De Togo a Tapachula

María Reina Ametepé Adjovi Essenam es una misionera comboniana originaria de Togo, que acaba de llegar a México después de una primera experiencia misionera en Perú. Su destino es la comunidad que las combonianas tienen en Tapachula, Chiapas, para trabajar con los migrantes que llegan de Centroamérica y de Haití principalmente. Antes de viajar a su nueva misión hablamos con ella sobre su vocación, su trabajo en Perú y su futuro destino en Tapachula. Esto fue lo que nos contó.

Me llamo María Reina Ametepé, soy de Togo y vengo de la parroquia de Adidogome, donde trabajan los combonianos y las combonianas. Recibí el bautismo a los 13 años. Mi madrina me preguntó si no me gustaría ser religiosa, pero en aquel entonces yo ni siquiera sabía lo que era ser religiosa y no le dije nada. Más tarde, su sobrina me invitó a participar en el grupo de vocaciones de la parroquia y empecé a ir de manera esporádica. A ese grupo iban los misioneros a compartirnos sus experiencias. Poco a poco me iba interrogando y le preguntaba a Dios: «¿Qué quieres que sea en el futuro?».

Cuando obtuve mi bachillerato, que da acceso a la universidad, una comboniana me preguntó qué esperaba para decidirme a visitar alguna congregación religiosa. Le dije que el tiempo aún no había llegado y participé en un retiro en el Centro de Animación Misionera de los combonianos. Ahí, a punto de empezar la universidad, le pregunté de nuevo al Señor: «¿Qué quieres que haga de mi vida?».

En la capilla de los combonianos había una foto de san Daniel Comboni y en un momento de adoración ante el Santísimo, me crucé con ella y me marcó su mirada. Había leído algunos libros sobre su vida, los combonianos nos hablaban de él, sabía que era el único hijo sobreviviente de su familia y que dedicó su vida para ayudar a los africanos. No dejaba de mirar esa foto y esa mirada y al final empecé a llorar, no sabía qué me pasaba.

Empecé el camino vocacional con las combonianas en 2007. El cuarto domingo de Pascua, Jornada mundial de las vocaciones, me marcó mucho el texto del Evangelio que dice «la mies es mucha, pero los obreros son pocos». Empecé a dejarme acompañar por otras personas y eso me ayudó a ir descubriendo poco a poco mi vocación. También participaba en varios grupos, como animadora, coordinadora o secretaria, y eso me estimuló a ser un ejemplo y a dar forma a mi vocación.

Mi madre me decía: «quédate ya en la parroquia, dile al padre que te haga una casa y ya te quedas ahí», porque siempre estaba en las actividades parroquiales. Me fui dando cuenta de que mi felicidad estaba en realizar actividades al servicio del Señor y fui tomando conciencia de que si consagraba mi vida a Dios, tendría más tiempo para servir a los demás. Eso y el lema de Comboni de «salvar África con África», fue la chispa que me ayudó a decidirme para ser un instrumento africano y ayudar a mis hermanos africanos.

Tras cinco años de acompañamiento con las combonianas y una vez que obtuve mi licenciatura en Sociología de la Educación, entré en el postulantado, en República Democrática del Congo. Luego hice el noviciado en Uganda. Después de los votos me enviaron a Ecuador, donde llegué en octubre de 2017 para estudiar español y en junio de 2018 fui destinada a trabajar en Perú.

Perú

Mi primer trabajo fue en un proyecto de educación social de los jesuitas, de educación básica para jóvenes que no tuvieron oportunidad de terminar la secundaria. Estábamos en la periferia de Lima, una zona muy poblada por gente de todas las regiones del país que huyen de la violencia o el terrorismo.
La gente sobrevive con trabajos mal pagados, los niños llegan a casa y sus papás no están porque van a trabajar, muchos están en la calle. El programa «Casita» tiene como finalidad reagrupar a estos niños, ayudarles a hacer sus tareas escolares, realizar talleres de autoestima, etcétera. Yo iba a visitar a las familias para conocer sus realidades. Poco a poco la gente se iba abriendo y me contaban sus preocupaciones e inquietudes. Según lo que ellos me contaban iba elaborando los temas de formación.

Cada año, en época de verano daba un curso de misionología a los catequistas a partir de los documentos de la Iglesia. También atendía a grupos de infancia y adolescencia misionera, especialmente trabajaba con las mamás, porque estaba convencida de que hay que empezar en las familias. Asimismo, colaboré con Cáritas, distribuyendo ropa visitando a los enfermos y con lo que llamábamos las «Ollas comunes» durante el tiempo de la pandemia, preparando comida para mucha gente.

En diciembre de 2022 fui a Italia, a prepararme para los votos perpetuos, que hice el 2 de septiembre pasado en mi parroquia, en Togo. En la preparación coincidí con dos hermanas mexicanas, Ana Rosa Herrera y Lourdes García, que también hicieron los votos perpetuos. Después, debía regresar a Perú, pero me cambiaron el destino por México.

Lo de «salvar África con África» en Perú lo viví con alegría. Yo esperaba quedarme en mi África natal, pero me he encontrado a África en Perú. Aunque no tienen la piel negra, para mí es mi África, en ellos encontré el motivo por el que consagré mi vida.

Tapachula

Ahora con mi nuevo destino a Tapachula, Chiapas, siento que debo volver a empezar; es un nuevo trabajo, nueva gente, otra realidad. Me dijeron que Tapachula es una comunidad abierta al trabajo con los migrantes. Voy muy abierta para saber lo que el Señor quiere de mí. Para mí es un gran desafío y a veces incluso siento impotencia, porque uno no puede satisfacer todas las necesidades que tienen. Aún no sé cuál será mi labor, porque además estoy completando algunos estudios y de vez en cuando tendré que ir a Guadalajara para algunas clases. Para mí es importante ir entrando poco a poco en la realidad y conocer el plan de la comunidad para ver mejor qué puedo hacer.

Lo único que me exijo a mí misma es estar abierta para ver qué es lo que puedo ofrecer o qué puedo dar. Voy con muchas ganas de aprender y con mucha alegría. Una nueva realidad como la de Tapachula exige tiempo para escuchar a la gente, a la comunidad, a mí misma; un espacio para aprender. Necesito darme tiempo de observación, dejarme enseñar por la gente. Es el Señor quien me envía y yo me pongo a su disposición. No me esperaba el cambio, pero como dicen en Perú, «por algo será», y estoy contenta de ir. Los caminos de Dios no son los nuestros, tenemos que ponernos a su disposición con apertura.