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Peregrinos de esperanza desde dondequiera que estemos.

Mons. Christian Carlassare, obispo comboniano de Bentiu, en Sudán del Sur, nos comparte cuatro maneras de participar en el Jubileo desde donde quiera que estemos.

Por: Mons. Christian Carlassare, mccj

 La peregrinación es un viaje

La primera palabra clave del Año Jubilar es peregrinación. La peregrinación es un viaje. No solo un viaje físico, sino sobre todo un viaje espiritual para encontrar al Señor. Mucha gente viaja, pero eso no significa que esté en peregrinación. La primera forma de ser peregrino, por lo tanto, es la oración, y especialmente la contemplación. Esto significa poder ver a Dios, que está en todas partes, y escuchar su mensaje en los acontecimientos de la vida que experimentamos. Podemos estar en casa y, sin embargo, emprender un viaje porque caminamos con el Señor, con los signos de los tiempos y la llamada que Él tiene para cada uno de nosotros.

Proteger la dignidad de la vida en todas sus etapas

La segunda palabra clave específica del Año Jubilar 2025 de la Iglesia Católica es la esperanza. La esperanza es una virtud teologal. Es un don de Dios. Pero también es una actitud que debemos aprender a practicar fortaleciendo nuestra fe y amor, porque la esperanza tiene sus raíces en la fe y se nutre del amor. Pertenecemos a Dios y somos parte de un plan mayor de salvación. ¿Cómo miramos el mundo? A veces podemos vivir sin rumbo, sin esperanza. También podemos tener miedo y estar confundidos, pero la esperanza nos dice que no debemos tener miedo de vivir nuestras vocaciones dondequiera que estemos.

La segunda manera de ser un peregrino de esperanza es ofrecer nuestra contribución única al mundo. Podemos hacerlo cuando respondemos al llamado de Dios. Cuando somos profundamente la persona que hemos sido creados para ser, con nuestros dones específicos, con nuestros valores, con nuestros sueños y deseos, y cuando no tenemos miedo de expresarnos. También, cuando vamos a contracorriente de una sociedad que deshumaniza a las personas; de una sociedad que no reconoce la dignidad y los dones de la persona misma. La segunda manera de participar en esta peregrinación, por lo tanto, es viviendo nuestra vocación y protegiendo la dignidad de la vida en todas sus etapas. Cada vida es única, y nadie puede reemplazar a otro en algo que no le ha sido concebido.

Este Jubileo es un tiempo de renovación para cada persona, un tiempo de conversión personal para cada persona, un tiempo de “sí” personal al Señor y a las situaciones que vivimos.

Reparando las relaciones rotas

La tercera palabra clave que debemos explicar es la Puerta Santa. Sabemos que el Santo Padre abrió la Puerta Santa en la Catedral de San Pedro y posteriormente en las demás Basílicas. La Puerta Santa representa un pasaje que nos permite entrar en la Iglesia desde los pueblos y aldeas donde vivimos. Esto representa un paso a una nueva vida, un paso a la vida de fe, a la vida de la comunidad cristiana.
La tercera forma de ser peregrinos de esperanza, por lo tanto, es la conversión que se experimenta en el Sacramento de la Reconciliación. Durante este año, podemos acercarnos a este Sacramento y vivirlo profundamente como un tiempo de conversión personal. Cuando experimentamos el amor misericordioso de Dios, nuestras vidas cambian. Nos reconciliamos con Dios, nos reconciliamos también con nosotros mismos, con quienes somos, con nuestros errores del pasado, y miramos al futuro con nueva esperanza. Pero también nos reconciliamos con nuestros hermanos y hermanas, especialmente con aquellos con quienes hemos roto relaciones o que aún necesitan sanar.

Actividades comunitarias… Hacer el entorno más habitable

La cuarta palabra clave es comunidad. Toda peregrinación es comunitaria. Nunca he oído hablar de peregrinaciones donde solo una persona la haya hecho. Suele ser un movimiento de un grupo de personas unidas por la fe. Una peregrinación comunitaria nos impulsa a redescubrir la comunidad y la belleza de caminar juntos; la comunidad donde vivimos. Por lo tanto, la cuarta forma de ser un peregrino de esperanza es comprometernos con nuestras comunidades locales para no caminar solos. Debemos avanzar juntos con el compromiso comunitario. Esto es importante en nuestras parroquias, capillas, pequeñas comunidades cristianas y barrios.
También podemos considerar nuestro compromiso con la integridad de la creación. En una sociedad que experimenta la degradación ambiental, debemos mejorar nuestro entorno y hacerlo más habitable. 

Via Crucis 2025: Peregrinos de esperanza en un mundo herido

Introducción

El Via Crucis, o las Estaciones de la Cruz, es un profundo viaje que reflexiona sobre la Pasión de Cristo. Al reunirnos para recorrer el Via Crucis durante este Año Jubilar 2025, viajamos como peregrinos de la esperanza en un mundo que anhela sanación y renovación. El Papa Francisco nos recuerda en Laudato Si’ que «la esperanza quiere que reconozcamos que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar nuestros pasos, que siempre podemos hacer algo para resolver nuestros problemas». 

En consonancia con el tema del Jubileo «Peregrinos de la esperanza», contemplamos cada estación a través de nuestros actuales desafíos medioambientales y sociopolíticos, guiados por las intuiciones de la encíclica Laudato Si’ y la exhortación apostólica Laudate Deum del Papa Francisco. Hoy, seguimos el camino de Cristo hacia el Calvario con el corazón abierto, reconociendo en su sufrimiento el dolor de nuestra casa común y de todos los que la habitan. Cada estación nos invita a contemplar tanto la pasión de Cristo como la pasión de nuestro mundo, desafiándonos a convertirnos en agentes de esperanza y transformación.

Al embarcarnos en esta peregrinación espiritual, reconocemos que «somos una sola familia humana» (Laudato Si’, 52). Nuestro viaje refleja las luchas de muchos que se enfrentan a la degradación medioambiental y a las injusticias sociales. A través de estas estaciones, abramos nuestros corazones a los gritos de la tierra y de los pobres, buscando la transformación y la esperanza.

Recemos: Dios amoroso, al iniciar este viaje con tu Hijo, abre nuestros ojos para que veamos las conexiones entre el clamor de la tierra y el clamor de los pobres. Transforma nuestros corazones para que seamos peregrinos de esperanza en un mundo marcado por la indiferencia y la destrucción. Une nuestro sufrimiento al amor redentor de Cristo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración final

Dios amoroso, al completar este Vía Crucis, reconocemos que nuestro viaje como peregrinos de la esperanza continúa. La pasión de Cristo y la pasión de nuestra tierra están entrelazadas, llamándonos a la compasión, a la conversión y a la acción. En palabras del Papa Francisco, «no todo está perdido. Los seres humanos, aunque son capaces de lo peor, también son capaces de elevarse por encima de sí mismos, elegir de nuevo lo que es bueno y empezar de nuevo».
Concédenos la sabiduría para ver las conexiones entre todas las formas de sufrimiento en nuestro mundo, el valor para hacer los cambios necesarios para la curación, y la perseverancia para seguir trabajando por la justicia, incluso cuando el progreso parece lento. Que la esperanza de la resurrección nos sostenga mientras trabajamos para restaurar nuestra casa común y construir una civilización de amor.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor crucificado y resucitado, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Bendición
Que Dios todopoderoso les bendiga, el Padre que creó este hermoso mundo, el Hijo que lo redimió con su sufrimiento y el Espíritu Santo que lo renueva día a día.
* Amén
Vayan como peregrinos de esperanza, para amar y servir al Señor en toda la creación.
* Demos gracias a Dios.

Descarga el texto completo AQUÍ

V Domingo de Cuaresma. Año C

“En aquel tiempo, Jesús se retiro al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola fue a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?”
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporo y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él. Entonces Jesús se enderezó y le pregunto: “Mujer, ¿en dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.
(Juan 8, 1-11)


Empezar de uno mismo: “Tampoco yo te condeno”
P. Enrique Sánchez González, mccj

Nos podemos imaginar el escenario en el cual se llevó a cabo el encuentro de Jesús con esos escribas y fariseos, y con la mujer que le presentan a Jesús.

Seguramente iban exaltados y con ánimos de acabar con aquella gran pecadora. Y de paso querían darle una lección a Jesús para que se olvidara de todo lo que andaba haciendo.

El pecado que habían descubierto en ella era algo intolerable e inaceptable en un ambiente cargado de un puritanismo y de un legalismo en donde los pecados de los demás eran escándalo mayúsculo y motivo de muerte; pero los propios pecados fácilmente podían ser justificados, tolerados o simplemente ignorados. Los escribas y fariseos eran muy hábiles para interpretar las leyes y los mandamientos a su conveniencia.

Además, aquella situación se prestaba de maravilla para poner a prueba a Jesús y para ver qué tanto era o no un buen observante de la ley o si se trataba de un charlatán más de los que no faltaban en el pueblo.

Los escribas y fariseos lo llaman Maestro y ven en él la autoridad que se ha ganado y es reconocida por  la gente que admira la coherencia que existe en su persona. Jesús vive lo que predica y realiza en los detalles de su vida lo que anuncia con sus palabras. Esto era algo que tenía fascinada a mucha gente que lo seguía y estaba al pendiente de sus enseñanzas.

Los escribas y fariseos lo reconocen y saben que no pueden negar lo que a sus ojos es evidente, pero, a diferencia de mucha gente sencilla, ellos no dan el paso de confiar en él y no lo aceptan como Mesías.

Reconocer a Jesús como hijo de Dios era demasiado para ellos que veían en Él solamente al hijo de carpintero y que se escandalizaban cuando lo escuchaban decir que él era el Mesías, el Hijo de Dios o, más todavía, cuando lo veían realizar las obras de Dios.

En la historia de esta página del Evangelio, el fondo, el problema  que se suscita entre los escribas y fariseos y Jesús no era haber encontrado a aquella mujer en flagrante adulterio, sino querer atrapar a Jesús en una incoherencia para poder condenarlo y deshacerse de una vez por todas de él.

Contrariamente a lo que nos pudiésemos imaginar, Jesús no entra en la polémica y no se deja atrapar en la trampa que le han tendido. Jesús no juzga, no condena, no se ensaña en contra de la mujer, aunque hubiese pecado, como acusaban los escribas y fariseos.

En lugar de entrar en conflicto, Jesús aprovecha la ocasión para ayudar a los acusadores a hacer un camino de conversión, de reconocimiento de la propia fragilidad y del propio pecado. El que no tenga pecado que tire la primera piedra. Nosotros mismos también somos invitados a hacer nuestro propio examen de conciencia y no podemos dejar de preguntarnos: ¿Quiénes somos para condenar a los demás? ¿Por qué nos sentimos con derecho a  poner en evidencia la miseria de nuestros prójimos? ¿Quién o qué nos da el derecho a pensar que somos mejores que los demás? ¿Por qué nos consideramos justos e irreprochables cuando descubrimos las debilidades o las limitaciones de los demás?

Jesús no juzga ni reprocha la arrogancia que encuentra en la actitud de los escribas y fariseos; lo que hace es ayudarles a entrar en sí mismos para descubrir que el pecado nos hace iguales a todos los humanos y que nadie puede presumir de ser mejor que los demás.

Aquí, los acusadores y la acusada son llevados por Jesús a reconocer la propia miseria y lo inaceptable de sus pecados y antes de levantar la mano para señalar el pecado de los demás, hay que tener el valor de entrar en sí mismos para tomar conciencia de que somos los primeros necesitados en ser contemplados con misericordia y con perdón.

El reconocimiento de la propia miseria conduce a la experiencia de la humildad que nos lleva a aceptar en silencio la necesidad que tenemos de volver sobre nuestros caminos en una actitud de conversión.

No sabemos si los escribas y fariseos se sintieron movidos a ese cambio interior, pero no les quedó más remedio que retirarse en silencio, comiéndose por dentro todas sus ganas de condenar.

Y, la lección que nos dejan es que, en el camino de conversión hay que tener la valentía de entrar en nosotros mismos y, sin miedos, empezar a preguntarnos ¿cuáles son los cambios que tenemos que poner en acto? ¿Cuáles son los pecados y los estilos de vida que urgen ser afrontados para vivir en armonía con los valores del Evangelio?

Seguramente nos daremos cuenta de que los cambios más urgentes son los que tienen que iniciarse en nosotros mismos y no seremos capaces de transformar el mundo en que nos encontramos si no empezamos por nosotros mismos.

Volviendo a Jesús que observa en silencio, nos damos cuenta que establece un diálogo con la mujer que espera, de alguna manera su sentencia. Jesús, con sus palabras de comprensión, le devuelve la posibilidad de ponerse en píe y de continuar su camino. El no la condena, pero no la justifica en su pecado.

Ni Jesús ni los escribas y fariseos acaban condenando a la mujer, pero Jesús le pide que no vuelva a su camino anterior, que no se quede en su condición de pecadora. Vete y no vuelvas a pecar. Con estas palabras Jesús le recuerda a la mujer que no está hecha para vivir en el sufrimiento del pecado.

No la condena, pero tampoco le aplaude dejando las cosas como están. No, al contrario, la invita a iniciar una vida nueva en donde pueda hacer la experiencia de la reconciliación y del perdón.

Ahí nos encontramos, también nosotros hoy, invitados a reconocer nuestras caídas y todo aquello que nos ha llevado a vivir lejos del Señor, desobedeciendo sus mandatos.

Nos podemos encontrar tirados por tierra, humillados por nuestras caídas y debilidades, señalados, a lo mejor no tanto por los demás sino por nosotros mismos sin poder escapar y sin poder negar la necesidad que tenemos de ser salvados.

Sin duda resonarán fuerte en nuestro interior las palabras del Señor que nos dice que a él no le interesa el pecado, sino que el pecador se convierta y viva.

Ojalá todos nos demos la oportunidad de arriesgarnos y tengamos la valentía de dar el paso a una vida nueva, una vida en la que nos sintámosle llevados por la mano del Señor.


Dios salva amando ¡No a pedradas!
P. Romeo Ballan, mccj

Isaías 43,16-21; Salmo 125; Filipenses 3,8-14; Juan 8,1-11

Reflexiones
La “nueva vida” es el tema de las tres lecturas de este domingo. Jesús en el Evangelio devuelve la vida a la mujer adúltera: “Anda, y en adelante no peques más” (v. 11). Ya el profeta Isaías (I lectura) hablaba de vida a los exiliados en Babilonia prediciendo el retorno a la patria: “Miren que realizo algo nuevo, ya está brotando”. Dos signos elocuentes acompañan la promesa: un camino en el desierto y ríos en la estepa (v. 19). Para san Pablo (II lecturala vida nueva es una persona, Jesucristo, el único tesoro, ante el cual todo lo demás es pérdida y basura (v. 8). Él es la única meta hacia la cual hay que correr con tesón. Pablo no siente este compromiso como un peso, sino como una respuesta de amor hacia Cristo que por él se ha entregado (v. 12.14). De esta experiencia nace el impulso misionero de Pablo.

“Al amanecer” (Evangelio), sobre la explanada del templo de Jerusalén, comenzó la vida nueva también para una mujer “sorprendida en flagrante adulterio” (v. 2.4). Una mujer que, según la ley, debía ser lapidada, es arrojada como un guiñapo delante de Jesús, la única acusada de una culpa que, por definición, supone la existencia de un cómplice, el cual, sin embargo, se ha volatilizado hábilmente… Jesús la salva de las pedradas con gestos sorprendentes, que provocan un cambio total de la situación. Ante todo, el silencio desarmante de Jesús, luego esos signos escritos con el dedo en el suelo, que la historia nunca logrará descifrar (v. 6.8), y por fin el desafío a lanzar la primera piedra (v. 7). Son gestos que desenmascaran la hipocresía de esos acusadores legalistas con corazón de piedra. Su trampa para poder acusar a Jesús era (casi) perfecta: si él salva a la mujer, va en contra de la Ley; si la condena a ser matada, va en contra del Imperio romano, que se había reservado el derecho de una ejecución mortal. Jesús sortea todas las trampas y va al meollo del problema y de la solución: apela a la conciencia de los acusadores.  

Al final, quedan solos la mujer y Jesús: “la mísera y la misericordia”, comenta san Agustín. Jesús habla a la mujer: nadie le había hablado, la habían llevado a empujones y con acusaciones. Jesús le habla no con el lenguaje de la calle, sino con respeto, reconociendo su dignidad; la llama ‘mujer’, como Él solía llamar a su madre (Jn 2,4; 19,26). Jesús distingue entre ella – mujer frágil, ciertamente – y su error, que Él no aprueba: el adulterio es y sigue siendo un pecado (Mt 5,32), incluso en el caso de un deseo deshonesto (Mt 5,28; y el IX mandamiento). Él condena el pecado, pero no a la pecadora; no se detiene a analizar el pasado; relanza la vida, la abre nuevamente al futuro. El meollo de la narración no es el pecado, sino el corazón de Dios que ama y quiere que nosotros vivamos. Esta es la imagen de Dios-amor que Jesús quiere transmitir: que la mujer experimente que Dios la ama como ella es. De este modo, sintiéndose respetada, amada, protegida, la mujer está en condiciones de acoger la invitación de Jesús a no pecar más (v. 11). Dios salva amando, no a golpes de ley o a pedradas. ¡Solo el amor convierte y salva! Esa mujer encuentra a Jesús que le cambia la vida, vive así su Pascua: ¡ha resucitado!

Este incómodo pasaje evangélico ha tenido una historia atormentada: varios códices antiguos lo omiten, otros lo desplazan de lugar. Algunos piensan que el autor no es Juan sino Lucas, debido al estilo y al mensaje muy similares a la parábola del padre misericordioso (ver Lucas 15, en el Evangelio del domingo pasado), con los diferentes personajes: la mujer en el papel del hijo menor; los escribas y los fariseos alineados con el hijo mayor; y Jesús en el perfecto rol del Padre. Lo subraya también un conocido autor moderno: «Un texto insoportable, que falta en varios manuscritos. La conciencia moral y la conciencia religiosa de los hombres no pueden admitir que Cristo se niegue a condenar a la mujer… Ella ha sido sorprendida en flagrante delito; ha cometido uno de los pecados más graves que la Ley conozca… Cristo confunde a los acusadores recordándoles la universalidad del mal: ellos también, espiritualmente, son unos adúlteros; ellos también, de una u otra manera, han traicionado el amor. “El que esté sin pecado…” Nadie está sin pecado, y Él concluye diciendo: “Anda y en adelante no peques más”. Una frase que abre un nuevo porvenir» (Olivier Clément).

Este pasaje evangélico constituye una intensa página de metodología misionera para el anuncio, la conversión, la educación a la fe y a los valores de la vida. El amor genera y regenera a la persona, la hace libre; Jesús educa al amor vivido en libertad y con gratuidad. Tan solo con estas condiciones se entiende por qué debemos dejar caer de nuestras manos las piedras que quisiéramos arrojar a otros. El hecho de que los más viejos se vayan escabullendo (v. 9), ¿revela en ellos un sentido de culpa, de vergüenza, o de haber aprendido la lección? Finalmente, queda claro que todo el que trabaja o lucha honestamente por la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, en los diferentes ámbitos, tiene en Jesús a un precursor ideal, a un pionero y a un aliado.

Palabra del Papa

«Así encuadra san Agustín el final del Evangelio de hoy: “Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia” (In Io. Ev. tract. 33,5). Se fueron los que habían venido para arrojar piedras contra la mujer o para acusar a Jesús siguiendo la Ley… En cambio, Jesús se queda. Se queda, porque se ha quedado lo que es precioso a sus ojos: esa mujer, esa persona. Para Él, antes que el pecado está el pecador. Yo, tú, cada uno de nosotros estamos antes en el corazón de Dios: antes que los errores, que las reglas, que los juicios y que nuestras caídas. Pidamos la gracia de una mirada semejante a la de Jesús, pidamos tener el enfoque cristiano de la vida, donde antes que el pecado veamos con amor al pecador, antes que los errores a quien se equivoca, antes que la historia a la persona».

Papa Francisco
Homilía en la liturgia penitencial, 29-3-2019


Jesús y la pecadora
P. Antonio Villarino, mccj

Comentario a Jn 8, 1-11

Este texto emblemático que leemos hoy tiene muchas dimensiones. Me detengo en la actitud de Jesús hacia aquella mujer pecadora. Es interesante que Jesús no hace grandes discursos. Sus palabras son muy escuetas. Podemos detectar tres niveles:

-Un gesto que reconoce el pecado como una experiencia universal.
A veces cuando pecamos, tenemos un sentido exagerado de la enormidad de lo que hemos hecho. Nos abruma el orgullo herido de que precisamente nosotros hayamos hecho eso. ¿Cómo es posible que hayamos caído tan bajo? ¡Qué vergüenza tener que confesarlo! 
Es curioso que esta experiencia es la misma que nos transmite la parábola del Hijo pródigo: El muchacho pecador se avergüenza de lo que ha hecho, sólo cuando se ve reducido a una piltrafa humana reconoce su fallo, cuando no tiene más remedio. Entonces, deseoso de vivir a pesar de todo, está dispuesto a humillarse, reconocer su pecado ante el Padre.
Éste, como ha hecho Jesús en este episodio, no dice nada: Simplemente le echa los brazos al cuello.
Más que el pecado mismo nos duele el hecho de que se sepa, de que nuestra imagen sufra a los ojos de los otros. Nos pasa a casi todos. Lo que nos duele en la experiencia del pecado es el sentirnos particularmente malos, el perder la propia estima y la de los demás. Jesús, con su simple gesto, dice: Ella no es tan diferente de nosotros. Por eso invita a no juzgar y a no abrumarse. Simple realismo: ni soy inocente, ni me he convertido en la personificación del mal.
-Una palabra liberadora: Yo tampoco te condeno. 
Es difícil decir una frase más corta y más liberadora, una palabra que acompaña al gesto para reafirmar su valor liberador. ¿No les pasa a ustedes que uno va a confesarse, siempre un poco avergonzado, y no tiene ninguna gana de que el cura le eche un sermón? Si uno ya sabe todo eso que le dicen…. Uno sólo espera que le digan: Tus pecados son perdonados. Y a otra cosa.
-Una palabra de futuro.
Puedes irte y no vuelvas a pecar. Hay que situarse en la experiencia de la pecadora. Su pecado llevaba acarreada la muerte física. No tenía ningún futuro. Jesús le dice: La vida no ha terminado, se puede empezar de nuevo. En ella se cumple la promesa bíblica: Haré surgir ríos en el desierto y labraré surcos en el mar. El perdón se convierte en alegría y compromiso, tal como lo expresa una vez más el bello salmo 50:
“Hazme sentir el gozo y la alegría,
y exultarán los huesos quebrantados…
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
Renueva dentro de mí un espíritu firme…
Devuélveme el gozo de tu salvación,
Afirma en mí un espíritu magnánimo;
Enseñaré a los malvados tus caminos,
Los pecadores volverán a ti….
Mi lengua proclamará tu fidelidad”.


Juan 8,1-11
Todos necesitamos perdón
José Antonio Pagola

Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a “proclamar la liberación de los cautivos […] y dar libertad a los oprimidos”. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a “una mujer sorprendida en adulterio”. No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: “En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?”

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer, angustiada; la gente, expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: “Aquel de vosotros que no tenga pecado puede tirarle la primera piedra”. ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: “Yo no he venido para juzgar al mundo, sino para salvarlo”.

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice “Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más”.

Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”
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La miseria y la misericordia, una frente a la otra
Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma (cf. Jn 8, 1-11), es tan bonito, a mí me gusta mucho leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo de relieve el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La escena ocurre en la explanada del Templo. Imagináosla allí, en el atrio [de la basílica de San Pedro]. Jesús está enseñando a la gente, y llegan algunos escribas y fariseos que conducen delante de Él a una mujer sorprendida en adulterio. Esa mujer se encuentra así en el medio entre Jesús y la multitud (cf. v. 3), entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia, la rabia de sus acusadores. En realidad ellos no fueron al Maestro para pedirle su opinión —era gente mala—, sino para tenderle una trampa. De hecho, si Jesús siguiera la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perdería su fama de mansedumbre y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio quisiera ser misericordioso, debería ir contra la ley, que Él mismo dijo que no quería abolir sino dar cumplimiento (cf. Mt 5, 17). Y Jesús está en medio de esta situación.

Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: «¿Tú que dices?» (v. 5). Jesús no responde, se calla y realiza un gesto misterioso: «inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra» (v. 7). Quizás hacía dibujos, algunos dicen que escribía los pecados de los fariseos… de cualquier manera, escribía, estaba en otro lado. De este modo invita a todos a la calma, a no actuar inducidos por la impulsividad, y a buscar la justicia de Dios. Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta. Parecía que tenían sed de sangre. Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra» (v. 7). Esta respuesta desubica los acusadores, los desarma a todos en el sentido estricto de la palabra: todos depusieron las «armas», o sea las piedras listas para ser arrojadas, tanto las visibles contra la mujer, como las escondidas contra Jesús. Y mientras el Señor sigue escribiendo en la tierra, haciendo dibujos, no sé…, los acusadores se van uno tras otro, con la cabeza baja, comenzando por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado. ¡Qué bien nos hace ser conscientes de que también nosotros somos pecadores! Cuando hablamos mal de los otros —todas estas cosas que nosotros conocemos bien—, ¡qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer en el suelo las piedras que tenemos para arrojárselas a los demás y pensar un poco en nuestros pecados!

Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una frente a la otra. Y esto cuántas veces nos sucede a nosotros cuando nos detenemos ante el confesionario, con vergüenza, para hacer ver nuestra miseria y pedir el perdón. «Mujer, ¿dónde están?» (v. 10), le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y llena de amor, para hacer sentir a esa persona —quizás por primera vez— que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar por una senda nueva.

Queridos hermanos y hermanas, esa mujer nos representa a todos nosotros, que somos pecadores, es decir adúlteros ante Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra salvación a través de Jesús. Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en la tierra, en el polvo del que está hecho cada ser humano (cf. Gén 2, 7), la sentencia de Dios: «No quiero que tu mueras, sino que tú vivas». Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con el pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y quiere que también nosotros lo queramos con Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible —¡es posible!— con su gracia.

Que la Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la misericordia de Dios, para convertirnos en criaturas nuevas.

Angelus, 13.03.2016

Reunión nacional de Pastoral Afromexicana

Por Hna. Ruperta Palacios
(https://jocruz4.wixsite.com/cimarronmex)

Los días 24-26 de marzo del 2025 la pastoral afromexicana se reunió en el Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas -CENAMI- con el objetivo de “Iniciar el camino de reflexión, a partir de la experiencia Guadalupana, hacia el XVI Encuentro de Pastoral Afro de América Latina y el Caribe y buscar juntos cómo responder a los clamores y esperanzas de los pueblos afromexicanos”.

Participaron más de 50 personas provenientes de los estados de Oaxaca, Veracruz y Guerrero. En este encuentro, los participantes tomaron conciencia de que la realidad que viven los pueblos negros en México, son clamores que se elevan al cielo y claman por justicia, dignidad, inclusión, protección y liberación.

Se reflexionó sobre cómo el Dios del Éxodo que ve, oye y baja a liberar, es el mismo en el cual creían nuestros ancestros, un Dios que busca la liberación y protección para nuestros pueblos ante las antiguas y nuevas esclavitudes. “RUJA”: Liberación y “URRA”: protección, son los gritos que resuenan desde las realidades de nuestros pueblos y se hacen escuchar con esas advocaciones africanas.

Dios, es un Dios que “ruge”, que sale en defensa de los más vulnerables para liberarlos. Desde la tradición bíblica se reconoce que Dios no es alguien neutro, Él toma partido por el huérfano, la viuda y el extranjero y, durante la diáspora africana, se pone de lado de los esclavizados. Y, como el salmista, el pueblo afromexicano pide protección a Dios: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”. Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen”. (Sal 15) 

Aunque este pueblo pasó por las cañadas más obscuras de la vida, Dios siempre le acompañó, lo cuidó y lo protegió bajo sus alas, pues sus descendientes están aquí, nosotros/as también somos hijos, nietos y bisnietos de un mandinga, de un congolés, de un dahomeyano…

El Dios que ruje en busca de liberación y protección, también es un Dios alegre, que danza en medio de su pueblo, según la experiencia del profeta “cusita” (africano) Sofonías. El pueblo afromexicano nunca perdió la esperanza en Dios, aminoraba el dolor, la tragedia, los traumas por medio de la danza y el sentido de fiesta. Desde esta experiencia bíblica reconoce que Dios está en medio de él, como aquel que salva y redime. La esperanza le hace resistir ante las dificultades.

La celebración eucarística del día 26 de marzo 2025 quedó marcada en el corazón de muchos afromexicanos, por fin el pueblo afro arrojó las cadenas y entró como pueblo libre al santuario de nuestra señora de Guadalupe, ella como madre de todos abrió sus brazos y nos dijo con una voz muy dulce y tierna:

“Tú también eres mi hijo, mi hija muy amada, hacía muchos siglos que yo esperaba y yo soñaba con este momento. Tú siempre serás bienvenido/a a esta casita sagrada, aquí tienes un lugar en mi corazón. Yo también tengo tú mismo color.” ¡Toquen los tambores, el bote, la charrasca, la armónica, den gritos de alegría, hoy es un día fiesta!

Dicen que los “diablos” entraron a esta basílica. Yo no vi a los diablos, yo vi a personas humanas, que entraron con gran libertad, venciendo los miedos, danzando como en el gran día de fiesta. Vi a un pueblo que se regocijaba, que cantaba con el alma, vida y corazón.

Les ¿digo una cosa? Dijo la virgen: su presencia devolvió el alma a esta basílica, el toque de los tambores retumbó también en mi corazón, yo estoy alegre porque ustedes han venido a verme a esta su casita. 

Nota: Para más información sobre la Pastoral Afromexicana, visite la página web Cimarronmex

Haití: las bandas armadas asesinan a dos religiosas

Dos religiosas de la congregación de las Petites Sœurs de Sainte Thérèse, han sido asesinadas en Mirebalais, en el centro de Haití, el pasado 31 de marzo, durante un ataque perpetrado por bandas armadas que han invadido la zona desde el pasado lunes. El arzobispo de Puerto Príncipe, Max Leroy Mésidor, ha confirmado la noticia expresando que se trata de “una inmensa pérdida para la comunidad”.

Las víctimas, Evanette Onezaire y Jeanne Voltaire, fueron asesinadas el lunes, cuando la ciudad de Mirebalais fue atacada por la coalición criminal Viv Ansanm. La violencia también se extendió a asaltos a comercios, comisarías de policía e incluso una prisión, de la que al parecer se han fugado más de 500 reclusos.

Según los informes locales, las religiosas trabajaban en una escuela de Mirebalais y se habían refugiado en una casa con una chica durante los ataques. Sin embargo, las bandas armadas irrumpieron en la vivienda, abrieron fuego y mataron a las hermanas.

La situación en Mirebalais sigue siendo crítica. El delegado departamental del gobierno en la zona, Frédérique Occéan, ha indicado que los cadáveres en descomposición están esparcidos por las calles, generando un olor nauseabundo. Las autoridades municipales se encuentran ausentes y muchos residentes han huido de la ciudad.

En las últimas horas, también se ha reportado un ataque al Hospital Universitario de Mirebalais por parte de las mismas bandas armadas. En la capital, ayer, miles de personas salieron a las calles en protesta por el aumento de la violencia y los ataques de las bandas. Las manifestaciones incluyeron a desplazados que viven en campamentos adyacentes a Puerto Príncipe, junto con los residentes de barrios como Canapé-Vert, Turgeau, Carrefour-Feuilles, Pacot, Debussy, Delmas y zonas cercanas. La Policía Nacional haitiana ha utilizado gases lacrimógenos para dispersar a la multitud cuando está se encontraba cerca de la Ville d’Accueil, sede del Consejo Presidencial de Transición y del gobierno.

Según datos de la ONU, la violencia en Haití causó al menos 5.600 muertos en 2023, un aumento de mil respecto al año anterior. Además, se reportaron más de 2.000 heridos y alrededor de 1.500 secuestros. El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, había denunciado, horas antes de los incidentes en Mirebalais, que entre julio y febrero al menos 4.239 personas fueron asesinadas y 1.356 resultaron heridas por armas de fuego llegadas ilegalmente del extranjero, a pesar del embargo impuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU.

crédito: agencia FIDES

¡Detente, analiza, decide!

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Las informaciones nos invaden y nos saturan. El celular no cesa de sonar o de vibrar, ni de día ni de noche; si alguien lo extravía, se siente en el aire, perdido. Muchos viven al ritmo vertiginoso de cada día. Si no estás al tanto de todo lo que llega por las redes, pareciera que no tienes de qué conversar, que no vales; por ello, tienes la obsesión de estar informado de todo, no para hacerte mejor persona y ayudar a resolver problemas comunitarios, sino sólo para saber de todo. Casi nadie lee textos largos y libros; sólo mensajes y videos cortos, que se suceden sin control. Por ello, tanta superficialidad mental y conductual en adolescentes y jóvenes, y también en quienes ya no lo somos.

Afortunadamente, hay jóvenes adultos que le han encontrado sentido a su vida siendo servidores abnegados en su familia y en la comunidad. Permanecen solteros no por ser egoístas y comodinos, sino para estar más libres y servir. Una hermana mía decidió no casarse, a pesar de las varias oportunidades que tenía, para servir a mis papás, a la familia y a la comunidad. Me asistió en mis diferentes cargos eclesiales. Ahora ya es muy mayor de edad y con achaques propios de los años, pero ¡es una mujer realizada y fecunda! Sembró mucho amor, y ahora recibe cariño y apoyo de todos.

Pero hay jóvenes, y no tan jóvenes, que pasan los años y no deciden su vida; nunca terminan de estudiar; son eternos adolescentes, que hacen lo que les da la gana, casi siempre con el dinero de papá. No asumen responsabilidades. No quieren casarse por ninguna ley, menos por la Iglesia; su decisión es andar libres, tener dinero, viajar, divertirse y hacer lo que sus sentimientos les sugieren o lo que el mundo les propone. Son veletas a merced de los vientos culturales. Si se llegan a casar, o a juntarse, no quieren hijos, porque tenerlos exige dedicación, sacrificar tiempo, dinero y libertad. A unos los acostumbraron desde niños a ser egoístas, a sólo recibir y exigir lo que querían; no les educaron para ser corresponsables en el trabajo del hogar o de la comunidad; los papás y abuelos les cumplían todos sus caprichos. ¡Qué será de ellos cuando enfermen o envejezcan! Con estas juventudes, ¡qué presente y qué futuro nos espera!

No por presumir, pero yo desde los doce años tomé la decisión de ser sacerdote. Claro, a esa edad no se comprende todo lo que esto implica. Pero, a los 23-24 años, asumí esa decisión de por vida, y no me he arrepentido de ello. La mayoría de nosotros los adultos podríamos suscribir lo mismo, cada quien en su vocación. ¡Eran otros tiempos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, cuya lenta recuperación celebramos, cuando aún estaba en el hospital, envió un mensaje para la LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en que dice a los jóvenes:

“En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar.

Quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad. La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para ‘leer’ la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser ‘sal, luz y levadura’ del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional” (19-III-2025).

ACCIONES

Joven: Si tú no te detienes, si no piensas, ni no analizas, si no decides, no vas a ser más que un juguete de la vida. Sé tú: reflexiona, analiza pros y contras, ventajas y desventajas, no sólo para lo inmediato, sino para los años siguientes. Construye tu vida; no dejes que otros te la hagan como quieran.

Papás: quieran mucho a sus hijos; y, por ello, no sólo denles todo lo que pidan, sino edúquenlos también para la corresponsabilidad familiar, para diversos servicios dentro del hogar y con una dimensión social más amplia hacia la comunidad. ¡Que lleguen a ser buenos servidores de los demás, en las diferentes vocaciones!