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Bautismo del Señor. Año C

Hoy, también nosotros hemos sido bautizados

«Tú eres mi Hijo amadoLucas 3,15-16.21-22

La Fiesta del Bautismo del Señor actúa como un puente entre las celebraciones navideñas y el Tiempo Ordinario del año litúrgico. Por un lado, concluye el tiempo de Navidad; por otro, inaugura el Tiempo Ordinario, del cual esta fiesta representa el primer domingo.

Todos los Evangelios narran el bautismo de Jesús: los tres primeros, llamados sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), de manera explícita, mientras que Juan lo menciona indirectamente. Este evento se describe como una verdadera “epifanía trinitaria”. Tras siglos sin profetas, en los que los cielos parecían cerrados, Dios responde finalmente a la súplica de su pueblo: «¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!» (Isaías 63,19). En el bautismo de Jesús, el cielo se abre, el Espíritu Santo desciende sobre Él, y el Padre hace oír su voz.

Este año litúrgico, ciclo C, la liturgia propone el relato del bautismo según San Lucas, que se distingue por dos particularidades. En primer lugar, la escena del bautismo de Jesús no se describe directamente, sino que ocurre de forma anónima, con Jesús mezclado entre la multitud que se bautiza. En segundo lugar, San Lucas destaca que la apertura del cielo, el descenso del Espíritu y la voz divina tienen lugar mientras Jesús ora, después del bautismo.

El sentido profundo del bautismo del Señor

Hoy, acostumbrados como estamos a escucharlo, no nos damos cuenta de cuánto escándalo supuso para los primeros cristianos el hecho de que Jesús, quien era sin pecado, comenzara su misión siendo bautizado por Juan el Bautista en las aguas del Jordán.

¿Por qué Jesús fue bautizado? Podemos identificar tres razones principales:

  • Jesús está “allí” donde percibe que Dios está actuando. Al escuchar los ecos de la voz del Bautista, deja Nazaret y se dirige a «Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando» (Juan 1,28).
  • Jesús llega no como un privilegiado, sino solidario con sus hermanos. El pecado no es solo un asunto individual, sino que también tiene una dimensión colectiva. Jesús, en su solidaridad, carga con este peso nuestro.
  • Jesús manifiesta desde el principio de su misión la elección de estar entre los pecadores. Se deja contar entre ellos, hasta el punto de morir entre dos malhechores.

Hoy, en la Fiesta del Bautismo del Señor, celebramos también nuestro bautismo. En este día, los cielos se rasgan para nosotros, el Espíritu viene a habitar en nuestros corazones, y el Padre hace oír su voz, diciendo a cada uno/a de nosotros: «¡Tú eres mi Hijo amado!»; «¡Tú eres mi Hija amada!».

Puntos de reflexión

1.    La expectativa del pueblo

El pueblo de Dios esperaba la llegada del Mesías, pero esta expectativa se había debilitado tras tres siglos sin profetas. Juan el Bautista reavivó esta esperanza, orientándola, sin embargo, hacia «Aquel que bautizará en Espíritu Santo y fuego».

Hoy vivimos en un mundo que parece ya no esperar, decepcionado por tantas esperanzas frustradas, promesas incumplidas y sueños rotos. Como cristianos, estamos llamados a reavivar la esperanza, la nuestra y la de la sociedad, abriéndonos a la acción del Espíritu de Dios. El cristiano sabe que las

aspiraciones más profundas de la humanidad –la paz, la justicia y un sentido auténtico de la vida– encuentran su respuesta última en Dios. Pero esta conciencia nos interpela: ¿somos realmente hombres y mujeres de esperanza? ¿En qué ponemos, concretamente, nuestra confianza?

2.    La humildad de Dios

San Lucas presenta a Jesús en fila con los pecadores que descienden a las aguas del Jordán. «Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado en nuestro favor, para que en él lleguemos a ser justicia de Dios» (2 Corintios 5,21). Dios no nos salva desde lejos: se hace cercano, es el Emmanuel. Jesús se revela profundamente solidario con sus hermanos, hasta el punto de escandalizar a los bienpensantes. Será llamado «amigo de los pecadores».

El Mesías lleva un título nuevo, que nos honra particularmente: es el amigo de los pecadores. ¡Es nuestro amigo! Jamás un Dios se ha revelado así. Un Dios humilde es el mayor escándalo para el “hombre religioso”. Es inconcebible pensar que aquel que está en los cielos pueda descender para habitar entre nosotros. Nuestra conversión comienza con el cambio de nuestra idea de Dios. ¿En qué Dios creo yo? Esta es la pregunta que deberíamos plantearnos a menudo.

3.    La oración de Jesús

En San Lucas, la manifestación trinitaria ocurre mientras Jesús ora, como ocurrirá en la Transfiguración. Para el evangelista, la oración es un tema central y recurrente en la vida y el ministerio de Jesús. Su vida pública no comienza con un prodigio o un discurso, sino con el bautismo y la oración. Jesús no ora para “dar ejemplo”, sino por una necesidad intrínseca tanto como Hijo como hombre.

El bautismo constituye nuestra identidad más profunda: ser hijos de Dios. No es un mero acto jurídico de pertenencia, como podría sugerir el registro bautismal, sino una realidad viva y transformadora. Esta realidad es hermosa, pero también frágil, y necesita el humus de la oración para crecer y desarrollarse. Es en la oración donde se revive y fructifica la gracia del Bautismo.

Un nuevo comienzo

Hoy, Jesús comienza su ministerio, sostenido por la fuerza de la revelación del Padre y por la dulce presencia del Espíritu, semejante a una paloma que encuentra nido en su corazón. También nosotros estamos llamados a recomenzar, volviendo a la cotidianeidad tras las festividades navideñas, con una nueva conciencia y una confianza renovada en la gracia de nuestro bautismo.

Para recordar esta gracia, comienza cada día sumergiéndote simbólicamente en las aguas regeneradoras del bautismo con la señal de la cruz.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Del Bautismo nace la Misión

Is 40,1-5.9-11; Sl 103; Tito 2,11-14; 3,4-7; Lc 3,15-16.21-22

Reflexiones

El Bautismo de Jesús en las aguas del río Jordán es una de las tres epifanías o manifestaciones más significativas, que la liturgia de la Iglesia canta en la solemnidad de la Epifanía del Señor, junto con la manifestación a los magos que llegaron de Oriente y con el milagro en las bodas de Caná.

También el bautismo es una presencia y una manifestación misionera de Jesús. Litúrgicamente, celebramos hoy una fiesta-puente entre la infancia de Jesús y su vida pública. Pero hay mucho más: desde sus comienzos, la predicación misionera de los Apóstoles arrancaba “a partir del Bautismo de Juan hasta el día en que Jesús nos fue llevado” (Hch 1,22).

El hecho del Bautismo del Señor arroja una luz intensa sobre la identidad y la misión de Jesús (Evangelio). En Él se manifiesta la santa Trinidad: el Padre es la voz, el Hijo es el rostro, el Espíritu es el vínculo. Grande teofanía, que Jesús vive estando en oración, mientras el cielo se abre sobre Él (v. 21). El Espíritu desciende sobre Él como una paloma (v. 10); el Padre presenta Jesús al mundo y lo proclama su “Hijo, el amado” (v. 22), delante de la nueva comunidad humana, de la que Él es “el Primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29). Desde entonces el Padre nos dice también a cada uno/una de nosotros esas tres palabras: Tú eres mi hijo, amado – mi hija, amada mi gozo (cfr. v. 22).

En el Evangelio Jesús se siente, al mismo tiempo, hijo y hermano; por eso, se pone en fila con los pecadores, no como un soberano sino como un hombre común, hace cola como todos, espera su turno para recibir, también Él, inocente, el bautismo de Juan el Bautista para el perdón de los pecados. Jesús, obviamente, no necesitaba bautizarse, pero acepta que se le considere como cualquier otro pecador. Se manifiesta aquí la total solidaridad que Jesús, “hijo del hombre”, siente con todos los miembros de la familia humana, de la que forma parte. Una solidaridad hasta el punto de que “no se avergüenza de llamarles hermanos” (Heb 2,11). Profundo es el comentario de san Gregorio Nacianceno sobre la escena del bautismo por inmersión: Jesús sube del agua y eleva con Él hacia lo alto al mundo entero (cfr. Oficio de Lecturas). Él es verdaderamente el Siervo solidario y sufriente, el Cordero que carga sobre sí los delitos de todos (cfr. Is 53,4-5.12). ¡Él es el Hijo, el amado, en el cual el Padre se complace! ¡Él es nuestro hermano!

La reflexión teológica de Gregorio Nacianceno tiene también una correlación geográfica con el lugar donde, presumiblemente, ha ocurrido el bautismo de Jesús. El lugar pudo ser Bet-Araba, en el mismo punto del río por el cual Josué hizo entrar al pueblo en la Tierra prometida (Jos 3,14s).

Según los geólogos, este sería el punto más bajo de la tierra: – 400 metros por debajo del nivel del mar. Desde esa profundidad deprimida, Jesús emerge del agua del Jordán, se eleva hacia lo alto, cargando sobre sus hombros a la humanidad entera, el cosmos. Su oración al Padre pudo ser muy bien la del salmo De profundis: “Desde lo hondo a Ti grito, oh Señor… Porque del Señor viene la misericordia y la redención copiosa” (Sal 130,1.7).

Justamente allí, en ese momento, sobre Jesús se abren los cielos, desciende el Espíritu, la voz del Padre lo proclama hijo amado (v. 22). Jesús no comienza su misión pública en el Templo entre los Maestros de la Ley, entre aquellos que se consideran perfectos, sino a orillas del río Jordán, estando en la cola con los pecadores; empieza con un gesto de solidaridad, mezclándose con la gente común, haciéndose compañero de ruta de los últimos. Nuestro Dios se ha identificado con el hambriento, con el enfermo, con el encarcelado… al punto de decirnos al final: “¡A mí me lo hicieron!” (cfr. Mt 25). Una tradición hebrea decía: “Cuando pasa un pobre, quítate el sombrero.

Porque pasa la imagen de Dios”. El bautismo de Jesús ilumina nuestro Bautismo: también nosotros nos convertimos en hijos/hijas de Dios, amados por Él, hermanos de todos. Por tanto, damos gracias al Dios de la Vida por este inmenso don, a la vez que nos sentimos llamados

a ponernos en fila con los hermanos/hermanas más débiles y hacernos cargo de los más necesitados.

La experiencia de ser salvados por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (II lectura v. 5-6) es la fuente del compromiso misionero que nace del Bautismo, para dar nueva vida al mundo, según el mandato de Jesús a los Apóstoles: Vayan por el mundo entero, anuncien, bauticen… (cfr. Mt 28; Mc 16). La Navidad nos ha revelado que nuestra manera de vivir puede y debe ser mejor, renovada, más justa, fraterna, solidaria. ¡Un mundo mejor es posible! Ya lo anunciaba con voz poderosa y sin miedo el profeta Isaías (I lectura): “Ahí viene el Señor Yahveh con poder” (v. 9- 10). También en este tiempo de tribulación por la pandemia, nuestro Dios nos habla al corazón con un mensaje de consuelo. Y de esperanza (v. 1-2).

P. Romeo Ballan, MCCJ


BAUTISMO DE JESUS

José A. Pagola Lucas 3,15-16 y 21-22

INICIAR LA REACCIÓN?

El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los “bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.

A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy “la mediocridad espiritual”. La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.

En no pocos cristianos está creciendo el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los “signos de los tiempos”.

Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.

Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos cristianos.

Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son “espíritu y vida”.

Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.

A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.

PASAR DE DIOS

A nuestra vida, para ser humana, le falta una dimensión esencial: La interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma.

Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.

El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte,

¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?.

Privados de vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos hemos adaptado ya y hasta hemos aprendido a vivir “como cosas en medio de cosas”

Pero lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por lo “exterior”, Dios queda como un objetivo demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.

Por ello, no es extraño ver que muchos hombres y mujeres “pasan de Dios”, lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo cierto es que no les “sirve” para nada útil.

Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a “bautizar con Espíritu Santo, es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese “Bautismo de Espíritu Santo” al hombre de hoy.

Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.

No basta que el Evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no escuchen ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.

Hombres y mujeres, convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia?

CREER, ¿PARA QUE?

Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe.

Quizás la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿Para qué creer? ¿Cambia algo la vida el creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?

Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida diaria. Hoy Dios ya no cuenta en absoluto para ellos a la hora de orientar y dar sentido a su vivir cotidiano.

Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Les parece todo ello un problema extraño que es mejor dejar de lado para asentar la vida sobre unas bases más realistas.

Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin El. No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes.

¿Para qué creer?

Esta pregunta sólo es posible cuando uno “ha sido bautizado con agua” pero no ha descubierto nunca qué significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”. Cuando uno sigue pensando equivocadamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no ha vivido nunca la experiencia viva de Dios.

La experiencia de sentirse acogido por El en medio de la soledad y el abandono, sentirse consolado en el dolor y la depresión, sentirse perdonado en el pecado y el peso de la culpabilidad, sentirse fortalecido en la impotencia y caducidad, sentirse impulsado a vivir, amar y crear vida en medio de la fragilidad.

¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud. Para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión, Para vivir incluso los acontecimientos más banales e insignificantes con más profundidad.

¿Para qué creer? Para atrevemos a ser humanos hasta el final. Para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito. Para defender nuestra verdadera libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, toda la verdad, toda la ternura que se puede encerrar en el ser. Para seguir trabajando nuestra propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en la vida.

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BAUTISMO DE JESÚS

José Luis Sicre

Un ejercicio sencillo y una sorpresa

Imagina todo lo que has hecho o te ha ocurrido desde que tenías doce años hasta los treinta (suponiendo que hayas llegado a esa edad). Si escribes la lista necesitarás más de una página. Si la desarrollas con detalle, saldrá un libro.

La sorpresa consiste es que de Jesús no sabemos nada durante casi veinte años. Según Lucas, cuando subió al templo con sus padres tenía doce años de edad; cuando se bautiza, “unos treinta”.

¿Qué ha ocurrido mientras tanto? No sabemos nada. Cualquier teoría que se proponga es pura imaginación.

Este silencio de los evangelistas resulta muy llamativo. Podían haber contado cosas interesantes de aquellos años: de Nazaret, con sus peculiares casas excavadas en la tierra; de la capital de la región, Séforis, a sólo 5 km de distancia, atacada por los romanos cuando Jesús era niño, y cuya población terminó vendida como esclavos; de la construcción de la nueva capital de la región, Tiberias, en la orilla del lago de Galilea, empresa que se terminó cuando Jesús tenía poco más de veinte años.

Nada de esto se cuenta; a los evangelistas no les interesa escribir la biografía de su protagonista.

Pero más llamativo que el silencio de los evangelistas es el silencio de Dios. Al profeta Samuel lo llamó cuando era un niño (según Flavio Josefo tenía doce años); a Jeremías, cuando era un muchacho y se sentía incapaz de llevar a cabo su misión; a Isaías, con unos veinte años. ¿Por qué espera hasta que Jesús tiene “unos treinta años”, edad muy avanzada para aquella época? No lo sabemos. “Los caminos de Dios no son nuestros caminos”. Buscando explicaciones humanas, podríamos decir que Isaías y Jeremías tenían como misión transmitir lo que Dios les dijese; Jesús, en cambio, además de esto formará un grupo de seguidores, será para ellos un maestro, “un rabí”, algo que no puede ser con veinte años. Pero esto no soluciona el problema. Seguimos sin saber qué hizo Jesús durante tan largo tiempo. Para los evangelistas, lo importante comienza con el bautismo.

El bautismo de Jesús

Es uno de los momentos en que más duro se hace el silencio. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán?

¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice.

Lucas sigue muy de cerca al relato de Marcos, pero añade dos detalles de interés: 1) Jesús se bautiza, “en un bautismo general”; con ello sugiere la estrecha relación de Jesús con las demás personas; 2) la venida del Espíritu tiene lugar “mientras oraba”, porque Lucas tiene especial interés en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, para que nos sirva de ejemplo a los cristianos.

Por lo demás, Lucas se atiene a los dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo.

La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad.

Porque ese Espíritu que viene sobre Jesús es el mismo con el que él nos bautizará, según las palabras de Juan Bautista.

La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Lucas quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento.

El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la muerte, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu.

El programa futuro de Jesús

Pero las palabras del cielo no sólo hablan de la dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Isaías (42,1-4.6-7).

El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).

Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.

El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.

Misión cumplida: pasó haciendo el bien

La segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio y a su familia, resumen en pocas palabras la actividad de Jesús: «Pasó haciendo el bien». Un buen ejemplo para vivir nuestro bautismo.

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Quiso remontar un abismo con nosotros Fernando Armellini

Los lugares bíblicos tienen con frecuencia un significado teológico. El mar, el monte, el desierto, la Galilea de las naciones, Samaria, las tierras del otro lado del lago de Genesaret… son mucho más que simples indicaciones geográficas (a menudo ni siquiera exactas).

Lucas no especifica el lugar del bautismo de Jesús; Juan, sin embargo, lo especifica: “tuvo lugar en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando” (Jn 1,28). La tradición ha localizado justamente el episodio en Betabara, el vado por el que también el pueblo de Israel, guiado por Josué, atravesó el río, entrando en la Tierra Prometida. En el gesto de Jesús se hacen presentes el recuerdo explícito del paso de la esclavitud a la libertad y el comienzo de un nuevo éxodo hacia la Tierra Prometida.

Betabara tiene otra particularidad menos evidente pero igualmente significativa: los geólogos aseguran que este es el punto más bajo de la tierra (400 m bajo el nivel del mar).

La elección de comenzar precisamente aquí la vida pública no puede ser simple casualidad. Jesús, venido de las alturas del cielo para liberar a los hombres, ha descendido hasta el abismo más profundo con el fin de demostrar que quiere la Salvación de todos, aun de los más depravados, aun de aquellos a quienes la culpa y el pecado han arrastrado a una vorágine de la que nadie imagina que se pueda salir. Dios no olvida ni abandona a ninguno de sus hijos.

Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22

El evangelio de hoy comienza con una constatación significativa: “El pueblo estaba a la expectativa”. Es fácil imaginarse de qué cosa: el esclavo esperaba la libertad; el pobre, una vidamejor; el jornalero explotado, la justicia; el enfermo, la salud; la mujer humillada y violentada, la recuperación de su dignidad. Todos aspiraban a un mundo nuevo donde no se dieran másabusos entre los hombres, donde desaparecieran las prevaricaciones, la corrupción, y se establecieran relaciones de paz.

Era sobre todo en el campo religioso en el que pueblo alentaba la esperanza, quizás no deltodo consciente, de un cambio radical. Hacía trecientos años que se había apagado la voz de los profetas. El Cielo se había cerrado y el silencio de Dios era considerado como un merecido castigo por los pecados cometidos.

Dejando a un lado las imágenes de un Dios aliado fiel, Padre afectuoso, tierno Esposo, los guías espirituales del pueblo habían comenzado, desde hacía siglos, a presentar al Señor, sobre todo, como un legislador severo e intransigente. La religión no comunicaba ya alegría sino inquietud, miedo, angustia. Una vida así era insostenible. ¡Algo tenía que cambiar!

Éstas eran las razones de la espera a la que el Bautista debía dar una respuesta. Cuando seviven situaciones límites, insoportables, y se desea ardientemente un cambio, uno se va detrás de cualquiera que nos dé unpoco esperanza, aunque no estemos seguros de que ese tal resulte ser el verdadero libertador.

El pueblo de Israel que –como dirá un día Jesús– era un rebaño sin pastor (cf. Mc 6,34) esperaba del Señor una guía y piensa que ese guía es el Bautista, el Mesías esperado. Juan corrige y aclara: No soy yo; está por venir uno que es más fuerte que yo. Él los bautizará con el “Espíritu Santo y fuego”. Tiene en la mano el „rastrillo‟ que separará el grano de la paja; ésta será quemada sin piedad en un „fuego inextinguible‟ (cf. Lc 3,17). Poco antes, ha dicho que la guadaña está puesta ya en la raíz de los árboles (cf. Lc 3,9). El juicio de Dios es, por lo tanto, inminente y será severo.

El lenguaje del Bautista es duro y amenazador, igual al empleado por algunos profetas. Malaquías ha hablado de un día “ardiente como un horno, cuando los arrogantes y los malvados serán la paja. Ese día futuro los quemaré” (Ml 3,19). También Isaías ha lanzado una amenaza parecida: “Está dispuesta, ancha y profunda, una hoguera con leña abundante y el soplo del Señor, como un torrente de azufre, le prenderá fuego” (Is 30,33).

No podemos dejar de notar el contraste estridente entre estas imágenes terroríficas y las expresiones dulces y delicadas con las que, en la primera lectura, se nos presenta la figura del «Siervo del Señor». Allí no se habla de violencia, de intolerancia, de agresión, de fuego destructor, sino de paciencia, de respeto a todos, de ayuda para quien está en dificultad, de la recuperación de la caña quebrada, de la esperanza para quien se ha visto reducido a una mecha que se apaga.

Las palabras del Bautista reflejan la mentalidad de un pueblo cuyos guías espirituales lohabían educado en el miedo a Dios. Como todos los demás, también Juan creía que la injusticia y el pecado habían llegado al colmo y que era inminente una intervención resolutiva de Dios contra los malvados.

Tenía razón: con la venida de Cristo el mal no tendría más escapatoria. Pero acerca de la manera cómo Dios purificaría el mundo del pecado o qué clase de fuego usaría… el Bautista probablemente se engañaba. No sabemos con exactitud lo que pasaba por su mente; en cambio, sabemos muy bien cómo Jesús se comportaba: no ha agredido a los pecadores, se ha sentado a comer con ellos; no se ha alejado de los leprosos; no ha condenado a la adúltera, sino que la ha defendico contra todos los que la juzgaban y la despreciaban; no ha rechazado a la pecadora, se ha dejado acariciar y besar por ella.

Con Jesús, se ha cerrado definitivamente la época en que Dios ha sido imaginado como un soberano severo, justiciero, intransigente. Él ha revelado el verdadero rostro de Dios, el Dios que solo salva. Con su vida, ha proyectado también una luz sobre las imágenes impresionantes usadas por el Bautista y los profetas, dándonos la clave de su lectura. Era verdad lo que éstos habían afirmado:

Dios habría enviado su fuego sobre la tierra, pero no para destruir a sus hijos (aunque fueran malvados) sino para quemar, hacer desaparecer del corazón de cada uno todaforma de maldad.

Este pensamiento aparece en la segunda parte del evangelio de hoy (vv. 21-22). A primera vista, el relato del bautismo de Jesús parece idéntico al de los otros evangelistas pero, en realidad, presenta algunos particulares diferentes y significativos.

Ante todo, a diferencia de los otros, Lucas no describe el bautismo de Jesús, sino que habla de él como de un hecho ya ocurrido (v. 21). El centro del relato, para el evangelista, no está en el bautismo en sí, sino lo que ocurre inmediatamente después: la apertura del cielo, el descenso del Espíritu y, sobre todo, la voz del cielo.

Estamos al comienzo de la vida pública y Lucas quiere que los cristianos de sus comunidades –ya bautizados– lean el evangelio como dirigido expresamente a ellos. Los invita a iniciar el camino, a mover sus pasos, todavía inciertos, tras los del Maestro que ha sido bautizado como ellos, y camina a su lado.

Despues, solo Lucas refiere que Jesús se sumergió en las aguas del Jordán junto a todo el pueblo, confundido con la gente. Jesús se presenta como aquel que se pone al lado de los pecadores: no los juzga, no les grita, no los condena, no los desprecia. Participa de su condición de esclavitud y con ellos recorre el camino que lleva a la libertad.

El tercer detalle que aparece solo en Lucas es la referencia a la oración. Jesús recibe el Espíritu Santo mientras reza. La insistencia en la oración es una de las características de Lucas.El evangelio de hoy presenta a Jesús por primera vez en diálogo con el Padre; después, lo hará otras doce veces más.

Jesús no reza para darnos buen ejemplo. Él tiene necesidad, como nosotros, de descubrir la voluntad del Padre, de recibir su luz y su fuerza para cumplir en todo momento lo que le es agradable. Tiene necesidad de orar ahora, al comienzo de su misión; rezará también antes de la elección de los apóstoles (cf. Lc 6,12), antes de su Pasión (cf. Lc 22,41) y lo hará, sobre todo, en la cruz (cf. Lc 23,34.46) en el momento de la prueba más difícil. Ha sentido, pues, la necesidad de orar durante toda su vida para mantenerse fiel al Padre.

Después de esta introducción original, también Lucas, como Mateo y Marcos, describe la escena posterior al bautismo con tres imágenes: la apertura de los cielos, la paloma y la voz del cielo. No está contando hechos prodigiosos que realmente ocurrieron, sino que emplea imágenes con las que sus lectores estaban muy familiarizados, cuyo significado tampoco nos resulta muy difícil de captar a nosotros hoy, incluso a la distancia de dos mil años.

a)    Comencemos por la apertura del cielo

No se trata de un detalle metereológico (como si un inesperado y luminoso rayo de sol hubiese penetrado la densa capa de nubes). De ser así, Lucas nos hubiera referido un detalle del todo banal y sin ninguna importancia para nuestra fe. Lo que el evangelista quiere comunicar a sus lectores es otra cosa bien distinta. Está aludiendo de manera clara a un texto del AntiguoTestamento, bien conocido también para sus lectores.

En los últimos siglos antes del nacimiento de Cristo, el pueblo de Israel tenía la sensación de que los cielos se hubiesen cerrado. Pensaban que Dios, indignado a causa de los pecados e infidelidades de su pueblo, se había recluido en su mundo divino, puesto fin al envío de profetas y haber roto todo diálogo con el hombre. Los israelitas piadosos se preguntaban:¿Cuándo terminará este silencio

de Dios? ¿No volverá el Señor a hablarnos? ¿No nos mostrará ya más su rostro sereno como en los tiempos antiguos? Y lo invocaban así: “Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tus manos. No te irrites tanto; no recuerdes siempre nuestra culpa; mira que somos tu pueblo… ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!” (Is 64,7-8; 63, 9).

Afirmando que, con el comienzo de la vida pública de Jesús, los cielos se habían abierto, Lucas da a sus lectores una gran y alegre noticia: Dios ha oído la súplica de su pueblo, ha abierto de par en par el cielo para ya no cerrarlo más. Se ha puesto fin para siempre a la enemistad entre el cielo y la tierra. La puerta de la casa del Padre permanecerá eternamente abierta para dar la bienvenida a todo hijo que quiera entrar. Quizás alguno llegue un poco tarde tarde, pero nadie será rechazado.

b)    La segunda imagen es la paloma

Lucas no nos dice que una paloma descendió del cielo (este sería otro detalle banal y superfluo), sino que el Espíritu Santo descendió “como una paloma”.

El Bautista sabe perfectamente que del cielo no solamente descendió el maná, sino también el agua destructora del diluvio (cf. Gén 7,12) y el fuego y el azufre que convirtieron en cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra (cf. Gén 29,24). Él probablemente espera la venida del Espíritu como un „fuego‟ devorador de los malvados. El Espíritu, en cambio, se posa sobre Jesús como una

„paloma‟, todo ternura, afecto y bondad. Movido por el Espititu, Jesús se acercará siempre a los pecadores con la dulzura y la amabilidad de la paloma.

La paloma también era el símbolo de la atracción y querencia hacia el propio nido. Si el evangelista tiene en mente esta referencia, entonces quiere decirnos que el Espíritu Santo busca a Jesús como la paloma busca su nido. Jesús es el templo donde el Espíritu encuentra su morada estable.

c)    La tercera imagen es la voz del cielo

Se trata de una expresión que los rabinos solían usar cuando querían introducir una afirmación como venida de Dios. En nuestro relato, tiene porobjetivo presentar públicamente, en nombre de Dios, quién es Jesús.

Para comprender la importancia del mensaje de esta voz, hay que tener en cuenta que este relato ha sido compuesto después de los acontecimientos de la Pascua y quiere responder al enigma surgido entre los discípulos acerca de la muerte ignominiosa del Maestro. Jesús aparecía a sus ojos como un derrotado, como un rechazado y abandonado por Dios. Sus enemigos –custodios y garantes de la pureza de la fe de su pueblo– lo han juzgado como blasfemo. ¿Ha estado Dios de acuerdo con esta condena?

Lucas, pues, presenta a los cristianos de sus comunidades el juicio del Señor sobre la condena y muerte de Jesús con una frase que hace referencia a tres textos del Antiguo Testamento.

“Tú eres mi hijo querido” es una cita del Salmo 2,7. En la cultura semita, el término „hijo‟ no indica solamente la generación biológica sino que también significa que la persona en cuestión se comporta como su padre. Presentando a Jesús como “su hijo”, Dios garantiza que se reconoce en Él, en sus palabras, en sus gestos, en sus obras, sobre todo en el gesto supremo de su Amor: el don de su Vida. Para conocer al Padre, los hombres solo tenemos que contemplar a este Hijo.

“Mi predilecto” hace referencia al relato de Abrahán, dispuesto a ofrecer por amor a su único hijo, Isaac (cf. Gén 22,2.12.16). Jesús no es un rey o un profeta como los otros, es el Único.

“A quien prefiero” (mi predilecto). Conocemos ya esta expresión porque se encuentra en el primer versículo de la lectura de hoy (cf. Is 42,1). Dios declara que Jesús es el „Siervo‟ de quien ha hablado el profeta, el Siervo enviado para “establecer el derecho y la justicia” en el mundo entero, que ofrecerá su vida para llevar a cabo esta misión.

La „voz del cielo‟ desautoriza, por tanto, el juicio pronunciado por los hombres y desmiente las expectativas mesiánicas del pueblo de Israel. Un Mesías humillado, derrotado, ajusticiado era inconcebible para la cultura religiosa judía de aquel tiempo. Cuando Pedro, en la casa del sumo sacerdote, jura no conocer a aquel hombre, en el fondo está diciendo la verdad: no podía reconocer en Él al Mesías; no se parecía en nada al salvador de Israel que le habían enseñado los rabinos en la catequesis.

El cumplimento de las profecías por parte de Dios ha sido demasiado sorprendente para todos; también para el Bautista.

http://www.bibleclaret.org

Jubileo de la esperanza

Hemos iniciado el año 2025 invitados a vivir la experiencia extraordinaria del Jubileo. Se trata de un año que quiere ser marcado por la alegría y la esperanza, por la renovación y la conversión, por la vida nueva que Dios siempre está dispuesto a concedernos como expresión de su amor.

Hablar de Jubileo nos hace pensar a júbilo, a algo que produce felicidad plena, a algo que nos pone de nuevo en el camino de lo que realmente vale la pena y que nos saca de los enredos en que muchas veces nos hemos ido perdiendo. 

El júbilo es la expresión más plena de la alegría que nos da el volver a lo que es esencial e importante en nuestra vida; es la alegría que tiene su origen y su meta en el encuentro con Dios. Es la felicidad que nace cuando descubrimos como cimientos de nuestra existencia el amor y la ternura de un Padre que está dispuesto a recrearnos siempre. 

Estar jubilosos es una manera de decir lo contento que nos sentimos cuando nos liberamos de todo aquello que nos esclavizaba. Es lo contrario de vivir en la tristeza o en la amargura, en lo superficial y lo pasajero. Es reconocer a Dios como el protagonista de nuestra historia y el anhelo más profundo de nuestro corazón.

Un jubileo es la invitación y la provocación que nos presenta la Iglesia, como comunidad de hermanos que peregrinan al encuentro del Señor, para que reorientemos nuestros caminos y nos demos la oportunidad de reconocer la importancia de lo que somos como personas y como instrumentos del amor.

El tiempo jubilar es un momento especial para que abramos los ojos y contemplemos lo que ha ido quedando de bueno en nuestro pasado, es motivo para hacer memoria, y para ser agradecidos, reconociendo que cada instante de nuestro caminar ha sido un don, una gracia que se nos ha concedido sin ningún mérito. 

Hay Alguien que fielmente se ha ido ocupando de nosotros y nos ha guiado. Alguien que nos recuerda que está al origen de todo lo que soñamos y buscamos, el único a quien pertenece todo aquello con lo cual nosotros tratamos de llenar nuestro peregrinar temporal por este mundo del cual nada podremos llevarnos.

El jubileo, en los tiempos del Antiguo Testamento, era el año en el que todo tenía que volver a sus orígenes, a como había sido en el principio, en donde Dios era reconocido como el único autor y propietario. El libro del levítico dice, con mucha sencillez y con gran claridad, cuál era el motivo de tanto júbilo. 

“Declararás santo el año cincuenta y promulgarán por el país liberación para todos sus habitantes. Será para ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta será para ustedes año jubilar: no sembrarán, ni segarán los rebrotes, ni vendimiarán las cepas no cultivadas. Porque es el año jubilar, que será sagrado para ustedes. Comerán lo que den sus campos por sí mismos. En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. (Levítico, 25, 10-13)

Hoy, para nosotros, es una buena ocasión para darnos cuenta de que todo lo que pretendemos acumular, atesorar, y considerar como patrimonio personal no es más que algo que nos ha sido prestado. El jubileo nos brinda la posibilidad de poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestras vidas como el único autor y promotor de nuestra felicidad. 

También es una bella oportunidad para que tomemos conciencia de la importancia que tiene el establecer relaciones sanas y auténticas con nuestros hermanos y con toda la creación, reconociéndolos como realidades sagradas.

Por otra parte, se nos está invitando a vivir el jubileo del año 2025 como un jubileo iluminado por la esperanza. Esto es importante, sobre todo porque nos damos cuenta de que vivimos un tiempo en el cual nos sentimos por momentos agobiados por tantos signos de incertidumbre, de violencia, de dolor. Vivimos tiempos en donde el egoísmo y la indiferencia se imponen como patrones de conducta y la ambición y el deseo de poder hace que olvidemos que sólo vamos de paso. 

El espectáculo de nuestro mundo hace que muchas veces seamos ciegos y que no podamos percibir lo bello que Dios va creando cada día cerca de nosotros. Nos aturdimos con nuestros logros tecnológicos y científicos, que son ciertamente extraordinarios y maravillosos, y dejamos que nos gane la arrogancia que nos hace pensar que podemos pasar por encima de los demás.

En medio de la oscuridad y de lo deprimente que puede ser el tiempo en que nos tocó vivir, ahí es en donde Dios eleva su voz y nos invita a no olvidar que él tendrá siempre la última palabra. Y, justamente, ahí nacen todas nuestras esperanzas, nuestra confianza y la alegría que nos permite apostarle al futuro con entusiasmo.

Vivir este año bajo el signo de la esperanza no es otra cosa sino reconocer que llevamos inscrito en el corazón un proyecto que ha sido pensado por Dios para cada uno de nosotros, como proyecto de libertad, de vida plena y de felicidad. Eso es lo que cada día nos irá dando el valor de levantarnos con optimismo y confianza y no dejará que nos gane el pesimismo, el desánimo o la tristeza. 

La esperanza hará que veamos cada mañana como una oportunidad que se nos ofrece para salir de nuestras desconfianzas y de nuestros temores con la certeza de que Dios está preparando algo nuevo y bello para hacer más plenas nuestras vidas. 

La esperanza hará que no nos quedemos atorados en nuestras miserias, en nuestras debilidades y, mucho menos, en nuestros pecados. Con la esperanza se nos otorgará la bendición de sentirnos juzgados por el amor y la misericordia que no buscan condenar, sino hacernos sentir amados.

La esperanza será lo que nos devuelva al camino de la humildad y de la sencillez que redimensiona nuestra identidad y nos permite entender lo que somos y lo que podemos valer, aceptando que todo se nos va dando por gracia y por un amor que no tiene límites , pues es un amor que todo lo recrea, lo hace más auténtico y profundo.

Vivir en la esperanza este año puede ser para cada uno de nosotros aquella experiencia que nos hacia falta para levantar los ojos sobre el horizonte y darnos cuenta de que hay mucho por vivir, por disfrutar y por compartir, mientras el Señor nos siga llevando de su mano.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

Movimiento Laudato Si’. Agenda 2025

El Movimiento Laudato si’ ha dado a conocer su Agenda 2025, que será parte del Jubileo Global al que invitó el Papa Francisco en coincidencia con el 10º aniversario de Laudato Si’ y del propio Movimiento, el 800º aniversario del Cántico de las Criaturas y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2025 (COP 30) que se celebrará en noviembre de 2025 en la ciudad brasileña de Belém. Esta es la agenda prevista y que se puede ver en su web laudatosimovement.org

Durante todo el año

Un espacio en línea patrocinado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral elevará los esfuerzos de protección de la creación de organizaciones católicas de todo el mundo. 

Enero

  • 25: Vigilia de oración por el 10º aniversario de Laudato Si’.  Únete a nosotros en una vigilia en línea para celebrar los 10 años de la encíclica Laudato Si’ y honrar el papel de la contemplación en el cuidado de nuestra casa común.
  • Semana del 27 de enero: Formación sobre la contemplación. Profundiza en tu práctica contemplativa con una formación en línea ofrecida en inglés y en español. 
  • Fecha por determinar: Lanzamiento del tema del Tiempo de Creación. Mantente alerta para la propuesta del tema que guiará nuestra celebración del Tiempo de la Creación a finales de este año. 

 Marzo 

  • 5 de marzo-17 de abril: Cuaresma. Replantéate formas nocivas de vivir con la creación y comprométete a sanar tus relaciones con el Creador y con los demás. 
  • 8-9 de marzo: Jubileo del Mundo del Voluntariado. Mantente al tanto de las publicaciones en las redes sociales para conectar el trabajo esencial de voluntarios como los miembros del Movimiento Laudato Si’ con el cuidado de nuestra casa común. 

 Abril 

  • 20 de abril: Pascua. Celebra la nueva vida en Cristo y la nueva esperanza para nuestra casa común. 
  • Semana del 28 de abril: Comienza la formación de Animadores Laudato Si’. Únete a decenas de miles de defensores de base de todo el mundo inscribiéndote en un curso de formación en línea para convertirte en Animador/a Laudato Si’.  

Mayo

  • 23 de mayo: Asamblea General de TotalEnergies. Apoyar a los líderes y socios del Movimiento Laudato Si’ para que animen a TotalEnergies, el gigante petrolero francés, a retirarse de su desastroso proyecto de oleoducto EACOP en África Oriental. 
  • 24 de mayo: 10º aniversario de Laudato Si’. Celebra el aniversario de la firma del Papa Francisco de Laudato Si’, la encíclica sobre el cambio climático y nuestra casa común que se apoya en milenios de enseñanza católica sobre la creación.
  • 24-31 de mayo: Semana Laudato Si’. Únete a personas de todo el mundo para celebrar la Semana Laudato Si’.    
  • Fecha por determinar: Jornada de reflexión ELSiA. Explora la situación de la acción ecológica en Europa con la Alianza Europea Laudato Si‘, una red de organizaciones católicas que trabajan para dar vida a Laudato Si’. 

Junio

  • 3-7 de junio: Peregrinación a Asís. Únete a los miembros del Movimiento Laudato Si’ en una peregrinación a la casa de San Francisco, celebrando el aniversario del Cántico de las Criaturas y comprometiéndote con la acción transformadora. 
  • 7-8 de junio: Pentecostés. Alégrate en el misterio del Espíritu Santo, que nos conecta con todo. 
  • 7-8 de junio: Jubileo de los Movimientos Eclesiales, Asociaciones y Nuevas Comunidades.  Mantente al tanto de las publicaciones en redes sociales para conectar la vida de movimientos como el nuestro con el cuidado de nuestra casa común. 
  • 20-22 de junio: Jubileo de los Gobernantes. Sigue atentamente las publicaciones en redes sociales para animar a los gobiernos a cuidar nuestra casa común.

Julio

  • 19 de julio: Encuentro Global. Los encuentros locales y nacionales han preparado el camino para un encuentro global, celebrando la historia de nuestro movimiento y vislumbrando lo que podríamos llegar a ser. Da los primeros pasos hacia el futuro del Movimiento Laudato Si’ uniéndote a este evento global en línea.
  • 28 de julio-3 de agosto: Jubileo de los Jóvenes. Sigue las publicaciones en redes sociales para celebrar cómo los jóvenes cuidan de nuestra casa común. 

Septiembre

  • 1 de septiembre: Fiesta de la Creación y oración de apertura del Tiempo de la Creación. Celebra la Fiesta de la Creación y únete a los cristianos de todo el mundo para inaugurar el Tiempo de la Creación
  • 1 de septiembre-4 de octubre: Tiempo de la Creación. Conmemora el Tiempo de la Creación, la celebración anual de oración y acción por nuestra casa común, con una actividad en tu parroquia, escuela o comunidad. 
  • 5 de septiembre: Día de la Amazonía. En vísperas de la cumbre climática de la ONU en Brasil, celebra este día de acción por la Amazonía.
  • 20 de septiembre: Jubileo de los Trabajadores por la Justicia. Sigue las publicaciones en redes sociales para fomentar una mayor justicia para todos los que comparten nuestra casa común. 
  • Fecha por determinar: Cumbre Climática de África. Reza y participa en eventos en línea para promover soluciones climáticas en el continente más joven y de más rápido crecimiento del mundo. 

Octubre

  • 4 de octubre: Fiesta de San Francisco y oración de clausura del Tiempo de la Creación. Honra la vida de San Francisco y recuerda con nosotros un tiempo de crecimiento uniéndote a la oración de clausura del Tiempo de la Creación
  • 5 de octubre: Jubileo de los Migrantes. Sigue las publicaciones en redes sociales para celebrar la fuerza de los migrantes y explorar la migración forzosa en un planeta cambiante.

Noviembre

  • 10-21 de noviembre: COP30. Reza por el trabajo de los líderes del Movimiento Laudato Si’ y sus asociados en la COP30, la 30ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Esta conferencia, que se celebrará en Brasil, el país católico más poblado del mundo, debe tener éxito para que el arco de las emisiones de gases de efecto invernadero se invierta a tiempo para proteger la creación. 
  • 16 de noviembre: Jubileo de los Pobres. Sigue las publicaciones en redes sociales para conectar las vidas de nuestros vecinos más vulnerables con la crisis climática. 
  • 30 de noviembre-24 de diciembre: Adviento. Aguarda con esperanza la venida de Cristo a la creación. 
  • Fecha por determinar: Informe anual de la Plataforma de Acción Laudato Si’. Celebra un año de acciones concretas de instituciones y comunidades católicas en la Plataforma de Acción Laudato Si’

Diciembre

  • 25 de diciembre: Navidad. ¡Alégrate! Cristo ha nacido.

“Voy de pie, contenta, amando mucho y, bendito Dios, sintiéndome muy amada”.

Por: Hna. Lorena Cecilia Sesatty *

En travesía…ya de regreso…casi llegando a la primera parada: Monterrey. El corazón late fuerte, las emociones se sienten hasta en la panza…y las palabras se quedan muy estrechas, limitadas. Esta imagen me ayuda a expresar cuánto agradecimiento, disposición, filiación, apoyo, bendición, responsabilidad y fe siento.

Soy Misionera Comboniana, en la gracia y misericordia de Dios, para siempre. Me siento llamada y acompañada por Dios, por mi Virgen de Guadalupe, mi madre y fiel intercesora. Tan bendecida y afortunada por la bendición y vida de mis papás y mi familia. Mi Madre Iglesia que me envía y acompaña reflejada en mi amada parroquia; ungida por Dios que me consagra para Él y deseosa de seguir los pasos de Jesús, amándolo tiernamente y descubriendo cada vez más y mejor lo que significa un Dios muerto y clavado en la cruz por amor.

Voy de pie, contenta, amando mucho y, bendito Dios, sintiéndome muy amada. Voy también en una mezcla de nervios y confianza, sintiéndome pequeña y limitada ante una realidad retadora e imponente para mí y otras veces sintiéndome grande, en la grandeza de saber que a Dios le pertenezco, su Espíritu habita en mí, Él es quien me envía y la misión es suya.

Gracias Señor por este año precioso de preparación, de vacaciones y de celebrar juntos mis votos perpetuos. Por tanto bien recibido, y experiencias hermosas compartidas. A ti entrego todo lo que carga el corazón, mis alegrías y dolores, luces y sombras, sueños y esperanzas. Camino en ti, confiando en tu promesa de estar siempre conmigo y en tu Gracia.

___________

* La Hna. Lorena Cecilia Sesatty es misionera comboniana. Tras un año de preparación hizo los votos perpetuos el pasado 16 de noviembre en su pueblo, Nueva Rosita (Coahuila), y ahora regresa a su misión en Betania, Jerusalén.

Simona Brambilla, primera mujer Prefecta de un Dicasterio vaticano.

El papa Francisco ha nombrado hoy a la Hna. Simona Brambilla, Misionera de la Consolata, como nueva Prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. El Papa ha nombrado también al Cardenal Ángel Fernández Artime, Salesiano, como Proprefecto del mismo Dicasterio. Es la primera vez en la historia de la Iglesia que el Papa pone a una mujer al frente de un dicasterio vaticano. (Foto: synod.va)

Simona Brambilla nació en Monza , Lombardía, el 27 de marzo de 1965. Obtuvo el diploma de enfermería en 1986 y trabajó en el Hospital L. Mandic de Merate, en Italia.  Ingresó en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata en 1988 e hizo su primera profesión religiosa en 1991. Obtuvo la licencia en psicología en el Instituto de Psicología de la Pontificia Universidad Gregoriana en 1998.

A partir de 1999, después de hacer su profesión perpetua, fue responsable de la pastoral juvenil en el Centro de Estudios Macua Xirima en Maua, Mozambique.

Enseñó de 2002 a 2006 en el Instituto Gregoriano de Psicología y obtuvo allí un doctorado en psicología en 2008, con una tesis sobre evangelización e inculturación en Mozambique.  De 2005 a 2011 fue consejera general de su congregación. El 7 de junio de 2011 fue elegida para un mandato de seis años como superiora general de la rama femenina de las Misioneras de la Consolata y reelegida para un segundo mandato en 2017,  que concluyó en mayo de 2023. El Papa Francisco la eligió para participar en el Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad en ese mismo año.

El 8 de julio de 2019, el Papa Francisco la nombró a ella y a otras seis como las primeras mujeres miembros del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.  El 7 de octubre de 2023, el Papa Francisco la nombró la primera mujer secretaria de ese Dicasterio.  Es la segunda mujer en ocupar este rango en un dicasterio de la Curia Romana después de Alessandra Smerilli en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, mientras que otras dos mujeres ostentan el mismo título en otros departamentos (no dicasterios), Nathalie Becquart en el Sínodo de los Obispos y Raffaella Petrini en la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. El 13 de diciembre de 2024, el Papa Francisco la nombró miembro del XVI Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo, convirtiéndola en uno de los cuatro miembros que nombró y, junto con Maria Lia Zervino, una de las dos primeras mujeres designadas para ese cargo.

El 6 de enero de 2025, el Papa Francisco la nombró Prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Con este nombramiento se convierte en la primera mujer en dirigir un dicasterio de la Curia Romana.

La reacción a este nombramiento desde diversos ámbitos de la vida religiosa ha sido de alegría y satisfacción. La hermana Liliana Franco, presidenta de la CLAR (Confederación Latinoamericana de Religiosas y Religiosos), en unas declaraciones a ADN Celam (el organismo de comunicación de la Iglesia latinoamericana) afirmó que “para la vida religiosa de América Latina y el Caribe es una buena noticia, una verdadera epifanía, una manifestación de Dios. Era algo que estábamos esperando, era algo que deseamos, nos hace mucho bien que una mujer como la hermana Simona, una mujer buena, centrada en Dios, que ama su vocación misionera —profundamente misionera, subraya—, que conoce la vida religiosa, esté acompañando y animando esta travesía”. Por su parte, el P. José María Loyola Abogado, mexicano, superior general de los Misioneros del Espíritu Santo y vicepresidente de la CLAR, ha afirmado en el mismo medio que “es un regalo del Espíritu que a través del Papa Francisco se nos da a toda la Iglesia y, en particular, a la vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Es un gesto claro y contundente que nos orienta a tener fe en el porvenir y nos moviliza a seguir peregrinando y haciendo viva una Iglesia sinodal, misionera y misericordiosa”.

Más información: Vatican News

Epifanía del Señor

Tomado de: https://comboni2000.org

Lecturas

  • Primera lectura. Is 60, 1-6. Levántate y resplandece, Jerusalén, …
  • Salmo Responsorial. Salmo 71
  • Segunda Lectura. Ef 3, 2-3a. 5-6. …
  • Evangelio. Mt 2, 1-12. Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenia que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las poblaciones de Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.


¿A quién adoramos?
José A. Pagola

Cayendo de rodillas, lo adoraron.

Los magos vienen del «Oriente», un lugar que evoca en los judíos la patria de la astrología y de otras ciencias extrañas. Son paganos. No conocen las Escrituras Sagradas de Israel, pero sí el lenguaje de las estrellas. Buscan la verdad y se ponen en marcha para descubrirla. Se dejan guiar por el misterio, sienten necesidad de «adorar».

Su presencia provoca un sobresalto en todo Jerusalén. Los magos han visto brillar una estrella nueva que les hace pensar que ya ha nacido «el rey de los judíos» y vienen a «adorarlo». Este rey no es Augusto. Tampoco Herodes. ¿Dónde está? Esta es su pregunta.

Herodes se «sobresalta». La noticia no le produce alegría alguna. Él es quien ha sido designado por Roma «rey de los judíos». Hay que acabar con el recién nacido: ¿Dónde está ese rival extraño? Los «sumos sacerdotes y letrados» conocen las Escrituras y saben que ha de nacer en Belén, pero no se interesan por el niño ni se ponen en marcha para adorarlo.

Esto es lo que encontrará Jesús a lo largo de su vida: hostilidad y rechazo en los representantes del poder político; indiferencia y resistencia en los dirigentes religiosos. Solo quienes buscan el reino de Dios y su justicia lo acogerán.

Los magos prosiguen su larga búsqueda. A veces, la estrella que los guía desaparece dejándolos en la incertidumbre. Otras veces, brilla de nuevo llenándolos de «inmensa alegría». Por fin se encuentran con el Niño y, «cayendo de rodillas, lo adoran». Después, ponen a su servicio las riquezas que tienen y los tesoros más valiosos que poseen. Este Niño puede contar con ellos pues lo reconocen como su Rey y Señor.

En su aparente ingenuidad, este relato nos plantea preguntas decisivas: ¿Ante quién nos arrodillamos nosotros? ¿Cómo se llama el «dios» que adoramos en el fondo de nuestro ser? Nos decimos cristianos, pero ¿vivimos adorando al Niño de Belén? ¿Ponemos a sus pies nuestras riquezas y nuestro bienestar?¿Estamos dispuestos a escuchar su llamada a entrar en el reino de Dios y su justicia?

En nuestras vidas siempre hay alguna estrella que nos guía hacia Belén.

http://www.musicaliturgica.com


Seguir la Estrella

Epifanía del Señor – C
(Mateo 2,1-12)

Estamos demasiado acostumbrados al relato de los magos. Por otra parte, hoy apenas tenemos tiempo para detenernos a contemplar despacio las estrellas. Probablemente no es solo un asunto de tiempo. Pertenecemos a una época en la que es más fácil ver la oscuridad de la noche que los puntos luminosos que brillan en medio de cualquier tiniebla.

Sin embargo, no deja de ser conmovedor pensar en aquel escritor cristiano que, al elaborar el relato de los magos, los imaginó en medio de la noche, siguiendo la pequeña luz de una estrella. La narración respira la convicción profunda de los primeros creyentes después de la resurrección. En Jesús se han cumplido las palabras del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande. Habitaban en una tierra de sombras, y una luz ha brillado ante sus ojos» (Isaías 9,1).

Sería una ingenuidad pensar que nosotros estamos viviendo una hora especialmente oscura, trágica y angustiosa. ¿No es precisamente esta oscuridad, frustración e impotencia que captamos en estos momentos uno de los rasgos que acompañan casi siempre el caminar del ser humano a lo largo de los siglos?

Basta abrir las páginas de la historia. Sin duda encontramos momentos de luz en que se anuncian grandes liberaciones, se entrevén mundos nuevos, se abren horizontes más humanos. Y luego, ¿qué viene? Revoluciones que crean nuevas esclavitudes, logros que provocan nuevos problemas, ideales que terminan en «soluciones a medias», nobles luchas que acaban en «pactos mediocres». De nuevo las tinieblas.

No es extraño que se nos diga que «ser hombre es muchas veces una experiencia de frustración». Pero no es esa toda la verdad. A pesar de todos los fracasos y frustraciones, el hombre vuelve a recomponerse, vuelve a esperar, vuelve a ponerse en marcha en dirección a algo. Hay en el ser humano algo que lo llama una y otra vez a la vida y a la esperanza. Hay siempre una estrella que vuelve a encenderse.

Para los creyentes, esa estrella conduce siempre a Jesús. El cristiano no cree en cualquier mesianismo. Y por eso no cae tampoco en cualquier desencanto. El mundo no es «un caso desesperado». No está en completa tiniebla. El mundo está orientado hacia su salvación. Dios será un día el fin del exilio y las tinieblas. Luz total. Hoy solo lo vemos en una humilde estrella que nos guía hacia Belén.

José Antonio Pagola

La Epifanía, fiesta de los signos
Maurice Zundel

Resumen: Si la Epifanía es la fiesta de los signos, es que cada uno de nosotros debe ser auténtico signo de Dios encarnado y resucitado en el mundo de hoy. (Evangelio Mt 2:1-12)

Tres signos que nos hace Dios

La Epifanía es la fiesta de los signos, de los signos que Dios nos hace y que la antífona de Laudes evoca bajo esta forma lírica: “Hoy se unió la Iglesia al esposo fiel, pues en el Jordán Cristo lavó sus crímenes, los Magos acuden a las bodas reales y los invitados gozan del agua transformada en vino. ”

Tres signos:

— el hecho a los Magos,
— el del Bautismo de Jesús donde resuena la Gloria del Padre,
— el de las bodas de Caná, en que el agua es cambiada en vino.

A través de estos signos, lo importante es la manifestación de la Presencia de Dios que se revela a través de los elementos sensibles, alimentando precisamente la vocación del universo humano.

Nuestro universo tiene la propiedad admirable de poder simbolizar, de poder significar lo invisible por medio de lo visible. Y justamente, el poder de símbolo y de significación constituye toda la grandeza y belleza del mundo, así como todo el esplendor y dignidad de la vida humana.

A imagen de los signos que emitimos

Es verdad que, como todo ser vivo, estamos sometidos a necesidades imprescriptibles: beber, comer, dormir, etc. Pero más allá de estas necesidades, tenemos una necesidad mucho más imperiosa, una necesidad de libertad, de no estar encerrados en las necesidades materiales, una necesidad a través de las necesidades materiales mismas, de simbolizar un espacio ilimitado de luz y de amor. Y ustedes lo saben muy bien, lo hacen espontáneamente, cuando preparan una comida para sus amigos con el único fin de calmar el hambre, los reúnen alrededor de una mesa para comulgar en su amistad. Adornan la mesa justamente para borrar la huella de las necesidades materiales, para que los ojos se alegren de su generosidad para que cada elemento del festín sea símbolo del don de ustedes mismos.

Y cuando adornan la casa, al disponer los muebles no buscan solamente la utilidad, lo indispensable para la seguridad del cuerpo, sino que tratan de introducir en el amoblado una armonía, cierta música que transforme todo el mobiliario en capacidad de acogida. Quieren que su casa sea habitable, que quien entre en ella se sienta acogido por una presencia amistosa, y así aprendemos espontáneamente la majestad del mundo, el esplendor de la vida, a través de la simbolización como instintiva que nos hace recurrir a lo visible, a lo sensible como manifestación de lo invisible, de lo espiritual, de la presencia, la ternura, la bondad, el amor…

Nuestra realidad es el instrumento de la presencia divina

  • Dios nos habla por signos, por nosotros mismos, por la historia que somos, por todo lo creado. No hay una realidad que no pueda ser… instrumento de la Presencia divina, como palabra silenciosa que resuena en lo más íntimo de nuestro ser.

Y justamente, el régimen de los signos es por excelencia el régimen de la Revelación: Dios nos habla por signos, por nosotros mismos, por la historia que somos, por todo lo creado. No hay una realidad que no pueda ser vehículo, instrumento de la Presencia divina, como palabra silenciosa que resuena en lo más íntimo de nuestro ser.

Los Magos vieron la estrella y la estrella brilló en sus corazones y ellos marcharon hacia el corazón divino que los estaba esperando.

Jesús oyó la voz en su Bautismo, la voz que era signo de que su vida pública se hacía realidad ahora, que la asunción que había realizado, la humanidad, no puede seguir esperando. Y, en efecto, después de su Bautismo se entrega inmediatamente a su misión escogiendo el duro camino que lo llevará a la Cruz, a través de las tentaciones que reprime.

Nuestra realidad está orientada hacia el misterio de la presencia divina

Pero la Cruz no es la última palabra: la Cruz es el preludio de la Resurrección, la Cruz es el preludio de una transformación de todos los elementos del mundo, simbolizada en las bodas de Caná por la transformación del agua en vino.

Y vemos siempre la realidad orientada hacia el misterio, siempre capaz de estar en comunicación con el Espíritu. Vemos siempre a Dios recorriendo los caminos del universo. Nada hay mejor para nosotros, nada más útil, que meditar sobre la reconciliación de lo visible y lo invisible; nada es más maravilloso que pensar que no tenemos que rehusar el mundo ni despreciarlo, sino amarlo con amor infinito, amarlo y descifrarlo, amarlo escrutando el secreto de que desborda, amarlo para hacer de él una ofrenda en que nos intercambiamos con Dios.

  • A través de lo visible, a través de nuestra vida, a través de todos los gestos de nuestra existencia cotidiana, podemos ser encarnación de Dios… A través del universo que se transfigura, Dios mismo se hace más cercano.

Pero hay un aspecto complementario de éste: es que si nuestra vida se realiza a través de lo visible en cuanto que es vehículo, eso significa que si nuestra vida encuentra su nobleza en descifrarlo, en el desciframiento divino de una realidad que es don de Dios, eso significa que hay otro aspecto que no es menos esencial y que me conmueve más y es que a través de lo visible, a través de nuestra vida, a través de todos los gestos de nuestra existencia cotidiana, podemos ser encarnación de Dios. No solo la vida se transforma cuando la desciframos divinamente, acogiéndola como don de Dios, sino que a través del universo que se transfigura, Dios mismo se hace más cercano, Dios se hace más real y entra en la Historia como Presencia irrefutable. Y ahí justamente alcanza el régimen de la Encarnación todo su esplendor y se convierte en misión infinita y universal para nosotros.

Es ya magnífico ordenar nuestra vida en la hermosura, es maravilloso poder hacer de nuestra casa un signo de acogida amistosa. Pero es más hermoso aún poder hacer de toda nuestra vida el reflejo de la Presencia divina.

Dios entra en nuestra existencia por la Encarnación

Imaginamos que Dios es así: en la Encarnación del Verbo, Dios llega a nosotros en la realidad de una vida plenamente humana. Dios se nos manifiesta no como la revelación de un sistema abstracto que se debería descifrar difícilmente con claves filosóficas, sino como Presencia viva. Dios se revela con un rostro humano, Dios entra en la existencia viviéndola con lealtad, plena y auténticamente hasta la muerte en la Cruz. Y habiendo vencido la muerte, vuelve entre nosotros para que toda nuestra historia sea transfigurada, para que toda la vida humana sea divinizada, para que nuestra existencia cotidiana tenga consecuencias infinitas.

  • Ahora que estamos en el régimen de la resurrección, ahora que el rostro del Señor está oculto en el misterio del Verbo, para hacerlo visible a los ojos de nuestros hermanos humanos, solo tenemos nuestra propia vida, nuestro propio rostro.

Pero justamente ahora que tenemos la revelación, ahora que estamos en el régimen de la resurrección, ahora que el rostro visible del Señor se oculta en el misterio del Verbo, solo tenemos nuestra vida para hacer visible al Señor a los ojos de la carne, de nuestros hermanos humanos, solo tenemos nuestro propio rostro, la nobleza de nuestra existencia cotidiana.

Y me parece que, justamente, si la Epifanía es la fiesta de los signos, ella nos permite al mismo tiempo alcanzar el secreto más profundo de la Encarnación donde, en simbiosis, en comunión de vida, inefable pero también real, lo humano y lo divino están indisolublemente asociados. ¿Cómo podría Dios ser hoy para los hombres realidad en la Historia si no transparenta en nuestra vida?

La Encarnación continúa a través de nosotros

Es totalmente inútil demostrar la existencia de Dios, totalmente inútil componer silogismos abstractos. El corazón humano necesita presencia real y justamente, en la luz del presente surge una estrella que lo lleva al misterio más profundo de la vida encarnada en Dios y terminada por su Presencia.

Si queremos ir hasta el final de esta vocación, si queremos entrar en el misterio de los signos, pretendiendo su origen divino, necesitamos vivir el misterio de la Encarnación como el secreto más profundo de nuestra vida.

  • El corazón del Evangelio, eso es lo que constituye toda la dignidad de la vocación cristiana: que la Encarnación se perpetúa a través de nosotros.

Y ese es el corazón mismo del Evangelio, eso constituye toda la dignidad de la vocación cristiana: que la Encarnación se perpetúa a través de nosotros. Evidentemente, el Señor es la respiración del Misterio de la Iglesia. Evidentemente, el Señor está en el corazón del misterio del altar y de verdad lo van a recibir a Él dentro de un momento; pero el Señor es desconocido para millones y millones de almas que no tienen vínculo sensible, vínculo experimental con el Dios que habita en ellos lo mismo que en nosotros y que no cesa de esperarlos en lo más profundo de su ser.

Nosotros precisamente tenemos que ser mediadores, sacramentos visibles de la Presencia real del Señor en medio de nosotros. El cristiano es alguien que continúa la Encarnación en su vida y que, sin hablar de Dios, o al menos sin necesidad de hablar de él por ser él mismo palabra de Dios ya que vive de la vida misma de Dios, respirando la Presencia de Dios, lleva en sí el testimonio que es su existencia misma. Con su sola presencia abre un espacio de luz y amor. Sin violar el secreto de los demás, puede llegar a ellos en su eterna intimidad. Puede actuar en las profundidades de su alma, porque él mismo vive en las profundidades de Dios.

Cada uno de nosotros debe ser un gran signo de Dios para el mundo

Eso es lo que debe estimular continuamente en nosotros la vida del mundo, una vida cada vez más hermosa, más luminosa, más joven, más creadora y entusiasta, una vida que lleve paz, que despierte la fraternidad, que suscite la alegría. Si todo esto puede ser el alimento permanente y el motor más profundo, es que, prácticamente, solo a través de nosotros puede inscribirse hoy en la historia humana la vida de Dios. Cada uno de nosotros tiene que ser un gran signo de Dios en el mundo contemporáneo.

¡Es verdad! No se trata de salvarnos, ni de alcanzar un equilibrio ideal, una elegancia moral de la que podamos ufanarnos, cosas que son bien legítimas, sino de mucho más: es una urgencia infinita si es cierto que Cristo es el Salvador de todos, si es cierto que su humanidad expresa para siempre la Presencia de Dios en nuestra historia. No es menos cierto que la Presencia en que subsiste la humanidad de Nuestro Señor y que es para nosotros su fuente inagotable, solo será experiencia de vida para todos los que nos rodean si nuestra vida es Encarnación de Dios y Dios hace que nuestra vida respire su Presencia.

  • La existencia de Dios solo es real y experimental para los hombres que nos rodean si toda nuestra vida es la luz misma de su Presencia y el reflejo de su Amor.

¡Ah! Si esta noche pudiéramos escuchar ese llamado, si pudiéramos entender que es verdad que es inútil afirmar la existencia de Dios como explicación de un sistema del mundo. Que la existencia de Dios solo es real y experimental para los hombres que nos rodean si toda nuestra vida es la luz misma de su Presencia y el reflejo de su Amor.

Inscribamos pues esta noche en nuestro corazón, mediante la intercesión de los misteriosos extranjeros que han sido a través de los siglos objeto de una profunda devoción, inscribamos en nuestro corazón que nuestra vida cristiana no puede ser sino la Encarnación continuada, la Encarnación proseguida, la Encarnación expresada en todas las circunstancias de nuestra vida, sin ninguna especie de comportamiento artificial, simplemente en la medida en que vivamos de Aquél que en su impotencia es la vida de nuestra vida, en la medida en que simplemente estemos atentos al secreto maravilloso que vive en nuestro corazón y que es el gran milagro, la gran fuente de toda alegría.

Y finalmente, ¿qué mejor que la luz misma de la Presencia infinita como estrella divina en el cielo de nuestro corazón?

Homilía de Mauricio Zúndel en Lausana, en la Epifanía de 1967


Soñemos, busquemos, adoremos
Papa Francisco

Los magos viajan hacia Belén. Su peregrinación nos habla también a nosotros: llamados a caminar hacia Jesús, porque Él es la estrella polar que ilumina los cielos de la vida y orienta los pasos hacia la alegría verdadera. Pero, ¿dónde se inició la peregrinación de los magos para encontrar a Jesús? ¿Qué movió a estos hombres de Oriente a ponerse en camino?

Tenían buenas excusas para no partir. Eran sabios y astrólogos, tenían fama y riqueza. Habiendo alcanzado esa seguridad cultural, social y económica, podían conformarse con lo que sabían y lo que tenían, podían estar tranquilos. En cambio, se dejan inquietar por una pregunta y por un signo: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella…» (Mt 2,2). Su corazón no se deja entumecer en la madriguera de la apatía, sino que está sediento de luz; no se arrastra cansado en la pereza, sino que está inflamado por la nostalgia de nuevos horizontes. Sus ojos no se dirigen a la tierra, sino que son ventanas abiertas al cielo. Como afirmó Benedicto XVI, eran «hombres de corazón inquieto. […] Hombres que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social […]. Eran buscadores de Dios» (Homilía, 6 enero 2013).

¿Dónde nace esta sana inquietud que los ha llevado a peregrinar? Nace del deseo. Este es su secreto interior: saber desear. Meditemos esto. Desear significa mantener vivo el fuego que arde dentro de nosotros y que nos impulsa a buscar más allá de lo inmediato, más allá de lo visible. Desear es acoger la vida como un misterio que nos supera, como una hendidura siempre abierta que invita a mirar más allá, porque la vida no está “toda aquí”, está también “más allá”. Es como una tela blanca que necesita recibir color. Precisamente un gran pintor, Van Gogh, escribía que la necesidad de Dios lo impulsaba a salir de noche para pintar las estrellas (cf. Carta a Theo, 9 mayo 1889). Sí, porque Dios nos ha hecho así: amasados de deseo; orientados, como los magos, hacia las estrellas. Podemos decir, sin exagerar, que nosotros somos lo que deseamos. Porque son los deseos los que ensanchan nuestra mirada e impulsan la vida a ir más allá: más allá de las barreras de la rutina, más allá de una vida embotada en el consumo, más allá de una fe repetitiva y cansada, más allá del miedo de arriesgarnos, de comprometernos por los demás y por el bien. «Ésta es nuestra vida —decía san Agustín—: ejercitarnos mediante el deseo» (Tratados sobre la primera carta de san Juan, IV, 6).

Hermanos y hermanas, el viaje de la vida y el camino de la fe —para los magos, como también para nosotros— necesitan del deseo, del impulso interior. A veces vivimos en una actitud de “estacionamiento”, vivimos estacionados, sin este impulso del deseo que es el que nos que hace avanzar. Nos hace bien preguntarnos: ¿en qué punto del camino de la fe estamos? ¿No estamos, desde hace demasiado tiempo, bloqueados, aparcados en una religión convencional, exterior, formal, que ya no inflama el corazón y no cambia la vida? ¿Nuestras palabras y nuestros ritos provocan en el corazón de la gente el deseo de encaminarse hacia Dios o son “lengua muerta”, que habla sólo de sí misma y a sí misma? Es triste cuando una comunidad de creyentes no desea más y, cansada, se arrastra en el manejo de las cosas en vez de dejarse sorprender por Jesús, por la alegría desbordante e incómoda del Evangelio. Es triste cuando un sacerdote ha cerrado la puerta al deseo; es triste caer en el funcionalismo clerical, es muy triste.

La crisis de la fe, en nuestra vida y en nuestras sociedades, también tiene relación con la desaparición del deseo de Dios. Tiene relación con la somnolencia del alma, con la costumbre de contentarnos con vivir al día, sin interrogarnos sobre lo que Dios quiere de nosotros. Nos hemos replegado demasiado en nuestros mapas de la tierra y nos hemos olvidado de levantar la mirada hacia el Cielo; estamos saciados de tantas cosas, pero carecemos de la nostalgia por lo que nos hace falta. Nostalgia de Dios. Nos hemos obsesionado con las necesidades, con lo que comeremos o con qué nos vestiremos (cf. Mt 6,25), dejando que se volatilice el deseo de aquello que va más allá. Y nos encontramos en la avidez de comunidades que tienen todo y a menudo ya no sienten nada en el corazón. Personas cerradas, comunidades cerradas, obispos cerrados, sacerdotes cerrados, consagrados cerrados. Porque la falta de deseo lleva a la tristeza, a la indiferencia. Comunidades tristes, sacerdotes tristes, obispos tristes.

Pero mirémonos sobre todo a nosotros mismos y preguntémonos: ¿cómo va el camino de mi fe? Es una pregunta que nos podemos hacer hoy cada uno de nosotros. ¿Cómo va el camino de mi fe? ¿Está inmóvil o en marcha? La fe, para comenzar y recomenzar, necesita ser activada por el deseo, arriesgarse en la aventura de una relación viva e intensa con Dios. Pero, ¿mi corazón está animado todavía por el deseo de Dios? ¿O dejo que la rutina y las desilusiones lo apaguen? Hoy, hermanos y hermanas, es el día para hacernos estas preguntas. Hoy es el día para volver a alimentar el deseo. Y ¿Cómo hacerlo? Vayamos a la “escuela del deseo”, vayamos a los magos. Ellos nos lo enseñarán, en su escuela del deseo. Miremos los pasos que realizan y saquemos algunas enseñanzas.

En primer lugar, ellos parten cuando aparece la estrella: nos enseñan que es necesario volver a comenzar cada día, tanto en la vida como en la fe, porque la fe no es una armadura que nos enyesa, sino un viaje fascinante, un movimiento continuo e inquieto, siempre en busca de Dios, siempre con el discernimiento, en aquel camino.

Después, en Jerusalén, los magos preguntan, preguntan dónde está el Niño. Nos enseñan que necesitamos interrogantes, necesitamos escuchar con atención las preguntas del corazón, de la conciencia; porque es así como Dios habla a menudo, se dirige a nosotros más con preguntas que con respuestas. Y esto tenemos que aprenderlo bien: Dios se dirige a nosotros más con preguntas que con respuestas. Pero dejémonos inquietar también por los interrogantes de los niños, por las dudas, las esperanzas y los deseos de las personas de nuestro tiempo. El camino es dejarse interrogar.

Los magos también desafían a Herodes. Nos enseñan que necesitamos una fe valiente, que no tenga miedo de desafiar a las lógicas oscuras del poder, y se convierta en semilla de justicia y de fraternidad en sociedades donde, todavía hoy, tantos Herodes siembran muerte y masacran a pobres y a inocentes, ante la indiferencia de muchos.

Finalmente, los magos regresan «por otro camino» (Mt 2,12), nos estimulan a recorrer nuevos caminos. Es la creatividad del Espíritu, que siempre realiza cosas nuevas. Es también, en este momento, una de las tareas del Sínodo que estamos llevando a cabo: caminar juntos a la escucha, para que el Espíritu nos sugiera senderos nuevos, caminos para llevar el Evangelio al corazón del que es indiferente, del que está lejos, de quien ha perdido la esperanza pero busca lo que los magos encontraron, «una inmensa alegría» (Mt 2,10) Salir e ir más allá, seguir adelante.

Al final del viaje de los magos hay un momento crucial: cuando llegan a su destino “caen de rodillas y adoran al Niño” (cf. v. 11). Adoran. Recordemos esto: el camino de la fe sólo encuentra impulso y cumplimiento ante la presencia de Dios. El deseo se renueva sólo si recuperamos el gusto de la adoración. El deseo lleva a la adoración y la adoración renueva el deseo. Porque el deseo de Dios sólo crece estando frente a Él. Porque sólo Jesús sana los deseos. ¿De qué? Los sana de la dictadura de las necesidades. El corazón, en efecto, se enferma cuando los deseos sólo coinciden con las necesidades. Dios, en cambio, eleva los deseos y los purifica, los sana, curándolos del egoísmo y abriéndonos al amor por Él y por los hermanos. Por eso no olvidemos la adoración, la oración de adoración, que no es muy común entre nosotros. Adorar, en silencio. Por ello, no nos olvidemos de la adoración, por favor.

Y al ir así, día tras día, tendremos la certeza, como los magos, de que incluso en las noches más oscuras brilla una estrella. Es la estrella del Señor, que viene a hacerse cargo de nuestra frágil humanidad. Caminemos a su encuentro. No le demos a la apatía y a la resignación el poder de clavarnos en la tristeza de una vida mediocre. Abracemos la inquietud del Espíritu, tengamos corazones inquietos.El mundo espera de los creyentes un impulso renovado hacia el Cielo. Como los magos, alcemos la cabeza, escuchemos el deseo del corazón, sigamos la estrella que Dios hace resplandecer sobre nosotros. Y como buscadores inquietos, permanezcamos abiertos a las sorpresas de Dios. Hermanos y hermanas, soñemos, busquemos, adoremos.

Francisco, 6 Enero 2022


Epifanías misioneras: Cristo luz de los pueblos
P. Romeo Ballan

El cristiano inaugura el nuevo año con dos compromisos primordiales: la paz y la misión. Ambos proyectos tienen su centro en Jesucristo. El 1° de enero es Jesucristo nuestra paz; en la epifanía es Jesucristo luz de los pueblos. La Epifanía es una fiesta plural: toda manifestación del Señor es una epifanía. En la liturgia de la fiesta, la Iglesia proclama que este día santo se embellece con tres milagros: los Magos que llegan de Oriente a Jerusalén, guiados por una estrella; Jesús bautizado en el río Jordán; y en Caná el agua se convierte en vino. A estas tres epifanías clásicas, los evangelistas añaden otras: el mismo nacimiento de Jesús; Juan el Bautista que señala al Cordero de Dios ya presente (Jn 1,36); Jesús que se revela a Nicodemo (Jn 3) y a la samaritana (Jn 4), etc. Cada hecho tiene lugar en sitios, tiempos, maneras, personajes diferentes, pero el contenido es idéntico: es Cristo que se manifiesta, es Cristo que estamos llamados a descubrir y anunciar a otros, como hicieron los Magos, el Bautista, la samaritana.

Las Epifanías tienen lugar, normalmente, en un contexto de luz. La Navidad está envuelta en la luz que alumbra a los pastores; los Magos siguen una luz en el cielo, que los lleva hasta encontrar a Jesús… A menudo la luz es evidente por su presencia o, por contraste, por su ausencia. La luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas (cfr. Jn 3,19). Dios mismo es luz sin tinieblas, es amor (1Jn 1 y 4). Es amor que calienta y hace vivir; es luz que ilumina el paso de la humanidad.

Esta fiesta habla de luz, de estrellas, de un viaje, de un proyecto, de un deseo, de una búsqueda: la humanidad va buscando a Dios y Dios busca la humanidad. La fiesta nos habla de un deseo, vocablo prefulgente que en su origen latino (desiderium) contiene la palabra sideros-estrella. Por tanto, se puede decir que la Epifanía es “la fiesta más nuestra”, como escribe el poeta-teólogo padre David Turoldo: «Magos, vosotros sois los santos más nuestros, los peregrinos del cielo, los elegidos, el alma eterna del hombre que busca, a quien solo Dios es luz y misterio». La narración evangélica y la luz de la fe nos aseguran que aquel Niño es el origen y el cumplimiento del deseo de los Magos. ¡Y de todo corazón humano!

Los Magos inauguraron el camino de los pueblos, cercanos y lejanos, hacia Cristo.Por eso, la Epifanía es la fiesta misionera de los pueblos, llamados a caminar en la luz y en el amor que vienen de Dios. Nuestro calendario misionero, que cada semana nos invita a caminar “siguiendo los pasos de los Misioneros”, nos presenta grandes evangelizadores y evangelizadoras, diferentes por su origen, época, grupo religioso, campo y método de apostolado; y a la vez eventos significativos relacionados con la misión: días por la paz y tantas otras motivaciones, migrantes, vocaciones, unidad de los cristianos… ¡Un auténtico mosaico de universalidad sobre los pasos de la Iglesia misionera! Con los Magos de Oriente en primera fila.

Epifanía es la fiesta misionera de los niños, fiesta de los pueblos migrantes, cita vocacional para jóvenes deseosos de entregar su vida al servicio del Evangelio. Aquí y en tierras lejanas.

La Epifanía no se realiza solamente entre los que están lejos o por medio de gestos grandiosos. La manifestación de Dios se realiza también en realidades pequeñas y cotidianas: un gesto de bondad, la sonrisa de un niño, la lágrima de un anciano, la angustia de una madre, el sudor del obrero, el miedo del migrante, la broma amable de un amigo, el regalo de un juguete, la mano tendida para ofrecer o recibir el perdón…

Nuestro desafío es ser Epifanías transparentes de Dios: ser misioneros, testigos con la vida y la palabra, misericordiosos y disponibles para acoger y servir a los demás. Jesús nos confía la misión de ser luz del mundo: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de la cama, sino sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5,14-16); cfr. Mc 4,21). Se trata de una tarea entusiasmante, confiada a cada bautizado; un enorme desafío misionero, ya que mucha gente prefiere las tinieblas a la luz; muchos rechazan o apagan la luz, o la apartan, o incluso matan al que la lleva… Pero la luz del testigo del Evangelio brilla aun después de su muerte. Y nosotros, ¿qué hemos hecho de la luz de la fe?

El Papa Francisco nos convoca: “Todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio  (Evangelii Gaudium, n. 20) ; “estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado (ibid, n. 30). Y continúa: “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida (ibid, n. 49). Son palabras que encienden y alimentan la pasión misionera por difundir el Evangelio hasta los confines de la tierra.