El sábado 13 de abril el P. Jesús Wolfango Lobato, misionero comboniano originario de Apizaco, Tlaxcala, celebró los 25 años de ordenación sacerdotal. Misionero y músico por vocación, dio gracias a Dios por su sacerdocio acompañado de amigos, compañeros de congregación, sacerdotes y hasta dos obispos.
La ceremonia tuvo lugar en el mismo templo donde, hace ahora 25 años, recibió la ordenación sacerdotal: la Basílica de Nuestra Señora de la Misericordia de Apizaco, en el Estado de Tlaxcala, su tierra natal. La misa estuvo presidida por Mons. Juan Pedro Juárez, obispo de Tula. Fue él quien lo recibió en el seminario cuando el P. Lobato era un joven con deseos de entregar su vida al Señor. También estuvo presente Mons. Julio César Salcedo, obispo de Tlaxcala, quien dio gracias a Dios por la vocación del P. Jesús. Además de los dos obispos, varios misioneros combonianos, sacerdotes diocesanos, familiares y amigos venidos de diferentes lugares del país acompañaron al P. Jesús en su jubileo sacerdotal.
En su homilía, Mons. Juárez hizo una bella referencia a la misión y a la vocación misionera, pidiendo al P. Lobato que siga poniendo al servicio del Evangelio los dones con los que Dios lo ha bendecido y deseándole que «sigas siendo un sacerdote misionero feliz y contento allá donde te encuentres». Uno de esos dones es su pasión por la música. De hecho, al final de la misa, el P. Jesús entonó una canción compuesta por él mismo en sus años jóvenes, en la que expresaba su deseo de ser como San Daniel Comboni.
Recién ordenado sacerdote el 30 de enero de 1999, el P. Jesús fue destinado a la misión de Kenia, donde estuvo 13 años. En 2013 regresó a México para prestar un servicio misionero en su país de origen. Aquí trabajó últimamente entre el pueblo mixteca, en la parroquia de Santiago Apóstol de Cochoapa el Grande, en el estado de Guerrero. Apenas una semana después de celebrar sus 25 años de sacerdote, tomará el avión para regresar a su misión de Kenia, donde seguirá realizando su labor misionera y enriqueciendo a los que le rodean con sus grandes dotes musicales.
La Hna. Ruperta Palacios, misionera afromexicana de la congregación de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, nos propone cuatro pautas para el ‘Año de la Oración’ en preparación al Jubileo 2025.
De camino a vivir el Jubileo 2025, «tiempo de gracia» hasta la apertura de la Puerta Santa, el Pontífice pide a los fieles «intensificar» la oración. Es por esto que anima a dedicar este año 2024 a una gran “sinfonía” de oración.
El Vaticano invita a las diócesis y comunidades religiosas a buscar caminos que lleven a redescubrir la centralidad de la oración. Por lo que invita a promover momentos de oración individual y comunitaria a través de acciones como: «peregrinaciones de oración» hacia el Jubileo o itinerarios de escuelas de oración con etapas mensuales o semanales, presididas por los obispos, en las que participe el Pueblo de Dios.
Redescubrir el valor de la oración
En atención a vivir de la mejor manera este momento íntimo con Dios, la hermana Ruperta Palacios Silva, una religiosa oaxaqueña y afromexicana que pertenece a las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, nos da algunas pistas de como orar y educar en la oración.
Inicia resaltando que para orar es importante en primer lugar, dejar pasar por el corazón orante el llamado de Jesús de Nazaret, quien nunca dejó de orar a pesar de las circunstancias vividas. “Su oración no la apartaba del compromiso de los hermanos y hermanas, al contrario, lo lleva a un mayor servicio de los mismos. Jesús, siempre enseñó el valor de la oración e invitó a ser perseverantes e insistentes en ella”.
Asintió que el pueblo de Dios sabe orar a su manera, pero dijo que, en ocasiones las religiosas menosprecian la forma como lo hacen, “pareciera que nosotras somos las «expertas» en oración”, por ello, expuso, que Dios tiene su manera de conducir a los pueblos por el camino de la oración”.
La oración desde el ámbito de la amistad
Observa que como parte de la familia Carmelita a la que pertenece, ha tratado de asumir el modo de orar carmelitano, herencia tomada de Santa Teresa de Jesús, quien decía: «la oración es un trato de amistad con quien sabemos nos ama». A partir de esto dice que, “cuando se descubre el valor de la oración desde el ámbito de la amistad, cambia todo.
“Mi relación con Dios es como la de un amigo. Me relaciono con él de acuerdo a mi estado de ánimo, en las alegrías y tristezas de la vida, en este sentido voy creciendo en confianza y me abandono en Dios”, subraya.
La oración en la vida religiosa debe llevar a un cambio
Desde la mirada de la Vida Consagrada en el continente de América Latina y el Caribe, dijo que no se puede bajar la guardia y antes bien, se debe intensificar la invitación que se hace a vivir este año de la oración con iniciativas propias de su carisma. “Cada Congregación tiene una espiritualidad propia para ir guiando su camino espiritual: retiros espirituales, ejercicios espirituales cada año, oración diaria personal y comunitaria”.
Evocando de nuevo a santa Teresa de Jesús quien decía «la oración es para que nazcan obras», dijo que sería en vano multiplicar los tiempos de oración, si no hay un cambio en la vida de cada religioso(a) y en el compromiso serio con el mundo exterior en lo que se refiere a la justicia social y la cercanía con los más vulnerables.
“Si no hay una verdadera oración, no podrá haber un compromiso serio por las causas sociales, por la justicia, los desaparecidos, los migrantes, entre otros. La oración me tiene que llevar a ese compromiso. Si vivimos desde esa hondura nuestro caminar cristiano y nuestro testimonio será creíble para las nuevas generaciones de religiosos y religiosas”, anotó.
Concluyó refiriéndose a este tema indicando que “resulta imprescindible la exigencia de soledad y silencio de la vocación contemplativa, la necesidad de estar “muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (v 8,5). En una palabra, dijo “es necesario hacer la experiencia del desierto, dejando que un amplio espacio permanezca vacío y que un largo tiempo transcurra en silencio para que la presencia de Dios pueda ocuparlo”.
Las tecnologías al servicio de la oración
Por otra parte, abordando el tema de la tecnología en un mundo globalizado, donde las personas están buscando respuestas inmediatas, señala, que esto “no es malo, pero no se puede caer en los extremos”. Agrega que, en parte la tecnología ha llevado a que se pierda el gusto por la oración y la espiritualidad, “sin pelearnos con ella”, advierte.
Con el propósito de acercar a las comunidades a través de los medios tecnológicos, la religiosa acertó en decir que la Iglesia se debe preparar para elaborar contenidos y ofrecer insumos que lleven a vivir momentos de reflexión y oración a nivel personal y familiar. “Valorar los espacios de silencio, oración y espiritualidad para formarnos y fortalecer nuestra vida como seguidores de Jesucristo, a través de estos medios de comunicación”.
Asimismo, agrega que “en la era digital no es tanto la soledad física lo que nos espanta sino el estar “desconectados”, incomunicados de esta especie de ‘anima mundi’ en que se ha convertido el mundo virtual de internet y de las redes sociales”. Asegura que esta ausencia de conexión (y no ya de relación) provoca angustia en el ser humano, “nos proyecta hacia atrás en una ineludible confrontación con nosotros mismos”.
Subsidios Año de la Oración
El Dicasterio para la Evangelización ha publicado algunos subsidios que buscan ayudar a los fieles y a las comunidades a vivir con fe este tiempo tan importante: está disponible online, y descargable gratuitamente en el sitio web, en versión digital de “Enséñanos a orar”. INGRESE AQUÍ
No, esta crónica no es sobre la novela de José Saramago que más me costó leer. Es sobre los muchos nombres que gané durante mi estancia en Etiopía.
Por: P. José Vieira, desde Etiopía
Abba Yooseefi. Abba significa padre y por extensión sacerdote, aunque en la nueva traducción del Padre Nuestro decimos Abbo en lugar de Abba. Yooseefi es la forma guji de José. El nombre procede del hebreo Yowceph (con la traducción griega de Iosef) y significa “Él [Dios] añade” o “Dios multiplica”. Y Dios sigue añadiendo su ternura, misericordia y gracia a mi vida. Heredé el nombre de mi padrino José, el marido de mi difunta tía Arnalda, la hermana menor de mi padre y mi madrina. Así era en aquella época. Los gujis llaman a sus hijos según las circunstancias de su embarazo y nacimiento. Nuestra cocinera se llama Guyyate porque nació a la una de la tarde, cuando la mañana (bari) se convierte en día (guyya). Su hermana pequeña se llama Bontu porque nació gordita.
Abba Joe. Así me llaman en inglés. Joe es el diminutivo de Joseph, nuestro Zé en portugués.
Farenji/Farenjicha. Farenji significa extranjero en amárico. Farenjicha es la versión guji. Una de sus posibles raíces es francesa. Los galos construyeron hace más de cien años el ferrocarril que une Addis Abeba con Yibuti vía Dire Dawa. Farenji es el antónimo de habesha, el término con el que los etíopes se llaman a sí mismos y la marca de una buena cerveza. Técnicamente, habesha es el nombre de los pueblos etíopes de origen semítico, que proceden del mestizaje de pueblos locales con emigrantes de la península arábiga: amaras, tigrines y gurags… Abisinia, la tierra de los habesha, fue el nombre de Etiopía hasta el siglo XIX, antes de que el país acogiera a los pueblos del sur. La palabra también ha entrado en la lengua portuguesa: abexim es sinónimo de etíope. Etíope procede del griego y significa cara(s) quemada(s), palabra utilizada en la Biblia para referirse a los habitantes del sur de Egipto (Sudán, Etiopía). La famosa reina de Saba podría haber sido etíope o sudanesa, del reino de Meroe, donde las reinas se llamaban Kandake.
China. Es la nueva forma en que los niños -y los adultos en menor medida- llaman a los extranjeros blancos. Lo oí por primera vez en Addis Abeba la tarde que llegué al país hace dos años. Cuando me llaman “China”, respondo: “China no. Portugal!” (o Burtukan, que es la forma etíope de decir Portugal y significa naranja). Los chinos tienen una presencia muy notable en el país a través de la construcción de infraestructuras (autopistas, carreteras, ferrocarriles -renovaron y electrificaron la línea de Yibuti y crearon un metro de superficie en la capital-, fábricas, líneas de alta tensión, etc.). Presencia en casi toda África. Los chinos son los nuevos amos del continente negro, más interesados en las materias primas (petróleo y otros minerales, madera, etc.) a cambio de préstamos o de la construcción de infraestructuras. Cuando los Estados no pagan sus deudas, se apoderan de las infraestructuras locales (puertos, aeropuertos, autopistas, etc.) y las gestionan en beneficio propio, como garantía de los préstamos.
Petros. Así me llaman en la zona de Anfarara, un pueblo a unos 25 kilómetros de Qillenso, camino de Adola. El comboniano mexicano P. Pedro Pablo Hernández -conocido en Guji como Abba Petrosi- abrió durante un tiempo un catecumenado en Anfarara. ¡Ser blanco es ser Petros!
Lio. En la carretera que atraviesa el bosque hacia la misión de Soddu Abala -hija de la misión de Qillenso, donde vivo-, los pequeños gritan “Lio, Lio” cuando ven pasar el vehículo. El padre Leonardo d’Alessandro, sacerdote de la diócesis de Bari que trabaja como misionero en Etiopía desde hace treinta años, fue párroco de Soddu Abala durante mucho tiempo. Se le conoce como Abba Leo.
Beka. Cerca del barrio donde viven las Misioneras de la Caridad y tienen su centro de acogida para enfermos terminales y bebés rechazados, en las afueras de Adola, cuando los niños ven el todoterreno que conduzco, empiezan a gritar “Beka, Beka”. Es el nombre del conductor de los misioneros que tienen el mismo vehículo.
you, you. Tú, tú en inglés. Hace treinta años, cuando llegué por primera vez a Etiopía, al ver a un extranjero los niños coreaban: “¡you, you, ¡Money, money!”, “¡Tú, tú, Dinero, dinero!”. Ahora se limitan a “¡Tú, tú!” cuando quieren llamar mi atención.
¡Ocho nombres para la misma persona! ¡Soy rico para nada!
Dentro de Etiopía hay más de 80 grupos étnicos que tienen sus propias lenguas o dialectos y costumbres, pero también tienen celebraciones nacionales que todos juntos festejan, como puede ser la celebración del Año Nuevo a principios de septiembre, después de las cosechas, al seguir un calendario agrícola.
Aun así, en la zona donde ahora me encuentro, llamada Sidamo, la gente sigue el calendario lunar que los lleva a celebrar el Año Nuevo en otra fecha. Los líderes locale (‘ancianos’, como son llamados), observan de manera astronómica la luna y las estrellas y, después de consultarse entre ellos, hacen saber cuándo es la fecha del inicio del nueve año.
Bueno pues esa fecha es el 6 de abril, el primer día del Año, llamada Chambelala en lengua Sidamo. Sin embargo, esta noche, la última del calendario Sidamo, también se celebra ‘fiche’, una reunión familiar que se realiza en cada casa con el fin de hablar de cómo vivieron el año, pero sobre todo para pedirse perdón y reconciliarse entre aquellos que han ofendido de forma ligera o profunda. La motivación es que todos deben comenzar el año nuevo sin ningún conflicto entre ellos, deben de iniciar el año estando en paz unos con otros. Una vez que lo hacen, con gran alegría comen juntos ‘cochxio’ (harina de árk de plátano con mantequilla, a veces con carne también) y jocoque.
Debido a que un amigo me invitó a ir al auditorio regional para ver bailes tradicionales charlas sobre la cultura Sidamo, (atendida por los principales personajes de la política local), antes de entrar al salón la cadena de televisión nacional me pidió si les podía dar mi opinión sobre el evento. Primeramente, los felicité por su fiesta en preparación al añc nuevo y luego les comenté el profundo valor humano que tienen entre ellos, los miembros de la familia, de llenarse de humildes para reconocer los errores cometidos y tener la valentía de pedirse disculpas unos a otros. Este es un valor y una tradición que muchos de nosotros podemos aprender de ellos, en vez de hacer muchas ‘barbaridades nosotros en nuestros ambientes, cuando celebramos el año nuevo del calendario gregoriano, en primero de enero.
Dios nos ayude a reconocer ese valor en la gente Sidamo y poder imitarlo en nuestras vidas al final de cada año (o cada día) que concluye. Así sea.
María Reina Ametepé Adjovi Essenam es una misionera comboniana originaria de Togo, que acaba de llegar a México después de una primera experiencia misionera en Perú. Su destino es la comunidad que las combonianas tienen en Tapachula, Chiapas, para trabajar con los migrantes que llegan de Centroamérica y de Haití principalmente. Antes de viajar a su nueva misión hablamos con ella sobre su vocación, su trabajo en Perú y su futuro destino en Tapachula. Esto fue lo que nos contó.
Me llamo María Reina Ametepé, soy de Togo y vengo de la parroquia de Adidogome, donde trabajan los combonianos y las combonianas. Recibí el bautismo a los 13 años. Mi madrina me preguntó si no me gustaría ser religiosa, pero en aquel entonces yo ni siquiera sabía lo que era ser religiosa y no le dije nada. Más tarde, su sobrina me invitó a participar en el grupo de vocaciones de la parroquia y empecé a ir de manera esporádica. A ese grupo iban los misioneros a compartirnos sus experiencias. Poco a poco me iba interrogando y le preguntaba a Dios: «¿Qué quieres que sea en el futuro?».
Cuando obtuve mi bachillerato, que da acceso a la universidad, una comboniana me preguntó qué esperaba para decidirme a visitar alguna congregación religiosa. Le dije que el tiempo aún no había llegado y participé en un retiro en el Centro de Animación Misionera de los combonianos. Ahí, a punto de empezar la universidad, le pregunté de nuevo al Señor: «¿Qué quieres que haga de mi vida?».
En la capilla de los combonianos había una foto de san Daniel Comboni y en un momento de adoración ante el Santísimo, me crucé con ella y me marcó su mirada. Había leído algunos libros sobre su vida, los combonianos nos hablaban de él, sabía que era el único hijo sobreviviente de su familia y que dedicó su vida para ayudar a los africanos. No dejaba de mirar esa foto y esa mirada y al final empecé a llorar, no sabía qué me pasaba.
Empecé el camino vocacional con las combonianas en 2007. El cuarto domingo de Pascua, Jornada mundial de las vocaciones, me marcó mucho el texto del Evangelio que dice «la mies es mucha, pero los obreros son pocos». Empecé a dejarme acompañar por otras personas y eso me ayudó a ir descubriendo poco a poco mi vocación. También participaba en varios grupos, como animadora, coordinadora o secretaria, y eso me estimuló a ser un ejemplo y a dar forma a mi vocación.
Mi madre me decía: «quédate ya en la parroquia, dile al padre que te haga una casa y ya te quedas ahí», porque siempre estaba en las actividades parroquiales. Me fui dando cuenta de que mi felicidad estaba en realizar actividades al servicio del Señor y fui tomando conciencia de que si consagraba mi vida a Dios, tendría más tiempo para servir a los demás. Eso y el lema de Comboni de «salvar África con África», fue la chispa que me ayudó a decidirme para ser un instrumento africano y ayudar a mis hermanos africanos.
Tras cinco años de acompañamiento con las combonianas y una vez que obtuve mi licenciatura en Sociología de la Educación, entré en el postulantado, en República Democrática del Congo. Luego hice el noviciado en Uganda. Después de los votos me enviaron a Ecuador, donde llegué en octubre de 2017 para estudiar español y en junio de 2018 fui destinada a trabajar en Perú.
Perú
Mi primer trabajo fue en un proyecto de educación social de los jesuitas, de educación básica para jóvenes que no tuvieron oportunidad de terminar la secundaria. Estábamos en la periferia de Lima, una zona muy poblada por gente de todas las regiones del país que huyen de la violencia o el terrorismo. La gente sobrevive con trabajos mal pagados, los niños llegan a casa y sus papás no están porque van a trabajar, muchos están en la calle. El programa «Casita» tiene como finalidad reagrupar a estos niños, ayudarles a hacer sus tareas escolares, realizar talleres de autoestima, etcétera. Yo iba a visitar a las familias para conocer sus realidades. Poco a poco la gente se iba abriendo y me contaban sus preocupaciones e inquietudes. Según lo que ellos me contaban iba elaborando los temas de formación.
Cada año, en época de verano daba un curso de misionología a los catequistas a partir de los documentos de la Iglesia. También atendía a grupos de infancia y adolescencia misionera, especialmente trabajaba con las mamás, porque estaba convencida de que hay que empezar en las familias. Asimismo, colaboré con Cáritas, distribuyendo ropa visitando a los enfermos y con lo que llamábamos las «Ollas comunes» durante el tiempo de la pandemia, preparando comida para mucha gente.
En diciembre de 2022 fui a Italia, a prepararme para los votos perpetuos, que hice el 2 de septiembre pasado en mi parroquia, en Togo. En la preparación coincidí con dos hermanas mexicanas, Ana Rosa Herrera y Lourdes García, que también hicieron los votos perpetuos. Después, debía regresar a Perú, pero me cambiaron el destino por México.
Lo de «salvar África con África» en Perú lo viví con alegría. Yo esperaba quedarme en mi África natal, pero me he encontrado a África en Perú. Aunque no tienen la piel negra, para mí es mi África, en ellos encontré el motivo por el que consagré mi vida.
Tapachula
Ahora con mi nuevo destino a Tapachula, Chiapas, siento que debo volver a empezar; es un nuevo trabajo, nueva gente, otra realidad. Me dijeron que Tapachula es una comunidad abierta al trabajo con los migrantes. Voy muy abierta para saber lo que el Señor quiere de mí. Para mí es un gran desafío y a veces incluso siento impotencia, porque uno no puede satisfacer todas las necesidades que tienen. Aún no sé cuál será mi labor, porque además estoy completando algunos estudios y de vez en cuando tendré que ir a Guadalajara para algunas clases. Para mí es importante ir entrando poco a poco en la realidad y conocer el plan de la comunidad para ver mejor qué puedo hacer.
Lo único que me exijo a mí misma es estar abierta para ver qué es lo que puedo ofrecer o qué puedo dar. Voy con muchas ganas de aprender y con mucha alegría. Una nueva realidad como la de Tapachula exige tiempo para escuchar a la gente, a la comunidad, a mí misma; un espacio para aprender. Necesito darme tiempo de observación, dejarme enseñar por la gente. Es el Señor quien me envía y yo me pongo a su disposición. No me esperaba el cambio, pero como dicen en Perú, «por algo será», y estoy contenta de ir. Los caminos de Dios no son los nuestros, tenemos que ponernos a su disposición con apertura.
El Arzobispo de Jartum, Mons. Michael Didi, bendijo el pasado 3 de abril la nueva clínica de enfermería que el Comboni College of Science and Technology ha abierto en colaboración con AISPO y la Parroquia de Port Sudan en el marco del proyecto “Ciencias de Enfermería en el Comboni College”. La clínica de enfermería es principalmente una plataforma para organizar las actividades de los voluntarios de cuidados paliativos que apoyarán a las familias que tienen personas con enfermedades crónicas o terminales en casa. la Hna. Fatima Salih (AISPO), la Provincial de las Misioneras de la Caridad, Hna. Anne Longina, el P. Pious Anyaja, párroco, el Sr. James Joseph, director de la Escuela Secundaria Comboniana y el personal del CCST implicado en el proyecto también asistieron al acto junto con 22 profesionales sanitarios de Port Sudan que siguen el curso de Cuidados Paliativos para Profesionales Sanitarios. Estos profesionales de la salud tuvieron su tercera sesión de formación, dedicada al tratamiento del dolor.