Archives septiembre 2023

El Papa habla de Daniel Comboni en la audiencia general

El papa Francisco, en su audiencia general de hoy, presentó la figura de san Daniel Comboni como ejemplo de pasión por el anuncio del evangelio.

vaticannews

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el camino de catequesis sobre la pasión evangelizadora, es decir el celo apostólico, hoy nos detenemos en el testimonio de san Daniel Camboni. Él fue un apóstol lleno de celo por África. De esos pueblos escribió: «se han adueñado de mi corazón que vive solamente para ellos» (Escritos, 941), «moriré con África en mis labios» (Escritos, 1441). ¡Es hermoso! …Y a ellos se dirigió así: «el más feliz de mis días será en el que pueda dar la vida por vosotros» (Escritos, 3159). Esta es la expresión de una persona enamorada de Dios y de los hermanos que servía en misión, a propósito de los cuales no se cansaba de recordar que «Jesucristo padeció y murió también por ellos» (Escritos, 2499; 4801).

Lo afirmaba en un contexto caracterizado por el horror de la esclavitud, de la que era testigo. La esclavitud “cosifica” al hombre, cuyo valor se reduce al ser útil a alguien o algo. Pero Jesús, Dios hecho hombre, ha elevado la dignidad de cada ser humano y ha desenmascarado la falsedad de toda esclavitud. Comboni, a la luz de Cristo, tomó conciencia del mal de la esclavitud; entendió, además, que la esclavitud social tiene sus raíces en una esclavitud más profunda, la del corazón, la del pecado, de la cual el Señor nos libera. Como cristianos, por tanto, estamos llamados a combatir contra toda forma de esclavitud. Pero lamentablemente la esclavitud, así como el colonialismo, no es un recuerdo del pasado, lamentablemente. En el África tan amada por Comboni, hoy desgarrada por tantos conflictos, «tras el colonialismo político, se ha desatado un “colonialismo económico”, igualmente esclavizador. (…). Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca». Renuevo por tanto mi llamamiento: «No toquen el África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear» (Encuentro con las Autoridades, Kinshasa, 31 de enero 2023).

Y volvemos a la historia de san Daniel. Pasado un primer periodo en África, tuvo que dejar la misión por motivos de salud. Demasiados misioneros habían muerto después de haber contraído enfermedades, a causa del poco conocimiento de la realidad local. Sin embargo, si otros abandonaban África, no lo hizo Comboni. Después de un tiempo de discernimiento, sintió que el Señor le inspiraba un nuevo camino de evangelización, que él sintetizó en estas palabras: «Salvar África con África» (Escritos, 2741s). Es una intuición poderosa, nada de colonialismo en esto: es una intuición poderosa que contribuyó a renovar el compromiso misionero: las personas evangelizadas no eran solo “objetos” sino “sujetos de la misión”. Y san Daniel Comboni deseaba hacer a todos los cristianos protagonistas de la acción evangelizadora. Y con este ánimo pensó y actuó de forma integral, involucrando al clero local y promoviendo el servicio laical de los catequistas. Los catequistas son un tesoro de la Iglesia: los catequistas son aquellos que van adelante en la evangelización. Concibió así también el desarrollo humano, cuidando las artes y las profesiones, favoreciendo el rol de la familia y de la mujer en la transformación de la cultura y de la sociedad. ¡Y qué importante, también hoy, hacer progresar la fe y el desarrollo humano desde dentro de los contextos de misión, en vez de trasplantar modelos externos o limitarse a un estéril asistencialismo!  Ni modelos externos ni asistencialismo. Tomar de la cultura de los pueblos el camino para hacer la evangelización. Evangelizar la cultura e inculturar el Evangelio: van juntos.

La gran pasión misionera de Comboni, sin embargo, no fue principalmente fruto de un empeño humano: él no estuvo impulsado por su valentía o motivado solo por valores importantes, como la libertad, la justicia o la paz; su celo nació de la alegría del Evangelio, ¡acudía al amor de Cristo y llevaba al amor por Cristo! San Daniel escribió: «Una misión tan ardua y laboriosa como la nuestra no puede vivir de pátina, de sujetos con el cuello torcido y llenos de egoísmo y de ellos mismos, que no cuidan adecuadamente la salud y la conversión de las almas». Este es el drama del clericalismo, que lleva a los cristianos, también los laicos, a clericalizarse y a transformarlos – como dice aquí – en sujetos del cuello torcido llenos de egoísmo. Esta es la peste del clericalismo. Y añadió: «es necesario encenderles de caridad, que tenga su fuente de Dios, y del amor de Cristo; y cuando se ama realmente a Cristo, entonces son dulces las privaciones, los sufrimientos y el martirio» (Escritos, 6656). Su deseo era el de ver misioneros ardientes, alegres, comprometidos: misioneros – escribió – «santos y capaces. […] Primero: santos, es decir ajenos al pecado y humildes. Pero no basta: es necesaria caridad que hace capaces los sujetos» (Escritos, 6655). La fuente de la capacidad misionera, para Comboni, es por tanto la caridad, en particular el celo en el hacer propios los sufrimientos de los otros.

Su pasión evangelizadora, además, no le llevó nunca a actuar como solista, sino siempre en comunión, en la Iglesia. «Yo no tengo otra cosa que la vida para consagrar a la salud de esas almas – escribió – quisiera tener mil para consumarlas con tal fin» (Escritos, 2271).

Hermanos y hermanas, san Daniel testimonia el amor del buen Pastor, que va a buscar a quien está perdido y da la vida por el rebaño. Su celo fue enérgico y profético en el oponerse a la indiferencia y a la exclusión. En las cartas se refería apremiante a su amada Iglesia, que por demasiado tiempo había olvidado a África. El sueño de Comboni es una Iglesia que hace causa común con los crucificados de la historia, para experimentar con ellos la resurrección. Yo, en este momento, os sugiero algo. Pensad en los crucificados de la historia de hoy: hombres, mujeres, niños, ancianos que son crucificados por historias de injusticia y de dominación. Pensemos en ellos y recemos. Su testimonio parece repetir a todos nosotros, hombres y mujeres de Iglesia: “No os olvidéis los pobres, amadlos, porque en ellos está presente Jesús crucificado, esperando resucitar”. No os olvidéis de los pobres: antes de venir aquí, he tenido una reunión con legisladores brasileños que trabajan por los pobres, que tratan de promover a los pobres con la asistencia y la justicia social. Y ellos no se olvidan de los pobres: trabajan por los pobres. A vosotros os digo: no os olvidéis de los pobres, porque serán ellos los que os abran la puerta del Cielo.
 


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de san Daniel Comboni, pidamos al Señor que nos conceda un corazón semejante al suyo, sensible a los crucificados de hoy, que sufren a causa de la indiferencia y la exclusión. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
 


LLAMAMIENTO

Ayer me llegaron noticias preocupantes de Nagorno Karabaj, en el Cáucaso meridional, donde la ya crítica situación humanitaria ahora se ha agravado por ulteriores enfrentamientos armados. Dirijo mi llamamiento sentido a todas las partes en causa y a la comunidad internacional, para que callen las armas y se realice todo esfuerzo para encontrar soluciones pacíficas para el bien de las personas y el respeto de la dignidad.
 


Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En nuestra catequesis de hoy nos acercamos a la figura de san Daniel Comboni, un misionero lleno de celo apostólico por el continente africano. Daniel fue un enamorado de Dios y deseaba llevar ese amor a todas las personas que encontraba en su camino. En un contexto marcado por el horror de la esclavitud social, descubrió que la raíz más profunda de toda esclavitud es la del corazón, —es decir el corazón esclavo del pecado—, de la cual nos libra el Señor, y dedicó su vida a combatir esas esclavitudes anunciando el Evangelio.

La experiencia del amor gratuito de Dios nos hace verdaderamente libres. Esta certeza llevó a Daniel Comboni a trabajar incansablemente para que los cristianos no sean sólo “espectadores” sino “protagonistas” de la acción evangelizadora de la Iglesia. Con su testimonio de vida, este santo nos indica que la fuente de toda actividad misionera es la caridad y que la misión no se lleva adelante de manera solitaria, sino siempre en comunión con toda la Iglesia, “caminando juntos”.

La herida sanada

El pasado 27 de julio se cumplieron 100 años de la división del Instituto comboniano en dos congregaciones religiosas. El 22 de junio de 1979 las dos ramas se volverían a unir en una sola familia misionera comboniana. El obispo comboniano Mons. Vittorino Girardi nos ofrece una hermosa reflexión sobre esta etapa dolorosa de nuestra historia.

Por: Mons. Vittorino Girardi, mccj

Entre los misioneros de Comboni había italianos, franceses, austriacos, alemanes, de Luxemburgo y de Eslovenia… Sorprende cómo él (Comboni), en tan poco tiempo, «contagió» su pasión por África a candidatos tan lejanos geográfica y culturalmente… Así lo afirmó y escribió: la obra misionera no debía ser italiana ni francesa ni española, sino católica.

Con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia naciente se abrió al mundo entero el día de Pentecostés; fue cuando los apóstoles fueron comprendidos por todos, en la gran variedad de idiomas y culturas. Volvamos a Pentecostés, el verdadero paradigma de toda actividad misionera para entender y convencernos de la imprescindible unión entre comunión y misión. Una y otra son posibles por la docilidad de todo misionero al Espíritu Santo, fuente de comunión y diversidad. Por eso, Comboni soñaba con un «Instituto que fuera como un pequeño cenáculo de apóstoles para África, un foco luminoso que envía hasta el centro de África tantos rayos cuantos son los celosos misioneros que salen de su seno y, estos rayos, que brillan juntos y calientan, revelan necesariamente la naturaleza del centro de donde emanan» (Reglas de Vida de 1871).

Cuando Comboni falleció a la edad de 50 años, no fue nada fácil fomentar y mantener el ideal del «pequeño cenáculo» en donde los nuevos apóstoles tuvieran «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Además, se dio un grave evento que aumentó las dificultades y favoreció el espíritu nacionalista, incluso un inevitable resentimiento. Me refiero a lo que el papa Benedicto XV llamó «una masacre inútil», la Primera Guerra Mundial (1915-1918).

Durante ese tiempo se enfrentaron, especialmente italianos y austro-alemanes… y no olvidemos que la mayoría de misioneros de la joven congregación comboniana eran de habla alemana o italiana. La guerra terminó en 1918, pero no así las dificultades de la convivencia en «tierras de misión» ni en casas de formación… Además de buena voluntad, los inevitables resentimientos necesitaban tiempo para sanar definitivamente.

Aunque no todos los misioneros lo hubieran deseado, los superiores mayores de aquellos años consideraron que, «por el bien de la misión», convenía que los misioneros de habla alemana se integraran en un grupo distinto al de habla italiana… Hace cien años, el 27 de julio de 1923, la Congregación de Propaganda Fide decidió dividir el «único» Instituto comboniano, en dos congregaciones, una de las cuales, compuesta en gran parte por miembros italianos, mantendría el nombre original de Hijos del Sagrado Corazón de Jesús (FSCJ), y la otra, miembros, en su mayoría, de lengua alemana, tomaron el nombre de Misioneros Hijos del Sagrado Corazón (MFSC, por sus siglas en italiano)… Se abrió así una profunda y dolorosa herida en la única familia misionera de Comboni.


Se impuso una sorprendente paradoja: para san Daniel Comboni el bien de la misión exigía que su Instituto reflejara la catolicidad de la Iglesia. Por el contrario, en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, la eficacia del apostolado y, para que el Instituto comboniano «funcionara» correctamente, parecía exigirle a los superiores la división de los hijos de Comboni con base en criterios nacionalistas, opuestos al espíritu del «pequeño cenáculo de apóstoles».

Ambos Institutos se desarrollaron con autonomía, aunque perdiera fuerza el impulso internacional, sin embargo, la finalidad y vocación misionera permanecieron prácticamente inalteradas e incluso abriéndose a nuevos campos de misión en África y, a solicitud de la Santa Sede, en América Latina.
A la vez, durante los años siguientes, iba creciendo en las dos ramas, la presencia viva de la memoria del fundador, gracias también a nuevos estudios que iban revelando aspectos de su heroísmo misionero que habían quedado a la sombra. Todo cooperó para fomentar el deseo de la reunión, que jamás se había apagado: volver al fundador significaba reconocernos como única familia consagrada a la misión entre aquellos que aún no conocen a Cristo… Así, el 2 de septiembre de 1975, los dos Capítulos Generales de las dos congregaciones, convocados en sesión conjunta en Elwangen, Alemania, deciden la reunificación y, pronto, esa decisión es «ratificada» por un referéndum de casi la totalidad de sus miembros.

El 22 de junio de 1979, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fue confirmada oficialmente nuestra unión, con un decreto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. El nuevo nombre del Instituto reunido sería: Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús… Así, la herida, ya sanada, quedó atrás…

Es evidente que aparecieron diversas siglas para indicar nuestros «nombres propios» a lo largo de nuestra historia: Hijos del Sagrado Corazón de Jesús, Misioneros Hijos del Sagrado Corazón y Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús… Dos palabras permanecieron siempre presentes, incluso cuando se separaron los dos «sarmientos» de la única «vid». Nos referimos a la expresión Cordis Jesu (del Corazón de Jesús).
«Queremos creer, –acaba de escribir nuestra única dirección general– que nuestro deseo de volver a ser “uno” y la unificación conseguida fue siempre “una cuestión del corazón”. ¿Fue realmente nuestra creencia en el Corazón de Jesús, donde el amor trinitario se manifiesta en la carne, lo que nos llevó de nuevo a ser mejores testigos de un Dios que es amor y, por tanto, comunión y fraternidad para anunciar y servir juntos?».

La patria es el origen que nos confiere identidad propia. Y la «patria de origen» de todo lo que la Iglesia es y debe hacer es el misterio trinitario. De ese profundo e insondable misterio de amor y comunión, acontece el envío del Verbo al mundo, y de su corazón traspasado por amor, nace la Iglesia que recibe en fidelidad y obediencia el mandato del mismo envío: «Vayan por todo el mundo» (Mt 28,19).

Sin embargo, como el misterio trinitario no excluye la distinción de personas, sino que la funda y hace que converjan en absoluta comunión, la Iglesia, y todos en ella, estamos llamados a ser uno, pero sin renunciar a esa diversidad que es riqueza. Es lo que se hizo oración suplicante en las palabras de Jesús: «Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno, perfectos en la unidad» para que el mundo crea (Jn 17,23).

Los Misioneros Combonianos identificados, generosos y dispuestos a dar la vida por Cristo y la misión, son hoy en día de muchas y variadas naciones de cuatro continentes, pero son una única Familia en la que cada uno se desgasta, día tras día, por amor, en la variedad de servicios y con la disponibilidad de ir a donde hay más necesidad. Para ello, la comunión y el respeto a la variedad, es incuestionable e imprescindible. Lo expresamos con una afirmación popular y sorprendente de nuestro amado padre fundador: «Estoy dispuesto a lamer el suelo con tal de asegurar la unión de mis misioneros».

El Papa tras su visita a Mongolia: “He tenido la gracia de encontrar en Mongolia una Iglesia humilde pero una Iglesia feliz, que está en el corazón de Dios”.

Agencia Fides

De este modo ha expresado el Papa Francisco su gratitud por las experiencias y encuentros vividos durante su breve e intenso viaje apostólico a Mongolia, que concluyó el pasado lunes. Lo ha hecho en la catequesis pronunciada durante la audiencia general de hoy, miércoles 6 de septiembre, enteramente dedicada a presentar imágenes y sugerencias del viaje que le ha llevado a abrazar a la Iglesia y al pueblo mongol, “un pueblo humilde y sabio”. (foto: Vatican News)

En la parte introductiva de la catequesis, el Papa Francisco ha sugerido algunas de las razones que han hecho de su viaje a Mongolia un momento importante e interesante para todas las comunidades católicas del mundo. A la hipotética pregunta de quienes pueden preguntarse: “¿por qué el Papa va tan lejos a visitar un pequeño rebaño de fieles?”, el Pontífice ha respondido de forma directa y elocuente: “Porque es precisamente ahí, lejos de los focos, que a menudo se encuentran los signos de la presencia de Dios, el cual no mira a las apariencias, sino al corazón”. “El Señor – ha proseguido el Papa Francisco – no busca el centro del escenario, sino el corazón sencillo de quien lo desea y lo ama sin aparentar, sin querer destacar por encima de los demás”.
Mencionando la “conmovedora historia” de la pequeña comunidad católica de Mongolia, el Papa ha recordado que ésta “surgió, por gracia de Dios, del celo apostólico – sobre el que estamos reflexionando en este periodo – de algunos misioneros que, apasionados por el Evangelio, hace unos treinta años, fueron a ese país que no conocían. Aprendieron la lengua – que no es fácil – y, aun viniendo de naciones diferentes, dieron vida a una comunidad unida y verdaderamente católica”. El obispo de Roma ha remarcado que “este es el sentido de la palabra ‘católico’, que significa ‘universal’. Pero no se trata de una universalidad que homologa, sino de una universalidad que se incultura. Esta es la catolicidad: una universalidad encarnada, ‘inculturada’ que acoge el bien ahí donde vive y sirve a la gente con la que vive”. Luego el Pontífice ha continuado diciendo “es así cómo vive la Iglesia: testimoniando el amor de Jesús con mansedumbre, con la vida antes que con las palabras, feliz por sus verdaderas riquezas: el servicio del Señor y de los hermanos”.
“La joven Iglesia de Mongolia”, ha añadido el Papa Francisco, nació “a raíz de la caridad, que es el mejor testimonio de la fe”. El Sucesor de Pedro ha recordado también que “como colofón” de su visita tuvo la alegría de bendecir e inaugurar la “Casa de la misericordia”, definida por él mismo como la “primera obra caritativa surgida en Mongolia como expresión de todos los componentes de la Iglesia local. Una casa – ha añadido el Papa – que es la tarjeta de visita de esos cristianos, pero que recuerda a cada una de nuestras comunidades ser casa de la misericordia: es decir lugar abierto, lugar acogedor, donde las miserias de cada uno puedan entrar sin vergüenza en contacto con la misericordia de Dios que levanta y sana”.
En Mongolia, ha recordado el obispo de Roma, trabajan “misioneros de varios países que se sienten una sola cosa con el pueblo, felices de servirlo y de descubrir las bellezas que ya hay”. Porque estos misioneros – ha proseguido el Pontífice, añadiendo sobre la marcha algunas cosas que no estaban en el discurso escrito de la catequesis – “no fueron allí a hacer proselitismo, esto no es evangélico, fueron allí a vivir como el pueblo mongol, a hablar su lengua, la lengua de la gente, a tomar los valores de ese pueblo y predicar el Evangelio en estilo mongol, con las palabras mongolas. Fueron y se ‘inculturaron’: han tomado la cultura mongola para anunciar en esa cultura el Evangelio”.
El Pontífice ha recordado también con gratitud el encuentro interreligioso y ecuménico celebrado durante su visita del domingo pasado (véase Fides 3/9/2023). “Mongolia” ha explicado el Papa “tiene una gran tradición budista, con muchas personas que en el silencio viven su religiosidad de forma sincera y radical, a través del altruismo y la lucha a las propias pasiones. Pensemos en cuántas semillas de bien, desde lo escondido, hacen brotar el jardín del mundo, ¡mientras habitualmente escuchamos hablar solo del ruido de los árboles que caen!”
En la parte final de la catequesis, el Papa ha afirmado que el hecho de estar en el corazón de Asia le ha hecho bien. “Hace bien – ha añadido – entrar en diálogo con ese gran continente, acoger los mensajes, conocer la sabiduría, la forma de mirar las cosas, de abrazar el tiempo y el espacio. Me ha hecho bien encontrar al pueblo mongol, que custodia las raíces y las tradiciones, respeta a los ancianos y vive en armonía con el ambiente: es un pueblo que mira al cielo y siente la respiración de la creación”.
Crédito: (GV) (Agencia Fides 6/9/2023)

Preseminario

El postulantado comboniano de San Francisco del Rincón, Guanajuato, recibe cada año a varios jóvenes que han sido acompañados por lo menos durante un año, para concluir su proceso vocacional y decidir finalmente si quieren ingresar o no al seminario. Damos gracias a Dios por quienes respondieron afirmativamente a este llamado.

Por: P. Sylvain Alohoungo

Seguimos pidiendo al Padre que siga enviando obreros a su mies, como nos los pidió el Señor Jesús: «Él recorría todos los pueblos y aldeas, enseñado en las sinagogas judías, anunciando la Buena Notica del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y desorientados como ovejas sin pastor. Entonces les dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen por tanto al dueño de la cosecha que envíe obreros a recogerla”» (Mt 9,35-38). San Daniel Comboni decía que necesitaba jóvenes audaces y generosos para su misión.

Sabemos que son pocos quienes responden al llamado de Dios hoy en día. A este preseminario asistieron 13 muchachos provenientes de varios estados del país. Cada uno de ellos fue favorecido con un proceso de acompañamiento y su participación en el preseminario manifiesta una confirmación de lo que ha sido este proceso.

El 24 de julio llegaron al seminario y luego de un momento de integración y convivencia, comenzamos. El preseminario tiene siempre un enfoque sobre lo que es el postulantado o el aspirantando para los candidatos que ingresan al bachillerato.

Así, del 24 al 30 de julio los jóvenes tuvieron momentos de encuentro con el Señor Jesús en las celebraciones eucarísticas, en la hora santa y en los momentos de oraciones matinales. Después, profundizaron sobre lo que es la congregación de los Misioneros Combonianos. De igual forma, se les explicó lo que es el postulantado, para que conozcan sobre lo que les espera. También hubo momentos de encuentros personales con un psicólogo. Y no faltó el paseo donde fueron a conocer lugares de peregrinación, importantes para nuestra fe, como San Juan y Santo Toribio…

Agradecemos a Dios, porque al término de nuestro preseminario, nueve jóvenes aceptaron dar un paso adelante para seguir discerniendo su vocación; ellos recibieron su carta de aceptación. Los invitamos a pedir por ellos, porque entraran al seminario próximamente y también por los que siguen en proceso.

La Misión de la Iglesia es dar testimonio

Toda conversión surge por la influencia del Espíritu Santo
que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio

Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj
Desde Mongoumba, República Centroafricana

La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción

La misión comienza con un envío de parte de Jesús resucitado, que ha elegido, por pura bondad suya, a los que irán a proclamar su nombre por todo el mundo, anunciando con valor y alegría las maravillas que el Señor ha obrado en sus vidas, pues tal fue su mandato: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28,19-20). Este envío a evangelizar de parte de Jesús no es para hacer proselitismo, que tiene por único fin el de aumentar el número de adeptos, sino para que sus seguidores puedan dar testimonio de qué modo el Señor los ha transformado, y será por este testimonio que resultarán creíbles y agradables, atractivos pues, de modo que puedan suscitar que otros se acerquen al Señor, porque, como diría Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción”.

El testimonio de los que siguen a Jesús

Testigo es aquella persona que ha tenido una experiencia íntima del Señor, que la ha llamado, la ha transformado con su amor y con su palabra, y finalmente la ha enviado. Dice la Primera carta de Juan: “Lo que hemos visto y oído, lo que hemos contemplado y nuestras manos han tocado del Verbo de vida… se lo comunicamos para que estén en comunión con nosotros” (1Jn 1,1-4). Quien de este modo ha sido tocado por el Señor no puede guardar para sí tan grande acontecimiento que ha marcado su vida con un antes y un después. En adelante el testigo no hará otra cosa que dar testimonio de esta transformación donde quiera que esté, viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5,1-11), realizando las obras de bondad que señala el juicio final (Mt 25, 31-40), siguiendo el ejemplo de generosidad del buen samaritano (Lc 10, 29-37) y sin olvidarse de perdonar al prójimo las veces que sean necesarias (Mt 18,21-22), porque es consciente de haber sido liberado de su orgullo cuando fue perdonado por el Señor.

El testimonio en comunión con la Iglesia

El testigo no es alguien que actúa aislado, sino que vive unido a la comunidad de los que también fueron llamados como él. Y así, en iglesia, el testimonio de todos y de cada uno es como puede tener mayor atracción, tal cual sucedía con la primera comunidad cristiana que gozaba de la admiración de la gente (Hch 2, 42-47). Pero este testimonio de comunión entre los miembros de la primitiva iglesia no hubiera sido posible si a la base no estuviera el amor que se prodigaban unos a otros, según el nuevo mandamiento recibido por Jesús (Jn 15,12). No por nada Tertuliano, escritor apologista del siglo II, pudo recoger una expresión de boca de los paganos acerca de los primeros cristianos que se había hecho famosa: “Mirad cómo se aman” (Apologético 39, 1-18).

La gente se fija mejor en los testigos que en los maestros

Para llevar a cabo la obra de evangelización la Iglesia necesita entre sus miembros personas bien preparadas, capaces de enseñar a otros, pero de poco o nada serviría su preparación si les faltara abrirse al don del Espíritu Santo que actúa a través de quienes dan genuino testimonio del Señor, y que por esto mismo captan la atención de la gente. Aquellas palabras del Papa San Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, siguen conservando su actualidad: “El hombre contemporáneo escucha mejor a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos” (EN 41).

Sucede que toda conversión, o el hecho de que otros opten por seguir a Jesús, surge no a causa de razonamientos teológicos para proponer y defender la fe, ni intentando persuadir a los demás con argumentos bien elaborados haciendo gala de nuestro amplio conocimiento, sino por la influencia del Espíritu Santo que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio, muy acorde con lo que Jesús resucitado dijo a sus discípulos poco antes de su ascenso a los cielos, que cuando recibieran la fuerza del Espíritu Santo serían sus testigos hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Y es que un testigo del Señor no pretende convencer a nadie para compartir su fe, como haría un proselitista o propagandista de la religión; la comparte sí, pero con la alegría y la generosidad de quien busca ofrecer aquello que nada mejor puede ser encontrado.