Tag Misioneros Combonianos

La herida sanada

El pasado 27 de julio se cumplieron 100 años de la división del Instituto comboniano en dos congregaciones religiosas. El 22 de junio de 1979 las dos ramas se volverían a unir en una sola familia misionera comboniana. El obispo comboniano Mons. Vittorino Girardi nos ofrece una hermosa reflexión sobre esta etapa dolorosa de nuestra historia.

Por: Mons. Vittorino Girardi, mccj

Entre los misioneros de Comboni había italianos, franceses, austriacos, alemanes, de Luxemburgo y de Eslovenia… Sorprende cómo él (Comboni), en tan poco tiempo, «contagió» su pasión por África a candidatos tan lejanos geográfica y culturalmente… Así lo afirmó y escribió: la obra misionera no debía ser italiana ni francesa ni española, sino católica.

Con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia naciente se abrió al mundo entero el día de Pentecostés; fue cuando los apóstoles fueron comprendidos por todos, en la gran variedad de idiomas y culturas. Volvamos a Pentecostés, el verdadero paradigma de toda actividad misionera para entender y convencernos de la imprescindible unión entre comunión y misión. Una y otra son posibles por la docilidad de todo misionero al Espíritu Santo, fuente de comunión y diversidad. Por eso, Comboni soñaba con un «Instituto que fuera como un pequeño cenáculo de apóstoles para África, un foco luminoso que envía hasta el centro de África tantos rayos cuantos son los celosos misioneros que salen de su seno y, estos rayos, que brillan juntos y calientan, revelan necesariamente la naturaleza del centro de donde emanan» (Reglas de Vida de 1871).

Cuando Comboni falleció a la edad de 50 años, no fue nada fácil fomentar y mantener el ideal del «pequeño cenáculo» en donde los nuevos apóstoles tuvieran «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Además, se dio un grave evento que aumentó las dificultades y favoreció el espíritu nacionalista, incluso un inevitable resentimiento. Me refiero a lo que el papa Benedicto XV llamó «una masacre inútil», la Primera Guerra Mundial (1915-1918).

Durante ese tiempo se enfrentaron, especialmente italianos y austro-alemanes… y no olvidemos que la mayoría de misioneros de la joven congregación comboniana eran de habla alemana o italiana. La guerra terminó en 1918, pero no así las dificultades de la convivencia en «tierras de misión» ni en casas de formación… Además de buena voluntad, los inevitables resentimientos necesitaban tiempo para sanar definitivamente.

Aunque no todos los misioneros lo hubieran deseado, los superiores mayores de aquellos años consideraron que, «por el bien de la misión», convenía que los misioneros de habla alemana se integraran en un grupo distinto al de habla italiana… Hace cien años, el 27 de julio de 1923, la Congregación de Propaganda Fide decidió dividir el «único» Instituto comboniano, en dos congregaciones, una de las cuales, compuesta en gran parte por miembros italianos, mantendría el nombre original de Hijos del Sagrado Corazón de Jesús (FSCJ), y la otra, miembros, en su mayoría, de lengua alemana, tomaron el nombre de Misioneros Hijos del Sagrado Corazón (MFSC, por sus siglas en italiano)… Se abrió así una profunda y dolorosa herida en la única familia misionera de Comboni.


Se impuso una sorprendente paradoja: para san Daniel Comboni el bien de la misión exigía que su Instituto reflejara la catolicidad de la Iglesia. Por el contrario, en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, la eficacia del apostolado y, para que el Instituto comboniano «funcionara» correctamente, parecía exigirle a los superiores la división de los hijos de Comboni con base en criterios nacionalistas, opuestos al espíritu del «pequeño cenáculo de apóstoles».

Ambos Institutos se desarrollaron con autonomía, aunque perdiera fuerza el impulso internacional, sin embargo, la finalidad y vocación misionera permanecieron prácticamente inalteradas e incluso abriéndose a nuevos campos de misión en África y, a solicitud de la Santa Sede, en América Latina.
A la vez, durante los años siguientes, iba creciendo en las dos ramas, la presencia viva de la memoria del fundador, gracias también a nuevos estudios que iban revelando aspectos de su heroísmo misionero que habían quedado a la sombra. Todo cooperó para fomentar el deseo de la reunión, que jamás se había apagado: volver al fundador significaba reconocernos como única familia consagrada a la misión entre aquellos que aún no conocen a Cristo… Así, el 2 de septiembre de 1975, los dos Capítulos Generales de las dos congregaciones, convocados en sesión conjunta en Elwangen, Alemania, deciden la reunificación y, pronto, esa decisión es «ratificada» por un referéndum de casi la totalidad de sus miembros.

El 22 de junio de 1979, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fue confirmada oficialmente nuestra unión, con un decreto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. El nuevo nombre del Instituto reunido sería: Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús… Así, la herida, ya sanada, quedó atrás…

Es evidente que aparecieron diversas siglas para indicar nuestros «nombres propios» a lo largo de nuestra historia: Hijos del Sagrado Corazón de Jesús, Misioneros Hijos del Sagrado Corazón y Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús… Dos palabras permanecieron siempre presentes, incluso cuando se separaron los dos «sarmientos» de la única «vid». Nos referimos a la expresión Cordis Jesu (del Corazón de Jesús).
«Queremos creer, –acaba de escribir nuestra única dirección general– que nuestro deseo de volver a ser “uno” y la unificación conseguida fue siempre “una cuestión del corazón”. ¿Fue realmente nuestra creencia en el Corazón de Jesús, donde el amor trinitario se manifiesta en la carne, lo que nos llevó de nuevo a ser mejores testigos de un Dios que es amor y, por tanto, comunión y fraternidad para anunciar y servir juntos?».

La patria es el origen que nos confiere identidad propia. Y la «patria de origen» de todo lo que la Iglesia es y debe hacer es el misterio trinitario. De ese profundo e insondable misterio de amor y comunión, acontece el envío del Verbo al mundo, y de su corazón traspasado por amor, nace la Iglesia que recibe en fidelidad y obediencia el mandato del mismo envío: «Vayan por todo el mundo» (Mt 28,19).

Sin embargo, como el misterio trinitario no excluye la distinción de personas, sino que la funda y hace que converjan en absoluta comunión, la Iglesia, y todos en ella, estamos llamados a ser uno, pero sin renunciar a esa diversidad que es riqueza. Es lo que se hizo oración suplicante en las palabras de Jesús: «Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno, perfectos en la unidad» para que el mundo crea (Jn 17,23).

Los Misioneros Combonianos identificados, generosos y dispuestos a dar la vida por Cristo y la misión, son hoy en día de muchas y variadas naciones de cuatro continentes, pero son una única Familia en la que cada uno se desgasta, día tras día, por amor, en la variedad de servicios y con la disponibilidad de ir a donde hay más necesidad. Para ello, la comunión y el respeto a la variedad, es incuestionable e imprescindible. Lo expresamos con una afirmación popular y sorprendente de nuestro amado padre fundador: «Estoy dispuesto a lamer el suelo con tal de asegurar la unión de mis misioneros».

La Misión de la Iglesia es dar testimonio

Toda conversión surge por la influencia del Espíritu Santo
que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio

Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj
Desde Mongoumba, República Centroafricana

La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción

La misión comienza con un envío de parte de Jesús resucitado, que ha elegido, por pura bondad suya, a los que irán a proclamar su nombre por todo el mundo, anunciando con valor y alegría las maravillas que el Señor ha obrado en sus vidas, pues tal fue su mandato: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28,19-20). Este envío a evangelizar de parte de Jesús no es para hacer proselitismo, que tiene por único fin el de aumentar el número de adeptos, sino para que sus seguidores puedan dar testimonio de qué modo el Señor los ha transformado, y será por este testimonio que resultarán creíbles y agradables, atractivos pues, de modo que puedan suscitar que otros se acerquen al Señor, porque, como diría Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción”.

El testimonio de los que siguen a Jesús

Testigo es aquella persona que ha tenido una experiencia íntima del Señor, que la ha llamado, la ha transformado con su amor y con su palabra, y finalmente la ha enviado. Dice la Primera carta de Juan: “Lo que hemos visto y oído, lo que hemos contemplado y nuestras manos han tocado del Verbo de vida… se lo comunicamos para que estén en comunión con nosotros” (1Jn 1,1-4). Quien de este modo ha sido tocado por el Señor no puede guardar para sí tan grande acontecimiento que ha marcado su vida con un antes y un después. En adelante el testigo no hará otra cosa que dar testimonio de esta transformación donde quiera que esté, viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5,1-11), realizando las obras de bondad que señala el juicio final (Mt 25, 31-40), siguiendo el ejemplo de generosidad del buen samaritano (Lc 10, 29-37) y sin olvidarse de perdonar al prójimo las veces que sean necesarias (Mt 18,21-22), porque es consciente de haber sido liberado de su orgullo cuando fue perdonado por el Señor.

El testimonio en comunión con la Iglesia

El testigo no es alguien que actúa aislado, sino que vive unido a la comunidad de los que también fueron llamados como él. Y así, en iglesia, el testimonio de todos y de cada uno es como puede tener mayor atracción, tal cual sucedía con la primera comunidad cristiana que gozaba de la admiración de la gente (Hch 2, 42-47). Pero este testimonio de comunión entre los miembros de la primitiva iglesia no hubiera sido posible si a la base no estuviera el amor que se prodigaban unos a otros, según el nuevo mandamiento recibido por Jesús (Jn 15,12). No por nada Tertuliano, escritor apologista del siglo II, pudo recoger una expresión de boca de los paganos acerca de los primeros cristianos que se había hecho famosa: “Mirad cómo se aman” (Apologético 39, 1-18).

La gente se fija mejor en los testigos que en los maestros

Para llevar a cabo la obra de evangelización la Iglesia necesita entre sus miembros personas bien preparadas, capaces de enseñar a otros, pero de poco o nada serviría su preparación si les faltara abrirse al don del Espíritu Santo que actúa a través de quienes dan genuino testimonio del Señor, y que por esto mismo captan la atención de la gente. Aquellas palabras del Papa San Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, siguen conservando su actualidad: “El hombre contemporáneo escucha mejor a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos” (EN 41).

Sucede que toda conversión, o el hecho de que otros opten por seguir a Jesús, surge no a causa de razonamientos teológicos para proponer y defender la fe, ni intentando persuadir a los demás con argumentos bien elaborados haciendo gala de nuestro amplio conocimiento, sino por la influencia del Espíritu Santo que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio, muy acorde con lo que Jesús resucitado dijo a sus discípulos poco antes de su ascenso a los cielos, que cuando recibieran la fuerza del Espíritu Santo serían sus testigos hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Y es que un testigo del Señor no pretende convencer a nadie para compartir su fe, como haría un proselitista o propagandista de la religión; la comparte sí, pero con la alegría y la generosidad de quien busca ofrecer aquello que nada mejor puede ser encontrado.

Apoyamos la educación

Por: P. Benjamín Rodríguez, mccj
desde Kangole, Uganda

Les escribo desde Kangole, Uganda, en donde ya había estado hace nueve años. La misión se ubica al noreste del país, en la frontera con Kenia; aquí atendemos a los karamoyón.

Uno de los principales objetivos en Kangole es atender las tres escuelas que tenemos en la misión; son dos escuelas primarias y una secundaria. En Uganda, y en la mayoría de países africanos las escuelas son internados. Una primaria es para niños; la otra, para niñas; y la secundaria es para señoritas. ¡Cada una cuenta con una población de aproximadamente mil alumnos! Y a todos les ofrecemos educación y alimentos.

Las tres escuelas son atendidas por diferentes congregaciones religiosas. La primaria para niños está bajo el cuidado de las Hermanas de María; la de niñas es atendida por las Misioneras Combonianas; y la secundaria de las chicas, por las Hermanas del Sagrado Corazón. Desde hace 90 años se fundó esta primera misión católica en Karamoya, obra que siempre se ha caracterizado por dar prioridad a la educación.

Todos los días celebramos misa y los alumnos se van alternando porque es imposible tenerlos a todos juntos. Es importante resaltar que los karamoyón son pastores, por lo que tener a los niños en internados en las escuelas es un reto, pues los padres prefieren que sus hijos cuiden del ganado que la familia posee, en lugar de «perder el tiempo en la escuela». En el caso de las niñas, el reto es aún mayor, pues de acuerdo a su cultura, ellas deben hacer las labores de la casa y ayudar a su mamá con los hermanos menores. Y aunque los misioneros hemos sido muy cuidadosos en respetar su cultura, también hemos tratado de animar a la gente a cambiar su forma de pensar para que todos tengan acceso a la educación y a un desarrollo en todos los aspectos.

Personalmente me siento muy contento al ver la cara de felicidad de las niñas y niños que tienen la oportunidad de ir a la escuela. Gracias a la falta de celulares, estos niños no se distraen y permanecen muy atentos a las indicaciones de sus maestros y de sus mayores.

Nuestras escuelas no sólo son para los niños de familias católicas, también hay musulmanes y de otras denominaciones cristianas; debido al prestigio de nuestro colegio en toda la región, también vienen chicas y chicos de las tribus cercanas de Kenia y de otras zonas de Uganda.

Me gustaría terminar esta carta alentando a niños y jóvenes para que aprovechen la oportunidad de prepararse en la vida, en especial cuando nuestros padres entienden que es lo mejor que harán por nosotros. Aquí, aún hay que convencer a los papás para que dejen que sus hijos sean también los protagonistas de un cambio en sus vidas, sobre todo de la mano de Dios, pues como dijo san Daniel Comboni, queremos «salvar África con África».

Que Dios los bendiga, y me encomiendo a sus oraciones.

Asamblea Provincial en México

Los días 21, 22 y 23 de agosto, los Misioneros Combonianos de la Provincia de México se reunieron en la casa provincial de Xochimilco para tener su asamblea provincial anual. La de este año se centró en la elaboración y puesta a punto del llamado “plan sexenal”, una programación para los próximos seis años tomando como base los trabajos y decisiones del Capítulo General que tuvo lugar en Roma el año pasado.

La asamblea estuvo precedida de una semana de ejercicios espirituales, predicados por el P. Antonio López Villaseñor, misionero Xaveriano que, con palabras sencillas y partiendo de varios textos de las Sagradas Escrituras, nos invitó a dejarnos guiar siempre por el Espíritu y la voluntad de Dios, escrutando y discerniendo a partir de nuestras motivaciones más profundas como misioneros y como discípulos de Cristo y de San Daniel Comboni.

Los trabajos de la asamblea tomaron como principal fuente las respuestas a los cuestionarios que previamente se habían enviado a las comunidades y a los secretariados. Se meditaron tanto a nivel personal como de secretariados para elaborar un plan con cinco prioridades: Formación permanente, inculturación del acompañamiento, formación misionera de agentes locales, camino sinodal y siembra vocacional; para cada una de las cuales se programaron líneas de acción y procesos de puesta en práctica.

La asamblea también sirvió para sentirnos en comunión con nuestros hermanos que acababan de cumplir 25 años de ordenación: Roberto Pérez y José Alberto Pimentel, y con el padre Crisóforo Contreras, que festejará sus bodas de oro el 9 de septiembre. En la Eucaristía de conclusión, el Superior Provincial, acompañado de todos los miembros de la Provincia, hizo una solemne bendición de envío sobre los misioneros que parten hacia una nueva misión y sobre los jóvenes que hicieron su profesión religiosa el pasado mes de mayo y que parten hacia los escolasticados para continuar su formación.

Chad: El Vicariato de Mongo con los refugiados sudaneses

La situación de los refugiados del norte de Sudán es extremadamente crítica. El flujo incesante de personas (especialmente mujeres, niños y ancianos) que huyen de la guerra por cualquier medio de transporte hace que las agencias humanitarias se encuentren frente a multitudes de personas en continuo movimiento y en constante crecimiento.

Por: Hno. Enrico Gonzales y Reyero, mccj.
Desde Abeché, Chad

El territorio afectado por este flujo excepcional de refugiados es el de la parroquia de Santa Teresa del Niño Jesús en Abéché, en Chad, donde trabajan los misioneros combonianos. En la ciudad hay unos 5.000 refugiados alojados en diversas escuelas. Uno se pregunta: ¿Hasta cuándo?, dado que se espera que las escuelas vuelvan a abrir en septiembre.

No lejos de Abéché, a lo largo de la frontera con Sudán, los pueblos de Farshana y Adré, donde hay comunidades cristianas atendidas por la parroquia, son los más directamente afectados. Adré es la verdadera puerta de entrada de los sudaneses a la región chadiana de Darfur. El flujo de gente es continuo. El hecho de que los hombres sean una minoría muy pequeña llama la atención de inmediato, porque muchos han muerto en combate o todavía están involucrados en operaciones de guerra.

Esta crisis humanitaria, provocada por la guerra desatada el pasado mes de abril en Sudán, no podía llegar en peor momento: estamos en época de lluvias, cuando las carreteras se vuelven intransitables y los traslados y transportes son muy difíciles, si no imposibles. Sin embargo, Chad ha abierto sus fronteras, ha permitido que los refugiados se asienten en su territorio y ha favorecido la intervención de los organismos de las Naciones Unidas y otros numerosos organismos no gubernamentales internacionales.

Es en este contexto que el Vicariato de Mongo, a través de su Caritas, interviene en la zona de Farshana, donde, en colaboración con las agencias allí presentes, lleva un mínimo de ayuda (principalmente alimentos y asistencia sanitaria) a los refugiados sudaneses. Se trata de una intervención importante, pues Caritas, según su visión de promover la ayuda de emergencia, de cara a una normalización de la situación, ya reflexiona sobre el “después”, sobre qué tipo de intervenciones tendrá que favorecer para que estos colectivos de desplazados, intercalados con una población local que no dispone de grandes medios económicos (los precios de los alimentos se están disparando), pueden hacer frente a una situación que tememos está destinada a durar mucho tiempo. Una paradoja: en esta parte de Chad, todavía hay en los campos de refugiados gente que huyó durante la guerra de Darfur de los años 90.

Con sus medios limitados, Caritas del Vicariato de Mongo hace lo que puede para intervenir y aliviar el sufrimiento de aquellos que escaparon de la guerra y fueron probados dramáticamente, tratando de reconstruir sus vidas.

Encuentro mundial de jóvenes combonianos en Portugal

La Familia Comboniana ha estado presente en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) a través de la iniciativa World Youth Comboni Gathering (WYCG), integrada por siete grupos de jóvenes procedentes de Estados Unidos, España, Panamá, Italia, Macao, Alemania y Portugal. En total unos 140 jóvenes y animadores de cuatro continentes y diversas nacionalidades, que han superado el desafío de la lengua gracias al lenguaje del amor.

Antes de separarse y regresar a sus países, el lunes 7 de agosto los jóvenes de la WYCG tuvieron un encuentro en la comunidad comboniana de Santarém (en la foto) para hacer balance de todo lo vivido en Portugal.

Una de las vivencias que más han destacado fue el impresionante silencio delante del sacramento de la Eucaristía durante la Vigilia de Oración del sábado por la noche. También algunas de las palabras del Papa exhortándoles a no tener miedo y a vivir de una manera inclusiva su seguimiento de Jesús: «¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos».

Durante la jornada del día 7 también hubo un momento de reflexión individual para que cada joven concretara los propósitos que lleva consigo tras la experiencia vivida en la JMJ y que posteriormente han compartido en pequeños grupos lingüísticos.

El último momento de este encuentro de evaluación ha sido la celebración de la Eucaristía, presidida por el P. David Domingues, Vicario general del Instituto de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús.