La santidad de Comboni
“Nuestra vida, la vida, la vida del Misionero, es una mezcla de dolor y gozo, de preocupaciones y esperanza, de sufrimientos y alivios. Se trabaja con las manos y con la cabeza, se viaja a pie y en piragua, se estudia, se suda, se sufre, se goza: esto es cuanto quiere de nosotros la Providencia”.
(Escritos 414)
Nos encontramos a veintiuno años del aniversario de la canonización de San Daniel Comboni, nuestro padre y fundador, de quien hemos heredado el carisma que nos permite hoy compartir su vida, su obra, su vocación y la pasión por los más pobres y abandonados.
Se trata de una fecha que nos recuerda la gracia de la santidad comboniana vivida en primer lugar por Comboni y después por tantos misioneros combonianos, combonianas, seculares, laicos que han seguido sus huellas y viven hoy la misión como lugar en donde se realiza el deseo de Dios que quiere que todos seamos santos, como él es santo.
Creo que sea también una buena ocasión para detenernos un momento para agradecer el don de la santidad de Comboni, que en estos años ha ido conquistando a muchas personas que descubren en él un modelo y una inspiración para vivir la espiritualidad y la belleza de la vocación misionera.
Y para quienes hemos hecho de su carisma la opción de nuestras vidas, es un momento especial para preguntarnos hasta qué punto su santidad se ha convertido en nuestro itinerario personal de santidad y cómo su santidad ha transformado nuestras vidas, haciendo de cada uno de nosotros auténticos hombres y mujeres de Dios, consagrados enteramente a la misión.
Seguramente es un momento de gratitud porque somos testigos y podemos afirmar con sencillez que Comboni sigue siendo hoy no sólo un gran misionero que inspira y atrae a muchas personas involucrándolas en la misión, sino también un itinerario probado de santidad que puede llevar al encuentro con el Señor a través de la consagración personal al servicio del anuncio del evangelio.
El Papa Francisco nos ha recordado no hace mucho tiempo que los pastores deben estar impregnados del olor de las ovejas. Sería bueno, en esta hora de festejos, preguntarnos ¿cuánto huelen nuestras vidas al perfume de la santidad de Comboni? ¿Cuánto nuestros intereses están centrados en la misión, cuánto y de qué manera hemos visto trasformadas nuestras vidas y mejorado nuestro compromiso misionero?
¿Qué celebramos en este aniversario?
Queremos celebrar la santidad misionera de un hombre que ha sabido abrir su corazón al proyecto de Dios en su vida, dejándose transformar en un incansable trabajador en la construcción del Reino en medio de aquellas personas que se convirtieron en la pasión de su vida.
Celebramos la santidad expresada y concretizada a través de la disponibilidad a la voluntad de Dios, manifestada en la llamada específica a consagrar toda su vida a la misión. ” si abandono la idea de consagrarme a las misiones extranjeras, soy mártir para toda la vida de un deseo que nació en mi alma hace más de catorce años, y que fue siempre creciendo a medida que conocí la sublimidad del apostolado.
Si abrazo la idea de las misiones, hago mártires a dos pobres padres…Pero en medio de esta lucha universal de mis ideas, encuentro oportuno el proyecto de hacer los ejercicios, de consultar a la Religión y a Dios; y El, que es justo y todo lo gobierna, sabrá sacarme e este atolladero, arreglarlo todo y consolar a mis padres, si me llama a dar la vida bajo la bandera de la Cruz en África; o bien, si no me llama, sabrá poner tales obstáculos que me sea imposible la realización de mis planes”. (Escritos 7-9)
Damos gracias por la santidad que es disponibilidad y fidelidad a un proyecto que no responde a exigencias personales, sino que acepta entrar en el mundo de Dios, convirtiéndose en familiar suyo, aprendiendo a leer la historia humana con los ojos de Dios para amarla como sólo Dios puede hacerlo, con un corazón lleno de misericordia y compasión.
Recordamos la santidad de Comboni que se realizará sólo cuando la totalidad de su persona será entregada y consagrada a quienes ha considerado por siempre los únicos destinatarios de su amor: “Yo vuelvo entre vosotros para ya nunca volver dejar de ser vuestro, y totalmente consagrado para siempre a vuestro mayor bien… Quiero hacer causa común con cada uno de vosotros, y el día más feliz de mi existencia será aquel en que por vosotros pueda dar la vida” (Escritos 3156-3164 homilía de Jartum).
Reconocemos la santidad de Comboni como santidad que se proyecta y se refleja en el rostro de los más abandonados en quienes se descubre la presencia del Señor que nos precede y nos espera en aquellos a quienes somos enviados como misioneros. Es la santidad del evangelizador que santifica a través del anuncio y se evangeliza y santifica a sí mismo en el encuentro con las personas en donde Dios lo precede y espera para revelarle su rostro.
Agradecemos hoy la santidad de Comboni que ha sabido, entendido y aceptado que, como misioneros, sólo podemos alcanzar la santidad cuando se hace causa común con las personas a quienes somos enviados; cuando no rechazamos el dolor y el sufrimiento de todos aquellos que no cuentan o simplemente no son considerados por los parámetros de nuestras sociedades contemporáneas. Cuando con sencillez y humildad nos comprometemos en la construcción de una humanidad más justa y respetuosa de los derechos de cada persona.
Es la santidad que se transforma en compromiso y que se paga de persona aceptando estar en donde otros no aceptan permanecer porque se pone a riesgo la propia vida. Es santidad que nos obliga salir de nosotros mismos, como primera experiencia misionera que implica partir, dejar lo seguro, lo gratificante y placentero; jugarnos la vida ofreciéndola totalmente para que otros puedan acceder a la vida que sólo Dios puede dar.
Es la santidad que implica el sacrificio de dejarlo todo, hasta lo amado y a lo que, de algún modo, tendríamos derecho, sin lamentarse y sin hacer mucho ruido para que los demás se enteren.
Deseamos celebrar la santidad misionera marcada por la cruz y el sacrificio, recordando que las obras de Dios, en la experiencia de Comboni, nacen y crecen a los pies de la cruz y que la vida del misionero no tiene nada qué ver con el confort, el prestigio o la comodidad que aparecen hoy como los objetivos de la existencia de tantos en nuestro mundo enfermo de protagonismo y de auto referencialidad.
Santidad que nos recuerda que somos llamados a convertirnos en piedras escondidas en los cimientos del edificio, alejados de la tentación de la apariencia, de los primeros lugares, de los potentes reflectores o de los titulares de los periódicos. “Ya veo y comprendo que la cruz me es tan amiga, y la tengo siempre tan cerca, que desde hace tiempo la he elegido por Esposa inseparable y eterna. Y con la cruz como amada compañera y maestra sapientísima de prudencia y sagacidad, con María como mi madre queridísima, y con Jesús todo mío, no temo, Emmo. Príncipe, ni las tormentas de Roma, ni las tempestades de Egipto, ni los torbellinos de Verona, ni los nubarrones de Lyon y París; y ciertamente, con paso lento y seguro, andando sobre las espinas, llegaré a iniciar establemente e implantar la ideada Obra de la Regeneración de la Nigricia central, que tantos han abandonado, y que es la obra más difícil y fatigosa del apostolado católico”. (Escritos 1710)
En una palabra, la santidad de Comboni nos desafía y nos provoca para que no nos dejemos atrapar por las tentaciones de nuestro tiempo que pretenden presentarnos una misión “light” en la que se filtra un estilo de vida burgués y refractario a todo aquello que implica radicalidad, sacrificio y entrega sin condiciones.
Contemplando a Comboni descubrimos en él al santo que ha sabido orientar todo su corazón a una sola pasión: la misión y ha vivido esa pasión en una relación profunda con el Señor a través de una experiencia de oración continua en donde experimentaba la conciencia de estar en las manos de Dios lo que le permitió confiar siempre y en toda circunstancia.
Deseamos celebrar la santidad que nace y crece en el encuentro personal, perseverante, cotidiano con el Señor que nos invita a compartir su misión, a vivir su experiencia de constructor del Reino, a hacer nuestro su estilo de vida que se convierte en testimonio de la presencia del Padre en nuestras vidas.
Santidad misionera
Con San Daniel Comboni queremos celebrar la santidad misionera caracterizada por el compromiso total con el anuncio del Evangelio a todas las personas de nuestro tiempo y de manera particular a los más pobres y abandonados en cuanto primeros destinatarios del Evangelio.
Deseamos celebrar la santidad que nos habla de fiesta y de alegría, de esperanza y de confianza, de sencillez y de espontaneidad, de acogida y de amor sin límites, como frutos de la Palabra sembrada con generosidad en el corazón humano.
Es santidad que nos recuerda que, como misioneros, somos hombres y mujeres destinados a convertirnos en testigos que anuncian un futuro que no puede ser sombrío o amenazador porque es el mañana que Dios nos tiene preparado.
Es santidad que nos invita a leer la historia, a todos los niveles, con una mirada de fe que no nos concede alejarnos o ignorar los dramas que viven nuestros contemporáneos. Por lo tanto, es la santidad que se alcanza a través del compromiso solidario, de la coherencia de vida, de la espiritualidad sólida vivida en los pequeños detalles de la vida y en las grandes decisiones que definen nuestra existencia para siempre.
Con san Daniel Comboni, queremos vivir la santidad misionera como experiencia que implica una disponibilidad grande a la conversión continua que nos permita reconocer quién es el auténtico protagonista de la misión. Conversión que abre a la disponibilidad, a la generosidad, a la alegría de poder compartir lo que somos convirtiéndonos en hermanos, en padres y madres de las personas a quienes somos enviados.
Compartir la santidad de Comboni significa aceptar un itinerario que conduce por senderos marcados por la cruz que implica la renuncia a todo, el sacrificio, la soledad, el caminar contra corriente, el seguir una lógica que no es la del mundo. Se trata de entrar con humildad en la lógica de Dios que es gracia, ofrenda de sí, acogida siempre dispuesta, servicio sin distinciones; en una palabra, amor que se deja sacrificar sobre la cruz para vencer a la muerte y para que todos tengamos vida en él.
Comboni santo es capaz de formular toda esta experiencia diciendo, con la sencillez de las palabras, pero más aún con el silencio de su consagración a la misión, que: “las obras de Dios nacen y crecen a los pies de la cruz”.
La conclusión parece ser obvia, no hay santidad misionera comboniana que no pase por el camino de la cruz.
Como hijos e hijas de san Daniel Comboni nos sabemos llamados a trabajar con entusiasmo para que el Evangelio, la Palabra de Vida que se ha hecho uno de nosotros en la persona de Jesús, encuentre un espacio en el corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Viviendo o intentando cada día hacer nuestra la santidad de Comboni, deseamos continuar con su obra evangelizadora consagrando todas nuestras energías, nuestras capacidades, la vida entera, con la esperanza de poder hacer un día nuestra la experiencia que le permitió decir sin titubeos: “África o Muerte” expresando así su abandono total a la voluntad de Dios en su vida.
Santidad misionera que nos obliga a desaparecer a nosotros mismos para permitir que sea el Señor quien se manifieste a través de nuestras vidas convirtiéndonos en testigos que anuncian la llegada del Reino, más con sus vidas que con sus predicaciones, discursos y palabras. Es la santidad que se vive en la alegría de poder ofrecer lo único que poseemos: la vida entera.
Casi veinte años después
¿Qué hemos hecho de la santidad de Comboni que la Iglesia ha querido poner como modelo a toda la Iglesia recordando que la misión, vivida como él lo ha hecho, es camino seguro de santificación?
Me alegra y me anima poder decir que, gracias a Dios, la santidad de Comboni ha rebasado los límites de nuestros institutos y hoy, andando por el mundo, nos encontramos cada día más con personas que viven la santidad de Comboni reconociéndolo como un modelo de discípulo, como gran misionero y como ejemplo extraordinario para descubrir al Señor en los caminos de la misión.
Espero y deseo que la celebración de este aniversario pueda ser para todos nosotros mucho más que un momento de festejo que pasa y se diluye en lo habitual de nuestras vidas y que se transforme en un tiempo de gracia para abrirnos al don de la santidad que tenemos en casa.
P. Enrique Sánchez G. Mccj