafricana que en sus números 11, 12, 13 y 16 llaman al respeto y la dignidad de toda persona, sea cual sea su raza, credo o condición social. Somos conscientes de que estamos muy lejos del famoso lema de nuestro padre fundador, Boganda, “zo kwe zo”, “toda persona es una persona”; pero es en esa dirección que queremos caminar como pastoral diocesana, siguiendo los cuatro famosos verbos del Papa Francisco para la pastoral de inmigrantes: Acoger; Proteger; Promover e Integrar.
Con escenificación, danzas y cantos han gritado el dolor que les habita, ilustrando ciertos casos de violación de los derechos más fundamentales.
Aquí algunas de las recomendaciones que han salido:
Somos nosotros, pueblo Aka, los que tenemos que comprometernos por conquistar nuestros derechos…, sin esperar que sean siempre los de fuera que nos les otorguen.
Los Aka tenemos que tomar el futuro de nuestras vidas entre nuestras manos…
Los Aka optamos por enviar a nuestros hijos a la escuela, para poder suscitar líderes de nuestro pueblo.
Los Aka tenemos que transmitir nuestros conocimientos y nuestro saber tradicional a las generaciones futuras, para valorizar y perennizar nuestra cultura.
Nuestra fuerza como Akas vendrá si permanecemos unidos entre nosotros, en comunidad con los otros…
Somos conscientes que el abuso del alcohol y las drogas están destruyendo nuestro pueblo.
Los animadores que quieran trabajar con nosotros en la pastoral Aka tendrán que estar imbuidos de un espíritu de respeto y amor hacia nuestro pueblo.
Estoy buscando algún líder Aka para trabajar a tiempo pleno en esta comisión diocesana, pues la hermana comboniana Lucia, -que ha sido el alma de esta comisión en estos años-, dentro de unos meses se va a seguir su formación a Europa. Estoy preocupado buscando quién podría ponerse a la cabeza de esta comisión, que es la única que yo he querido presidir para darle fuerza; sin la hermana Lucia tendremos un desafío importante.
Una bonita aventura, esta de caminar hacia la libertad de un pueblo, sabiendo que esta libertad no es gratuita, tiene un precio. Finalizando el Congreso, cuando hemos preparado el día diocesano del Aka, que será el próximo 24 de mayo, hemos descubierto que este pueblo, que el año pasado acudió en masa a la convocatoria de la Comisión pastoral Aka, reivindica que sea pagado por participar en la manifestación donde reclaman sus derechos delante de las autoridades y la sociedad civil. Así han estado siempre acostumbrados por las ONG; cada vez que hacen algo con ellos, pagan; cuando forman a los maestros o a los agentes sanitarios les pagan por ser formados… Les hemos dicho que la libertad tiene un precio; no es gratis. Nos queda mucho camino por andar.
El Santo Padre nombró el pasado 23 de febrero al Rev. P. Aurelio Gazzera, carmelita descalzo, obispo coadjutor de Bangassou (República Centroafricana), diócesis de la que es obispo titular el comboniano español Mons. Juan José Aguirre.
Mons. Aurelio Gazzera, O.C.D., nació el 27 de mayo de 1964 en Cuneo, Italia, y comenzó su formación en el Seminario Menor de los Carmelitas Descalzos de Arenzano en 1974. En 1979 emitió la profesión simple en la Orden de los Carmelitas Descalzos de la Provincia de Génova y luego pasó un año de formación en la Delegación Carmelita de África Central, emitiendo la profesión solemne el 11 de octubre de 1986. Cursó estudios de filosofía y teología en la “Facoltà Teologica dell’Italia Settentrionale” – Sección de Génova y fue ordenado sacerdote el 27 de mayo de 1989.
Después de haber sido formador en el Seminario Menor de los Carmelitas Descalzos de Arenzano, comenzó su misión en África Central.
Ha ocupado los siguientes cargos: asistente en el Seminario Menor de Yole (1992-1994), director del 1er ciclo del mismo Seminario Menor (1994-2003), párroco de San Miguel de Bozoum (2003-2020), superior de la Delegación de Carmelitas Descalzos en África Central (2014-2020). Desde 2003 es responsable de Cáritas en Bouar y, desde 2020, miembro de la comunidad de Baoro, responsable de los cristianos de los pueblos de la sabana y director de la Escuela de Mecánica de Baoro.
Al ser nombrado obispo coadjutor, será él quien suceda al frente de la diócesis a Mons. Aguirre en el momento de su retirada. Su ordenación episcopal se celebrará el próximo 9 de junio.