Jubileo: todos somos invitados

Por: P. Rafael González Ponce, mccj

NOVIEMBRE
16 de noviembre: Jubileo de los Pobres
22-23 de noviembre: Jubileo de los Coros y Corales

El Jubileo nos enseña que en el corazón de Dios Padre hay cabida para todos, sin ninguna discriminación a causa de etnia, condición social, cultura, credo… Jesucristo ha muerto y resucitado por todos y desea que juntos alcancemos la plenitud de su amor. El Espíritu Santo derrama sus dones más allá de cualquier frontera física, mental o espiritual. Por ello, la esencia del Jubileo es un grito profético: que en medio del odio, las guerras, la injusticia y la violencia, su plan de fraternidad siga adelante y nada ni nadie pueda destruirlo. En eso consiste la «esperanza que no defrauda» (Rom 5,5).

Acercándonos a la conclusión del Año Santo, volvamos la mirada a diferentes grupos (o mejor dicho, realidades) convocados a los «grandes brazos» de la basílica de San Pedro, y que intentan reflejar la universalidad y el colorido de la humanidad entera: comunicadores, fuerzas armadas y policías, artistas, diáconos, voluntarios, enfermos y agentes sanitarios, adolescentes, personas con discapacidad, trabajadores, empresarios, bandas musicales, Iglesias orientales, cofradías, familias, niños y abuelos, movimientos, asociaciones y nuevas comunidades, Santa Sede, deportistas, gobernantes, seminaristas, obispos, sacerdotes, jóvenes, ministros de la consolación, trabajadores de la justicia, catequistas, misioneros, migrantes, vida consagrada, espiritualidad mariana, educadores, pobres, coros y corales, presos… Sin mencionar la incontable variedad de grupos en las diversas catedrales y santuarios del orbe entero.

Cruzamos los umbrales de la Puerta Santa, ahora nos toca salir fortalecidos por la «puerta de la misión» hasta los últimos rincones de la tierra para proclamar con nuestra voz, y sobre todo con nuestra vida, el Evangelio que hace nuevas todas las cosas (cf Ap 21,5). Misión para la cual, Jesucristo nos repite: ¡No tengan miedo! ¡Yo estoy con ustedes siempre hasta el fin del mundo! (cf Mt 28,20;14,27).

Jubileo indígena virtual

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto: Adn-CELAM

HECHOS

Como a nivel mundial no se previó un Jubileo para los Pueblos Originarios, con motivo de los 2025 años de la Encarnación del Verbo eterno del Padre, lo organizaron en forma virtual la Comisión de Pueblos Originarios del CELAM, que coordina Mons. José Hiraís, obispo de Huejutla, México, más el Equipo Asesor del CELAM en Teología India, que preside el cardenal Alvaro Ramazzini, de Huehuetenango, Guatemala, y la Articulación Ecuménica Latinoamericana de Pastoral Indígena (AELAPI), coordinada por la Hna. Josefa Ramírez, de Argentina. Algunos participaron por Zoom y otros por diversas redes. A pesar de la propaganda que hicimos, no fueron muchos los que se conectaron, quizá porque no les interesaba el asunto, o por sus múltiples ocupaciones. El Papa León XIV y el Prefecto del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral nos enviaron un profundo mensaje.

Hay una actitud recurrente de menosprecio hacia estos pueblos, como si fueran ignorantes, necios, tercos, medio paganos. ¡No los conocen! Cuando empecé a convivir con ellos, siendo párroco de una etnia otomí, San Andrés Cuexcontitlán, yo también los menospreciaba un poco, no como personas, pero sí en su cultura. Dios me concedió la gracia de empezar a valorarlos, sin desconocer sus deficiencias como las de otras culturas. Son otra forma, legítima como las demás, de ser personas, de vivir en familia y en pueblo, de ser creyentes. Como obispo en Chiapas, pude convivir más con ellos y comprender más su dignidad y su aporte a la humanidad.

Desde que era párroco con ellos, de 1966 a 1970, ya muchos menospreciaban su propia cultura, por toda la marginación que sufrían. Yo quería aprender su idioma, pero los catequistas se oponían, pues decían que ya no querían que sus hijos lo hablaran, para no exponerse a tantos desprecios, como los que ellos habían sufrido. Muchos indígenas no quieren aparecer como tales, por la misma razón: les hemos hecho sentir vergüenza de su forma de ser y de vivir. Sin embargo, seguimos luchando por que se valore su cultura y no se pierda. También algunos de entre ellos están empeñados en preservarla, ya que puede servir como un aporte para una vida digna de todos.

ILUMINACION

Resalto algunas frases del Papa León XIV, en su mensaje para esta ocasión:

“El jubileo debe ser para nosotros primordialmente un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, ‘puerta’ de salvación, siendo ocasión de reconciliación, de memoria agradecida y de esperanza compartida, más que una mera celebración externa. Al programar los momentos jubilares, el Papa Francisco ha querido poner de relieve la universalidad de la Iglesia, que no uniforma, sino que acoge, dialoga y se enriquece con la diversidad de los pueblos; incluye de modo especial a ustedes, los Pueblos Originarios, cuya historia, espiritualidad y esperanza constituyen una voz irremplazable dentro de la comunión eclesial.

Somos un Pueblo de hermanos, uno en el Uno. Es desde esa Verdad que debemos releer nuestra historia y nuestra realidad, para afrontar el futuro con la esperanza a la que nos convoca el Año Santo, a pesar de los trabajos y la tribulación. Siendo Pueblos Originarios, fortalecen con la certeza de que Uno sólo es el origen y la meta del universo, el Primero en todo; origen de toda bondad, y por ello, fuente primera de todo lo que es bueno, también en nuestros pueblos.

La larga historia de evangelización que han conocido nuestros Pueblos Originarios, como han enseñado tantas veces los obispos de América Latina y del Caribe, va cargada de ‘luces y sombras’. No hay cismas entre nosotros. El Jubileo, tiempo precioso para el perdón, nos invita a perdonar de corazón a nuestros hermanos, a reconciliarnos con nuestra propia historia y a dar gracias a Dios por su misericordia para con nosotros.

De ese modo, reconociendo tanto las luces como las heridas de nuestro pasado, entendemos que sólo podremos ser Pueblo, si realmente nos abandonamos al poder de Dios, a su acción en nosotros. Él, que ha insertado en todas las culturas las ‘semillas del Verbo’, las hace florecer en una forma nueva y sorprendente, podándolas para que den más frutos. Así lo afirmaba mi Predecesor, san Juan Pablo II: «La fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura ¿quién puede sorprenderse de que cambien en ella no pocos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas» (CT, 53). Por ello, en el diálogo y el encuentro, aprendemos de los distintos modos de ver el mundo, valoramos lo que es propio y original de cada cultura, y juntos descubrimos la vida abundante que Cristo ofrece a todos los pueblos. Esa vida nueva se nos da precisamente porque compartimos la fragilidad de la condición humana marcada por el pecado original, y porque hemos sido alcanzados por la gracia de Cristo, que por todos derramó hasta la última gota de su Sangre, para que tuviéramos ‘Vida en abundancia’, sanando y redimiendo a cuantos le abren el corazón a la gracia que nos fue donada.

En el concierto de las naciones, los pueblos originarios han de presentar con valentía y libertad su propia riqueza humana, cultural y cristiana. La Iglesia escucha y se enriquece con sus voces singulares. Recordamos también la llamada del Evangelio a evitar la tentación de poner en el centro lo que no es Dios —sea el poder, la dominación, la tecnología o cualquier realidad creada—, para que nuestro corazón permanezca siempre orientado al único Señor, fuente de vida y esperanza.

Por eso, para quienes, por misericordia de Dios, nos llamamos y somos cristianos, todo nuestro discernimiento histórico, social, psicológico o metodológico encuentra su sentido último en el mandato supremo de dar a conocer a Jesucristo, que murió para el perdón de nuestros pecados y resucitó para que seamos salvos en su Nombre, ya desde esta tierra, y luego le adoremos con todo nuestro ser en la gloria del Cielo.

Les invito a renovar el compromiso con el mandato del Señor: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo», difundiendo la alegría que brota de haberse encontrado con su Divino Corazón” (12-X-2025).

(AQUÍ el mensaje completo)

ACCIONES

No despreciemos más a los hermanos de los Pueblos Originarios. Aprendamos a valorar su cultura, diferente a la nuestra, porque, en sus vivencias que son conformes con el Evangelio, Dios enrique a la sociedad y a la Iglesia.

“Dilexit te”. Encuentro con los pobres, encuentro con Jesús

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

A Mons. Samuel Ruiz, mi antecesor en Chiapas, muchos lo criticaron porque defendió con todo su ser la dignidad y los derechos de los pueblos indígenas de su diócesis, que eran tratados como esclavos, discriminados y oprimidos. Cuando yo fui enviado allá, algunos temían que yo fuera a echar por tierra su labor pastoral; otros deseaban precisamente eso, que la diócesis caminara por otro sendero y se dejara de luchar por la dignidad de los pueblos originarios. Como comprobé que esa labor era netamente evangélica y católica, en vez de condenarla, procuré continuarla y darle más solidez, pues la opción por los pobres no es tanto una opción que se pueda asumir o no, sino que es constitutiva en la Iglesia. Si no se hace esa opción, no seríamos ni cristianos.

Es verdad que algunos, sobre todo de los más importantes catequistas de esa diócesis, optaron por las armas y se levantaron contra el sistema opresor. Mi antecesor les ayudó a tomar conciencia de la injusticia que sufrían y que habría que cambiar el sistema social, cultural y político, pero fue enemigo de la lucha armada; nunca alentó ese camino; incluso cesó en sus cargos a esos catequistas. Algunos lo clasificaron como impulsor de una teología de la liberación que consideraban marxista, comunista y no católica; sin embargo, lo que hizo, y se continúa haciendo, es una teología de la liberación netamente bíblica, católica y perfectamente acorde con las opciones divinas.

El Papa Francisco, en continuidad con toda la tradición bíblica y patrística, y con el magisterio más reciente de los Papas, insistió mucho en este amor preferencial por los pobres, y por ello lo criticaron. Esperaban que su sucesor diera marcha atrás y que la Iglesia se centrara más en lo religioso, en la liturgia, en las prácticas piadosas, y dejara de impulsar la justicia social, los derechos y la dignidad de los marginados, el cuidado de la casa común. Resulta que el Papa León XIV, sobre todo en su reciente Exhortación Apostólica Dilexi te (Te amé), no da marcha atrás, sino que profundiza esta opción preferencial, que nunca será exclusiva ni excluyente.

ILUMINACIÓN

La exhortación del Papa tiene cinco capítulos: Algunas palabras indispensables, Dios opta por los pobres, una Iglesia para los pobres, una historia que continúa y un desafío permanente. Desde el principio, dice que trata de continuar lo que el Papa Francisco había previsto decirnos, e incluso transcribe algunas de sus frases. Comparto con ustedes algunos párrafos de lo que ahora nos dice el Papa León XIV:

“El amor divino y humano del Corazón de Cristo se identifica con los más pequeños de la sociedad y con su amor, entregado hasta el final, muestra la dignidad de cada ser humano, sobre todo cuando es más débil, miserable y sufriente. Contemplar el amor de Cristo nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las carencias de los demás, nos hace fuertes para participar en su obra de liberación, como instrumentos para la difusión de su amor” (2).

Comparto “el deseo de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres. De hecho, también yo considero necesario insistir sobre este camino de santificación, porque en el llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse” (3). “Ningún gesto de afecto, ni siquiera el más pequeño, será olvidado, especialmente si está dirigido a quien vive en el dolor, en la soledad o en la necesidad” (4).

“No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos” (5).

“Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito” (7).

“Dios se muestra solícito hacia la necesidad de los pobres. Por eso, escuchando el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más necesitados. Permaneciendo, por el contrario, indiferentes a este grito, el pobre apelaría al Señor contra nosotros y seríamos culpables de un pecado, alejándonos del corazón mismo de Dios” (8).

El Papa lo acaba de remachar en su homilía del Jubileo de la espiritualidad mariana: “Existen formas de culto que no nos unen a los demás y nos anestesian el corazón. Entonces no vivimos verdaderos encuentros con aquellos que Dios pone en nuestro camino. Cuidémonos de toda instrumentalización de la fe, que corre el riesgo de transformar a los diferentes —a menudo los pobres— en enemigos, en ‘leprosos’ a los que hay que evitar y rechazar. El camino de María va tras el de Jesús, y el de Jesús es hacia cada ser humano, especialmente hacia los pobres, los heridos, los pecadores. Por eso, la auténtica espiritualidad mariana hace actual en la Iglesia la ternura de Dios, su maternidad” (12-X-2025).

ACCIONES

Para ser verdaderos adoradores de Dios, auténticos seguidores de Jesús, ejemplares fieles católicos, necesitamos ser buenos samaritanos con todos los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, y ser una manifestación del amor de Dios y de la Virgen María para ellos.

10 de octubre: San Daniel Comboni, un profeta para toda África herida

Detrás de San Daniele Comboni está toda la profecía del Evangelio que «salva» a los pueblos y los libera de toda forma de esclavitud: lo contrario de lo que los imperios coloniales llevaron a África, cuya población fue explotada y privada de toda dignidad durante siglos. Este padre de las misiones africanas nació en Limone del Garda en 1831 y en 1854 se ordenó sacerdote. En 1857 partió con cinco compañeros hacia Sudán, pero la misión fue un fracaso. Sin embargo, esa experiencia le enseñó mucho y Comboni comenzó a comprender que la misión en África necesitaba un proyecto. En esta idea estaba la semilla de la familia religiosa de los Combonianos. En 1867 partió de nuevo y estableció su base en El Cairo: sus misiones se convirtieron en un modelo de emancipación con estudiantes de color, guiados por profesores de color. Fundó la revista «Nigrizia». Murió en 1881 en Jartum.

Matteo Liut
Avvenire


Otoño de 1857: cinco misioneros enviados por don Nicola Mazza de Verona, educador y evangelizador, parten hacia Sudán. Finales de 1859: tres de ellos ya han fallecido, dos se han refugiado en El Cairo y el quinto regresa agotado a Verona. Se trata de Daniele Comboni, único superviviente de los ocho hijos de los jardineros Luigi y Domenica, sacerdote desde 1854. Reflexiona largamente sobre ese desastre y sobre muchos otros, llegando a conclusiones que serán luego la base de un «Plan», redactado en 1864 en Roma. En él, Comboni pide que toda la Iglesia se comprometa con la formación religiosa y la promoción humana de toda África. El «Plan», con sus audaces innovaciones, es muy elogiado, pero no despega. Luego, debido a diversas adversidades y a la muerte de don Mazza (1865), Comboni se encuentra solo, impotente.
Pero no cambia. Dedicado a la «Nigrizia», se convierte en la voz que denuncia a Europa sus llagas, empezando por la esclavitud, prohibida oficialmente, pero triunfante en la práctica. Este hombre, que más tarde será obispo y Vicario Apostólico de África Central, vive un duro abandono, hasta que el apoyo de su obispo, Luigi di Canossa, le permite regresar a África en 1867, con una treintena de personas, entre ellas tres padres camilianos y tres monjas francesas, valiosas ayudas para los enfermos. En El Cairo nace el campamento base para el salto hacia el sur. Se crean las escuelas. Y allí mismo, en 1869, muchas personalidades que acudieron a la inauguración del Canal de Suez descubren la primera novedad de Comboni: no solo hay niños negros que estudian, sino también maestras negras que enseñan. Algo inaudito. Pero él lo había dicho: «África debe salvarse con África».
Luego se va al sur: Jartum, El-Obeid, Santa Cruz… Se divide entre África y Europa, tiene graves problemas internos. Pero «nada se hace sin la cruz», repite. Una cruz para todos: su confesor lo calumnia, y Comboni sigue confesándose con él. Un león que sabe ser dulce. Uno que para los africanos ya es santo, que maltrata a los pachás, combate a los esclavistas y sirve a los mendigos. De él, el africano aprende a mantener la cabeza alta. En el otoño de 1881 vuelven las epidemias: viruela, tifus fulminante, con la matanza de sacerdotes y monjas en la desolada Jartum. Comboni asiste a los moribundos, celebra los funerales y finalmente muere en la casa rodeado de una multitud que llora. Tiene 50 años.
Poco después estalla la revuelta del Mahdi, que arrasa las misiones y destruye la tumba de Comboni (solo algunos restos serán posteriormente trasladados a Verona). Desde Italia, tras su muerte, se pide a los suyos que se vayan, que cedan la misión. La respuesta desde África: «Somos combonianos». Y no abandonan África. Siguen estando allí hoy en día, en África y en otros lugares. Todavía hoy mueren allí. Mientras tanto, Sudán tiene su Iglesia, sus obispos. Y ahora su patrón: Juan Pablo II proclamó beato a Daniele Comboni en 1996. Fue canonizado en Roma por Juan Pablo II el 5 de octubre de 2003.

Hoy, 10 de octubre, aniversario de su muerte, celebramos a este gran santo misionero que sigue alentando la lucha contra las desigualdades, un profeta para toda “África herida”, la del continente por el que dio la vida y la que en otros lugares del mundo sigue clamando por un mundo más justo.

Domenico Agasso
comboni2000

«Santos misioneros» es la palabra del mes de octubre

Cada mes, una palabra con la que profundizar y saborear nuestra relación con Dios y vivir plenamente nuestra misión. Para el mes de octubre, la palabra misionera es «Santos misioneros». Es una invitación a releer nuestra vida, a hacer espacio para lo nuevo y a dejarnos transformar por la Palabra que da sentido y armonía a nuestro camino. «Sé santo, sé misionero».

Por: P. Giorgio Padovan, mccj

Cuando cojo el calendario litúrgico del mes de octubre, me llama la atención la presencia de algunos santos cuya fiesta o memoria se celebra. Me entusiasma el hecho de que sean grandes figuras de santos, pero sobre todo misioneros apasionados. He aquí algunos de ellos:

Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, que deseaba ser el amor en el corazón de la Iglesia.

San Francisco de Asís, gran misionero que decía a sus frailes: «Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con palabras».

San Daniel Comboni, el apóstol de África, que pedía a sus misioneros que fueran «santos y capaces»

Santa Teresa de Jesús, una mujer que reformó los monasterios y nos dejó la hermosa oración: «Nada te turbe, nada te espante. Solo Dios basta».

San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, que escribió: «Es mejor ser cristiano sin decirlo que proclamarlo sin serlo».

San Lucas, el evangelista de la misión, de los pobres, de la oración, de la misericordia. Acompañó a San Pablo en su camino misionero, narrando su labor.

San Juan Pablo II, con sus numerosos viajes, su compromiso con la evangelización y las jornadas mundiales de la juventud, repetía a menudo: «No tengáis miedo. Abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo».

Cuando celebro la Santa Misa en el mes de octubre, tengo la costumbre de invitar a la asamblea, al comienzo de la celebración, a realizar un gesto misionero, saludando a quienes están cerca, dándoles la mano y diciendo: «Sé santo, sé misionero».

En este mes de octubre, mes misionero, repetimos cada día este deseo y esta oración en nuestro corazón y a quienes nos rodean: «Sé santo, sé misionero».

Jubileo: Constructores de paz

El verdadero Jubileo acontece dentro de nosotros, de las relaciones familiares, comunitarias y sociales. Se trata de un «tiempo santo» de crecimiento espiritual, de perdón y liberación, para que brote la paz, el regalo que Dios quiere otorgar a la humanidad.

Por: P. Rafael G. Ponce, mccj

OCTUBRE
4-5: Jubileo del Mundo Misionero
4-5: Jubileo de los Migrantes
8-9: Jubileo de la Vida Consagrada
11-12: Jubileo de la Espiritualidad Mariana 
27-2 noviembre: Jubileo del Mundo Educativo

Ese shalom (paz) de Dios no sólo es tranquilidad individual, sino fraternidad, justicia, verdad, libertad y solidaridad con los empobrecidos, compromiso por los valores del Evangelio y luz que da sentido a nuestras luchas existenciales. La «paz jubilar» es un encuentro con Cristo, Príncipe de la paz (Is 9,5), que todo lo transforma y armoniza. 

En la Sagrada Escritura, cuando se habla de un año para la «liberación de los cautivos» (Is 61,1-2; Lc 4,18-19), significa empeñarnos en construir esa paz que destruye las cadenas del pecado, el odio, la violencia y todo aquello que va contra la dignidad de las personas. Al escuchar este llamado de paz pensamos en la guerra en la franja de Gaza, en Ucrania, en nuestra patria y en numerosos conflictos olvidados de los pueblos más oprimidos. Por tanto, el Jubileo consistirá en remar a contracorriente para aniquilar la cultura de la muerte, en favor de una paz y esperanza (dos caras de la misma moneda) basadas en el amor auténtico. Y en ello, todos tenemos responsabilidad con nuestras decisiones de cada día. Ser «constructores de paz» es hoy el nombre de los discípulos misioneros de Jesucristo.
En la bula Spes non confundit (La esperanza no defrauda) que nos convocaba a iniciar el Jubileo, se nos insiste: «Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo… La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia… Dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que “trabajan por la paz” podrán ser “llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)» (n. 8). Y continúa: «Si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos» (n. 16). ¡Bienvenido este anuncio de paz en medio de tantos gritos de guerra!