XVI Domingo ordinario. Año C
Marta y María
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía). Al enfrentarse a ambos, los apóstoles deben tomar una decisión: «No es justo que descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6,2). El servicio de la Palabra sería superior al de la caridad.
Tres textos evangélicos hablan de Marta y María: Lucas 10,38–42; Juan 11,1–46 y 12,1–8. Nos centraremos sobre todo en el relato de Lucas.
Según el cuarto Evangelio, las dos hermanas vivían en Betania, un pueblo en las afueras de Jerusalén. San Juan siempre las menciona juntas, con su hermano Lázaro. Parece una familia acomodada. Son amigos de Jesús y lo acogen junto con su comitiva (¿unas treinta personas?) cuando va a Jerusalén. Allí, Jesús puede descansar y encontrar “dónde reclinar la cabeza” (Mateo 8,20). Betania es el “santuario” de la amistad y de la hospitalidad.
Marta parece ser la mayor y la dueña de la casa. Su nombre probablemente significa “señora / dueña del hogar”. En la tribu de los nabateos es un nombre masculino, y en el Talmud rabínico puede ser masculino o femenino. Es una mujer dinámica y trabajadora. María parece más joven, más tierna e introvertida. La etimología de su nombre es incierta: “rebelde”, “amada”, “exaltada”…
Según Lucas 10,38–42, Marta y María reciben a Jesús en su casa. Mientras Marta se afana en preparar comida para los invitados, María se queda a los pies de Jesús escuchándole. Molesta, Marta le pide a Jesús que le diga a su hermana que la ayude. Jesús responde con una frase inesperada:
«Marta, Marta, estás inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se le quitará».
Esta frase de Jesús ha sido objeto de muchas interpretaciones, a veces tendenciosas o ideológicas. Pero puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestra vocación como discípulos de Jesús.
¿Sumisión o emancipación?
UNA VISIÓN REVOLUCIONARIA DE LA MUJER
La actitud de María —afectuosa, devota, silenciosa— ha sido exaltada por una cierta tendencia machista y clerical, defensora de la sumisión de la mujer al hombre.
Marta, en cambio, una mujer que tiene el valor de “alzar la voz” y expresar su individualidad, sería símbolo de la emancipación femenina. En algunas pinturas medievales, se la representa como el equivalente femenino de San Jorge o San Miguel, con la particularidad de que no mata al dragón, sino que lo doma y lo lleva atado como si fuera una mascota. Es una manera femenina de dominar el mal: no eliminando al adversario, sino domesticándolo.
En realidad, la figura de María también es revolucionaria. Estar a los pies de alguien significaba ser su discípulo. En tiempos de Jesús, el estudio de la Torá era exclusivo de los hombres. En hebreo y arameo, la palabra “discípulo” no tenía forma femenina. Así, al elogiar la actitud de María, Jesús adopta una postura provocadora, desafiando la mentalidad patriarcal. Incluso desautoriza en cierto modo a la “mujer ejemplar” tradicional, que representa Marta, afanada en las tareas del hogar (véase Proverbios 31,10ss).
Por tanto, ambas mujeres representan una forma de emancipación femenina: Marta, con su extroversión emprendedora; María, con su introversión silenciosa. Son el modelo de una humanidad integrada, donde silencio y palabra, introversión y extroversión conviven.
¿Acción u oración?
¡CASARSE… CON LAS DOS HERMANAS!
La tradición ha visto en Marta el símbolo de la vida activa, y en María el de la vida espiritual o contemplativa, considerando esta última superior. El “servicio corporal” sería inferior al “servicio espiritual” (San Basilio). Mientras que la vida activa termina con este mundo, la vida contemplativa continúa en el futuro – dice San Gregorio Magno. Pero añade que hay que “casarse” con ambas, como Jacob, que aunque prefería a Raquel (más bella pero estéril), tuvo que casarse primero con Lía (menos atractiva pero fecunda).
En el fondo, la contraposición entre vida activa y vida contemplativa es falsa, ya que una no puede existir sin la otra. No se excluyen, sino que se integran. Son dos dimensiones esenciales de la vocación del discípulo. Marta y María están unidas, como da a entender San Juan al mencionarlas siempre juntas. Jesús ama a ambas (Juan 11,5). De hecho, es Marta quien sale al encuentro de Jesús (mientras María permanece en casa) y hace una conmovedora confesión de fe (Juan 11,20.27). Marta y María no son figuras opuestas, sino complementarias. Todos estamos llamados a encarnar a Marta y a María: a ser servidores y oyentes de la Palabra.
Las dos hermanas viven reconciliadas. Así las representa el pintor dominico Beato Angélico, en un fresco (en Florencia). Ambas asisten (espiritualmente) a la agonía de Jesús en el huerto. Mientras los tres discípulos duermen, ellas velan compenetradas en el misterio. María lee la Palabra, Marta la escucha con atención y ternura. Las dos “esposas” conviven en paz.
¿Ley o Evangelio?
¡UNA IGLESIA CON TRAJE NUPCIAL Y DELANTAL!
También podríamos suponer que Lucas, al presentar estas dos figuras estilizadas, quería mostrar dos formas de servicio en la comunidad cristiana: el “servicio de las mesas” (diaconía) y el servicio de la Palabra (profecía). Al enfrentarse a ambos, los apóstoles deben tomar una decisión: «No es justo que descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6,2). El servicio de la Palabra sería superior al de la caridad.
Para algunos, además, Marta y María representarían dos etapas del discipulado. Marta, ocupada en “hacer muchas cosas”, simboliza la “primera conversión”, la de la purificación por las obras. María, centrada en “lo único necesario”, encarna la “segunda conversión”, la del corazón. En este caso, Marta representaría el Antiguo Testamento (la Torá con sus 613 preceptos) y María el Nuevo (con la “Ley del Amor” que los unifica).
En realidad, ambas representan dos dimensiones esenciales e igualmente importantes de la Esposa que se identifica con su Esposo, «que ha venido a servir» (Marcos 10,45). Es decir, la comunidad cristiana, resplandeciente con su traje nupcial, «sentada a la derecha del Rey» (Salmo 44,10), pero también capaz de despojarse de sus vestidos, ponerse el delantal del servicio y lavar los pies a sus hijos (Juan 13,4).
¿Hacer o Ser?
EL DOBLE MANDAMIENTO DEL AMOR
El contexto del episodio de Betania es muy significativo. Por una parte, está precedido por la parábola del buen samaritano, que termina con: «Ve, y HAZ tú lo mismo» (Lucas 10,37). Por otra, está seguido inmediatamente por la enseñanza de Jesús sobre el Padrenuestro y la oración (Lucas 11,1–10). Parece que Lucas quiere subrayar la unidad entre el Hacer («hacerse prójimo» del hermano) y la Escucha de la Palabra («hacerse próximo» a Dios).
Si el buen samaritano es un icono del amor al prójimo, Betania lo es del amor a Dios. Marta “hace”, María “ama”. El episodio de la unción en Betania, narrado por San Juan, confirma esta lectura. Jesús defiende a María frente a Judas, quien había apelado a la caridad con los pobres para criticarla (Juan 12,8).
¿Conclusión?
CONVERSIÓN Y DISCERNIMIENTO
Marta y María siempre aparecen “en casa”. La casa y el pueblo representan el tiempo de la vida ordinaria, la “iglesia doméstica”. La condición habitual del cristiano, del laico. En el centro están la escucha de la Palabra y el Servicio. Se trata de hacer de nuestra casa una “Betania”: acoger al Amigo Cristo. Hospedar a alguien en casa cambia nuestras prioridades y condiciona nuestro modo de hacer las cosas.
Marta y María aman a Jesús, pero difieren en sus prioridades. María se concentra en Jesús y se deleita en su presencia. Marta, ocupada con los quehaceres, cae en la inquietud, la impaciencia y el cansancio. Y la presencia de Jesús termina por convertirse en una “carga” para ella. Este es el problema.
El estado de irritación de Marta lleva a Jesús a “llamarla” con ternura (tal es el sentido de la repetición del nombre: «¡Marta, Marta!»), para devolverla a lo esencial: a la conversión hacia “lo único necesario”, a la búsqueda del Reino de Dios. Todo lo demás vendrá por añadidura (Lucas 12,31).
El tiempo apremia, y por eso el discípulo no puede preocuparse por “muchas cosas”. La multiplicidad de tareas no es necesariamente sinónimo del “servicio” que Jesús espera de nosotros. Es necesario, por tanto, establecer prioridades y urgencias. En otras palabras: discernir. Como dice Pablo:
«Pido que vuestro amor crezca cada vez más en conocimiento y en pleno discernimiento, para que sepáis escoger lo mejor» (Filipenses 1,9–10).
Escoger la mejor parte
P. Enrique Sánchez G. Mccj
(Lucas 10, 38-42)
Betania es un pequeño poblado situado a tres o cuatro kilómetros de Jerusalén y es ahí en donde Jesús muchas veces había ido para encontrarse con Lázaro y sus hermanas Marta y María con quienes mantenía una estrecha amistad.
En aquella casa Jesús se sentía bien y en confianza, así nos lo describe esta página del evangelio de san Lucas. Jesús había llegado, muy probablemente con sus apóstoles y sus discípulos, y se había recostado, como era la costumbre, en torno a la mesa y María se acomodó a sus pies, en una actitud atenta y seguramente de escucha. Jesús tenía siempre algo importante que decir y no había que perderse ninguna de sus palabras.
Marta, por lo contrario, se nos presenta como alguien que estaba afanada, dice el evangelio, ocupada en muchos quehaceres que consideraba urgentes e importantes. Atender a Jesús y a toda la gente que había llegado con él no era tarea sencilla.
La escritura insinúa que vivía aquel trabajo con enfado, molesta y ciertamente con una intensa insatisfacción. Tal vez lo abrumador del trabajo la tenía tensa y preocupada. También se podría pensar que lo que la mantenía ocupada no llenaba del todo su corazón y no le permitía poner el corazón en sus actividades.
Jesús hace aparecer como evidente la preocupación y la inquietud que acompañaban a Marta, mientas que, en contraste, presenta a María como alguien que había escogido algo más gratificante; había escogido la mejor parte y se quedaría con ella para siempre.
Este pequeño texto pone en evidencia varias actitudes que nos acompañan también a nosotros en el vivir diario. Nadie podría negar que estamos hoy en una sociedad que vive afanada, que ha perdido la capacidad de detenerse para entender y disfrutar lo que va encontrando en el caminar cotidiano. Hemos perdido mucho la sensibilidad para poder disfrutar de lo sencillo, de lo que no hace ruido ni es aparatoso; nos cuesta dejarnos sorprender por lo bello que se esconde en lo ordinario de la vida.
Hoy se vive con los ritmos que caracterizan el comportamiento de Marta. No hay tiempo para perder, los compromisos se multiplican, las agendas de trabajo están sin espacios y las jornadas de trabajo muchas veces se alargan con tiempos extraordinarios. Vivimos al ritmo del trabajo, el comer de prisa y el descanso que se limita a unas cuantas horas.
Hoy parece que para todo hay que sacar cita y se tienen que reservar espacios en todo y en todas partes, si se pretende ser atendidos. En la vida ordinaria se salta de una reunión a otra, de una entrevista se sale para, corriendo y de prisa, comer algo antes de estar disponible para responder a todos los correos y mensajes recibidos. Vivimos atados al teléfono todo el día y aún de noche siguen llegando los mensajes que pretenden una respuesta, aunque sea a media madrugada.
El tiempo parece encogerse continuamente y los pendientes quedan siempre ahí cada noche, como una carga que ya condicionó el día de mañana.
Marta estaba afanada y preocupada tratando de poner todo en orden y bajo su control. Soñaba con tener todo impecable y que nada se le escapara.
Su alegría, aparentemente, consistía en algo que se encontraba fuera de ella, en aquello que podía controlar y manipular a su antojo y no se había dado cuenta de que la verdadera felicidad se encontraba en otra parte.
Como muchos de nosotros, Marta estaba convencida de que lo más importante era el quehacer; mientras que María había escogido estar simplemente en comunión profunda con quien llenaba de felicidad su corazón.
Estas dos actitudes nos ayudan a entender que en la vida deberíamos llegar a crear un sano equilibrio entre nuestra capacidad de producir, de transformar, de crear con todos los dones que hemos recibido; pero al mismo tiempo tendríamos que estar muy en sintonía con aquella parte de nosotros que nos enseña a vivir de lo que somos y no tanto de lo que hacemos.
La pregunta de fondo, que brota de lo que el evangelio nos expone en esos cuantos versículos, no es otra sino aquella que nos interroga para que tomemos conciencia de qué o quién es la fuente de nuestra verdadera felicidad. ¿A qué le estamos entregando el corazón?
Vivimos tiempos en donde con mucha facilidad caemos en la trampa del consumismo, de lo que podemos obtener y de aquello con lo que podemos llenar nuestros espacios vitales. Pero las cosas nunca acaban por satisfacernos.
Al contrario, cuando le apostamos a las cosas, acabamos por viciar el corazón y nos encontramos rodeados y abrumados por tantas cosas superfluas e innecesarias.
María escogió la mejor parte, la parte de la herencia que no se arruina con el pasar del tiempo. La parte que le ayuda a vivir libre de ataduras y de dependencias humanas.
¿Qué es esa parte que María ha escogido y que no le será quitada? Aquí tenemos la oportunidad de aprender una pequeña lección de la Escritura.
En el Antiguo Testamento era sabido que Dios había prometido una tierra a su pueblo y esa tierra sería repartida entre las doce tribus de Israel.
Cada tribu tenía derecho a poseer una parte; era su herencia y su tesoro. Sólo a la tribu de Levi no le tocaría una de esas partes, porque estaría encargada del Templo y su herencia pasaría a través del servicio que rendía a Dios.
A cada Judío le tocaba una parte de esa tierra, pero a los hijos de Levi les tocaba la mejor parte por estar al servicio de Dios. La parte que les correspondía era Dios mismo.
Durante el exilio en Babilonia el pueblo Judío había perdido todo. No tenía templo, ni sacerdotes, ni siquiera la tierra que Dios les había prometido; lo único que les quedaba, y era lo que agradecían los levitas era la presencia de Dios que no les había abandonado.
La tierra, el poder y las cosas no tenían ya valor o importancia, lo único que valía la pena era la presencia de Dios entre ellos que hacía que se mantuviera viva la esperanza de volver un día al lugar en donde Dios había hecho de ellos un pueblo, su pueblo.
El Salmo 16 recoge, de alguna manera los sentimientos que había en el corazón de los judíos.
A nosotros nos recuerda que, esa parte mejor y esa parte que no pasará, es el Señor. En ese sentido, María había escogido la mejor parte, quedarse con el Señor para siempre.
Dice el salmo: “Mi herencia y la suerte que me ha tocado es el Señor. ¡Tú proteges mi destino! Me tocaron en suerte hermosas parcelas. ¡Cuánto me agrada mi herencia!
Esto nos ayuda a tomar conciencia de que en este mundo todo pasa y que no vale la pena poner el corazón en algo que no podremos llevar más allá de nuestra muerte. Es una reflexión que nos ayuda a entender que la verdadera felicidad está más allá de las cosas de este mundo y que lo que realmente vale la pena es tener a Dios con nosotros.
Qué bello sería llegar a decir con el salmo: “Tú eres mi Señor. No tengo ningún bien más grande que tú”.
Finalmente, podríamos quedarnos con una enseñanza contemplando a esas dos hermanas amigas de Jesús. Y la enseñanza sería la necesidad que todos tenemos de crear un sano equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos.
Es importante aprender a darle tiempo al Señor quedándonos a sus pies para enriquecernos con su Palabra; pero también es importante desarrollar en nosotros la capacidad de encontrarlo en nuestro compromiso en la construcción de un mundo más justo y fraterno, un mundo en donde aprendamos a identificar los verdaderos valores que nos aseguran la felicidad.
Para nuestra reflexión y oración personal y comunitaria
+ ¿Logro identificar lo que me preocupa, lo que me agobia y me distrae, lo que me tiene agitado todo el tiempo?
+ ¿En dónde y a qué se encuentra ocupado mi corazón?
+ ¿Cuál es la fuente de mis alegrías y de mi felicidad?
+ ¿Considero que yo también he recibido una parte de herencia que no me será quitada, cuáles son las herencias que llevo como tesoros en mi vida?
+ ¿Estoy apegado a las cosas, a la imagen que tienen de mí, a lo que el mundo me ofrece como promesa de felicidad?
¿AFANARSE O ESCUCHAR?
José Luis Sicre
El domingo pasado, la parábola del buen samaritano terminaba con una invitación a la acción: «Ve, y haz tú lo mismo». Imaginemos que quien tenemos delante no es un pobre hombre apaleado y medio muerto, sino Jesús. Se ha presentado en la casa a mediodía. ¿Qué es más importante: afanarnos por darle bien de comer o sentarnos a escucharle?
Como el evangelio va de invitación a comer, para la primera lectura se ha elegido la famosa escena en la que Abrahán invita a tres personajes misteriosos que llegan a su tienda.
Abrahán invita a comer al Señor (Génesis 18,1-10)
¿Cuántos son los invitados?
Este breve relato ha supuesto uno de los mayores quebraderos de cabeza para los comentaristas del Génesis. Empieza diciendo que el Señor se aparece a Abrahán, pero lo que ve el patriarca son tres hombres.
Al principio se dirige a ellos en singular, como si se tratara de una sola persona (“no pases de largo”), pero luego utiliza el plural (“os lavéis, descanséis, cobréis fuerzas”). El plural se mantiene en las acciones siguientes (“comieron, dijeron”), pero la frase capital, la gran promesa, la pronuncia uno solo.
En resumen, un auténtico rompecabezas, resultado de unir tradiciones distintas. No faltaron comentaristas cristianos que vieron en esta escena un anticipo de la Santísima Trinidad.
Hospitalidad
La ley de hospitalidad es una de las normas fundamentales del código del desierto. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones, está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de beduinos o de pastores no es un intruso ni un enemigo. Es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, se le debe protección durante otros tres días (unos 100 kilómetros). Esta ley de hospitalidad es la que pone en práctica Abrahán.
El menú, dos cocineros y un maître.
Abrahán no se limita a hospedar a los visitantes. Entre él y su mujer, con la ayuda también de un criado, organiza un verdadero banquete con un ternero hermoso, cuajada, leche y una hogaza de flor de harina. A diferencia de las comidas actuales, no hay prisa. Pasan horas desde que se invita hasta que se preparan los alimentos y se termina de comer.
La cuenta
Al invitado no se le cobra. Pero el huésped principal paga de forma espléndida: prometiendo que Sara tendrá un hijo. El tema de la fecundidad domina toda la tradición de Abrahán y se cumple a través de muchas vicisitudes y de forma dramática.
Marta invita a comer a Jesús (Lucas 10, 38-42)
El texto del evangelio también se ha prestado a mucho debate. Este relato es exclusivo de Lucas, no se encuentra en Mateo, Marcos ni Juan.
¿Cuántos invitados a comer?
En la historia de Abrahán resultaba difícil saber si los invitados eran uno o tres. El relato de Lucas nos deja en la mayor duda. Jesús siempre iba acompañado, no sólo de los Doce, sino también de muchas mujeres, como afirman expresamente Marcos y Lucas, citando el nombre de algunas de ellas. ¿Los recibe a todos Marta? ¿Se limita a invitar a Jesús? Las palabras “Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio” sugieren que no se trataba de un solo invitado. Pero la escena parece tan simbólica que resulta difícil imaginar la habitación abarrotada de gente.
El menú, y una cocinera sin ayudante
No sabemos el número de invitados, pero sí está claro el de cocineras. Aquí no ocurre con en el relato del Génesis, donde Sara amasa y cuece la hogaza, mientras Abrahán colabora corriendo a escoger el ternero, dando órdenes de prepararlo, encargándose de la cuajada y de la leche.
En la casa del evangelio hay también dos personas, Marta y María. Pero María se sienta cómodamente a los pies de Jesús mientras Marta se mata trabajando. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Porque son muchos los invitados? ¿O porque Marta pretende prepararle a Jesús un banquete tan suculento como el de Abrahán, y le faltan tiempo y manos para el ternero, la hogaza, la cuajada y la leche?
Desgraciadamente, ignoramos el menú. Según algunos comentaristas, las palabras que dirige Jesús a Marta, “sólo una cosa es necesaria” significarían: “un plato basta”, no te metas en más complicaciones.
Dos actitudes
El contraste entre María sentada y Marta agobiada se ha prestado a muchas interpretaciones. Por ejemplo, a defender la supremacía de la vida contemplativa sobre la activa, sin tener en cuenta que esas formas de vida no existían en tiempos de Jesús ni en la iglesia del siglo I. Entre los judíos de la época existían grupos religiosos con tintes monásticos (los esenios de los que habla Flavio Josefo y los terapeutas de los que habla Filón de Alejandría), pero Lucas no presenta a María como modelo de las monjas de clausura frente a Marta, que sería la cristiana casada o la religiosa de vida activa.
El evangelio no contrapone pasividad y trabajo. Jesús no reprocha a Marta que trabaje sino que “andas inquieta y nerviosa con tantas cosas”. Esa inquietud por hacer cosas, agradar y quedar bien, le impide lo más importante: sentarse un rato a charlar tranquilamente con Jesús y escucharle.
Todos tenemos la tendencia a sentirnos protagonistas, incluso en la relación con Dios. Nos atrae más la acción que la oración, hacer y dar que escuchar y recibir. Nos sentimos más importantes. La breve escena de Marta y María nos recuerda que muy a menudo andamos inquietos y nerviosos con demasiadas cosas y olvidamos la importancia primaria del trato con el Señor.
Marta-María y el buen samaritano
Como indiqué al comienzo, este episodio sigue inmediatamente a la parábola del buen samaritano, que leímos el domingo pasado. Los dos textos son exclusivos del evangelio de Lucas, y pienso que se iluminan mutuamente.
La parábola del buen samaritano es una invitación a la acción a favor de la persona que nos necesita: “ve y haz tú lo mismo”.
Para mantener la acción a favor del prójimo la mejor preparación es sentarse, como María, a escuchar la palabra de Jesús.
NADA HAY MÁS NECESARIO
José A. Pagola
El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.
En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?
La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.
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CRISTO, HUÉSPED, PERO NO PARA UN DÍA
Fernando Armellini
Cuando durante la celebración de la Eucaristía o en un encuentro bíblico me toca leer este pasaje, suelo escudriñar con atención las caras de los presentes, tratando de intuir sus reacciones. Veo, en general, caras de extrañeza, de contrariedad, de disentimiento y, entonces, paso al ataque: “Me parece que muchos de ustedes no están de acuerdo con cuanto Jesús ha dicho a Marta”. A este punto comienzan los susurros, las sonrisas, los comentarios en voz baja voz, casi todos hostiles a Marta. La reprobación es unánime aunque no tengan el coraje de manifestarla.
Siempre hay alguno, sin embargo, que expresa lo que siente: “¿Cómo es posible amonestar a una mujer que trabaja y elogiar a una que no hace nada? ¡Es fácil entregarse a los rezos mientras otros cargan con los quehaceres!”. Los hay quienes, echando mano a interpretaciones de misticismo barato, ven en las palabras de Jesús una afirmación de la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa. Serían en este caso los monjes y las monjas quienes han elegido la mejor parte viviendo una vida de recogimiento y oración en la soledad de sus claustros. Los curas diocesanos, empeñados en tantas actividades parroquiales, y también los laicos que se dedican a obras caritativas, serían espiritualmente menos perfectos a pesar de sus fatigas y renuncias.
Si entendemos el evangelio de hoy de esta manera, entonces estaría en flagrante contradicción con el del domingo pasado. El Jesús que elogiaba al samaritano por todo lo que hizo por el herido que encontró en el camino, estaría ahora proponiendo como modelo a una mujer que no mueve un dedo para ayudar a su hermana.
Usar este texto para contraponer la vida contemplativa a la vida activa se ha debido, entre otras causas, a una incorrecta traducción. En el texto original Jesús no dice: “María escogió la mejor parte”, sino simplemente: escogió la parte buena. Mientras que Marta se deja llevar por la agitación, María toma la decisión justa, se comporta como persona sabia. Tratemos de entender el por qué.
A Lucas le gusta presentar a Jesús sentado a la mesa comiendo en compañía de quien le invitara. Aceptaba las invitaciones de todos: de los ‘justos’, de los fariseos (cf. Lc 7,36; 11,37; 14,1) como también de publicanos y pecadores (cf. Lc 5,30; 15,2; 19,6). Hoy lo encontramos en casa de dos hermanas.
Marta, la de más edad, se pone inmediatamente manos a la obra. Su sensibilidad femenina le sugiere que un vaso de buen vino y un plato de carne apetitosa, servidos con elegancia y cortesía, muestran más que mil palabras el afecto que se siente hacia una persona. María, por el contrario, prefiere estar sentada a los pies de Jesús y escucharlo. Es a este punto que surge la discusión entre las dos hermanas, que termina por involucrar también al huésped.
Antes de entrar en el tema central, prestemos atención a un detalle del relato que pone de relieve la postura de María. Estaba: “sentada a los pies de Jesús” (v. 39). No es una información banal; de hecho, el texto le da una relevancia especial. Se trata de una expresión que tiene un valor técnico bien preciso que, en aquel tiempo, servía para indicar la prerrogativa de ser discípulos de un rabino. Solo se aplicaba a aquellos que participaban regular y oficialmente a sus lecciones. En los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, Pablo recuerda con orgullo: “Soy judío… educado e instruido a los pies de Gamaliel” (Hch 22,3), es decir, he sido discípulo del más famoso de los maestros de mi tiempo.
¿Qué hay de extraño en que María sea presentada como discípula de Jesús? Nada para nosotros. Pero en aquel tiempo ningún maestro hubiera aceptado a una mujer entre sus discípulos. Decían los rabinos: “Es mejor quemar la Biblia que ponerla en manos de una mujer”. Y también: “Que no se atreva ninguna mujer a pronunciar la bendición antes de las comidas”. “Si una mujer frecuenta la sinagoga, que lo haga sin llamar la atención’. Esta mentalidad estaba tan generalizada que se infiltró también en las primeras comunidades cristianas. En Corinto, por ejemplo, se observó por cierto tiempo la siguiente norma: “Las mujeres deben callar en la asamblea… Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus maridos en casa. No está bien que una mujer hable en la asamblea” (cf. 1 Cor 14,34-35).
Siendo ésta la mentalidad del tiempo, es fácil comprender lo revolucionaria que fue la decisión de Jesús de aceptar también mujeres entre sus discípulos. Y ya metidos en el tema, la frase con que comienza el relato no es menos provocativa: “Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa” (v. 38). En aquel tiempo estaba muy mal visto el que un hombre aceptara la hospitalidad ofrecida por mujeres. Ésta quizás sea la razón por la que Lucas no menciona a Lázaro, que solamente es referido en el evangelio de Juan (cf. Jn 11; 12,1-8). Con Jesús comienza el mundo nuevo y todos los prejuicios y discriminaciones entre hombre y mujer, recuerdos de culturas y herencias paganas, son denunciados y superados por Él.
Una segunda observación importante a este versículo 39: No se dice que María esté sumida en oración o “contemplando” a Jesús, sino que escucha su Palabra. No escucha otras palabras, sino la Palabra, el Evangelio. No se puede, pues, invocar a María para justificar lo devocional y el intimismo religioso. María es el modelo de quien da prioridad a la escucha de la Palabra.
Tratemos ahora el punto más difícil del evangelio de hoy: la respuesta enigmática de Jesús a Marta (vv. 40-41). Si la cuestión se plantea en términos de reproche a quien trabaja y alabanza del ocioso, es difícil estar de acuerdo con Jesús. Pero ¿es esto lo que Él pretende? Hay que notar, en primer lugar, que Marta no es reprochada por trabajar sino por su agitación, ansiedad, porque está preocupada, se inquieta por muchas cosas y, sobre todo, porque se dedica al trabajo sin antes haber escuchado la Palabra.
María es elogiada, sí, pero no por ser floja, o porque trate de rehuir el trabajo en la cocina. Jesús no le dice a Marta que está equivocada cuando ésta le recuerda a su hermana el trabajo por hacer; no le sugiere a María hacerse la remolona y dejar que la hermana se las arregle como pueda. Dice solamente que lo más importante, a lo que hay que dar prioridad –si queremos que nuestro trabajo no se convierta en mera agitación– es a la escucha de la Palabra.
Tratemos de hacer una síntesis de lo dicho hasta ahora. A nosotros no nos interesa saber que un día, en presencia de Jesús, dos hermanas hayan tenido una discusión casera; esto sería puramente anecdótico. Si Lucas refiere este episodio es para dar una lección de catequesis a las comunidades cristianas, a las de entonces y a las de ahora. Sabe que hay en ellas mucha gente de buena voluntad, discípulos que se dedican a servir a Cristo y a los hermanos sin escatimar tiempo, energías o dinero. Y sin embargo, en esta intensa y generosa actividad se esconde siempre el peligro de que tanto trabajo febril se desasocie de la escucha de la Palabra, de que se convierta en inquietud, confusión, nerviosismo, como en el caso de Marta. El compromiso apostólico, las decisiones comunitarias, los proyectos pastorales, si no son guiados por la Palabra, se reducen a ruido hueco, a un chirriar de ollas y cucharones.
María ha escogido la parte buena porque ha escuchado la Palabra. Ha sido otra María, la Madre de Jesús, la primera en ser elogiada por el mismo motivo: por estar atenta a la escucha de la Palabra (cf. Lc 1,38. 45; 2,19; 8,21). Es curioso: los modelos de escucha de la Palabra que nos presentan los evangelios están todos representados por mujeres. ¿No será porque ellas son más sensibles y están mejor dispuestas que los hombres a escuchar al Maestro?
El pasaje concluye con las palabras de Jesús a Marta (vv. 41-41), pero no parece que todo termine aquí. El diálogo entre las dos seguramente continuó, aunque Lucas no lo refiera. El evangelista parece querer llamar la atención de sus lectores sobre otro detalle que podría pasar desapercibido: el silencio de María. A lo largo de todo el relato, María no dice una palabra, ni siquiera para defenderse, para aclarar su postura, para explicar su decisión. Simplemente calla, lo que nos podría llevar a suponer que su silencio, señal de meditación e interiorización de la Palabra, se hubiera prolongado aun después de la intervención de Marta. Es Marta la que tiene necesidad de sentarse a los pies de Jesús para escucharlo y recuperar así la calma, la serenidad interior y la paz.
Mientras Jesús y Marta conversan, yo me imagino a Marta, absorta en sus pensamientos, serena y contenta, ponerse el delantal y silenciosamente substituir a la hermana en la cocina. Marta es generosa, dispuesta, dinámica, pero ha cometido un error: cargarse de trabajo antes de confrontarse con la Palabra.
Estoy seguro de que María trabajó mucho aquella memorable tarde de la visita de Jesús y sus discípulos, mostrando así que el tiempo dedicado a la escucha de la Palabra no es tiempo robado a los hermanos. Quien escucha a Cristo no olvida el compromiso con los demás: se aprende a trabajar por ellos de la manera justa… sin agitación