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Dios te necesita para amar

Monseñor Daniel Comboni, santo y fundador de los misioneros y misioneras combonianas, escribió a sus superiores: «Dios puso en mis manos una obra sagrada, una misión en África entre los más pobres y olvidados. Prometí a Dios entregar mi vida, siempre fiel a mi vocación misionera». Asimismo, él indicó a sus discípulos misioneros y misioneras el camino para seguir sus pasos y consagrarse a Dios para la Iglesia y para el mundo.

Por: Hna. Kathia di Serio, smc

Por tanto, la misión para Comboni es cuestión de entrega y amor; significa dejar la casa, la patria y la cultura para ir a encontrar el rostro de Dios en la vida de los que sufren en las tierras olvidadas de África. ¡Es un proyecto de amor!

Caridad sin límites bajo el signo de la cruz. El amor vence siempre y, por ello, después de más de un siglo que el mundo continúa siendo torturado por guerras y conf lictos, injusticias y persecuciones… Comboni nos enseña que vale la pena «dar la vida para la misión» a todas las personas, de manera particular a los más pobres, a los últimos y olvidados.

En el corazón de esta entrega radical, las misioneras combonianas seguimos las huellas de san Daniel Comboni, quien dedicó toda su existencia a la evangelización y la promoción humana de los más necesitados. Ser misionera comboniana hoy, exige valentía, amor y una profunda confianza en Dios. Esta vocación es un llamado a seguir a Cristo de manera radical, dejándolo todo para servir en tierras lejanas o en contextos de pobreza y marginación.

Hace 22 años, decidí seguir el carisma comboniano y, en varios años de misión entre África, Europa y ahora en México, he compartido mi vida con los más pobres, trabajando por la justicia, la paz y la dignidad de las personas. En cada misión, la fuerza y la audacia me han llegado siempre desde la Palabra de Dios, mensaje que me ha guiado en diferentes situaciones y realidades de la misión en donde me ha tocado trabajar.

La oración me ha dado fuerza y entusiasmo para compartir todo con mi gente, escuchando con el corazón y acompañando cada proceso de crecimiento y de desarrollo humano y espiritual. Es un gran don y gracia de Dios poder estar al lado de quien lucha cada día, entre dificultades y sufrimientos, con la esperanza de un futuro mejor.

Cada rostro encontrado en estos años de vida misionera ha sido para mí una historia sagrada; un regalo que Dios me ha dado para amar cada vez más profundamente la historia de cada pueblo por el que he pasado.

Como Misioneras Combonianas estamos presentes en África, América, Asia y Europa, donde desarrollamos nuestra labor en diferentes ámbitos:

  • Evangelización y pastoral. Anunciamos el Evangelio a través del acompañamiento de comunidades cristianas, la formación de líderes laicos y el testimonio de vida.
  • Promoción humana y justicia social. Trabajamos en la educación, la salud, la promoción de la mujer, la defensa de los derechos humanos y el cuidado del medio ambiente.
  • Diálogo intercultural e interreligioso. Buscamos construir puentes de fraternidad y de riqueza humana y espiritual en contextos de diversidad religiosa y cultural.
  • Animación vocacional y formación misionera. Acompañamos a jóvenes en el discernimiento vocacional y nos comprometemos en actividades de animación misionera en la Iglesia local.

Creemos que la vida consagrada sigue teniendo sentido si somos capaces de ser signo de esperanza, fraternidad y justicia en nuestra sociedad. Hoy, más que nunca, es necesario un testimonio auténtico de fidelidad misionera en la aventura del Espíritu, dejando que la realidad del Evangelio siga donando luz en el camino de los pueblos.

La vida religiosa debe ser una búsqueda continua, camino hacia lo nuevo de Dios y, sobre todo, un espacio de esperanza que nos ayude a superar esa fe pasiva, para estar y vivir con la gente en sus luchas y sufrimientos, en un mundo sediento de esperanza.

Nuestro mensaje de misioneras es para ti, estimada joven: Si sientes alguna inquietud por la misión, Jesús te llama a dar un paso más en tu fe. La vocación misionera comboniana es para mujeres y hombres valientes, dispuestos a amar y entregarse a Dios por la misión. A lo mejor, Dios tiene un mensaje urgente y especial para ti. Dios cree en ti y necesita de tu ayuda. Ora y escucha su voz en tu corazón.

Las Misioneras Combonianas tienen las puertas abiertas para escucharte, informarte y orientarte en la búsqueda de la voluntad de Dios. Él espera tu respuesta segura y generosa. ¡Anímate! Te invitamos a conocer nuestra vida y nuestra misión. El Señor no se cansa de llamar a la puerta de tu corazón y espera tu respuesta y entrega generosa.

Campo misión 2025. Jubileo de la esperanza en Metlatonoc, Guerrero. México

Por: Tadeo, Felisa, Mariana, Beatriz, LMC de México y Carol LMC de Costa Rica

Una vivencia con esperanza en común de los LMC que participaron del Campo Misión de Semana Santa en la Parroquia de San Miguel Arcángel, descubrir cómo nos recibirían las personas de las colonias donde participamos ya que era la primera vez que tendrían LMC en las colonias de la parroquia. En nuestro pensamiento era algo complicado pero la realidad cambio nuestra visión ya que al estar ahí la experiencia fue llevadera, fructífera y de mucha enseñanza para todos. Nosotros compartimos nuestra fe desde nuestra experiencia aún con la dificultad y limitación de no conocer el idioma ni las costumbres; ellos nos abrieron su corazón, con su atención y participación; manifestaron también a cada uno de nosotros en diferentes momentos su agradecimiento.

Los obstáculos que encontramos fueron diversos, el principal era la lengua, algunos nos enfermamos, el material que llevamos, desconocer las costumbres y la cultura. Afortunadamente hay algo que nos une, la Fe que tenemos en Jesucristo vivida en esta Semana Santa 2025 año jubilar en la cual pudimos compartir con las personas dentro de una sana convivencia, temas en las colonias, procesiones, oración y eucaristía siempre con algo característico de cada día de la Semana Mayor.

Por eso como LMC creemos que debemos tener en cuenta: el sabernos escuchar, conocer sin juzgar, dejarnos enseñar por las personas que nos reciben, enriquecer nuestros valores, resaltar la riqueza que descubrimos, disponibilidad a los cambios que se puedan presentar, trabajar la obediencia y respeto a los lideres que encontramos, olvidarse de lo que te pueda distraer y vive la MISIÓN, sobre todo sin dejar atrás el Ideal Comboniano, Evangelizando a los más pobres y abandonados, Amando nuestra Cruz sin desanimarte por las circunstancias que puedas encontrar, problemas o adversidades, recordando siempre a quien servimos y por quien estamos aquí, haciendo todo con Amor para dar Gloria a nuestro Señor Jesucristo.

Tras las huellas del Resucitado

Por: Carmen Aranda, LMC España

Pues sí, a veces vemos a personas como nosotros y no nos podemos imaginar la vida que tienen detrás. En Cáritas atendemos a mucha gente, casi a “todos” los que llegan esperando soluciones inmediatas, comida, ayuda, consuelo, o lo que sea. Cuando vienen muchos corres el riesgo de no “ver” a la persona, sino al número, de no ver por dónde han pasado, ni lo que han vivido, sino “lo que piden”.

Se presentan historias de familias, de chicos que vienen solos, de mujeres con hijos…

Vienen a España heridos y con expectativas. Algunos por decisión y otros empujados por los conflictos que los echan de tierras, de casas y del abrazo de sus familias. Cuando escuchas historias que no te imaginas ni en una película, te das cuenta de lo grande que es el mundo y de la maldad humana, pero también de lo que necesitamos a Dios, y tener una mente y un corazón dispuestos.

En medio de ese acompañamiento, a veces en el desahogo se verbaliza estar “peleado con Dios”, “¡cómo un Dios bueno, ha permitido que yo haya sufrido tanto!”. “¿Dónde estaba Dios cuando he estado amenazado de muerte?” “¿Dónde estaba Dios cuando me han echado de mi casa y robado todo lo que tenía?”

Me ha pasado…por inspiración, estar en la oficina y se me ocurre invitar a una de estas personas heridas a participar de la Pascua en la parroquia. Un Triduo vivido en Comunidad. No dice que no, pero no estaba segura de que vendría. Tiene la valentía de hacerlo. Se sienta en el último banco de la iglesia, como queriendo ver pero de lejos, cerca de la puerta. Yo respeto la distancia, y el espacio, pero estoy atenta.

Jueves Santo. Se emociona y dice haber estado tranquila, después de seis años sin pisar una iglesia. Le ha gustado, ha sentido paz. Dice que sus problemas se han quedado por un momento en la puerta, se ha parado todo. Lleva meses medicándose para poder dormir, dice que ha respirado.

Viernes Santo. En la cruz se clavan todas las noticias que hablan de los Cristos que se siguen crucificando cada día. Y se responde a su famosa pregunta “¿Dónde está Dios?” y resulta que Dios está sufriendo al lado de cada persona, y lo que nos toca preguntar es ¿dónde están los hombres y mujeres de buena voluntad para acercar la caricia y el consuelo de Dios a los que están desesperados?”

Sale muy tocada de esta celebración, dice que ha sentido que lo que ha pasado en la iglesia “era verdad”… pero que necesita tiempo para digerir y entender. Necesita tanto tiempo, que no da el salto para participar del Sábado, de la fiesta de la Resurrección.

Me ha dado las gracias por invitarla, a través del móvil. Dice que duerme mejor, que se siente mejor. Quiero pensar que la puerta de la reconciliación se está abriendo, y en ese camino, en esa experiencia ojalá se encuentre pronto con el resucitado que no abandona nunca, que siempre sostiene, que nos ama con locura.

Seguiremos acompañando despacio y atentos.

Ataque a un hospital de MSF en Sudán del Sur

El hospital de MSF (Médicos Sin Fronteras) de Old Fangak, en Sudán del Sur, fue bombardeado en la madrugada del 3 de mayo. Como consecuencia del ataque la farmacia del hospital y algunas otras instalaciones quedaron completamente destruídas. La ONG Médicos Sin Fronteras ha condenado enérgicamente el ataque afirmando que “Los hospitales no deben ser nunca un objetivo y debe protegerse población civil, pacientes y personal sanitario”.

Texto y fotos: MSF

Condenamos enérgicamente el bombardeo deliberado de nuestro hospital en Old Fangak, Sudán del Sur. El ataque comenzó sobre las 4:30 h. de esta madrugada, cuando dos helicópteros de combate lanzaron primero una bomba contra la farmacia del hospital, que quedó totalmente calcinada, y luego dispararon durante una media hora contra la ciudad de Old Fangak. Hacia las 7 de la mañana, un avión no tripulado bombardeó el mercado de Old Fangak. Hay al menos siete muertos y 20 heridos.

Nuestro coordinador general en Sudán del Sur, Mamman Mustapha, ha declarado:

“A las 8 de la mañana recibimos en nuestro hospital de Old Fangak unos 20 heridoscuatro de ellos en estado crítico. Hay informes de más víctimas mortales y heridos en la comunidad. Un paciente y dos cuidadores, entre ellos uno de nuestro personal, que estaban dentro del hospital resultaron heridos en el bombardeo. Los pacientes que no se encontraban en estado crítico huyeron del centro. 

El bombardeo de nuestro hospital en Old Fangak ha provocado importantes daños, entre ellos la destrucción total de la farmacia, que ha quedado totalmente calcinada. Aquí es donde se almacenaban todos nuestros suministros médicos para el hospital y para nuestras actividades en las comunidades que atendemos. Lo ocurrido compromete gravemente nuestra capacidad de prestar asistencia. 

Condenamos enérgicamente este ataque, que se ha producido a pesar de que todas las partes beligerantes conocen la geolocalización de todas nuestras estructuras e instalaciones, incluido el hospital de Old Fangak”.

“Condenamos enérgicamente este ataque, que se ha producido a pesar de que todas las partes beligerantes conocen la geolocalización de todas nuestras estructuras e instalaciones, incluido el hospital de Old Fangak”, declara nuestro coordinador general en Sudán del Sur, Mamman Mustapha.

“El hospital de Old Fangak es el único del condado de Fangak y da servicio a más de 110.000 personas, que ya tenían un acceso extremadamente limitado a la atención sanitaria antes de este ataque. Todavía estamos evaluando el alcance total de los daños y el impacto en nuestra capacidad para prestar asistencia médica y humanitaria, pero este ataque significa claramente que la población se verá ahora aún más privada de recibir tratamientos vitales.

Hacemos un llamamiento a todas las partes del conflicto para que protejan a población civil, pacientes y personal sanitario, así como infraestructuras civiles, incluidos centros de salud. Los hospitales no deben ser nunca un objetivo y debe protegerse la vida de la población civil“.

Esta es la segunda vez que un hospital de MSF se ve afectado por la violencia durante el último mes. El pasado 14 de abril, se produjo un saqueo armado en el hospital de Ulang, en el estado del Alto Nilo, que provocó que toda la población del condado de Ulang quedara sin acceso a atención sanitaria secundaria.

III Domingo de Pascua. Año C

A orillas del lago se respira aire fresco de universalidad y de misión en el mundo. El tercer encuentro de Jesús resucitado con un grupo de discípulos (Evangelio) no tiene lugar en el Cenáculo de Jerusalén, con las puertas cerradas, sino al aire libre, a orillas del lago de Galilea, en una mañana de primavera. El evangelista describe el hecho de esa pesca milagrosa post-pascual y la misión que Jesús confía a Pedro con el lenguaje propio de la experiencia mística, con rica simbología y con detalles de una profunda afectividad.
¿Me amas más que estos?
P. Enrique Sánchez G., mccj

“Después de almorzar le pregunto Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tu lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “¡Sígueme! ”. (Juan 21, 15 – 19)

En la historia de Pedro es fácil recordar otros momentos en los cuales él manifestó su entusiasmo por seguir a Jesús. En su primer encuentro había dejado todo, su trabajo, su familia, el mundo que le era conocido y, sin saber muy bien dónde se metía, había seguido a Jesús por todas partes. Nunca lo dejaría, aunque hubiese habido momentos de crisis, de dudas, de incomprensiones y seguramente de desilusiones.

Pedro le había dicho a Jesús que él estaba dispuesto a darlo todo, incluso la vida, por estar con él y por seguirlo como buen discípulo.

Le había asegurado al Señor que jamás lo abandonaría y se arriesgó a luchar por él cuando en el huerto de los Olivos le había cortado una oreja a uno de los que habían ido a atrapar a Jesús.

Ese Pedro, lleno de sí mismo, es el mismo que antes de la pasión le había prometido a Jesús que jamás lo abandonaría. Y fue el mismo que, viendo lo que estaba pasando con Jesús, no tuvo el valor de cumplir su palabra y acabo negándolo tres veces ante los sirvientes del palacio.

Pedro es el discípulo que por primero corrió a la tumba vacía para convertirse en en testigo del resucitado y fue luego el que con valentía y sin temor se lanzó a predicar el nombre de Jesús como el Mesías y el Salvador.

Pedro, una vez que recibió el Espíritu Santo, fue el apóstol que ya nadie pudo callar ni parar en su ministerio de testigo de Jesús.

Ciertamente sus discursos, tal como aparecen en los Hechos de los apóstoles, eran coherentes y llenos de fuerza, pero lo más impactante era su testimonio personal, su convicción expresada en signos, en hechos que cambiaban su vida y la de los demás.

Hacía los mismos milagros que había visto realizar a su maestro, porque anunciaba la palabra y actuaba en el nombre de Jesús. Su cariño por Jesús lo había llevado a identificarse totalmente con él, y como dirá san Pablo de sí mismo: ya no era Pedro el que vivía, sino el Señor que habitaba en él.

El texto que nos ha regalado la liturgia de la palabra este domingo en nuestras celebraciones eucarísticas nos recuerda otro encuentro que seguramente marcó toda la vida y la obra de Pedro.

El Señor resucitado lo cuestiona sobre el amor que Pedro siente por él. Su primera respuesta esta llena de sí mismo, del Pedro de todos los tiempos que se deja atrapar por sus impulsos generosos y confiados en sí mismo. Claro que te amo, dice Pedro en un primer momento, tal vez sin darse cuenta del contenido de sus palabras. Era el Pedro seguro de sí mismo que no había aprendido la lección después de haber pasado tan cerca de Jesús durante el camino al Calvario.

Es el Pedro que nos permite entender que muchas veces nuestra relación con el Señor la queremos construir pensando en nuestras capacidades, en nuestras cualidades y posibilidades, sin darnos cuenta que se trata de una relación en la cual no somos los protagonistas porque hay siempre alguien que se nos adelanta en hacernos capaces de amar.

El segundo momento en que Jesús interroga a Pedro lo lleva a ser más modesto y a tomar conciencia de que nadie puede acercarse a Dios sino es movido por la gracia que Dios mismo pone en su corazón. Sí, Señor, tú sabes que te amo, pero me doy cuenta de que mi amor deja mucho que desear. Hago mis intentos, pero siempre nos quedamos cortos.

Nos damos cuenta de que nuestro amor por Jesús, algunas veces es condicionado por nuestros intereses y nuestras preocupaciones. Te queremos Jesús en cuanto nos conviene, en la medida en que das respuesta a nuestras necesidades, cuando no nos que da más recurso que acercarnos a ti, porque ya lo hemos intentado todo.

El tercer momento en este encuentro, que es un verdadero encuentro de amor, entre Pedro y Jesús, se nos revela a dónde puede conducir el poner nuestra confianza en el Señor. Sí, Señor, tú sabes que te amo, pero aumenta mí fe.

Esta es la respuesta que Jesús esperaba escuchar de los labios de Pedro, la respuesta que estaba cargada de humildad, de confianza y de abandono.

Sí Señor, quiero amarte con todo mí corazón, pero eso sólo depende de ti, depende de la misericordia que tengas conmigo, depende de la paciencia que estés dispuesto a manifestar por mí.

La última respuesta de Pedro transmite toda la experiencia de quien finalmente ha entendido que no somos nosotros los que escogemos al Señor, sino que es él quien tomará siempre la iniciativa y nos llevará por los caminos que mejor nos convienen.

Jesús en esta historia se manifiesta en toda su ternura y no reprocha a Pedro en ningún momento; al contrario, lo acompaña en su camino de fe y lo va confirmando para que persevere en el amor. Jesús le manifiesta todo su confianza y lo hace responsable de sus ovejas.

Así es como actúa el Señor en nuestras vidas. Continuamente nos está invitando a confrontarnos con nuestra capacidad de amarlo. Nos pregunta cuánto hemos sido capaces de ponerlo en el centro de nuestras vidas para dejarlo que sea nuestro guía, la luz que nos conduce y la fuerza que nos sostiene.
El Señor no se asusta de la incapacidad de amarlo que, en algunos momentos, manifestamos y que habla de la fragilidad de nuestra fe.

Una y otra vez nos manifiesta su confianza y su paciencia y nos invita a asociarnos a la misión de apacentar a las ovejas, de hacernos testigos de él en medio de quienes nos rodean.
Jesús nos llama, también a nosotros, y nos pregunta cuánto lo amamos. Nos interpela para que vayamos más lejos en nuestra experiencia de fe y para que nos demos cuenta de que es él quién nos va formando desde dentro y nos llena de su gracia para que podamos decir con humildad: Señor, tú sabes que te amamos, pero necesitamos que aumentes nuestra fe.

Qué el ejemplo de Pedro nos ayude a crear en nuestro interior esa actitud de sencillez y de humildad que nos permita acercarnos cada día más al Señor para dejarlo que nos transforme en auténticos discípulos suyos y en entusiastas misioneros, anunciadores de su amor.

Qué el Señor aumente nuestra fe y nos lleve por caminos de alegría a su encuentro para que podamos anunciarlo con entusiasmo cada día, ahí en donde nos llama a cumplir con nuestra misión.


El encuentro con el Resucitado lleva a la Misión

Hechos 5,27-32.40-41; Salmo 29; Apocalipsis 5,11-14; Juan 21,1-19

Reflexiones
A orillas del lago se respira aire fresco de universalidad y de misión en el mundo. El tercer encuentro de Jesús resucitado con un grupo de discípulos (Evangelio) no tiene lugar en el Cenáculo de Jerusalén, con las puertas cerradas, sino al aire libre, a orillas del lago de Galilea, en una mañana de primavera. El evangelista describe el hecho de esa pesca milagrosa post-pascual y la misión que Jesús confía a Pedro con el lenguaje propio de la experiencia mística, con rica simbología y con detalles de una profunda afectividad. De este modo, es posible captar el mensaje en su globalidad: el retorno ferial a la pesca, el número de siete pescadores, el mar, el hecho de pescar, la noche infructuosa, el amanecer, el Señor en la orilla, la pesca abundante, el fuego para calentar el desayuno, el banquete; y luego, la misión confiada a Pedro tras un sorprendente test sobre el amor, la triple entrega del rebaño, el compromiso de un seguimiento por toda la vida hasta la muerte…

El simbolismo místico enriquece el hecho y favorece una comprensión más plena y universal del mismo. Por ejemplo, si el mar es símbolo de las fuerzas enemigas del hombre, el hecho de pescar y de convertirse en pescadores de hombres (Mc 1,17) significa liberarlos de las situaciones de muerte, y la pesca se convierte en símbolo de la misión apostólica. El éxito de esta misión, aunque muy arriesgada, se ve en los “153 peces grandes” (v. 11). Entre las muchas interpretaciones de este número, cabe subrayar dos: ante todo, la exactitud contable de un testigo ocular, pero, a la vez, el simbolismo del “50 x 3 + 3”, donde el número 50 es símbolo de la totalidad del pueblo y el 3 indica la perfección. Por tanto, ningún pez se escapa. El banquete, al que Jesús invita, alude a la conclusión de la historia de la salvación.

Las diferentes apariciones del Resucitado se pueden catalogar en dos grupos: apariciones de reconocimiento, en las que Jesús quiere, en primer lugar, darse a conocer como viviente; y las apariciones de misión, en las que Jesús confía encargos específicos de inmediata aplicación (vayan a decir a…) o de largo alcance (vayan al mundo entero, hagan discípulos de entre todas las naciones…). De esta manera, se va perfilando gradualmente en los discípulos el alcance universal del acontecimiento ‘resurrección’: el Resucitado (I lectura) es “jefe y salvador” de todos los pueblos (v. 31), y esta Buena Noticia debe anunciarse a todos y en todas partes. Obedeciendo a Dios antes que a los hombres (v. 29). Los discípulos empiezan a realizarlo enseguida en su calidad de testigos de los hechos (v. 32), con valor y alegría, a pesar de sufrir ultrajes “por el nombre de Jesús” (v. 41). A Él, Cordero degollado (II lectura), todas las criaturas del cielo y de la tierra deben rendir honor y alabanza por siempre (v. 12-13).

Pedro y los demás discípulos están plenamente convencidos de ello, porque han experimentado la misericordia del Padre y la ternura del perdón de Jesús. En especial, Pedro el cual, respondiendo a las tres preguntas de Jesús  -“¿me amas?”-  recibe la triple consigna misionera que lo transforma de pecador en pastor de todo el rebaño. Si Pedro ama verdaderamente al Señor, debe aprender a hacerse cargo de los corderos”, de los pequeños, de los últimos, de aquellos que no cuentan, de aquellos que viven entre muchas dificultades. Vivir por los demás es servir, es la nueva regla del amor. El que ama de verdad va, sale, se hace cargo de todas las personas que encuentra en su camino.

La experiencia del Resucitado va más allá de las apariciones iniciales (Evangelio): se prolonga en el reconocimiento de la presencia verdadera y eficaz del Señor en la vida sencilla de cada día. “Jesús se da a conocer por sus gestos: uno, extraordinario  -la pesca milagrosa-;  los demás, muy sencillos y familiares. Ha preparado pan y pescado y los invita amablemente a comer. Toma el pan, se lo da y también el pescado, como ya lo había hecho muchas veces… Los cristianos están llamados a reconocer a Jesús en sus hermanos… a un Jesús que se hace presente en los más pobres, humildes, necesitados: en ellos los cristianos deben reconocer la gloria misteriosa de su Señor y el poder de su acción divina, que cumple prodigios sirviéndose de instrumentos humildes y sencillos” (Albert Vanhoye). Creer en Cristo resucitado nos desafía a vivir la vida diaria como resucitados, en las opciones concretas de cada día, con fe, amor y un creativo compromiso misionero hacia los demás, sembrando por doquier vida, esperanza, misericordia, reconciliación, alegría… (*)

Palabra del Papa

(*) “Juan se dirige a Pedro y dice: «¡Es el Señor!» (v. 7). E inmediatamente Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros”.
Papa Francisco
Regina Coeli en el III domingo de Pascua, 10-4-2016

P. Romeo Ballan, MCCJ


Después de cada noche, siempre aparece Jesús vivo

El capítulo 21 de Juan, que leemos hoy, es una especie de epílogo, un segundo final, añadido con posterioridad a la redacción del evangelio mismo. En este epílogo se nos habla de  la misión evangelizadora de la Iglesia, una vez que Jesús había “vuelto al Padre”. Me permito compartirles unos breves comentarios a modo de lectura orante:

Refugiarse en el pasado

La primera parte está construida sobre un relato de Pesca milagrosa (Cfr Lc 5, 1-11). La escena sucede en el lago de Genesaret o Tiberíades, donde Jesús había conocido y llamado a Simón Pedro, Andrés y los hijos del Zebedeo (Santiago y Juan).

Con ello se nos dice que, de alguna manera, los discípulos habían vuelto a un lugar familiar, tanto por su propia familia natural cuanto por su experiencia de “nueva familia” con Jesús. En momentos de confusión y dolor, después de la muerte de Jesús y de su propia infidelidad, los discípulos buscan refugio en experiencias positivas del pasado.

La crisis

Los discípulos reunidos era siete: cinco identificados por su nombre, dos anónimos. ¿Dónde estaban los otros cuatro? Puede que estuvieran ausentes por alguna razón válida o que su crisis fuera más fuerte que la de los otros. El grupo se mantiene razonablemente unido, pero no unánime. ¿No es demasiada pretensión querer que en la Iglesia todo funcione a la perfección, que nadie entre en crisis?

Tenemos que aceptar los límites, las frustraciones y hasta las divisiones. Entre los presentes estaba Tomás, al que en el capítulo anterior se nos había mostrado como dubitativo, a pesar de que en Jn 11, 16 está dispuesto a morir con Lázaro.

El liderazgo de Pedro

Pedro aparece como líder, pero no se impone. Simplemente toma la iniciativa, algo que esperaban los demás. El liderazgo se muestra, no en asumir privilegios o hacer gala de poder, sino en tomar iniciativas que todos están necesitando y esperando. Iniciativas no impuestas sino propuestas.

“Vamos contigo”, dicen los demás. La comunidad se une a la iniciativa, con buen ánimo. Entre ellos reinaba un aprecio y respeto mutuo. Ese ambiente se crea cuando nadie se quiere imponer sobre los demás, cuando se permite que todos se expresen libremente, cuando se crea en el grupo un sentimiento de pertenencia. “Salieron juntos”.

Entre la noche y el día

– “Pero aquella noche no lograron pescar nada”. Los discípulos seguían en la noche, un periodo negativo, en el que nada parecía funcionar. La comunidad, incluso bien avenida, puede encontrarse en tiempo de esterilidad.

– “Al clarear el día”. Si a pesar de no pescar nada, aguantamos toda la noche pescando, en la tarea estéril, aburrida, llegará el amanecer con nuevas esperanzas. Lo preocupante no es la noche, sino nuestra falta de fe, nuestro cansancio, nuestra falta de perseverancia.

– “Se presentó Jesús en la orilla del lago”. En la historia de la Iglesia, después de cada noche, siempre aparece Jesús como lucero del alba. ¿Aparecerá ahora? Hombres de poca fe. La duda no es si aparecerá, sino si lo estamos esperando? “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿habrá fe sobre la tierra?

– “Pero los discípulos no lo reconocieron”. Lo mismo le pasó a la Magdalena, a los discípulos de Emaús y a los reunidos en el Cenáculo. Es que Jesús, siendo el mismo, tiene ahora una apariencia diferente. Ahora es el Resucitado que, por obra del Espíritu, aparece de maneras diversas. ¿Por dónde aparecerá Jesús después de nuestra noche? ¿Estamos con los ojos abiertos y el corazón disponible para reconocerlo?

– “Echen la red a la derecha” ¿Alguien se preocupa por nosotros? ¿Alguien nos da un consejo? No lo desechemos.

– “Echaron la red y se llenó”. Si sabemos escuchar, si aprendemos, si nos abrimos, se hará el milagro.

– “Es el Señor”. Es el momento de reconocer la presencia del Señor. Llega un momento en el que tenemos que desprendernos de nuestras pequeñas seguridades racionales, hincar la rodilla y adorar la presencia misteriosa y real del Señor.

– “Venid a comer”. Celebrar, gozar de la comunidad, servirse mutuamente, aportar el pescado.
P. Antonio Villarino, MCCJ


SIN JESÚS NO ES POSIBLE
Juan 21, 1-19
José A. Pagola

Aquella noche no cogieron nada. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: sólo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.

El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.

El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.

Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello sólo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser “pescadores de hombres”.

La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?

Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es “hacer muchas cosas”, sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.

No podemos quedarnos en la “epidermis de la fe”. Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

AL AMANECER

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.

La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: “Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada”. Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?

Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?

En este contexto de fracaso, el relato dice que “estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla”. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero “no sabían que era Jesús”.

¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.

Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:”¡Es el Señor!”. No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús: ”Señor, tú sabes que te quiero”. Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.

En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.
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El corazón de una madre siempre espera

Junto al dolor de una madre que busca desesperadamente a su hijo desaparecido es posible encontrar amor, comprensión y sanación. Esta es la experiencia de muchas madres que, acompañadas por las Carmelitas del Sagrado Corazón, de Guadalajara, no pierden la esperanza y se apoyan unas a otras confiando siempre en Dios y en la Virgen María. Aquí les presentamos sus testimonios. Al lado del dolor hay sueños, sanación y amor. Experiencias de acompañamiento en mujeres con familiares desaparecidos.

Por: Ana Araceli Navarro Becerra, Carmelitas del Sagrado Corazón

La desaparición forzada en México es un problema que se ha agudizado a partir del 2006 con la denominada «guerra contra el narcotráfico». Uno de los protagonistas es el crimen organizado, con el cual se relaciona la desaparición de personas. De acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) al corte del 30 de marzo de 2025, en México había 116 mil 89 personas en esta condición. Entre los estados con mayor número de desaparecidos están: Jalisco, Tamaulipas, Estado de México, Nuevo León y Ciudad de México. Según el RNPDNO, 80 por ciento de quienes están desaparecidos son hombres y 20 por ciento son mujeres.

Es necesario reconocer que las desapariciones no siempre responden a una decisión personal de sumarse a la también denominada «delincuencia estructurada». Hay registros a nivel nacional de un proceso de reclutamiento forzado donde participa el crimen organizado con apoyo del Estado en los tres niveles de gobierno (municipal, estatal y federal). Esta complicidad, además de vacíos jurídicos, la falta de vinculación entre instituciones y la violación a derechos humanos, entre otros aspectos, ha generado que las personas con familiares desaparecidos vivan desde el dolor, la impotencia, la fe, la esperanza y el amor.

Aunque las cifras muestran una realidad que parece afectar a unos, la desaparición de personas no es un problema individual, sino social y como tal, debe ser motivo de indignación y de atención, «le tiene que doler a la sociedad, porque no es David quien no está con su familia. David no está en su comunidad, no está en la sociedad. Nos hace falta a todos», afirma Dioni quien busca a su hijo Guillermo David Ramírez Pelcastre, desaparecido en septiembre de 2017 en Ecatepec, Estado de México. En estas líneas se comparten algunas experiencias de quienes buscan a sus seres queridos y distintas formas de acompañamiento donde se teje el dolor, la fe, la esperanza y el amor.

Vivir la desaparición de un familiar

Cuando una persona desaparece la familia se sacude, la vida cambia y nada vuelve a ser igual. Desde el momento en que se sabe que la persona no llegó del trabajo, se escuchan rumores de que se lo llevaron, se espera la respuesta de un mensaje por WhatsApp que quedó en visto, la intuición de que algo pudo haberle pasado… Estos y otros momentos anteceden al insomnio, el dolor de cabeza, el estado de alerta, el miedo, los nervios y la incertidumbre ante la espera de ese familiar que aún no llega. Cada minuto que pasa parece eterno, las oraciones, la fe y la esperanza acompañan esos instantes que a veces se convierten en días, meses y años. Las enfermedades físicas y emocionales se vuelven visitantes recurrentes. Adriana, quien busca a su hijo Carlos Jonathan Cortés Aceves, desaparecido en septiembre del 2017 en El Salto, Jalisco, comenta: «cuando caía en depresión dejaba de buscar, no salía de mi cuarto. Y luego, otra vez me levantaba». En la mayoría de los casos, estas emociones y sensaciones las viven las mujeres, quienes son madres, esposas o hermanas.

Ante una desaparición, «en la familia no nomás pierden a su hermano, a su hermana. La mamá, la abuela, la hija ya no son la misma persona», comenta Adriana. La ausencia del ser amado poco a poco se convierte en fiel acompañante de quienes esperan su llegada. Cuando pasan las horas y su ausencia continúa inicia la búsqueda de su paradero.

La búsqueda del ser querido, un camino por descubrir y por compartir

Cuando una persona desaparece se espera una movilización de gente en fiscalías, hospitales, calles… Los familiares, en su mayoría mujeres, recorren grandes distancias para acudir al lugar donde vivía la persona desaparecida. No importa la hora del día ni el costo económico, la esperanza dice que hay que estar ahí para cuando se tengan noticias. Sin embargo, Emma, quien busca a su hijo Erik Javier Plascencia Alvarado, desaparecido en junio de 2020 en Puerto Vallarta, Jalisco, al acudir a la fiscalía para denunciar la desaparición de su familiar, la respuesta que recibió del Ministerio Público, al igual que muchas personas fue: «regrésese a su casa, esto no va a ser rápido. Nosotros la tendremos comunicada».

La delegación donde se atendían estos casos era un lugar pequeño con oficios y carpetas por doquier con aparente desorden, evocando indicios de que la búsqueda no se iniciaría pronto. Ante esta escena desconsoladora, los familiares hacen llamadas telefónicas a diario en espera de recibir noticias que nunca llegan. Con el paso de las semanas la confianza en el personal de las instituciones disminuye. Es hora de buscar por su cuenta. «Tengo que buscar a mi hijo porque aquí no van a buscarlo», dice Emma.

Muchos familiares visitan hospitales, calles, psiquiátricos, lugares que las personas frecuentaban con la esperanza de encontrarlas. Dice Chely, quien busca a su hijo Juan Manuel Macías Beraud, desaparecido en julio de 2022 en Tlaquepaque, Jalisco, «buscar hasta debajo de las piedras», literalmente, porque las búsquedas que realizan son: 1) en vida, 2) en campo –cuando se sospecha que han fallecido y excavan en terrenos, baldíos, patios de casas abandonadas–, 3) identificatorias, en instituciones como el Servicio Médico Forense (SEMEFO) donde se busca a partir del nombre, la fotografía y las señas particulares. En ocasiones, las búsquedas inician en solitario.

En el camino se encuentran con personas que han vivido lo mismo y en ocasiones, han avanzado en saber qué hacer, cuándo, a dónde y con quién acudir, «compartimos lo que se va aprendiendo en el camino. Lo transmitimos a las personas que empiezan porque si nos esperamos, se pierde mucho tiempo», afirma Emma. Se conforman los colectivos de búsqueda donde acompañarse se convierte en una luz en el camino. No hay un solo colectivo, son varios con distintas actividades y múltiples formas de buscar, pero el objetivo es el mismo: encontrarlos.

«Encontrar a otros nuestros».

En estos grupos es común que la búsqueda de personas desaparecidas sea el objetivo principal. No buscan sólo a los suyos, los buscan a todos y a todas. Además de coincidir, también se encuentran con personas que las mueve el amor, la esperanza, la fe. Así comienzan a tejerse experiencias de vida que acompañan, animan, resuelven, colaboran, emergen vínculos que los hace sentir que pertenecen, dice Dioni, «te sientes arropada por todos ellos, comprendida, ¿quién mejor para hablar de lo que sientes que personas que viven lo mismo que tú?».

Coincidir en el proceso de búsqueda ayuda a animarse a sí mismas y a los demás, Chely agrega: «hay compañeras decaídas y nos damos fortaleza unas a otras». Acompañarse y cuidarse es una consigna que se nota en la manera de relacionarse, en el estado de ánimo, en su mirada, en su tono de voz, en su manera de andar. «Encontrar a otros nuestros», como dice Dioni, es parte de una búsqueda por hallar a los familiares desaparecidos y, al mismo tiempo, es un signo inequívoco de que no están solos, se encuentran con otros «nosotros» que buscan y se acompañan. Se convierten en uno y en todos. Dioni asegura: «cuando estás en una búsqueda, cuando estás ante las autoridades, no eres la mamá de David, eres la mamá, la hermana, la esposa, la hija de todos los desaparecidos».

Somos más los buenos

Salir a búsqueda implica disponer de tiempo y de dinero para cubrir necesidades básicas de transporte, alimentación, limpieza personal y en ocasiones, alojamiento. Caminar sin conocer a nadie y sin saber del lugar es el comienzo de una travesía, para Adriana «fue muy difícil no tener a dónde llegar y no conocer con quién quedarse, con quién refugiarse». Esto lo viven muchas personas en múltiples ocasiones. La falta de recursos económicos no las detiene, continúa Adriana: «no sabíamos a dónde llegar ni qué íbamos a comer ni dónde íbamos a dormir, pero nos la aventábamos». De manera frecuente, los compañeros de búsqueda se apoyan entre sí porque se comprende la necesidad de ir a ese lugar, a ese punto con la esperanza de encontrar a su familiar. Dice Chely: «sientes la necesidad del otro y lo apoyas, aunque estés al día. A veces apoyas con dinero, a veces con presencia, a veces con un abrazo». Lo importante es compartir aquello que se tiene y que la persona necesita. Siempre se puede dar algo. Sentir la necesidad del otro es una capacidad humana, aunque ser indiferente también lo es.

En este camino se encuentran con voluntarios, personas solidarias laicas, comunidades religiosas de diferentes carismas que se sensibilizan y están ahí para tenderles la mano. En la ida a Teuchitlán, una comunidad donde se encontró un campo con prácticas de adiestramiento asociadas al crimen organizado, Adriana comenta: «me movió mucho ver tanta solidaridad. Veía la sonrisa de la gente al ofrecernos agua, una rebanada de pastel y acercarse a nosotras con un abrazo. Sentí un apapacho al escuchar que sus oraciones están con nosotras. Era gente que no había visto nunca». Mantenerse sensible al problema de las desapariciones es un avance, dice Dioni: «somos más los buenos. Tenemos que alzar la voz, unirnos como familias, como colectivos», como sociedad tenemos la tarea de acompañar, apoyar y estar presentes, porque el problema es de todos. Es necesario gritarlo ¡nos faltan todos y todas!

La fe en Dios, nuestra acompañante

«No dejaremos de buscar hasta encontrarlos», afirma Adriana. En esta decisión hay fuerza, amor, confianza, esperanza y una fe inquebrantable. Son los pilares que sostienen, abrazan y permiten seguir adelante porque en medio de muchas incertidumbres, también hay certezas. «Dios se manifiesta de muchas maneras: al despertar, estar con vida, ver que nuestra familia está bien, tener alimentos, levantarte cada día. Ahí está Dios», comenta Dioni. En cada paso, en cada decisión, Dios está ahí y Él sabe lo que hace.

De manera recurrente, ante la desaparición de un familiar se vive enojo, tristeza y desesperación. Llegan a la mente preguntas difíciles de responder, «¿por qué me quitaste a mi hijo si tú me lo diste?, ¿por qué hiciste que lo amara tanto?», se pregunta Dioni. Es difícil comprender y más aún, aceptar el sufrimiento como parte de la vida. Dioni recuerda el pasaje donde «la Virgen María vio cómo azotaban a Jesús por la salvación de nosotros», recordando que ella también es madre y asegura que, «nadie merece un sufrimiento así».

Dios es un acompañante en cada paso, en cada lugar, en cada momento. La oración está presente para pedirle una señal para saber dónde están sus familiares desaparecidos, «le pido a Dios, hazme llegar al corazón de quien sabe algo de mi hijo. Y que me lo diga, sea lo que sea», comparte Emma. A veces también se busca a Dios para encontrar un camino un indicio, «ponme en el camino a gente que me pueda ayudar, que me pueda guiar porque estoy perdida», agrega Adriana. «Cuando vamos a búsquedas de campo hacemos cadena de oración para pedir una señal que nos muestre el lugar donde estén personas desaparecidas y reencontrarlas con sus familiares», comenta Chely.

Las oraciones también se ofrecen por quienes se los llevaron. Al tratarse de desapariciones forzadas a veces no es posible distinguir quiénes son los enemigos ni dónde están. «Yo no sé si mi hijo esté trabajando para ellos de manera obligada y lo hace para sobrevivir», comenta Adriana. Ese otro que parece ser el malo se convierte en alguien que necesita de oración, «al maldecirlos es como si maldijera mi hijo, quizá entre ellos puedan estar nuestros desaparecidos», agrega Adriana.

Ángeles humanos

Las comunidades religiosas acogen, acompañan y apoyan. Dios está presente en la vida de las personas a través de ayuda, escucha, cobijo y acompañamiento, también está en momentos de convivencia y de esparcimiento porque la vida sigue. En el camino de incertidumbre y de dolor que acompaña la desaparición forzada de un familiar, suelen encontrarse con muchas personas «que se hermanan con nuestro dolor. Dios ha puesto en nuestro camino a muchos ángeles terrenales», asegura Dioni.

Ante la necesidad de trasladarse para buscar a un ser querido no siempre se cuenta con un espacio para pernoctar. Sin embargo, eso no detiene a quienes buscan a sus familiares desaparecidos. En el camino se encuentran con personas dispuestas a ayudar. Adriana comparte que buscó «a la comunidad de las Carmelitas para pedirles albergue y dijeron que sí. Para mí no sólo fue encontrar un techo y alimento, también fue ese cobijo espiritual que necesitaba». La fortaleza, el ánimo, el sentirse acompañada y recibida es parte del alimento que nutre el alma, el corazón y el espíritu. Es la fuerza que ayuda para seguir avanzando. En este camino de búsqueda «aprendí a reconocer ángeles humanos», afirma Adriana.

Hay sacerdotes, religiosas de distintos carismas, voluntarios y laicos dispuestos a ayudar. Es importante mirar la realidad para saber cómo atender a las personas. Las historias de dolor no pueden ser ajenas, «ante una necesidad debe haber una respuesta», añade Lolis. La clave parece estar en poner atención, escuchar y movilizar recursos para generar un cambio positivo. Lolis comenta que, «la presencia de María, como Madre, anima este camino. María estuvo atenta para ver qué pasaba en las bodas de Caná. Y le dijo a Jesús, hijo, hace falta vino para las personas».

La voluntad, la preocupación por las personas y responder a sus necesidades está en el centro de algunas comunidades. La madre Luisita, fundadora de las Carmelitas del Sagrado Corazón, se caracterizó por responder a los problemas sociales de su tiempo. «La madre Luisita construyó un hospital, un asilo, una escuela y una casa hogar para personas que necesitaban cuidado», agrega Lolis. En el corazón de Guadalajara, Jalisco, se ubica Casa Luisita, un lugar donde las Carmelitas del Sagrado Corazón brindan alojamiento, alimento y acompañamiento terapéutico a personas que viven fuera del Área Metropolitana de Guadalajara y acuden para buscar a sus familiares desaparecidos, «cada vez que voy a Casa Luisita, me siento acogida y protegida, es como un remanso», comenta Emma.

La hermana Lolis (María Dolores Ramírez Ramírez), integrante de las Carmelitas del Sagrado Corazón, asegura que «la razón del acompañamiento para las mamitas y para las familias es porque Dios en su providencia lo va preparando». A partir de aquí se abren caminos. «Es la providencia de Dios porque, aunque estamos limitadas, los apoyos llegan», afirma Lolis y continúa, «hemos descubierto en el rostro de cada mamita ese llamado que ha sido también una experiencia en la frase “al lado del dolor, hay sueños, sanación y amor”. Esta frase es de Etty Hillesum y nos inspira en este camino. El dolor no se niega, está al lado, ni adelante ni atrás. La repetimos para que esos sueños se sigan realizando y se sigan alcanzando, porque también hay sanación y amor», concluye Lolis.

La dinámica de compartir experiencias ha sido desde el proyecto FABHID CSC. Acompañamiento integral a Familias en Busca de sus Hijas e Hijos Desaparecidos. Carmelitas del Sagrado Corazón, en red con otros carismas en Guadalajara, Jalisco.