Fiesta de San Daniel Comboni

Cuando la vida continúa para siempre

Por: Hna Maria Teresa Ratti, smc

Hoy, 10 de octubre de 2023, recordamos el día en que nuestro amado padre Daniel Comboni entregó su vida a las manos de Dios para siempre. Era la tarde del 10 de octubre de 1881. En aquellas horas llenas de dolor y tristeza, en la ciudad de Jartum, corazón palpitante de su inmenso Vicariato, los terrones del Evangelio eran fecundados con una semilla preñada de vida entregada en plenitud. Y se regaban con el caudal de una pasión capaz de generar las multitudes que la nigricans margarita llevaba siempre en su seno de Madre de la Humanidad.

Alrededor del moribundo Daniel Comboni estaba, desconsolado, un pequeñísimo grupo de misioneros, rodeados por el pueblo que, en el Mutran es Sudan -el padre de la nigricia- había visto el verdadero signo del cuidado que Dios tiene por todas sus criaturas. Eran todavía un pequeño rebaño que demasiado pronto quedó huérfano de su “pastor, maestro y médico”. Con cada uno de ellos, Mons. Comboni había formado “una causa común”, que le había llevado a declarar que: “Viviré y moriré con África en los labios”. Para siempre.

Muchos gemidos y sollozos se elevaron al cielo cuando se anunció la triste noticia. Sor Teresa Grigolini, su hija espiritual y discípula de la primera hora, recordaba: “La irreparable pérdida del Excelentísimo Monseñor nos sumió a todos en la más profunda pena y dolor. Ah, pobre Monseñor, le recuerdo como si estuviera presente. Su gran corazón abrazaba al mundo entero. La inmensa caridad que fermentaba en su corazón y la ilimitada confianza en Dios que tenía no pueden ser concebidas sino por aquellos que se acercaron a él aquí en África principalmente. A veces decía: cuando quieras consolarme, dime que quieres a África. Era el amigo de todos los pobres, y por eso al conocer la noticia de su muerte hubo un grito general de dolor en toda la ciudad, un movimiento extraordinario. Ah! África ha perdido a su Apóstol más ferviente, y nosotros a un padre amoroso. En cualquier caso, adoramos en silencio las disposiciones divinas’. (cf. Extractos de su carta a un hermano, 10 de noviembre de 1881).

También nosotros queremos hoy detenernos en el silencio, escuchar de nuevo las palabras y los hechos de una vida vivida bajo el signo de una “vocación ardua, difícil y santa” (Escritos, 6814).

O Nigrizia, O Morte” había repetido Daniel Comboni en su vida cotidiana de incansable misionero apostólico. Lo había escrito con letra clara desde la primera redacción del Plan para la Regeneración de África, en 1864: “Este plan no se limitaría, pues, a las antiguas fronteras trazadas por la Misión de África Central (…) sino que abarcaría y, por tanto, explicaría y extendería su actividad sobre casi toda África”. (Escritos, 813)

En aquella triste noche del 10 de octubre de 1881, la muerte cortó los latidos de un corazón que había abarcado el mundo; un corazón que había abarcado la historia de un inmenso continente, del que se había convertido en hijo predilecto y fiel pastor. Al recoger su último aliento, la amada Nigrizia se convirtió en heredera y custodio indiscutible de una herencia preciosa y santa. Para ser regenerada y compartida en la vida de sus gentes y en los caminos de toda la Humanidad.

La extraordinaria fecundidad generada por la vida -y la muerte- de Daniel Comboni se alza ante nuestros ojos como un estandarte de gloria a la fidelidad divina en todas sus obras.

Hoy, en el tiempo de la sinodalidad como paradigma eclesial fundante para vivir la misión evangélica, el dies natalis de San Daniel Comboni nos recuerda que, en la cita del Sínodo de los Obispos que tiene lugar este mes en Roma, la Iglesia que vive en África está presente como protagonista. Sí, la Perla Negra brilla y, desde el Cielo, Comboni sonríe y bendice.