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Cercanía del Papa tras ataque de Israel a la iglesia de la Sagrada Familia en Gaza

El Pontífice se comunicó con el Patriarca Latino de Jerusalén, mientras este ingresaba a Gaza para visitar la Iglesia Católica de la Sagrada Familia, tras el bombardeo israelí que dejó tres muertos y varios heridos entre quienes buscaban refugio allí.

vaticannews.va

El Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, visitó este viernes 18 de julio la única parroquia católica en Gaza, acompañado del Patriarca Ortodoxo Griego Teófilo III.

En ese contexto, el Papa León XIV lo llamó por teléfono para “expresar su cercanía, preocupación, oración, apoyo y deseo de hacer todo lo posible no solo para lograr un alto el fuego, sino también para poner fin a esta tragedia”.

“El Papa repitió varias veces que es hora de detener esta masacre, que lo ocurrido no tiene justificación alguna, y que debemos garantizar que no haya más víctimas”, dijo el Patriarca en declaraciones a Vatican News.

En nombre del Patriarcado Latino y de todas las Iglesias de Tierra Santa, Pizzaballa agradeció al Papa por “su solidaridad y las oraciones que ya nos había asegurado”, expresando también el agradecimiento de toda la comunidad católica de Gaza.

En una nota difundida por Telegram, la Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que el Papa, durante su llamada con el cardenal Pizzaballa, reiteró que hará todo lo posible “para que se detenga esta masacre inútil de inocentes”, pensando “en todas las víctimas inocentes, en las del ataque de ayer y en todas las de este tiempo de dolor en Tierra Santa y en todo Medio Oriente”.

Más tarde, esta misma mañana, el Pontífice también se comunicó con el superior provincial del Instituto del Verbo Encarnado, padre Carlos Ferrero —al que pertenece el padre Romanelli—, expresando su cercanía a todos los miembros de la comunidad, tanto fieles como religiosos, que estaban con él. A todos ellos, León XIV les asegura su oración y su incansable compromiso por la paz, el único camino que preserva la humanidad de todas las partes.

Preocupación del Papa por la situación en Gaza

El jueves 17, un proyectil disparado desde un tanque israelí impactó en la Iglesia de la Sagrada Familia, matando a tres personas y dejando diez heridos, entre ellos el párroco, el padre Gabriel Romanelli.

Desde el inicio de la guerra entre Israel y Hamás en octubre de 2023, el difunto Papa Francisco hablaba casi a diario por teléfono con el padre Romanelli.

Ese mismo jueves, el Obispo de Roma envió un telegrama a la parroquia de Gaza, asegurando sus oraciones por las víctimas y por todos los que se refugian en el recinto de la iglesia.

El Pontífice pidió “un alto el fuego inmediato” y expresó su “profunda esperanza en el diálogo, la reconciliación y una paz duradera en la región”.

Visita ecuménica a Gaza

Los patriarcas Pizzaballa y Teófilo III acudieron a la parroquia el viernes para “ponerse del lado de quienes han sido afectados por los recientes acontecimientos”, según un comunicado del Patriarcado Latino de Jerusalén.

En coordinación con organizaciones humanitarias, lograron asegurar el ingreso de cientos de toneladas de alimentos, botiquines de primeros auxilios y equipos médicos, destinados tanto a la comunidad cristiana como a otras familias de Gaza.

“El Patriarcado garantizó la evacuación de los heridos en el ataque hacia centros médicos fuera de Gaza, donde podrán recibir atención”, indicó el comunicado.

Pidiendo por la seguridad de la visita, el Patriarcado también solicitó la suspensión de las actividades militares.

“El Patriarcado Latino reafirma su compromiso inquebrantable con la comunidad cristiana y con toda la población de Gaza”, subrayaron. “No serán olvidados ni abandonados”.

Líderes de la Iglesia condenan el ataque a lugar sagrado

Los Patriarcas y Jefes de Iglesias en Jerusalén emitieron un comunicado conjunto expresando su solidaridad con las personas refugiadas en la parroquia católica de Gaza.

“Con unidad inquebrantable, condenamos enérgicamente este crimen”, declararon. “Los lugares de culto son espacios sagrados que deben ser protegidos. También están amparados por el derecho internacional. Atacar una iglesia que alberga a unas 600 personas, incluidos niños con necesidades especiales, es una violación de esas leyes. Es también un atentado contra la dignidad humana, un pisoteo de la santidad de la vida, y una profanación de un sitio sagrado”.

Asegurando sus oraciones por la comunidad en Gaza, los líderes eclesiásticos llamaron a la comunidad internacional a exigir un alto el fuego inmediato que ponga fin a la guerra.

“También imploramos que se garantice la protección de todos los sitios religiosos y humanitarios”, dijeron, “y que se provea ayuda urgente para las masas hambrientas a lo largo de toda la Franja de Gaza”.

Ver también: El llamamiento del Papa por Gaza: Alto el fuego inmediato, diálogo y paz en la región

XVI Domingo ordinario. Año C

Marta y María
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía). Al enfrentarse a ambos, los apóstoles deben tomar una decisión: «No es justo que descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6,2). El servicio de la Palabra sería superior al de la caridad.

Tres textos evangélicos hablan de Marta y María: Lucas 10,38–42; Juan 11,1–46 y 12,1–8. Nos centraremos sobre todo en el relato de Lucas.

Según el cuarto Evangelio, las dos hermanas vivían en Betania, un pueblo en las afueras de Jerusalén. San Juan siempre las menciona juntas, con su hermano Lázaro. Parece una familia acomodada. Son amigos de Jesús y lo acogen junto con su comitiva (¿unas treinta personas?) cuando va a Jerusalén. Allí, Jesús puede descansar y encontrar “dónde reclinar la cabeza” (Mateo 8,20). Betania es el “santuario” de la amistad y de la hospitalidad.

Marta parece ser la mayor y la dueña de la casa. Su nombre probablemente significa “señora / dueña del hogar”. En la tribu de los nabateos es un nombre masculino, y en el Talmud rabínico puede ser masculino o femenino. Es una mujer dinámica y trabajadora. María parece más joven, más tierna e introvertida. La etimología de su nombre es incierta: “rebelde”, “amada”, “exaltada”…

Según Lucas 10,38–42, Marta y María reciben a Jesús en su casa. Mientras Marta se afana en preparar comida para los invitados, María se queda a los pies de Jesús escuchándole. Molesta, Marta le pide a Jesús que le diga a su hermana que la ayude. Jesús responde con una frase inesperada:
«Marta, Marta, estás inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se le quitará».

Esta frase de Jesús ha sido objeto de muchas interpretaciones, a veces tendenciosas o ideológicas. Pero puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestra vocación como discípulos de Jesús.

¿Sumisión o emancipación?
UNA VISIÓN REVOLUCIONARIA DE LA MUJER

La actitud de María —afectuosa, devota, silenciosa— ha sido exaltada por una cierta tendencia machista y clerical, defensora de la sumisión de la mujer al hombre.

Marta, en cambio, una mujer que tiene el valor de “alzar la voz” y expresar su individualidad, sería símbolo de la emancipación femenina. En algunas pinturas medievales, se la representa como el equivalente femenino de San Jorge o San Miguel, con la particularidad de que no mata al dragón, sino que lo doma y lo lleva atado como si fuera una mascota. Es una manera femenina de dominar el mal: no eliminando al adversario, sino domesticándolo.

En realidad, la figura de María también es revolucionaria. Estar a los pies de alguien significaba ser su discípulo. En tiempos de Jesús, el estudio de la Torá era exclusivo de los hombres. En hebreo y arameo, la palabra “discípulo” no tenía forma femenina. Así, al elogiar la actitud de María, Jesús adopta una postura provocadora, desafiando la mentalidad patriarcal. Incluso desautoriza en cierto modo a la “mujer ejemplar” tradicional, que representa Marta, afanada en las tareas del hogar (véase Proverbios 31,10ss).

Por tanto, ambas mujeres representan una forma de emancipación femenina: Marta, con su extroversión emprendedora; María, con su introversión silenciosa. Son el modelo de una humanidad integrada, donde silencio y palabra, introversión y extroversión conviven.

¿Acción u oración?
¡CASARSE… CON LAS DOS HERMANAS!

La tradición ha visto en Marta el símbolo de la vida activa, y en María el de la vida espiritual o contemplativa, considerando esta última superior. El “servicio corporal” sería inferior al “servicio espiritual” (San Basilio). Mientras que la vida activa termina con este mundo, la vida contemplativa continúa en el futuro – dice San Gregorio Magno. Pero añade que hay que “casarse” con ambas, como Jacob, que aunque prefería a Raquel (más bella pero estéril), tuvo que casarse primero con Lía (menos atractiva pero fecunda).

En el fondo, la contraposición entre vida activa y vida contemplativa es falsa, ya que una no puede existir sin la otra. No se excluyen, sino que se integran. Son dos dimensiones esenciales de la vocación del discípulo. Marta y María están unidas, como da a entender San Juan al mencionarlas siempre juntas. Jesús ama a ambas (Juan 11,5). De hecho, es Marta quien sale al encuentro de Jesús (mientras María permanece en casa) y hace una conmovedora confesión de fe (Juan 11,20.27). Marta y María no son figuras opuestas, sino complementarias. Todos estamos llamados a encarnar a Marta y a María: a ser servidores y oyentes de la Palabra.

Las dos hermanas viven reconciliadas. Así las representa el pintor dominico Beato Angélico, en un fresco (en Florencia). Ambas asisten (espiritualmente) a la agonía de Jesús en el huerto. Mientras los tres discípulos duermen, ellas velan compenetradas en el misterio. María lee la Palabra, Marta la escucha con atención y ternura. Las dos “esposas” conviven en paz.

¿Ley o Evangelio?
¡UNA IGLESIA CON TRAJE NUPCIAL Y DELANTAL!

También podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía). Al enfrentarse a ambos, los apóstoles deben tomar una decisión: «No es justo que descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6,2). El servicio de la Palabra sería superior al de la caridad.

Para algunos, además, Marta y María representarían dos etapas del discipulado. Marta, ocupada en “hacer muchas cosas”, simboliza la “primera conversión”, la de la purificación por las obras. María, centrada en “lo único necesario”, encarna la “segunda conversión”, la del corazón. En este caso, Marta representaría el Antiguo Testamento (la Torá con sus 613 preceptos) y María el Nuevo (con la “Ley del Amor” que los unifica).

En realidad, ambas representan dos dimensiones esenciales e igualmente importantes de la Esposa que se identifica con su Esposo, «que ha venido a servir» (Marcos 10,45). Es decir, la comunidad cristiana, resplandeciente con su traje nupcial, «sentada a la derecha del Rey» (Salmo 44,10), pero también capaz de despojarse de sus vestidos, ponerse el delantal del servicio y lavar los pies a sus hijos (Juan 13,4).

¿Hacer o Ser?
EL DOBLE MANDAMIENTO DEL AMOR

El contexto del episodio de Betania es muy significativo. Por una parte, está precedido por la parábola del buen samaritano, que termina con: «Ve, y HAZ tú lo mismo» (Lucas 10,37). Por otra, está seguido inmediatamente por la enseñanza de Jesús sobre el Padrenuestro y la oración (Lucas 11,1–10). Parece que Lucas quiere subrayar la unidad entre el Hacer («hacerse prójimo» del hermano) y la Escucha de la Palabra («hacerse próximo» a Dios).

Si el buen samaritano es un icono del amor al prójimo, Betania lo es del amor a Dios. Marta “hace”, María “ama”. El episodio de la unción en Betania, narrado por San Juan, confirma esta lectura. Jesús defiende a María frente a Judas, quien había apelado a la caridad con los pobres para criticarla (Juan 12,8).

¿Conclusión?
CONVERSIÓN Y DISCERNIMIENTO

Marta y María siempre aparecen “en casa”. La casa y el pueblo representan el tiempo de la vida ordinaria, la “iglesia doméstica”. La condición habitual del cristiano, del laico. En el centro están la escucha de la Palabra y el Servicio. Se trata de hacer de nuestra casa una “Betania”: acoger al Amigo Cristo. Hospedar a alguien en casa cambia nuestras prioridades y condiciona nuestro modo de hacer las cosas.

Marta y María aman a Jesús, pero difieren en sus prioridades. María se concentra en Jesús y se deleita en su presencia. Marta, ocupada con los quehaceres, cae en la inquietud, la impaciencia y el cansancio. Y la presencia de Jesús termina por convertirse en una “carga” para ella. Este es el problema.

El estado de irritación de Marta lleva a Jesús a “llamarla” con ternura (tal es el sentido de la repetición del nombre: «¡Marta, Marta!»), para devolverla a lo esencial: a la conversión hacia “lo único necesario”, a la búsqueda del Reino de Dios. Todo lo demás vendrá por añadidura (Lucas 12,31).

El tiempo apremia, y por eso el discípulo no puede preocuparse por “muchas cosas”. La multiplicidad de tareas no es necesariamente sinónimo del “servicio” que Jesús espera de nosotros. Es necesario, por tanto, establecer prioridades y urgencias. En otras palabras: discernir. Como dice Pablo:
«Pido que vuestro amor crezca cada vez más en conocimiento y en pleno discernimiento, para que sepáis escoger lo mejor» (Filipenses 1,9–10).


Escoger la mejor parte
P. Enrique Sánchez G. Mccj

(Lucas 10, 38-42)

Betania es un pequeño poblado situado a tres o cuatro kilómetros de Jerusalén y es ahí en donde Jesús muchas veces había ido para encontrarse con Lázaro y sus hermanas Marta y María con quienes mantenía una estrecha amistad.

En aquella casa Jesús se sentía bien y en confianza, así nos lo describe esta página del evangelio de san Lucas. Jesús había llegado, muy probablemente con sus apóstoles y sus discípulos, y se había recostado, como era la costumbre, en torno a la mesa y María se acomodó a sus pies, en una actitud atenta y seguramente de escucha. Jesús tenía siempre algo importante que decir y no había que perderse ninguna de sus palabras.

Marta, por lo contrario, se nos presenta como alguien que estaba afanada, dice el evangelio, ocupada en muchos quehaceres que consideraba urgentes e importantes. Atender a Jesús y a toda la gente que había llegado con él no era tarea sencilla.

La escritura insinúa que vivía aquel trabajo con enfado, molesta y ciertamente con una intensa insatisfacción. Tal vez lo abrumador del trabajo la tenía tensa y preocupada. También  se podría pensar que lo que la mantenía ocupada no llenaba  del todo su corazón y no le permitía poner el corazón en sus actividades.

Jesús hace aparecer como evidente la preocupación y la inquietud que acompañaban a Marta, mientas que, en contraste, presenta a María como alguien que había escogido algo más gratificante; había escogido la mejor parte y se quedaría con ella para siempre.

Este pequeño texto pone en evidencia varias actitudes que nos acompañan también a nosotros en el vivir diario. Nadie podría negar que estamos hoy en una sociedad que vive afanada, que ha perdido la capacidad de detenerse para entender y disfrutar lo que va encontrando en el caminar cotidiano. Hemos perdido mucho la sensibilidad para poder disfrutar de lo sencillo, de lo que no hace ruido ni es aparatoso; nos cuesta dejarnos sorprender por lo bello que se esconde en lo ordinario de la vida.

Hoy se vive con los ritmos que caracterizan el comportamiento de Marta. No hay tiempo para perder, los compromisos se multiplican, las agendas de trabajo están sin espacios y las jornadas de trabajo muchas veces se alargan con tiempos extraordinarios. Vivimos al ritmo del trabajo, el comer de prisa y el descanso que se limita a unas cuantas horas.

Hoy parece que para todo hay que sacar cita y se tienen que reservar espacios en todo y en todas partes, si se pretende ser atendidos. En la vida ordinaria se salta de una reunión a otra, de una entrevista se sale para, corriendo y de prisa, comer algo antes de estar disponible para responder a todos los correos y mensajes recibidos. Vivimos atados al teléfono todo el día y aún de noche siguen llegando los mensajes que pretenden una respuesta, aunque sea a media madrugada.

El tiempo parece encogerse continuamente y los pendientes quedan siempre ahí cada noche, como una carga que ya condicionó el día de mañana.

Marta estaba afanada y preocupada tratando de poner todo en orden y bajo su control. Soñaba con tener todo impecable y que nada se le escapara.

Su alegría, aparentemente, consistía en algo que se encontraba fuera de ella, en aquello que podía controlar y manipular a su antojo y no se había dado cuenta de que la verdadera felicidad se encontraba en otra parte.

Como muchos de nosotros, Marta estaba convencida de que lo más importante era el quehacer; mientras que María había escogido estar simplemente en comunión profunda con quien llenaba de felicidad su corazón.

Estas dos actitudes nos ayudan a entender que en la vida deberíamos llegar a crear un sano equilibrio entre nuestra capacidad de producir, de transformar, de crear con todos los dones que hemos recibido; pero al mismo tiempo tendríamos que estar muy en sintonía con aquella parte de nosotros que nos enseña a vivir de lo que somos y no tanto de lo que hacemos.

La pregunta de fondo, que brota de lo que el evangelio nos expone en esos cuantos versículos, no es otra sino aquella que nos interroga para que tomemos conciencia de qué o quién es la fuente de nuestra verdadera felicidad. ¿A qué le estamos entregando el corazón?

Vivimos tiempos en donde con mucha facilidad caemos en la trampa del consumismo, de lo que podemos obtener y de aquello con lo que podemos llenar nuestros espacios vitales. Pero las cosas nunca acaban por satisfacernos.

Al contrario, cuando le apostamos a las cosas, acabamos por viciar el corazón y nos encontramos rodeados y abrumados por tantas cosas superfluas e innecesarias.

María escogió la mejor parte, la parte de la herencia que no se arruina con el pasar del tiempo. La parte que le ayuda a vivir libre de ataduras y de dependencias humanas.

¿Qué es esa parte que María ha escogido y que no le será quitada? Aquí tenemos la oportunidad de aprender una pequeña lección de la Escritura.

En el Antiguo Testamento era sabido que Dios había prometido una tierra a su pueblo y esa tierra sería repartida entre las doce tribus de Israel.

Cada tribu tenía derecho a poseer una parte; era su herencia y su tesoro. Sólo a la tribu de Levi no le tocaría una de esas partes, porque estaría encargada del Templo y su herencia pasaría a través del servicio que rendía a Dios.

A cada Judío le tocaba una parte de esa tierra, pero a los hijos de Levi les tocaba la mejor parte por estar al servicio de Dios. La parte que les correspondía era Dios mismo.

Durante el exilio en Babilonia el pueblo Judío había perdido todo. No tenía templo, ni sacerdotes, ni siquiera la tierra que Dios les había prometido; lo único que les quedaba, y era lo que agradecían los levitas era la presencia de Dios que no les había abandonado.

La tierra, el poder y las cosas no tenían ya valor o importancia, lo único que valía la pena era la presencia de Dios entre ellos que hacía que se mantuviera viva la esperanza de volver un día al lugar en donde Dios había hecho de ellos un pueblo, su pueblo.

El Salmo 16 recoge, de alguna manera los sentimientos que había en el corazón de los judíos.

A nosotros nos recuerda que, esa parte mejor y esa parte que no pasará, es el Señor. En ese sentido, María había escogido la mejor parte, quedarse con el Señor para siempre.

Dice el salmo: “Mi herencia y la suerte que me ha tocado es el Señor. ¡Tú proteges mi destino! Me tocaron en suerte hermosas parcelas. ¡Cuánto me agrada mi herencia!

Esto nos ayuda a tomar conciencia de que en este mundo todo pasa y que no vale la pena poner el corazón en algo que no podremos llevar más allá de nuestra muerte. Es una reflexión que nos ayuda a entender que la verdadera felicidad está más allá de las cosas de este mundo y que lo que realmente vale la pena es tener a Dios con nosotros.

Qué bello sería llegar a decir con el salmo: “Tú eres mi Señor. No tengo ningún bien más grande que tú”.

Finalmente, podríamos quedarnos con una enseñanza contemplando a esas dos hermanas amigas de Jesús. Y la enseñanza sería la necesidad que todos tenemos de crear un sano equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos.

Es importante aprender a darle tiempo al Señor quedándonos a sus pies para enriquecernos con su Palabra; pero también es importante desarrollar en nosotros la capacidad de encontrarlo en nuestro compromiso en la construcción de un mundo más justo y fraterno, un mundo en donde aprendamos a identificar los verdaderos valores que nos aseguran la felicidad.

Para nuestra reflexión y oración personal y comunitaria

+  ¿Logro identificar lo que me preocupa, lo que me agobia y me distrae, lo que me tiene agitado todo el tiempo?

+ ¿En dónde y a qué se encuentra ocupado mi corazón?

+ ¿Cuál es la fuente de mis alegrías y de mi felicidad?

+ ¿Considero que yo también he recibido una parte de herencia que no me será quitada, cuáles son las herencias que llevo como tesoros en mi vida?

+ ¿Estoy apegado a las cosas, a la imagen que tienen de mí, a lo que el mundo me ofrece como promesa de felicidad?


¿AFANARSE O ESCUCHAR?
José Luis Sicre

El domingo pasado, la parábola del buen samaritano terminaba con una invitación a la acción: «Ve, y haz tú lo mismo». Imaginemos que quien tenemos delante no es un pobre hombre apaleado y medio muerto, sino Jesús. Se ha presentado en la casa a mediodía. ¿Qué es más importante: afanarnos por darle bien de comer o sentarnos a escucharle?

Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda.

Abrahán invita a comer al Señor (Génesis 18,1-10)

¿Cuántos son los invitados?

Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres.

Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo.

En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad.

Hospitalidad

La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán.

El menú, dos cocineros y un maître.

Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de  flor de harina. A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer.

La cuenta

Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática.

Marta invita a comer a Jesús (Lucas 10, 38-42)

El texto del evangelio también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan.

¿Cuántos invitados a comer?

En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas. ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús? Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente.

El menú, y una cocinera sin ayudante

No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche.

En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche?

Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones.

Dos actitudes

El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.

El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.

Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes. La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.

Marta-María y el buen samaritano

Como indiqué al comienzo, este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que leímos el domingo pasado. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.

La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”.

Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús.

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NADA HAY MÁS NECESARIO
José A. Pagola

El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.

Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.

En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?

La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.

Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.

Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.

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CRISTO, HUÉSPED, PERO NO PARA UN DÍA
Fernando Armellini

Cuando durante la celebración de la Eucaristía o en un encuentro bíblico me toca leer este pasaje, suelo escudriñar con atención las caras de los presentes, tratando de intuir sus reacciones. Veo, en general, caras de extrañeza, de contrariedad, de disentimiento y, entonces, paso al ataque: “Me parece que muchos de ustedes no están de acuerdo con cuanto Jesús ha dicho a Marta”. A este punto comienzan los susurros, las sonrisas, los comentarios en voz baja voz, casi todos hostiles a Marta. La reprobación es unánime aunque no tengan el coraje de manifestarla.

Siempre hay alguno, sin embargo, que expresa lo que siente: “¿Cómo es posible amonestar a una mujer que trabaja y elogiar a una que no hace nada? ¡Es fácil entregarse a los rezos mientras otros cargan con los quehaceres!”. Los hay quienes, echando mano a interpretaciones de misticismo barato, ven en las palabras de Jesús una afirmación de la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa. Serían en este caso los monjes y las monjas quienes han elegido la mejor parte viviendo una vida de recogimiento y oración en la soledad de sus claustros. Los curas diocesanos, empeñados en tantas actividades parroquiales, y también los laicos que se dedican a obras caritativas, serían espiritualmente menos perfectos a pesar de sus fatigas y renuncias.

Si entendemos el evangelio de hoy de esta manera, entonces estaría en flagrante contradicción con el del domingo pasado. El Jesús que elogiaba al samaritano por todo lo que hizo por el herido que encontró en el camino, estaría ahora proponiendo como modelo a una mujer que no mueve un dedo para ayudar a su hermana.

Usar este texto para contraponer la vida contemplativa a la vida activa se ha debido, entre otras causas, a una incorrecta traducción. En el texto original Jesús no dice: “María escogió la mejor parte”, sino simplemente: escogió la parte buena. Mientras que Marta se deja llevar por la agitación, María toma la decisión justa, se comporta como persona sabia. Tratemos de entender el por qué.

A Lucas le gusta presentar a Jesús sentado a la mesa comiendo en compañía de quien le invitara. Aceptaba las invitaciones de todos: de los ‘justos’, de los fariseos (cf. Lc 7,36; 11,37; 14,1) como también de publicanos y pecadores (cf. Lc 5,30; 15,2; 19,6). Hoy lo encontramos en casa de dos hermanas.

Marta, la de más edad, se pone inmediatamente manos a la obra. Su sensibilidad femenina le sugiere que un vaso de buen vino y un plato de carne apetitosa, servidos con elegancia y cortesía, muestran más que mil palabras el afecto que se siente hacia una persona. María, por el contrario, prefiere estar sentada a los pies de Jesús y escucharlo. Es a este punto que surge la discusión entre las dos hermanas, que termina por involucrar también al huésped.

Antes de entrar en el tema central, prestemos atención a un detalle del relato que pone de relieve la postura de María. Estaba: “sentada a los pies de Jesús” (v. 39). No es una información banal; de hecho, el texto le da una relevancia especial. Se trata de una expresión que tiene un valor técnico bien preciso que, en aquel tiempo, servía para indicar la prerrogativa de ser discípulos de un rabino. Solo se aplicaba a aquellos que participaban regular y oficialmente a sus lecciones. En los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, Pablo recuerda con orgullo: “Soy judío… educado e instruido a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3), es decir, he sido discípulo del más famoso de los maestros de mi tiempo.

¿Qué hay de extraño en que María sea presentada como discípula de Jesús? Nada para nosotros. Pero en aquel tiempo ningún maestro hubiera aceptado a una mujer entre sus discípulos. Decían los rabinos: “Es mejor quemar la Biblia que ponerla en manos de una mujer”. Y también: “Que no se atreva ninguna mujer a pronunciar la bendición antes de las comidas”. “Si una mujer frecuenta la sinagoga, que lo haga sin llamar la atención’. Esta mentalidad estaba tan generalizada que se infiltró también en las primeras comunidades cristianas. En Corinto, por ejemplo, se observó por cierto tiempo la siguiente norma: “Las mujeres deben callar en la asamblea… Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus maridos en casa. No está bien que una mujer hable en la asamblea” (cf. 1 Cor 14,34-35).

Siendo ésta la mentalidad del tiempo, es fácil comprender lo revolucionaria que fue la decisión de Jesús de aceptar también mujeres entre sus discípulos. Y ya metidos en el tema, la frase con que comienza el relato no es menos provocativa: “Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa” (v. 38). En aquel tiempo estaba muy mal visto el que un hombre aceptara la hospitalidad ofrecida por mujeres. Ésta quizás sea la razón por la que Lucas no menciona a Lázaro, que solamente es referido en el evangelio de Juan (cf. Jn 11; 12,1-8). Con Jesús comienza el mundo nuevo y todos los prejuicios y discriminaciones entre hombre y mujer, recuerdos de culturas y herencias paganas, son denunciados y superados por Él.

Una segunda observación importante a este versículo 39: No se dice que María esté sumida en oración o “contemplando” a Jesús, sino que escucha su Palabra. No escucha otras palabras, sino la Palabra, el Evangelio. No se puede, pues, invocar a María para justificar lo devocional y el intimismo religioso. María es el modelo de quien da prioridad a la escucha de la Palabra.

Tratemos ahora el punto más difícil del evangelio de hoy: la respuesta enigmática de Jesús a Marta (vv. 40-41). Si la cuestión se plantea en términos de reproche a quien trabaja y alabanza del ocioso, es difícil estar de acuerdo con Jesús. Pero ¿es esto lo que Él pretende? Hay que notar, en primer lugar, que Marta no es reprochada por trabajar sino por su agitación, ansiedad, porque está preocupada, se inquieta por muchas cosas y, sobre todo, porque se dedica al trabajo sin antes haber escuchado la Palabra.

María es elogiada, sí, pero no por ser floja, o porque trate de rehuir el trabajo en la cocina. Jesús no le dice a Marta que está equivocada cuando ésta le recuerda a su hermana el trabajo por hacer; no le sugiere a María hacerse la remolona y dejar que la hermana se las arregle como pueda. Dice solamente que lo más importante, a lo que hay que dar prioridad –si queremos que nuestro trabajo no se convierta en mera agitación– es a la escucha de la Palabra.

Tratemos de hacer una síntesis de lo dicho hasta ahora. A nosotros no nos interesa saber que un día, en presencia de Jesús, dos hermanas hayan tenido una discusión casera; esto sería puramente anecdótico. Si Lucas refiere este episodio es para dar una lección de catequesis a las comunidades cristianas, a las de entonces y a las de ahora. Sabe que hay en ellas mucha gente de buena voluntad, discípulos que se dedican a servir a Cristo y a los hermanos sin escatimar tiempo, energías o dinero. Y sin embargo, en esta intensa y generosa actividad se esconde siempre el peligro de que tanto trabajo febril se desasocie de la escucha de la Palabra, de que se convierta en inquietud, confusión, nerviosismo, como en el caso de Marta. El compromiso apostólico, las decisiones comunitarias, los proyectos pastorales, si no son guiados por la Palabra, se reducen a ruido hueco, a un chirriar de ollas y cucharones.

María ha escogido la parte buena porque ha escuchado la Palabra. Ha sido otra María, la Madre de Jesús, la primera en ser elogiada por el mismo motivo: por estar atenta a la escucha de la Palabra (cf. Lc 1,38. 45; 2,19; 8,21). Es curioso: los modelos de escucha de la Palabra que nos presentan los evangelios están todos representados por mujeres. ¿No será porque ellas son más sensibles y están mejor dispuestas que los hombres a escuchar al Maestro?

El pasaje concluye con las palabras de Jesús a Marta (vv. 41-41), pero no parece que todo termine aquí. El diálogo entre las dos seguramente continuó, aunque Lucas no lo refiera. El evangelista parece querer llamar la atención de sus lectores sobre otro detalle que podría pasar desapercibido: el silencio de María. A lo largo de todo el relato, María no dice una palabra, ni siquiera para defenderse, para aclarar su postura, para explicar su decisión. Simplemente calla, lo que nos podría llevar a suponer que su silencio, señal de meditación e interiorización de la Palabra, se hubiera prolongado aun después de la intervención de Marta. Es Marta la que tiene necesidad de sentarse a los pies de Jesús para escucharlo y recuperar así la calma, la serenidad interior y la paz.

Mientras Jesús y Marta conversan, yo me imagino a Marta, absorta en sus pensamientos, serena y contenta, ponerse el delantal y silenciosamente substituir a la hermana en la cocina. Marta es generosa, dispuesta, dinámica, pero ha cometido un error: cargarse de trabajo antes de confrontarse con la Palabra.

Estoy seguro de que María trabajó mucho aquella memorable tarde de la visita de Jesús y sus discípulos, mostrando así que el tiempo dedicado a la escucha de la Palabra no es tiempo robado a los hermanos. Quien escucha a Cristo no olvida el compromiso con los demás: se aprende a trabajar por ellos de la manera justa… sin agitación

www.bibleclaret.org

Muy católicos, pero…

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

En días pasados, celebré la Primera Comunión de varios niños y niñas. Antes de la Misa, el párroco me dijo que, entre ellos, estaba la hija del líder local del grupo armado dedicado a la extorsión, quien ya no vive en la comunidad, pero su hija participó en la catequesis parroquial. El papá no estuvo en la celebración. Hasta allí, nada preocupante. En la homilía y en la oración de los fieles, hice alguna breve alusión a que Dios no está de acuerdo con el abuso de las armas. Al término de la celebración, el párroco se dio cuenta de que el padrino de la niña era el líder municipal de dicho grupo armado, y lo más grave, que estuvo en la Misa con su arma corta al cinto. No sabemos si antes se confesó en otra parte y si recibió la Comunión. Además, después de la Misa me platicaron que, durante la celebración, estuvieron en las puertas del atrio parroquial dos camionetas con jóvenes con armas largas, quizá para proteger a su líder…

Algo semejante pasa en algunas celebraciones religiosas. Esos criminales participan en ellas, pero siguen extorsionando a todo mundo, incluso asesinan y levantan a quien no se somete a sus órdenes. Son la nueva autoridad en nuestros territorios. Hay diócesis donde levantan a un sacerdote y lo obligan a que vaya a algún lugar de la montaña a celebrar un bautismo, unos quince años o una boda, sin seguir todos los procedimientos normales para estos casos. Algunos obispos han dicho a los sacerdotes que no se pueden resistir violentamente y que vayan y celebren lo que se les pide, pero que hagan muy larga la celebración, supliendo de esa manera las catequesis presacramentales que no han recibido. Hay ocasiones en que los sacerdotes piden a los que llevan armas que las dejen en la sacristía o en otro lugar de la parroquia, mientras es la celebración; después, las vuelven a llevar, como acostumbran. La mayoría de estos grupos son católicos y llevan algún escapulario u otra imagen religiosa, pero no viven conforme a nuestra fe. Muy católicos, pero a su manera. ¡Eso no es verdadero catolicismo!

Algunas instituciones de nuestro episcopado, con ayuda de la Universidad Pontificia de México, han impartido unas charlas a sacerdotes para que sepan cómo dialogar, no negociar, con esos grupos criminales. Yo he hablado con dos líderes de mi región, e intento hacerlo con otro, no para negociar intereses personales, sino para invitarles a cambiar de vida y para que respeten a las personas y a nuestros pueblos. No podemos quedarnos sólo en lamentos y en críticas a las autoridades que no hacen lo suficiente para detener el crimen de la extorsión.

Esto no pasa sólo con grupos armados. En cualquier celebración, por ejemplo del Bautismo o de la Confirmación, en que papás y padrinos se comprometen a renunciar a las obras del demonio y mantenerse firmes en la fe católica, al terminar el rito hacen grandes fiestas con borracheras que la costumbre considera como normales, siendo que son contrarias a la fe. O siguen viviendo en su vida ordinaria como si no fueran creyentes.

ILUMINACION

El Papa León XIV, en diversos momentos, nos ha dicho: “La Iglesia y el mundo no necesitan personas que cumplen con sus deberes religiosos mostrando su fe como una etiqueta exterior; necesitan, en cambio, obreros deseosos de trabajar en el campo de la misión, discípulos enamorados que den testimonio del Reino de Dios dondequiera que se encuentren. Quizás no falten los ‘cristianos de ocasión’, que de vez en cuando dan cabida a algún buen sentimiento religioso o participan en algún evento; pero son pocos los que están dispuestos a trabajar cada día en el campo de Dios, cultivando en su corazón la semilla del Evangelio para luego llevarla a la vida cotidiana, a la familia, a los lugares de trabajo y de estudio, a los diversos entornos sociales y a quienes se encuentran en necesidad. Para hacer esto no se necesitan demasiadas ideas teóricas sobre conceptos pastorales; se necesita, sobre todo, rezar al dueño de la mies. En primer lugar, pues, está la relación con el Señor, cultivar el diálogo con Él. Entonces Él nos convertirá en sus obreros y nos enviará al campo del mundo como testigos de su Reino” (6-VII-2025).

La parábola del buen samaritano “sigue desafiándonos también hoy, interpela nuestra vida, sacude la tranquilidad de nuestras conciencias adormecidas o distraídas y nos provoca contra el riesgo de una fe acomodada, ordenada en la observancia exterior de la ley, pero incapaz de sentir y actuar con las mismas entrañas compasivas de Dios. La compasión, en efecto, está en el centro de la parábola.

La parábola nos desafía también a cada uno de nosotros, por el hecho de que Cristo es manifestación de un Dios compasivo. Creer en Él y seguirlo como sus discípulos significa dejarse transformar para que también nosotros podamos tener sus mismos sentimientos; un corazón que se conmueve, una mirada que ve y no pasa de largo, dos manos que socorren y alivian las heridas, los hombros fuertes que se hacen cargo de quien tiene necesidad. 

Obedecer a los mandamientos del Señor y convertirse a Él no significa multiplicar actos exteriores, sino, al contrario, se trata de volver al propio corazón para descubrir que precisamente allí Dios ha escrito su ley del amor. Si en lo íntimo de nuestra vida descubrimos que Cristo, como buen samaritano, nos ama y se hace cargo de nosotros, también nosotros somos impulsados a amar del mismo modo y seremos compasivos como Él. Sanados y amados por Cristo, nos convertimos también nosotros en signos de su amor y de su compasión en el mundo. Esto nos hace prójimos los unos de los otros, genera una auténtica fraternidad, derriba muros y vallas. Y finalmente el amor se abre camino, volviéndose más fuerte que el mal y que la muerte” (13-VII-2025).

ACCIONES

Tratemos de ser coherentes con nuestra fe católica. Si decimos creer en Dios y estar dispuestos a vivir conforme a sus mandamientos, amémoslo a El con todo el corazón y amémonos unos a otros, procurando siempre el bien de los demás, sin hacerles daño.

Curso internacional online de formación y actualización en Misionología

La Pontificia Unión Misional de Roma acaba de lanzar el primer Curso Internacional de Misionología, en una apuesta decidida por la formación en la misión. Un curso online en español que reúne todas las materias esenciales, en 20 sesiones y que comenzará el próximo 28 de octubre y durará hasta el 30 de junio de 2026. [Inscríbete aquí]

Se trata de un proyecto organizado conjuntamente con las direcciones nacionales de España y Costa Rica, y sus destinatarios son directores diocesanos de las Obras Misionales Pontificias, misioneras y misioneros en activo, responsables de la animación misionera en parroquias y comunidades, religiosas y religiosos, y quienes quieran tener un conocimiento de la Misionología de acuerdo a la enseñanza del Magisterio reciente.

Las sesiones, de una hora y 45 minutos, se impartirán en 20 martes desde ese 28 de octubre hasta el 30 de junio de 2026. En cuanto al horario, se ha buscado aunar la hora americana y europea. Las sesiones serán a las 20:00h (Roma-Madrid) y a las 13:00h (Costa Rica-México). El curso tiene un coste de 90 euros y, al finalizar el mismo, se entregará un certificado de participación expedido por el Secretariado Internacional de la Pontificia Unión Misional.

Articulado en tres bloques, en el primero (del 28 de octubre al 16 de diciembre) se estudiarán los fundamentos de la Misionología, con los aspectos bíblicos y teológicos del mandato misionero del Señor. En el segundo bloque (del 10 de febrero al 14 de abril de 2026), se abordará la historia de la evangelización y cuestiones misionológicas emergentes. En el tercer y último bloque (del 21 de abril al 30 de junio de 2026) se tocarán temas como la pastoral y la espiritualidad misionera, la estructura de la Iglesia para atender a todos los territorios de misión y la figura de María, como Reina de las Misiones.

Para más información se cuenta con una página web, donde se puede acceder tanto a la inscripción como al calendario académico del curso.

Una oportunidad única para formarte desde casa, con una mirada internacional y profunda sobre la misión.

Obras Misionales Pontificias – España

XV Domingo ordinario. Año C

Anda y haz tú lo mismo
P. Enrique Sánchez, mccj.

“En aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? El doctor de la ley contestó: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: Has contestado bien; si haces eso, vivirás.
El doctor de la ley, para justificarse, le pregunto a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús le dijo: Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayo en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto. Sucedió   que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuido de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones? El doctor de la ley le respondió: El que tuvo compasión de él. Entonces Jesús le dijo: Anda y haz tú lo mismo”.

Lc 10,25-37

En esta página del evangelio hay varios verbos que parecen dar el tono al diálogo entre un doctor de la ley y Jesús. Los verbos: deber, hacer, prescribir y, en cierto modo, ordenar, mandar, cumplir, observar.

Esos verbos contrastan con cuidar, compadecerse, curar, acercarse, ocuparse, entregarse, practicar, cuando Jesús manda hacer lo mismo observando el comportamiento del Samaritano.

Son verbos que ayudan a entender que hay, al menos, dos maneras muy distintas de vivir la relación con Dios y dos maneras muy distintas de poner en práctica sus mandamientos.

El doctor de la ley, aparentemente se acerca a Jesús con buenos deseos, quiere encontrar el camino para llegar a la vida eterna; pero en realidad, y el evangelio lo subraya, su propósito no es honesto. Quiere poner a prueba a Jesús.

El maestro de la ley seguramente no necesitaba la explicación o la aclaración por parte de Jesús porque era una persona que, por su preparación y estudios, conocía perfectamente lo que tenı́a que poner en práctica. Sabía lo que le correspondía hacer

para entrar en la vida eterna, es decir, para vivir en una sana relación con Dios y con las personas con quienes compartía a diario su vida.

El mandamiento que Jesús le recuerda, que hemos leı́do en el texto del Deuteronomio en en la primera lectura, era una ley que el doctor tenía que conocer muy bien, pues hacía parte del código que Moisés había dado a conocer a todo el pueblo de Israel.

Ahı́ se enseñaba cuáles eran los mandamientos, las normas y las leyes que Dios había establecido para ayudar a todo su pueblo a caminar por el sendero que lo llevarı́a hasta él, hasta la vida eterna.

No se trata, por lo tanto, de falta de conocimiento o de información y lo que quedará  al descubierto será la distancia que existía entre el saber del doctor de la ley y la coherencia de vida que le faltaba, por no aplicarse a vivir en sintonía con esos mandamientos que Dios había establecido.

Los personajes que aparecen en la parábola que Jesús utiliza para responder a la interrogante del doctor ponen en evidencia lo que esta persona llevaba en su mente y en su corazón. No busca una sana relación con Dios, sino una manera de justificar su comportamiento y su estilo de vida, formal y legalista.

Como maestro de la ley estaba más preocupado en la observancia y en el cumplimiento de normas y mandamientos y se había olvidado o tenı́a dificultad en reconocer que, antes de la ley cuenta más la persona.

Le resultaba incómodo aceptar que la vida eterna no se alcanza como resultado de un esfuerzo personal, que las bendiciones de Dios no se logran demostrándole que somos cumplidores y por lo tanto merecedores de la bondad de Dios.

La vida eterna se obtiene como resultado de una experiencia intensa y decidida de amor. Hay que amar a Dios con todas las fuerzas, con todo el corazón y con toda el alma.

La vida eterna se gana observando los mandamientos. Los mandamientos que están escritos claramente en la ley y que no consisten en algo que no se pueda vivir en lo ordinario de la vida. Se trata de poner el amor en el centro de todo para reconocer, respetar, cuidar y promover la vida de quienes van haciendo el camino hacia la eternidad. Ahí, a la par de donde se van dejando las huellas del caminar.

En la parábola, el sacerdote y el levita, dos personajes que están muy empapados de lo que se tiene que hacer para agradar a Dios, no fueron capaces de superar el rigor de la ley para ejercer el mandamiento del amor.

Ellos pasaron de largo ante quien los necesitaba, porque era más importante mantener la pureza obtenida por el cumplimiento de sus leyes que ejercer una acción de misericordia que le salvarı́a la vida a quien estaba tendido en el suelo.

No se podían acercar al herido porque tocando la sangre se hacían impuros y, por lo tanto, inhabilitados, según la ley, para celebrar el culto en la sinagoga, a la que muy probablemente se dirijan, volviendo del templo de Jerusalén en donde habían sido purificados.

Jesús  cuenta con detalles la acción  del samaritano, un extranjero que seguramente  no tenı́a el conocimiento de la ley como el sacerdote y el levita, para  hacerle entender al doctor de la ley que lo importante no está  tanto en el cumplimiento de  las leyes frı́as, sino en la práctica de la misericordia que no es otra cosa que el ejercicio de la caridad.

El samaritano se dio el tiempo para atender al necesitado, se movió a compasión al verlo herido y en peligro de vida, se preocupó por hacer lo que estaba a su alcance para que aquella persona pudiese volver a estar en condiciones de vida.

Se hizo cargo de quien lo necesitaba y no le importó que eso cambiara los planes de su viaje. No tuvo dudas en reconocerlo como su prójimo, como el destinatario predilecto de su cuidado y de su amor.

Aquel samaritano no hizo una exposición ni una demostración teórica del valor de los mandamientos, ni se puso a hacer el elenco de la leyes más importante.

Sin pensarlo mucho, se puso en obra y vivió lo que la ley enseñaba, explicó con su compromiso solidario y fraterno lo que el doctor tenı́a que descubrir en el estudio   de una ley que quedarı́a atrapada en su cabeza, sin poder bajar al centro del corazón. Esta página del Evangelio nos muestra que cumplir la ley y los mandamientos es lo que nos lleva a la vida eterna, pero ese cumplir traduce la capacidad de poner en práctica la misericordia, la caridad y la bondad de Dios que son el espíritu de la ley.

Cumplir los mandamientos como simples observancias u obligaciones no llevan a ninguna parte y generan una arrogancia que engaña haciendo creer que la vida eterna es algo parecido a un trofeo que se puede alcanzar a base de aplicación y de esfuerzos personales.

Los mandamientos y las obligaciones que se tienen como cristianos es algo que cumple su función cuando son vividos y practicados como un ejercicio del amor que todo ser humano es capaz de vivir en todo los detalles de lo cotidiano.

La respuesta al final que ofrece Jesús no es más que la invitación a traducir en obras la caridad y a pagar de persona lo que estamos convencidos que es la verdad.

Ve y haz tú lo mismo, pon en práctica lo que ya has entendido con la inteligencia y vive la belleza del compromiso fraterno que nace del amor y de la misericordia.

Para nosotros, cristianos del siglo XXI, esta página del Evangelio se convierte en una provocación que nos invita a hacer un examen de vida, un discernimiento serio y profundo preguntándonos qué hemos hecho de nuestra fe.

Algunas preguntas para nuestra reflexión y oración personal

¿Nos contentamos con aprendernos unos cuantos mandamientos y luego tratamos de cumplirlos para poner nuestra conciencia en paz y decirnos que estamos haciendo bien las cosas, aunque pasemos indiferentes al sufrimiento de muchos hermanos nuestros?

¿Nos  sentimos  identificados  con  el  samaritano  que  sabe  poner  a  un  lado  sus preocupaciones, se desprende de sus bienes, para ocuparse de pobre que está sufriendo y necesitado?

¿Nos desentendemos tranquilamente de aquellas personas que sabemos que están pasando por momentos difíciles y nos justificamos diciendo que ahı́ está el gobierno o las obras sociales para que se ocupe de los necesitados?

¿Nos refugiamos en nuestras experiencias religiosas cargadas de rezos y devociones y nos alejamos de aquello que pueda exigir un compromiso o que nos pueda sacar de nuestra seguridad y tranquilidad de buenos cristianos?

¿A quiénes reconocemos como nuestros prójimos y semejantes?

¿Cómo resuena en nuestro interior la frase de Jesús: “Ve y haz tú lo mismo”.


NO PASAR DE LARGO
José A. Pagola

“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.

En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.

En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?

Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.

Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo mismo”.

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Bajo todo rostro humano está el rostro de Dios
Maurice Zundel
Homilía de M. Zúndel, pronunciada en Suiza en 1966. Publicada en Ta Parole comme une Source, p.129 (*) (Tu Palabra como fuente).
La caridad es el vínculo de la perfección. El reinado de la caridad es el reino del amor. El prójimo es aquél que me necesita ahora. El prójimo es ante todo Dios en los demás. Si no respondemos, Dios mismo es el que está herido. Dios es el que nos confía su rostro, bajo el rostro del prójimo.

El reinado de la caridad

Ante todo, acaba de decirnos san Pablo, guardad “la caridad que es el vínculo de la perfección” (Col. 3:14). Estas palabras tienen resonancia infinita porque nos colocan en seguida en el centro de la moral evangélica: el bien es Alguien por amar, y el mal es una herida infligida a su amor. Ese es el principio mismo de toda dirección espiritual y yo no ceso de llamar la atención hoy sobre esta consecuencia: si “la caridad es realmente el vínculo de la perfección”, tener caridad es necesariamente tener todas las virtudes, y no tener caridad es necesariamente no tener ninguna.

Por eso, si queremos encontrar el equilibrio, sea cual fuere la falta cometida, es necesario restaurar en nosotros el reinado de la caridad, es decir el reino del amor. Toda falta es falta de amor. En la medida en que todo está ligado, es que no hemos amado o no hemos amado como debíamos y, al contrario, hemos perturbado la caución del amor.

Es pues inútil detenernos en nuestras faltas, hacer una lista de ellas y recitar sus letanías. Tenemos que reunirnos junto a Cristo en un impulso de amor ya que el mal es haberlo abandonado. Cuando lo amamos, todo termina, si lo amamos, la luz renace y el ser está de nuevo todo enraizado en la vida divina.

El prójimo

“La caridad es el vínculo de la perfección”. Pero ¿en qué consiste precisamente la caridad, como ética personal? Recordamos la pregunta de un doctor fariseo: “si la caridad es el vínculo de la perfección, ¿quién es pues mi prójimo?” (Lc. 10:29). ¿Con quién la debo practicar? Y entonces nuestro Señor nos da su comentario idílico y terriblemente sencillo. Su comentario es la historia, la parábola del buen samaritano. Pues muy sencillo: es aquél que me necesita hoy y ahora. Podemos matizar esta afirmación: es el que más me necesita en este momento.

Pero es claro que detrás del comentario del mismo Jesús (mi prójimo es aquél que me necesita más ahora), detrás de ese comentario surge otro que es también del Señor Jesús: “Tuve hambre, tuve sed, estaba prisionero, despojado, enfermo… era yo.” Ya que evidentemente el prójimo es ante todo Dios en los demás, en todo humano. Y si no prestamos atención, si no respondemos al llamado del hombre que yace al bordo del camino, dejamos a Dios mismo como muerto en el camino, Dios mismo es el que está herido, Dios está herido, Dios está sufriendo y muere.

Es Jesús el que implora

Y no es mera literatura, que quiera morir en ese caso, aquél a quien no pudimos revelar el amor por medio del amor, pues solo el amor puede revelar el amor. Solo el amor puede revelar a Dios. Es su Amor el que lo envía, todos los días, lo envía en la miseria y la pobreza, lo envía cuando tocan a nuestra puerta. Es Dios que viene cada día, Dios que tiene hambre, Dios que tiene sed, Dios que está en harapos, Dios que no tiene vivienda, Dios que tiene que pasar la noche en la sala de espera de una estación o debajo de un puente…

Dios que lo envía. Y no se puede aplicar a los demás esta verdad. Es fácil cerrar la puerta diciendo: “¡Rebúsquese!” Pero no son esas palabras brutales las que revelan una situación difícil y trágica. Es Jesús el que viene. Es Jesús el que toca a la puerta, el que implora, es Jesús el que solicita nuestra caridad. Y si cerramos el corazón, es Jesús el que muere.

Todos los milagros del mundo, toda la ciencia del universo, todos los discursos, todos los sermones, todo se lo lleva el viento. Todo eso es vano y sacrílego ante el dolor, ante la vida misma que toca a la puerta. Es la vida divina.

Debemos proteger la vida divina en el hombre

Hay que entender la palabra caridad: es la vida divina en el hombre el objeto primero de la caridad, la vida divina frágil y amenazada y hay que protegerla siempre dc nosotros, en nosotros y en los demás. Es pues cierto que la caridad es el vínculo de la perfección.

Si ese es el único criterio de la santidad evangélica, el criterio es difícil. Es una exigencia formidable porque nos pone ante Dios bajo todo rostro humano. El que no es sensible a esa identidad, el que no siente la vida divina detrás de un rostro humano, no ha entendido nada de la dignidad y la grandeza humanas. Es pues extranjero para Dios y para la humanidad.

Yo sé qué difícil es la aplicación rigurosa de este criterio porque comporta justamente exigencias formidables. Yo sé que hasta el fin de mi vida me atormentará su aplicación. Pero también sé, o al menos lo espero, que hasta el fin de mi vida no perderé de vista que detrás de los rostros humanos está el rostro de Dios, que en la vida humana se juega la vida divina, que si dejamos un llamado sin respuesta, cerrando nuestro corazón, comienza entonces la agonía de Dios y su crucifixión.

El bien es Alguien por amar, es Dios mismo bajo los rasgos del prójimo. Y los imagineros de la Edad Media lo entendieron muy admirablemente, y tantas leyendas de la misma época: Dios mismo es el que nos confía su rostro, bajo el rostro del prójimo, de todo prójimo, hoy, ahora, esta noche, mañana, a cada hora del día. Es Él, es Su Pobreza, Su soledad y Su vida.

Por eso Jesús añade este último comentario, revolucionario e irresistible: “El que hace la voluntad de Dios, ¡ése es mi hermano, mi hermana y mi Madre!” (Mt. 12:50; Mc. 3:35). ¡Hay que ir hasta allá! La caridad es el vínculo de la perfección. Si el primer prójimo es Dios, si la vida divina está en nuestras manos, es que tenemos que ser la cuna de Dios, en la historia humana de hoy, realizando a la letra una auténtica maternidad divina. Porque “el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.”

(*) Libro “Ta parole comme une source, Tu Palabra como fuente, 85 sermones inéditos.“ (Editorial Anne Sigier, Sillery, agosto 2001)
http://www.mauricezundel.com

“Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza”

Mensaje del papa León XIV para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los mayores (27 de julio de 2025). (Foto: Vatican news)

Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza (cf. Si 14,2)

Queridos hermanos y hermanas:

El Jubileo que estamos viviendo nos ayuda a descubrir que la esperanza siempre es fuente de alegría, a cualquier edad. Asimismo, cuando esta ha sido templada por el fuego de una larga existencia, se vuelve fuente de una bienaventuranza plena.

La Sagrada Escritura presenta varios casos de hombres y mujeres ya avanzados en años, a los que el Señor invita a participar en sus designios de salvación. Pensemos en Abraham y Sara; siendo ya ancianos, permanecen incrédulos ante la palabra de Dios, que les promete un hijo. La imposibilidad de generar parecía haberles quitado su mirada de esperanza respecto al futuro.

La reacción de Zacarías ante el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista no es diferente: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada» (Lc 1,18). La ancianidad, la esterilidad y el deterioro parecen apagar las esperanzas de vida y de fecundidad de todos estos hombres y mujeres. También la pregunta que Nicodemo hace a Jesús, cuando el Maestro le habla de un “nuevo nacimiento”, parece puramente retórica: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?» (Jn 3,4). Sin embargo, en cada ocasión, frente a una respuesta aparentemente obvia, el Señor sorprende a sus interlocutores con un acto de salvación.

Los ancianos, signos de esperanza

En la Biblia, Dios muestra muchas veces su providencia dirigiéndose a personas avanzadas en años. Así ocurre no sólo con Abraham, Sara, Zacarías e Isabel, sino también con Moisés, llamado a liberar a su pueblo siendo octogenario (cf. Ex 7,7). Con estas elecciones, Dios nos enseña que, a sus ojos, la ancianidad es un tiempo de bendición y de gracia, y que para Él los ancianos son los primeros testigos de esperanza. «¿Qué significa en mi vejez? —se pregunta al respecto san Agustín— Cuando me falten las fuerzas, no me abandones. Y aquí Dios te responde: Al contrario, que desfallezca tu vigor, para que esté presente el mío en ti, y así puedas decir con el Apóstol: “Cuando me debilito, entonces soy fuerte”» (Comentarios a los Salmos 70, 11). El hecho de que el número de personas en edad avanzada esté en aumento se convierte entonces para nosotros en un signo de los tiempos que estamos llamados a discernir, para leer correctamente la historia que vivimos.

La vida de la Iglesia y del mundo, en efecto, sólo se comprende en la sucesión de las generaciones, y abrazar a un anciano nos ayuda a comprender que la historia no se agota en el presente, ni se consuma entre encuentros fugaces y relaciones fragmentarias, sino que se abre paso hacia el futuro. En el libro del Génesis encontramos el conmovedor episodio de la bendición dada por Jacob, ya anciano, a sus nietos, los hijos de José. Sus palabras los animan a mirar al futuro con esperanza, como en el tiempo de las promesas de Dios (cf. Gn 48,8-20). Si, por tanto, es verdad que la fragilidad de los ancianos necesita del vigor de los jóvenes, también es verdad que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir. ¡Cuán a menudo nuestros abuelos han sido para nosotros ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Este hermoso legado, que nos han transmitido con esperanza y amor, siempre será para nosotros motivo de gratitud y de coherencia.

Signos de esperanza para los ancianos

El Jubileo, desde sus orígenes bíblicos, ha representado un tiempo de liberación: los esclavos eran liberados, las deudas condonadas, las tierras restituidas a sus propietarios originarios. Era un momento de restauración del orden social querido por Dios, en el cual se reparaban las desigualdades y las opresiones acumuladas con los años. Jesús renueva estos acontecimientos de liberación cuando, en la sinagoga de Nazaret, proclama la buena noticia a los pobres, la vista a los ciegos, la liberación a los cautivos y la libertad a los oprimidos (cf. Lc 4,16-21).

Considerando a las personas ancianas desde esta perspectiva jubilar, también nosotros estamos llamados a vivir con ellas una liberación, sobre todo de la soledad y del abandono. Este año es el momento propicio para realizarla; la fidelidad de Dios a sus promesas nos enseña que hay una bienaventuranza en la ancianidad, una alegría auténticamente evangélica, que nos pide derribar los muros de la indiferencia, que con frecuencia aprisionan a los ancianos. Nuestras sociedades, en todas sus latitudes, se están acostumbrando con demasiada frecuencia a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido sea marginada y olvidada.

Frente a esta situación, es necesario un cambio de ritmo, que atestigüe una asunción de responsabilidad por parte de toda la Iglesia. Cada parroquia, asociación, grupo eclesial está llamado a ser protagonista de la “revolución” de la gratitud y del cuidado, y esto ha de realizarse visitando frecuentemente a los ancianos, creando para ellos y con ellos redes de apoyo y de oración, entretejiendo relaciones que puedan dar esperanza y dignidad al que se siente olvidado. La esperanza cristiana nos impulsa siempre a arriesgar más, a pensar en grande, a no contentarnos con el statu quo. En concreto, a trabajar por un cambio que restituya a los ancianos estima y afecto.

Por eso, el Papa Francisco quiso que la Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores se celebrase sobre todo yendo al encuentro de quien está solo. Y por esa misma razón, se ha decidido que quienes no puedan venir a Roma este año, en peregrinación, «podrán conseguir la Indulgencia jubilar si van a visitar por un tiempo adecuado a los […] ancianos en soledad, […] como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos (cf. Mt 25, 34-36)» (Penitenciaría Apostólica, Normas sobre la Concesión de la Indulgencia Jubilar, III). Visitar a un anciano es un modo de encontrarnos con Jesús, que nos libera de la indiferencia y la soledad.

En la vejez se puede esperar

El libro del Eclesiástico afirma que la bienaventuranza es de aquellos que no ven desvanecerse su esperanza (cf. 14,2), dejando entender que en nuestra vida —especialmente si es larga— pueden existir muchos motivos para volver la vista atrás, más que hacia el futuro. Sin embargo, como escribió el Papa Francisco durante su último ingreso en el hospital, «nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe, señales luminosas de esperanza» (Ángelus, 16 marzo 2025). Tenemos una libertad que ninguna dificultad puede quitarnos: la de amar y rezar. Todos, siempre, podemos amar y rezar.

El amor por nuestros seres queridos —por el cónyuge con quien hemos pasado gran parte de la vida, por los hijos, por los nietos que alegran nuestras jornadas— no se apaga cuando las fuerzas se desvanecen. Al contrario, a menudo ese afecto es precisamente el que reaviva nuestras energías, dándonos esperanza y consuelo.

Estos signos de vitalidad del amor, que tienen su raíz en Dios mismo, nos dan valentía y nos recuerdan que «aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día» (2 Co 4,16). Por eso, especialmente en la vejez, perseveremos confiados en el Señor. Dejémonos renovar cada día por el encuentro con Él, en la oración y en la Santa Misa. Transmitamos con amor la fe que hemos vivido durante tantos años, en la familia y en los encuentros cotidianos; alabemos siempre a Dios por su benevolencia, cultivemos la unidad con nuestros seres queridos, que nuestro corazón abarque al que está más lejos y, en particular, a quien vive en una situación de necesidad. Seremos signos de esperanza, a cualquier edad.

Vaticano, 26 de junio de 2025

LEÓN PP. XIV