Misa de funeral

Por: P. Gabriel Uribe, mccj
Desde Chama, Zambia

Funerales y aniversarios luctuosos son siempre ocasiones de presencia obligatoria de todos en la aldea. Amigos y familiares en donde vivan, «cerca lejos», toman parte en el funeral. Las mujeres lloran, los hombres gimen. Nadie debe faltar. Si alguien lo hace se sospechará que es la causa de la muerte sufrida.

En la mentalidad de la aldea, la muerte nunca sucede sin que alguien la provoque. Si se observa que los ojos de alguien están secos, no ha llorado y debió hacerlo, los parientes del muerto pensarán que es un brujo que maldijo al desaparecido. Ideas como éstas quedan muy arraigadas entre la gente. Creencias que sólo se entienden escuchando a las mismas personas. Se busca el porqué del mal. Es fácil decir que es ignorancia; es difícil escuchar con paciencia. Camino largo de recorrer.

Ayer celebramos la misa de aniversario del señor Kabambo K. Mbuzi, uno de nuestros cristianos. Todo el mundo se dio cita en el patio de la casa del finado de acuerdo al llamado de la familia doliente. Estuvieron presentes el jefe tradicional de la aldea, un representante de la autoridad civil, vecinos en general y desde luego representantes de la parentela. Esta concurrencia representativa obedece a que, llegado el momento y en estricto orden jerárquico, a cada uno se le pide expresar su posicionamiento respecto al finado. Abre la ronda de intervenciones el representante de la Iglesia a la que el finado perteneció. Estas intervenciones toman tiempo, pero dejan en claro la preocupación de todos por la paz para el finado y para los vivos.

El equipo pastoral siempre considera la pertinencia formativa de celebrar la eucaristía en medio de la gente, que en su mayoría funge como «espectadora», no siendo católicos, y otros tantos ni siquiera cristianos. Al recibir el reporte y las recomendaciones de los dirigentes de la comunidad cristiana del lugar, se decide celebrar la eucaristía o un servicio alternativo. Entre los presentes es apreciable el tono respetuoso que todos guardan. Hay máxima disponibilidad de escucha al sacerdote misionero.

Nunca en la iglesia se ve tanta gente como en los funerales y misas de sufragio. Ocasiones en las que más de un cristiano insiste al misionero que aproveche para evangelizar y dejar de lado tantas consideraciones secundarias. La fe cristiana, dicen, se vive en la aldea por los pocos cristianos que van a misa. Tienen razón quienes así animan al misio-nero, quien cuestiona el entendimiento de una audiencia tan heterogénea.

De hecho, en el patio los católicos fueron la familia Mbuzi y algunos más. Hay que salir y celebrar la eucaristía en medio de las personas dispuestas a participar; salir y buscar a la gente en sus aldeas. Las personas necesitan escuchar el Evangelio que consuela en este momento de sufrimiento común por la pérdida de un miembro de la comunidad.

La gente necesita ver que la Eucaristía es recibida por los católicos, sin importar cuánto entienden los no católicos. Todos verán que la Eucaristía llega y nutre a los aldeanos bautizados católicos. Al ver su actitud tan atenta, las personas hacen eco de las palabras de Jesús «la mies es mucha, y los obreros pocos» (Mt 9,27). Fueron pocos los católicos en esa misa, pero siempre dispuestos para acompañar al misionero y hacer coro.