Mensaje del Papa para la Cuaresma

MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2025

Caminemos juntos en la esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3).

En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.

Antes que nada, caminar. El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.

En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.

En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.

En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)». Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado, y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.

Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?  

Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3).

Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.

FRANCISCO

Descargar AQUI

Del polvo a la luz. Cuaresma 2025

Por: P. Enrique Sánchez González, mccj

Miércoles de Ceniza

Iniciamos hoy un itinerario de cuarenta días, La Cuaresma, que pretende ayudarnos a vivir una experiencia profunda de conversión personal y comunitaria. Un caminar que nos llevará a encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, cuando nos hayamos despojado de todo aquello que se ha convertido en peso que no nos deja ir a lo profundo de nosotros mismos.

Se trata de un tiempo en donde somos invitados a dejarnos trabajar por la eficacia de la Palabra de Dios que se acerca a nosotros proponiéndonos hacer un alto en nuestras vidas.

Hay que encontrarnos con nosotros mismos para agradecer todo lo bello que Dios ha ido realizando en nosotros; pero, al mismo tiempo, es un encuentro con aquello que hemos ido dejando entrar en el corazón y que ha acabado por confundirnos y engañarnos ofreciéndonos una propuesta de felicidad que se ha convertido en tristeza y frustración.

El Señor que viene a nuestro encuentro para que hagamos juntos el camino cuaresmal quiere que tomemos conciencia de lo que ha sido nuestro caminar como peregrinos y buscadores de infinito, mendicantes de la bondad y de la misericordia de nuestro Padre. Nos quiere llevar, a través de nuestros desiertos, al encuentro de aquello que es nuestra verdad profunda y la fuente de nuestra auténtica felicidad. Nos invita a volver a Dios, para que desde él volvamos a reorganizar nuestra vida.

“Como está escrito en el profeta Isaías:

«Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual prepará tu camino; voz del que grita en el desierto:“Preparad el camino

del Señor, enderezad sus senderos”» (Marcos 1, 2-3). Estas palabras, con las cuales inicia el Evangelio, deberían resonar muy fuerte en nosotros durante estos cuarenta días para prepararnos y estar en condiciones de acoger al Señor que se manifestará como quien destruye nuestras situaciones de muerte, de miedo y de esclavitud y nos abre a la vida.y de esclavitud y nos abre a la vida.

Un camino de conversión

La cuaresma se nos ha propuesto siempre como un tiempo privilegiado para vivir una experiencia de conversión, un cambio radical en nuestras vidas. Es un tiempo para dejar a un lado todo lo que nos ha ido esclavizando y robando lo que realmente nos puede hacer felices y gozar con plenitud de lo que somos como hijos de Dios.

Es tiempo para desprendimientos y de aligeramientos; tiempo para volver a lo esencial y a lo que realmente vale la pena en la vida, a lo que no es negociable y que nos garantiza vivir con lo que llamamos hoy calidad de vida. Es tiempo para confirmar nuestro compromiso y la voluntad de vivir como verdaderos discípulos del Señor Jesús.

Pero la conversión no sólo implica alejarnos de lo que nos roba la libertad y la vida; sino que es también una oportunidad para descubrir en nosotros lo que nos va haciendo crecer, madurar y convertirnos en personas que saben darle un sentido pleno a la vida.

Es un tiempo para apropiarnos de lo mejor de nosotros mismos, para agradecer a Dios la paciencia que nos ha tenido y para renovar nuestro deseo de apostarle a lo noble y a lo bello que nos permite avanzar en lo que llevamos dentro como anhelo de plenitud que Dios ha marcado en nuestros corazones.

Travesía a través de nuestros desiertos

Es interesante reflexionar en este día sobre el punto de partida de este largo camino que estamos invitados a recorrer, reconociendo que la gracia, la misericordia y la ternura de Dios nos acompañarán. Se trata de una travesía que nos llevará a nuestros desiertos, en donde a lo mejor nos hemos perdido y en donde se han ido secando las motivaciones y los anhelos que tendrían que haber florecido.

Pero serán nuestros corazones; desiertos que nos devolverán el sentido y el significado de lo que realmente somos y nos permitirán salir de nuestros encantos para darnos cuenta que sólo Dios basta.

Es importante decirnos, en voz alta, lo que somos para no caer en la tentación de pensar que podemos alcanzar la vida plena con nuestros esfuerzos personales y que al final no necesitamos de nada, ni de nadie para lograr nuestras metas y nuestras ilusiones de perfección.

Somos polvo

La cuaresma serán días en los que, si dejamos que la gracia y el Espíritu nos acompañen, podremos liberarnos del polvo que se ha ido pegando a nuestros pies y a nuestros corazones haciendo la vida difícil y complicada. ”Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (Génesis 3,19).

Somos polvo, venimos del polvo y en polvo terminará este cuerpo que nos va permitiendo ir adelante en nuestra aventura humana de caminantes en el tiempo, anhelantes de eternidad. Sí, somos polvo y todas nuestras fragilidades, debilidades, límites, miserias y pecados logran muy bien recordarnos esa verdad.

Somos polvo que nos habla de lo efímero de nuestra existencia. Polvo que nos pone ante lo inaceptable de nuestros egoísmos, de lo falso de nuestros rencores, de lo triste de nuestros orgullos , de lo estéril de nuestra arrogancia, de lo amargo de nuestras ambiciones.

Somos polvo que se mantiene en pie porque hemos recibido el soplo del Espíritu en nuestro interior, soplo que ha marcado nuestro ser con la fuerza de Dios que nos llama de la nada a compartir su vida, a ser sus hijos sólo por amor.

Del polvo a la luz y a la vida

El punto de partida de la cuaresma nos pone ante la pobreza que cargamos con nosotros y la miseria de la que nos hemos ido revistiendo, pero con paciencia y perseverancia nos irá llevando hasta el punto de llegada que es el vivir el misterio de Cristo resucitado.

Nos llevará del polvo de nuestras debilidades y pecados a la buena noticia de la Resurrección que nos anuncia que la muerte y el pecado han sido vencidos por la entrega de Jesús sobre el madero de la cruz.

Del polvo de nuestras flaquezas seremos llevados de la mano hasta introducirnos en el corazón abierto en el costado de Jesús para que, abriendo los ojos de la fe, nos demos cuenta cuánto Dios nos ha amado. Somos polvo y en polvo nos convertiremos, pero Dios quiere que de ese polvo resurja el espíritu que nos ha dado y que con gratitud y reconocimiento abramos el corazón a la vida, a la esperanza, a la alegría, a la plenitud de Dios que en Cristo se nos ha manifestado.

Tal vez convenga iniciar este tiempo de cuaresma haciéndonos unas pequeñas preguntas:

¿En dónde me encuentra el Señor al inicio de esta Cuaresma?

Revisa tu vida, los sentimientos que te acompañan, las experiencias que has tenido en los últimos meses, tus relaciones con Dios y con los demás, tus alegrías y tus sufrimientos y lo que las han causado, tu vida espiritual y el tiempo o el espacio que le has consagrado a Dios y en lo que vas viviendo.

¿Qué es lo que el Señor espera que cambie en mi vida?

Hay muchas cosas en las que tengo que seguir creciendo y madurando. Hay actitudes, sentimientos y comportamientos que sé que no vienen de Dios y de los cuales no quiero desprenderme. Sigo apostándole a las cosas y a las gratificaciones de este mundo. Me cuesta el sacrificio, la entrega y el servicio a los demás. Me falta confianza y abandono para descubrir la bondad de Dios cerca de mí. Me cuesta desprenderme de mis seguridades, de mis apegos y de mis vicios. No acepto que sea Dios quien lleve las riendas de mi vida.

¿Qué es lo que espero de Dios y qué me está ofreciendo?

Reconozco que Dios me ama e identifico los signos de su amor en muchos detalles de mi vida ordinaria. Vivo hostigando a Dios con mis necesidades y mis problemas y me cuesta ser agradecido o me dejó sorprender por la delicadeza y la ternura de Dios. Espero que este tiempo se convierta en una oportunidad para dejar que Dios me lleve de mis polvos, de mis tinieblas y pobrezas a lo extraordinario de su vida, de su luz y de la alegría de poder vivir como discípulo suyo reconociéndome resucitado con él.

BUENA CUARESMA

Jubileo: Peregrinos desde el egoísmo hacia el don de sí

MARZO
(08-09) Jubileo del Mundo del voluntariado
(28) 24 Horas para el Señor
(28-30) Jubileo de los Misioneros de la Misericordia

El lema «Peregrinos de Esperanza», propuesto por el papa Francisco para el Jubileo, nos dibuja el horizonte que debemos alcanzar: se trata de recorrer un camino que implica no sólo un cambio de lugar, sino una transformación interior. El modelo es Abrahán, quien peregrina a través del desierto confiado plenamente en la «voz» que lo llama hacia lo desconocido. Del mismo modo, Moisés se enfrenta al poderoso faraón para liberar a su pueblo y conducirlo hacia la tierra prometida. Sin embargo, según las Escrituras, el auténtico «peregrino» es Jesucristo, quien se constituye como «Camino, Verdad y Vida» para señalarnos la morada del Padre, bajo la guía del Espíritu Santo. Él es nuestro camino y meta: la esperanza que no defrauda.

En la invitación al Año Santo se lee: «…No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial…» (Spes non confundit 5). Para ello, necesitamos al menos las siguientes actitudes:

En primer lugar, abandonar nuestra zona de comodidad y mediocridad que nos aprisiona para luchar por nuestro ideal. Una conversión profunda que nos conduzca a la renuncia al egoísmo para donar nuestra vida en el amor. En segundo lugar, nos lleva a descubrir que no estamos solos en la travesía, que infinidad de hermanas y hermanos van marcando sus huellas en la búsqueda de justicia, verdad, compasión y fraternidad. El peregrino aprende a ser comunidad, amigo y hermano de todo ser creado.
Finalmente, lo maravilloso de esta peregrinación es que Dios camina con su pueblo amado, es decir, con cada uno para fortalecernos, levantarnos y alimentar nuestra sed de infinito. El Dios que nos ha enseñado Jesucristo no permanece lejano ni indiferente, se pone las sandalias, se enloda y se limpia la cara para contemplar las estrellas juntos.

P. Rafael González Ponce, mccj

Por la recuperación del Papa

Hechos

Durante los últimos días, la salud del Papa Francisco se ha deteriorado. No lo deseamos, pero no se excluye el peligro de muerte, como lo han dicho sus médicos. Todos en la Iglesia hemos intensificado nuestra oración por que se recupere y continúe la misión que el Espíritu Santo le ha confiado. También no creyentes han expresado su solidaridad con el momento que está viviendo. Sin embargo, cuando sucediere su muerte, que esperamos no sea pronto, la Iglesia continúa, pues no es obra de una persona, sino de Dios.

Desde hace tiempo, no han faltado incluso clérigos que piden a Dios que ya termine el ministerio de este Papa. Unos lo han desconocido como legítimo sucesor de Pedro. Otros no están conformes con sus insistencias doctrinales y pastorales, como si se hubiera apartado de la Tradición; le critican la dimensión social de su magisterio, como si debiera reducirse a rezar y predicar un Evangelio sin incidencias para la vida y para las situaciones que vive la humanidad. No están conformes con que dé más lugar a las mujeres en puestos claves de gobierno pastoral, que insista en el amor misericordioso y liberador a los pobres, que se preocupe por el cuidado de la “casa común”, que tenga apertura a otras religiones y tradiciones religiosas, que impulse la sinodalidad eclesial, etc. Muchos de estos críticos no han aceptado tampoco la renovación promovida desde el Concilio Vaticano II.

Las críticas a los papas no son novedad. Desde que yo recuerdo, las hubo contra el Papa Pío XII, como si no hubiera defendido a los judíos del exterminio nazi, lo cual es falso; contra el papa Juan XXIII, por iniciar la renovación de la Iglesia, pues querían que siguiéramos en el siglo XVI con Trento; contra el Papa Pablo VI, por impulsar toda la renovación que se había propuesto el Concilio; contra Juan Pablo I, por la sencillez de las pocas alocuciones que tuvo; contra Juan Pablo II, por su resistencia a exageraciones marxistas de cierta teología de la liberación de aquellos tiempos; contra Benedicto XVI, por  insistir en valores fundamentales del cristianismo y como si no abordara problemas sociales de la actualidad, lo cual es inexacto. Estos críticos tienen una visión muy restringida y algunos no conocen la profundidad y oportunidad del magisterio de estos Papas, ni de su forma de ser y actuar. Yo también tenía cierta desconfianza cuando eligieron al Papa Francisco, porque conocía unos detalles de su personalidad, un poco seco, distante y reservado, cosas que su ministerio le hicieron cambiar totalmente. Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia y hemos de confiar en que El la dirige según las necesidades del momento.

Iluminación

Ante todo, contamos con la afirmación contundente de Jesús: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). Esto nos da la certeza y la garantía de que ningún poder, ni la muerte de un Papa, acabará con la Iglesia; ni siquiera nuestros propios pecados y limitaciones.

El 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido, el Papa Francisco quiso continuar el proceso de revisión en la forma de ejercer su ministerio. Escribió: “Debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’. Hemos avanzado poco en ese sentido” (EG 32).

Cambian las personas y los estilos de cada Papa, pero no su identidad y misión, como dice el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia: “El Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente… El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (Jn 21,15ss)” (LG 22). “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles” (LG 23).

Acciones

Sigamos orando por la plena recuperación del Papa Francisco, pero no nos angustiemos; la Iglesia es de Jesucristo y la guía permanentemente por su Espíritu Santo. Mantengámonos unidos y firmes en torno al Papa Francisco.

+Felipe Cardenal Arizmendi
Obispo emérito de San Cristóbal de las casas

Jubileo: Puerta de discipulado y misión

FEBRERO
(15-18) Jubileo del Mundo de los artistas
(21-23) Jubileo de los Diáconos

Resulta imposible saber el número de personas que, alrededor del mundo, hemos observado, a través de los diversos medios de comunicación, la escena de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro el pasado 24 de diciembre. Ciertamente nos habrá contagiado la belleza del lugar y el clima orante de la asamblea. Pero todavía más impactante habrá sido contemplar al papa Francisco frágil en su silla de ruedas, casi como un pregón de nuestra humanidad necesitada, sumergiéndose en un océano de esperanza.

La Puerta Santa, que fue abierta de igual forma en las Basílicas de San Juan de Letrán (29 diciembre), Santa María la Mayor (1 enero), San Pablo Extramuros (5 enero), en la cárcel de Rebibbia (Roma, 26 diciembre) y en todas las Catedrales de las diócesis del mundo (29 diciembre), simboliza a Jesucristo y posee al menos estos tres significados:

• Una puerta de entrada al amor insondable e incondicional de Dios. Se trata de experimentar la Misericordia sin límites que nos abraza, re-nueva y llena de fortaleza y paz. De hecho, el pri-mer objetivo del Jubileo es llevarnos a una nueva y más profunda relación con la Trinidad, fuente de vida nueva.
• Una puerta abierta para todos, sin exclusiones, donde el único requisito para formar comunidad es la sinceridad de corazón. Lo que se busca es reconstruir el pueblo fiel de Dios, a través de una conversión al discipulado y a la misión de Jesús. Entramos para volver juntos al pro-yecto original de Dios, al perdón, a la fraternidad, a la justicia.
• Una puerta de salida misionera, como testigos de la esperanza que no defrauda, hacia todas las periferias del sufrimiento y la depresión, de la pobreza y la violencia, de la falta de fe y la esclavitud del mal. En definitiva un Jubileo que nos arranca del egoísmo para compartir el Evangelio liberador.

La Bula de convocatoria del Jubileo, Spes non confundit, nos lo resume con palabras profundas: «Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, “puerta” de salvación con Él (cf Jn 10,7.9), a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre en todas partes y a todos como “nuestra esperanza” (1Tim 1,1)».

Jubileo: Peregrinos de la esperanza

Abrimos 2025 con una buena noticia: durante la solemnidad de la Natividad del Señor, con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro, ¡hemos comenzado la celebración de un Año Jubilar, llamado también Año Santo! 

ENERO (24-26) 
Jubileo del Mundo de la Comunicación 

La palabra «jubileo» deriva del hebreo yobel (cuerno de carnero), instrumento que se utilizaba para anunciar, desde Jerusalén y por la fuerza de los vientos hasta las poblaciones lejanas, el Día de la Expiación (Yom Kippur), acto penitencial por el cual se buscaba eliminar el castigo merecido por las propias culpas. Poco a poco, a este significado se fue añadiendo una dimensión más social (en griego áphesis): la liberación y el retorno al plan primigenio de la justicia de Dios. Esta fiesta se llevaba a cabo cada 50 años, es decir el año «extra» al concluir siete semanas de años (7×7=49). En 1470, el papa Pablo II establece que los jubileos fueran celebrados cada 25 años para que mayor número de generaciones tuvieran la oportunidad de participar al menos una vez. 

En el Antiguo Testamento (Lv 25; Dt 15,1- 15; Jr 34,8-9; Is 61,1-2), el Jubileo consta esencialmente de los siguientes elementos: 1) el descanso de la tierra; 2) la restitución de las propiedades a sus propietarios originales; 3) la condonación de las deudas; 4) la liberación de los esclavos. En el Nuevo Testamento es Jesucristo el Jubileo Nuevo y Eterno que viene a dar su vida por el perdón de los pecados y a instaurar el Reino de Dios: evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). 

Cada mes iremos profundizando en este tema con la Bula de Convocatoria al Jubileo que nos ha enviado el Papa (Spes non confundit, «la esperanza no defrauda»). Hoy ingresemos juntos, como Iglesia misionera, por esta Puerta de gracia y renovación.

P. Rafael González Ponce, mccj