Jesús sigue sufriendo

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

La pasión de Cristo no es algo meramente del pasado; es una realidad actual, porque El nos dijo que sigue vivo en todos los que sufren, y que cuanto hagamos por ayudarles a llevar su cruz, El lo considera hecho a sí mismo.

Jesús sigue sufriendo en tantas madres buscadoras de sus hijos desaparecidos, de los cuales no hay rastro; quizá fueron asesinados y enterrados quién sabe dónde, o desintegrados en ácidos por manos criminales.

Jesús sigue sufriendo en tantos migrantes a quienes se les cierran las puertas de la esperanza, expuestos a ser extorsionados por coyotes sin conciencia y por cárteles que los explotan de mil maneras, o los desaparecen si no pagan las cantidades que esos desalmados les exigen.

Jesús sigue sufriendo en tantos detenidos en las cárceles, muchos de ellos inocentes, viviendo por años en la incertidumbre jurídica, abandonados incluso por sus familias, explotados y maltratados por sus mismos compañeros internos.

Jesús sigue sufriendo en tantos enfermos y ancianos, muchos de ellos sin recursos para medicinas o para una operación, incomprendidos y quizá abandonados por los suyos, tratados como desechos y estorbos de la sociedad.

Jesús sigue sufriendo en esposas maltratadas, infravaloradas, abandonadas, solas, traicionadas, humilladas, quizá abusadas sexualmente incluso dentro de su matrimonio, luchando por sacar adelante a sus hijos, ante el abandono y la irresponsabilidad del padre. Y Jesús sigue sufriendo también en esposos incomprendidos, sin cariño ni respeto, sino sólo exigidos a traer el pan de cada día, sin ningún detalle de gratitud.

Jesús sigue sufriendo en tantos niños no sólo en pobreza extrema, sino también en hogares desintegrados o violentos, cuyos padres no dimensionan el dolor que provoca en sus hijos una separación conyugal. Aunque pasen el gasto y den dinero para la manutención y la educación, no dan cariño, seguridad, fortaleza y esperanza. Unos padres egoístas, que no toman en cuenta el dolor de sus hijos sin la figura paterna o materna. Aunque hay casos en que la separación es la mejor forma de evitar mayores sufrimientos.

En fin, Jesús sigue sufriendo en tantas personas que se sienten solas, sin cariño, sin respeto, sin un futuro atractivo, sin seguridad, sin aceptación, quizá con recuerdos muy dolorosos desde su infancia. Algunos, por ello, se refugian en el alcohol, en las drogas, e incluso en la delincuencia. Aunque tengan suficientes recursos económicos, ¡cuánto sufren, y cuánto sigue Jesús sufriendo en ellos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, en su homilía del pasado Domingo de Ramos, nos dijo: “Jesús sale al encuentro de todos, en cualquier situación… La pasión de Jesús se vuelve compasión cuando tendemos la mano al que ya no puede más, cuando levantamos al que está caído, cuando abrazamos al que está desconsolado. Para experimentar este gran milagro de la misericordia, decidamos durante la Semana Santa cómo llevar la cruz; no al cuello, sino en el corazón. No sólo la nuestra, sino también la de aquellos que sufren a nuestro alrededor; quizá la de aquella persona desconocida que una casualidad —pero, ¿es una casualidad?— hizo que encontráramos. Preparémonos a la Pascua del Señor convirtiéndonos en cireneos los unos para los otros” (13-IV-2025).

Y en el Angelus de ese mismo domingo, expresó: “Hoy, Domingo de Ramos, en el Evangelio hemos escuchado el relato de la Pasión del Señor según san Lucas. Hemos escuchado a Jesús dirigirse varias veces al Padre: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya»; «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»; «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Indefenso y humillado, lo hemos visto caminar hacia la cruz con los sentimientos y el corazón de un niño agarrado al cuello de su padre, frágil en la carne, pero fuerte en el abandono confiado, hasta dormirse, en la muerte, entre sus brazos.

Son sentimientos que la liturgia nos llama a contemplar y a hacer nuestros. Todos tenemos dolores, físicos o morales, y la fe nos ayuda a no ceder a la desesperación, a no cerrarnos en la amargura, sino a afrontarlos sintiéndonos arropados, como Jesús, por el abrazo providencial y misericordioso del Padre.

Hermanas y hermanos, os agradezco mucho por vuestras oraciones. En este momento de debilidad física me ayudan a sentir aún más la cercanía, la compasión y la ternura de Dios. Yo también rezo por vosotros y os pido que encomendéis conmigo al Señor a todos los que sufren, especialmente a los afectados por la guerra, por la pobreza o por los desastres naturales” (13-IV-2025).

ACCIONES

Si quieres que estos días sean santos, no hagas sufrir a otras personas, quizá en tu misma familia. Al contrario, sé como un Cirineo, que les ayuda a llevar su cruz, con cariño, cercanía, comprensión, respeto, perdón, tolerancia, en una palabra, amor. Así, estás ayudando a Jesús a llevar su cruz y habrá esperanza de resurrección.

Peregrinos de esperanza desde dondequiera que estemos.

Mons. Christian Carlassare, obispo comboniano de Bentiu, en Sudán del Sur, nos comparte cuatro maneras de participar en el Jubileo desde donde quiera que estemos.

Por: Mons. Christian Carlassare, mccj

 La peregrinación es un viaje

La primera palabra clave del Año Jubilar es peregrinación. La peregrinación es un viaje. No solo un viaje físico, sino sobre todo un viaje espiritual para encontrar al Señor. Mucha gente viaja, pero eso no significa que esté en peregrinación. La primera forma de ser peregrino, por lo tanto, es la oración, y especialmente la contemplación. Esto significa poder ver a Dios, que está en todas partes, y escuchar su mensaje en los acontecimientos de la vida que experimentamos. Podemos estar en casa y, sin embargo, emprender un viaje porque caminamos con el Señor, con los signos de los tiempos y la llamada que Él tiene para cada uno de nosotros.

Proteger la dignidad de la vida en todas sus etapas

La segunda palabra clave específica del Año Jubilar 2025 de la Iglesia Católica es la esperanza. La esperanza es una virtud teologal. Es un don de Dios. Pero también es una actitud que debemos aprender a practicar fortaleciendo nuestra fe y amor, porque la esperanza tiene sus raíces en la fe y se nutre del amor. Pertenecemos a Dios y somos parte de un plan mayor de salvación. ¿Cómo miramos el mundo? A veces podemos vivir sin rumbo, sin esperanza. También podemos tener miedo y estar confundidos, pero la esperanza nos dice que no debemos tener miedo de vivir nuestras vocaciones dondequiera que estemos.

La segunda manera de ser un peregrino de esperanza es ofrecer nuestra contribución única al mundo. Podemos hacerlo cuando respondemos al llamado de Dios. Cuando somos profundamente la persona que hemos sido creados para ser, con nuestros dones específicos, con nuestros valores, con nuestros sueños y deseos, y cuando no tenemos miedo de expresarnos. También, cuando vamos a contracorriente de una sociedad que deshumaniza a las personas; de una sociedad que no reconoce la dignidad y los dones de la persona misma. La segunda manera de participar en esta peregrinación, por lo tanto, es viviendo nuestra vocación y protegiendo la dignidad de la vida en todas sus etapas. Cada vida es única, y nadie puede reemplazar a otro en algo que no le ha sido concebido.

Este Jubileo es un tiempo de renovación para cada persona, un tiempo de conversión personal para cada persona, un tiempo de “sí” personal al Señor y a las situaciones que vivimos.

Reparando las relaciones rotas

La tercera palabra clave que debemos explicar es la Puerta Santa. Sabemos que el Santo Padre abrió la Puerta Santa en la Catedral de San Pedro y posteriormente en las demás Basílicas. La Puerta Santa representa un pasaje que nos permite entrar en la Iglesia desde los pueblos y aldeas donde vivimos. Esto representa un paso a una nueva vida, un paso a la vida de fe, a la vida de la comunidad cristiana.
La tercera forma de ser peregrinos de esperanza, por lo tanto, es la conversión que se experimenta en el Sacramento de la Reconciliación. Durante este año, podemos acercarnos a este Sacramento y vivirlo profundamente como un tiempo de conversión personal. Cuando experimentamos el amor misericordioso de Dios, nuestras vidas cambian. Nos reconciliamos con Dios, nos reconciliamos también con nosotros mismos, con quienes somos, con nuestros errores del pasado, y miramos al futuro con nueva esperanza. Pero también nos reconciliamos con nuestros hermanos y hermanas, especialmente con aquellos con quienes hemos roto relaciones o que aún necesitan sanar.

Actividades comunitarias… Hacer el entorno más habitable

La cuarta palabra clave es comunidad. Toda peregrinación es comunitaria. Nunca he oído hablar de peregrinaciones donde solo una persona la haya hecho. Suele ser un movimiento de un grupo de personas unidas por la fe. Una peregrinación comunitaria nos impulsa a redescubrir la comunidad y la belleza de caminar juntos; la comunidad donde vivimos. Por lo tanto, la cuarta forma de ser un peregrino de esperanza es comprometernos con nuestras comunidades locales para no caminar solos. Debemos avanzar juntos con el compromiso comunitario. Esto es importante en nuestras parroquias, capillas, pequeñas comunidades cristianas y barrios.
También podemos considerar nuestro compromiso con la integridad de la creación. En una sociedad que experimenta la degradación ambiental, debemos mejorar nuestro entorno y hacerlo más habitable. 

Via Crucis 2025: Peregrinos de esperanza en un mundo herido

Introducción

El Via Crucis, o las Estaciones de la Cruz, es un profundo viaje que reflexiona sobre la Pasión de Cristo. Al reunirnos para recorrer el Via Crucis durante este Año Jubilar 2025, viajamos como peregrinos de la esperanza en un mundo que anhela sanación y renovación. El Papa Francisco nos recuerda en Laudato Si’ que «la esperanza quiere que reconozcamos que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar nuestros pasos, que siempre podemos hacer algo para resolver nuestros problemas». 

En consonancia con el tema del Jubileo «Peregrinos de la esperanza», contemplamos cada estación a través de nuestros actuales desafíos medioambientales y sociopolíticos, guiados por las intuiciones de la encíclica Laudato Si’ y la exhortación apostólica Laudate Deum del Papa Francisco. Hoy, seguimos el camino de Cristo hacia el Calvario con el corazón abierto, reconociendo en su sufrimiento el dolor de nuestra casa común y de todos los que la habitan. Cada estación nos invita a contemplar tanto la pasión de Cristo como la pasión de nuestro mundo, desafiándonos a convertirnos en agentes de esperanza y transformación.

Al embarcarnos en esta peregrinación espiritual, reconocemos que «somos una sola familia humana» (Laudato Si’, 52). Nuestro viaje refleja las luchas de muchos que se enfrentan a la degradación medioambiental y a las injusticias sociales. A través de estas estaciones, abramos nuestros corazones a los gritos de la tierra y de los pobres, buscando la transformación y la esperanza.

Recemos: Dios amoroso, al iniciar este viaje con tu Hijo, abre nuestros ojos para que veamos las conexiones entre el clamor de la tierra y el clamor de los pobres. Transforma nuestros corazones para que seamos peregrinos de esperanza en un mundo marcado por la indiferencia y la destrucción. Une nuestro sufrimiento al amor redentor de Cristo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración final

Dios amoroso, al completar este Vía Crucis, reconocemos que nuestro viaje como peregrinos de la esperanza continúa. La pasión de Cristo y la pasión de nuestra tierra están entrelazadas, llamándonos a la compasión, a la conversión y a la acción. En palabras del Papa Francisco, «no todo está perdido. Los seres humanos, aunque son capaces de lo peor, también son capaces de elevarse por encima de sí mismos, elegir de nuevo lo que es bueno y empezar de nuevo».
Concédenos la sabiduría para ver las conexiones entre todas las formas de sufrimiento en nuestro mundo, el valor para hacer los cambios necesarios para la curación, y la perseverancia para seguir trabajando por la justicia, incluso cuando el progreso parece lento. Que la esperanza de la resurrección nos sostenga mientras trabajamos para restaurar nuestra casa común y construir una civilización de amor.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor crucificado y resucitado, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Bendición
Que Dios todopoderoso les bendiga, el Padre que creó este hermoso mundo, el Hijo que lo redimió con su sufrimiento y el Espíritu Santo que lo renueva día a día.
* Amén
Vayan como peregrinos de esperanza, para amar y servir al Señor en toda la creación.
* Demos gracias a Dios.

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¡Detente, analiza, decide!

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Las informaciones nos invaden y nos saturan. El celular no cesa de sonar o de vibrar, ni de día ni de noche; si alguien lo extravía, se siente en el aire, perdido. Muchos viven al ritmo vertiginoso de cada día. Si no estás al tanto de todo lo que llega por las redes, pareciera que no tienes de qué conversar, que no vales; por ello, tienes la obsesión de estar informado de todo, no para hacerte mejor persona y ayudar a resolver problemas comunitarios, sino sólo para saber de todo. Casi nadie lee textos largos y libros; sólo mensajes y videos cortos, que se suceden sin control. Por ello, tanta superficialidad mental y conductual en adolescentes y jóvenes, y también en quienes ya no lo somos.

Afortunadamente, hay jóvenes adultos que le han encontrado sentido a su vida siendo servidores abnegados en su familia y en la comunidad. Permanecen solteros no por ser egoístas y comodinos, sino para estar más libres y servir. Una hermana mía decidió no casarse, a pesar de las varias oportunidades que tenía, para servir a mis papás, a la familia y a la comunidad. Me asistió en mis diferentes cargos eclesiales. Ahora ya es muy mayor de edad y con achaques propios de los años, pero ¡es una mujer realizada y fecunda! Sembró mucho amor, y ahora recibe cariño y apoyo de todos.

Pero hay jóvenes, y no tan jóvenes, que pasan los años y no deciden su vida; nunca terminan de estudiar; son eternos adolescentes, que hacen lo que les da la gana, casi siempre con el dinero de papá. No asumen responsabilidades. No quieren casarse por ninguna ley, menos por la Iglesia; su decisión es andar libres, tener dinero, viajar, divertirse y hacer lo que sus sentimientos les sugieren o lo que el mundo les propone. Son veletas a merced de los vientos culturales. Si se llegan a casar, o a juntarse, no quieren hijos, porque tenerlos exige dedicación, sacrificar tiempo, dinero y libertad. A unos los acostumbraron desde niños a ser egoístas, a sólo recibir y exigir lo que querían; no les educaron para ser corresponsables en el trabajo del hogar o de la comunidad; los papás y abuelos les cumplían todos sus caprichos. ¡Qué será de ellos cuando enfermen o envejezcan! Con estas juventudes, ¡qué presente y qué futuro nos espera!

No por presumir, pero yo desde los doce años tomé la decisión de ser sacerdote. Claro, a esa edad no se comprende todo lo que esto implica. Pero, a los 23-24 años, asumí esa decisión de por vida, y no me he arrepentido de ello. La mayoría de nosotros los adultos podríamos suscribir lo mismo, cada quien en su vocación. ¡Eran otros tiempos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, cuya lenta recuperación celebramos, cuando aún estaba en el hospital, envió un mensaje para la LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en que dice a los jóvenes:

“En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar.

Quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad. La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para ‘leer’ la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser ‘sal, luz y levadura’ del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional” (19-III-2025).

ACCIONES

Joven: Si tú no te detienes, si no piensas, ni no analizas, si no decides, no vas a ser más que un juguete de la vida. Sé tú: reflexiona, analiza pros y contras, ventajas y desventajas, no sólo para lo inmediato, sino para los años siguientes. Construye tu vida; no dejes que otros te la hagan como quieran.

Papás: quieran mucho a sus hijos; y, por ello, no sólo denles todo lo que pidan, sino edúquenlos también para la corresponsabilidad familiar, para diversos servicios dentro del hogar y con una dimensión social más amplia hacia la comunidad. ¡Que lleguen a ser buenos servidores de los demás, en las diferentes vocaciones!

Jubileo: Dios nos regala su perdón incondicional

Este mes toca el turno al corazón mismo del Jubileo: el perdón, en especial a través del sacramento de la reconciliación. El perdón ofrecido por Dios durante el Año Santo, de manera gratuita e incondicional, es fuente de vida nueva y paz profunda.

ABRIL
(05-06) Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad
(25-27) Jubileo de los adolescentes
(28-30) Jubileo de las personas con discapacidad

El perdón nos lleva a reconocer la bondad de Dios y a dejar nuestras miserias en sus manos compasivas. La reconciliación nos mueve a la gratitud con Dios por todas sus bendiciones, nos hace humildes ante nuestros pecados y nos conduce a renovar continuamente nuestro «sí» a Cristo. En todo ello, nuestro Padre toma la iniciativa de buscarnos en medio de nuestras luchas; porque, «aún siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8). De hecho, todo es don suyo, y espera que correspondamos con amor y con nuestra conversión.

El perdón nos solidariza con los más pobres y los que sufren y nos sensibiliza con sus necesidades. Además, nos transforma en constructores de paz para establecer relaciones de armonía entre la humanidad y en toda la creación… La reconciliación es el termómetro de la vida cristiana en todas sus vocaciones y ministerios. Abandonar dicho sacramento es caer en las garras del egoísmo, la soberbia, la mediocridad, el odio destructivo y el miedo que todo lo asfixia. Durante el Jubileo, el perdón tiene como fin encauzarnos en el tropel de la santidad y el compromiso misionero.

El Papa dice: «La reconciliación sacramental representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella, permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, sane nuestros corazones y nos levante y abrace para mostrarnos su rostro tierno y compasivo. No hay mejor forma de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf 2Cor 5,20), experimentando su perdón. Por ello, no renunciemos a la confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, del perdón de los pecados… Esa experiencia no puede sino abrir el corazón y la mente para perdonar. Hacerlo no cambia el pasado, pero puede permitir que cambie el futuro y se viva de forma distinta… El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos…» (Spes non confundit 23).

P. Rafael González Ponce, mccj

Tocando fondo

Palabras para la cuaresma
Cuando la Misericordia se convierte en fiesta

”En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí : “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola : “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta.

Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré : Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre les dijo a sus criados: ¡pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él le replicó: ¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres y tú mandas matar el becerro gordo. El padre replicó : Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. (Lucas 15,1-3. 11-32)

Creo que todos estaremos de acuerdo en afirmar que Jesús es un buen acompañante y un maestro extraordinario, cuando se trata de llevarnos al encuentro con su Padre. Sus palabras sencillas no nos dejan indiferentes y sus parábolas, como fotografías que reflejan nuestras propias historias, nos conducen a lo profundo de la experiencia de encontrarnos con Dios que se nos revela como un padre que nos ama entrañablemente.

Un padre que juzga amando y que acoge perdonando. Un padre que no exige cuentas antes de habernos hecho sentir su ternura y su compasión. Un padre que se alegra por tenernos cerca de él; sin importarle los desvíos en que nos podamos haber entretenido antes de llegar hasta él. Un padre que hace fiesta cuando cualquiera de sus hijos tiene la valentía de volver a él reconociendo que lejos de él no hay vida.

La parábola que Lucas nos presenta en esos cuantos versículos del capítulo 15 de su evangelio, nos obliga a contemplar cómo se encuentran dos caminos que buscan llegar a un mismo destino. Al abrazo entrañable del Padre a su hijo.

La parábola nos habla, por una parte, de un padre misericordioso, lleno de ternura, que sale, sin prejuicios, todos los días, seguramente, a la espera y al encuentro de su hijo. Es Dios que nos busca hasta tenernos bajo el cobijo de sus brazos.

Y, por otra parte, nos da los detalles del regreso de un hijo que finalmente se pone en camino para volver al lugar de donde jamás debería haberse ido. Es el camino que lleva a la fiesta del encuentro de un corazón que sólo existe para amar y de un corazón que, en su fragilidad y en su pobreza, sólo siente la necesidad de ser amado.

La parábola se concluye con la alegría del padre que ha recuperado lo que, de alguna manera, se le había perdido y con un gesto y una actitud de acogida que no excluye a nadie y que recuerda que siempre ha estado ahí, aunque su presencia haya pasado desapercibida o simplemente no reconocida.

Leyendo la parábola en nuestros días, los tres personajes principales nos brindan la oportunidad de reflexionar y darnos cuenta de que se trata de una historia que se sigue repitiendo y nos invita a una revisión de vida. Es la historia siempre actual de nuestro Padre Dios que nos busca y nos espera con la esperanza de tenernos para siempre con él.

El hijo menor nos cuestiona y puede ser que hasta nos indigne porque sus actitudes y las opciones de vida que asume nos pueden parecer inaceptables.

Nos puede molestar ver el derroche, el despilfarro y el desorden que se convierte en estilo de vida. Seguramente, es algo intolerable y que contrasta con los auténticos valores que hemos recibido. Pero puede ser reproche intolerable porque son actitudes que, de algún modo, descubrimos en los pliegues de nuestras vidas.

Sí, se trata de algo inaceptable pero, tal vez, lo más grave que se esconde detrás de las decisiones del hijo menor está la voluntad de querer organizar la propia vida lejos de su padre, manifestando un rechazo y la soberbia de querer ser el único patrón de sus propias decisiones. Es esa tentación contemporánea de querer sacar a Dios de nuestras vidas.

Y la aventura funciona hasta que duran los bienes que había recibido como herencia, algo extraño, porque las herencias se deberían de recibir cuando los padres ya no están presentes, pero aquí sería un punto a favor del padre que no se deja ganar en generosidad.

Cuando ya no queda nada, cuando se da cuenta de que no puede ir adelante con sus propias fuerzas, cuando caen por tierra todas sus pretensiones de autosuficiencia, cuando no queda más remedio que aceptar las propias flaquezas y miserias; cuando se llega a tocar fondo y se termina por aceptar con humildad la propia pobreza, ahí nace la posibilidad de una conversión que lleva al reconocimiento de lo que verdaderamente es cada persona en este planeta.

Poniéndonos en los zapatos del hijo menor, creo que no sería muy difícil reconocer que también muchas veces vamos por la vida reclamándole a Dios nuestra herencia y él no se cansa de bendecirnos con una infinidad de dones.

Pero muy pronto olvidamos de dónde vienen y pretendemos organizar nuestras vidas como mejor nos parece. Nos confundimos y pensamos que podemos vivir sin él.

También nosotros tomamos caminos que nos alejan de Dios, nos llenamos de compromisos que ocupan todo nuestro tiempo y una hora a la semana para ir a la iglesia se convierte en algo imposible y lo consideramos innecesario. Los gustos de nuestras vidas se convierten en prioridades que nos obligan a ponernos en el centro. Nos interesan nuestras comodidades, nuestros espacios de confort, los lujos y caprichos que nos hacen consumidores compulsivos.

Vivimos en lo exterior y en lo superficial de la vida, contentándonos con satisfacciones pasajeras que no exigen ni comprometen en nada. Vivimos super preocupados de nosotros mismos y pasamos indiferentes ante el sufrimiento y el dolor de quienes tenemos a un lado.

Todo eso sucede hasta que un día la vida se encarga de ponernos ante la verdad, en nuestro lugar y basta una crisis financiera, una enfermedad inesperada o un mal cálculo en nuestros proyectos tan humanos, para que caigamos en la cuenta de que sin Dios en nuestras vidas no vamos muy lejos y no contamos mucho. Ese día es, en el mejor de los casos, cuando decimos: Señor, ten compasión y apiádate de nosotros porque te habíamos abandonado.

La figura del Padre que nos aparece como segundo protagonista, pero que en realidad es el personaje principal, es sencillamente la buena noticia que nos quiere transmitir esta página del evangelio. El padre se presenta como alguien extraordinariamente generoso, él da sin medida y en toda confianza. El es Padre que respeta la libertad de cada persona y que corre el riesgo de dejarnos ir, aunque algunas de nuestras decisiones le partan el alma.Es Padre que espera siempre y que está atento para acoger enternecido, es decir, con el corazón abierto. Es el padre que abraza con compasión y misericordia, antes de pedir cuentas. Es Padre que perdona y se regocija cuando puede recuperar al hijo que se le había perdido. Es el padre que reviste de dignidad devolviendo con generosidad lo que se había perdido. 

Encontrarnos con un padre así como lo presenta la parábola no puede ser motivo más que de gratitud y de alegría. En este tiempo que estamos viviendo podemos estar seguros que nuestro Padre Dios sale cada día a nuestro encuentro, nos espera con la ilusión de vernos aparecer en el horizonte, qué importa si venimos con los vestidos deshechos y los rostros abatidos.

Qué importa si traemos sobre las espaldas el peso de tantas historias que nos han abatido y entristecido. El Padre nuestro está siempre dispuesto a organizar una fiesta para nosotros, cuando con humildad y sencillez nos acercamos a él con un corazón arrepentido. Él quiere darle a nuestro corazón los auténticos motivos para que vivamos felices y nos quiere sacar de donde pudimos andar perdidos.

El tercer personaje, el hermano mayor, creo que podríamos reconocerlo en algunos de nosotros que consideramos estar con Dios, de tener a Dios en nuestras vidas, pero que en realidad nuestro corazón está lejos de él. Si no somos capaces de sentir la presencia de Dios en nuestras vidas, puede ser que estemos haciendo muchas cosas por él, pero todavía no hemos dejado que Él se convierta en el centro de nuestra vida.

Si no somos capaces de alegrarnos por la conversión, por los cambios y los esfuerzos de ser mejores, de quienes tenemos a un lado, será muy difícil reconocer que es el Espíritu de Dios el que le va dando sentido a lo que somos y a lo que hacemos buscando darle sentido a nuestras vidas.

Si todavía no nos hemos dado cuenta que Dios nos lleva en lo más profundo de su corazón, nos sentiremos con derecho a reclamarle por todo lo que no nos va cuadrando en la vida y continuaremos echándole la culpa de todas nuestras frustraciones y de todas las insatisfacciones que vamos cosechando cada día.Seremos incapaces de compartir su alegría que es el secreto de nuestra felicidad.

Ojalá todos nos sintamos invitados a la fiesta de la reconciliación y que no dudemos de entrar por el camino de la conversión para que podamos hacer la experiencia del Padre bueno que nos está esperando y que sale a nuestro encuentro para abrazarnos al cuello y mostrarnos la alegría que brota de su corazón sólo porque nos hemos dejado amar desprendiéndonos de todos nuestros miedos

P. Enrique Sánchez G., mccj