Visita del Papa a Sudán del Sur

Por: Hno. Jorge Fayad, mccj

La a visita del Papa a Sudán del Sur del 3 al 5 de febrero pasado, se esperaba con ansias mucho tiempo antes, o al menos desde que las autoridades civiles fueron invitadas por el Papa al Vaticano para vivir juntos un retiro de reconciliación el 16 de marzo de 2019.
Al llegar el Papa a Sudán del Sur, no hizo su habitual recorrido desde el aeropuerto a la ciudad en el papamóvil, fue en un auto regular, creando un desconcierto en la gente que lo esperaba para saludarlo y hacerlo sentir bienvenido desde las banquetas de sus calles. Para muchos fue un poco frustrante al verlo pasar en carro cerrado, velozmente y sin dar sus habituales bendiciones. La razón fue que iba con líderes de otras religiones y no querían exponerlos a ningún tipo de peligro.

Para los conocedores de los viajes del Papa, esta visita fue puesta de forma positiva sobre el valor inestimado de presencia en este país ensangrentado por tantos conflictos internos entre sus habitantes. Llegó para impulsar los acuerdos de paz entre las diferentes facciones políticas. Este interés no era sólo de él, sino que lo realizaba junto a los líderes de las iglesias del norte de Europa; con el arzobispo de la Iglesia anglicana y con el coordinador de las Iglesias de Escocia. Por tanto, fue una visita con carácter eminentemente ecuménico. Este gesto ha sido ampliamente elogiado por fieles de otras denominaciones cristianas que le reconocen su deseo por la paz de Sudán del Sur y la unidad de las Iglesias cristianas.
Las grandes expectativas se fueron cumpliendo, una a una, con las homilías de los tres líderes religiosos, haciendo presente el concepto cristiano de «paz», con toda su dimensión actual, dirigido específicamente a los gobernantes de este país.

El encuentro de oración que se realizó junto a los cristianos de diferentes denominaciones siempre tuvo una dimensión ecuménica. El papa Francisco, líder de la Iglesia católica; Justin Welby, arzobispo de Canterbury y primado de la iglesia anglicana; e Iain Greenshields, moderador de la asamblea general de Escocia, agradecieron con palabras de aprecio y ánimo al pastor Thomas Tut Puot Mut, presidente del Concilio de Iglesias de Sudán del Sur, quien realiza grandes acciones para mantener la unión de los cristianos. Los tres líderes religiosos se refirieron al valor de la vida en fraternidad que se encuentra en el Evangelio, enfatizando una humanidad donde todos sean considerados hijos de Dios y hermanos en Jesucristo, que nos propone ser embajadores de paz (cf Mt 5,9).
El Papa resaltó con sus palabras que la Iglesia, además de su unión íntima con Dios, es también un signo de unidad entre el género humano, dejando a un lado todo tipo de divisiones tribales, raciales, religiosas y nacionalistas, así como san Pablo lo expresa al comunicar que Cristo es nuestra paz y la unidad entre todos. (cf Ef 2,14).
Las reacciones a la visita del Papa han sido diversas: el presidente Salva Kiir Majardit se ha comprometido a restablecer el diálogo con las diversas facciones y actores que forman un frente independiente de oposición al gobierno federal. El presidente dijo que la visita papal es una piedra histórica milenaria que permanecerá en la mente de sus ciudadanos; de ella se esperan muchos frutos en beneficio de la nación y un «alto» al tráfico de armas, un punto final a las diferencias tribales y participación política en todos los ámbitos de la sociedad.

En este país, que ha estado en guerra por más de cuatro décadas, el Papa motivó a sus habitantes a fomentar una paz duradera. Luego de su visita a los campos de desplazados internos (refugiados) declaró que «el futuro no puede estar en los campos de desplazados… ¡Es necesario que todos los niños tengan la oportunidad de ir a la escuela e incluso el espacio para jugar futbol! Hay necesidad de crecer como sociedad abierta, mezclándose, formando un sólo pueblo a través de los desafíos de la integración, incluso aprendiendo las lenguas que se hablan en todo el país y no sólo dentro del propio grupo étnico».
Durante su encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, Francisco los motivó a que, en su búsqueda por la justicia y la paz, no pueden ser neutrales, y los alentó a que hablaran siempre con la verdad. Haciendo alusión a san Daniel Comboni, como ejemplo, los exhortó a comprometerse con todas sus fuerzas a la evangelización, incluso hasta la muerte, así como lo hizo el fundador de los Misioneros Combonianos.
Por otra parte, en las diócesis católicas se organizaron peregrinaciones desde lugares alejados de Yuba, la capital del país. La diócesis de Rumbek, con su obispo –el comboniano Christian Carlassare– y los pastores de otras iglesias cristianas, se pusieron así en movimiento en un largo camino que duró nueve días. A su paso por tantos poblados mucha gente se les unía, provocando una inusitada alegre esperanza. Este fue un signo más que mantiene viva la fe de este enorme y rico país, que un día logren la tan anhelada paz.

La visita del Papa Francisco a Sudán del Sur

Por: Hno. Jorge Rodríguez Fayad

La visita del Papa a Sudán del Sur era esperada con ansias con mucho tiempo de anticipación, o al menos desde que las autoridades civiles fueron invitadas por el Papa al Vaticano para vivir juntos un retiro de reconciliación en el año 2019, el 16 de marzo.

Al llegar el Papa a Sudán del Sur, no hizo su habitual recorrido desde el aeropuerto a la ciudad, como en todos los países visitados hasta ahora. Se suprimió el papamóvil por un auto regular, creando un desconcierto en la gente que lo esperaba para saludarlo y hacerlo sentir bienvenido desde las banquetas de sus calles. Para muchos de ellos fue un poco frustrante al verlo pasar en carro cerrado, velozmente y sin dar sus habituales bendiciones. La razón fue que iba con los otros líderes de otras religiones y no quería exponernos a ningún tipo de peligro.

Para los conocedores de los viajes del Papa, esta visita fue puesta de forma positiva sobre el valor inestimado de presencia en este país ensangrentado por tantos conflictos internos entre sus habitantes. El pontífice llegó como pastor para inducir o reimpulsar los acuerdos de paz entre las diferentes facciones políticas, cosa que ya se había acordado claramente, pero que no se ha puesto en práctica, hasta ahora. Este interés no era sólo de él, sino que lo realizaba juntamente con los líderes de las iglesias del norte de Europa; con el arzobispo de la Iglesia Anglicana y con el coordinador de las Iglesias de Escocia. Por lo tanto, fue una visita con carácter eminentemente ecuménico. Aquí cabe resaltar que este gesto del Papa ha sido grandemente elogiado por los fieles comunes de las otras denominaciones cristianas, se le reconoce su deseo por la paz del Sudán del Sur y la unidad de las Iglesias cristianas.

Las grandes expectativas se fueron cumpliendo, una a una, con las homilías de los tres líderes religiosos que dieron en los diversos actos en que se celebraron, haciendo presente desde el inicio el concepto de ‘paz’ cristiano, con toda su dimensión actual, y dirigida específicamente a los gobernantes de este país.

El encuentro de oración que se realizó junto con los cristianos de las diferentes denominaciones cristianas tuvo siempre una dimensión marcadamente ecuménica, cumpliendo así, un objetivo de este viaje. En esta línea, el Papa Francisco, líder de la Iglesia Católica; Justin Welby, arzobispo de Canterbury y primado de la iglesia anglicana; y Iain Greenshields, moderador de la asamblea general de Escocia, agradecieron con palabras de aprecio y animo al pastor Thomas Tut Puot Mut, presidente del Concilio de Iglesias de Sudán del Sur, quien realiza grandes obras para mantener la unión de los cristianos.

Los tres líderes religiosos hicieron referencia al valor de la vida en fraternidad que se encuentra en el Evangelio, enfatizando una humanidad donde todos son considerados hijos de Dios, hermanos en Jesucristo, donde Jesús nos propone que todos seamos embajadores de paz (Mt 5,9).

El Papa Francisco, resaltó con sus palabras que la Iglesia, además de su unión intima con Dios, es también un signo de unidad entre el género humano, dejando a un lado todo tipo de divisiones tribales, raciales, religiosas y nacionalistas, así como San Pablo lo expresa al comunicar que Cristo es nuestra paz, con un solo sentido, el de la unidad entre todos.  (Ef 2,14).

En las varias esferas de la vida de este país, las reacciones a la visita del Papa han sido varias: el presidente Salva Kiir Majardit se ha comprometido intencionalmente a restablecer un diálogo con las diversas facciones y actores que forman un frente independiente de oposición al gobierno federal. El líder del país ha declarado que la visita papal a es una piedra histórica milenaria que siempre permanecerá en la mente de sus ciudadanos; de ella se esperan muchos frutos en beneficio de todo el país, se espera también un alto al tráfico de armas, un final a las diferencias tribales, y una participación política positiva en todos los ámbitos de la sociedad.

En este país que ha estado en guerra por más de 4 décadas, el Papa motivó a sus habitantes a fomentar una paz duradera. Luego de su visita a los campos de desplazados internos (refugiados) declaró que “el futuro de Sudán del Sur no puede estar en los campos de desplazados.” Enseguida expresó su convencimiento sobre este punto: “¡Es necesario que todos los niños tengan la oportunidad de ir a la escuela e incluso el espacio para jugar al fútbol! Hay necesidad de crecer como sociedad abierta, mezclándose, formando un solo pueblo a través de los desafíos de la integración, incluso aprendiendo las lenguas que se hablan en todo el país y no sólo dentro del propio grupo étnico”.

Durante su encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, el Papa los motivó a que, en su búsqueda por la justicia y la paz, no pueden ser neutrales, y a que hablaran siempre con la verdad. Haciendo alusión a San Daniel Comboni, como ejemplo, los motivó a comprometerse a la evangelización con toda fuerza, incluso hasta la muerte, así como lo hizo el fundador de los Misioneros Combonianos.

Por otra parte, las diócesis católicas se movilizaron cuando la fecha de la visita fue confirmada. Se organizaron peregrinaciones desde lugares alejados de Yuba, la capital del país. La diócesis de Rumbeck, con su obispo -el comboniano Christian Carlassare- y los pastores de otras iglesias cristianas, se pusieron así en movimiento en un largo camino que duró nueve días. A su paso por tantos poblados mucha gente se les unía, provocando en ellos una inusitada alegre esperanza. Este fue un signo más que mantiene viva la fe para que los habitantes de este enorme y rico país, con sus casi doce millones de habitantes, un día obtengan aquello que siempre se le ha escabullido cada vez han tenido la oportunidad de obtener la tan anhelada paz.

Dos regalos para el pueblo turkana

Por: P. Aarón Cendejas

El 4 de junio del año pasado, tuvo lugar la consagración episcopal de monseñor John Mbinda (espiritano), como cuarto obispo de la diócesis de Lodwar (al noroeste de Kenia). Previamente, el 3 de junio, el padre Mbinda fue recibido en la parroquia de Kainuk, al sur de la diócesis. Durante el trayecto hacia la ciudad de Lodwar, el «nuevo obispo» tuvo que hacer varias «paradas», para saludar a la gente a lo largo de la carretera. Su mensaje, tomado de su «escudo de armas», siempre era: «Estén alegres…», añadiendo una palabra sobre la importancia de la paz en las regiones fronterizas de su territorio.

El 4 de junio, en el Centro Cultural «Ekaales», el padre John Mbinda, originario de Kanzalu (Machakos, al sur del país), fue consagrado y entronizado obispo de Lodwar, en una colorida ceremonia, presidida por el nuncio apostólico de Kenia y Sudán del Sur, monseñor Bert Van Megen. Para acompañar al nuevo pastor, asistió la mayoría de los obispos de Kenia. Acudieron a la celebración cerca de 10 mil fieles procedentes de todo el país y del extranjero.

Al final de la misa, monseñor Mbinda agradeció a Dios por haberlo elegido, «entre otros sacerdotes mejores y más santos que un servidor». Espera contribuir, con su experiencia de seis años entre los pokot (vecinos y «enemigos» de los turkana), para ayudar a estos pueblos a vivir en armonía y en paz. La Conferencia Episcopal de Kenia felicitó a monseñor Mbinda y le dio la bienvenida al grupo, asegurándole su apoyo.

El nuevo pastor celebró una eucaristía de agradecimiento en la catedral de Lodwar, dedicada a san Agustín y, el 28 de junio visitó la parroquia de Nakwamekwi, atendida por los Misioneros Combonianos. En su homilía, monseñor Mbinda exhortó a los fieles a seguir con valentía a Jesucristo y a convertirse en anunciadores de la Palabra de Dios.

Silas, sacerdote para siempre

El segundo regalo de 2022 consistió en la ordenación sacer-dotal del diácono Silas Mukafwa. La ceremonia tuvo lugar el pasado 28 de agosto en el atrio de la catedral de Lodwar, con gran afluencia de fieles, religiosas, religiosos y sacerdotes. Unas 150 personas, entre familiares y amigos de Silas, llegaron de Kitale y alrededores, ya que él pertenece a la etnia luhya, pero quiso desarrollar su apostolado en la diócesis de Lodwar, entre los turkana.

Vivía en Nakuru con sus padres, William y Florence Mwanambisi; luego, se cambiaron a Sirende-Kitale, región colindante con tierras turkanas. Como seminarista, realizó en 2012 su curso propedéutico y de espiritualidad en Molo; cursó Filosofía en Mabanga (2013-2016) y Teología en Tindiño (2017-2022). Monseñor Mbinda lo ordenó diácono.

En la liturgia de la Palabra, se presentó la vocación de Jeremías sacerdote (Jer 1,4-9), según el orden de Melquisedec (Heb 5,1-10) y enviado a ser «pescador de hombres» (Lc 5,1-11). En la homilía, el obispo exhortó a Silas a ser hombre de oración, «como Pedro, Juan y Santiago, que dejaron sus redes y todo lo demás, incluida la pesca milagrosa… y siguieron inmediatamente a Jesús. Así tú, busca el tiempo, deja cada día todas las “redes” de tu vida, y encuentra a Jesús en la oración. Ponte en las manos de Dios, pues el trabajo apostólico no es nuestro, sino de Él». Monseñor Mbinda también le recomendó a Silas que estuviera siempre dispuesto a celebrar la eucaristía y atender las necesidades espirituales de los fieles: «Has sido elegido –afirmó el prelado– entre el pueblo, para ser “sacrificio”, unido a Jesús… para perdonar los pecados, para ser santificado y hacer que los fieles reciban los dones divinos». Por último, le dijo: «Sé un sacerdote obediente a tu obispo y superiores, un trabajador incansable que ame a su gente sin condiciones ni discriminar naciones… un sacerdote que valora la paz, el amor y la unidad; un clérigo que se da a sí mismo por el bien de los fieles».

Silas ejerce sus primicias sacerdotales como vicario en la parroquia de Lokori, misma que abrió el instituto de los Misioneros Combonianos en 1992.

«El mundo quiere testigos»

Por: P. Aldo Sierra, desde Pietermaritzburg, Sudáfrica

Nací en Torreón, Coahuila, y desde hace una década trabajo en África, primero en Zambia, en donde pasé ocho años. Desde hace dos, soy el encargado de la formación de jóvenes misioneros. Al inicio me desempeñé como misionero en medio de la gente, ahora soy formador de candidatos a la misión; un estilo de vida muy diferente.

En el primer destino, la necesidad pastoral me condujo a estar más con la gente sencilla y compartía sus penas y alegrías; ahora me enfoco más en la guía de nuestros estudiantes; la mayoría de las veces desde la paciente escucha y guía en una oficina o en el espacio enmarcado sólo por los cuatro muros que circundan el terreno de nuestra casa formativa.

Como misionero, si bien no hay tanta acción en esta segunda etapa, sí tiene mucha pasión. Es un poco como comparar el libro del Apocalipsis y el de Job, mientras que el primero está lleno de fascinación y acción, el segundo carece de acción, pero está lleno de pasión.

En estos años de trabajo en la formación, constato que hay actitudes que deben inculcarse a todo candidato a misionero, me gustaría mencionar tres de ellas: pasión por las personas a la que se es enviado; testimonio y actitud de escucha; y el compromiso por la justicia, la paz e integridad de la creación. Veamos cada una de ellas.

Pasión: Es el compromiso constante de compartir la vida y destino sobre todo con los más pobres y abandonados. Es una entrega fuera de toda ideología, pues no se trata de salvar o cambiar la vida de esas personas vulnerables, sino de regalarles esperanza y confianza en el futuro. El mundo está herido y necesita de misioneros entregados y humildes, que compartan la causa de los que sufren, como nos recuerda la Gaudium et spes: «La alegría y la esperanza, la tristeza y la angustia de las personas de nuestro tiempo, especialmente de los pobres y afligidos por diversas circunstancias, son también la esperanza y la alegría, la tristeza y la angustia de los seguidores de Cristo» (GS 1).

Testimonio y actitud de escucha: El Pueblo de Dios no quiere maestros, sino testigos (cf Redemptoris missio 42) y esto es lo que hay que despertar en los candidatos. No se trata de ir a la misión con la idea de corregir y enseñar, sino de compartir su experiencia de fe y vida. El discípulo humilde es el favorito de Dios y, al igual que María, guarda las cosas en su corazón (Le 2,19) como primera actitud antes de hablar, decir, opinar y juzgar. En la cultura africana se dedica mucho tiempo para escuchar; es más, en las reuniones de las aldeas, el joven es invitado a escuchar al anciano.

En mi experiencia, lo que más atrae de un misionero no son sus discursos u homilías, sino la constante y sencilla entrega de cada día. La gente recuerda gestos de amabilidad, paciencia, apoyo y ternura. A veces, el hecho de venir de otro país y cultura ya atrae a la gente: ¿por qué esta persona viene de tan lejos para hablarnos de la Palabra de Dios? ¿Qué o quién lo motiva? Este testimonio de desprendimiento realmente los conmueve.

Compromiso por la justicia, la paz e integridad de la creación: La justicia es la base para crear una verdadera paz, como decía el papa Pablo VI dirigiéndose a los jóvenes en 1972: «Si quieren paz, trabajen por la justicia». El establecimiento de la justicia requiere de mucho esfuerzo, concientización, lucha por el respeto a los derechos humanos y oposición a todo régimen opresor. La justicia empieza por cultivar buenas relaciones basadas en la colaboración. Ser justos significa dar a cada realidad su verdadero valor, también expresa amor a la verdad, pues ésta nos hace libres (In 8,32). Por desgracia vivimos en un mundo en que la verdad, sobre todo en política y medios de comunicación, cada vez importa menos. Justicia, paz y verdad van de la mano y no se concibe una sin las otras dos. La integridad de la creación es un elemento clave, sobre todo para el papa Francisco en Laudato si’ y Fratelli tutti, donde conceptos como la recuperación y conservación del planeta, entendido como casa común, y la conversión ecológica, han sido grandes temas a desarrollar y tareas pendientes. En pocos años hemos mermado la capacidad de vida de la casa común, con tanta contaminación del aire, del agua, de los bosques y auditiva. El calentamiento global tiene que revertirse. El misionero aporta si, junto a quienes es enviado, transforma la realidad con pequeños actos: separa desechos, impulsa el reciclaje, fomenta la reforestación de los bosques, evita el desperdicio de energía y alimento, etcétera.

Como formador, mi labor es despertar y activar los valores que hay en los jóvenes. Me alegra que hoy la mayoría de misioneros en África sean africanos; almas sensibles, sociales, inteligentes… El candidato africano es capaz, innovador, creativo y sin miedo a los retos.

El continente tiene un gran futuro en sus propias manos. Ahora entiendo por qué san Daniel Comboni basó su estrategia misionera con el lema: «Salvar África con África». Todo su plan muestra la confianza y el optimismo para transformar la realidad africana por medio de la educación y formación de la gente local, y a su vez, ayuden a sus coterráneos.

Agradezco de todo corazón esta experiencia, así como el aporte de mi granito de arena en la construcción de este sueño. A fin de cuentas, el misionero es promotor de la vida y dignidad de la persona a la que es enviado a compartir su mensaje de esperanza. Crear entusiasmo en los jóvenes que se preparan a la misión es un privilegio y un compromiso.

«Nuestra Pascua»

El lingala es una de las lenguas nacionales de República Democrática del Congo (RDC). «Pasika ya biso» quiere decir «nuestra Pascua». Tiene un profundo sentido envolvente de la persona y de la comunidad.

Por: P. Eduardo Pesquera, desde Isiro (RDC)

Para el congoleño que ha optado por Cristo, la Pascua es el centro de su vida, es la experiencia de Jesús que refleja en su ser y acontecer. Una vida llena de oscuridad y dificultad, de vacío y decepción, de guerra e inseguridad, y, al mismo tiempo, una experiencia llena de esperanza, de alegría, de luz, de música y de Dios. Cuando la gente dice «nuestra Pascua» es porque no puede dejarla pasar así nada más. A pesar de las tempestades, ellos saben que es su punto de referencia para vivir.

En este contexto, cada año se prepara la Pascua en esta tierra africana. El año pasado estuvo marcado por la pandemia y, hasta nuestros días, no nos deja tranquilos. Pese a que en RDC la enfermedad no pegó muy fuerte (gracias al clima o a que esta nación ha aprendido a vivir en medio de circunstancias difíciles) hubo disposiciones que se tenían que respetar con un espíritu de protección y solidaridad con el mundo entero.

Una de ellas fue la suspensión de celebraciones religiosas. Con el lento desarrollo de los medios de comunicación en Isiro, las misas y otros actos se realizaron en las iglesias y se difundieron por medio de bocinas; así los cristianos pudieron seguir las celebraciones desde sus casas. Es increíble cómo la gente de nuestra parroquia no dejó su fe, pese a la distancia y a la falta de contacto físico con la eucaristía. Llegó marzo y con ello la Cuaresma, tiempo por excelencia para prepararse a la gran fiesta de Resurrección. Sin embargo, como en casi todo el mundo, no se abrieron las puertas de nuestras iglesias y no se dejó entrar a la gente. Pero no faltó la conversión; tampoco faltaron el viacrucis, la oración y el ayuno. En tiempo de pandemia hubo solidaridad en todo momento.

Con la Cuaresma, el cristiano comienza un proceso de purificación y cambio. La eucaristía y el sacramento de la reconciliación son importantes en este deseo de renovar la vida, y quienes no pueden acercarse a ellos, buscan la presencia de Dios. En esta preparación, el viacrucis es importante, ya que el recorrido de la pasión de Jesús se identifica con el propio sufrimiento. Esto mantiene viva su fe: saber que, quien resucitó, pasó por los sufrimientos que no son ajenos al pueblo, y después de ellos, alcanzó la vida eterna. Para la gente es comprensible esta lógica: un hombre que sufre, un Dios que resucita y nosotros con él.

Durante la Cuaresma, la gente se reúne en sus comunidades para tratar temas relacionados a la conversión, el amor y la ayuda al prójimo. Esto les da fe y esperanza en medio de una situación social, política y económica inestable y aparentemente sin salida. Desde la visión del congoleño, la Pascua de Jesús es ya una respuesta a este laberinto. Por eso dicen: «Pasika ya biso», que quiere decir: «nuestra Pascua, nuestra esperanza, nuestro camino».

En este tiempo los distintos grupos parroquiales se comprometen a realizar actos de solidaridad tales como: juntar ayudas para visitar a los enfermos y necesitados, visitar a los presos en la cárcel y animarlos; ayudar a los alcohólicos y drogadictos a dejar sus vicios; sensibilizar a la gente sobre las injusticias dando a conocer sus derechos como ciudadanos y compartir la experiencia de fe para ayudar a los que están hundidos en la desesperación.

En ese contexto, la liturgia también es esencial e importante. Para la gente en RDC la liturgia es manifestación de la vida. Cada gesto tiene un valioso significado relacionado con la experiencia cotidiana. Por ejemplo, la invocación de los ancestros y de los santos pidiendo su protección; el momento de paz después de la reconciliación como signo del proceso de renovación de la relación con Dios y con los semejantes; el canto y la danza.

Estos gestos forman parte de la atmósfera creada en la celebración del Rito Congoleño, que después de controversias fue aceptado por El Vaticano, gracias al cardenal Malula en los años 70, y se presentó como oportunidad y gran apertura de la Iglesia a la inculturación del Evangelio a las realidades propias de los pueblos. En el caso de los congoleños, desde hace muchas décadas viven gran inestabilidad.

Por eso, este pueblo vive la liturgia desde lo más profundo de su realidad. Y en este tiempo de preparación para recordar y revivir la resurrección de Jesús, igualmente se prepara para vivir «su propia resurrección», aún en medio de dificultades e incertidumbres. Las celebraciones son sobrias y profundas, y se realizan con la escucha de la palabra de Dios, que llama a la conversión, a la lucha por la justicia y la igualdad y a la esperanza de la vida en Dios. El corazón y el cuerpo se preparan, y la comunidad también lo hace ante este gran acontecimiento que es la resurrección de Jesús y la resurrección del pueblo.

Este 2021 hemos iniciado nuestro camino hacia la Pascua. Los misioneros, junto con el pueblo congoleño, tenemos puestos los ojos en Dios con mucha fe, alegría y esperanza. Estamos seguros que será nuevamente: «Pasika ya biso».

Promover la salud integral

Hospital San Miguel de Donomanga, en Chad

En el Hospital San Miguel, un equipo de profesionales sanitarios, coordinado por el hermano Comboniano mexicano Juan Carlos Salgado, médico de profesión, hace todo lo posible para que los pacientes sean tratados con respeto y profesionalidad, curándoles y ayudándoles a tener esperanza.

Texto y fotos: Hno. Bernardino Frutuoso, mccj. (Alem-mar)

Salimos de Laï, en el sur del Chad, a las seis de la mañana, cuando aún estaba amaneciendo. Viajábamos hacia Donomanga, un pequeño pueblo situado a 80 kilómetros, donde íbamos a ver el trabajo que se realiza en el Hospital de San Miguel. La institución pertenece a la diócesis de Laï y forma parte de la red de servicios sanitarios gestionados por la Cáritas local.

La temporada de lluvias, este año muy intensas, acababa de terminar y causó grandes destrozos en el camino de tierra. Nuestro conductor zigzagueaba el coche con destreza y velocidad, intentando evitar los grandes agujeros que la lluvia y los vehículos habían abierto en el pavimento. Nos cruzamos con grupos de gente de los pueblos en motos, bicicletas, camiones -que funcionan como transporte de pasajeros- o carretas tiradas por bueyes.

Al borde de la carretera, los aldeanos, en su mayoría mujeres y niños, transportan cubos y palanganas con el agua que recogen del pozo comunitario, o la leña que utilizan para cocinar. Algunos niños van andando a la escuela, que en esta estación funciona de lunes a sábado, desde las 7.30 hasta las 12 del mediodía, bajo un sol abrasador, ya que la temperatura empieza a subir y pronto supera los 35º C. Todo el mundo tiene que respirar el polvo que se levanta en grandes nubes oscuras al paso de los vehículos de motor.

En esta parte del sur del país, rica en tierras cultivables y con un gran potencial agrícola, las plantaciones de arroz y algodón se extienden por el horizonte. También nos cruzamos con rebaños de ganado en las carreteras.

Servir a los enfermos con alegría

Tras un accidentado viaje de tres horas, atravesamos la puerta principal del hospital. Lo primero que vemos son grupos de personas sentadas a la sombra bajo los árboles más frondosos. Otros ocupan los pasillos exteriores de los distintos pabellones. “Son los familiares de los pacientes quienes se ocupan de ellos. Cada familia se responsabiliza de su enfermo, le hace la comida y vigila de cerca su estado de salud”, explica el hermano Juan Carlos Salgado, misionero comboniano y único médico que ejerce en esas instalaciones.

Sor Ángela, enfermera mexicana que lleva en Chad desde 2008, pertenece a la congregación de las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. Colabora en la administración del hospital y nos lleva a visitar las instalaciones. Nos cuenta que el hospital tiene capacidad para 70 pacientes ingresados, repartidos entre pediatría, maternidad, medicina general y enfermedades infecciosas. El hospital atiende a 10 mil usuarios y es el único que atiende a los 111.538 habitantes del distrito de Donomanga. Siguiendo una de las tendencias del continente, la mitad de estas personas son menores de 14 años (datos de 2022).

María Oralia, también mexicana y que llegó a Chad hace poco más de un año, nos cuenta que la logística para almacenar los medicamentos es exigente y complicada, ya que no hay servicio público de electricidad y tienen que utilizar un generador diésel y baterías. Esta tarea es ahora más fácil, nos dice con una sonrisa, porque hace unos días se instalaron 24 paneles solares, que garantizan energía durante todo el día y permiten, por ejemplo, mantener fríos los medicamentos que necesitan estar a baja temperatura.

El hermano Juan Carlos añade que puede resultar difícil entender cómo un hospital puede funcionar sin energía, pero que “se han adaptado a trabajar con recursos escasos”. Dice que ahora pueden “tener un banco de sangre, mantener los servicios básicos en funcionamiento durante 24 horas e incluso realizar algunas operaciones con más tranquilidad en caso de emergencia”. Antes, tenían que encender el generador eléctrico y esperar que no se estropeara.

En la maternidad se encuentra la hermana Aurelia, originaria de Guatemala. Esta joven enfermera trabaja en el hospital desde 2008 y es responsable de la administración de esta ala, la planta de pediatría y el quirófano. Con una cálida sonrisa, nos cuenta que es originaria de San Marcos, una región con temperaturas bastante suaves, pero que se ha adaptado bien al clima seco y caluroso del Chad. Y en las frescas mañanas de la estación seca “incluso tiene que ponerse un abrigo” porque siente frío: las temperaturas nocturnas bajan a 14-16 grados y los chadianos llevan gruesos abrigos. Subraya que la misión de su instituto, fundado en Guadalajara (México) por la Madre Naty (1868-1959), primera santa mexicana, es servir a los que más sufren, los enfermos, y que se siente muy feliz en San Miguel.

La monja nos cuenta que reciben, de media, unas 100 parturientas al año, generalmente con algún tipo de complicación. “Cuando hay situaciones difíciles que las enfermeras no han podido resolver en los centros de salud de las aldeas, envían a las embarazadas de vuelta al hospital”, explica. Aurelia entra en la habitación y habla con una mujer que había sido mordida por una serpiente y ya estaba siendo medicada. Pidió a un hombre, sentado junto a la puerta, que sacara de un frasco la pequeña serpiente venenosa que uno de los aldeanos había matado. Nos dice que “si la señora no hubiera sido asistida, el veneno se habría extendido pronto y habría muerto rápidamente”. Añade que “las mordeduras de ser-piente siguen siendo frecuentes en la región, y la gente sufre mordeduras cuando trabaja en el campo o en los pueblos”. Cada año, precisa, hay unos “100 pacientes que llegan al hospital en estas condiciones”.

El hermano Juan Carlos atiende a una mujer embarazada y, poco después, le realiza una ecografía para hacer un mejor diagnóstico, conocer la salud del bebé y de la madre y decidir los pasos a seguir.

Retos diarios

El hospital, como observamos, está bien organizado, aunque no cuenta con mucho personal, ya que, incluidos todos los empleados, sólo trabajan allí 38 personas. Cuando llegamos, el hermano Juan Carlos estaba en su consulta atendiendo a los pacientes externos que llegaban ese día. Comenta que muchas personas llegan al hospital ya muy enfermas, porque “primero recurren a las medicinas y curanderos locales y sólo después, si no hay resultados positivos, acuden al hospital”. Muchos pacientes llegan ya muy enfermos, por ejemplo, con grandes infecciones derivadas de accidentes o heridas con cuchillos, machetes o armas, o enfermedades en estado muy avanzado. Las enfermedades más comunes en la región son las infecciosas, concretamente la tuberculosis y la malaria, la desnutrición infantil y las enfermedades respiratorias. Cuando la malaria, muy frecuente durante la estación lluviosa (que dura de mayo a septiembre), afecta a los niños, el proceso de recuperación es más complicado, ya que muchos sufren anemia grave.

La jornada laboral del médico misionero “comienza temprano con las visitas a los pacientes en las diferentes salas; continúa con las consultas externas, la realización de ecografías y pequeñas intervenciones quirúrgicas”. Las “cirugías más complejas y que requieren más tiempo” se programan cada semana para el jueves y el viernes. Sin embargo, en caso de emergencia, “se hacen a cualquier hora, incluso durante la noche”, explica el misionero. Para ello hay dos quirófanos, dotados del equipo esencial.

El hermano Juan Carlos es mexicano y antes de venir al Chad trabajó en la República Democrática del Congo como enfermero. Sólo al cabo de unos años, en 2003, se fue a estudiar medicina a la Universidad de Gulu, en Uganda. Cuando terminó la carrera, regresó a territorio congoleño y se trasladó al hospital de la diócesis de Wamba, donde coordinó y supervisó la red de dispensarios.

En el Chad, desde hace dos años, lleva a cabo un servicio difícil, pero que le llena como persona, como hermano misionero y como médico. Valora su trabajo con los enfermos, los más vulnerables de la sociedad, a pesar de no disponer de muchos recursos humanos y técnicos. “Estoy contento de estar aquí. Me gusta más la vida tranquila del campo que el estrés y el bullicio de las grandes ciudades”, explica. Sin embargo, trabajar en este remoto lugar tiene sus limitaciones, inconvenientes y retos. El mayor reto al que se enfrenta como médico “es la falta de apoyo de otros colegas con experiencia, con los que podría hablar y discutir los casos clínicos más complicados”. Sin embargo, afirma que con los años de práctica ha ganado “confianza para tomar decisiones” y, siempre que ha podido, ha procurado consultar a “colegas amigos utilizando plataformas de comunicación, ya que las nuevas tecnologías permiten este trabajo en equipo”.

Y añade que, a pesar de estar en un lugar remoto, esto no impide la solidaridad. Hay un grupo de oftalmólogos españoles que vienen todos los años a trabajar, con gran dedicación, durante dos semanas como voluntarios en el hospital. Su sueño es contar con equipos de médicos voluntarios de otras especialidades, sobre todo de salud bucodental, ya que “este servicio es prácticamente inexistente en este país”.

Cuenta que cuando llegó por primera vez a Chad tuvo dificultades para adaptarse al clima y a las temperaturas tan extremas. Con una carga de trabajo tan intensa, en este clima es fácil deshidratarse, por lo que “a menudo sufre la formación de cálculos renales”. Como la malaria es una enfermedad endémica, él también se infecta de forma recurrente y “este año ya ha sufrido tres ataques característicos de la enfermedad”.

Manos fraternas y solidarias

Debido a los limitados recursos de la población de la región -la mayoría se dedica a la agricultura de subsistencia-, las consultas y la hospitalización tienen un coste muy bajo. Y como el hospital no recibe financiación estatal, encontrar los fondos para mantenerlo en funcionamiento es siempre un gran reto, que requiere “creatividad y disciplina presupuestaria”.

Entre las necesidades más urgentes, el hermano Juan Carlos menciona “un aparato de rayos X, una máquina para esterilizar la ropa y el instrumental quirúrgico, un nuevo frigorífico para el banco de sangre y reparar el depósito de agua que pierde. Añade que “trabajar con recursos limitados no es fácil”, pero han aprendido a gestionarlos bien para que “todo funcione bien”. Además, en el hospital todo el mundo está concienciado de “no desperdiciar y reciclar todo lo que sea posible”.

El hermano tiene muchos proyectos en mente para el futuro, especialmente los destinados a garantizar la autosostenibilidad del hospital. Entre estas iniciativas menciona la plantación de anacardos para vender la fruta y la compra de un tractor para labrar y cultivar la tierra propiedad del hospital.

En el rostro del hermano Juan Carlos se percibe la serena alegría de una vida entregada por amor a Dios y a nuestros hermanos más vulnerables. “Con mi servicio hago todo lo posible para que la gente esté sana y sea feliz. Todo el mundo es tratado con el respeto y la dignidad que merece. Mi mayor alegría es ver que los pacientes vuelven a casa curados”, confiesa tímidamente.

El médico misionero termina sus días cansado y a menudo se queda en el hospital también por la noche porque tiene que realizar operaciones urgentes. No vuelve a dormir en la casa de la comunidad comboniana cercana, donde comparte su vida con tres sacerdotes -de México, Togo y la República Centroafricana- dedicados a la atención pastoral de la parroquia de Donomanga y de las doce pequeñas comunidades cristianas rurales de la zona. A pesar de las dificultades, el hermano Juan Carlos es una persona realizada, feliz por la misión que lleva a cabo con sus competentes manos médicas, manos fraternas y solidarias, que ayudan a dar vida y esperanza a los habitantes de esta remota aldea del Chad.

Si quiere ayudar al hermano Juan Carlos para el sostenimiento de su hospital, puede ponerse en contacto con nosotros en este enlace: DONATIVOS