El corazón de una madre siempre espera

Junto al dolor de una madre que busca desesperadamente a su hijo desaparecido es posible encontrar amor, comprensión y sanación. Esta es la experiencia de muchas madres que, acompañadas por las Carmelitas del Sagrado Corazón, de Guadalajara, no pierden la esperanza y se apoyan unas a otras confiando siempre en Dios y en la Virgen María. Aquí les presentamos sus testimonios. Al lado del dolor hay sueños, sanación y amor. Experiencias de acompañamiento en mujeres con familiares desaparecidos.

Por: Ana Araceli Navarro Becerra, Carmelitas del Sagrado Corazón

La desaparición forzada en México es un problema que se ha agudizado a partir del 2006 con la denominada «guerra contra el narcotráfico». Uno de los protagonistas es el crimen organizado, con el cual se relaciona la desaparición de personas. De acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) al corte del 30 de marzo de 2025, en México había 116 mil 89 personas en esta condición. Entre los estados con mayor número de desaparecidos están: Jalisco, Tamaulipas, Estado de México, Nuevo León y Ciudad de México. Según el RNPDNO, 80 por ciento de quienes están desaparecidos son hombres y 20 por ciento son mujeres.

Es necesario reconocer que las desapariciones no siempre responden a una decisión personal de sumarse a la también denominada «delincuencia estructurada». Hay registros a nivel nacional de un proceso de reclutamiento forzado donde participa el crimen organizado con apoyo del Estado en los tres niveles de gobierno (municipal, estatal y federal). Esta complicidad, además de vacíos jurídicos, la falta de vinculación entre instituciones y la violación a derechos humanos, entre otros aspectos, ha generado que las personas con familiares desaparecidos vivan desde el dolor, la impotencia, la fe, la esperanza y el amor.

Aunque las cifras muestran una realidad que parece afectar a unos, la desaparición de personas no es un problema individual, sino social y como tal, debe ser motivo de indignación y de atención, «le tiene que doler a la sociedad, porque no es David quien no está con su familia. David no está en su comunidad, no está en la sociedad. Nos hace falta a todos», afirma Dioni quien busca a su hijo Guillermo David Ramírez Pelcastre, desaparecido en septiembre de 2017 en Ecatepec, Estado de México. En estas líneas se comparten algunas experiencias de quienes buscan a sus seres queridos y distintas formas de acompañamiento donde se teje el dolor, la fe, la esperanza y el amor.

Vivir la desaparición de un familiar

Cuando una persona desaparece la familia se sacude, la vida cambia y nada vuelve a ser igual. Desde el momento en que se sabe que la persona no llegó del trabajo, se escuchan rumores de que se lo llevaron, se espera la respuesta de un mensaje por WhatsApp que quedó en visto, la intuición de que algo pudo haberle pasado… Estos y otros momentos anteceden al insomnio, el dolor de cabeza, el estado de alerta, el miedo, los nervios y la incertidumbre ante la espera de ese familiar que aún no llega. Cada minuto que pasa parece eterno, las oraciones, la fe y la esperanza acompañan esos instantes que a veces se convierten en días, meses y años. Las enfermedades físicas y emocionales se vuelven visitantes recurrentes. Adriana, quien busca a su hijo Carlos Jonathan Cortés Aceves, desaparecido en septiembre del 2017 en El Salto, Jalisco, comenta: «cuando caía en depresión dejaba de buscar, no salía de mi cuarto. Y luego, otra vez me levantaba». En la mayoría de los casos, estas emociones y sensaciones las viven las mujeres, quienes son madres, esposas o hermanas.

Ante una desaparición, «en la familia no nomás pierden a su hermano, a su hermana. La mamá, la abuela, la hija ya no son la misma persona», comenta Adriana. La ausencia del ser amado poco a poco se convierte en fiel acompañante de quienes esperan su llegada. Cuando pasan las horas y su ausencia continúa inicia la búsqueda de su paradero.

La búsqueda del ser querido, un camino por descubrir y por compartir

Cuando una persona desaparece se espera una movilización de gente en fiscalías, hospitales, calles… Los familiares, en su mayoría mujeres, recorren grandes distancias para acudir al lugar donde vivía la persona desaparecida. No importa la hora del día ni el costo económico, la esperanza dice que hay que estar ahí para cuando se tengan noticias. Sin embargo, Emma, quien busca a su hijo Erik Javier Plascencia Alvarado, desaparecido en junio de 2020 en Puerto Vallarta, Jalisco, al acudir a la fiscalía para denunciar la desaparición de su familiar, la respuesta que recibió del Ministerio Público, al igual que muchas personas fue: «regrésese a su casa, esto no va a ser rápido. Nosotros la tendremos comunicada».

La delegación donde se atendían estos casos era un lugar pequeño con oficios y carpetas por doquier con aparente desorden, evocando indicios de que la búsqueda no se iniciaría pronto. Ante esta escena desconsoladora, los familiares hacen llamadas telefónicas a diario en espera de recibir noticias que nunca llegan. Con el paso de las semanas la confianza en el personal de las instituciones disminuye. Es hora de buscar por su cuenta. «Tengo que buscar a mi hijo porque aquí no van a buscarlo», dice Emma.

Muchos familiares visitan hospitales, calles, psiquiátricos, lugares que las personas frecuentaban con la esperanza de encontrarlas. Dice Chely, quien busca a su hijo Juan Manuel Macías Beraud, desaparecido en julio de 2022 en Tlaquepaque, Jalisco, «buscar hasta debajo de las piedras», literalmente, porque las búsquedas que realizan son: 1) en vida, 2) en campo –cuando se sospecha que han fallecido y excavan en terrenos, baldíos, patios de casas abandonadas–, 3) identificatorias, en instituciones como el Servicio Médico Forense (SEMEFO) donde se busca a partir del nombre, la fotografía y las señas particulares. En ocasiones, las búsquedas inician en solitario.

En el camino se encuentran con personas que han vivido lo mismo y en ocasiones, han avanzado en saber qué hacer, cuándo, a dónde y con quién acudir, «compartimos lo que se va aprendiendo en el camino. Lo transmitimos a las personas que empiezan porque si nos esperamos, se pierde mucho tiempo», afirma Emma. Se conforman los colectivos de búsqueda donde acompañarse se convierte en una luz en el camino. No hay un solo colectivo, son varios con distintas actividades y múltiples formas de buscar, pero el objetivo es el mismo: encontrarlos.

«Encontrar a otros nuestros».

En estos grupos es común que la búsqueda de personas desaparecidas sea el objetivo principal. No buscan sólo a los suyos, los buscan a todos y a todas. Además de coincidir, también se encuentran con personas que las mueve el amor, la esperanza, la fe. Así comienzan a tejerse experiencias de vida que acompañan, animan, resuelven, colaboran, emergen vínculos que los hace sentir que pertenecen, dice Dioni, «te sientes arropada por todos ellos, comprendida, ¿quién mejor para hablar de lo que sientes que personas que viven lo mismo que tú?».

Coincidir en el proceso de búsqueda ayuda a animarse a sí mismas y a los demás, Chely agrega: «hay compañeras decaídas y nos damos fortaleza unas a otras». Acompañarse y cuidarse es una consigna que se nota en la manera de relacionarse, en el estado de ánimo, en su mirada, en su tono de voz, en su manera de andar. «Encontrar a otros nuestros», como dice Dioni, es parte de una búsqueda por hallar a los familiares desaparecidos y, al mismo tiempo, es un signo inequívoco de que no están solos, se encuentran con otros «nosotros» que buscan y se acompañan. Se convierten en uno y en todos. Dioni asegura: «cuando estás en una búsqueda, cuando estás ante las autoridades, no eres la mamá de David, eres la mamá, la hermana, la esposa, la hija de todos los desaparecidos».

Somos más los buenos

Salir a búsqueda implica disponer de tiempo y de dinero para cubrir necesidades básicas de transporte, alimentación, limpieza personal y en ocasiones, alojamiento. Caminar sin conocer a nadie y sin saber del lugar es el comienzo de una travesía, para Adriana «fue muy difícil no tener a dónde llegar y no conocer con quién quedarse, con quién refugiarse». Esto lo viven muchas personas en múltiples ocasiones. La falta de recursos económicos no las detiene, continúa Adriana: «no sabíamos a dónde llegar ni qué íbamos a comer ni dónde íbamos a dormir, pero nos la aventábamos». De manera frecuente, los compañeros de búsqueda se apoyan entre sí porque se comprende la necesidad de ir a ese lugar, a ese punto con la esperanza de encontrar a su familiar. Dice Chely: «sientes la necesidad del otro y lo apoyas, aunque estés al día. A veces apoyas con dinero, a veces con presencia, a veces con un abrazo». Lo importante es compartir aquello que se tiene y que la persona necesita. Siempre se puede dar algo. Sentir la necesidad del otro es una capacidad humana, aunque ser indiferente también lo es.

En este camino se encuentran con voluntarios, personas solidarias laicas, comunidades religiosas de diferentes carismas que se sensibilizan y están ahí para tenderles la mano. En la ida a Teuchitlán, una comunidad donde se encontró un campo con prácticas de adiestramiento asociadas al crimen organizado, Adriana comenta: «me movió mucho ver tanta solidaridad. Veía la sonrisa de la gente al ofrecernos agua, una rebanada de pastel y acercarse a nosotras con un abrazo. Sentí un apapacho al escuchar que sus oraciones están con nosotras. Era gente que no había visto nunca». Mantenerse sensible al problema de las desapariciones es un avance, dice Dioni: «somos más los buenos. Tenemos que alzar la voz, unirnos como familias, como colectivos», como sociedad tenemos la tarea de acompañar, apoyar y estar presentes, porque el problema es de todos. Es necesario gritarlo ¡nos faltan todos y todas!

La fe en Dios, nuestra acompañante

«No dejaremos de buscar hasta encontrarlos», afirma Adriana. En esta decisión hay fuerza, amor, confianza, esperanza y una fe inquebrantable. Son los pilares que sostienen, abrazan y permiten seguir adelante porque en medio de muchas incertidumbres, también hay certezas. «Dios se manifiesta de muchas maneras: al despertar, estar con vida, ver que nuestra familia está bien, tener alimentos, levantarte cada día. Ahí está Dios», comenta Dioni. En cada paso, en cada decisión, Dios está ahí y Él sabe lo que hace.

De manera recurrente, ante la desaparición de un familiar se vive enojo, tristeza y desesperación. Llegan a la mente preguntas difíciles de responder, «¿por qué me quitaste a mi hijo si tú me lo diste?, ¿por qué hiciste que lo amara tanto?», se pregunta Dioni. Es difícil comprender y más aún, aceptar el sufrimiento como parte de la vida. Dioni recuerda el pasaje donde «la Virgen María vio cómo azotaban a Jesús por la salvación de nosotros», recordando que ella también es madre y asegura que, «nadie merece un sufrimiento así».

Dios es un acompañante en cada paso, en cada lugar, en cada momento. La oración está presente para pedirle una señal para saber dónde están sus familiares desaparecidos, «le pido a Dios, hazme llegar al corazón de quien sabe algo de mi hijo. Y que me lo diga, sea lo que sea», comparte Emma. A veces también se busca a Dios para encontrar un camino un indicio, «ponme en el camino a gente que me pueda ayudar, que me pueda guiar porque estoy perdida», agrega Adriana. «Cuando vamos a búsquedas de campo hacemos cadena de oración para pedir una señal que nos muestre el lugar donde estén personas desaparecidas y reencontrarlas con sus familiares», comenta Chely.

Las oraciones también se ofrecen por quienes se los llevaron. Al tratarse de desapariciones forzadas a veces no es posible distinguir quiénes son los enemigos ni dónde están. «Yo no sé si mi hijo esté trabajando para ellos de manera obligada y lo hace para sobrevivir», comenta Adriana. Ese otro que parece ser el malo se convierte en alguien que necesita de oración, «al maldecirlos es como si maldijera mi hijo, quizá entre ellos puedan estar nuestros desaparecidos», agrega Adriana.

Ángeles humanos

Las comunidades religiosas acogen, acompañan y apoyan. Dios está presente en la vida de las personas a través de ayuda, escucha, cobijo y acompañamiento, también está en momentos de convivencia y de esparcimiento porque la vida sigue. En el camino de incertidumbre y de dolor que acompaña la desaparición forzada de un familiar, suelen encontrarse con muchas personas «que se hermanan con nuestro dolor. Dios ha puesto en nuestro camino a muchos ángeles terrenales», asegura Dioni.

Ante la necesidad de trasladarse para buscar a un ser querido no siempre se cuenta con un espacio para pernoctar. Sin embargo, eso no detiene a quienes buscan a sus familiares desaparecidos. En el camino se encuentran con personas dispuestas a ayudar. Adriana comparte que buscó «a la comunidad de las Carmelitas para pedirles albergue y dijeron que sí. Para mí no sólo fue encontrar un techo y alimento, también fue ese cobijo espiritual que necesitaba». La fortaleza, el ánimo, el sentirse acompañada y recibida es parte del alimento que nutre el alma, el corazón y el espíritu. Es la fuerza que ayuda para seguir avanzando. En este camino de búsqueda «aprendí a reconocer ángeles humanos», afirma Adriana.

Hay sacerdotes, religiosas de distintos carismas, voluntarios y laicos dispuestos a ayudar. Es importante mirar la realidad para saber cómo atender a las personas. Las historias de dolor no pueden ser ajenas, «ante una necesidad debe haber una respuesta», añade Lolis. La clave parece estar en poner atención, escuchar y movilizar recursos para generar un cambio positivo. Lolis comenta que, «la presencia de María, como Madre, anima este camino. María estuvo atenta para ver qué pasaba en las bodas de Caná. Y le dijo a Jesús, hijo, hace falta vino para las personas».

La voluntad, la preocupación por las personas y responder a sus necesidades está en el centro de algunas comunidades. La madre Luisita, fundadora de las Carmelitas del Sagrado Corazón, se caracterizó por responder a los problemas sociales de su tiempo. «La madre Luisita construyó un hospital, un asilo, una escuela y una casa hogar para personas que necesitaban cuidado», agrega Lolis. En el corazón de Guadalajara, Jalisco, se ubica Casa Luisita, un lugar donde las Carmelitas del Sagrado Corazón brindan alojamiento, alimento y acompañamiento terapéutico a personas que viven fuera del Área Metropolitana de Guadalajara y acuden para buscar a sus familiares desaparecidos, «cada vez que voy a Casa Luisita, me siento acogida y protegida, es como un remanso», comenta Emma.

La hermana Lolis (María Dolores Ramírez Ramírez), integrante de las Carmelitas del Sagrado Corazón, asegura que «la razón del acompañamiento para las mamitas y para las familias es porque Dios en su providencia lo va preparando». A partir de aquí se abren caminos. «Es la providencia de Dios porque, aunque estamos limitadas, los apoyos llegan», afirma Lolis y continúa, «hemos descubierto en el rostro de cada mamita ese llamado que ha sido también una experiencia en la frase “al lado del dolor, hay sueños, sanación y amor”. Esta frase es de Etty Hillesum y nos inspira en este camino. El dolor no se niega, está al lado, ni adelante ni atrás. La repetimos para que esos sueños se sigan realizando y se sigan alcanzando, porque también hay sanación y amor», concluye Lolis.

La dinámica de compartir experiencias ha sido desde el proyecto FABHID CSC. Acompañamiento integral a Familias en Busca de sus Hijas e Hijos Desaparecidos. Carmelitas del Sagrado Corazón, en red con otros carismas en Guadalajara, Jalisco.