Promover la salud integral

Hospital San Miguel de Donomanga, en Chad

En el Hospital San Miguel, un equipo de profesionales sanitarios, coordinado por el hermano Comboniano mexicano Juan Carlos Salgado, médico de profesión, hace todo lo posible para que los pacientes sean tratados con respeto y profesionalidad, curándoles y ayudándoles a tener esperanza.

Texto y fotos: Hno. Bernardino Frutuoso, mccj. (Alem-mar)

Salimos de Laï, en el sur del Chad, a las seis de la mañana, cuando aún estaba amaneciendo. Viajábamos hacia Donomanga, un pequeño pueblo situado a 80 kilómetros, donde íbamos a ver el trabajo que se realiza en el Hospital de San Miguel. La institución pertenece a la diócesis de Laï y forma parte de la red de servicios sanitarios gestionados por la Cáritas local.

La temporada de lluvias, este año muy intensas, acababa de terminar y causó grandes destrozos en el camino de tierra. Nuestro conductor zigzagueaba el coche con destreza y velocidad, intentando evitar los grandes agujeros que la lluvia y los vehículos habían abierto en el pavimento. Nos cruzamos con grupos de gente de los pueblos en motos, bicicletas, camiones -que funcionan como transporte de pasajeros- o carretas tiradas por bueyes.

Al borde de la carretera, los aldeanos, en su mayoría mujeres y niños, transportan cubos y palanganas con el agua que recogen del pozo comunitario, o la leña que utilizan para cocinar. Algunos niños van andando a la escuela, que en esta estación funciona de lunes a sábado, desde las 7.30 hasta las 12 del mediodía, bajo un sol abrasador, ya que la temperatura empieza a subir y pronto supera los 35º C. Todo el mundo tiene que respirar el polvo que se levanta en grandes nubes oscuras al paso de los vehículos de motor.

En esta parte del sur del país, rica en tierras cultivables y con un gran potencial agrícola, las plantaciones de arroz y algodón se extienden por el horizonte. También nos cruzamos con rebaños de ganado en las carreteras.

Servir a los enfermos con alegría

Tras un accidentado viaje de tres horas, atravesamos la puerta principal del hospital. Lo primero que vemos son grupos de personas sentadas a la sombra bajo los árboles más frondosos. Otros ocupan los pasillos exteriores de los distintos pabellones. “Son los familiares de los pacientes quienes se ocupan de ellos. Cada familia se responsabiliza de su enfermo, le hace la comida y vigila de cerca su estado de salud”, explica el hermano Juan Carlos Salgado, misionero comboniano y único médico que ejerce en esas instalaciones.

Sor Ángela, enfermera mexicana que lleva en Chad desde 2008, pertenece a la congregación de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. Colabora en la administración del hospital y nos lleva a visitar las instalaciones. Nos cuenta que el hospital tiene capacidad para 70 pacientes ingresados, repartidos entre pediatría, maternidad, medicina general y enfermedades infecciosas. El hospital atiende a 10 mil usuarios y es el único que atiende a los 111.538 habitantes del distrito de Donomanga. Siguiendo una de las tendencias del continente, la mitad de estas personas son menores de 14 años (datos de 2022).

María Oralia, también mexicana y que llegó a Chad hace poco más de un año, nos cuenta que la logística para almacenar los medicamentos es exigente y complicada, ya que no hay servicio público de electricidad y tienen que utilizar un generador diésel y baterías. Esta tarea es ahora más fácil, nos dice con una sonrisa, porque hace unos días se instalaron 24 paneles solares, que garantizan energía durante todo el día y permiten, por ejemplo, mantener fríos los medicamentos que necesitan estar a baja temperatura.

El hermano Juan Carlos añade que puede resultar difícil entender cómo un hospital puede funcionar sin energía, pero que “se han adaptado a trabajar con recursos escasos”. Dice que ahora pueden “tener un banco de sangre, mantener los servicios básicos en funcionamiento durante 24 horas e incluso realizar algunas operaciones con más tranquilidad en caso de emergencia”. Antes, tenían que encender el generador eléctrico y esperar que no se estropeara.

En la maternidad se encuentra la hermana Aurelia, originaria de Guatemala. Esta joven enfermera trabaja en el hospital desde 2008 y es responsable de la administración de esta ala, la planta de pediatría y el quirófano. Con una cálida sonrisa, nos cuenta que es originaria de San Marcos, una región con temperaturas bastante suaves, pero que se ha adaptado bien al clima seco y caluroso del Chad. Y en las frescas mañanas de la estación seca “incluso tiene que ponerse un abrigo” porque siente frío: las temperaturas nocturnas bajan a 14-16 grados y los chadianos llevan gruesos abrigos. Subraya que la misión de su instituto, fundado en Guadalajara (México) por la Madre Naty (1868-1959), primera santa mexicana, es servir a los que más sufren, los enfermos, y que se siente muy feliz en San Miguel.

La monja nos cuenta que reciben, de media, unas 100 parturientas al año, generalmente con algún tipo de complicación. “Cuando hay situaciones difíciles que las enfermeras no han podido resolver en los centros de salud de las aldeas, envían a las embarazadas de vuelta al hospital”, explica. Aurelia entra en la habitación y habla con una mujer que había sido mordida por una serpiente y ya estaba siendo medicada. Pidió a un hombre, sentado junto a la puerta, que sacara de un frasco la pequeña serpiente venenosa que uno de los aldeanos había matado. Nos dice que “si la señora no hubiera sido asistida, el veneno se habría extendido pronto y habría muerto rápidamente”. Añade que “las mordeduras de ser-piente siguen siendo frecuentes en la región, y la gente sufre mordeduras cuando trabaja en el campo o en los pueblos”. Cada año, precisa, hay unos “100 pacientes que llegan al hospital en estas condiciones”.

El hermano Juan Carlos atiende a una mujer embarazada y, poco después, le realiza una ecografía para hacer un mejor diagnóstico, conocer la salud del bebé y de la madre y decidir los pasos a seguir.

Retos diarios

El hospital, como observamos, está bien organizado, aunque no cuenta con mucho personal, ya que, incluidos todos los empleados, sólo trabajan allí 38 personas. Cuando llegamos, el hermano Juan Carlos estaba en su consulta atendiendo a los pacientes externos que llegaban ese día. Comenta que muchas personas llegan al hospital ya muy enfermas, porque “primero recurren a las medicinas y curanderos locales y sólo después, si no hay resultados positivos, acuden al hospital”. Muchos pacientes llegan ya muy enfermos, por ejemplo, con grandes infecciones derivadas de accidentes o heridas con cuchillos, machetes o armas, o enfermedades en estado muy avanzado. Las enfermedades más comunes en la región son las infecciosas, concretamente la tuberculosis y la malaria, la desnutrición infantil y las enfermedades respiratorias. Cuando la malaria, muy frecuente durante la estación lluviosa (que dura de mayo a septiembre), afecta a los niños, el proceso de recuperación es más complicado, ya que muchos sufren anemia grave.

La jornada laboral del médico misionero “comienza temprano con las visitas a los pacientes en las diferentes salas; continúa con las consultas externas, la realización de ecografías y pequeñas intervenciones quirúrgicas”. Las “cirugías más complejas y que requieren más tiempo” se programan cada semana para el jueves y el viernes. Sin embargo, en caso de emergencia, “se hacen a cualquier hora, incluso durante la noche”, explica el misionero. Para ello hay dos quirófanos, dotados del equipo esencial.

El hermano Juan Carlos es mexicano y antes de venir al Chad trabajó en la República Democrática del Congo como enfermero. Sólo al cabo de unos años, en 2003, se fue a estudiar medicina a la Universidad de Gulu, en Uganda. Cuando terminó la carrera, regresó a territorio congoleño y se trasladó al hospital de la diócesis de Wamba, donde coordinó y supervisó la red de dispensarios.

En el Chad, desde hace dos años, lleva a cabo un servicio difícil, pero que le llena como persona, como hermano misionero y como médico. Valora su trabajo con los enfermos, los más vulnerables de la sociedad, a pesar de no disponer de muchos recursos humanos y técnicos. “Estoy contento de estar aquí. Me gusta más la vida tranquila del campo que el estrés y el bullicio de las grandes ciudades”, explica. Sin embargo, trabajar en este remoto lugar tiene sus limitaciones, inconvenientes y retos. El mayor reto al que se enfrenta como médico “es la falta de apoyo de otros colegas con experiencia, con los que podría hablar y discutir los casos clínicos más complicados”. Sin embargo, afirma que con los años de práctica ha ganado “confianza para tomar decisiones” y, siempre que ha podido, ha procurado consultar a “colegas amigos utilizando plataformas de comunicación, ya que las nuevas tecnologías permiten este trabajo en equipo”.

Y añade que, a pesar de estar en un lugar remoto, esto no impide la solidaridad. Hay un grupo de oftalmólogos españoles que vienen todos los años a trabajar, con gran dedicación, durante dos semanas como voluntarios en el hospital. Su sueño es contar con equipos de médicos voluntarios de otras especialidades, sobre todo de salud bucodental, ya que “este servicio es prácticamente inexistente en este país”.

Cuenta que cuando llegó por primera vez a Chad tuvo dificultades para adaptarse al clima y a las temperaturas tan extremas. Con una carga de trabajo tan intensa, en este clima es fácil deshidratarse, por lo que “a menudo sufre la formación de cálculos renales”. Como la malaria es una enfermedad endémica, él también se infecta de forma recurrente y “este año ya ha sufrido tres ataques característicos de la enfermedad”.

Manos fraternas y solidarias

Debido a los limitados recursos de la población de la región -la mayoría se dedica a la agricultura de subsistencia-, las consultas y la hospitalización tienen un coste muy bajo. Y como el hospital no recibe financiación estatal, encontrar los fondos para mantenerlo en funcionamiento es siempre un gran reto, que requiere “creatividad y disciplina presupuestaria”.

Entre las necesidades más urgentes, el hermano Juan Carlos menciona “un aparato de rayos X, una máquina para esterilizar la ropa y el instrumental quirúrgico, un nuevo frigorífico para el banco de sangre y reparar el depósito de agua que pierde. Añade que “trabajar con recursos limitados no es fácil”, pero han aprendido a gestionarlos bien para que “todo funcione bien”. Además, en el hospital todo el mundo está concienciado de “no desperdiciar y reciclar todo lo que sea posible”.

El hermano tiene muchos proyectos en mente para el futuro, especialmente los destinados a garantizar la autosostenibilidad del hospital. Entre estas iniciativas menciona la plantación de anacardos para vender la fruta y la compra de un tractor para labrar y cultivar la tierra propiedad del hospital.

En el rostro del hermano Juan Carlos se percibe la serena alegría de una vida entregada por amor a Dios y a nuestros hermanos más vulnerables. “Con mi servicio hago todo lo posible para que la gente esté sana y sea feliz. Todo el mundo es tratado con el respeto y la dignidad que merece. Mi mayor alegría es ver que los pacientes vuelven a casa curados”, confiesa tímidamente.

El médico misionero termina sus días cansado y a menudo se queda en el hospital también por la noche porque tiene que realizar operaciones urgentes. No vuelve a dormir en la casa de la comunidad comboniana cercana, donde comparte su vida con tres sacerdotes -de México, Togo y la República Centroafricana- dedicados a la atención pastoral de la parroquia de Donomanga y de las doce pequeñas comunidades cristianas rurales de la zona. A pesar de las dificultades, el hermano Juan Carlos es una persona realizada, feliz por la misión que lleva a cabo con sus competentes manos médicas, manos fraternas y solidarias, que ayudan a dar vida y esperanza a los habitantes de esta remota aldea del Chad.

Si quiere ayudar al hermano Juan Carlos para el sostenimiento de su hospital, puede ponerse en contacto con nosotros en este enlace: DONATIVOS

La vieja guerra que no está de moda

Hno. Jorge Rodríguez Fayad
Desde Old Fangak (Sudán del Sur)

Las lluvias de los últimos meses han vuelto a convertir nuestra misión de Old Fangak en un lago. Vivimos en la zona conocida como Sudd que, según dicen, es la ciénaga más grande del mundo y el mayor humedal de agua dulce de la cuenca del río Nilo. Como las inundaciones se repiten todos los años, estamos acostumbrados a convivir con ellas. Todo el mundo colabora para construir pequeños diques y abrir caminos entre el barro.

Hace unas semanas celebramos la fiesta de graduación de los alumnos de la escuela de Secundaria, una de las pocas que existen en el estado de Jonglei. Era la primera vez que se organizaba este tipo de evento. Los alumnos han obtenido resultados académicos muy por encima de nuestras expectativas y, aunque con cierto retraso, quisimos celebrarlo junto a sus padres, que se mostraron conmovidos por el logro académico de sus hijos.

El personal docente preparó todo con mucho entusiasmo. Me sorprendieron la fastuosidad y la atención que se brindó a los invitados de honor, entre los cuales estaban el gobernador y personal de las oenegés presentes en la zona. Sin embargo, noté a nuestros alumnos un tanto pasivos y parcos en palabras durante el acto. Es curioso, porque muchos de ellos participan en la iglesia, donde bailan danzas tradicionales y entonan cantos que ellos mismos componen. En todo caso, desde la escuela hacemos todo lo posible para desarrollar las capacidades artísticas y culturales de nuestros jóvenes, y también hemos habilitado espacios para que socialicen y practiquen deporte.

Después del éxito de la fiesta de graduación quisimos preparar otra para los alumnos de Primaria, pero la situación de violencia que vivimos en Sudán del Sur nos obligó a suspenderla. Los combates que arrasaron algunos poblados en la zona de Malakal provocaron numerosas víctimas mortales y el desplazamiento de muchas personas. Algunos llegaron hasta nuestra zona y varias oenegés les garantizaron alimentación y atención médica. Aquí soy testigo de cómo muchas organizaciones humanitarias hacen muy bien su trabajo.

Aunque los conflictos no sean todos iguales, el sufrimiento humano es siempre el mismo. Sabemos que la guerra en Ucrania está provocando una crisis económica mundial, cuyas consecuencias sentimos incluso aquí. Es la guerra de moda y tiene cobertura internacional en todos los medios. Sin embargo, me duele que la que vivimos en este país no suscite ni siquiera una pequeña mención en algún periódico o espacio televisivo.

Aquí los soldados de las diferentes facciones no obedecen más consignas que las de destruir y humillar. Sus enemigos no tienen un rostro diferente a ellos, sino que son un reflejo de sí mismos. ¿Qué empuja a estos grupos a desatar ataques contra la población? ¿Qué interés les motiva? Son cuestiones absurdas, como también lo es pensar que tienen conciencia o corazón cuando atacan poblados con gente que tiene su mismo rostro, sean nueres, shilluks o dinkas. Si esperan obtener un botín, solo se llevarán algunas baratijas, porque las inundaciones diezmaron el ganado.

Los misioneros de Old Fangak, firmes en nuestra misión y enraizados en Cristo, no perdemos la esperanza y tratamos de inculcar a los jóvenes los valores de la solidaridad, la justicia, la paz y la fraternidad.

Si quiere ayudar al hermano Jorge para el sostenimiento de su escuela, puede ponerse en contacto con nosotros en este enlace: DONATIVOS

Acoger y acompañar refugiados en Centroáfrica

Texto y foto: P. Fernando Cortés
desde República Centroafricana

¿Qué sería de nuestras comunidades si nos faltara el ministerio de la animación misionera? Los cristianos que asumen este papel tienen la tarea de recordarnos que la vivencia de nuestra fe nos mueve a un mayor compromiso de cara a la sociedad, y a no mostrarnos insensibles frente a lo que pasa en cualquier parte del mundo, porque de cualquier modo termina por afectarnos. Nomás pensemos en la guerra de Ucrania que ha venido a desestabilizar la paz mundial, a encarecer los combustibles y los productos de primera necesidad, y a generar tantos refugiados que para salvar sus vidas han tenido que internarse en países vecinos.

En nuestra misión de Mongoumba, Centroáfrica, no somos ajenos a esta situación de refugiados que muchas personas viven. Luego del golpe de Estado, en 2012, muchos centroafricanos tuvieron que exiliarse en el país vecino de la República Democrática del Congo (RDC). Con el paso del tiempo, viendo que las cosas poco a poco se iban tranquilizado, han podido retornar a su país. Pues bien, nuestra parroquia es paso obligatorio para toda esta gente porque en Mongoumba, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha establecido centros de acogida temporal y de envío para atender y proteger a los refugiados. Nuestra comunidad apostólica mantiene una cercana relación con los dirigentes de la ACNUR, algunos son provenientes de otras naciones inclusive, que en nuestra fraternidad misionera han encontrado un espacio donde se sientan bien recibidos y con confianza para descansar de sus actividades.

Cabe señalar que no son pocos los cristianos de nuestra parroquia que también se encuentran en calidad de refugiados, aunque vivan en sus localidades con sus familias, porque una vez por mes deben presentarse en su campo de refugio, de RDC, donde alguna vez estuvieron en los momentos más difíciles, para mantener un estricto control de su situación y recibir una ayuda económica. Este fenómeno de los refugiados, que nació de una delicada situación sociopolítica, vino a generar mucho dolor y división en la sociedad, tanto así que los obispos del país han hablado reiteradas veces en los últimos diez años de trabajar todos juntos por la cohesión social, sin distingos de ideologías políticas ni de creencias religiosas. 

La dura realidad de los refugiados ha sido un tema recurrente en la formación de los animadores  misioneros, que desarrollan su ministerio en cada una de nuestras diecisiete comunidades de la parroquia, para que como cristianos no seamos indiferentes frente a numerosos hermanos nuestros que se han visto en la difícil situación de abandonar sus tierras e internarse en un lugar extraño para poner su vida a salvo. Y partiendo de esta compleja situación, que a nadie se le desea por los abusos a los que uno se ve expuesto hasta no recibir protección, es que insistimos en la necesidad de llevar la semilla del evangelio a todas las personas para generar una cultura de paz y de fraternidad, hasta no ver al otro como un semejante con quien de la mano se pueda avanzar buscando el mayor bien para todos.

Indudablemente, en cada uno de nuestros ambientes parroquiales nunca faltarán ciertos desafíos que demandarán de nuestra parte una atención especial. Veamos entonces tales desafíos no como problemas en sí mismos, sino como una oportunidad que el Señor nos presenta para medir el compromiso de nuestra fe cristiana y también para ver qué tan capaces somos, como animadores, de involucrar a otros a que tiendan una mano ahí donde tantos hermanos nuestros están a la espera siquiera de un poco de nuestra atención, justo ahí donde el Señor nos quiere ver, no en una de confort, sin más interés que el de alentar a otros con la gracia de su Palabra, sin olvidar lo que dijera aquel gran animador de comunidades que fue el apóstol san Pablo: “Todos nosotros debemos agradar a nuestro prójimo y hacer las cosas para su bien y para la mutua edificación” (Rm 15,2). En efecto, no hay mejor forma de animarnos que animando a los demás.

Kenia: Las Mil Caras de la Comunidad Parroquial de Kariobangi


En la parroquia de Kariobangi, en las afueras de Nairobi, se han puesto en marcha un gran número de iniciativas para responder de manera concreta a las necesidades de la gente. La parroquia fue fundada en 1974 por los misioneros combonianos. El territorio parroquial comprende tres grandes áreas –Kariobangi, Huruma y Korogocho– con una población de más de 100.000 habitantes, de los cuales unos 20.000 son católicos.

Texto y fotos: P. Enrique Bayo



La parroquia de Kariobangi fue erigida en 1974 en la periferia de Nairobi, y en su territorio están presentes en la actualidad cinco congregaciones religiosas: los Misioneros  y las Misioneras Combonianos, las Misioneras de la Caridad, las Franciscanas Misioneras Hermanas por África y las Hermanas Misioneras Servidoras de la Palabra. Los religiosos y religiosas trabajan en comunión con una treintena de catequistas y muchos laicos.


La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es kar04-1024x682.jpg


El territorio de la parroquia engloba tres grandes zonas –Kariobangi, Huruma y Korogocho– con una población superior a los 100.000 habitantes, de los cuales unos 20.000 son católicos. Korogocho uno de los slum o barrios de lata situados junto al vertedero de Dandora, el más grande de África oriental, donde ser recogen los desperdicios generados en Nairobi y en otras partes de Kenia. Las otras dos zonas de la parroquia –Huruma y Kariobangi– son barrios de periferias pobres, muy masificados, pero mejor organizados y abastecidos que los Korogocho. Mientras que la mayor parte de sus habitantes viven de la venta de los objetos que recuperan de Dandora, en Huruma y Kariobangi priman los trabajos ocasionales y el pequeño comercio. En cualquier caso, son muy pocas las personas que disponen de trabajos estables y bien remunerados.



La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es kar16-1024x682.jpg
Evangelización

En este contexto social, desde la parroquia se llevan a cabo numerosas iniciativas y proyectos a favor de la vida, sin descuidar la labor pastoral, la liturgia y la preparación a los sacramentos. Los cuatro sacerdotes combonianos de la parroquia, apoyados por algunas religiosas y los catequistas, llevan a cabo este servicio esencial, en cuyo centro se sitúan las comunidades de base. Según el P. Andrew Wanjohi, párroco de Kariobangi, «son pequeñas Iglesias domésticas, formadas por varias familias, que se reúnen semanalmente para la formación cristiana y para dar respuesta a las primeras necesidades de ayuda a los enfermos y los pobres. Solo después se añaden el resto de hos proyectos animados desde la parroquia». Mención especial en este servicio evangelizador merece el trabajo llevado a cabo por las cuatro hermanas misioneras servidoras de la Palabra, tres mexicanas y una keniana, que han creado una red de grupos bíblicos que son, a la vez, equipos de apostolado. Una de ellas, la Hna. María de la Luz González, señala que «es importante tener la Palabra de Dios en el corazón porque sin ella no hay cambio en la vida y tampoco se vive, se sobrevive».


La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es Kar01-1024x682.jpg
Educación y sanidad

La parroquia gestiona cinco escuelas primarias y una secundaria, donde estudian unos 1.600 niños y niñas. Además de ofrecer el servicio de comedor, las tasas escolares son bajas para favorecer el acceso a la educación de los más desfavorecidos.

Durante los años 90 el sida tuvo un gran impacto en Kenia, con la aparición de una generación numerosa de huérfanos. Para acogerlos, los misioneros combonianos abrieron en Kariobangi la escuela Watoto wetu (nuestros niños) que hoy sigue funcionando como escuela. Por su parte, las misioneras combonianas fundaron en Korogocho el Comboni Health Programme (CHP) para acompañar a las personas seropositivas. El centro, gestionado ahora por los combonianos, acompaña a 671 personas, en su mayoría residentes en Korogocho. Asociado al CHP, en el recinto de la parroquia de Kariobangi, funciona dos días por semana un centro de fisioterapia para niños y niñas con problemas motores y parálisis.

No obstante, la estructura sanitaria de más envergadura de la parroquia es el dispensario gestionado por las misioneras combonianas en Kariobangi, donde cada día cientos de personas reciben atención médica.


La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es kar08-1024x682.jpg
Korogocho

Otro ejemplo de las iniciativas que desarrollan en Kariobangi es la Sociedad Deportiva San Juan, que el comboniano P. Daniele Moschetti inició en 2003. En Korogocho no existe ningún parque público o centro deportivo donde los jóvenes puedan encontrarse para desarrollar actividades que los alejen del permanente peligro del alcohol y las drogas. Por eso, en el espacio de la capilla de San Juan se construyeron un campo de fútbol y una pista de baloncesto y voleibol. Además, se habilitó un edificio de la capilla para la práctica de otros deportes como boxeo, kárate o taekwondo. Solo hubo que abrir las puertas para que estos espacios se llenaran de jóvenes, chicos y chicas, con ganas de superarse. Aquí se formó la boxeadora Elizabeth Akinyi, que representó a Kenia en los juegos olímpicos de Tokio 2020.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es kar03-1024x682.jpg

Si el deporte mueve a los jóvenes, también lo hace la música. En 2007, los misioneros combonianos participaron en la fundación, también en el espacio de San Juan, de la Ghetto Classics Music Programme, una escuela de música que ha formado a cientos de chicos y chicas en Korogocho y que es reconocida a nivel nacional e internacional. Otro ejemplo es la biblioteca de San Juan, que dispone de unos 300 puestos de lectura y que pone a disposición de sus usuarios miles de volúmenes escolares para consulta.

Todas estas iniciativas sociales nacieron con el objetivo de unificar y crear lazos entre las personas en un lugar donde las divisiones étnicas son manifiestas y que en momentos de crisis, como algunos comicios electorales, han sido escenarios de actos de violencia.


La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es kar09-1024x682.jpg
Cuidar la vida

La atención hacia los más vulnerables, en todas las etapas de la vida, define el compromiso social de la parroquia de Kariobangi. El programa Prolife (Provida) lleva 30 años ayudando a las jóvenes que sufren violencia doméstica o están embarazadas. Dos educadoras sociales especializadas, Ann y Georgina, trabajan a tiempo completo en la escucha de estas chicas y en la concieciación en escuelas y familias. Para los casos más graves de chicas que deben dejar sus familias, las misioneras de la Caridad disponen de un espacio para acogerlas en su comunidad de Huruma. Las seguidoras de Santa Teresa de Calculta también acogen a niños abandonados con problemas neurológicos o enfermos mentales.

Otro desafío de la parroquia es el fenómeno de los niños y niñas en situación de calle. Muchas familias no pueden asegurar el alimento o los gastos escolares de sus hijos y algunos deciden buscarse la vida por su cuenta, con frecuencia en el vertedero de Dandora, donde descubren la dureza de la vida. En este contexto, es frecuente que muchos de ellos terminen consumiendo alcohol y drogas. Para tratar de recuperar a esta juventud herida, las franciscanas y los combonianos han creado programas especializados, a través de los que acompañan a centenares de ellos.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es kar10-1024x682.jpg

Las misioneras combonianas, por su parte, gestionan desde 1992 el Kariobangi Women Promotion Training Institute, una escuela profesional para chicas con problemas de integración social. El centro ofrece tres opciones formativas: corte y confección, peluquería y belleza o restauración. Al terminar su formación, las jóvenes reciben un título oficial del Gobierno keniano que les permite afrontar la vida con más posibilidades de éxito.

En esta mención no exhaustiva de iniciativas a favor de la vida, destaca también el Kariobangi Cheshire Home, gestionado por las hermanas franciscanas. Es un hogar que acoge actualmente a 26 ancianos, aunque tiene capacidad para 40. Además, las franciscanas ofrecen tres días por semana alimento a otras 260 personas ancianas que viven en los barrios de la parroquia.

«Quemar el último cartucho»

P. Juan de Dios Martínez, desde Maputo, Mozambique

Deseo compartirles mi experiencia misionera de estos tres últimos años en Mozambique. En 2018 regresé para, como decimos en México, «quemar el último cartucho» en ese país. Fui destinado al seminario filosófico como asistente y segundo formador.

Nuestro postulantado está en Matola, muy cerca de Maputo, la capital. Aunque la casa tiene como actividad principal la formación, los fines de semana apoyamos en la pastoral de las comunidades de la parroquia que atendemos los combonianos. Los seminaristas de segundo y tercer año van todos los sábados y domingos para realizar su labor pastoral.

En 2020 llegó la pandemia provocada por el Covid-19, y que afectó nuestra vida misionera; ya no podíamos salir. El provincial les dio a escoger a los seminaristas entre permanecer en el postulantado o regresar a sus casas. De los 33 muchachos, 15 decidieron regresar a sus casas y los 18 restantes decidieron quedarse. Con los que se quedaron tuvimos que reacondicionar el trabajo para atenderlos durante todo el día. Gracias a Dios, todos los que se fueron a sus casas regresaron; estuvieron fuera seis o siete meses.

El seminario cuenta actualmente con 34 postulantes. Integrábamos el equipo de formadores cuatro combonianos, pero uno falleció a causa del Covid-19. Quedamos tres: dos padres y un hermano. Y ahora se me ha pedido ir a ejercer como párroco, con lo que sólo se quedarán dos formadores para una labor muy delicada.

Además, tenemos 25 jóvenes que están en el propedéutico, listos para ingresar el año próximo al postulantado. Esto supone un gran reto, pues la casa no tiene capacidad para tantos seminaristas y el número de formadores también se ha reducido. En el postulantado se les exige mucho, tanto en la vida de oración como en el estudio personal, y eso hace que sufran sobre todo durante el primer año, pero en general superan muy bien la primera etapa, porque son jóvenes muy capaces y entusiastas.

En mayo regresé y ahora veré qué es lo que me depara el destino. Está la propuesta de hacerme párroco, pero aún hay que afinar detalles. Hace años que los combonianos estamos atendiendo esa parroquia. Ahí colaboran los del postulantado y los de la casa provincial en Maputo. Son comunidades muy extensas y muy vivas, con mucha participación de la gente. La parroquia constaba antes de diez comunidades, pero fue dividida y hoy son cinco en un gran territorio. Todas ellas tienen sus responsables y animadores, catequistas, cantores, proclamadores de la palabra, ministros de la Eucaristía, etcétera. Algunas co- munidades funcionan muy bien, otras necesitan apoyo, porque los catequistas son jóvenes. La gente es muy buena, sencilla y generosa, como la de México.

Con el Covid-19 se perdió mucho, porque se redujo el número de participantes. Poco a poco se han ido retomando las actividades y esperamos que este año se tenga más presencia y participación. A mí me marcó mucho tener que pasar la Semana Santa en casa. Nunca había vivido algo así, y tuvimos que hacerlo durante dos años.

No sé por qué hay tantas vocaciones, incluso el seminario diocesano tiene muchas vocaciones. Hay dos seminarios filosóficos: uno en el norte, en Nampula, y otro aquí, en el sur. Debido al número de seminaristas y a las restricciones por la pandemia, se tuvieron que hacer dos grupos, con horarios diferentes, lo que creó algunas dificultades de organización, pero este año ya se normalizó todo.

Especialmente en las ciudades es más difícil que surjan vocaciones. En todos estos años que hemos estado en Matola o Benfica, sólo hay un muchacho en el seminario. Todos los demás vienen del campo. Es como si nuestra presencia en la ciudad no impactara en los jóvenes. Quizás sea porque no trabajamos específicamente en la pastoral vocacional. La mayoría de nuestros seminaristas vienen del norte del país, de la etnia macúa o de parroquias donde no estamos los combonianos. Económicamente son de familias pobres, con muchas dificultades para dar la contribución que se les pide, aunque sea meramente simbólica. También son familias muy desintegradas, en el sentido de que los jóvenes crecen y son edu- cados por parientes o por amigos y vecinos. Es un mundo diferente y complejo.

Antes de entrar en el postulantado tienen seguimiento en sus casas y parroquias de origen durante un período. Luego van al propedéutico, que está en Nampula, al norte del país, donde pasan unos ocho meses. Aprenden a vivir juntos, a usar los libros de oración y a preparar algunas materias. Luego pasan al postulantado, donde estudian la filosofía durante tres años. Al terminar pasan al noviciado.

Poco a poco, la Iglesia va tomando fuerza, ahora con vistas a una cuarta asamblea pastoral a nivel nacional y con la preparación del próximo sínodo sobre la sinodalidad, donde se toma en cuenta la participación de los laicos, que son muy comprometidos y participativos. La mayoría de los obispos son de origen mozambiqueño, salvo dos o tres extranjeros.

Violencia

La situación en Cabo Delgado, al extremo norte del país, es muy delicada. El obispo, de origen brasileño, fue transferido por el Papa a Brasil porque sus palabras y gestos proféticos ponían en peligro su vida. Todo el norte del país sufre violencia y terrorismo a causa de sus riquezas. Hay gas, petróleo, carbón, oro, diamantes y muchos minerales. También hay que considerar la riqueza que suponen los más de 3 mil kilómetros de costa que tiene, fuente de capital pesquero y marítimo. Todo lo anterior codiciado por los países ricos que se quieren aprovechar, lo que genera violencia, muerte y mucha corrupción. Los grupos terroristas quieren expulsar a la gente de sus tierras, queman sus aldeas y han matado a muchos, por lo que la gente se va a otros estados del país como desplazados internos, que aquí se llaman «deslocados». La Iglesia de Nampula les brinda un gran apoyo.

Mozambique es un país en el que siempre ha habido una gran presencia de musulmanes que llegan desde Pakistán o Afganistán. Llevan mucho tiempo presentes en el país. De hecho, ellos manejan la economía y el comercio. Son diferentes a los que están llegando ahora como terroristas islámicos.

Respecto al cambio climático, desde 2019 han sucedido una serie de ciclones y tormentas que devastaron mucho al país, sobre todo en el centro y al norte. El último ciclón arrasó la región de Carapira, donde estamos. Es una realidad que afecta seriamente.

Por otra parte, vemos que las mujeres son muy activas y participativas en la vida social. Ocupan cargos y ministerios en la parroquia (son catequistas, ministras de la palabra o de la eucaristía). Forman parte del consejo parroquial. También hay muchas que ocupan cargos en el gobierno del estado o en el municipal.

Finalmente, les pido que recen por nosotros. Ayuden con oraciones, con obras de caridad y todo el servicio que puedan. Las necesidades materiales son muchas y también se necesita de la ayuda económica para mantener viva nuestra obra de formar sacerdotes y hermanos para seguir con la misión de san Daniel Comboni.

En el seminario se lleva una vida muy austera. Como decía Comboni, los candidatos a misioneros deben estar preparados para todo, incluso para la muerte. Él apostó todo por los africanos, y éstos son nuestros jóvenes, el futuro de nuestra congregación. El rostro de la congregación se irá «tiñendo de africano» cada vez más. Si queremos ser fieles a Comboni, nosotros también debemos confiar en ellos.

Si quiere ayudar al padre Juan de Dios para la formación de misioneros en Mozambique, puede ponerse en contacto con nosotros en este enlace: DONATIVOS

18 años como sacerdote comboniano

De amasar el pan cotidiano, a consagrar el Pan de la Vida Eterna

Por: P. José de Jesús García
Desde Palencia, España

Nací en Chilpancingo, Guerrero. Tengo 54 años de edad. Mi vocación misionera inició en mi adolescencia. A los 14 años, mi mamá me regaló la Biblia Latinoamericana. Me cautivó el libro de los Hechos de los Apóstoles, el texto donde Jesús los llamó y envió de dos en dos a evangelizar. En aquel tiempo, trabajaba en una panadería como ayudante por la mañana y estudiaba por la tarde, y así concluí la secundaria y la preparatoria. Luego trabajé en la construcción de la autopista Cuernavaca-Acapulco por tres años.

En aquel entonces, mi hermano Salvador frecuentaba el seminario comboniano en Cuernavaca, Morelos. Varios sacerdotes combonianos visitaban a nuestra familia y hacían promoción vocacional. El padre David Esquivel daba seguimiento a jóvenes de Guerrero. Para mí, el momento decisivo fue participar en un retiro de Semana Santa y campo misión en Achichipico, Morelos. Y entré al seminario en Cuernavaca.

Después de cursar Filosofía y el noviciado fui enviado a San Pablo, Brasil, a estudiar Teología, y posteriormente recibí la ordenación sacerdotal en mi natal Chilpancingo, el 17 de abril de 2004. Fui destinado a la parroquia de Cochoapa El Grande, Guerrero, donde la pastoral era integral, es decir, que la evangelización responde a las necesidades de las comunidades. Fue muy interesante acompañaren sus alegrías, preocupaciones y esperanzas a los pueblos mixtecos de la parroquia. Conseguimos fondos para abrir una panadería y enseñar a hacer pan en la comunidad de Arroyo Prieto; también abrimos una carpintería. Faltaban doctores y había mucha pobreza en las comunidades más alejadas, rezábamos por la salud de todos, sentíamos la presencia de Dios y presenciamos algunos milagros.

A principios de 2010 fui destinado a Mozambique, país en el que permanecí hacia finales de 2018. Éramos tres sacerdotes y acompañábamos las parroquias de Namapa y Mirrote, en la diócesis de Nacala; en total atendíamos 287 comunidades. Fue una experiencia edificante conocer las costumbres de cada comunidad y sentir la fe que impulsa a nuestra gente a vivir con alegría y esperanza. En cada comunidad hay catequistas y agentes de pastoral que nos ayudana que la evangelización sea cercana a las familias.

A inicios de julio de 2020 fui destinado a la provincia de España, a la ciudad y diócesis de Palencia. Mi principal responsabilidad es la animación misionera al promover las revistas Mundo Negro, Aguiluchos y otros materiales que hacemos los combonianos. También apoyamos a la diócesis con el servicio a las parroquias que lo soliciten.

Junto al padre Daniel Cerezo, nos alternamos para acompañar a la Unidad Pastoral de Frechilla que comprende: Frechilla, Autillo, Guaza y Mazuecos. Permanecemos abiertos a cualquier imprevisto o necesidad, por ejemplo, por motivo de la guerra de Rusia contra Ucrania, nuestra casa comenzó a ser albergue para refugiados ucranianos. El pasado 25 de abril, hospedamos a 13 ucranianos (dos abuelitas con sus hijas y nietos, un bebé de un año y otros niños de hasta 11 años) que, huyendo de la guerra, buscan un lugar tranquilo y seguro para vivir. Llegaron los niños con sus mamás, pues los hombres están en Ucrania defendiendo su país.

El 29 de abril fuimos en peregrinación al Cristo del Otero, ubicado en una montaña a las afueras de Palencia. Fue un momento de oración y petición a nuestro Creador por la paz. ¡Los organizadores ya tramitaron los documentos para que los ucranianos puedan trabajar y sobrevivir! El 1 de mayo partieron a Paredes de Nava, comunidad donde se establecerán. Así contribuimos con nuestro granito de arena en este momento de mucha necesidad.

Agradezco a Dios, porque realmente he visto y sentido su presencia a lo largo de estos 18 años de ministerio. Siento y veo la pobreza material y espiritual de la gente; a todos les digo que no se desesperen y oren mucho; Dios nos escuchará. Tengamos fe de que los mejores tiempos están por llegar.

Doy gracias al Señor porque, de elaborar el pan material, por su gracia, ahora mis manos consagran el Pan de vida eterna. Y después de abrir carreteras, hoy Dios me usa en la construcción de nuevos caminos para que la Buena Noticia llegue a los últimos rincones de la tierra y, unidos en oración, edifiquemos un mundo más humano y fraterno, donde reine la paz y el amor.

Finalmente, a los jóvenes con alguna inquietud vocacional, les recuerdo que lo puramente material es perecedero, por ello, es necesario que respondan al llamado de Jesucristo para manifestarlo al mundo de los jóvenes de hoy. Pienso que hay futuro para las nuevas generaciones, pero es necesario recuperar la fe en el Dios de la vida. ¡Jóvenes, no tengan miedo! Hagan la prueba de vivir un momento espiritual, de abrir su corazón y seguir a Jesús. Nuestra sociedad los necesita. Jesús no nos defrauda y la recompensa para los que lo siguen y cumplen su Palabra es la vida eterna.