La vida es algo sagrado que nos desborda

Por: Hna. Patricia del Rosario Lemus Alvizures, smc.
Desde: Sri Lanka

Soy Patricia Lemus, Misionera Comboniana, de Guatemala y actualmente estoy en la misión de Sri Lanka. Aquí las Misioneras Combonianas tenemos dos presencias en la provincia central: en Talawakelle y en Hatton. Yo estoy en esta última. Realmente la comunidad somos dos personas nada más, porque dependemos de la comunidad de Talawakelle en la que están cuatro hermanas. Es una comunidad reciente, que se ha iniciado el 4 de febrero de 2024. Nuestra casa está situada justo enfrente de un templo hindú. Nuestra misión aquí es la educación, el trabajo en la pastoral social y el diálogo interreligioso.

Hatton es una ciudad bastante pequeña, a mil 270 metros sobre el nivel del mar. Fue fundada durante la época colonial británica para producir café y té. Tiene este nombre por la ciudad de Hatton, una localidad en Aberdeenshire (Escocia). Aquí todas las plantaciones de té tienen nombres de aldeas escocesas.

En Hatton, como en todas las ciudades, conviven las cuatro religiones mayoritarias: hinduismo, budismo, cristianismo e Islam. En este contexto intercultural e interreligioso se entiende que el día empiece con la oración.

La primera oración del día es la de los musulmanes, hacia las 04:30 de la madrugada. Esa es la oración que me despierta todos los días. Es un momento muy particular poder sentirme en comunión con los musulmanes que rezan a esas horas. Unos minutos más tarde, hacia las 05:00 empieza la meditación de los budistas con mantras que repiten y que también hace que me conecte con ellos. Me ayuda a pensar en tanta gente que busca la trascendencia. Sabemos que el budismo no es una religión, pero las personas budistas intentan trascender a algo más. Más tarde sigue la oración de los hindúes. Inician los himnos, los rituales propios que tienen para todos los dioses. Y por último oímos la campana de la Iglesia que nos llama a participar cada día en la Eucaristía. Ese es el inicio de cualquier día que se sigue compartiendo la vida. Es el diálogo de la vida en el que todo está conectado con la trascendencia, con lo divino.

Hatton es una pequeña ciudad en la que hay cuatro grandes centros educativos. Muchos estudiantes vienen desde los pueblos más cercanos para poder estudiar aquí. Yo trabajo en uno de esos institutos y cuando voy allí veo toda una marea blanca que se desplaza. Yo lo llamo “el río blanco”. Son todos los estudiantes que van a clase con sus uniformes. En el instituto en el que trabajo la mayoría de los estudiantes son hindúes. Ellos, antes de salir de sus casas hacen también sus oraciones. En cada casa, en cada familia hay un altar en el que rezan con gestos, con oraciones.

Y del mismo modo que el día inicia con la oración, también se termina así, con la oración. Eso hace parte de la vida, de la cultura. Toda la vida de las personas gira alrededor de la religión, de la convivencia, de la celebración. Hay momentos muy particulares para compartir, para crecer como comunidad.

También hay una característica especial en Sri Lanka, y es la cultura del té, que es el cultivo por excelencia. Un día en la misión no puede pasar sin el té. El té hace parte de la vida, por eso donde quiera que vas te ofrecen siempre una taza de té.

Nosotras tenemos unas vistas privilegiadas. Los campos de té parecen jardines muy ordenados. Pero detrás de esa belleza se intuye tanto sacrificio y tanta injusticia. Las mujeres son las grandes trabajadoras en este tipo de cultivos. Muy temprano por la mañana van a trabajar a los campos y trabajan ocho horas para recibir un salario bastante miserable. Por la tarde las vemos regresar bajo el sol o bajo la lluvia, con cargas pesadas. Viven en una gran precariedad.

Toda esta vida y oración compartida es algo muy importante para mí. Me hace sentir en comunión, conectar con los cuatro diferentes grupos de culturas, de religiones que buscan entender la vida como un algo más. La vida no es solo trabajar, estudiar, disfrutar, sino un algo más, algo sagrado que nos desborda.

Misioneras Combonianas-Madrid

46 años de presencia comboniana en Costa Rica

Hoy, 6 de febrero, se cumplen 46 años de la llegada de los Misioneros Combonianos a Costa Rica. En aquel entonces, el P. Juan Pedro Pini y el Hno Fernando Bartolucci, pertenecientes a la Provincia comboniana de México, iniciaban una nueva presencia en la capilla de la Sagrada Familia de San José. La comunicad comboniana formaba parte de la Provincia de México. Con el tiempo fue aumentando el número de misioneros, se abrieron comunidades en otros países hasta conformar la que actualmente es la Provincia de Centroamérica.
Compartimos aquí la primera carta que el P. Juan Pedro Pini escribió a sus superiores al poco de llegar.

«Queridísimo Padre,

Gracias por los saludos y por alentarnos para nuestro trabajo. Las primeras impresiones acerca de Costa Rica son buenas, también si sentimos ya que se vislumbran las sombras, pero que sirven para dar mayor luz a las situaciones.

Nuestra capilla, la Sagrada Familia, se encuentra a diez minutos del centro de la capital San José.  Está situada en una región de pobres y de trabajadores (cerca de diez mil).

Hay mucha frialdad en el confrontar la religión, y numerosas plagas sociales: alcoholismo y drogas, difundida también aún entre los niños de 7 años, quienes caen víctimas de quienes quieren ganar a costa de ellos.

Hay también, pequeños grupos que trabajan por sus hermanos, como el movimiento carismático (han realizado apenas una reunión nacional, a la cual han tomado parte 25 mil personas), la Legión de María, grupos que se ocupan de la catequesis, etc. Son una ayuda válida para el Párroco. Nuestra parroquia (“Nuestra” no porque nos ha sido confiada, sino porque en ella se encuentra nuestra residencia, con la iglesia anexa de la Sagrada Familia) es la más numerosa de la capital, cerca de 80.000 personas.

Estamos encargados de la misa de la tarde, de dos misas dominicales y de la asistencia a los grupos que se reúnen en la noche. La gente nos ayuda económicamente, trayéndonos víveres o cualquier ofrenda en dinero: pensando que son pobres, hacen demasiado. Creo que un Padre que quisiera dedicarse al apostolado en la misión urbana –estilo Virgencitas de México, tendría de frente un gran trabajo para hacer.

Ya habíamos hecho contacto con el Arzobispo, con el Administrador Apostólico, que ha sido muy gentil con nosotros, y con el Nuncio (nos ha regalado una botella de vino, ¡para animarnos!). El Director Nacional de las Obras Pontificias nos ha regalado, en cambio, una cocina eléctrica para preparar de comer, y un set de platos con los cuales podremos ir enfrente diez años.

Nadie aquí tiene idea de lo que significa un centro de animación. Diversos padres que he encontrado en el seminario me han preguntado si voy a predicar la actividad misionera al pueblo: es aquello que pasaba en México los primeros años. De alguna manera, estamos ya publicando artículos sobre Daniel Comboni por medio del semanario Eco Católico, anunciando la presencia de los combonianos. Un poco cada vez nos daremos a conocer también a través de Radio Fides y de la televisión.

Con el Hermano Bartolucci, mi compañero de aventuras, hemos ya encontrado en el centro, a tres cuadras de la catedral, una especie de oficina parecida a aquella que habíamos abierto en Guadalajara. Nos servirá para iniciar los contactos con el público, difundir la revista, etc. Toda la vida de la zona se desarrolla alrededor del centro, y por cualquier cosa la gente va a San José. En marzo arreglaremos la oficina y nos darán un apartado postal. Así comenzaremos con gran estilo.

Hay gente que ya nos conoce, porque recibían de México Esquila Misionera: podrán ser buenos colaboradores, y ayudarnos especialmente al inicio.

Por lo que hemos podido notar, la vida es carísima, comparada con México. Todo es importado de los Estados Unidos, y aumentado con los impuestos del gobierno. Estamos bajo la protección de San José, y nos parece de haber regresado a buen tiempo cuando se predicaba mucho el querido Santo como “ecónomo”, como hacía  nuestro Mons Comboni.

Aquí la gente tiene una fe popular y simple, y es muy fuerte el problema de una renovación espiritual, el modo de predicar recuerda un poco los tiempos pasados. Recitan con devoción el Santo Rosario en todas las familias, se reúnen en grupos para leer la Palabra del Señor, miran al sacerdote y lo tienen casi como un ser superior. Tienen mucho para enseñarnos a nosotros los misioneros. Veremos con calma cómo responderán a la invitación para las vocaciones. La base me parece buena.

He descubierto este ambiente un poco por todo lado, aún si donde nosotros vivimos hay aquellos problemas de los que hablé al inicio. Parece que las autoridades eclesiásticas nos han dado trabajo según nuestros dientes: en una zona pobre, marginalizada y para convertirse. Debemos dar gracias al Señor por esto; muchos sacerdotes se maravillan de cómo hemos aceptado inmediatamente este trabajo.

Envíennos por favor Famiglia Comboniana, Boletines y Publicaciones, para que podamos estar al tanto de todo. Nos encomendamos a las oraciones de todos».

P Juan Pedro Pini

San José (Costa Rica), 27 de febrero de 79

Falleció el P. Héctor Villalva

El P. Héctor Villalva Arroyo, misionero comboniano, falleció en la mañana del 5 de febrero en la residencia del Oasis, en Zapopan, Guadalajara (Jalisco). El P. Héctor, de 89 años, llevaba ya tiempo en la residencia de los combonianos para los misioneros ancianos y enfermos, donde recibía los cuidados que su estado de salud exigían, particularmente su enfermedad de Alzheimer.

Fecha de nacimiento: 12/07/1935
Lugar de nacimiento: Santa Rosalía (Chihuahua) / M
Votos temporales: 09/09/1964
Votos perpetuos: 09/09/1967
Fecha de ordenación: 03/07/1966
Llegada a México: 1973

Fecha de fallecimiento: 05/02/2025
Lugar de fallecimiento: Guadalajara / México

Héctor nació en Santa Rosalía de Cuevas, Municipio de Doctor Belisario Domínguez (Estado de Chihuahua), el 12 de julio de 1935, hijo de Juan Villalba y Ramona Arroyo. Cursó sus estudios primarios y secundarios en la localidad. En 1954 ingresó en el Seminario Conciliar de Chihuahua, donde cursó cuatro años de Humanidades. En 1958 inició el trienio de Filosofía.

En su corazón ya tenía claro el deseo de ser misionero. Ya había conocido a algunos misioneros combonianos en México. Durante su primer curso de teología, también habló abiertamente de esto con el obispo de la diócesis de Chihuahua, quien le dijo que estaba dispuesto a «dejarlo ir», y en agosto de 1962 le entregó sus cartas de renuncia.

El 28 de septiembre, Héctor está en la casa comboniana de Tepepam (Ciudad de México) para comenzar el noviciado de dos años. Allí pasa el primer año. En septiembre de 1963 se encuentra en el noviciado de Florencia (Italia) para el segundo año, durante el cual asiste al segundo curso de teología en el Seminario Episcopal de Fiesole. El 9 de septiembre de 1964 emite sus primeros votos religiosos en manos del Padre Maestro Stefano Patroni. Inmediatamente después, se traslada a Venegono Superiore para continuar sus estudios teológicos. El 3 de julio de 1966 fue ordenado sacerdote por San Pablo VI, en Roma.

De regreso a México, fue destinado inmediatamente al seminario menor de San Francisco del Rincón como formador y profesor. En julio de 1968 se encuentra en la ciudad de México, en la sede provincial, como director diocesano de las Obras Misionales Pontificias y asistente nacional de la Liga Misionera Estudiantil. El 1 de enero de 1971 está en el seminario comboniano de Guadalajara, como propagandista y encargado de la animación misionera. Aquí recibe carta de destino a las misiones de Uganda. En septiembre va a Cincinnati (USA) para un cursillo de inglés. En diciembre de 1971 está en Masindi (Uganda), diócesis de Hoima. Permanece allí seis años como vicario parroquial. A principios de 1976, se trasladó a Nyantonzi, en la misma diócesis.

En marzo de 1977, el Superior General, P. Tarcisio Agostini, le envió una carta de destino: «Le comunico que es deseo del Consejo General que regrese a México para ayudar a la provincia en sus diversas actividades. Conozco el sacrificio que te pedimos: dejar temporalmente Uganda y la obra que has comenzado no será fácil para ti. […] En México el Señor está bendiciendo nuestro instituto de manera especial con muchas vocaciones. El sacrificio que os pedimos se convertirá en alegría cuando veáis que estáis preparando a muchos nuevos misioneros para la misión en el futuro. Por eso, te destino a la provincia de México a partir del 1 de julio de 1977».

Después de unas vacaciones familiares, el padre Héctor fue superior del seminario de Guadalajara en septiembre de 1977. En julio de 1980 fue destinado al Centro Vocacional Comboniano de la Ciudad de México, como promotor vocacional.

Tras siete años en México, el padre Héctor pudo regresar a Uganda. En julio de 1984 se encuentra en la parroquia-misión de Kigumba, diócesis de Hoima. Permanece allí poco tiempo, porque el Padre Colombo Fernando, responsable del escolasticado internacional de Kampala, pide insistentemente un asistente y un posible sustituto, y nombra al Padre Héctor. En junio de 1985, el Padre Héctor recibe una carta del Superior General, Padre Salvatore Calvia, destinándole al escolasticado de Kampala, como ayudante del Padre Colombo: «Hay razones de peso que nos han llevado a esta designación. Sé que no es un gran consuelo para ti, pero he aquí mis razones: es un acto de estima hacia ti; estamos seguros de que tu presencia en el escolasticado será muy positiva, llena de equilibrio y estabilidad; hemos querido poner un formador «no italiano» para acentuar la internacionalidad en todas las estructuras del Instituto; por último, pensamos que no tendrás que sacrificar en absoluto el trabajo pastoral, porque en Kampala encontrarás muchas formas de trabajar en la pastoral, especialmente en la parroquia muy cercana de Mbuja».

En junio de 1988, el escolasticado fue trasladado a Nairobi, Kenia, y el Padre Pierli Francesco, nuevo Superior General, se apresuró a destinar al Padre Héctor a la Provincia de Kenia: «Espero que estés contento en tu nueva situación y que el escolasticado pueda comenzar este nuevo capítulo con la misma seriedad y compromiso que le has dado durante los años de su presencia en Uganda».

Tres meses más tarde, he aquí otra carta del Padre Pierli con un nuevo destino: «Conoces mejor que yo la evolución de los acontecimientos en los últimos tiempos: primero el traslado del escolasticado de Kampala a Nairobi, luego la situación precipitada en términos de personal para la formación en el Centro Internacional de los Hermanos (CIF) en Nairobi debido a la repentina partida del Padre Piergiorgio Prandina. Saben muy bien que los formadores no se improvisan. Por eso, después de varias reflexiones, el Consejo General decidió pedirle que estuviera disponible para ser el formador y superior de la comunidad del CIF». En octubre, está en la nueva casa de formación, donde permanece tres años. Aprende kiswahili, para poder ejercer la pastoral en la parroquia local que dirigen los misioneros mexicanos de Guadalupe.

En 1990 regresa a México para celebrar el 25 aniversario del sacerdocio del primer grupo de combonianos mexicanos. El superior provincial de México insiste en que permanezca en su tierra natal. Pero él no acepta. Está esperando un sustituto en el CIF, y le gustaría hacer trabajo pastoral en uno de los barrios pobres de Nairobi.

En diciembre de 1990, el padre Pierli le pide por carta que regrese a Kenya y espere al menos hasta mediados de 1991. Sabe que no accede al deseo de su cohermano, y le explica: «Los criterios que sigo para pedir “sacrificios especiales” son los siguientes: pido muy pocos, porque, al ser especiales, no es fácil encontrar a alguien que pueda soportarlos; los pido a alguien que creo que tiene la estatura moral y espiritual para soportarlos; y espero que el sufrimiento que causan pueda ser muy fructífero, si se acepta con fe».

En junio de 1991, el padre Pierli le envió una carta con el destino a la provincia de Uganda a partir del 1 de julio. El Superior General sintió la necesidad de añadir: «Le agradezco de todo corazón lo que ha hecho y lo que ha sufrido”.

El padre Héctor regresa a México para pasar las vacaciones. En octubre de 1991 está en Roma para iniciar unos cursos de espiritualidad; en enero de 1992 comienza el curso de actualización, hasta junio. En julio está en Kigumba, Uganda, como superior de la comunidad. Allí permanece hasta junio de 1998, cuando regresa a México para un año sabático, al final del cual recibe una carta del P. Manuel Augusto Ferreira, Superior General, destinándole a la Provincia de México a partir del 1 de enero de 1999.

Se traslada pues a Cuernavaca, al prepostulantado-seminario hasta diciembre de 2000, encargado de la animación misionera. En enero de 2001, se encuentra en Monterrey, donde está el aspirantado y el postulantado, siempre a cargo de la animación misionera.

En junio de 2003, es destinado a Uganda. En noviembre, está en Kampala, en la parroquia de Mbuya. Dos meses más tarde, es destinado a la misión de Rushere, diócesis de Mbarara, con el padre Paolo Tomaino. De junio de 2005 a marzo de 2006, está en la misión de Kyamuhunga (Bushenyi), diócesis de Mbarara, para volver de nuevo a Rushere hasta finales de 2011, cuando ya tiene 76 años y comienza a sentirse débil, con dificultad para recordar las cosas. Él mismo expresa su deseo de regresar a México.

El Superior General le escribe una carta destinándole a la Provincia de México. Entre otras cosas escribe: «Has trabajado durante un buen número de años en Uganda y Kenya. Por ello te doy las gracias de todo corazón, en nombre del Consejo General y de todo el Instituto. Te deseo felices y fructíferos años de apostolado en tu patria. Te encomiendo a la Virgen de Guadaluge y a San Daniel Comboni’.

En enero de 2012 estaba en Guadalajara, en el centro para hermanos ancianos, llamado OASIS, donde pasó el resto de su vida. Aquí falleció el 5 de febrero de 2025, rodeado del cariño y las oraciones de sus hermanos.

(Padre Franco Moretti, mccj)


Los árboles mueren de pie

(Al recibir la noticia del fallecimiento del P. Héctor Villalva Arroyo mccj)

Tres cosas no pudo robar el Alzheimer del corazón del padre Héctor Villalva: el arraigo al terruño que lo vio nacer (de hecho hasta el final le cantó ¡qué bonito es Chihuahua!), el amor a África donde trabajó incansablemente por más de 45 años (de hecho hasta el final siguió creyendo que apenas el día anterior había llegado al Oasis y ya estaba listo para regresar a su misión), su mirada tierna acompañada de una sonrisa bondadosa (de hecho hasta el final su rostro se iluminó con una paz que lo unía con la eternidad).

El P. Héctor Villalva y el P. Rafael González, formando equipo de promoción vocacional

Tres cosas – según me confesó él mismo – le llenaban de alegría: el haber sido ordenado sacerdote por el Papa Pablo VI en el Vaticano allá por el lejano 1966, el haber contagiado en México a tantos jóvenes con la vocación misionera y haber excavado tantos pozos de agua potable en Uganda para los más pobres que eran azotados cada temporada por el hambre, el nunca haberse alejado de la oración hecha con un alma jovial y creyente en la bondad de un Dios Padre misericordioso y un cariño filial a la Morenita de Guadalupe.

Tres cosas, con fe y lágrimas, dejas hoy en mi memoria agradecida: los largos diálogos durante nuestros viajes por el país cuando realizábamos nuestro trabajo de pastoral vocacional (ahí me enteré de tus secretos que te hacían un gigante en humanidad y no sólo por tu altura física), tu identificación con san Daniel Comboni en su entrega incondicional misionera dando todo en tu vida y para siempre (muchos comentaban que te parecías a nuestro Fundador en su constancia, aunque tal vez nunca te lo dijeron), tu capacidad de hacer amigos y amigas que perduran en el tiempo sin condiciones (mi propia familia así lo experimenta y también yo, aunque tu preferías las canciones de Carlos Gardel y yo las de Jorge Negrete, aunque yo podía pasarme toda la jornada sin comer y tú me exigías que nos detuviéramos de vez en cuando para echarnos un taquito, o cuando me acusabas de ser muy estudioso y tú prefería contar tus experiencias de vida)… en resumen, Héctor, no dejarás de ser mi ejemplo de sacerdote-misionero-comboniano aunque, por el momento, hayas surcado a la otra Orilla. Un atardecer, estamos seguros, nos volveremos a encontrar junto a Dios…y entonces nos seguirás dibujando todos los rostros de multiformes colores y lenguas que habitan tu alma misionera. Gracias y hasta pronto.

P. Rafael González Ponce mccj

Uno de los primeros grupos de combonianos mexicanos. De izquierda a derecha: P. Baltasar Zárate, P. Aurelio Cervantes, Mons. Jaime Rodríguez y P. Héctor Villalva
El P. Héctor Villalva con el Hno. Arnaldo Bragutti
El P. Héctor Villalva y el P. Agustín Pelayo, con la Hna. Conchita Vallarta, primera comboniana mexicana

Jubileo: Puerta de discipulado y misión

FEBRERO
(15-18) Jubileo del Mundo de los artistas
(21-23) Jubileo de los Diáconos

Resulta imposible saber el número de personas que, alrededor del mundo, hemos observado, a través de los diversos medios de comunicación, la escena de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro el pasado 24 de diciembre. Ciertamente nos habrá contagiado la belleza del lugar y el clima orante de la asamblea. Pero todavía más impactante habrá sido contemplar al papa Francisco frágil en su silla de ruedas, casi como un pregón de nuestra humanidad necesitada, sumergiéndose en un océano de esperanza.

La Puerta Santa, que fue abierta de igual forma en las Basílicas de San Juan de Letrán (29 diciembre), Santa María la Mayor (1 enero), San Pablo Extramuros (5 enero), en la cárcel de Rebibbia (Roma, 26 diciembre) y en todas las Catedrales de las diócesis del mundo (29 diciembre), simboliza a Jesucristo y posee al menos estos tres significados:

• Una puerta de entrada al amor insondable e incondicional de Dios. Se trata de experimentar la Misericordia sin límites que nos abraza, re-nueva y llena de fortaleza y paz. De hecho, el pri-mer objetivo del Jubileo es llevarnos a una nueva y más profunda relación con la Trinidad, fuente de vida nueva.
• Una puerta abierta para todos, sin exclusiones, donde el único requisito para formar comunidad es la sinceridad de corazón. Lo que se busca es reconstruir el pueblo fiel de Dios, a través de una conversión al discipulado y a la misión de Jesús. Entramos para volver juntos al pro-yecto original de Dios, al perdón, a la fraternidad, a la justicia.
• Una puerta de salida misionera, como testigos de la esperanza que no defrauda, hacia todas las periferias del sufrimiento y la depresión, de la pobreza y la violencia, de la falta de fe y la esclavitud del mal. En definitiva un Jubileo que nos arranca del egoísmo para compartir el Evangelio liberador.

La Bula de convocatoria del Jubileo, Spes non confundit, nos lo resume con palabras profundas: «Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, “puerta” de salvación con Él (cf Jn 10,7.9), a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre en todas partes y a todos como “nuestra esperanza” (1Tim 1,1)».

Consagración episcopal de Mons. Tesfaye Tadesse

El 2 de febrero de 2025, en el marco de la celebración de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, tuvo lugar en Addis Abeba, capital de Etiopía, la consagración de su nuevo obispo auxiliar, Tesfaye Tadesse Gebreseliase, misionero comboniano. Monseñor Gebreseliase llega a la arquidiócesis después de estar al frente de los Misioneros Combonianos como Superior General durante ocho años.

Mons. Tesfaye Tadesse Gebresilasie nació en Harar el 22 de septiembre de 1969 y pocos meses después llegó a Addis Abeba, de donde era y es su familia. Realizó todos sus estudios, desde la escuela primaria hasta el final de la secundaria, en la ciudad de Addis Abeba. En 1986 entró en el postulantado de los Misioneros Combonianos, hizo sus estudios de Filosofía, en el Philosophicum del CFIPT en Addis Abeba. Inmediatamente después de terminar los estudios de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (91-94), hizo el Año Propedéutico de Estudios Islámicos (94-95) en el Pontificio Instituto de Estudios Islámicos y Árabes de Roma (PISAI). Estudió árabe en el centro académico de Dar Comboni en El Cairo y luego siguió otro año de estudios islamológicos en el PISAI de Roma, (96-97). Posteriormente obtuvo la licencia en Estudios Árabes e Islamología en Roma, en el mismo instituto, en 2000-2001.

Emitió sus primeros votos en el Instituto de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, el 1 de mayo de 1991, en el noviciado de Awassa, Etiopía, y sus votos perpetuos en Roma el 1 de noviembre de 1994. Fue ordenado diácono en Roma el 06/01/95 y sacerdote en Addis Abeba, en su parroquia dedicada a San Salvador, el 26 de agosto de 1995. Después de sus estudios de lengua árabe e islamología, ejerció como párroco en Jartum (Sudán) en la parroquia de Omdurman (1997-2000) y en el Vicariato de Awassa en Etiopía en los años (2001-02); después de un breve curso de formación en la Universidad Salesiana de Roma (UPS), ejerció su ministerio en la promoción vocacional y la formación (2003-04).

De 2002 a 2004 fue Consejero Provincial en Etiopía, y en 2005 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Etiopía, cargo que desempeñó hasta septiembre de 2009, cuando fue elegido Consejero General en el XVII Capítulo General de 2009. De 2005 a 2009 fue presidente de la Asociación (Conferencia) de Superiores Mayores Religiosos de Etiopía (CMRS).

En 2015, durante el XVIII Capítulo General, fue elegido Superior General y en el XIX Capítulo General fue reelegido Superior General para un segundo mandato.

De 2017 a 2022 fue Vicepresidente y Presidente de SEDOS y de 2018 a 2021 miembro del Consejo Ejecutivo de la USG (Uniones de Superiores Generales); participó en la primera y segunda sesiones del Sínodo sobre la Sinodalidad (octubre de 2023 y 2024) como delegado electo de la USG.

El 6 de noviembre el papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de la Archieparquía de Addis Abeba, Etiopía, asignándole la sede titular de Cleopátide. El 2 de febrero de 2025, fiesta de la Presentación del Señor y Día de la Vida Consagrada, fue consagrado obispo en la catedral de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María de Addis Abeba.

2 de febrero. Fiesta de la Presentación del Señor

Lucas 2,22-40

Cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor». Además ofrecieron el sacrificio que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo. Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor. Conducido, por el mismo Espíritu, se dirigió al templo. Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu sirviente muera en paz, porque mis ojos han visto a tu salvación, la que has dispuesto ante todos los pueblos como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel”. El padre y la madre estaban admirados de lo que decía acerca del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, la madre: “Mira, este niño está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se levanten; será signo de contradicción y así se manifestarán claramente los pensamientos de todos. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón”. Estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad avanzada. Casada en su juventud, había vivido con su marido siete años; desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo noche y día con oraciones y ayunos. Se presentó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos esperaban la liberación de Jerusalén. Cumplidos todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba.


La Fiesta del Encuentro

Año C – Fiesta de la Presentación del Señor
Lucas 2,22-40: “Luz para iluminar a las naciones”

El 2 de febrero, exactamente 40 días después de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de la Presentación de Jesús en el Templo. Este año, al caer en domingo, tiene prioridad sobre las lecturas dominicales. Esta fiesta es popularmente conocida como la Candelaria, ya que en este día se bendicen las velas, símbolo de Cristo, luz del mundo.

Esta fiesta es muy antigua: se originó en Oriente y se difundió en Occidente después del siglo VI. En el pasado, estaba dedicada a la Purificación de la Virgen María, como lo recuerda el Evangelio de hoy. Según la costumbre judía, una mujer era considerada impura debido a la sangre menstrual durante un período de 40 días después del nacimiento de un varón (¡y 80 días en el caso de una niña!). Como toda mujer judía observante, María, después de cuarenta días, va al Templo para purificarse y ofrecer un sacrificio en obediencia a la Torá (Levítico 12,1-8): un cordero y una paloma o, si era pobre, dos tórtolas o dos pichones. Esto explica por qué María y José fueron al Templo con Jesús y ofrecieron dos tórtolas o dos pichones (Lucas 2,22-24).
Con la reforma litúrgica de Pablo VI (1969), la celebración de hoy recuperó su título original de Presentación del Señor.

Según las Sagradas Escrituras, todo primogénito, ya fuera humano o animal, pertenecía a Dios (Éxodo 13,2). El hijo primogénito era rescatado mediante el pago de cinco siclos de plata, dentro de los 30 días posteriores a su nacimiento (Números 18,15-16). Este rescate era un signo de la consagración de los primogénitos a Dios, en memoria de la liberación de Egipto, cuando Dios hirió a los primogénitos egipcios pero perdonó a los de los israelitas (Éxodo 13,1-2.11-16).

Sin embargo, notamos que en las Sagradas Escrituras no existe una ley específica que imponga la presentación del hijo primogénito en el Templo. San Lucas no menciona el pago del rescate, sino que habla de su presentación en el Templo.

Las lecturas nos ayudan a comprender teológicamente el sentido profundo de esta fiesta.
En la primera lectura, el profeta Malaquías (3,1-4) anuncia la entrada mesiánica del Señor en su Templo para purificar tanto el sacerdocio como al pueblo de sus infidelidades. Así, la presentación del Niño anuncia proféticamente su entrada en el Templo para purificar tanto el culto como el mismo Templo. De hecho, su cuerpo se convierte en el nuevo Templo.
En la segunda lectura, el autor de la Carta a los Hebreos (2,14-18) presenta a Jesús, quien, haciéndose semejante a sus hermanos en todo, se convirtió en el sumo sacerdote misericordioso, que vino a purificar al pueblo de sus pecados.

El pasaje del Evangelio está lleno de referencias a las Sagradas Escrituras. San Lucas es un narrador refinado y, en sus escritos, logra fusionar textos bíblicos y diversas tradiciones judías. Su intención no es tanto histórica como catequética y teológica.
Detrás de este relato, aparentemente sencillo y lineal, se pueden entrever alusiones a varios textos: la profecía de Malaquías sobre la entrada de Dios en su Templo (Malaquías 3); el episodio del pequeño Samuel, llevado al Templo de Silo por su madre Ana (1 Samuel 1-2); la narración de la subida del Arca de la Alianza a Jerusalén (1 Reyes 8); la visión de Ezequiel sobre el regreso de la “Gloria del Señor” (Shekiná); y, finalmente, alusiones a la visión del profeta Daniel sobre Jerusalén y el Templo (Daniel 9).

Podemos decir, entonces, que “Jesús entra en el Templo no para consagrarse, sino para consagrarlo y tomar posesión de él. La referencia, de hecho, a Malaquías, Samuel y Daniel revela la intención profunda de Lucas, quien no se limita a narrar simples ‘hechos’, sino ‘acontecimientos’, ‘kairòi’, que abarcan y determinan toda la historia: la de Israel y la nueva que comienza con el nacimiento de Jesús” (Paolo Farinella).

Pistas para la reflexión

1. Fiesta del “Aquí estoy”
La Presentación de Jesús en el Templo puede releerse a la luz del Salmo 40,7-9, reinterpretado por el autor de la Carta a los Hebreos en estos términos: “Al entrar en el mundo, Cristo dijo: […] ‘Aquí estoy, vengo para hacer tu voluntad’” (Hebreos 10,5-10). Este “Aquí estoy” de Cristo al Padre es, al mismo tiempo, un “Aquí estoy” dirigido a cada ser humano. La relación de fe es un diálogo de amor continuo entre el “Aquí estoy” de Dios y el nuestro. Sin embargo, la verdad de nuestro “Aquí estoy” se manifiesta concretamente en nuestra respuesta a las necesidades del prójimo.

El drama de Dios y del ser humano se expresa bien en estas palabras: “Me dejé buscar por los que no preguntaban por mí, me dejé encontrar por los que no me buscaban; dije: ‘Aquí estoy, aquí estoy’ a una nación que no invocaba mi nombre” (Isaías 65,1).

2. Fiesta del Encuentro
Esta fiesta nació en Oriente con el nombre de “Hypapanté”, que significa “Encuentro”. Dios viene al encuentro de su pueblo y nosotros vamos a su encuentro. La procesión, como acto comunitario, expresa esta profunda realidad de la fe cristiana: caminar juntos hacia el Señor. El movimiento físico recuerda el movimiento espiritual del alma.

Esta dimensión del encuentro es multifacética. Simeón y Ana representan al Israel creyente y al Antiguo Testamento que acoge al Nuevo. Además, esta pareja simboliza a toda la humanidad que camina hacia la luz de Cristo. Finalmente, el encuentro entre la pareja anciana y la joven pareja, José y María, expresa la comunión entre generaciones. La fiesta de hoy es, por tanto, una hermosa y elocuente imagen de la vocación cristiana y del ideal de una humanidad en camino hacia el encuentro con Dios y entre nosotros.

3. Fiesta de la Luz
La dimensión de la luz es una característica fundamental y distintiva de esta fiesta. Jesús es la Luz que viene a iluminar a todo ser humano, pero las tinieblas no la recibieron (Juan 1,4-9). Por eso, Jesús y cada uno de sus discípulos se convierten en un “signo de contradicción”. Para vivir en la Luz y ser testigos de la Luz, hay que aceptar ser un signo de contradicción, dispuestos a enfrentar la oposición de las “tinieblas” que intentarán apagar la Luz.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Bandera discutida

«Será como una bandera discutida.»

Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.
El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.
Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.
Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones». El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.
Siempre es así. También hoy. Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.
Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

Fe sencilla

El relato del nacimiento de Jesús es desconcertante. Según Lucas, Jesús nace en un pueblo en el que no hay sitio para acogerlo. Los pastores lo han tenido que buscar por todo Belén hasta que lo han encontrado en un lugar apartado, recostado en un pesebre, sin más testigos que sus padres.

Al parecer, Lucas siente necesidad de construir un segundo relato en el que el niño sea rescatado del anonimato para ser presentado públicamente. ¿Qué lugar más apropiado que el Templo de Jerusalén para que Jesús sea acogido solemnemente como el Mesías enviado por Dios a su pueblo?

Pero, de nuevo, el relato de Lucas va a ser desconcertante. Cuando los padres se acercan al Templo con el niño, no salen a su encuentro los sumos sacerdotes ni los demás dirigentes religiosos. Dentro de unos años, ellos serán quienes lo entregarán para ser crucificado. Jesús no encuentra acogida en esa religión segura de sí misma y olvidada del sufrimiento de los pobres.

Tampoco vienen a recibirlo los maestros de la Ley que predican sus “tradiciones humanas” en los atrios de aquel Templo. Años más tarde, rechazarán a Jesús por curar enfermos rompiendo la ley del sábado. Jesús no encuentra acogida en doctrinas y tradiciones religiosas que no ayudan a vivir una vida más digna y más sana.

Quienes acogen a Jesús y lo reconocen como Enviado de Dios son dos ancianos de fe sencilla y corazón abierto que han vivido su larga vida esperando la salvación de Dios. Sus nombres parecen sugerir que son personajes simbólicos. El anciano se llama Simeón (“El Señor ha escuchado”), la anciana se llama Ana. Ellos representan a tanta gente de fe sencilla que, en todos los pueblos de todas los tiempos, viven con su confianza puesta en Dios.

Los dos pertenecen a los ambientes más sanos de Israel. Son conocidos como el “Grupo de los Pobres de Yahvé”. Son gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios. No piensan en su fortuna ni en su bienestar. Solo esperan de Dios la “consolación” que necesita su pueblo, la “liberación” que llevan buscando generación tras generación, la “luz” que ilumine las tinieblas en que viven los pueblos de la tierra. Ahora sienten que sus esperanzas se cumplen en Jesús.

Esta fe sencilla que espera de Dios la salvación definitiva es la fe de la mayoría. Una fe poco cultivada, que se concreta casi siempre en oraciones torpes y distraídas, que se formula en expresiones poco ortodoxas, que se despierta sobre todo en momentos difíciles de apuro. Una fe que Dios no tiene ningún problema en entender y acoger.

José Antonio Pagola
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Todos lo esperaban, sólo Ana y Simeón lo reconocieron

Han pasado cuarenta días desde la Navidad y, quizás con un poco de nostalgia, recordamos aun las emociones que experimentamos en esos días, sobre todo por el gozoso mensaje que nos trajo el Niño, astro venido del cielo para iluminar nuestras noches: “nos visitará desde lo alto un amanecer que ilumina a los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1,78-79). ¿A qué se debe que la Iglesia nos invite a contemplar de nuevo al Niño Jesús?

La fiesta de la Presentación del Señor tiene orígenes muy antiguos. En Oriente ya se celebraba en el siglo IV con el nombre y el significado de “Fiesta del Encuentro” porque evocaba el encuentro de Jesús en el tempo con el Padre, con Simeón y Ana, representantes del resto de Israel que permaneció fiel a Dios como Abrahán. Cuando en el siglo VII fue introducida en Roma, recibió el nombre de “Fiesta de la Purificación de María”. Y, como se caracterizaba por una procesión nocturna con candelas, tomó también el nombre de “La Candelaria”. El rito de la luz la asociaba a la Navidad, fiesta de Cristo-luz.

En Belén la gloria del Señor envolvió de luz a los pastores; en los lejanos países de Oriente la estrella brilló para los Magos; en el templo de Jerusalén ha aparecido la luz para iluminar a la gente.

Han pasado ya cuarenta días desde Navidad y pudiera ser que la luz de Belén que “habíamos visto surgir” se haya ofuscado un poco, que no nos parezca tan fascinante como entonces o que no sea ya la única en captar nuestra atención. Quizás nos hayamos dejado deslumbrar por otras estrellas fugaces y más concretas, por otros ‘astros’ que reflejan mejor nuestros sueños y expectativas. Es por eso que la Iglesia nos invita a encontrarnos de nuevo con el Niño: nos invita a recibirlo en los brazos como lo han hecho Simeón y Ana, los pobres de Israel, personas atentas a la voz del Espíritu.

Israel ha celosamente custodiado y meditado la profecía de Malaquías que encontramos en la primera lectura. Por siglos ha invocado y esperado su cumplimiento, cultivando la certeza de que, un día, Dios manifestaría su fuerza contra los incumplidores de la ley.

En el evangelio de hoy Lucas nos narra la desconcertante respuesta del Señor a esta esperanza. Se imaginaban, quizás, su ingreso triunfal en el santuario, entre legiones de ángeles, cual juez severo pronto para condenar. He aquí, sin embargo, su sorprendente ingreso en el templo: es un recién nacido, débil e indefenso, envuelto en pañales, en brazos de una muchacha poco más que adolescente, acompañada de su joven marido. Es difícil reconocer en aquel niño, en todo igual a los otros, “al fuego y la lejía” enviados desde el cielo para purificar a Israel. Solamente personas muy sensibles espiritualmente podían vislumbrar en él a la “luz que ilumina a toda la gente”.

En la primera parte del relato (vv. 22-24) se narra el episodio de la presentación de Jesús en el templo. La Ley judía mandaba que todos los primogénitos, tanto de hombres como de animales, fueran consagrados al Señor (cf. Éx 13,1-16). Como los niños no podían ser sacrificados, se los rescataban con la oferta de un animal puro que era inmolado en su lugar. Los padres pudientes ofrecían a los sacerdotes un cordero; los pobres, un par de palomas o de tórtolas.

María y José han cumplido esta prescripción de la Torah y Lucas no pierde la ocasión para indicar que la familia de Nazaret pertenecía a la categoría de los pobres: no podía ofrecer un cordero. El amor de Dios por los pobres, los pecadores, las personas impuras es un tema preferido del evangelista. Con un matiz del lenguaje casi imperceptible, Lucas, desde el principio de su evangelio, coloca a la familia de Jesús no solo entre los pobres sino también entre los impuros. Según la Ley de Israel (cf. Lv 12) solo la parturienta debía someterse al rito de la purificación. Lucas, sin embargo, habla de “su (en plural) purificación” (v. 22), como si, en solidaridad con la humanidad pecadora, toda la familia hubiera ido al templo en busca de purificación.

Un segundo tema que interesa al evangelista: la observancia escrupulosa, por parte de la Sagrada Familia, de las prescripciones de la Ley del Señor. Con casi arrogante insistencia se repite el estribillo: “Según la Ley de Moisés” (v. 22); “como está escrito en la Ley del Señor” (v. 23); “como prescribe la Ley del Señor” (v. 24); “para cumplir la Ley” (v. 27); “según la Ley del Señor” (v. 39).

Lucas quiere presentar a Jesús a sus comunidades como modelo de adhesión a la voluntad del Padre desde los primeros momentos de su vida. Esta sintonía con los designios de Dios es solo posible para aquellos que, como los miembros de la Sagrada Familia, han escogido como guía de sus pasos la Palabra de la Sagrada Escritura.

María y José saben que el niño que llevan en brazos no es suyo: les ha sido confiado por Dios para que cuiden de Él, pero pertenece a Dios. Lo cuidarán con toda premura y amor hasta el día en que comenzará la extraordinaria misión para la que ha sido destinado, misión que a ellos no les ha sido revelada y que todavía permanece totalmente envuelta en el misterio. Lo llevan al templo y lo consagran al Señor pues reconocen que es suyo. No se apropiarán de él, sino que lo prepararán para entregarlo como un don al mundo en el tiempo establecido por Dios.

María y José son un modelo para todos los padres a quienes Dios confía sus hijos. Estos no son criaturas en que replegarse con amor posesivo: los hijos son regalos del cielo para donarlos al mundo. Los padres son llamados a consagrar sus hijos al Señor para así descubrir la misión a la que el Padre los ha destinado y, por tanto, prepararlos para el cumplimiento de dicha misión.

La segunda parte del pasaje (vv. 25-35) constituye el centro del evangelio de hoy. La escena se desarrolla en el templo. La inmensa explanada que construyera Herodes el Grande en el templo reconstruido hervía de peregrinos que venían al lugar santo para orar, para recibir las instrucciones de los rabinos sentados bajo el pórtico de Salomón, o para ofrecer holocaustos. Son personas religiosas y devotas que parecen poseer la condición espiritual ideal para acoger al enviado del Señor.

Sin embargo cuando, perdidos en medio del gentío, José y María entran en el templo llevando al hijo en brazos, ninguno se da cuenta del acontecimiento extraordinario que está sucediendo; ninguno intuye que aquel recién nacido es “la luz del mundo”.

Solo Simeón, cuando los ve, se ve invadido de un repentino temblor, de una emoción incontenible. Se abre paso entre la gente y, dirigiéndose a ellos, toma al niño en sus brazos, lo levanta al cielo conmovido y exclama: “Ahora Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu siervo muera en paz porque mis ojos han visto tu salvación” (vv. 29-30). ¿Cómo ha podido Simeón, hombre piadoso que ha pasado tantos años de su vida en el templo del Señor meditando las Escrituras, reconocer en aquel recién nacido a “la luz del mundo”? ¿Qué había de distinto en aquel niño respecto a los demás israelitas presentes en el templo?

Simeón no era un anciano, como suele ser representado. Lucas lo caracteriza así: “era justo, devoto y esperaba la consolación de Israel” (v. 25). Y más adelante añade: era un hombre “movido por el Espíritu” (v. 27). Son estas las disposiciones interiores que caracterizan a los contemplativos, a aquellos que saben percibir la verdadera realidad más allá de las apariencias de este mundo. No basta ser personas religiosas y devotas para ver a los hombres y al mundo con los ojos de Dios.

Simeón es un hombre ejemplar. Durante toda su vida ha escogido como confidente al Espíritu del Señor, ha mantenido viva la certeza de que Dios es fiel a sus promesas y ha vivido a la luz de las Sagradas Escrituras y, por tanto, es un hombre sereno y feliz. Su mirada va más allá de los estrechos horizontes del tiempo presente, contempla su destino lejano y pide al Señor que lo acoja en su paz.

Hay personas que a medida que avanzan en años se entristecen y a veces se convierten en intratables. Su insatisfacción depende frecuentemente de la enfermedad, del declinar de las fuerzas, pero otras veces nace del no haber gastado la vida por ideales elevados o por el miedo a la muerte. En un último intento de permanecer aferrados a este mundo, se repliegan más sobre sí mismos, se lamentan si no ocupan el centro de atención, si todos los demás no satisfacen inmediatamente sus necesidades.

No es así Simeón; no piensa en sí mismo sino en los demás, en la entera humanidad, en la alegría que embargará a los hombres con la instauración del reino de Dios. No lamenta el pasado y, aunque sí se da cuenta de que el mal que existe en el mundo es grande, no cultiva una visión pesimista del presente ni del futuro. Dialoga con Dios y mira hacia adelante. Sabe que nada cambiará a corto plazo, pero es igualmente feliz porque ha tenido la fortuna de contemplar la aurora de la Salvación. Se alegra como el campesino que, al término de una jornada de siembra, sueña ya con las grandes lluvias y la abundancia de la cosecha.

Es el símbolo del resto del Israel fiel que, por tantos siglos, ha esperado al Mesías. No se contenta con tomar a Jesús en sus brazos, sino que lo toma para donarlo al mundo, para presentarlo a todos como “la luz”. Ha comprendido que el Mesías no pertenece solo a su pueblo, sino que ha sido enviado para llevar la Salvación a toda la gente, para ser la luz de todas las naciones (vv. 30-32).

Simeón pronuncia otra profecía, esta vez dirigida a María: Jesús se convertirá en signo de contradicción (vv. 34-35). La imagen de la espada que le traspasará el alma ha sido interpretada a veces como el anuncio del dolor que embargará a María a los pies de la cruz. No es así. La Madre de Jesús es entendida aquí como símbolo de todo el pueblo. En la Biblia, el pueblo de Israel es imaginado como la Mujer-Madre que dará el Salvador al mundo.

¿Quién mejor que María podía prefigurar esta Madre-Israel? Es, pues, a Israel al que Simeón se dirige, intuyendo el drama que le espera. Anuncia el surgir de una profunda e inevitable laceración al interior del pueblo. Frente al Mesías enviado del cielo, habrá israelitas que abran la mente y el corazón a la Salvación; muchos otros, sin embargo, se encerrarán en el rechazo decretando así su ruina.

En la tercera parte (vv. 36-38), Lucas introduce a Ana, la anciana profetisa que descubre al Señor en el niño considerado por todos como un recién nacido más. ¿Quién le ha dado esta sensibilidad espiritual? ¿Cómo ha llegado a tener una mirada tan penetrante?

Ana, explica el evangelista, era una mujer profundamente unida a Dios. En toda su vida no ha pensado más que en él: “No se alejaba nunca del templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones” (v. 37).Tenía 84 años y este número (que equivale a 7×12) tiene un significado simbólico: el 7 indica la perfección; 12 es el pueblo de Israel. Ana representa al pueblo santo que, conseguida la plena madurez, entrega al mundo al tan esperado Salvador. Ana pertenecía a la tribu de Aser, la más pequeña e insignificante de las tribus de Israel.

Lucas pone de relieve este detalle, quizás sin importancia para los demás, pero no para Lucas, el evangelista de los pobres, de los últimos y que quiere que los cristianos de su comunidad se convenzan de que los pequeños y los humildes están mejor dispuestos a reconocer en Jesús al Salvador.

Ana había permanecido fiel al marido hasta el punto de no volver a casarse. Su decisión, tiene para el evangelista un significado teológico. Como Simeón, Ana representa al Israel fiel. La esposa-Israel ha tenido en su vida un solo amor; después ha vivido en el luto de la viudez hasta el día en que, en Jesús, ha reconocido a ‘su esposo’, el Señor. Entonces, ha comenzado a ser feliz como la esposa que recupera su único amor. Ana no se aleja del templo porque era la casa de ‘su esposo’. No tienen necesidad de otros dioses, pues no buscan amantes los que viven en la intimidad con el Señor y, como Ana y todos los enamorados, solo hablan de la persona amada.

El episodio concluye (vv. 39-40) con el regreso de la Sagrada Familia a Nazaret y con una referencia al crecimiento de Jesús en nada se diferenciaba de los niños de su aldea, a excepción de que “crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba”.

Fernando Armellini
http://www.bibleclaret.org


La gracia de Dios estaba con Él

“Entrará el Señor a quien buscáis, el mensajero que vosotros deseáis” “¿Quién es ese rey de la gloria? El es el Rey de la gloria” “Tenía que parecerse en todo a sus hermanos” “Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño” (Cfr. Lecturas de hoy)

Esta puede ser en síntesis el mensaje de la Palabra de Dios para nosotros cristianos del siglo XXI que nos toca ser testigos de esta verdad que creemos en un mundo que nos rodea de cierta oscuridad. Ante la gran situación de increencia, y lo que es peor, ante la vivencia de un cristianismo rutinario y sin compromiso, necesitamos de mensajeros que nos ayuden a un verdadero encuentro con el Señor que se nos manifiesta “parecido en todo a sus hermanos”

Necesitamos, en verdad, evangelizadores que anuncien “con nuevo vigor” la Buena Noticia que hemos recibido y que tiene que manifestarse en nuestra vida comprometida con una apertura de corazón a Dios que ha venido a salvarnos. Esto nos ayudara a tener también un corazón abierto para acoger a nuestros hermanos, y juntos ir construyendo una nueva fraternidad universal, es decir el Reino según quiere el Señor.

En el Evangelio hemos escuchado cómo se nos hace sencilla esa venida. José y María, como buena familia de creyentes y cumplidores de La Ley, cumplen con lo mandado. Así es como entra en el Templo “a quien vosotros buscáis, el mensajero de la Alianza que vosotros deseáis”

Los ancianos Simeón y Ana lo descubren y se les manifiesta en el Templo. Simeón vive con la serenidad madura de los años este encuentro y le hace exclamar: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.

Dios ha encendido en el experimentado Simeón una luz que le hace vivir con esperanza e ilusión poder conocer a Jesús. Él sabe, por la experiencia vivida, que con la venida del Mesías esperado todo va a cambiar. Sería deseable que nosotros tuviéramos estos sentimientos profundos de Simeón. Estamos en este año Jubilar donde la “esperanza, que no defrauda, es nuestro camino”.

Para dar a conocer a este Jesús, Mesías esperado, que muchos no conocen, necesitamos en primer lugar, tener la experiencia profunda de quien es Jesús para mi vida y cómo influye en ella. Desde esa experiencia personal podre ser “luz”.

Tal vez, de esta idea, la piedad popular inició la tradición de encender las candelas como “luz para alumbrar a las naciones”. Por eso este simbolismo le hemos de dar todo el significado que tiene. Ser primero compromiso personal de llenarnos nosotros de la luz del Evangelio para, después, poderla trasmitir a los demás.

Que la mesa de la Eucaristía nos ayude a tener esta experiencia profunda de Jesús, nuestro Mesías, y luego ayudados también por nuestra Madre María, podamos ser verdaderos evangelizadores para los que no creen o están adormilados en su fe. Que la cercanía, la compasión, la fidelidad, el perdón de los pecados, sean una ayuda para construir fraternidad, que es el inicio del Reino aquí y ahora. También nos ayudará a “caminar en esperanza” tal como se nos pide en este Año Jubilar.

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera, OP
Virgen del Camino (León)

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