Jubileo: Puerta de discipulado y misión

FEBRERO
(15-18) Jubileo del Mundo de los artistas
(21-23) Jubileo de los Diáconos

Resulta imposible saber el número de personas que, alrededor del mundo, hemos observado, a través de los diversos medios de comunicación, la escena de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro el pasado 24 de diciembre. Ciertamente nos habrá contagiado la belleza del lugar y el clima orante de la asamblea. Pero todavía más impactante habrá sido contemplar al papa Francisco frágil en su silla de ruedas, casi como un pregón de nuestra humanidad necesitada, sumergiéndose en un océano de esperanza.

La Puerta Santa, que fue abierta de igual forma en las Basílicas de San Juan de Letrán (29 diciembre), Santa María la Mayor (1 enero), San Pablo Extramuros (5 enero), en la cárcel de Rebibbia (Roma, 26 diciembre) y en todas las Catedrales de las diócesis del mundo (29 diciembre), simboliza a Jesucristo y posee al menos estos tres significados:

• Una puerta de entrada al amor insondable e incondicional de Dios. Se trata de experimentar la Misericordia sin límites que nos abraza, re-nueva y llena de fortaleza y paz. De hecho, el pri-mer objetivo del Jubileo es llevarnos a una nueva y más profunda relación con la Trinidad, fuente de vida nueva.
• Una puerta abierta para todos, sin exclusiones, donde el único requisito para formar comunidad es la sinceridad de corazón. Lo que se busca es reconstruir el pueblo fiel de Dios, a través de una conversión al discipulado y a la misión de Jesús. Entramos para volver juntos al pro-yecto original de Dios, al perdón, a la fraternidad, a la justicia.
• Una puerta de salida misionera, como testigos de la esperanza que no defrauda, hacia todas las periferias del sufrimiento y la depresión, de la pobreza y la violencia, de la falta de fe y la esclavitud del mal. En definitiva un Jubileo que nos arranca del egoísmo para compartir el Evangelio liberador.

La Bula de convocatoria del Jubileo, Spes non confundit, nos lo resume con palabras profundas: «Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, “puerta” de salvación con Él (cf Jn 10,7.9), a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre en todas partes y a todos como “nuestra esperanza” (1Tim 1,1)».

Jubileo: Peregrinos de la esperanza

Abrimos 2025 con una buena noticia: durante la solemnidad de la Natividad del Señor, con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro, ¡hemos comenzado la celebración de un Año Jubilar, llamado también Año Santo! 

ENERO (24-26) 
Jubileo del Mundo de la Comunicación 

La palabra «jubileo» deriva del hebreo yobel (cuerno de carnero), instrumento que se utilizaba para anunciar, desde Jerusalén y por la fuerza de los vientos hasta las poblaciones lejanas, el Día de la Expiación (Yom Kippur), acto penitencial por el cual se buscaba eliminar el castigo merecido por las propias culpas. Poco a poco, a este significado se fue añadiendo una dimensión más social (en griego áphesis): la liberación y el retorno al plan primigenio de la justicia de Dios. Esta fiesta se llevaba a cabo cada 50 años, es decir el año «extra» al concluir siete semanas de años (7×7=49). En 1470, el papa Pablo II establece que los jubileos fueran celebrados cada 25 años para que mayor número de generaciones tuvieran la oportunidad de participar al menos una vez. 

En el Antiguo Testamento (Lv 25; Dt 15,1- 15; Jr 34,8-9; Is 61,1-2), el Jubileo consta esencialmente de los siguientes elementos: 1) el descanso de la tierra; 2) la restitución de las propiedades a sus propietarios originales; 3) la condonación de las deudas; 4) la liberación de los esclavos. En el Nuevo Testamento es Jesucristo el Jubileo Nuevo y Eterno que viene a dar su vida por el perdón de los pecados y a instaurar el Reino de Dios: evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). 

Cada mes iremos profundizando en este tema con la Bula de Convocatoria al Jubileo que nos ha enviado el Papa (Spes non confundit, «la esperanza no defrauda»). Hoy ingresemos juntos, como Iglesia misionera, por esta Puerta de gracia y renovación.

P. Rafael González Ponce, mccj

Jubileo de la esperanza

Hemos iniciado el año 2025 invitados a vivir la experiencia extraordinaria del Jubileo. Se trata de un año que quiere ser marcado por la alegría y la esperanza, por la renovación y la conversión, por la vida nueva que Dios siempre está dispuesto a concedernos como expresión de su amor.

Hablar de Jubileo nos hace pensar a júbilo, a algo que produce felicidad plena, a algo que nos pone de nuevo en el camino de lo que realmente vale la pena y que nos saca de los enredos en que muchas veces nos hemos ido perdiendo. 

El júbilo es la expresión más plena de la alegría que nos da el volver a lo que es esencial e importante en nuestra vida; es la alegría que tiene su origen y su meta en el encuentro con Dios. Es la felicidad que nace cuando descubrimos como cimientos de nuestra existencia el amor y la ternura de un Padre que está dispuesto a recrearnos siempre. 

Estar jubilosos es una manera de decir lo contento que nos sentimos cuando nos liberamos de todo aquello que nos esclavizaba. Es lo contrario de vivir en la tristeza o en la amargura, en lo superficial y lo pasajero. Es reconocer a Dios como el protagonista de nuestra historia y el anhelo más profundo de nuestro corazón.

Un jubileo es la invitación y la provocación que nos presenta la Iglesia, como comunidad de hermanos que peregrinan al encuentro del Señor, para que reorientemos nuestros caminos y nos demos la oportunidad de reconocer la importancia de lo que somos como personas y como instrumentos del amor.

El tiempo jubilar es un momento especial para que abramos los ojos y contemplemos lo que ha ido quedando de bueno en nuestro pasado, es motivo para hacer memoria, y para ser agradecidos, reconociendo que cada instante de nuestro caminar ha sido un don, una gracia que se nos ha concedido sin ningún mérito. 

Hay Alguien que fielmente se ha ido ocupando de nosotros y nos ha guiado. Alguien que nos recuerda que está al origen de todo lo que soñamos y buscamos, el único a quien pertenece todo aquello con lo cual nosotros tratamos de llenar nuestro peregrinar temporal por este mundo del cual nada podremos llevarnos.

El jubileo, en los tiempos del Antiguo Testamento, era el año en el que todo tenía que volver a sus orígenes, a como había sido en el principio, en donde Dios era reconocido como el único autor y propietario. El libro del levítico dice, con mucha sencillez y con gran claridad, cuál era el motivo de tanto júbilo. 

“Declararás santo el año cincuenta y promulgarán por el país liberación para todos sus habitantes. Será para ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta será para ustedes año jubilar: no sembrarán, ni segarán los rebrotes, ni vendimiarán las cepas no cultivadas. Porque es el año jubilar, que será sagrado para ustedes. Comerán lo que den sus campos por sí mismos. En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. (Levítico, 25, 10-13)

Hoy, para nosotros, es una buena ocasión para darnos cuenta de que todo lo que pretendemos acumular, atesorar, y considerar como patrimonio personal no es más que algo que nos ha sido prestado. El jubileo nos brinda la posibilidad de poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestras vidas como el único autor y promotor de nuestra felicidad. 

También es una bella oportunidad para que tomemos conciencia de la importancia que tiene el establecer relaciones sanas y auténticas con nuestros hermanos y con toda la creación, reconociéndolos como realidades sagradas.

Por otra parte, se nos está invitando a vivir el jubileo del año 2025 como un jubileo iluminado por la esperanza. Esto es importante, sobre todo porque nos damos cuenta de que vivimos un tiempo en el cual nos sentimos por momentos agobiados por tantos signos de incertidumbre, de violencia, de dolor. Vivimos tiempos en donde el egoísmo y la indiferencia se imponen como patrones de conducta y la ambición y el deseo de poder hace que olvidemos que sólo vamos de paso. 

El espectáculo de nuestro mundo hace que muchas veces seamos ciegos y que no podamos percibir lo bello que Dios va creando cada día cerca de nosotros. Nos aturdimos con nuestros logros tecnológicos y científicos, que son ciertamente extraordinarios y maravillosos, y dejamos que nos gane la arrogancia que nos hace pensar que podemos pasar por encima de los demás.

En medio de la oscuridad y de lo deprimente que puede ser el tiempo en que nos tocó vivir, ahí es en donde Dios eleva su voz y nos invita a no olvidar que él tendrá siempre la última palabra. Y, justamente, ahí nacen todas nuestras esperanzas, nuestra confianza y la alegría que nos permite apostarle al futuro con entusiasmo.

Vivir este año bajo el signo de la esperanza no es otra cosa sino reconocer que llevamos inscrito en el corazón un proyecto que ha sido pensado por Dios para cada uno de nosotros, como proyecto de libertad, de vida plena y de felicidad. Eso es lo que cada día nos irá dando el valor de levantarnos con optimismo y confianza y no dejará que nos gane el pesimismo, el desánimo o la tristeza. 

La esperanza hará que veamos cada mañana como una oportunidad que se nos ofrece para salir de nuestras desconfianzas y de nuestros temores con la certeza de que Dios está preparando algo nuevo y bello para hacer más plenas nuestras vidas. 

La esperanza hará que no nos quedemos atorados en nuestras miserias, en nuestras debilidades y, mucho menos, en nuestros pecados. Con la esperanza se nos otorgará la bendición de sentirnos juzgados por el amor y la misericordia que no buscan condenar, sino hacernos sentir amados.

La esperanza será lo que nos devuelva al camino de la humildad y de la sencillez que redimensiona nuestra identidad y nos permite entender lo que somos y lo que podemos valer, aceptando que todo se nos va dando por gracia y por un amor que no tiene límites , pues es un amor que todo lo recrea, lo hace más auténtico y profundo.

Vivir en la esperanza este año puede ser para cada uno de nosotros aquella experiencia que nos hacia falta para levantar los ojos sobre el horizonte y darnos cuenta de que hay mucho por vivir, por disfrutar y por compartir, mientras el Señor nos siga llevando de su mano.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

Navidad, un Dios humano

Por: Mons. Jesús Ruíz, mccj
Desde Mbaïki, Centroáfrica

Dice Leonardo Boff que “todo niño quiere ser hombre; todo hombre quiere ser rey; todo rey quiere
ser Dios…, solo Dios quiso ser niño”.
Estamos acostumbrados a ver en el Niño de Belén al hijo de Dios, pero a riesgo de que nuestra fe se convierta en un cuento de hadas, pues un Dios Niño no es nada fácil de digerir… En nuestras liturgias
hablamos demasiado del Dios omnipotente, el todopoderoso, la fuerza de Dios…, pero en definitiva lo que Dios nos ha manifestado es algo pequeño, vulnerable, frágil, sin fuerza… ¿De verdad que creemos en ese Dios Niño, o fantaseamos con el cuento dulzón del Niño de Navidad, pero nuestra creencia está en la fuerza de Dios?

¡Qué riesgo el de Dios que quiso hacerse hombre! Aceptar la humanidad, toda humanidad, los buenos y los malos. Pensaba estos días cómo desde entonces toda humanidad tiene sentido, toda humanidad está habitada por Dios, la humanidad tiene futuro, la humanidad está llena de Dios. «Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en ella. […] Dios ama lo perdido, lo despreciado, lo insignificante, lo marginado, débil y afligido. Donde los hombres dicen «perdido», Él dice «salvado». […] Donde los hombres apartan indiferente o altaneramente la mirada, allí pone él su mirada llena de incomparable amor ardiente. Donde los hombres dicen «despreciable», allí Dios exclama «bendito». Allí donde en nuestra vida hemos llegado a una situación en la que sólo podemos avergonzarnos ante nosotros mismos y ante Dios, […] allí mismo Dios se hace cercano, como nunca antes: es allí donde Dios quiere irrumpir en nuestra vida, es allí donde muestra su cercanía, para que comprendamos el milagro de su amor, de su cercanía y de su gracia». (Dietrich Bonhoeffer, pastor luterano, mártir del nazismo)

Es en este Niño-Dios que he intentado leer la muerte de mi papá, fallecido recientemente. El papa Francisco ha inaugurado el año del jubileo abriendo la puerta de la basílica de san Pedro de Roma y luego la puerta en una prisión. La liberación de Dios es liberación de los cautivos, perdón de la deuda externa, que paren las guerras… Este Niño que se nos ha dado es el Príncipe de la paz, aunque El sufriera toda violencia en su cuerpo humano. Así hoy la humanidad sigue sufriendo tanta violencia.

Hay un tiempo

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: 

Tiempo para nacer y tiempo para morir, tiempo para arrancar y tiempo para plantar, tiempo para matar y tiempo para sanar, tiempo para destruir y tiempo para construir, tiempo para llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse, tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de romper y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz”.    (Eclesiastés, 3, 1-8)

Faltan sólo unas cuantas horas para que el año 2024 cierre sus puertas dejándonos el recuerdo de un tiempo que ha sido único en nuestras vidas. Un tiempo que no volverá porque ya cumplió con su misión y quedará ahí, en nuestros recuerdos, como parte de una historia que nos sorprendió con sus alegrías y sus penas, con sus logros y fracasos, con sus luces y sus sombras, con todo lo que nos permite decir hoy, con gratitud,  que ha valido la pena llegar hasta el final de este año.

Para todo ha habido tiempo y nunca nos imaginamos que viviríamos cada instante con tanta intensidad. Seguramente, diremos que no ha sido un año como los demás. Y  no podía serlo porque Dios siempre está a la obra y nunca se cansa de innovar, de sorprendernos y de mostrarnos que, al final de cuentas, es él quien nos va guiando en lo ordinario de nuestro caminar. Dios no se repite y hace de cada instante algo espectacular.

Volteando hacia atrás, en el tiempo, nos damos cuenta de que este año que se va no han sido sólo unos meses más. Hemos sido bendecidos, de muchas maneras, y enriquecidos con tantas presencias que son lo único que queda;  son esa riqueza que no se puede cuantificar. 

Son presencias que están ahora en nuestros corazones y que nadie nos podrá arrancar, porque son dones sagrados a través de las cuales Dios nos ha querido hablar y nos ha mostrado que sólo vive para amarnos.

Tal vez vamos a decir que no hemos sido enriquecidos con cosas, con dinero, con fama o con poder; pero el cariño que se nos ha concedido nos ha hecho entender que lo único que queda en el tiempo, lo que vale, son las personas que han ensanchado nuestros corazones para amar y dejarnos amar.

En lo más alto del 2024, ahí en donde casi se toca con el 2025 que llega cargado de sus promesas, con sus meses y sus días, con sus exigencias de confianza y sus invitaciones al abandono y a la esperanzas; ahí es en donde nace el deseo de pedir que el tiempo que se avecina  sea un año como Dios lo ha soñado para nosotros pensando únicamente en nuestra felicidad y alegría o simplemente en nuestro sencillo bienestar. 

El tiempo que se ha ido nos mueve a la gratitud y al reconocimiento de la bondad del Señor que ha estado presente de tantas maneras. Damos gracias por la salud y por la vida, por la cordura de nuestra mente que nos ha impedido hacer desastres mayúsculos, aunque no hayan faltado torpezas y errores, imprudencias y descuidos.

Nos sentimos agradecidos porque reconocemos que hemos crecido de muchas maneras. Sí, ahora somos más viejos o nos gustaría decir que hemos acumulado algunos kilos y se dibujan algunos hilos blancos sobre nuestras cabezas que nos hacen creer que somos más sabios y prudentes, aunque nos falte mucho todavía por andar. 

El tiempo ha dejado su huella en las articulaciones que rechinan un poco más y en los reflejos que se van haciendo más lentos o en los brazos que se alargan porque ya no alcanzamos a distinguir las letras con la misma claridad de hace unos cuantos años. En el mejor de los casos hemos ganado en realismo y en sano optimismo que nos obliga a confiar más en los demás.

Claro que lloramos en los momentos de dolor y de tristeza, cuando nos descubrimos frágiles, débiles, limitados y pecadores. Cuando nuestros anhelos se vieron frustrados y cuando nos dimos cuenta de que no hicimos el bien que habíamos soñado. Sí, hubo tiempo para lágrimas amargas cuando no supimos sembrar bondad y ternura y la frustración se apoderó de nosotros ante la injusticia y la arrogancia.

Pero, ciertamente fueron más los momentos en que pudimos reír agradecidos por los instantes compartidos con los nuevos amigos, con los hermanos y hermanas que se nos dieron en donde menos los esperábamos, en los momentos de comunión compartidos junto con los tacos al pastor o el capuchino frío, en los momentos en que sentimos cuánto contábamos a los ojos de quienes nos hicieron sentir parte de sus vidas teniendo como motivo sólo el hecho de estar.

Cómo no agradecer tantos momentos vividos en lo gratuito de una amistad que nació sin que nos lo hubiésemos propuesto y que nos hizo cómplices en las búsquedas de ese Dios que  por todas partes se nos hacía presente invitándonos a su servicio, dando con sencillez nuestro tiempo a quienes sólo buscaban un pretexto para mostrarnos su capacidad de amar.

En este 2024 hemos sembrado tanto. Hemos dejado miles le palabras en tantos corazones, Dios nos utilizó como instrumentos de su misericordia y de su presencia y, dándonos con generosidad, es mucho más lo que hemos recibido que lo que hemos podido dejar de nosotros mismos en la tarea de dar. 

Simplemente, podemos decir que ya no somos los mismos. Y el tiempo se encargó de llevar a termino lo que, sin mucha conciencia de nuestra parte, Dios iba tejiendo en lo secreto de nuestras vidas. Los días del 2024 que se va sólo han sido pretextos en el corazón de Dios para irnos mostrando su ternura, su paciencia y su fidelidad en una aventura de vida que no sabemos cuánto durará. 

El tiempo que fue pasando, como liquido que no se atrapa en el puño de la mano,  y ha dejado en nosotros todo aquello que acabamos por reconocer como lo esencial, lo realmente importante, para mantener libre el corazón de toda atadura humana. 

Y así, seguramente descubrimos que lo verdaderamente importante está en los pequeños detalles de la vida; en el tiempo dado a los demás sin pretender nada a cambio, en los gestos de servicio ofrecidos con el único deseo de hacerle la vida más agradable a quien tenemos al lado. 

Con el pasar de los meses nos descubrimos, sin sentirlo demasiado, un poquito más humanos gracias al cariño de quienes no hacen ruido, pero han dejado la huella de eso que llamamos calor humano.

Sentados en el último peldaño de este 2024 que se nos va sin hacer escándalo, tal vez nos den ganas de decir aquel “Gracias” que recoge lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Un gracias a Dios  que ha sido generoso con nosotros, haciendo que se produjera el milagro de la vida durante esos 365 días en que nos hemos despertado creyendo que teníamos derecho a una existencia sin medidas. Un gracias a quienes nos han dejado y se han ido de este mundo dejando en nuestros corazones una huella que despierta nuestra fe y nos mueve a creer que nos volveremos a encontrar algún día.  

Gracias por el don de la vocación misionera que nos empuja a ir más lejos, a vivir lo bello de la solidaridad y cercanía con los más pobres. Gracias por tantos momentos de purificación y de crecimiento personal que nos han ayudado a sentir la cercanía y el consuelo del Señor que nos ha repetido muchas veces: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Trayendo a este momento todos los instantes del 2024, creo que todos podríamos decir que ha habido tiempo para darnos cuenta que los meses y los años seguirán siendo una oportunidad para que podamos decir que el amor y el tiempo en el corazón de Dios seguirán coincidiendo para que vivamos amando.

Qué el 2025 venga como tiempo que nos conceda acercarnos a nuestros hermanos con un corazón nuevo y a Dios con lo mejor que tengamos.

Feliz año nuevo.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

31 de diciembre 2024

El Verbo es la luz verdadera

Reflexión del Evangelio de hoy
La desproporción entre la propuesta de Dios y la respuesta del hombre

Tomado de: dominicos.org

En este “diálogo de sordos” entre Dios y los hombres que es el hecho de la Navidad, del que hablábamos en la homilía de la misa de medianoche, hoy, en la misa del día, nos sorprende la otra vertiente: la desproporción entre lo que pide Dios y lo que está dispuesto a responder el ser humano.

La oferta de Dios está presentada en la Prólogo dl Evangelio según san Juan, que proclamamos. A primera vista (y más si se lee rápido y con voz cansina y se escucha distraído), es un galimatías, en el que se habla de un Verbo, de un ser eterno, de una luz que ilumina, de alguien que es rechazado por los suyos, pero, que, a pesar de todo se hace carne para habitar ente ellos…

Y sin embargo, este texto intenso y profundo hasta parecer enigmático, es la presentación más elocuente del misterio de la Navidad y sus consecuencias para nosotros. Lo supieron resumir genialmente los Santos Padres: “El Hijo de Dios se hizo hombre, para que el hombre pueda ser hijo de Dios”.

¿Quieren el hombre y la mujer, especialmente el hombre y la mujer de nuestra sociedad secularizada, “ser hijo, hija de Dios”? ¿Le ilusiona? ¿Pone en ello su esperanza y, por lo tanto, el esfuerzo serio por recibirlo y responder a tal promesa?

Solo descendiendo a la profundidad del ser humano, a sus verdaderas y eternas preguntas e inquietudes, puede encontrar cada uno, cada una, el deseo y la nostalgia de encontrar su auténtica autoestima, la raíz de su dignidad inalienable, la razón de su libertad y la respuesta a esa ansia necesaria de lo más necesario: el sentirse amado incondicionalmente y para siempre y poder amar así. Es decir: ser, sentirse y actuar como hijo e hija de Dios.

Un camino práctico para comprender qué significa que Dios se ha hecho hombre lo tenemos en la última encíclica del Papa Francisco, que tiene por título: “Dilexit nos” (“Nos amó”). En ella se nos habla del lugar en donde este “diálogo de sordos” encuentra la luz, el sentido, la razón y la fuerza de las preguntas y las respuestas recíprocas de Dios y del ser humano: el corazón de cada uno abierto al corazón de Cristo:

“En lugar de buscar algunas satisfacciones superficiales y de cumplir un papel frente a los demás, lo mejor es dejar brotar preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco. Qué sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a su final, qué significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser frente a los demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi corazón” (8).

“Dice el Evangelio que Jesús “vino a los suyos” (Jn 1,110. Los suyos somos nosotros, porque él no nos trata como a algo extraño. Nos considera algo propio, algo que él guarda con cuidado, con cariño. Nos trata como suyos. No significa que seamos sus esclavos, y él mismo lo niega: “Ya no os llamo servidores” (Jn 15,15). Lo que él propone es la pertenencia mutua de los amigos. Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia. De hecho, él tiene otro nombre, que es “Enmanuel” y significa “Dios con nosotros”, Dios junto a nuestra vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó y “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7)” (34).

“Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu existencia, de levantarte, de llenarte de su fuerza. Porque antes de morir, dijo a sus discípulos: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes”. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán (Jn 14, 18-19). Siempre encuentra alguna manera para manifestarse en tu vida, para que puedas encontrarte con él” (38).

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio
Convento de Santo Domingo Ra’ykuéra – Asunción (Paraguay).

dominicos.org