El pasado 27 de abril, segundo Domingo de Pascua, el P. Aarón Cendejas, misionero comboniano, presidió una misa de acción de gracias en su Morelia natal para celebrar los 50 años de sacerdocio. Estuvo acompañado por un buen número de feligreses de la parroquia, su familia y varios combonianos que quisieron acompañarlo en un día tan especial.
El P. Aarón Cendejas, en el centro, acompañado por varios sacerdotes combonianos de la Provincia de México
Como misionero comboniano, el P. Aarón inició su formación en los años 60 en el seminario de Sahuayo, Michoacán, dejando su ciudad natal, Morelia. En 1969 hizo sus primeros votos y el 10 de octubre de 1974 profesó perpetuamente, para luego ser ordenado sacerdote el 27 de abril de 1975. Actualmente sae encuentra trabajando entre los turkana, uno de los pueblos de Kenia, país al que ha dedicado más de 25 años de su vida. Siente que su corazón ha echado raíces entre aquellas personas que se han convertido en su segunda familia.
Su trabajo misionero se desarrolla a través de la presencia y el acompañamiento de quienes se van acercando poco a poco al Evangelio, y que hoy dan origen a las primeras pequeñas comunidades cristianas. La catequesis y la celebración de los sacramentos son algunas de las ocupaciones que llenan sus jornadas.
A lo largo de estos 50 años de vida sacerdotal y misionera, el padre Aarón también ha colaborado con otras actividades de los combonianos en México. Durante varios años trabajó en la redacción de Esquila Misional y Aguiluchos, y compartió su experiencia misionera desde la comunidad de Sahuayo al visitar a grupos.
A través de su camino misionero, el padre Aarón siempre ha sido acompañado por su familia, que demostró un cariño muy especial por las misiones.
El Año Comboniano de Formación Permanente (ACFP) es una iniciativa que el Instituto Comboniano ofrece a los hermanos que ya han cumplido 10-15 años de servicio misionero. En vísperas de la conclusión del curso, los dieciocho participantes del 21 ACFP 2024-25 escriben: «Nos sentimos felices del camino que hemos recorrido juntos, humana y espiritualmente serenos, animados a afrontar las tareas venideras con mayor responsabilidad y nuevos conocimientos».
Queridos hermanos
El Año Comboniano 2024-2025 está llegando a su fin. Antes de regresar a nuestras respectivas provincias, queremos compartir con vosotros lo que ha sido para nosotros este tiempo especial de formación permanente.
Hemos llegado a Roma después de un período, en promedio, de 15 años de misión, en el que hemos experimentado la belleza de nuestra consagración a Dios y a los más pobres y abandonados en tantas realidades misioneras diferentes, y también nos hemos encontrado cara a cara con los límites y la fragilidad de nuestra humanidad.
Algunos de nosotros llegamos heridos por experiencias comunitarias difíciles, otros sacudidos por los cambios que se estaban produciendo tanto en la sociedad en general como en nuestro Instituto, de tal manera que se cuestionaban el sentido y el futuro de su misión y consagración.
Muchos de nosotros habíamos oído hablar erróneamente del Año Comboniano, descrito a veces como un período destinado sólo a personas «problemáticas» o «en crisis», y por eso habíamos llegado a Roma con muchas dudas e interrogantes.
Ahora que nos acercamos al final del curso, queremos compartir con vosotros nuestra alegría. Hemos caminado juntos como una comunidad orante de hermanos que se aman y se preocupan por sus propias vidas y vocaciones y por las de los demás. Las heridas que llevábamos en el cuerpo y en el corazón se convirtieron en «rendijas», destellos de luz que revelaban discreta pero claramente la gracia de Dios que continuamente nos elige, nos hace suyos y, a través de su Palabra y de su Espíritu, nos resucita y nos envía de nuevo.
Juntos hemos crecido en el conocimiento de nosotros mismos, en el diálogo entre nosotros, con el Instituto y con la realidad que nos rodea y nos interpela. Sobre todo, nos ha reconfortado el contacto profundo con la persona y la espiritualidad de nuestro fundador, San Daniel Comboni, gran compañero durante este año. En resumen, ¡estamos listos para partir de nuevo!
Queremos agradecer de corazón al Instituto por habernos permitido vivir este tiempo de gracia, así como a las comunidades combonianas de la provincia italiana que nos han acogido fraternalmente. Gracias también a las personas que nos han iluminado con su sabiduría y experiencia, y a los coordinadores del curso que nos han guiado y acompañado.
El curso ha resultado ser un camino que realmente recomendamos a todos, sin miedos ni prejuicios. Vivimos un verdadero cambio de época, y esto exige creatividad y espíritu de adaptación. Sin embargo, somos conscientes de que sólo podremos responder a los múltiples desafíos de hoy a través de un arraigo cotidiano y fiel en Dios, con un corazón reconciliado y capaz de comunidad, y con una pasión misionera radicalmente comboniana.
Nos sentimos felices del camino recorrido juntos, humana y espiritualmente serenos, animados a afrontar las tareas venideras con mayor responsabilidad y nuevos conocimientos.
Quisiéramos concluir este breve escrito a la manera de nuestro querido y llorado Papa Francisco: «No se olviden de rezar por nosotros». Contamos con ello.
La llegada de los Misioneros Combonianos a Macao pronto suscitó una pregunta: ¿Qué pasa con China continental? Así nació un proyecto para apoyar a la Iglesia en China: Fen Xiang. El objetivo es promover la compartición de recursos y medios con las diócesis mediante la formación del clero, religiosos y laicos.
La apertura de una comunidad en Macao y, posteriormente, otra en Taiwán, fueron las bases que permitieron el lanzamiento de la presencia comboniana en el contexto chino. Sin embargo, aún teníamos la mirada puesta en China continental, donde queríamos estar presentes. Aunque la tarea era compleja, a finales de 1998 se elaboró un plan para hacer realidad este sueño. Se denominó el proyecto Fen Xiang, que subrayaba la visión de compartir y ayudarse mutuamente entre iglesias, de la cual los Misioneros Combonianos querían convertirse en instrumentos y animadores.
Su objetivo era promover una presencia que no estaba plenamente desarrollada en aquel entonces, pero que permitiría a los Misioneros Combonianos estar en contacto y, de alguna manera, compartir las preocupaciones de la Iglesia en China. También promovió una dimensión social, que incluía la promoción del desarrollo humano integral mediante la participación en proyectos de apoyo a niños pobres, orfanatos con niños con discapacidad física, enfermos de SIDA y residencias para ancianos.
Desde el principio, tener presencia en China continental fue una estrategia que, en su forma y aplicación, evolucionó lentamente hasta convertirse en lo que llamamos la «misión itinerante comboniana». La itinerancia comboniana en China comenzó en octubre de 1998, con viajes, contactos e interacciones con líderes de la Iglesia en China.
En sus veintisiete años de existencia, el proyecto Fen Xiang ha abierto nuevos frentes y espacios en su inserción y colaboración con la Iglesia en China. Sus objetivos se han centrado en difundir el espíritu misionero de la Iglesia, un compromiso incondicional con los más pobres de la sociedad y una misión itinerante que se concreta en viajes desde Macao a China continental.
El objetivo general de Fen Xiang es el crecimiento y el fortalecimiento de la Iglesia local para que esta pueda crecer y llevar a cabo iniciativas y proyectos específicos. Existe una buena colaboración con la Iglesia en China en materia de formación mediante becas para sacerdotes, profesores de seminario y religiosos que se preparan en los campos religioso, teológico y pastoral, así como en las ciencias sociales o la salud, especializándose en áreas que les permitan servir mejor a la sociedad.
El equipo de Fen Xiang, que visita periódicamente China, imparte cursos de formación y ejercicios espirituales y comparte las preocupaciones de la vida religiosa y misionera con seminaristas, religiosos, sacerdotes y laicos, principalmente en el norte de China, en las provincias de Gansu, Hebei, Henan, Shanxi, Shaanxi, Henan, Sichuan y Shenyang; también anima la Iglesia local y da a conocer a San Daniel Comboni y el espíritu misionero comboniano; de esta manera, sirve de puente entre las Iglesias; Fen Xiang también está involucrado en proyectos de promoción humana para expresar la dimensión social de la fe, algo que es inseparable de la vocación misionera hacia los más pobres.
Lo que estaba claro desde el principio, y lo sigue estando hoy, es que Dios inspiró el proyecto de Fen Xiang y estaba en sintonía con las características básicas del carisma comboniano: la preocupación por los marginados de la sociedad (creación de orfanatos, centros de ayuda, becas para estudiantes pobres del campo); la necesidad de compartir el espíritu misionero con la Iglesia local (a través de cursos, boletines, contactos personales y contribuciones a través de retiros); la formación religiosa de la Iglesia local (retiros anuales para sacerdotes, hermanas, seminaristas y laicos, cursos de formación para personal de la Iglesia, campamentos de verano e invierno para jóvenes), para reafirmar que los chinos son los misioneros de su pueblo.
En estos años de trayectoria de Fen Xiang, podemos decir que los resultados han sido muy satisfactorios. Sacerdotes, profesores de seminario y religiosos se han formado en diferentes lugares gracias a la ayuda de Fen Xiang, y al regresar a casa, han asumido puestos de responsabilidad para seguir colaborando en la formación cristiana en sus respectivas áreas. Los desafíos tangibles y evidentes de Fen Xiang no están exentos de dificultades cuando se dan en un contexto de inseguridad. Las visitas a China dependen de muchas circunstancias, incluida la obtención de un visado.
Esto hace que este proyecto sea típicamente misionero y comboniano. Ha sido y sigue siendo una labor oculta, donde prevalece la prudencia, y todas las responsabilidades principales deben quedar en manos de la Iglesia local. Por ello, seguimos invirtiendo en la formación integral de sus agentes pastorales, incluyendo la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de los laicos. Ellos se encargan de las actividades caritativas, la catequesis y el impulso misionero.
Los frutos llegarán como y cuando Dios quiera. Aun así, no cabe duda de que el testimonio de la Iglesia en China y sus agentes pastorales, que han sufrido persecución y siguen bajo el control del gobierno, nos ayuda a poner en práctica lo que afirmamos: que nos solidarizamos con el pueblo al que somos enviados, que aprendemos de la gente y que vivimos juntos en la Iglesia local con la que compartimos nuestras vidas.
Mons. Christian Carlassare, obispo comboniano de Bentiu, en Sudán del Sur, nos comparte cuatro maneras de participar en el Jubileo desde donde quiera que estemos.
Por: Mons. Christian Carlassare, mccj
La peregrinación es un viaje
La primera palabra clave del Año Jubilar es peregrinación. La peregrinación es un viaje. No solo un viaje físico, sino sobre todo un viaje espiritual para encontrar al Señor. Mucha gente viaja, pero eso no significa que esté en peregrinación. La primera forma de ser peregrino, por lo tanto, es la oración, y especialmente la contemplación. Esto significa poder ver a Dios, que está en todas partes, y escuchar su mensaje en los acontecimientos de la vida que experimentamos. Podemos estar en casa y, sin embargo, emprender un viaje porque caminamos con el Señor, con los signos de los tiempos y la llamada que Él tiene para cada uno de nosotros.
Proteger la dignidad de la vida en todas sus etapas
La segunda palabra clave específica del Año Jubilar 2025 de la Iglesia Católica es la esperanza. La esperanza es una virtud teologal. Es un don de Dios. Pero también es una actitud que debemos aprender a practicar fortaleciendo nuestra fe y amor, porque la esperanza tiene sus raíces en la fe y se nutre del amor. Pertenecemos a Dios y somos parte de un plan mayor de salvación. ¿Cómo miramos el mundo? A veces podemos vivir sin rumbo, sin esperanza. También podemos tener miedo y estar confundidos, pero la esperanza nos dice que no debemos tener miedo de vivir nuestras vocaciones dondequiera que estemos.
La segunda manera de ser un peregrino de esperanza es ofrecer nuestra contribución única al mundo. Podemos hacerlo cuando respondemos al llamado de Dios. Cuando somos profundamente la persona que hemos sido creados para ser, con nuestros dones específicos, con nuestros valores, con nuestros sueños y deseos, y cuando no tenemos miedo de expresarnos. También, cuando vamos a contracorriente de una sociedad que deshumaniza a las personas; de una sociedad que no reconoce la dignidad y los dones de la persona misma. La segunda manera de participar en esta peregrinación, por lo tanto, es viviendo nuestra vocación y protegiendo la dignidad de la vida en todas sus etapas. Cada vida es única, y nadie puede reemplazar a otro en algo que no le ha sido concebido.
Este Jubileo es un tiempo de renovación para cada persona, un tiempo de conversión personal para cada persona, un tiempo de “sí” personal al Señor y a las situaciones que vivimos.
Reparando las relaciones rotas
La tercera palabra clave que debemos explicar es la Puerta Santa. Sabemos que el Santo Padre abrió la Puerta Santa en la Catedral de San Pedro y posteriormente en las demás Basílicas. La Puerta Santa representa un pasaje que nos permite entrar en la Iglesia desde los pueblos y aldeas donde vivimos. Esto representa un paso a una nueva vida, un paso a la vida de fe, a la vida de la comunidad cristiana. La tercera forma de ser peregrinos de esperanza, por lo tanto, es la conversión que se experimenta en el Sacramento de la Reconciliación. Durante este año, podemos acercarnos a este Sacramento y vivirlo profundamente como un tiempo de conversión personal. Cuando experimentamos el amor misericordioso de Dios, nuestras vidas cambian. Nos reconciliamos con Dios, nos reconciliamos también con nosotros mismos, con quienes somos, con nuestros errores del pasado, y miramos al futuro con nueva esperanza. Pero también nos reconciliamos con nuestros hermanos y hermanas, especialmente con aquellos con quienes hemos roto relaciones o que aún necesitan sanar.
Actividades comunitarias… Hacer el entorno más habitable
La cuarta palabra clave es comunidad. Toda peregrinación es comunitaria. Nunca he oído hablar de peregrinaciones donde solo una persona la haya hecho. Suele ser un movimiento de un grupo de personas unidas por la fe. Una peregrinación comunitaria nos impulsa a redescubrir la comunidad y la belleza de caminar juntos; la comunidad donde vivimos. Por lo tanto, la cuarta forma de ser un peregrino de esperanza es comprometernos con nuestras comunidades locales para no caminar solos. Debemos avanzar juntos con el compromiso comunitario. Esto es importante en nuestras parroquias, capillas, pequeñas comunidades cristianas y barrios. También podemos considerar nuestro compromiso con la integridad de la creación. En una sociedad que experimenta la degradación ambiental, debemos mejorar nuestro entorno y hacerlo más habitable.
El Via Crucis, o las Estaciones de la Cruz, es un profundo viaje que reflexiona sobre la Pasión de Cristo. Al reunirnos para recorrer el Via Crucis durante este Año Jubilar 2025, viajamos como peregrinos de la esperanza en un mundo que anhela sanación y renovación. El Papa Francisco nos recuerda en Laudato Si’ que «la esperanza quiere que reconozcamos que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar nuestros pasos, que siempre podemos hacer algo para resolver nuestros problemas».
En consonancia con el tema del Jubileo «Peregrinos de la esperanza», contemplamos cada estación a través de nuestros actuales desafíos medioambientales y sociopolíticos, guiados por las intuiciones de la encíclica Laudato Si’ y la exhortación apostólica Laudate Deum del Papa Francisco. Hoy, seguimos el camino de Cristo hacia el Calvario con el corazón abierto, reconociendo en su sufrimiento el dolor de nuestra casa común y de todos los que la habitan. Cada estación nos invita a contemplar tanto la pasión de Cristo como la pasión de nuestro mundo, desafiándonos a convertirnos en agentes de esperanza y transformación.
Al embarcarnos en esta peregrinación espiritual, reconocemos que «somos una sola familia humana» (Laudato Si’, 52). Nuestro viaje refleja las luchas de muchos que se enfrentan a la degradación medioambiental y a las injusticias sociales. A través de estas estaciones, abramos nuestros corazones a los gritos de la tierra y de los pobres, buscando la transformación y la esperanza.
Recemos: Dios amoroso, al iniciar este viaje con tu Hijo, abre nuestros ojos para que veamos las conexiones entre el clamor de la tierra y el clamor de los pobres. Transforma nuestros corazones para que seamos peregrinos de esperanza en un mundo marcado por la indiferencia y la destrucción. Une nuestro sufrimiento al amor redentor de Cristo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
Oración final
Dios amoroso, al completar este Vía Crucis, reconocemos que nuestro viaje como peregrinos de la esperanza continúa. La pasión de Cristo y la pasión de nuestra tierra están entrelazadas, llamándonos a la compasión, a la conversión y a la acción. En palabras del Papa Francisco, «no todo está perdido. Los seres humanos, aunque son capaces de lo peor, también son capaces de elevarse por encima de sí mismos, elegir de nuevo lo que es bueno y empezar de nuevo». Concédenos la sabiduría para ver las conexiones entre todas las formas de sufrimiento en nuestro mundo, el valor para hacer los cambios necesarios para la curación, y la perseverancia para seguir trabajando por la justicia, incluso cuando el progreso parece lento. Que la esperanza de la resurrección nos sostenga mientras trabajamos para restaurar nuestra casa común y construir una civilización de amor. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor crucificado y resucitado, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Bendición Que Dios todopoderoso les bendiga, el Padre que creó este hermoso mundo, el Hijo que lo redimió con su sufrimiento y el Espíritu Santo que lo renueva día a día. * Amén Vayan como peregrinos de esperanza, para amar y servir al Señor en toda la creación. * Demos gracias a Dios.
El sacerdote comboniano Guillermo Aguiñaga Pantoja, ha realizado su actividad misionera en Polonia, Sudán del Sur y México. A inicios de febrero pasado, el padre Guillermo se incorporó al trabajo de la parroquia María Madre del Buen Pastor en la comunidad de Charco Azul, en Cali, Colombia. De 2018 a 2024, vivió entre los indígenas de la sierra de Zongolica, en el estado de Veracruz, experiencia que nos comparte en este texto.
Por: P. Guillermo Aguñaga Pantoja, mccj Desde Cali, Colombia
No cabe duda de que el Señor sigue confiando en uno. Después de 40 años como religioso misionero comboniano, y 35 años como sacerdote, no queda más que decir gracias. Las fuerzas, la edad, los trabajos, la entrega y tantas otras cosas ya no son las mismas, pero la fidelidad y bondad de Dios siempre están ahí. Él se sigue fijando en mí para continuar con la misión que me ha encomendado y que yo libremente acepté.
Reconozco que no ha sido del todo fácil. He tenido pruebas, retos, dificultades, miles de sorpresas, aventuras, tristezas, alegrías y momentos grises y brillantes, pero Él nunca me ha dejado solo. Cómo olvidar a tanta gente que Dios ha puesto en mi camino: mis padres, mis hermanos, familia, amigos, bienhechores, compañeros y un sinnúmero de fieles y personas que he encontrado en los diferentes lugares donde he estado compartiendo mi vida y mi fe… Si les hablara de todas y cada una de estas experiencias no terminaría, pero sí me gustaría decir que aprecio y valoro cada una de ellas y las asumo como una gran bendición. De todas he aprendido a crecer y aceptar mis límites y toda clase de retos y de pruebas.
Misión de Comalapa, en la Sierra de Zongolica
Luego de tantas experiencias misioneras durante 29 años, en 2018 el Señor me concedió un nuevo reto: trabajar en la misión de la Sierra de Zongolica, en el bello estado de Veracruz. La parroquia, dedicada a san José, está situada en el poblado de Comalapa, perteneciente a la diócesis de Orizaba. Comalapa está rodeado de bellas montañas y acantilados; para llegar ahí hay que viajar unas dos horas por carreteras sinuosas y grandes pendientes. La parroquia está compuesta por 50 localidades o pueblitos y casi el 90 por ciento de su población es de origen náhuatl, aunque un buen número habla español. La población total suma unas 17 mil personas.
Quiero compartirles esta última experiencia misionera, no porque sea más importante que las otras que Dios me ha concedido, sino porque aún está fresca en mi mente y porque ha representado una gran oportunidad para reinventarme y volver a conocer mejor las raíces de la cultura y sus tradiciones. Así es, en la parroquia se sentía un ambiente sagrado, lleno de mucha fe, tradiciones, costumbres y ritos que aún se mantienen vivos.
Fue bonito recorrer los caminos, veredas y senderos a través de las montañas para llegar a cada una de las comunidades, visitar a las familias en sus casas o atender a los enfermos. Cualquier celebración se convierte en fiesta, a la que todos están invitados a participar. Es impresionante la cantidad y variedad de alimentos que preparan. Todos cooperan y alcanza para todos, incluso para llevar a casa.
Ritos y celebraciones
Fue motivo de gran alegría y satisfacción vivir entre esa gente humilde y sencilla. Sus danzas y ritos enriquecían cada uno de nuestros actos litúrgicos y celebraciones. Cómo olvidar el Xochikoscatl o rito de purificación dado por los ancianos del pueblo, que te llenaban de incienso y te ponían un collar, una corona y un ramo de flores, que representan la dignidad, el respeto y el poder para proclamar y celebrar sagradamente la eucaristía. Es la bendición que te otorgan para entrar al recinto sagrado.
También celebran el Xochitlali, un rito en el que se utilizan varios elementos, como comida (mole, tamales, sopa, tortillas y pan) y bebidas (atole, café, champurrado, licor, tequila, cerveza, etcétera) y otras cosas. Todas estas ofrendas se meten en un pequeño hoyo después de haber rezado e invocado a Dios en la lengua local. A continuación se cubre el agujero con la misma tierra y se vuelven a poner flores. Este ritual se utiliza para pedir permiso al Creador por una nueva obra, por un año de bendiciones, para pedir perdón por situaciones adversas, para pedir lluvia o una buena cosecha. Con todo esto demuestran una profunda y auténtica fe que manifiestan orgullosamente. Aunque algunos no profesen la religión católica o estén alejados, no se pierden las fiestas y las grandes celebraciones.
Todo esto parecería folclor, pero para quien lo vive y experimenta constituye una gran riqueza y bendición, porque logras renovarte y transformarte de manera increíble. Me siento agradecido con Dios porque esto me llenó de alegría, tocó mi vida y renovó mi vocación misionera.
También agradezco al obispo de Orizaba, Eduardo Cervantes Merino, que nos concedió colaborar y llevar nuestro carisma comboniano a ese lugar y por haberme hecho sentir como hermano entre el presbiterio diocesano. Mi aprecio y cariño a todos esos fieles por haberme aceptado como uno de ellos. A pesar de mis límites, siento haber dado todo lo mejor de mí y haberme entregado en esa bella misión de Comalapa.
Nueva misión en Colombia
Ahora que estoy mayor, y cuando pensaba que me iba a dormir en mis laureles, recibí un llamado para salir a una nueva misión. Se me presentaron varias opciones y al final me propusieron ir a Colombia. Parece fácil, quizá porque es la misma lengua y con cosas más o menos similares a mi país, pero mirándola fijamente, también hay diferencias y nuevas cosas que aprender. Con todo esto, siento que el Señor me ha consentido, siempre camina a mi lado y me da nuevos bríos para comenzar esta nueva aventura.
Me recibieron de maravilla todos mis hermanos combonianos que trabajan acá. Me siento en casa y como un niño que aprende y mira con curiosidad y admiración todas las cosas, personas, lugares, historia, cultura y costumbres de este país. Mi nuevo destino es la parroquia María Madre del Buen Pastor, entre la población de mayoría afrocolombiana.