San Daniel Comboni elegido «patrón» de una zona misionera en Manaos (Brasil)

comboni.org

Los misioneros combonianos llegaron a Manaus, Amazonia, Brasil, en 2006, y la archidiócesis de Manaus les confió el cuidado pastoral de una zona misionera periférica en el distrito de la ciudad de Monte das Oliveiras el 13 de diciembre de ese año. Hoy, los padres Carlos Romero Arrieta, John Bosco Mugerw, Siro Stocchetti y el escolástico Simeneh Lemessa Mintesnot forman parte de la comunidad comboniana de Manaus.

En Brasil, las áreas misioneras se diferencian de las parroquias tanto por el espíritu misionero que las anima como por su organización. Una zona misionera no tiene una «iglesia madre», sino que se compone de comunidades autónomas que viven en comunión. La de Monte das Oliveiras reúne a quince comunidades y se conoce con el nombre de distrito.

A principios de este año, las quince comunidades, reunidas en consejo, iniciaron un proceso de toma de decisiones con el objetivo de reunir información, evaluar alternativas y hacer una elección final para tomar la mejor decisión posible sobre quién podría ser el «Patrón» de su área misionera. El 26 de agosto, la mayoría de las comunidades eligieron a San Daniel Comboni, y el obispo auxiliar de Manaus, Mons. Zenildo Lima da Silva, validó la elección.

Las comunidades se preparan ahora para celebrar la primera fiesta patronal, el 10 de octubre, memoria litúrgica (para ellos «fiesta») de San Daniel Comboni.

Hoy en Brasil hay tres parroquias (Guriri, en el Estado de Espírito Santo; Salvador, en el Estado de Bahía; São Luís, en el Estado de Maranhão) y un área misionera que tienen a San Daniel Comboni como patrón. Hay también muchas comunidades cristianas que llevan el nombre de este santo misionero y profeta.

Creemos que, por intercesión de San Daniel Comboni, nuestro servicio misionero prestado a estas comunidades crecerá en fidelidad al carisma del Fundador para el bien de la población de esta región, confiada al cuidado pastoral de nuestro Instituto.

Padre Raimundo Rocha, mccj

Carta a los LMC: «No podemos olvidar nuestro primer amor»

Estamos todos empeñados en la preparación de la próxima asamblea internacional de los Laicos Misioneros Combonianos (LMC), que se realizará del 9 al 15 de diciembre de 2024, en Maia (Portugal), acontecimiento fundamental en la vida de nuestro movimiento misionero. Sólo cada seis años tenemos la oportunidad de reunirnos los LMC de los tres continentes (Europa, África y América) y de los más de 21 países en los que estamos presentes. (En la foto: Misión de Mongoumba, República Centroafricana).

Es sin duda un momento de ilusión que queremos preparar bien. Un momento que determinará las orientaciones para los próximos 6 años. Este año de una manera especial con el horizonte puesto en el reconocimiento de nuestro carisma por parte de la iglesia universal en un futuro cercano, muestra de nuestro caminar a través de los años y nuestra madurez.

No podemos, ni queremos olvidar nuestro servicio misionero en nuestros países de origen, sabemos que la misión está en todos lados, pero seguimos teniendo presente nuestra llamada a servir fuera de nuestras fronteras. En medio de todo esto surge de nuevo una emergencia de continuidad en alguna de nuestras misiones, en este caso Mongoumba, que celebraba hace poco nuestro 25 aniversario de presencia continuada.

No podemos olvidar nuestro primer amor… Cada uno de nosotros ha sido llamado a la misión y en particular el LMC nació con el objetivo de hacer posible ese sueño misionero de salir a otros países a compartir nuestra vida con otros pueblos, a ser misioneros allá donde el Señor nos llamase.

No podemos olvidar nuestro primer amor… De nada sirven nuestras asambleas internacionales, continentales o nacionales si no damos respuesta a ese primer amor. Si entre todos no somos capaces de dar continuidad y apoyo a nuestras presencias misioneras. Toda organización que queramos tener, todos nuestros documentos solo tienen el fin de servir a la misión, de hacer un movimiento fuerte que posibilite el servicio misionero, un movimiento que nos ayude a permanecer fieles a nuestra vocación.

No podemos olvidar nuestro primer amor…  Porque sabemos las dificultades que tenemos para partir en muchos momentos de nuestra vida, toca siempre volver al primer amor. Para que la organización de nuestra vida no nos ate en demasía y nos permita salir ahora o en un cierto futuro. Para que en nuestra vida mantengamos presentes las presencias misioneras donde estamos y donde están nuestros hermanos y hermanas. Presentes en nuestro pensamiento, en nuestras oraciones, en nuestra organización, en nuestra economía…

No podemos olvidar nuestro primer amor… Cada uno de nosotros fue llamado a la misión. El amor recibido de Dios nos desborda y nos impulsa a entregarnos. Ese amor es el que deseamos contagiar y ofrecer a nuevas personas. Que en nuestros grupos esté siempre presente y sepamos transmitirlo. Que cada nuevo curso pensemos en cómo abrir nuestros grupos a nuevas personas que se puedan acercar, no olvidemos darnos a conocer, decir “Estamos dispuestos a acompañar a cualquiera que sienta una vocación misionera”. Que cada vez que alguien llame a nuestra puerta o realicemos una animación misionera sepamos presentar nuestra vocación y en particular la llamada y el compromiso común a servir a la misión. La Iglesia necesita voces que griten en el desierto y proclamen que es necesario seguir saliendo en primera persona a servir a nuestros hermanos y hermanas más pobres y abandonados.

Misioneros Combonianos y Laicos Misioneros Combonianos en Milán (Italia).

No podemos olvidar nuestro primer amor… Y damos gracias a Dios por cada LMC que ha dejado casa, familia, país, para servir a la misión. De manera particular en estos momentos tenemos presentes a Agnieszka, que aun quedándose sola permanece en Arequipa a la espera de un apoyo, de un relevo. Ojalá que Mercedes y Carolina puedan completar su preparación y salir para Arequipa. A Xoancar que tras tantísimos años continua firme en Piquiá, o a Anna y Gabriele que en seis meses también necesitarán ser sustituidos tras dos años de misión, o Flavio y Liliana que tras muchos años ahora tomarán un descanso tras acompañar a una familia fidei donum que se ocupa de Ipê Amarelo. Y con estas próximas salidas nuestra situación en Brasil se fragiliza de nuevo. Gracias a Élia que regresó a Mongoumba a acompañar a Cristina que en breve regresará a Portugal y a la que agradecemos su entrega. Si Dios quiere, noticia de última hora, Teresa acudirá de nuevo a esta llamada de necesidad en Centro África (RCA). Misioneras que tras el paso de los años siguen respondiendo a su primer amor. Pero que no son suficientes para una misión como la de Centro África y que necesitan de ayuda. Gracias por la juventud que representan Linda, Marzena o Pius en Kenia. Que con entusiasmo llevan adelante el reto de abrir camino en Kitelakapel, nuestra última presencia misionera. Probablemente en unos meses puede que Iza se una desde Polonia para dar mayor estabilidad si cabe a nuestra presencia. Gracias a Regimar y Tito que han renovado para estar en Carapira, porque el tiempo es necesario para hacernos hueco, nuestra misión no habla de inmediatez sino de caminar paciente. También a IIaria y Federica que se han unido a Carapira y están poco a poco entrando en la realidad del pueblo macúa. Y por último a Maria Augusta, gran veterana, que vuelve literalmente a su primer amor en Mozambique tras haber estado también en Mongoumba o en Portugal en Camarate. Vemos que el Señor no solo llama a los más jóvenes, o quizás sí, pero de espíritu. Tendremos en breve a Mercedes con 79 años, pero tenemos a más de una en los sesenta y tantos. La edad no es un límite para salir, aunque sabemos que con seguridad el Señor les pedirá otro tipo de presencia, no con el vigor de la juventud sino aprovechando la madurez de los años. De todas formas, necesitamos completar esas comunidades y preparar personal.

No podemos olvidar nuestro primer amor… No podemos dejar de atender a nuestros hermanos, y sobre todo hermanas LMC que son la mayoría que están, en su día a día. Para nosotros dos personas no son suficientes, no es justo, es demasiado cansado, necesitamos comunidades de 4 o 5 personas. Aunque después, seamos más a entendernos y sabemos que no es siempre fácil, si colocamos al Señor en el centro lo hará posible. Pero para completar nuestras comunidades debemos prepararnos, que la lengua no sea un problema para dar continuidad, por ejemplo en Mongoumba. Nuestra disponibilidad a partir donde existe mayor necesidad debe estar acompañada con la capacitación necesaria para ir a estos lugares. Sabemos que no es solo cuestión de buena voluntad, así que desde el inicio propongamos la misión, pero a la vez recordemos que debemos ofrecer el mejor servicio y para ello ser Santos y Capaces como quería Comboni.

No podemos olvidar nuestro primer amor… Por último, pero quizás más importante, toca aceptar el desafío a todos y cada uno de nuestros países. Cada uno de nuestros países está llamado a enviar LMC a nuestras comunidades. No es con el esfuerzo de unos pocos que será posible sino con la colaboración de todos. Que sea un reto a cumplir en cada país, preparar, acompañar, apoyar la salida de algún misionero de nuestro país en los próximos meses o pocos años. Sabemos que a veces no es fácil disponer de ese tiempo, sabemos también que a veces existen dificultades económicas para hacer frente a esos envíos, pero si todos y cada uno de nosotros como LMC, y todos y cada uno de nuestros países ponemos de nuestra parte será posible, será sostenible en el tiempo, será incluso ampliable. Si cada uno aportamos nuestro granito de arena tendremos pronto una montaña, si cada vez que podamos animamos a la misión y proponemos la salida misionera pronto tendremos más personas dispuestas, que con el soporte de los que de momento estemos en la retaguardia, haremos posible el ser fieles a nuestro primer amor, a nuestro primer sueño por el que nacimos como LMC para servir la misión allá donde el Señor nos quiera enviar.

Un abrazo.
Comité Central de los Laicos Misioneros Combonianos


Te invitamos a rezar con esta canción…

Mensaje del papa Francisco para la XXXIX Jornada Mundial de la Juventud

En su mensaje para la XXXIX JMJ, que se celebrará el próximo 24 de noviembre, Domingo de Cristo Rey, el Papa habla de las nuevas generaciones, que a menudo pagan el precio más alto por las guerras, la injusticia social, la desigualdad, la pobreza y la explotación del ser humano y de la creación. La invitación, también con vistas al Jubileo, es a superar la apatía y el refugio en las transgresiones: a ponerse en camino, no como meros turistas, sino como peregrinos.
(Foto: Sebastião Roxo / JMJ 2023 Lisboa).

Los que esperan en el Señor caminan sin cansarse (cf. Is 40,31)

Queridos jóvenes:

El año pasado comenzamos a recorrer el camino de la esperanza hacia el gran Jubileo, reflexionando sobre la expresión paulina «alegres en la esperanza» (cf. Rm 12,12). Precisamente para prepararnos a la peregrinación jubilar del 2025, este año nos inspiramos en el profeta Isaías, que afirma: “Los que esperan en el Señor caminan sin cansarse” (cf. Is 40,31). Esta expresión está tomada del llamado Libro de la Consolación (Is 40-55), en el que se anuncia el fin del exilio de Israel en Babilonia y el inicio de una nueva etapa de esperanza y de renovación para el pueblo de Dios, que puede volver a su patria gracias a un nuevo “camino” que, en la historia, el Señor abre para sus hijos (cf. Is 40,3).

También nosotros, hoy vivimos tiempos marcados por situaciones dramáticas que generan desesperación e impiden mirar el futuro con serenidad: la tragedia de la guerra, las injusticias sociales, las desigualdades, el hambre, la explotación del ser humano y de la creación. Frecuentemente los que pagan el precio más alto son ustedes los jóvenes, que perciben la incertidumbre del futuro y no vislumbran posibilidades claras a sus sueños, corriendo así el riesgo de vivir sin esperanza, prisioneros del hastío y de la tristeza, a veces arrastrados por la ilusión de la delincuencia y las conductas destructivas (cf. Bula Spes non confundit, 12). Por ello, queridos jóvenes, me gustaría que, como le sucedió a Israel en Babilonia, también a ustedes llegue el mensaje de esperanza: del mismo modo hoy el Señor abre frente a ustedes un camino y los invita a recorrerlo con gozo y esperanza.

1.La peregrinación de la vida y sus retos

Isaías profetiza un “caminar sin cansarse”. Reflexionemos entonces en estos dos aspectos: el caminar y el cansancio.

Nuestra vida es una peregrinación, un viaje que nos impulsa más allá de nosotros mismos, un camino en búsqueda de la felicidad; y la vida cristiana, en particular, es una peregrinación hacia Dios, nuestra salvación y plenitud de todo bien. Las metas, las conquistas y los éxitos a lo largo del camino, si se quedan sólo en el ámbito material, después de un primer momento de satisfacción nos dejan aún sedientos, deseosos de un sentido más profundo. En efecto, no sacian plenamente nuestra alma porque fuimos creados por Aquel que es infinito y, por esa razón, habita en nosotros el deseo de la trascendencia, la constante inquietud hacia el cumplimiento de las aspiraciones más grandes, hacia “algo mayor”. Por lo tanto, como se los he dicho muchas veces, “ver la vida desde el balcón”, para ustedes, los jóvenes, no puede ser suficiente.

No obstante, es normal que, aunque hayamos iniciado nuestros recorridos con entusiasmo, tarde que temprano comencemos a sentir cansancio. En algunos casos, lo que provoca ansiedad y cansancio interior son las presiones sociales que constriñen a alcanzar ciertos estándares de éxito en los estudios, el trabajo y la vida personal. Esto produce depresión, ya que vivimos en el afán de un activismo vacío que nos lleva a llenar el día con miles de cosas y, a pesar de ello, tener la sensación de nunca hacer lo suficiente y nunca estar a la altura. A este cansancio se une frecuentemente el hastío. Es ese estado de apatía e insatisfacción de quien no se involucra en nada, no se decide, no elige, nunca arriesga y prefiere permanecer en su zona de confort, encerrado en sí mismo, viendo y juzgando el mundo detrás de una pantalla, sin jamás “ensuciarse las manos” con los problemas, con los demás, con la vida. Este tipo de cansancio es como un cemento en el cual están sumergidos nuestros pies, que termina por endurecerse, se vuelve pesado, nos paraliza y nos impide caminar. ¡Prefiero el cansancio de quien está en camino que el hastío de quien permanece detenido y sin deseo de caminar!

La solución al cansancio, paradójicamente, no es detenerse a descansar. Es más bien ponerse en camino y volverse peregrinos de esperanza. Esta es mi exhortación: ¡caminen en la esperanza! La esperanza vence todo cansancio, toda crisis y toda ansiedad, dándonos una fuerte motivación para seguir adelante, porque esta esperanza es un regalo que recibimos de Dios mismo. Él colma de sentido todo nuestro tiempo, nos ilumina en el camino, nos indica la dirección y la meta de nuestra vida. El apóstol san Pablo utilizó la imagen del atleta en el estadio que corre para recibir el premio de la victoria (cf. 1 Co 9,24). Quien de entre ustedes haya participado en una carrera —no como espectador, sino como protagonista— sabe bien la fuerza interior que se necesita para alcanzar la meta. La esperanza es precisamente una fuerza nueva, que Dios infunde en nosotros, que nos permite perseverar en el camino, que nos hace tener una “mirada amplia” que va más allá de las dificultades del momento y nos dirige hacia una meta concreta: la comunión con Dios y la plenitud de la vida eterna. Si hay un objetivo grandioso, si la vida no está dirigida hacia la nada, si nada de cuanto sueño, proyecto y realizo se perderá, entonces vale la pena seguir caminando y sudando, soportando los obstáculos y afrontando los cansancios, porque la recompensa final es maravillosa.

2.Peregrinos en el desierto

En la peregrinación de la vida habrá retos inevitables que afrontar. Antiguamente, en las peregrinaciones más largas, había que enfrentarse a los cambios de las estaciones y el clima; atravesar hermosas praderas y bosques frescos, pero también montes nevados y áridos desiertos. Del mismo modo, para el creyente, el peregrinar de la vida y el camino hacia la meta lejana siguen siendo fatigosos, como lo fue para el pueblo de Israel el viaje por el desierto hacia la Tierra prometida.

Así pasa con ustedes. Incluso para los que han recibido el don de la fe, ha habido momentos felices en los que Dios ha estado presente y lo han sentido cercano, y otros momentos en los que han experimentado la soledad. Puede suceder que al entusiasmo inicial en el estudio o en el trabajo, o ante el impulso de seguir a Cristo —ya sea en el matrimonio, en el sacerdocio o en la vida consagrada— sigan momentos de crisis, que hacen que la vida parezca como una difícil travesía por el desierto. Estos tiempos de crisis, sin embargo, no son perdidos o inútiles, sino que pueden transformarse en ocasiones importantes para crecer. Son periodos de purificación de la esperanza. De hecho, en estas crisis muchas falsas “esperanzas”, que resultan demasiado pequeñas para nuestro corazón, se desvanecen; quedan desenmascaradas y, así, quedamos al desnudo frente a nosotros mismos y ante las cuestiones fundamentales de la vida, lejos de todo espejismo. Y en ese momento, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿en qué esperanzas fundamento mi vida?, ¿son reales o son ilusorias?

En esos momentos, el Señor no nos abandona; se hace cercano a nosotros mostrándonos su paternidad y nos da siempre el pan que reaviva nuestras fuerzas y nos pone de nuevo en camino. Recordemos que al pueblo en el desierto le dio el maná (cf. Ex 16) y al profeta Elías, cansado y desanimado, le ofreció dos veces pan y agua para que pudiera caminar durante «cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb» (cf. 1 R 19,3-8). En estos relatos bíblicos, la fe de la Iglesia ha visto prefigurado el don precioso de la Eucaristía, verdadero maná y verdadero viático, que Dios nos da para sostenernos en nuestro camino. Como decía el beato Carlos Acutis, la Eucaristía es la autopista hacia el cielo. Él fue un joven que hizo de la Eucaristía su cita cotidiana más importante. Así, íntimamente unidos al Señor, caminamos sin cansarnos porque Él camina con nosotros (cf. Mt 28, 20). Los invito a redescubrir este gran don de la Eucaristía.

En los inevitables momentos de fatiga que acompañan nuestra peregrinación por este mundo, aprendamos entonces a descansar como Jesús y en Jesús. Él, que aconseja a los discípulos descansar, al volver de su misión (cf. Mc 6,31), reconoce vuestra necesidad de descanso físico, de tiempo de esparcimiento, para disfrutar de la compañía de los amigos, para hacer deporte e incluso para dormir. Pero hay un descanso aún más profundo, el descanso del alma, que muchos buscan y pocos logran, y que sólo se halla en Cristo. Sepan que todo cansancio interior puede encontrar alivio en el Señor, que les dice: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11, 28). Cuando el cansancio del camino los agobie, vuélvanse a Jesús, aprendan a descansar en Él y a permanecer en Él, porque “los que esperan en el Señor caminan sin cansarse” (cf. Is 40,31).

3.De turistas a peregrinos

Queridos jóvenes, la invitación que les hago es a ponerse en camino, a descubrir la vida, tras las huellas del amor, en busca del rostro de Dios. Pero les recomiendo esto: no se pongan en camino como simples turistas, sino como peregrinos. Que vuestro caminar no sea simplemente un pasar por los lugares de la vida de forma superficial: sin captar la belleza de lo que van encontrando, sin descubrir el sentido de los caminos recorridos, capturando breves momentos, experiencias fugaces para conservarlas en un selfie. El turista hace esto. El peregrino, en cambio, se sumerge de lleno en los lugares que encuentra, los hace hablar, los convierte en parte de su búsqueda de la felicidad. La peregrinación jubilar, por lo tanto, ha de ser signo del viaje interior que todos estamos llamados a hacer, para llegar al destino final.

Con esta disposición, preparémonos todos para el Año Jubilar. Espero que para muchos de ustedes sea posible venir a Roma en peregrinación para cruzar las Puertas Santas. En todo caso, para todos habrá también la posibilidad de realizar esta peregrinación en las mismas Iglesias particulares, ocasión para redescubrir los numerosos santuarios locales que conservan la fe y la piedad del pueblo santo y fiel de Dios. Y deseo que esta peregrinación jubilar se convierta para cada uno de nosotros en un «encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, “puerta” de salvación» (Bula Spes non confundit, 1). Los exhorto a vivirla con tres actitudes fundamentales:el agradecimiento, para que sus corazones se abran a la alabanza por los dones recibidos, ante todo por el don de la vida; la búsqueda, para que el camino exprese el deseo constante de buscar al Señor y de no de apagar la sed del corazón; y, por último, el arrepentimiento, que nos ayuda a mirar dentro de nosotros mismos, a reconocer los pasos y las decisiones equivocadas que a veces tomamos y, así, poder convertirnos al Señor y a la luz de su Evangelio.

4.Peregrinos de esperanza para la misión

Les dejo una imagen más sugestiva para vuestro itinerario. Al llegar a la Basílica de San Pedro, en Roma, se atraviesa la plaza que está rodeada por la columnata diseñada por el famoso arquitecto y escultor Gian Lorenzo Bernini. La columnata, en su conjunto, tiene la forma de un gran abrazo: son los dos brazos abiertos de la Iglesia, nuestra madre, que acoge a todos sus hijos. En este próximo Año Santo de la Esperanza, los invito a todos a experimentar el abrazo del Dios misericordioso, a experimentar su perdón, la remisión de todas nuestras “ofensas interiores”, como era tradición en los jubileos bíblicos. Y así, acogidos por Dios y renacidos en Él, conviértanse también ustedes en brazos abiertos para tantos de sus amigos y coetáneos que necesitan sentir, a través de vuestra acogida, el amor de Dios Padre. Que cada uno de ustedes regale «aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza» (ibíd., 18), y se conviertan así en incansables misioneros de la alegría.

Al caminar, alcemos la vista, con la mirada de la fe vuelta hacia los santos que nos han precedido en el camino, que han llegado a la meta y nos dan su testimonio alentador: «He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que han aguardado con amor su Manifestación» (2 Tm 4,7-8). El ejemplo de los santos y santas nos atrae y nos sostiene.

¡Ánimo! Los llevo a todos en el corazón y confío el camino de cada uno de ustedes a la Virgen María, para que, siguiendo su ejemplo, sepan aguardar con paciencia y confianza lo que esperan, permaneciendo en camino como peregrinos de esperanza y de amor.

Roma, San Juan de Letrán,
29 de agosto de 2024,
Memoria del martirio de san Juan Bautista.

FRANCISCO

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La responsabilidad de formar hermanos misioneros

Por: Hno. Jean Marie Mwamba Kabaya
desde Nairobi (Kenia)

MND

El 18 de octubre de 2023 llegué a Nairobi para comenzar mi servicio como formador en el Centro Internacional de Hermanos, última etapa formativa para aquellos jóvenes misioneros combonianos que deciden consagrarse para la Misión como hermanos y no como sacerdotes. Conozco la capital keniana porque me formé en esta misma comunidad y, además, en 2015 obtuve aquí mi doctorado en Filosofía. Aunque no es la primera vez que la congregación me pide este servicio –ya he sido formador de postulantes en Togo y en mi país, la República Democrática del Congo–, antes de venir amplié mis estudios en este campo en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma.

Para este curso, seremos 14 miembros en la comunidad, uno más que el año pasado. En 2024 estamos celebrando los 50 años de la llegada de los primeros misioneros combonianos a Kenia y, por primera vez, tendremos en nuestra comunidad un hermano misionero de este país, lo que consideramos una feliz coincidencia. Además de los siete hermanos misioneros y los dos formadores –el Hno. Christophe Yata, de Togo, y yo–, nuestra comunidad acoge a cinco escolásticos, jóvenes combonianos candidatos al sacerdocio que acaban de llegar a Kenia y están aprendiendo inglés. En total, en la comunidad están representadas ocho nacionalidades. 

Nuestra vida comunitaria está bastante bien estructurada. De lunes a viernes todos estudian. Mientras que los escolásticos avanzan con el idioma, los hermanos siguen sus clases en el Instituto de Ministerialidad Social de la Universidad Tangaza, situada a unos 30 minutos en coche de nuestra casa. Las tardes las dedicamos al trabajo manual, las catequesis y el estudio. No faltan los momentos para el deporte, los encuentros festivos o el ensayo de cantos, todo ello intercalado con los imprescindibles tiempos para la oración. Todos los días tenemos la eucaristía a las siete y media de la mañana, que celebra algún sacerdote de la casa provincial, situada junto a la nuestra.

Tenemos un gallinero, criamos conejos y cultivamos un pequeño huerto. Desde que llegué, nunca hemos comprado legumbres porque las producimos nosotros. Aunque la congregación aporta el 80 % de nuestro presupuesto, con estas actividades y mi pequeño salario de profesor intentamos cubrir el resto. Además de su valor económico, estas tareas ayudan a los hermanos a comprender el valor del trabajo y la necesidad de comprometerse en proyectos de autofinanciación para que luego, cuando sean enviados a la misión, hagan lo propio con la gente.

Los fines de semana están dedicados al apostolado. Nos dividimos en tres grupos. Unos van a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, muy cerca de nuestra casa; otros a nuestra parroquia comboniana de Kariobangi; y los últimos a la barriada de Kibera, también próxima a la comunidad. En las dos primeras, los hermanos y los escolásticos acompañan a los grupos infantiles y juveniles, mientras que en Kibera colaboramos con una ONG que distribuye alimentos y otras ayudas de emergencia entre las familias más pobres. Yo suelo acompañar a los chicos a Kibera, donde tantas personas viven hacinadas en condiciones muy difíciles.

Entre mis responsabilidades como formador está la de preparar las catequesis, lo que me obliga a estar siempre en una actitud de búsqueda y de formación permanente. También hago el seguimiento formativo de los jóvenes y al menos una vez al mes me encuentro con cada uno de ellos. Me alegra que abran su corazón y me cuenten sus dificultades, algo que, a la vez, me interpela a ser coherente en mi vida misionera. Soy consciente de la confianza que la congregación ha puesto en mí, por lo que intento responder lo mejor que puedo, a pesar de mis límites personales. Trato de aplicar lo que me enseñó un profesor sobre este proceso: saber cuándo hay que estar próximo a los jóvenes y cuándo distanciarse y dejarlos caminar solos.

Mi mayor alegría como formador y educador es ver que las personas a las que has acompañado tienen éxito en la vida. Llevo muy poco tiempo en Nairobi, pero en mi país he vivido experiencias muy bonitas, como cuando antiguos postulantes que ahora son sacerdotes me impusieron las manos después de su primera misa en señal de bendición. Da mucha alegría ver cómo jóvenes que llegan a las casas de formación con dificultades con la lengua y muy poco conocimiento de lo que significa la vida consagrada y comunitaria, poco a poco van madurando humana y espiritualmente.

Por otro lado, mi mayor sufrimiento como formador es tener que decirle a un joven que regrese a casa. En la Universidad Pontificia Salesiana nos decían que debemos saber tomar decisiones, por duras que sean las circunstancias. Cuesta escribir un informe negativo de alguien, porque cada persona es un misterio y nunca estás seguro al cien por cien de tu parecer. Estoy contento, aunque también un poco preocupado por la disminución de vocaciones misioneras de hermanos en nuestro instituto. Rezo para que el Señor siga enviando vocaciones santas y capaces de hermanos para la Misión.

En la imagen superior, el Hno. Jean Marie, tercero por la izquierda, con un grupo de postulantes combonianos en su graduación en Kisangani (RDC). Fotografía: Hno. Jean Marie Mwamba Kabaya.

Nuevo obispo comboniano en Centroáfrica

Esta mañana se hizo público el nombramiento por parte del papa Francisco del P. Víctor Hugo Castillo Matarrita, misionero comboniano, como nuevo obispo de Kaga-Bandoro, en la República Centroafricana. El P. Víctor Hugo era hasta ahora el Superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica.

El P. Víctor Hugo nació el 19 de marzo de 1963 en Mansión, en la diócesis de Tiarán, Costa Rica. Ingresó en la Congregación de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús en su país natal e hizo su primera profesión religiosa el 7 de mayo de 1988 en el entonces noviciado de Sahuayo, México. Realizó sus estudios teológicos en el escolasticado internacional que entonces los Misioneros Combonianos tenían en París y fue ordenado sacerdote el 8 de agosto de 1992 en Costa Rica.

Su primer trabajo como misionero lo desempeñó en la República Centroafricana, como párroco en Grimari, entre 1993 y 1998. De 1998 a 2001 fue formador y superior en el postulantado de los Combonianos en Bangui, la capital del país. En 2002 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Centroáfrica y presidente de la Conferencia de Superiores Mayores del país.

En 2008 regresó a Costa Rica para ser formador de postulantes en San José. En 2013 fue elegido Superior Provincial de los Combonianos en Centroamérica, cargo que ejerció hasta el 2020, en que fue nombrado responsable de la comunidad de estudiantes de los Combonianos en Roma. El 1 de enero de 2023 fue elegido nuevamente Superior de la Delegación de los Combonianos en Centroáfrica, cargo que ejercía hasta su nombramiento como obispo de Kaga-Bandoro el 5 de septiembre de 2024.

Fiesta Parroquial en San José de Comalapa

El pasado domingo, 1 de septiembre, la parroquia San José de Comalapa, en la que trabajan los Misioneros Combonianos desde hace casi diez años, celebró el XXXII aniversario de su erección. Participaron en la fiesta los numerosos grupos y movimientos de la parroquia, así como las 47 comunidades parroquiales que dan vida y sentido a la comunidad en la vivencia de la fe.

El P. Rodrigo Ariza Catarino, misionero comboniano y párroco de San José de Comalapa, afirmó al periódico diocesano Buena Noticia que se sentía contento de llevar la Palabra de Dios a esta zona. “Me siento feliz porque es ahí donde Dios nos ha puesto y es a donde anunciamos a Jesucristo, tanto como personas con el ministerio sacerdotal y, vocación misionera ya que intentamos vivir ahí nuestro carisma que es: ir a los más pobres y abandonados que, esa zona no es que estén pobres y abandonados pero sí en necesidad de fortalecer la iglesia… para nosotros esa es la Misión”.