Fecha de nacimiento: 07/09/1959
Lugar de nacimiento: Apatzingán/MEX

Votos temporales: 25/04/1981
Votos perpetuos: 05/05/1984
Fecha de ordenación: 15/12/1984
Fecha de fallecimiento: 31/05/2013
Lugar de fallecimiento: Ciudad de México/MEX

‘Moncho’, como familiarmente lo llamábamos varios, pasó a la eternidad cuando era acompañado al hospital por varios de sus hermanos de comunidad, entre los cuales el padre provincial, Erasmo Bautista. A continuación ponemos su testimonio:

“En mi presencia, hacia las 7h45 de la mañana, pocos metros antes de llegar al hospital, llevando con fe sincera la cruz de muchas dolencias, salió Moncho de este mundo a la eternidad. Lentamente fue cerrando sus ojos, se le fueron las fuerzas, y entregó el alma a Dios. Procedí, poco tiempo después hallándome solo al lado de su cama, a bajar sus párpados para que sus ojos se abrieran ya en la eternidad y a cerrar sus labios para que ante la presencia del Buen Dios, a su llegada se reabrieran para alabarle sin fin de ahora en adelante”.

Así acabó Moncho su vida terrenal donde, sobre todo en los últimos años, aprendió a convivir con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en su propio cuerpo. La diabetes y un sinnúmero de otras dolencias consecuencia de ella, disminuyeron su salud y su calidad de vida al mismo tiempo que le dilataban más y más el corazón a las necesidades de los demás, particularmente de los enfermos a quienes mucho ayudó disponiéndolos a cargar con la Cruz del Señor en sus propios cuerpos.

Los años de formación

Nacido en Apatzingán en el bello estado de Michoacán, hijo de Don Nicolás Reyes y de Doña Olivia Luna, (ya difuntos), y con seis hermanos, cinco mujeres y un hombre. Ramón se puede decir también hijo de combonianos: estudió la secundaria en Sahuayo, la preparatoria en Guadalajara, el postulantado en Xochimilco y el noviciado en Cuernavaca, haciendo la primera profesión el 25 de abril de 1981.

En París estudió la teología y fue ordenado el 15 de diciembre de 1984 en Morelia. Luego de un tiempo de servicio en la provincia de México, donde pasó como formador en el seminario de San Francisco del Rincón, administrador del CAM y evangelizador apasionado en San Felipe Usila, la Chinantla, Oaxaca, partió para Mozambique en 1998, después de hacer un año sabático.

“Enfant terrible”

Con un talento sobresaliente y un oído musical extraordinario Ramón también se distinguió por su lenguaje picante y su estilo polémico y confrontante. Su espíritu crítico y su entrega apasionada a la gente, sobre todo a los marginados, lo hicieron una de esas personalidades controvertidas que no pueden pasar desapercibidas.

Como decimos en México: “no tenía pelos en la lengua”, aunque a veces le faltó la prudencia para saber dónde y cuándo soltar los cohetones y los buscapiés, sobre todo con respecto a la gente que se tiene enfrente. Pero eso formaba parte de su pasión y de su encanto. Era como un niño grande. L’enfant terrible, bien que charmant, dirían los franceses. Por supuesto que tuvo que ‘pagar factura’ de muchas de sus imprudencias, impidiendo así que muchos de fuera y de dentro del Instituto pudiéramos usufructuar de sus muchas capacidades y conocimientos. Ramón fue claramente desperdiciado.

Un gran corazón

De oídas, por los misioneros mexicanos y otros que han estado en Mozambique, sabemos que fue muy querido por la gente y que, aún en la actualidad, quince años después de haberlos dejado, se le recuerda con nostalgia porque, en medio de sus excesos de lenguaje, la gente captó que ese hombre los amaba y podía quitarse la camisa por ellos.

En México él se comprometió a traer a varios de los indígenas de ‘la Chinantla’ a la capital para ser atendidos u operados de diversos males. Ramón se movió para sufragar gastos de transporte y de cuidados que, de otra suerte, aquellos indígenas nunca hubieran podido cubrir con sus magros ingresos.

Su elocuente amigo, el padre Arturo Velázquez, con quien ingresó a Sahuayo en 1970, da este breve testimonio de Ramón: “Poseía esta característica tan particular: no conozco a nadie que como él logró por largo tiempo mantener tan buena relación con tantísimas personas y familias. Les llamaba, les visitaba, les conocía… Tuvo muchos papás o mamás adoptivos, hermanos y hermanas y hasta hijos, como los de la Chinantla. Cuando yo quería saber de alguien, o recordar fechas o nombres siempre acudía a él y seguro que me daba información y hasta me regañaba por no estar al corriente…”

Fue elocuente ver, durante los tres días que quedó expuesto su cuerpo en la capilla del postulantado, las diferentes clases de personas que peregrinaron para tocar el ataúd y dejarle flores: había de la ciudad y del campo, pobres y ricos, ‘chavos banda’ y gente refinada. Moncho tenía un gran corazón que alimentaba de su encuentro personal con Jesucristo.

Familiaridad con la enfermedad y la muerte

La enfermedad y la muerte le fueron familiares: desde los años ’80, Ramón y su familia tuvieron el dolor de ver morir muy joven a Rebeca la hermana mayor y años más tarde a su mamá. Don Nicolás, su padre, falleció hace apenas dos años, después de años de estar dializado.

A pesar de ser joven, Moncho adoleció de muchos males. Durante su estancia en Mozambique tuvo que irse a curar los ojos; uno de ellos prácticamente lo había perdido. El dolor y las enfermedades se fueron paulatinamente volviendo para él ‘el pan de cada día’. Su radio de actividad pastoral se fue poco a poco restringiendo; sin embargo, nunca se dio por vencido ni se doblegó antes las enfermedades, al contrario, salía y celebraba bodas, bautismos etc., además de animar retiros y semanas de ejercicios espirituales, según sus fuerzas y los estadios de su enfermedad.

Como a Santa Teresita de Jesús, el Señor se volvió el amigo íntimo de Ramón compartiéndole su cruz en su propio cuerpo. Esto lo fue acrisolando y volviéndolo cada vez más humano y sensible a los sufrimientos de los demás aunque, claro, en comunidad siguiera apareciendo como el irredento bocazas de siempre.

Ahora Ramón está gozando de la presencia de Jesucristo glorioso, como ya había también pascualmente comulgado con Él en sus sufrimientos. Por supuesto que damos gracias al Señor de haber hecho las maravillas que hizo en él por medio de su Espíritu, y de haber encontrado los frutos de su viña sabrosos y dignos de su cáliz. También le agradecemos por por el don de su persona para su Iglesia misionera, para los Misioneeros Combonianos y para su familia sanguínea.

No podemos decir que Ramón ‘descanse en paz’, ¡porque seguramente no lo va a hacer!, pero sí que siga, desde allá, transmitiéndonos la misma pasión que llevó en las venas y que lo hace ahora gozar más intensamente de Aquel que fue su Amigo y a quien consagró su vida.

P. David Arturo Esquivel Hernández
De Mccj Bulletin n. 258 suppl. In Memoriam, enero 2014, pp. 77-79.