Domingo XXII ordinario. Año B
Este pueblo me honra con los labios
Año B – Tiempo Ordinario – 22º domingo
Marcos 7,1-23: Del corazón salen los propósitos de mal
“Los fariseos y algunos maestros de la Ley llegados de Jerusalén se reunieron con Jesús y observaron que algunos de sus discípulos comían los alimentos con las manos impuras, es decir, sin lavárselas. Es que los fariseos, y los judíos en general, no comen sin antes lavarse cuidadosamente las manos, aferrándose a la tradición de los antepasados, ni comen lo que traen del mercado sin antes purificarlo. Y también se aferran por tradición a otras muchas costumbres como la purificación de vasos, jarros y ollas.
Por esto los fariseos y maestros de la Ley preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antepasados y comen los alimentos sin purificarse las manos?” Jesús les respondió: “Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, tal como afirman las Escrituras: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me dan culto, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejan de lado el mandamiento de Dios por aferrarse a la tradición de los hombres”.
Escúchenme todos y entiendan. No hay nada afuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; lo que lo hace impuro es lo que sale de él… Porque del interior, del corazón de los hombres, salen las malas intenciones, lujuria, robos, asesinatos, adulterios, codicias, maldades, engaño, desenfreno, envidia, blasfemia, arrogancia, insensatez. Todas esas maldades salen del interior del hombre y lo hacen impuro”. (Marcos 7, 1-8, 14-15, 21-23)
Los escribas y fariseos de Jerusalén eran seguramente considerados los más importantes y los que ocupaban los principales lugares en la comunidad religiosa judía. En contra de ellos Jesús había puesto en evidencia las contradicciones en que vivían y el mal ejemplo que daban. En lugar de ser pastores buenos que guiaran a la comunidad al encuentro con Dios a través de la observancia de la Ley, ellos habían creado toda una serie de normas y de costumbres imposibles de cumplir para poder vivir una verdadera relación con Dios.
El gran reproche de Jesús contra estos grupos encargados del Templo de Jerusalén era la vida doble que habían adoptado dando un mal ejemplo y en muchos casos siendo motivo de escándalo para quienes querían vivir auténticamente su fe.
El malestar que producía el comportamiento de los escribas y fariseos procedía de la incoherencia en que vivían y presentaban su experiencia religiosa. Dicen honrar a Dios con la boca, pero tienen el corazón lejos de él.
Por esta razón, Jesús les echa en cara su hipocresía pues eran muy hábiles, muy listos, para pronunciar bellos discursos y hablar en nombre de Dios, pero luego su estilo de vida no era para nada coherente con lo que predicaban. Siendo los calificados conocedores de la Ley habían acabado sustituyéndola con sus tradiciones. No les importaba cumplir la voluntad de Dios y buscaban sus intereses personales.
En ese contexto, los escribas y fariseos venidos desde Jerusalén pretendían poner a prueba a Jesús y a sus discípulos reprochándoles el no observar las normas de purificación para poder acercarse a las cosas de Dios. Para ellos lo exterior y lo superficial se había convertido en lo principal y prioritario.
El problema era poder marcar los límites entre lo puro y lo impuro, lo permitido y lo prohibido, lo aceptable y lo inaceptable en lo que se refería a la práctica religiosa.
Les importaba establecer claramente sus normas y costumbres y ya no tanto lo que estaba escrito en la Ley que Dios les había dado a través de Moisés.
El culto y sus celebraciones se habían convertido en algo puramente ritual, vacío de contenido en donde lo importante era lo aparente y no lo profundo, lo esencial. Lo importante eran los sacrificios y las ofrendas puestas sobre el altar, sin que eso tuviera un efecto inmediato en sus vidas.
Jesús explica con claridad que lo importante en la relación con Dios no está tanto en lo que se pueda o no hacer o lo que se pueda ofrecer. Lo importante es lo que brota del corazón, lo que lleva a la entrega personal, a la donación de sí mismos.
De nada sirve llegar hasta el altar con bellas ofrendas si el corazón está cargado de experiencias y realidades que manifiestan lejanía del camino propuesto por el Señor.
De nada sirve vivir apostándole a la apariencia, el cumplir con todas las normas, tradiciones y costumbres si el corazón se mantiene alejado del amor verdadero que implica entrega y sacrificio de nosotros mismos.
Jesús recuerda, y nos recuerda también a nosotros, que no hay nada en este mundo que pueda llevarnos a vivir alejados de él. No es lo que nos llega de fuera lo que nos puede bloquear el camino hacia la santidad.
Es lo que sale de nuestro corazón, lo que, por nuestra falta de fe, de entrega, de confianza y de abandono en el Señor dejamos que se convierta en guía para nuestros pasos y acabamos apostándole a lo que nos esclaviza y nos impide vivir en plenitud.
Muchas veces, con cierta facilidad, consideramos que Dios es el autor de los males y del sufrimiento que vemos tan cerca de nosotros y nos preguntamos ¿en dónde está Dios y por qué permite tanto dolor y sufrimiento?
Descargamos fácilmente la responsabilidad que nos corresponde en el mal que provocamos cuando dejamos que de nuestro corazón desordenadamente intenta crear un mundo en donde Dios no está presente o en donde lo queremos ausente y nos negamos la posibilidad de vivir una sana relación con él y con los demás.
Este pequeño texto del Evangelio nos lleva sabiamente a entender mejor que lo importante en nuestras vidas no está en ser impecables observantes de las leyes que nos rigen en la comunidad, sino lo importante está en cultivar dentro de nosotros un corazón en donde brote la bondad, la caridad, la fe y todos los valores que Jesús nos ha enseñado con el ejemplo de su vida.
Se trata de una palabra que nos invita a la coherencia y a la honestidad con nosotros mismos, aceptando vivir haciendo el esfuerzo para que nuestras palabras y nuestras obras correspondan y nos permitan vivir en la verdad.
Es una palabra que nos cuestiona y nos ayuda a entender que no es suficiente vivir nuestra práctica religiosa como algo que cumplimos, por costumbre, porque así hemos hecho toda la vida.
Es una invitación que nos provoca para que no nos quedemos atrapados en nuestras viejas tradiciones y que nos demos cuenta de que la fe es ante todo un compromiso que nos mueve a dar razón de nuestras creencias a través de los ejemplos de vida que podemos dar.
No se trata de rechazar nuestras sanas tradiciones, sino de ubicarnos en ellas recuperando los muchos valores que nos han heredado tantos hermanos nuestros que han vivido como auténticos cristianos llevando una vida fiel al evangelio vivido en los detalles más ordinarios del caminar cotidiano. Pidamos al Señor la gracia de honrarlo más con el corazón y menos con los labios.
P. Enrique Sánchez G., mccj
La ecología del corazón
Después de cinco domingos en los que hemos leído el capítulo sexto del evangelio de San Juan, hoy retomamos el recorrido de San Marcos, desde el capítulo séptimo en adelante. El pasaje del evangelio ha sido un poco fragmentado para hacerlo más breve. Sería conveniente tener en cuenta el texto completo (7,1-23).
Podríamos decir que el tema central que emerge de las lecturas es la Palabra de Dios. Esta Palabra nos ha generado, ha sido plantada en nosotros y, acogida con docilidad, está destinada a dar fruto, dice Santiago en la segunda lectura (St 1). Pero, ¿qué relación hay entre la Palabra y las “leyes y normas” de las que habla Moisés en la primera lectura (Dt 4), y las tradiciones de las que los fariseos y escribas se hacen defensores? Jesús responde a esta cuestión en el pasaje del evangelio de hoy.
Una delegación de fariseos y escribas había sido enviada desde Jerusalén para controlar la ortodoxia de este Jesús Nazareno, que se había hecho famoso y que muchos consideraban un profeta (Mc 6,14-15). Estos ven que algunos de sus discípulos comen con “manos impuras”, es decir, no lavadas, se escandalizan e interrogan a Jesús al respecto. Jesús los reprende llamándolos hipócritas, citando al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Cuidan lo exterior, pero descuidan lo interior. Sí, tienen las manos puras, pero el corazón impuro. Jesús concluye su denuncia profética afirmando: “Anulan la palabra de Dios con su tradición” (v. 13).
Puntos de reflexión:
1. La conversión de la mirada. La cuestión de la pureza ritual era muy sentida en el tiempo de Jesús. Grupos “puritanos” habían adoptado ciertas normas que solo concernían a los sacerdotes. En sí, la intención era hacer presente a Dios en cada mínima acción cotidiana. Pero, en la raíz de esta mentalidad, había una visión distorsionada de la realidad, dividida entre personas y cosas puras e impuras, entre sagrado y profano, dos mundos incomunicables.
Jesús vino a derribar este muro de separación. Él restaura la mirada de Dios sobre la creación: “Y Dios vio que era bueno” (Gn 1). Esta mentalidad de dividir el mundo en dos no ha desaparecido. Es más, se podría decir que está muy vigente. Se manifiesta en nuestro lenguaje (“nosotros” y “ellos”), en la división entre buenos y malos, en la desconfianza hacia lo diferente, en las barreras que erigimos en nuestras relaciones, en las fronteras entre los pueblos… El Señor nos invita a la conversión de nuestra mirada para reconocer lo bello y lo bueno sembrado en todas partes por su Espíritu.
2. La Palabra viva se encarna en la palabra transitoria. ¿Qué relación hay entre la Palabra de Dios y las “leyes y normas” de las que habla Moisés en la primera lectura, a las que no se debe “añadir ni quitar nada”? Se trata de una cuestión siempre actual: la relación entre Palabra y tradición, entre lo que es esencial y lo que es secundario, entre lo que es perenne y lo que es transitorio. “La Palabra del Señor permanece para siempre” (1P 1,25). La Palabra divina es inmutable, pero también es una realidad viva (Hb 4,12) que se encarna en una palabra humana pasajera. La escritura es un modo de captar la palabra humana, efímera, y darle cierta estabilidad, poniéndola por escrito, para no perderla. Se trata de una operación que en informática se dice “guardar” (to save).
Pero la cultura, la mentalidad, la sensibilidad y el lenguaje cambian, según los tiempos, los espacios y las culturas. Para hacerla accesible, legible y comprensible, es decir, actual, hay que “convertirla” (to convert) en una forma y lenguaje actualizados. ¿Cómo hacerlo y con qué criterios? “La caridad es el único criterio según el cual todo debe hacerse o no hacerse, cambiarse o no cambiarse”, dice el beato Isaac de la Estrella (abad cisterciense del siglo XII).
3. La ecología del corazón. Jesús nos invita a cuidar el corazón, es decir, nuestra interioridad, de donde provienen todas las impurezas. Jesús enumera doce, un número simbólico para indicar la totalidad. Si el corazón está contaminado, deseos, pensamientos, palabras y acciones resultarán contaminados. Hoy somos particularmente sensibles a la contaminación del ambiente y a la polución del planeta. Se necesitaría una atención similar a nuestro “planeta” interior.
La ecología del corazón, es decir, el cuidar de nuestro mundo interior, implica, antes que nada, cultivar la conciencia para reconocer las ideas y emociones tóxicas que pueden contaminar nuestro corazón, como el orgullo, la ira, la envidia, los celos… Sin la debida atención, nuestro corazón puede convertirse en un “vertedero de impurezas”, nuestras y ajenas. El recurso regular al sacramento de la penitencia nos ayuda a liberarnos de estas impurezas. Pero no basta con despejar el corazón. Hay que convertirlo en un jardín. El Jardinero es el Espíritu que, especialmente en la escucha de la Palabra y en la oración, siembra y hace germinar en nosotros las semillas de todo bien. Solo así podemos tener las “manos inocentes y corazón puro” de los que habla el salmista (Sal 24,4).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
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