La Misión de la Iglesia es dar testimonio
Toda conversión surge por la influencia del Espíritu Santo
que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio
Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj
Desde Mongoumba, República Centroafricana
La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción
La misión comienza con un envío de parte de Jesús resucitado, que ha elegido, por pura bondad suya, a los que irán a proclamar su nombre por todo el mundo, anunciando con valor y alegría las maravillas que el Señor ha obrado en sus vidas, pues tal fue su mandato: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28,19-20). Este envío a evangelizar de parte de Jesús no es para hacer proselitismo, que tiene por único fin el de aumentar el número de adeptos, sino para que sus seguidores puedan dar testimonio de qué modo el Señor los ha transformado, y será por este testimonio que resultarán creíbles y agradables, atractivos pues, de modo que puedan suscitar que otros se acerquen al Señor, porque, como diría Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción”.
El testimonio de los que siguen a Jesús
Testigo es aquella persona que ha tenido una experiencia íntima del Señor, que la ha llamado, la ha transformado con su amor y con su palabra, y finalmente la ha enviado. Dice la Primera carta de Juan: “Lo que hemos visto y oído, lo que hemos contemplado y nuestras manos han tocado del Verbo de vida… se lo comunicamos para que estén en comunión con nosotros” (1Jn 1,1-4). Quien de este modo ha sido tocado por el Señor no puede guardar para sí tan grande acontecimiento que ha marcado su vida con un antes y un después. En adelante el testigo no hará otra cosa que dar testimonio de esta transformación donde quiera que esté, viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5,1-11), realizando las obras de bondad que señala el juicio final (Mt 25, 31-40), siguiendo el ejemplo de generosidad del buen samaritano (Lc 10, 29-37) y sin olvidarse de perdonar al prójimo las veces que sean necesarias (Mt 18,21-22), porque es consciente de haber sido liberado de su orgullo cuando fue perdonado por el Señor.
El testimonio en comunión con la Iglesia
El testigo no es alguien que actúa aislado, sino que vive unido a la comunidad de los que también fueron llamados como él. Y así, en iglesia, el testimonio de todos y de cada uno es como puede tener mayor atracción, tal cual sucedía con la primera comunidad cristiana que gozaba de la admiración de la gente (Hch 2, 42-47). Pero este testimonio de comunión entre los miembros de la primitiva iglesia no hubiera sido posible si a la base no estuviera el amor que se prodigaban unos a otros, según el nuevo mandamiento recibido por Jesús (Jn 15,12). No por nada Tertuliano, escritor apologista del siglo II, pudo recoger una expresión de boca de los paganos acerca de los primeros cristianos que se había hecho famosa: “Mirad cómo se aman” (Apologético 39, 1-18).
La gente se fija mejor en los testigos que en los maestros
Para llevar a cabo la obra de evangelización la Iglesia necesita entre sus miembros personas bien preparadas, capaces de enseñar a otros, pero de poco o nada serviría su preparación si les faltara abrirse al don del Espíritu Santo que actúa a través de quienes dan genuino testimonio del Señor, y que por esto mismo captan la atención de la gente. Aquellas palabras del Papa San Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, siguen conservando su actualidad: “El hombre contemporáneo escucha mejor a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos” (EN 41).
Sucede que toda conversión, o el hecho de que otros opten por seguir a Jesús, surge no a causa de razonamientos teológicos para proponer y defender la fe, ni intentando persuadir a los demás con argumentos bien elaborados haciendo gala de nuestro amplio conocimiento, sino por la influencia del Espíritu Santo que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio, muy acorde con lo que Jesús resucitado dijo a sus discípulos poco antes de su ascenso a los cielos, que cuando recibieran la fuerza del Espíritu Santo serían sus testigos hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Y es que un testigo del Señor no pretende convencer a nadie para compartir su fe, como haría un proselitista o propagandista de la religión; la comparte sí, pero con la alegría y la generosidad de quien busca ofrecer aquello que nada mejor puede ser encontrado.