Archives noviembre 2024

Nuevo Consejo de Presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano

Comunicado de prensa
Con profunda gratitud a Dios Nuestro Señor y bajo el manto protector de Santa María de Guadalupe, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) se complace en anunciar a los fieles católicos y a la sociedad en general, la conformación de su nueva estructura directiva para el período 2024-2027.

CONSEJO DE PRESIDENCIA
El Consejo de Presidencia es el principal órgano ejecutivo de la CEM […] El Consejo de Presidencia se compone del Presidente, el Vicepresidente, el Secretario General, el Tesorero General y dos Obispos Vocales elegidos por la Asamblea Plenaria de entre los miembros del Consejo Permanente (Estatutos de la CEM Art. 23-24).

PRESIDENTE

S.E. Mons. Ramón Castro Castro
Obispo de Cuernavaca

VICE-PRESIDENTE

S.E. Mons. Jaime Calderón Calderón
Arzobispo de León

SECRETARIO GENERAL

S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal
Obispo Auxiliar de México

TESORERO GENERAL

S.E. Mons. Jorge Alberto Cavazos Arizpe
Arzobispo de San Luis Potosí

PRIMER VOCAL

S.E. Mons. Roberto Yenny García
Obispo de Ciudad Valles

SEGUNDO VOCAL

S.E. Mons. Rutilo Felipe Pozos Lorenzini
Obispo de Ciudad Obregón

Más información

Cuidando la creación

Texto y fotos: Hna. Eulalia Capdevila, mc
Desde Madrid, España

Me llamo Eulalia y soy natural de Barcelona. De mi infancia recuerdo las horas pasadas junto a mis hermanos y primos entre frutales y huertas. Éramos agricultores y mi amor al campo, a las plantas y a los árboles creció de forma natural. La situación de nuestra familia hizo que, desde muy pequeños, trabajásemos la tierra y en el mercado para contribuir a la economia familiar.

Mi madre era catequista y mi padre había sido misionero laico en África y nos contaba muchas historias de cuando él estuvo en Camerún. Fui creciendo en este ambiente en el que las narraciones sobre África y las de Jesús se entrelazaban de manera armoniosa.

En mis años de adolescente, los telediarios mostraron la terrible hambruna que sufrieron Etiopía y, más tarde, otros países africanos. Me preguntaba cómo podía morir la gente mientras nosotros teníamos donde cultivar y obtener alimento. Tuve por primera vez el sentimiento de que el mundo era injusto y de que tenía que hacer algo. Más tarde entré en la Escuela de Ingeniería Agrícola pensando en ser útil un día en algún lugar de África, pero la verdad es que todavía no sabía por donde tirar.

En 1997, junto con jóvenes de mi parroquia, participé en la Jornada Mundial de la Juventud en París. Éramos más de un millón de jóvenes y nunca olvidaré la noche en la que Juan Pablo II nos dio una catequesis sobre Juan 1,38: “Maestro, ¿dónde vives? Ven y verás”. Aquella noche comprendí que si no confiaba en la palabra de Jesús no llegaría a ningún lugar. Había que lanzarse.

Conocí a las Misioneras Combonianas a través de un Laico Misionero Comboniano y a través de los mismos Misioneros Combonianos. En mis primeros años de formación puse cimientos sólidos a mi deseo de donación a los demás, sobre todo a los más desfavorecidos, sin olvidar que el seguimiento de Jesús es un camino continuo de crecimiento humano y espiritual.

Mi primera experiencia misionera en Zambia me moldeó de tal manera que fui “bendecida”. Mis palabras se han quedado siempre cortas frente a la generosidad, la acogida y la humanidad que experimenté en este país. Allí viví mi vocación misionera durante 12 años.

Un momento importante de ese período fue cuando comenzamos la sensibilización de la población local sobre el cuidado de la creación, porque la quema de árboles para la producción de carbón vegetal estaba convirtiendo nuestra zona en un desierto. La iniciativa empezó de manera muy humilde, pero con el apoyo del jefe tradicional local, hoy existe un centro llamado Mother Earth (Madre Tierra), que sigue sensibilizando sobre la necesidad de cuidar y gestionar con sabiduría los recursos naturales. Además, acoge varias iniciativas de formación sobre agricultura orgánica, nutrición y otras prácticas sostenibles, cuyo funcionamiento asegura una comunidad internacional de hermanas combonianas.

Me gusta pensar que experiencias como estas han transformado mi mentalidad y mi espiritualidad, esta escuela de vida y de humanidad me ha permitido poner en relación todos los aspectos de la vida. Debemos predicar a Jesús y, al mismo tiempo, intentar aliviar el dolor de nuestros hermanos.

Después de esta experiencia he prestado mi servicio como consejera en el equipo de la Dirección General durante 6 años y ahora estoy en Madrid desde donde coordino los diferentes grupos de trabajo de nuestras provincias en un proceso de cambio y de transformación. Todo ello esperando poder regresar no muy tarde a Zambia.

Domingo XXXII ordinario. Año B

Marcos 12,38-44

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y les decía: “Cuídense de los letrados. Les gusta pasear con largas túnicas, que los saluden por la calle; buscan los primeros asientos en las sinagogas y los mejores puestos en los banquetes. Con pretexto de largas oraciones, devoran los bienes de las viudas. Ellos recibirán una sentencia más severa”. Sentado frente a las alcancías del templo, observaba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda pobre y echó unas moneditas de muy poco valor. Jesús llamó a los discípulos y les dijo: “Les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos los demás. Porque todos han dado de lo que les sobra pero ésta, en su indigencia, ha dado cuanto tenía para vivir”.


La viuda pobre dio todo lo que tenía
Una viuda en la cátedra

El Evangelio de este domingo se sitúa en el mismo contexto que el del domingo pasado. Estamos en Jerusalén, en el Templo, donde Jesús enseña a una “gran multitud que lo escuchaba con gusto” (Mc 12,37), suscitando la ira de las autoridades religiosas, que ya habían decidido matarlo. Todavía estamos en el tercer día de su llegada a Jerusalén, uno de los días más largos, intensos y decisivos de su ministerio, según el Evangelio de Marcos. Esta es la última vez que Jesús visita el Templo y se dirige a la multitud; tres días después, será crucificado.

El contexto de esta enseñanza es, por tanto, muy especial y otorga un peso excepcional a las palabras de Jesús. Lo que Él dice y hace en este momento tiene el sabor de un testamento espiritual.

El pasaje se divide en dos partes. En la primera, Jesús se dirige a la multitud advirtiéndola contra el comportamiento de los escribas (versículos 38-40). En la segunda, se dirige a sus discípulos para llamar su atención sobre una pobre viuda que da al tesoro del Templo todo lo que posee (versículos 41-44).

Cuidado con…”

“¡Cuidado con los escribas!” Los escribas eran los expertos en la Torá, los maestros de la Ley, los teólogos y juristas de la época. Pero ¿qué les reprocha Jesús? “Les gusta pasear con largas vestiduras, recibir saludos en las plazas, tener los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes.” Es una crítica muy fuerte dirigida a una categoría de personas generalmente respetadas.

Jesús denuncia el tipo de personas que viven solo de apariencias: exteriormente parecen perfectas, pero interiormente son falsas. Si esta actitud es condenable en la sociedad, lo es aún más en la Iglesia. En lugar de servir a Dios, se sirven de Dios: “oran largamente para ser vistos”; y en lugar de servir al prójimo, lo explotan: “devoran las casas de las viudas”. Es exactamente lo opuesto a lo que Jesús nos enseñó el domingo pasado: amar a Dios y amar al prójimo.

Sin embargo, no pensemos en los escribas de antaño, sino en los de hoy. No miremos a los escribas externos, sino a los que están dentro de nosotros. Porque lo que los escribas amaban, nosotros también lo amamos: aparecer, dar una buena imagen de nosotros mismos, ocupar los primeros lugares, ser respetados y honrados, estar de alguna manera bajo los focos. De estos escribas, maestros o modelos, hay en abundancia, tanto en la sociedad, difundidos por los medios, como en la Iglesia. El camino de las apariencias es resbaladizo y puede fácilmente llevar de la ficción a la falsedad y de la falsedad a la corrupción. “Pecadores sí, corruptos nunca”, diría el Papa Francisco.

Miren a…”

En la segunda parte del texto, el escenario cambia. “Jesús, sentado frente al tesoro, observaba cómo la multitud echaba monedas. Muchos ricos echaban gran cantidad.” En el Templo había trece cajas destinadas a recoger las ofrendas, cada una con un propósito específico, excepto la última, la decimotercera. Frente a cada caja, un servidor controlaba y anunciaba en voz alta el importe donado. Con la cercanía de la Pascua, el número de peregrinos aumentaba, y un río de monedas de oro y plata, tintineando, fluía hacia las cajas del Templo, ¡el mayor banco de Oriente Medio!

“Pero, vino una viuda pobre y echó dos moneditas, que valen un centavo.” La viuda era una de las categorías de personas vulnerables a proteger, según las Sagradas Escrituras: el huérfano, la viuda y el extranjero. Esta mujer, viuda y pobre, echa en la decimotercera caja todo lo que posee: un centavo. Es casi nada, pero es todo para ella. Era poco, pero representaba todo lo que tenía para vivir.

“Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: ‘En verdad les digo: esta viuda, tan pobre, ha echado en el tesoro más que todos los demás.’” El Maestro “llama a sus discípulos” por última vez y coloca a esta viuda en la cátedra para su última enseñanza: – ¡Miren a ella! Esto es lo que quería decir cuando decía: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.”

Otra viuda, protagonista de la primera lectura, es la pobre viuda de Sarepta, una mujer pagana, que ofrece al extranjero, el profeta Elías, el último puñado de harina que guardaba para ella y su hijo antes de morir. Esto significa “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”

Puntos de reflexión

– La viuda del Evangelio anticipa proféticamente lo que hará Jesús tres días después, entregando su vida al Padre por nosotros. Él, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos (2 Corintios 8,9) y se despojó a sí mismo hasta morir como un esclavo en la cruz (Filipenses 2,7-8).

– La generosidad de esta viuda representa también la de la Virgen María que, al pie de la cruz, ofrecerá a su único hijo. Además, anuncia la condición presente de la Iglesia, a la que le ha sido quitado el Esposo (Marcos 2,18-19).

– La pobre viuda, finalmente, nos recuerda nuestra pobreza radical. Viudo/a etimológicamente significa estar privado, carente, desprovisto. En este sentido, todos vivimos en una condición de “viudez”. Más allá de la satisfacción de las necesidades diarias, experimentamos a menudo que nos falta algo esencial para realizar plenamente nuestra existencia. Es importante tomar conciencia de esta carencia profunda. San Agustín lo expresa con su famosa oración: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti.” Paradójicamente, para llenar este vacío, Jesús y su Evangelio nos proponen ofrecer nuestra vida como don: “El que pierda su vida por causa de mí y del Evangelio, la salvará” (Marcos 8,35).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Lo mejor de la Iglesia
José Antonio Pagola

El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: “¡Cuidado con los maestros de la Ley!”, su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen “largos rezos” para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir. Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, “ha echado todo lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir”. Mientras los maestros viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.

Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.

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Tener cuidado con los hipócritas y mirar a la pobre viuda
Papa Francisco

La escena descrita por el Evangelio de la Liturgia de hoy tiene lugar dentro del Templo de Jerusalén. Jesús mira, mira lo que sucede en este lugar, el más sagrado de todos, y ve cómo a los escribas les gusta pasear para hacerse notar, ser saludados y reverenciados, y para tener lugares de honor. Y Jesús añade que «devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones» (Mc 12,40). Al mismo tiempo, sus ojos vislumbran otra escena: una pobre viuda, precisamente una de las explotadas por los poderosos, echa en el arca del Tesoro del Templo «todo cuanto poseía» (v.44). Así dice el Evangelio, echa en el tesoro todo lo que tenía para vivir. El Evangelio nos pone delante de este sorprendente contraste: los ricos, que dan lo superfluo para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece todo lo poco que tiene. Dos símbolos de actitudes humanas.

Jesús mira las dos escenas. Y es precisamente este verbo —“mirar”— que resume su enseñanza: a quien vive la fe con duplicidad, como esos escribas, “debemos mirar” para no ser como ellos; mientras que a la viuda debemos “mirarla” para tomarla como modelo. Detengámonos en esto: tener cuidado con los hipócritas y mirar a la pobre viuda.  

Ante todo, tener cuidado con los hipócritas, es decir estar atentos a no basar la vida en el culto de la apariencia, de la exterioridad, en el cuidado exagerado de la propia imagen. Y, sobre todo, estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses. Esos escribas cubrían, con el nombre de Dios, su propia vanagloria y, aún peor, usaban la religión para atender sus negocios, abusando de su autoridad y explotando a los pobres. Aquí vemos esa actitud tan fea que también hoy vemos en muchos puestos, en muchos lugares, el clericalismo, ese estar por encima de los humildes, explotarlos, vapulearlos, sentirse perfectos. Este es el mal del clericalismo. Es una advertencia para toda época y para todos, Iglesia y sociedad: no aprovecharse nunca del propio rol para aplastar a los demás, ¡nunca ganar sobre la piel de los más débiles! Y estar alerta, para no caer en la vanidad, para no obsesionarnos con las apariencias, perdiendo la sustancia y viviendo en la superficialidad. Preguntémonos, nos ayudará: en lo que decimos y hacemos, ¿deseamos ser apreciados y gratificados o dar un servicio a Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles? Estemos alerta ante las falsedades del corazón, ante la hipocresía, ¡que es una enfermedad peligrosa del alma! Es un doble pensar, un doble juzgar, como dice la propia palabra: “juzgar por debajo”, aparecer de una manera e “hipo”, por debajo, tener otro pensamiento. Dobles, gente con doble alma, doblez de alma.

Y para sanar de esta enfermedad, Jesús nos invita a mirar a la pobre viuda. El Señor denuncia la explotación hacia esta mujer que, para dar la ofrenda, debe volver a casa sin siquiera lo poco que tiene para vivir. ¡Qué importante es liberar lo sagrado de las ataduras del dinero! Ya lo había dicho Jesús, en otro lugar: no se puede servir a dos señores. O tú sirves a Dios —y nosotros pensamos que diga “o el diablo”, no— o Dios o el dinero. Es un señor, y Jesús dice que no debemos servirlo. Pero, al mismo tiempo, Jesús alaba el hecho de que esta viuda da al Tesoro todo lo que tiene. No le queda nada, pero encuentra en Dios su todo. No teme perder lo poco que tiene, porque confía en el tanto de Dios, y ese tanto de Dios multiplica la alegría de quien dona. Esto nos hace pensar también en esa otra viuda, la del profeta Elías, que iba a hacer pan con la última harina que tenía y el último aceite; Elías le dice: “Dame de comer” y ella le da; y la harina non disminuirá nunca, un milagro (cfr. 1 Re 17,9-16). El Señor siempre, ante la generosidad de la gente, va más allá, es más generoso. Pero es Él, no nuestra avaricia. De esta manera Jesús la propone como maestra de fe, esta señora: ella no frecuenta el Templo para tener la conciencia tranquila, no reza para hacerse ver, no hace alarde de su fe, sino que dona con el corazón, con generosidad y gratuidad. Sus monedas tienen un sonido más bonito que las grandes ofrendas de los ricos, porque expresan una vida dedicada a Dios con sinceridad, una fe que no vive de apariencias sino de confianza incondicional. Aprendamos de ella: una fe sin adornos externos, sino sincera interiormente; una fe hecha de humilde amor a Dios y a los hermanos.

Y ahora nos dirigimos a la Virgen María, que con corazón humilde y transparente ha hecho de toda su vida un don para Dios y para su pueblo.

Angelus, 7/11/2021


¿Cuánto vale el Reino de los Cielos?
Fernando Armellini

Los peligros más graves son los mejor escondidos y camuflados; nos sorprenden sin estar preparados. Si Jesús recomienda a sus discípulos, con insistencia, prestar atención yestar en guardia contra una cierta clase de personas, significa que las trampas que tienden son extremadamente serias. Después de una serie de disputas con los fariseos, saduceos y herodianos en el Templo de Jerusalén, Jesús lanza un ataque directo, valiente y preciso contra los escribas y, para hacerlo más incisivo, recurre a la sátira, a la ironía, a un lenguaje casi demasiado provocativo. Esto revela cuánto le preocupaba que un ciertocomportamiento nefasto pudiera infiltrarse también en la comunidad de sus discípulos.

Los escribas eran originalmente los responsables de procurar documentos de todo tipopero, después del exilio en Babilonia, se habían convertido en los intérpretes oficiales de la Ley (cf. Esd 7,11), en una autoridad en el campo de la legislación. Eran los jueces encargados de pronunciar las sentencias en los tribunales.

Su profesión era legítima. Sin embargo, Jesús tenía bastante que recriminar sobre su comportamiento. La primera recriminación era la vanidad, la ostentación (vv. 38-39). Eran gente que gustaban exhibir sus títulos y, para llamar la atención y no ser confundidos con el pueblo ignorante, no se vestían como los demás sino que iban de uniforme: “les gusta pasear con largas túnicas” (v. 38).

Era por respeto a su vestimenta que la gente los trataba con mil cuidados, les cedían el paso en las calles, les reservaban los primeros puestos en las plazas y en las sinagogas; en el mercado los servían mejor y antes que a otros. No podían ser saludados con un sencillo shalom; exigían reverencias, besamanos y un religioso silencio cada vez que abrían la boca, aunque solo fuera para respirar. Cuando no recibían estas atenciones de deferencia, se indignaban.

El Maestro sostenía que ésta era una comedia ridícula y no la soportaba; era alérgico a sus ropas talares o “divisas” porque, como lo indica la etimología, la palabra viene del verbo “dividir”. Y esto es lo que hacían: dividían, separaban, creaban una casta.

Más que pecado era una enfermedad, una patología que podría haber sido curada fácilmente. Lo que alimentaba la vanidad de los escribas era el servilismo ingenuo de las personas que, con sus honores y reverencias, estaban convencidos de dar gloria a Dios. Para hacerlos bajar del pedestal y dejar que experimentasen la alegría de sentirse hermanos, hubiera sido suficiente que todos se comportaran como Jesús, quien no les reservaba ninguna consideración; a su amistad prefería la de los pecadores, los marginados; no recurría a sus recomendaciones, no buscaba su apoyo.

Frente al comportamiento y las palabras tan claras del Maestro, uno se pregunta cómo puede ser que, en la Iglesia, a veces no nos demos cuenta de lo antievangélica que es la carrera por los primeros puestos, por los títulos honoríficos, y la búsqueda de aplausos y privilegios. Un mundo estructurado en jerarquía piramidal ha sido definitivamentecondenado por Cristo y querer restaurarlo no es un pecado venial sino un ataque frontal contra la lógica del Evangelio.

Pero hay un delito mayor que Jesús imputa a los rabinos: “Devoran los bienes de las viudas” (v. 40). Las viudas, los huérfanos y los extranjeros eran las personas que Dios había puesto bajo su protección (cf. Sal 146,9). ¡Ay de los que maltraten y cometan injusticias contra ellos! El Señor había establecido: “No opriman al extranjero. No aflijan a la viuda o al huérfano. Si los maltratan, y claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor, porque soy misericordioso” (Éx 22,20-26).

Jesús acusa a los escribas de “devorar las casas de las viudas”. Probablemente se aprovechaban de la ingenuidad de estas mujeres simples e indefensas para sacarles donaciones o exigirles honorarios exorbitantes por presentar sus casos en los tribunales. La explotación de los más débiles es el principio sobre el que se apoya nuestro mundo competitivo y pendenciero, y es a partir de este principio que nace la sociedad de los listos, que es lo contrario del Evangelio. También los pobres, por su parte, cuando anhelan ocupar el lugar de sus opresores, no sueñan con un nuevo mundo sino que aspiran solo a perpetuar el viejo. No quieren poner fin a la mentalidad de los escribas, sino substituir a los escribas. Proponen apenas un simple cambio de actores cuando lo que Jesús quiere es que sea arrojada al basurero esta obra de teatro que, desde siempre, ha sido representada en el mundo.

La tercera acusación es aún más grave: “con pretexto de largas oraciones” (v. 40). No solo son los explotadores de los débiles sino que recitan una comedia: se exhiben en prácticas religiosas impecables dando pruebas de gran piedad de manera que quede claro a todos que el Señor está de parte de ellos. Juzgarlos, contradecirlos, no someterse a su voluntad, no rendirles los honores que pretenden, no hacer caso a lo que dicen significa estar en contra de Dios.

Las personas sencillas y sinceras no pueden soportar esta religión hipócrita y llegará el momento en que se cansen y puedan incluso abandonar la fe. ¿Quién tiene la culpa de estas deserciones?

En contraposición a los escribas, en la segunda parte de la lectura (vv. 41-44) se introduce un modelo de auténtica religiosidad: una viuda pobre. No es la primera vez que, en el evangelio de Marcos, aparecen mujeres a las que Jesús ha mirado con afecto y admiración. Ya había encontrado una que, sufriendo de hemorragias, se le había acercado para tocar el borde del manto y había reconocido su fe: “Hija, tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). El Maestro se había quedado sorprendido de la fe de la mujer sirio-fenicia quien, para pedir la curación de su hija, se había declarado satisfecha con las migajas que caen de la mesa preparada para los hijos. Conmovido, Jesús había exclamado: “¡Oh mujer, grande es tu fe!” (Mt 15,28; Mc 7,24-30).

Estas dos primeras mujeres son modelos de fe: modelo de generosidad total es la viuda del evangelio de hoy y la que, unos días más tarde, ungiría los pies de Jesús “con ungüento de nardo auténtico, muy valioso” (Mc 14,3).

Son cuatro figuras ejemplares, escogidas por Marcos, para mostrar cómo las mujeres, consideradas las últimas por todos, eran en cambio las primeras (cf. Mc 10,31). Ilustran con su vida cómo debe ser el verdadero discípulo.

La primera característica es hoy puesta de relieve por el comportamiento de la viuda que, a diferencia de los rabinos que exhibían su piedad, hizo su gesto sin llamar la atención de nadie, sin ser notada.

Esta mujer no conocía a Jesús, no escuchó sus enseñanzas, no respondió a una llamada suya y no era su discípula. No lo sigue, como lo hicieron los Doce y muchas otras mujeres que lo acompañaron durante los tres años de vida pública (cf. Lc 8,1-3). Y, sin embargo, se comporta de modo evangélico, tal como Jesús había recomendado: “Cuando hagas limosna no hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alabe la gente. Cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; de este modo tu limosna quedará escondida” (Mt 6,2-4). Esta viuda es la imagen de aquellos que, también hoy, dóciles al impulso del Espíritu, viven de forma evangélica, aunque no hayan leído ni una página del Evangelio.

La segunda característica del verdadero Amor es que sea total. El amor a Dios debe involucrar a toda la persona –“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc 12,30)–y debe darse sin reservas. Así también debe ser el amor al prójimo. La viuda es presentada como un modelo de este amor. A diferencia de los ricos, que ponían muchas monedas en el tesoro, ella no ha puesto mucho, ha puesto todo lo que tenía; es más –especifica el texto griego–, “de su pobreza echó todo cuanto tenía” (v. 44).

El discípulo no es el que se juega una parte de sí mismo o de lo que tiene, sino el que vende todo lo que tiene y lo da a los pobres y ofrece toda su vida, como lo ha hecho el Maestro. También los que son pobres, como la viuda del evangelio de hoy, están llamados a dar todo. No hay nadie tan pobre que no tenga algo que ofrecer y nadie tan rico que no necesite recibir nada de los demás. Dios ha llenado de regalos a sus hijos para que, siguiendo el ejemplo del Padre que está en los cielos, no los retengan para sí mismos sino que los pongan a disposición de los demás.

Por la totalidad de su amor, la viuda se convierte no solo en la imagen del verdadero discípulo sino también de Dios y de Jesucristo –como señala Pablo– que “siendo rico, se hizo pobre” para enriquecernos por su pobreza (2 Cor 8,9).

El lugar de la máxima revelación del rostro de Dios es el Calvario. Es allí donde Dios ha mostrado su identidad. No pretende, ofrece; se da sí mismo totalmente al hombre. No quiere que éstos se inclinen ante Él sino que se arrodillen ante los hermanos. No pide que le den vida a Él sino que, con Él, se pongan a disposición de los hermanos. La viuda es la imagen de Dios y de Cristo porque se ha despojado de todo lo que tenía y lo ha donado a los demás.

http://www.bibleclaret.org


“Dar desde nuestra pobreza”: criterio de misión
Romeo Ballan, mccj

En la selva de Brasil, un misionero preguntó un día a un indio de la etnia Yanomami: “¿Quién es bueno?” Y el indio contestó: “Bueno es el que comparte”. ¡Una respuesta en sintonía con el Evangelio de Jesús! Dan testimonio de ello las dos mujeres, ambas viudas y pobres, expertas en la lucha por sobrevivir, protagonistas del mensaje bíblico y misionero de este domingo.

En tierra de paganos, al norte de Palestina, la viuda de Sarepta (I lectura), no obstante la escasez de alimentos en tiempo de sequía, comparte el agua y el pan con el profeta Elías, que está huyendo de la persecución del rey Ajab y de la reina Jezabel. Aquella viuda, exhausta (v. 12), se fio de la palabra del hombre de Dios, y Dios le concedió lo necesario para vivir ella, su hijo y otros familiares (v. 15-16). En contraposición a la maldad de esa pareja real, la protección de Dios se manifestó en favor de su enviado (Elías) y de los pobres.

La escena se repite sobre la explanada del templo de Jerusalén, lugar oficial del culto, donde Marcos (Evangelio) presenta dos escenas contrastantes. Por un lado, los escribas: los supuestos sabios de la ley, inflados de vanidad hasta la ostentación (hacen alarde de amplio ropaje, buscan saludos y primeros puestos), pretenden manipular a Dios con “largos rezos”, y llegan hasta devorar los bienes de las viudas (v. 40). Deberían ser los guías del pueblo, pero con su manera de vivir presentan una falsa imagen del Dios de la Biblia. Por eso Jesús dice a la muchedumbre de guardarse de los escribas (v. 38). Por otro lado, Jesús mira con atención el gesto furtivo de una viuda pobre, la cual, con la mayor discreción, sin llamar la atención, echa en el tesoro del templo dos moneditas de poco valor, que eran “todo lo que tenía para vivir” (v. 44). ¡Son pocos céntimos, pero de un valor inmenso! Ella no echa gran cantidad, como los ricos, pero da mucho, todo; como dice el texto griego: “toda su vida”. Muchas personas con sentido común habrían sugerido a las dos viudas guardar para sí lo mínimo necesario para sobrevivir, pero ellas actúan contra toda lógica humana: no piden nada, dan lo que tienen. Se fían de Dios.

“El discípulo es el que da al Señor lo necesario y no lo superfluo. A Dios no le gusta vivir de migajas. Solo se puede aprender a darlo todo con el trato asiduo, perseverante y cotidiano con Aquel que se entregó totalmente por nosotros” (p. Fidèle Katsan, comboniano). El provecho y la gratuidad se contraponen. Los escribas ostentan una religiosidad para provecho personal: hasta haciendo obras buenas, buscan su interés, son víctimas de la cultura de la apariencia. Jesús, por el contrario, exalta en la viuda la gratuidad, la humildad, el desapego: ella se fía de Dios y a Él se abandona para su misma sobrevivencia. Al igual de Cristo que se ha sacrificado a sí mismo en rescate por todos (II lectura, v. 26). La balanza de Dios escruta el corazón, mide la calidad,no la cantidad. La santa madre Teresa de Calcuta nos enseña que “no importa cuánto se da, sino cuánto amor se pone en darlo”.

Para el Reino de Dios no importa dar mucho o poco; lo importante es darlo todo. Ya el Papa san Gregorio Magno (siglo VI) afirmaba: “El Reino de Dios no tiene precio; vale todo cuanto uno posee”. Bastan incluso dos moneditas, o “tan solo un vaso de agua fresca” (Mt 10,42). El don ofrecido desde la propia pobreza es expresión de fe, de amor y de misión. Así se han expresado los obispos de la Iglesia latinoamericana en la Conferencia de Puebla (México, 1979), hablando del compromiso con la misión universal: “Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros; pero debemos dar desde nuestra pobreza” (Puebla n. 368). El compromiso por la misión, dentro y fuera del propio país, es concreto y exigente: se necesitan medios materiales y espirituales, pero sobre todo personas disponibles a salir y a ofrecer su vida por el Reino de Dios.

La pobre de Sarepta y la viuda del Evangelio vuelven a proponer hoy el desafío de una misión vivida con opciones de pobreza, en el uso de medios pobres, fundamentada sobre la fuerza de la Palabra, libre de los condicionamientos del poder, al lado de los últimos de la tierra, en situaciones de fragilidad, contando con la debilidad propia y de los colaboradores, en soledad, entre hostilidades… Pablo, Javier, Comboni, Teresa de Lisieux y muchos otros misioneros, han vivido su vocación bajo el signo de la Cruz, afrontando sufrimientos, obstáculos e incomprensiones, convencidos que “las obras de Dios deben nacer y crecer al pie del Calvario” (Daniel Comboni).

El misionero pone en el centro de su vida al Señor crucificado, resucitado y viviente, porque sabe que la fuerza de Cristo y del Evangelio se manifiesta en la debilidad del apóstol y en la fragilidad de los recursos humanos. San Pablo nos da un claro testimonio de ello en sus sufrimientos personales y apostólicos (cfr. 2Cor 12,7-10). En las situaciones de pobreza, aislamiento y muerte, el misionero descubre en Cristo crucificado la presencia eficaz del Dios de la Vida y una multitud de hermanos y hermanas que esperan amor y aprecio, llevándoles el Evangelio, que es mensaje de vida y esperanza.

40 años de los LMC en Alemania

El 12 de octubre, los misioneros combonianos invitaron a todos los antiguos Laicos Misioneros Combonianos (LMC) a la casa de Ellwangen para reencontrarse después de mucho tiempo. En enero de 1984, Hans Eigner fue el primer LMC que fue a Kenia para una misión de tres años. Desde entonces, más de doscientos jóvenes de ambos sexos han seguido su ejemplo y han invertido un valioso tiempo de sus vidas en solidaridad con los pueblos del Sur Global, adquiriendo muchas experiencias vitales y de fe, confianza y aptitudes interculturales.

Más de treinta antiguos LMC aceptaron la invitación y la alegría de volver a verse fue realmente grande. Todos dijeron estar agradecidos por sus respectivos servicios misioneros en Ecuador, Perú, Sudáfrica, Kenia y Uganda, y felices por la oportunidad de pasar juntos un día de valioso intercambio e interacción.

Tras dar la bienvenida a los invitados y a los hermanos, el superior provincial, P. Hubert Grabmann, describió la situación y los retos de los misioneros combonianos en la provincia de lengua alemana. A pesar del envejecimiento de los hermanos, seguimos en contacto con la Familia Comboniana en otras cicoscripciones, particularmente en Sudán del Sur, Uganda y Kenia.

El Hno. Hans Eigner contó su itinerario personal – primero en el Seminario Menor Comboniano de Neumarkt, después como primer LMC alemán en Kenia – que le llevó a tomar la decisión de hacerse él mismo misionero comboniano: comentó: «Fui a África como “mejorador del mundo” y volví a Alemania como misionero».

El Padre Günther Hofmann explicó los cambios en el movimiento LMC a lo largo de cuarenta años, utilizando fotos tomadas en las misiones durante este tiempo. Al regresar de su experiencia misionera, muchos de ellos tuvieron que completar su formación profesional.

Los LMC de hoy son más jóvenes, normalmente pasan un año comprometidos en un proyecto comboniano en el extranjero para el que están bien preparados y adecuadamente apoyados. La piedra angular de ser LMC siempre ha sido la misma: vivir juntos, rezar juntos y trabajar juntos.

Christoph Koch, antiguo LMC en el campo, informó a los presentes sobre cómo se formó el grupo alemán de LMC y cómo ahora mantiene contactos «en red» con el movimiento internacional de LMC en los diversos distritos combonianos. Las situaciones vitales de los miembros son diferentes: algunos son solteros, otros están casados y viven con sus familias. Todos, sin embargo, llevan a la práctica de diversas maneras el carisma misionero de Daniel Comboni.

Por la tarde hubo ocasión de reunirse en pequeños grupos para intercambiar ideas con quienes han trabajado en el mismo país. Otros reflexionaron sobre Alemania como «país de misión». Todos tuvieron algo que decir y el resultado fue un rico intercambio de experiencias personales, caracterizado por una abundante sabiduría vital.

La jornada concluyó con una solemne Santa Misa, en la que todos expresaron su gratitud y reconocimiento.

Asamblea de los LMC de México

Del 27 al 29 de septiembre tuvimos nuestra asamblea nacional en preparación al encuentro internacional 2024, la cita fue en la ciudad de México donde participamos 15 LMC de los distintos grupos del movimiento nacional, el P. Filomeno Ceja MCCJ como nuestro asesor presente y el P. Luis Enrique Ibarra invitado para dar el tema de Animación Misionera.

Por: LMC México

En un ambiente de oración y dinamismo conseguimos abordar los temas proporcionados por el comité central que nos faltaba trabajar, hicimos grupos donde cada uno tuvimos la oportunidad de expresar nuestro sentir misionero ante la realidad presentada, además que establecimos nuestros compromisos a partir de lo que podemos realizar en nuestra localidad. Hemos conseguido abordar todos los temas aún estamos realizando los documentos que se enviaran al comité central y conseguimos hacer el plan de trabajo para el próximo año.

Hemos establecido fechas donde se destaca los momentos de oración en el retiro mensual presencial en cada grupo, fechas para oración virtual donde todos participemos recordando momentos claves de la vida de Comboni, como para fortalecer el espíritu y nuestro retiro presencial a nivel nacional, así como la fecha para nuestra próxima asamblea.

Las fechas para el inicio y cierre de la experiencia de comunidad.

La formación para el siguiente año.

Las actividades que se realizarán para reunir recursos económicos el siguiente año. Para seguir enviando nuestra aportación al comité central, sostener la experiencia de comunidad y la casa de misión en Metlatónoc.

Cada uno de los miembros escribimos nuestra carta compromiso donde especificamos a lo que nos vamos a comprometer el siguiente año. Misma que fueron recibidas por el Asesor y Coordinador del movimiento LMC en México. Realmente fueron momentos de felicidad al ver concretizar algo puntual por cada uno de los LMC presentes.

La fiesta no se hizo esperar y todos compartimos de lo típico que cada uno tiene en su región. Gracias a Dios todos regresamos con bien a nuestras ciudades.

Martas y Marías

Por: Mons. Jesús Ruíz Molina, mccj
Desde Mbaïki, República Centroafricana

Betania fue para Jesús un lugar de reposo, un oasis donde cargar pilas humana y espiritualmente. La casa de Lázaro y sus hermanas, Marta y María, sabía a hogar, a amistad profunda, a lugar donde solazar el corazón. ¿Qué habría sido de Jesús y sus discípulos si Marta no se hubiera afanado en acogerles, darles una buena comida y proporcionales un lugar para descansar? ¿Dónde se habría explayado el corazón de Jesús si María no hubiera sabido escuchar y acoger los secretos del Maestro? Y ese Lázaro amigo, al que Jesús tanto quería. Marta y María, dos caras de una misma realidad que no siempre es fácil conjugar. Marta, la ama de casa que supo arranca a Jesús palabras de vida eterna: «Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá». María, que a los pies del Maestro aprende los secretos que esconde su corazón: «María ha escogido la mejor parte y no se la arrebatarán».

Me vienen a la memoria estas reflexiones sobre la vida de Jesús mientras escribo en mi diario todo lo que voy viviendo junto al pueblo centroafricano de la diócesis de Mbaiki, que me ha sido encomendada como obispo. Tal vez me equivoque, pero tengo la sensación de que desde hace un buen tiempo, en la Iglesia hemos inclinado la balanza del lado de María en detrimento de Marta. El hecho de que el papa Francisco se haya ido a vivir a la Casa de Santa Marta es todo un símbolo que pudiera equilibrar esa realidad del discípulo que tiene que nadar entre dos aguas, la acción y la contemplación, dos alas de un mismo pájaro. No es cuestión de escoger una en detrimento de la otra, las dos juntas nos permiten volar hacia las alturas del Reino.

Este difícil equilibrio debe existir también dentro de la vida religiosa y misionera. En estos últimos tiempos me enfrento a una situación que genera conflicto entre las dos alas de la vida del discípulo. En la diócesis trabajan 40 religiosas de una docena de congregaciones, entre las que apenas hay cinco Martas con las que puedo contar incondicionalmente para cualquier misión. El resto no necesariamente son Marías. Estas cinco Martas de las que hablo son mujeres preparadas, activas, dispuestas a afrontar nuevos retos, a romper moldes, a mezclarse con el pueblo pigmeo aka, a curar enfermos que nadie se atreve a tocar, a emprender caminos inexplorados por una religiosa antes, a vivir un liderazgo femenino en la Iglesia…, pero lo que descubro es que el hecho de actuar como Martas, mujeres del Evangelio en el servicio diocesano, las pone en serio conflicto con sus congregaciones. Varias superioras provinciales han venido a quejarse: que si siempre están fuera de la comunidad, que si viajan demasiado, que si duermen en los poblados con la gente, que si abandonan la comunidad de la que son a veces las superioras, que si privilegian los compromisos diocesanos antes que los congregacionales… Esto está haciendo sufrir a tres de ellas.

En algunos casos, el conflicto es latente con sus congregaciones y les lleva a acentuar su identidad y pertenencia a una Iglesia diocesana, pero otras veces el conflicto me huele a celos escondidos, como si hubiera infidelidad a la congregación cuando hay gran donación a la pastoral diocesana. Y me digo: si el carisma de la congregación no está al servicio de una Iglesia particular, entonces hay riesgo de «capillismo». Pero, también, si el carisma se edulcora suprimiendo la comunidad, entonces la Iglesia se empobrece. ¡Qué difícil ese equilibrio entre esa Marta y esa María que cada institución, cada congregación, cada discípulo, lleva dentro! La Iglesia, durante siglos ha idealizado a María y ha encerrado a las religiosas en los conventos sin apenas percatarnos de que Marta es imprescindible para las cosas de Jesús.

Sufro viendo el conflicto de las cinco religiosas con sus congregaciones, que les recriminan su alejamiento. Intento no meterme en asuntos internos, pero qué difícil me resulta cuando lo que está en juego es un estilo de Misión, un estilo de Iglesia. Sufro porque presiento las amenazas que acechan a algunas de ellas y que sean cambiadas de comunidad. Una de las superioras me dijo que había dado un ultimátum a una. Le dije: «Sé qué tenéis la sartén por el mango, pero os pido también que reviséis vuestro carisma fundacional. Estoy seguro de que vuestra fundadora fue una mujer que rompió esquemas, que franqueó no pocas fronteras eclesiales y sociales. Ah, y por favor, diga a sus superioras de Roma que el obispo está muy agradecido de vuestra preciosa presencia en la diócesis, y sobre todo de la ­hermana N…». ¡Qué difícil equilibrio!

Más tarde, hablando con una de las Martas, sabiendo la espada de Damocles que tiene sobre su destino, le he pedido que no rompa con su congregación, que cree puentes, que intente ejercitar el ala de las Marías que su orden le reclama. No quisiera perderla.

Acción y contemplación, Marta y María. La una sin la otra no generan vida de Dios.