No corromper el concepto “Pueblo”

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

foto: freepik

HECHOS

A pesar de que el 87% de los electores en México no participamos en las recientes elecciones del Poder Judicial, como una forma de expresar nuestra inconformidad con esa ocurrencia del sexenio anterior, se sigue proclamando que fue el pueblo quien eligió a los nuevos jueces y magistrados, y que el pueblo manda, y que todo con el pueblo y nada sin el pueblo, y que el pueblo decide… ¿Y los que decidimos no votar, no somos pueblo? ¿Nosotros no contamos? ¿Nuestra abstención no es expresión de la voluntad mayoritaria de un pueblo? ¿Nuestro silencio a la hora de votar no es una voz a los cuatro vientos? En vez de descalificar a las instancias internacionales que han criticado esa forma de elegir al poder judicial, habría que analizar, desapasionadamente, la expresión de un pueblo que decidió no votar, a pesar de tanta propaganda con que quisieron convencernos de hacerlo. Nuestra abstención ha sido una expresión mayoritariamente popular.

En mi pueblo, con 1,200 ciudadanos con derecho a votar, sólo acudieron 60; el 5% solamente. Y los que votaron, la mayoría fueron adultos mayores, a quienes el régimen tiene atados con la amenaza de que, si no lo hacen, pierden sus apoyos de los programas sociales. Algunos fueron a la casilla a anular su voto, por la misma razón. ¿Sólo se escucha a los adultos mayores que aplauden lo que el gobierno pide? ¿Ese es el pueblo del que tanto presumen? Y nosotros, los que no estamos atados por los programas sociales del gobierno, ¿no somos pueblo?

Hay diferentes maneras de tomar en cuenta al pueblo. Hay una forma de democracia, que es el poder del pueblo, que es representativa, cuando se eligen, por ejemplo, gobernantes o legisladores, a quienes el voto popular legitima. Hay otras democracias más participativas, como cuando se hace un referendum o un plebiscito, legalmente autorizado. No es un voto a mano alzada en un mitin de los propios seguidores. En los pueblos originarios que conservan la riqueza de su cultura, nadie se hace campaña, sino que el pueblo, en asamblea abierta, elige a quien considera más idóneo para los diversos cargos, aunque se resistan.

En nuestra Iglesia, que no es democrática, hay una forma de que el pueblo participe, por ejemplo, en los consejos pastorales, que están prescritos por nuestra legislación canónica, y en tantas otras formas de participación. La elección de los obispos no se hace por voto popular; pero hay un sistema de consultas para escuchar a diversos miembros del Pueblo de Dios. Se hace en forma muy reservada, pero muy efectiva. No se decide por voto mayoritario en un mitin, que puede estar sujeto a múltiples manipulaciones. Aún más, si alguien se hace campaña para ser obispo, por ese mismo hecho queda ya descalificado. El reciente Sínodo sobre la sinodalidad pide que se consulte más al pueblo para esta elección, pero la decisión no depende de la mayoría de votos. El Papa, habiendo analizado en oración las opiniones y propuestas que le llegan de todo el mundo, toma la decisión final. Jesucristo no nos estableció como democracia, pero sí como Pueblo de Dios con participación y comunión. En la elección del Papa todos participamos, no emitiendo un voto, sino orando al Espíritu Santo para que ilumine a los cardenales electores; y esta nuestra oración fue escuchada; todos participamos en su elección.

ILUMINACION

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice:“Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.

Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo” es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar.

Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que estoy lejos de proponer un populismo irresponsable. Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (Nos. 159-161).

ACCIONES

Todos nosotros somos pueblo, como sociedad y como Iglesia. No esperemos que todo lo haga y decida el gobierno civil o eclesiástico. Aportemos nuestra palabra y nuestra acción, porque somos miembros vivos de un cuerpo vivo.

Luces y retos que nos dejó el papa Francisco para la vida consagrada

“Como consagrados tenemos que estar vigilantes para no acomodarnos en estilos de vida que no nos comprometan. Hemos recibido en estos años un testimonio extraordinario –gracias al paso del Papa Francisco– de lo bello que es ser Cristianos y de la alegría que produce en nuestro corazón vivir para el Señor. Que las luces y los retos que nos ha dejado el papa Francisco nos ayuden a seguir adelante siendo signos de esperanza, de confianza y de fe en esta hora de nuestro mundo que nos va tocando vivir.” (P. Enrique Sánchez González, en la foto, en una audiencia del Papa Francisco con los Misioneros Combonianos, en 2015)

Por: P. Enrique Sánchez González, mccj

Luces y desafíos que el Papa Francisco nos dejó
como nuevas generaciones de vida consagrada

Para poder hablar del legado que nos ha dejado el Papa Francisco, considero que es necesario ir al pasado, antes de que Francisco fuera el Papa Francisco. La figura de un Papa extraordinario, que todos tenemos en este momento en nuestra memoria, es algo que encuentra sus orígenes en los primeros pasos que Jorge Mario Bergoglio dio, cuando decidió consagrar su vida como religioso y jesuita, y tal vez ya antes, cuando desde pequeño dejó que la pasión por Cristo entrara en su corazón.

Sus palabras, sus acciones como pastor, su sensibilidad por los marginados, la alegría que acompañó su personalidad, su capacidad para romper con protocolos, su estilo de vida, pobre y austero. Todo esto, y mucho más, no le vino a su mente y a su corazón el día que apareció en el balcón de la Basílica de San Pedro saludándonos con el nombre de Francisco.

Lo que el Papa Francisco nos ha dejado en sus 12 años de pontificado no ha sido, sino un poco más de todo lo que había ido sembrando en tantos lugares de Argentina, de Latinoamérica y de toda la Iglesia como un pastor que amaba transmitir el olor de sus ovejas.

Eso que nos apasiona y nos anima hoy, recordándolo como el pastor que supo guiarnos por caminos seguros y que nos entusiasmó en el seguimiento de Jesús; todo eso no es más que el ejemplo de vida, el decir con los hechos y con su compromiso lo que llevaba dentro. Un amor por Cristo que lo llevó a gastarse hasta el último minuto de su vida, sirviendo y amando.

Eso que hoy nos toca guardar como tesoro y herencia del Papa Francisco es lo que ha producido el Evangelio en el corazón de alguien que ha sabido entregarlo todo, olvidándose de sí mismo y poniendo como prioridad de su vida el servir a Cristo en los últimos, en los que no cuentan a los ojos del mundo. Diciendo esto, me parece que la primera cosa que nos ha dejado el Papa Francisco a los consagrados es el ejemplo, un icono bello de lo que nos toca vivir cada día cuando decimos que hemos entregado nuestras vidas al Señor.

Ante la figura de Papa Francisco no se necesita hacer mucha teología de la vida religiosa, ni es necesario perder mucho tiempo con tratados de espiritualidad de la vida religiosa. Sin exagerar, creo que acercándonos a la vida del Papa Francisco podemos darnos cuenta de que la vida consagrada, como religiosos y religiosas al servicio del Evangelio, no es otra cosa más que una vida entregada con sencillez y alegría a los demás en los pequeños detalles de cada día. Y eso vale para consagrados y para cualquier bautizado, pues a final de cuentas, se trata de vivir en Cristo y para él.

Luces que nos ha dejado el Papa Francisco y que nos seguirán iluminando por mucho tiempo

Entre las muchas cosas que significan luces que iluminan nuestras vidas hoy, y que reconocemos como algo que hemos descubierto gracias al paso del Papa Francisco por nuestras vidas, podríamos traer a nuestra memoria las siguientes que no siguen un orden o jerarquía porque todas son importantes.

  • El testimonio de una vida entregada con alegría a Jesús, al Evangelio, a la Iglesia y a los más pobres.

Algo que seguramente a todos nos ha impactado desde el inicio del pontificado del Papa Francisco ha sido el tono de alegría que transmitía a través de sus palabras, de la espontaneidad y libertad de sus gestos y las maneras de acercarse a las personas. Con él se entraba en confianza inmediatamente y hacia que nos sintiéramos acogidos, como si nos conociera desde siempre. La alegría era algo que para él nacía de la acogida del Evangelio. El mensaje de Cristo contiene esa alegría que transforma el corazón y llena el espíritu de confianza y de esperanza.

De ahí nacía su entrega y su dedicación a la misión que abrazó como consagrado y de esa entrega surgían las fuerzas para afrontar cualquier obstáculo y las dificultades, que no faltaron a lo largo de todo su ministerio. Aquí, como en todo lo que iremos diciendo sobre el legado del Papa Francisco, lo más importante y lo que caracterizó su consagración fue el ejemplo, el testimonio de vida, el silencio de las palabras y la fuerza de los gestos y las opciones.

Por ejemplo, más que hablar sobre el problema de los migrantes, uno de sus primeros viajes fue a Lampedusa, el lugar de mayor sufrimiento de los migrantes que atraviesan el Mediterráneo. Su presencia ahí fue anuncio del Evangelio y denuncia de un sistema inhumano e injusto que trata a las personas como objetos.

Nos hay duda de que se trata de una luz intensa que nos ilumina cuando nos preguntamos en dónde tenemos que estar como consagrados hoy, cuáles tienen que ser nuestras opciones y preferencias, en dónde tiene que estar nuestro corazón, aunque estemos lejos geográficamente de los lugares del dolor. El testimonio del Papa Francisco es algo que enseña a los consagrados de hoy en dónde está lo bello de la entrega y qué es lo que le da sentido a la renuncia que implica el haber dejado todo para seguir al Señor.

  • El entusiasmo y la pasión por la evangelización y por el compromiso misionero.

La evangelización y la dimensión misionera de la Iglesia no fueron simple estrategia proselitista en el proyecto de Iglesia del Papa Francisco. En su mente estaba claro que la Iglesia tiene que ser misionera y la tarea de evangelizar no se reduce a la enseñanza del Evangelio. El objetivo de la misión iba mucho más allá, se trataba, y se sigue tratando, de anunciar a Cristo siempre presente entre nosotros como buena noticia para el mundo.

La misión que nace del encuentro con el Señor, el Papa Francisco la vivió como una experiencia que le entusiasmaba y lo apasionaba, moviéndolo a ir hasta los extremos del mundo y a los lugares más lejanos, no sólo geográficamente, en donde Jesús no era conocido.

Él nos enseñó que la razón última de nuestra consagración es el anuncio del evangelio que estamos llamados a llevar con entusiasmo y generosidad a quienes todavía no han tenido la oportunidad de encontrarse con el Señor. Basta recordar a dónde lo llevaron sus viajes apostólicos y nos damos cuenta de que la preocupación de su corazón estaba en los más lejanos del Evangelio.

  • La fuerza del ejemplo personal en el compromiso como consagrado a Cristo.

Ya lo mencionaba anteriormente, una de las luces más intensas en la vida y en el ministerio del Papa Francisco que nos quedan hoy es, sin dudarlo mucho, el ejemplo de vida. La capacidad de anunciar con obras muy concretas, usando menos palabras y más acciones, aunque se pudiese correr el riesgo de equivocarse en algún momento.

Para hablarnos de pobreza no dudó en irse a vivir a Santa Martha, en renunciar a buenos carros, a percibir un salario que por derecho le correspondía. Pero más que privarse de cosas materiales el Papa Francisco supo renunciar, desde hacia mucho tiempo, a la tentación del poder, de la comodidad, del instalarse en un estilo de vida que no fuera solidario con los pobres.

Fue obediente, tratando de hacer la voluntad de Dios en su vida y aceptando una misión que no entraba en sus planes, cuando había llegado al Cónclave con la idea de regresar a Argentina para disponerse a su retiro. Fue obediente, cumpliendo la recomendación que le habían hecho de no olvidarse de los pobres.

Fue alegremente casto entregando su corazón, amando a quienes más lo necesitaban, a los prisioneros, a los vagabundos de Roma, a los enfermos que visitaba en los hospitales, a los pecadores que escuchó en los confesionarios, a los migrantes que supo defender hasta unas horas antes de su muerte en el último encuentro que tuvo con el vice presidente de Estados Unidos.

  • Los valores a los que nunca se puede renunciar: la misericordia, la bondad, la opción por los más lejanos y por los excluidos, el servicio por encima de la autoridad y del poder.

Entre los muchos valores que el Papa Francisco ha puesto en evidencia, seguramente, para quienes vivimos una vocación especifica como consagrados, aparece claro que la visión del Papa estaba fincada sobre aspectos que hablaban de su experiencia de Dios.

La centralidad de la Misericordia reflejaba en él un encuentro continuo y profundo con Dios sentido como Padre. Como un Padre bueno dispuesto siempre a acoger, a abrazar, a perdonar. Sentir a Dios de esa manera no podía traducirse más que actitudes de cercanía y de aprecio por quienes se sentían o se sabían alejados del derecho a reconocerse hijos amados.

Acercar a Dios a quienes se sentían excluidos no era en el Papa Francisco un gesto de filantropía o el humanismo en sus extremos que algunas personas han querido reconocer en él. En Francisco era un movimiento que surgía de lo más profundo de su ser, en donde se vivía la experiencia más clara de Dios. Era la expresión de su consagración a Dios, de su vivir en Dios.

Para él, por lo que pudimos conocer a través de su sencillez y humildad, la consagración se confundía o se convertía en servicio y en disposición a darlo todo, como lo pudimos ver en aquel gesto único de ponerse a los píes de los líderes políticos de Sud Sudán cuando les suplicó que hicieran posible la paz para su nación.

Papa Francisco tenía muy claro en su mente y en su corazón que vivir como consagrado significaba poner el servicio y la humildad por encima del poder y la autoridad. Eso fue lo que les recordó a los Cardenales de la curia romana en su primer saludo de Navidad al inicio de su pontificado. Y, así lo vivió, en sus visitas a los presos, en sus diálogos con las víctimas de abusos en la Iglesia, en la elección de una vida simple y desprendida de lo que podía traerle honores o reconocimientos especiales.

  • La importancia del saber incluir a todos en una comunidad familia en la que estamos llamados a reconocernos hermanos. Nuestra misión será crear fraternidad, todo lo demás pasa.

Como consagrado él mismo, nos enseñó el valor que tiene el trabajar en comunión, el saber crear familia, el apostarle a la amistad profunda. En una palabra, nos iluminó con su experiencia invitándonos a trabajar siempre unidos teniendo como meta el llegar a reconocernos como hermanos.

Como consagrados, no tengo la menor duda, sabemos que el sentido más profundo de nuestra vida está en el llamado a crear fraternidad en un mundo en donde se vive hoy el drama de la violencia, del miedo, de la inseguridad que destrozan la vida de tantos inocentes y desamparados. Su ejemplo fue muy en sintonía con el nombre que escogió como pontífice, Francisco, el hermano universal.

  • Apostar por una iglesia con rostro sinodal, en donde todos sean involucrados y partícipes. Una Iglesia en camino y en salida, no autoreferencial y libre, capaz de aprender de sus límites y de sus pobrezas.

El gran sueño del Papa Francisco fue el de colaborar en la construcción de una Iglesia que viviera las intuiciones del Concilio Vaticano segundo. Un concilio que le apostó al acercamiento a un mundo en cambio, a expresiones culturales nuevas, a experiencias religiosas más profundas y personalizadas.

Las ideas del Papa cuando hablaba de una iglesia en salida, en camino seguramente tenía en mente su experiencia como pastor preocupado por dar espacio a todos para que aportaran su riqueza. Soñaba con una Iglesia en donde la participación de todos creara una comunidad con rostro nuevo, en donde nadie fuera excluido.

Sus intuiciones y sus propuestas pastorales ciertamente son luces que iluminan nuestro ser consagrados, pues por nuestra entrega estamos llamados a vivir en comunidad, a aportar nuestras riquezas y nuestros límites; estamos llamados a caminar juntos, para que el mundo crea en el Señor que nos llamó.

  • Por el diálogo, todos llamados a crear puentes que favorezcan la cercanía, el respeto y la paz.

Finalmente y no porque sea lo último, el Papa Francisco nos ha ayudado a entender que por nuestra consagración estamos llamados a ser constructores de puentes, a trabajar en todo aquello que favorezca la cercanía entre las personas y entre los pueblos. Se trata de ser hombres y mujeres de diálogo, abiertos a enriquecernos con las cualidades y virtudes de los demás, y, al mismo tiempo, disponibles a llevar con alegría la riqueza del Evangelio como instrumento que abre caminos a la construcción de la paz.

Retos y desafíos que no podremos ignorar como consagrados

El ejemplo de vida y el testimonio de entusiasmo de fe, la alegría de su entrega sin límites, su capacidad de empatía y de cercanía a toda clase de personas. La claridad en sus opciones personales y pastorales, la identificación con su carisma como jesuita, su pasión por Cristo y por la Iglesia, su valentía para asumir compromisos y para tomar distancias de lo que niega la dignidad de las personas.

Estos y muchos otros valores que hemos visto e iremos descubriendo y profundizando en la medida que pasa el tiempo, son sólo algunas de las muchas luces que quedan ante nosotros como retos que nos desafían y nos invitan a un discernimiento sobre nuestra manera de ser y de vivir nuestra consagración religiosa hoy.

  • Ahí queda su radicalidad y coherencia como un reto que nos cuestionará siempre en nuestros estilos de vida consagrada, algunas veces cómodos y aburguesados.
  • Salir de nuestros capillismos. La capacidad del Papa Francisco para salir al encuentro, incluso de los más distintos y lejanos de nuestras formas de pensar y de sentir, es un reto que cuestiona fuertemente nuestra tentación a permanecer en lo conocido y seguro de nuestros institutos. Es lo que puede permitir que rompamos con la incapacidad de trabajar en colaboración, abiertos a enriquecernos con los carismas de los demás.
  • Superar la autoreferencialidad que empuja a encerrarse a vivir en el temor de desaparecer como institutos.
  • El sueño de una Iglesia más sinodal y participativa, como la quería el Papa Francisco, nos desafía fuertemente a superar nuestra mentalidad cerrada que nos mueve a ponernos en el centro de todo y de todos considerándonos los únicos y los mejores.
  • Trabajar en la construcción de una Iglesia que transmita alegría y esperanza como fruto del anuncio del Evangelio como Buena Noticia. Como consagrados nos toca asumir el reto de ser presencia alegre de Dios en el mundo en que nos toca vivir. El “hacer bulla”, como decía el Papa Francisco nos reta a pasar un mensaje de optimismo en una sociedad cargada de experiencias traumáticas, en donde la soledad y el abandono ganan terreno y en donde la frustración de muchos jóvenes hace que aumente la desesperanza y la falta de confianza en el futuro. Como religiosos consagrados al servicio del Evangelio tenemos que ser rostro de una Iglesia que se sabe depositaria de una propuesta de vida plena y de una respuesta al anhelo de felicidad que todos llevamos en el corazón.
  • Superar el clericalismo para reconocer el valor y la riqueza que posee cada bautizado y favorecer una comunidad en donde haya mayor participación y comunión. Como consagrados tenemos que superar una mentalidad que pretende hacernos creer que somos personas diferentes o especiales, con privilegios y una autoridad que nos sitúa por encima de los demás. Superar el clericalismo nos pone en una situación de mayor disponibilidad al servicio y al reconocimiento de los demás como tesoros que nos hablan de la presencia de Dios entre nosotros.

La tentación del olvido y el riesgo de acomodarnos

Me gustaría concluir diciendo una palabra para ponernos en guardia y que no nos dejemos sorprender para caer en la tentación del olvido. Es fácil que, pasando los días, también vayamos perdiendo de vista todo lo que el Papa Francisco ha venido a sembrar en nuestros corazones. Nuevas propuestas y diferentes proyectos seguramente llegarán para hacer que la Iglesia siga creciendo y haciendo su camino en el tránsito por este mundo. Pero es importante que no olvidemos aquello que el Papa ha sabido sacudir para ayudarnos a vivir más profunda y auténticamente nuestra fe en Jesús.

Como consagrados tenemos que estar vigilantes para no acomodarnos en estilos de vida que no nos comprometan. Hemos recibido en estos años un testimonio extraordinario de lo bello que es ser Cristianos y de la alegría que produce en nuestro corazón vivir para el Señor.

Qué las luces y los retos que nos ha dejado el Papa Francisco nos ayuden a seguir adelante siendo signos de esperanza, de confianza y de fe en esta hora de nuestro mundo que nos va tocando vivir.

comboni.org

León XIV: “Esta es la hora del amor”

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

¿En la Iglesia hay diferencias? Afortunadamente las hay y qué bueno que las haya. No somos monigotes de una estructura; somos seres vivos, cada cual con sus legítimas diferencias. Si Dios que es Dios es diferente como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, qué bueno que los discípulos de Jesús no seamos idénticos, sino muy diferentes, como diferentes son los doce apóstoles, y como diferentes son Jesús y Juan Bautista; pero todos unidos por el amor, tratando de luchar por que el amor de Dios reine en el mundo.

¿En la Iglesia hay divisiones? Lamentablemente las hay y qué malo que las haya. Las hay no sólo entre católicos y evangélicos, entre católicos y ortodoxos, sino al interior mismo de las comunidades católicas. Hay quienes siguen obstinados en que la Misa sólo debe ser en latín y comulgar siempre en la boca, y quienes hemos asumido por convicción la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II; hay quienes aceptamos de corazón al Papa Francisco y a sus antecesores, y quienes los han rechazado, por cuestiones doctrinales o disciplinares; hay quienes forman parte de un grupo de evangelización y de pastoral con una línea más social, y quienes van por una línea más devocional. Lo triste es que no saben convivir serenamente y valorarse en todo lo bueno que cada quien tiene, sino que unos excluyen y atacan a los otros, como si sólo ellos fueran los únicos intérpretes auténticos del Evangelio. Esto es muy doloroso y preocupante. A esto hay que agregar las divisiones políticas y sociales en la humanidad.

He disfrutado mucho cuando, en una diócesis, unos sacerdotes estaban divididos y han aprendido a amarse, siendo diferentes entre sí; cuando unas religiosas rechazaban a otras que tienen hábito y se dedican a la pastoral educativa, y ellas se consagran a una pastoral de otro estilo fuera de los espacios tradicionales; cuando los del Movimiento de Renovación Católica en el Espíritu conviven y trabajan juntos con los de Comunidades Eclesiales de Base; cuando nosotros católicos convivimos fraternalmente con líderes de otras confesiones religiosas, cristianas y de otra índole; cuando los miembros de una familia estaban distanciados, y aprenden a respetarse y amarse. ¡Qué hermoso es vivir unidos, siendo diferentes, valorarnos y respetarnos unos a otros! Esta es la unidad que se requiere, y esta es la voluntad de Jesús.

ILUMINACION

El Papa León XIV, al iniciar oficialmente su ministerio petrino, ha insistido mucho en eso:

“Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.

Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro. A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Todos hemos sido constituidos «piedras vivas», llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia». Quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.

En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.

¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros” (18-V-2025).

ACCIONES

Siendo dóciles a lo que el Espíritu Santo nos pide por medio del Papa León XIV, aprendamos a vivir en unidad en nuestras familias, en las comunidades eclesiales y en el mundo entero.

Papa León XIV: Una sorpresa alegre y esperanzada

Por: Mons. Jaime Rodríguez Salazar, mccj
Obispo emérito de Huánuco, Perú

Cuando una persona con la cual conviviste las alegrías, los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia, ha sido elegida para un importante servicio en la Iglesia, nacen y se van desarrollando tantos recuerdos sobre la persona elegida y el trabajo que se ha desarrollado con ella. Su servidor Monseñor Jaime Rodríguez Salazar, Misionero Comboniano y obispo emérito de Huánuco Perú, comienza estos breves recuerdos con ustedes porque Dios en su providencia ha querido que me encontrase en Perú con su Santidad cuando fue elegido obispo de la Diócesis de Chiclayo y como integrante de la Conferencia Episcopal Peruana.

Del padre Robert Francis Prevost, OSA, había conocido que desempeñó el importante servicio de Superior General de la Orden de San Agustín, promoviendo el amor y la fidelidad a esta vocación de la vida consagrada en dialogo fraterno y respetuoso con la vocación sacerdotal diocesana y las autoridades de la diócesis. Terminado este servicio fue asignado a la provincia religiosa Agustina del Perú. Llevó a cabo varios servicios pastorales en la Diócesis de Chiclayo. El desempeño apostólico generoso, sacrificado y entusiasta lo pusieron en evidencia como buen pastor y así fue propuesto como obispo. El Santo Padre Benedicto XVI lo eligió obispo y de esa manera recibió la ordenación episcopal el 12 de diciembre de 2014. Tuve la fortuna de participar en su ordenación episcopal dejando en mí varias impresiones que ahora tratare de compartirles.

Monseñor Robert Francis eligió ser ordenado obispo en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Ya había escuchado su gran devoción por ella y el querer ser ordenado el 12 de diciembre me lo confirmó.  Están todavía en mi mente las impresiones del arreglo de la iglesia, los cantos y la liturgia de la ordenación manifestaron el amor y la devoción del ordenando a la Santa Madre de Dios Reina de México y Emperatriz de América.

La fiesta litúrgica y la fiesta fuera de la iglesia fueron espléndidas, caracterizadas por la alegría de los fieles de tener un nuevo pastor y guía seguro en la presencia y varias actividades de la iglesia chiclayana que había vivido tiempos difíciles por fenómenos naturales como inundaciones, etc. A partir de su ordenación episcopal nos hemos encontrado en las reuniones de la Conferencia Episcopal Peruana y en los encuentros de las comisiones episcopales. La impresión que tuve de él es altamente positiva, comenzando con su personalidad sencilla, humilde, respetuoso en el diálogo sincero y fraterno entre los miembros de la Conferencia Episcopal. Manifestaba un gran interés y dedicación a los varios asuntos que se trataban como la evangelización, las vocaciones sacerdotales, religiosas y de laicos comprometidos en el apostolado, la catequesis, las orientaciones de la Iglesia en los campos de la liturgia, del apostolado, de la ayuda y acompañamiento de los pobres, de las familias, el trabajo social y la atención a los jóvenes en su formación humana y cristiana, incluyendo entre sus actividades el deporte como distracción y educación de las nuevas generaciones.

Al escuchar su nombre de León XIV me hizo recordar el interés que tenía en que los miembros de la Iglesia conociesen las enseñanzas y líneas de acción sociales, recordando las enseñanzas de León XIII sobre este tema (Rerum Novarum).

La Iglesia es misionera por vocación, ya que Cristo dijo a los Apóstoles: Vayan y evangelicen. Cuando se dialogaba sobre el asunto de la evangelización y catequesis en las varias jurisdicciones eclesiásticas y en el mundo, Monseñor Prevost manifestaba un amplio conocimiento de las necesidades y urgencias de hacer conocer y amar a Jesucristo. Por eso en el mensaje que dirigió a los numerosísimos presentes en la plaza de San Pedro y a todos los cristianos del mundo cuando fue proclamado Papa, los motivó para que sean realmente misioneros.

Tomo la ocasión para decir a todos ustedes que leen la revista Esquila Misional y que apoyan la obra misionera de la Iglesia, están cumpliendo con lo que el Papa nos recuerda, ¡ay de nosotros sino evangelizamos!. En este sentido el Santo Padre Francisco, de feliz memoria, nos dice que debemos ser una Iglesia en salida siendo buenos discípulos y testigos de Jesucristo caminando en espíritu sinodal. Aunque este tema es reciente, ya en aquellos tiempos de la labor pastoral de la Conferencia Episcopal Peruana se vivía ese espíritu de vida cristiana y apostólica.

La pascua que continuamos celebrando nos recuerda que debemos ser personas de paz y promoverla en todos los ámbitos de la sociedad. Convertirnos en puentes de diálogo y convivencia fraterna. Estos sentimientos los escuché del que hoy siendo León XIV, era obispo de Chiclayo, ya que el Perú ha pasado por tiempos muy difíciles de carencia de una verdadera paz fraterna que ayudase un justo desarrollo y justicia social. Tendría otras varias impresiones que quisiera exponérselas, pero espero que estas pocas los ayuden a admirar, a orar, apoyar y colaborar con el nuevo Romano Pontífice.

Indulgencia: misericordia ilimitada

En ocasiones resulta difícil hablar sobre indulgencias debido a los abusos que se dieron en el pasado; es decir, cuando se utilizaron como medios para obtener recursos económicos más que como gracias que Dios regala, por mediación de la Iglesia, a los que las buscan con amor y humildad. Las indulgencias son algo muy hermoso que nunca debemos perder.

MAYO
(01-04): Jubileo de los Trabajadores
(04-05): Jubileo de los Empresarios
(10-11): Jubileo de las Bandas Musicales
(16-18): Jubileo de las Cofradías
(24-25): Jubileo de los Niños
(30 mayo-1 junio): Jubileo de las Familias, de los Abuelos y de los Mayores

El papa Francisco afirma: «la indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios». Y enseguida nos explica: «…como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias no sólo exteriores… sino también interiores, en cuanto “todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio”. Por tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efector residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo…» (Spes non confundit 23).

Además de la sinceridad de corazón, las condiciones para recibir este don de la plena indulgencia son las siguientes: la purificación a través del sacramento de la reconciliación; recibir la santa comunión; la oración por las intenciones del Santo Padre; pasar por la Puerta Santa en alguna de las catedrales o basílicas asignadas para ello; realizar alguna obra de misericordia; igualmente se nos enseña que dichas indulgencias pueden ser ofrecidas en intercesión orante por nuestros difuntos.

En definitiva, en el significado profundo de las indulgencias hay un llamado a experimentar el amor incondicional de Dios que nos lleve a ser mejores discípulos de Jesucristo y audaces misioneros de la «esperanza que no defrauda» (Rom 5,5) al interno de este mundo tan herido.

P. Rafael González Ponce, mccj

¡Todos! ¡Todos! ¡Todos!

Por: Mons. Vittorino Girardi Stellin
Obispo Emérito de la Diócesis de Tilarán Liberia

Foto: www.synod.va

1. Acababa de volver de la celebración de la Semana Santa y en la mañana del lunes de Pascua, me avisaron que el Papa Francisco había fallecido.

Me sorprendió mi primera y espontánea reacción, y sentí el impulso de expresarla a alguien cercano. Lo mío quería ser un simple desahogo, pero unos amigos guardaron lo que les expresé y así ahora tengo la posibilidad de ponerlo por escrito.

Sabía que el Papa Francisco estaba enfermo, y muy enfermo por una neumonía bilateral, pero parecía que, lentamente, se estaba recuperando, por lo cual jamás pensaba que pudiera fallecer tan pronto; para mí, inesperadamente.

Un conjunto de sentimientos, amigos todos, afloraron en mi corazón. Sin embargo, me sorprendía ante todo, el sentir su muerte como la de alguien de mi familia. Me preguntaba espontáneamente, a qué podía deberse este sentimiento, y tan profundo… No pensaba de poderme sentir tan cercano con el Papa Francisco… Pronto surgieron los recuerdos.

La primera vez que conocí de cerca al Card. Jorge Bergoglio, fue en Quebec, en aquel Congreso Eucarístico Internacional; allá escuché su convencida y serena catequesis eucarística, para todos los muy numerosos participantes.

En el 2007, siendo él coordinador de las intervenciones en la V Asamblea General del Consejo Episcopal de América Latina y del Caribe (CELAM), en Aparecida, Brasil, me pidió que me dirigiera a los Pastores presentes, iluminando el tema central de Aparecida: “nuestra identidad misionera de cristianos”.

De ahí en adelante, la cercanía se fue haciendo… familiaridad. Una sorprendente e inmerecida familiaridad. Con ocasión de varios y necesarios viajes a Roma, en los días de audiencia general (los miércoles), aprovechaba para acercarme a él, con los demás obispos, y el abrazo espontáneo y fraternal, siempre quedaba acompañado por la expresión: “¡En Aparecida, Santidad!”

Estos encuentros hicieron que la cercanía aumentara, hasta sentirla “familiar”, y su fallecimiento ha sido para mí una “derrota”.

Gracias, Santidad, por su modo de ser, tan cristiano. Usted bien lo manifestaba, quería ser un auténtico “compañero de Jesús”, compañero y amigo de Jesús como lo había ido aprendiendo en los largos años de formación y de trabajo en la Compañía de Jesús. Su presencia era de la imagen de Jesús entre todos sus hermanos.

Lo manifestó a los pocos días de haber sido elegido Papa, cuando el Jueves Santo del 2013, se acercó a la cárcel para menores Casal del Marmo, allá en Roma y lavó los pies de aquellos jóvenes, y entre ellos a una joven musulmana. Su amor, su ternura, no debía tener frontera alguna. El suyo ha sido siempre un corazón abierto a todos, todos, todos, y soñaba entonces con una Iglesia sin fronteras, abierta a todo el mundo.

Santidad, Dios en su providencia, le permitió (¿o lo quiso?) que su último Jueves Santo, usted, ya muy enfermo y débil, repitiera ese gesto con que abrió su servicio petrino, yendo a la cárcel romana de Regina Coeli para estar y amar a setenta privados de libertad. No pudo lavarles los pies. No pudo celebrar la Eucaristía con ellos, no pudo darles más, pero les dio todo su amor.

De ese mismo amor, Santidad, sacó las últimas fuerzas para impartir, el día de Pascua, su bendición “Urbi et Orbi”, a Roma y al mundo. Fue su último regalo, para todos nosotros, para todo el mundo.

¡Gracias! Santidad; ¡muchas gracias!

Ya casi de su edad, me brota decirle. ¡hasta pronto! E interceda por mí, para que haga tesoro de su herencia, de quien nos repetía: “¡No se dejen robar la alegría de amar y de evangelizar!”.

2. Hace unos años, cuando todavía hacía parte de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, con ocasión de una Asamblea, mis hermanos obispos, me pidieron que, en nombre de todos, le escribiera al Papa Francisco, una carta para expresarle lo que se acostumbra a llamar, el “affectus communionis”, el afecto de la comunión con el sucesor de Pedro. En esa carta le decía al Papa que todos le agradecíamos, sobre todo, su “magisterio de los gestos”.

Los “gestos”, que siempre nos parecían espontáneos, del Papa Francisco, nos sorprendían, nos enseñaban y fueron los gestos que acompañaron todos los breves doce años de su pontificado.

Su primer y sorprendente gesto, fue el de pagar, él personalmente, ya elegido Papa, la cuenta de su hospedaje durante los días del Cónclave… Esa sorpresa se prolongó cuando nos enteramos que seguiría viviendo en la Casa Santa Marta. La conozco por haberme hospedado en ella; es una casa digna, de acogida, pero ciertamente no de estilo palaciego…

Aunque no nos lo dijera, pronto nos hizo comprender que su “sueño” era de una Iglesia que sale de sí misma, hacia las periferias, y no sólo económicas, sino, existenciales, en el sentido más amplio y profundo del término. Nos ha hecho pensar, que las que más le preocupaban eran las periferias de cuantos aún no conocen la Buena Noticia de Jesucristo, de cuantos aún no pueden sentirse “peregrinos de la esperanza”. “De tantos gestos”, uno de los últimos fue su muy largo viaje misionero a Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Timor Oriental, precedido por el otro a Mongolia, enorme territorio con su diminuto número de católicos (dos mil), pastoreado por uno de los Cardenales más jóvenes, Misionero de la Consolata, Jorge Marengo.

Cabe preguntarse, amigos lectores, si el Papa Francisco tuviera una especie de “instinto” por las periferias… Él no quería fronteras; no quería una Iglesia con “aduanas”, por eso es que la prefería “hospital de campaña”, adonde se llevan los muy heridos y todo esto lo manifestaba con gestos y medidas prácticas que -obviamente- sorprendían a todos, unos para aprobarlos, otros para juzgarlos inapropiados. ¡Cuánta atención concedió a lo que él llamaba “genio femenino”!, para integrar a mujeres en puestos de autoridad en el Vaticano… Nunca el limosnero vaticano tuvo tanta importancia entre los colaboradores del Papa, como la tiene el actual Card. Konrad Krajewski. Nunca la Iglesia tuvo tantos cardenales de los confines del mundo. Ese mismo “instinto” lo impulsó a pedirnos que invocáramos a María con el título de “Alivio de los migrantes”…

3. No pretendo establecer de dónde le derivase al Papa Francisco lo que alguien ha descrito como el “instinto de las periferias”. Recordemos aquí una de sus primeras manifestaciones, cuando visitó la isla de Lampedusa, triste testigo de que el mar Mediterráneo, se estuviera transformando, dijo el Papa Francisco, en mare Mortuum, mar de los Muertos, ahogados en él, por el intento de escapar de varias formas de esclavitud, hacia la libertad. Sin embargo, me atrevo a considerar su servicio petrino, como una prolongada expresión de fidelidad a su texto programático que es la exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, del 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido. El título mismo, conecta abiertamente con otra exhortación Apostólica, la Evangelii Nuntiandi, de San Pablo VI, de 1975, a los 10 años de la conclusión del Concilio Vaticano II. Aunque hayan pasado cincuenta años de su publicación, se comenta que la Evangelii Nuntiandi, sigue siendo el documento del magisterio pontificio, aún hoy, más citado.

La afirmación de San Pablo VI que atraviesa y da sentido a toda su exhortación apostólica, es bien conocida: “la Iglesia nace de la evangelización, vive de la evangelización y para la evangelización; sin ella no sería la Iglesia de Cristo”. Esta misma afirmación, no cabe duda, expresa la que podemos llamar el alma de Evangelii Gaudium. El mismo título sugiere la conexión de la segunda con la primera, de San Pablo VI. El Papa Francisco nos ha presentado en ella su programa, envolviéndolo en una viva atmósfera de gratitud a Dios y por eso, de íntima alegría.

De su parte, San Pablo VI, así describió el deber fundamental de anunciar el Evangelio: “Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] con un impulso interior que nada ni nadie sea capaz de extinguir. Sea esta la mayor alegría de nuestra vida entregada. Ojalá que el mundo actual, pueda recibir la Buena Nueva no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes y ansiosos, sino, a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (80).

Es espontáneo pensar que San Pablo VI, ha descrito aquí el “alma” del Papa Francisco, quien hizo suyo el grito de San Pablo, ¡Ay de mí si no evangelizara! (1Cor 9, 16)… El Papa Francisco nos lo exhortaba con su estilo propio, diciéndonos: “¡no se dejen roba la alegría de evangelizar!”

Para el Papa Francisco, conocer a Jesús es el mejor regalo que pueda recibir cualquier persona; habiéndolo nosotros encontrado, es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras obras y palabras, es nuestro gozo (cfr. EG 264-267).

Sólo así podemos comprometernos con heroísmo y fidelidad para que la Iglesia de Cristo, pueda ser el lugar de la misericordia gratuita, en donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (EG 114).

Para nuestro Papa Francisco todo esto se hacía anhelo y súplica a María y le decía a ella: “Estrella de la Nueva Evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor de los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra, y ninguna periferia se prive de su luz.

Madre del Evangelio Viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. Aleluya (EG 288).