Via Crucis 2025: Peregrinos de esperanza en un mundo herido

Introducción

El Via Crucis, o las Estaciones de la Cruz, es un profundo viaje que reflexiona sobre la Pasión de Cristo. Al reunirnos para recorrer el Via Crucis durante este Año Jubilar 2025, viajamos como peregrinos de la esperanza en un mundo que anhela sanación y renovación. El Papa Francisco nos recuerda en Laudato Si’ que «la esperanza quiere que reconozcamos que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar nuestros pasos, que siempre podemos hacer algo para resolver nuestros problemas». 

En consonancia con el tema del Jubileo «Peregrinos de la esperanza», contemplamos cada estación a través de nuestros actuales desafíos medioambientales y sociopolíticos, guiados por las intuiciones de la encíclica Laudato Si’ y la exhortación apostólica Laudate Deum del Papa Francisco. Hoy, seguimos el camino de Cristo hacia el Calvario con el corazón abierto, reconociendo en su sufrimiento el dolor de nuestra casa común y de todos los que la habitan. Cada estación nos invita a contemplar tanto la pasión de Cristo como la pasión de nuestro mundo, desafiándonos a convertirnos en agentes de esperanza y transformación.

Al embarcarnos en esta peregrinación espiritual, reconocemos que «somos una sola familia humana» (Laudato Si’, 52). Nuestro viaje refleja las luchas de muchos que se enfrentan a la degradación medioambiental y a las injusticias sociales. A través de estas estaciones, abramos nuestros corazones a los gritos de la tierra y de los pobres, buscando la transformación y la esperanza.

Recemos: Dios amoroso, al iniciar este viaje con tu Hijo, abre nuestros ojos para que veamos las conexiones entre el clamor de la tierra y el clamor de los pobres. Transforma nuestros corazones para que seamos peregrinos de esperanza en un mundo marcado por la indiferencia y la destrucción. Une nuestro sufrimiento al amor redentor de Cristo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

Oración final

Dios amoroso, al completar este Vía Crucis, reconocemos que nuestro viaje como peregrinos de la esperanza continúa. La pasión de Cristo y la pasión de nuestra tierra están entrelazadas, llamándonos a la compasión, a la conversión y a la acción. En palabras del Papa Francisco, «no todo está perdido. Los seres humanos, aunque son capaces de lo peor, también son capaces de elevarse por encima de sí mismos, elegir de nuevo lo que es bueno y empezar de nuevo».
Concédenos la sabiduría para ver las conexiones entre todas las formas de sufrimiento en nuestro mundo, el valor para hacer los cambios necesarios para la curación, y la perseverancia para seguir trabajando por la justicia, incluso cuando el progreso parece lento. Que la esperanza de la resurrección nos sostenga mientras trabajamos para restaurar nuestra casa común y construir una civilización de amor.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor crucificado y resucitado, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Bendición
Que Dios todopoderoso les bendiga, el Padre que creó este hermoso mundo, el Hijo que lo redimió con su sufrimiento y el Espíritu Santo que lo renueva día a día.
* Amén
Vayan como peregrinos de esperanza, para amar y servir al Señor en toda la creación.
* Demos gracias a Dios.

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¡Detente, analiza, decide!

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Las informaciones nos invaden y nos saturan. El celular no cesa de sonar o de vibrar, ni de día ni de noche; si alguien lo extravía, se siente en el aire, perdido. Muchos viven al ritmo vertiginoso de cada día. Si no estás al tanto de todo lo que llega por las redes, pareciera que no tienes de qué conversar, que no vales; por ello, tienes la obsesión de estar informado de todo, no para hacerte mejor persona y ayudar a resolver problemas comunitarios, sino sólo para saber de todo. Casi nadie lee textos largos y libros; sólo mensajes y videos cortos, que se suceden sin control. Por ello, tanta superficialidad mental y conductual en adolescentes y jóvenes, y también en quienes ya no lo somos.

Afortunadamente, hay jóvenes adultos que le han encontrado sentido a su vida siendo servidores abnegados en su familia y en la comunidad. Permanecen solteros no por ser egoístas y comodinos, sino para estar más libres y servir. Una hermana mía decidió no casarse, a pesar de las varias oportunidades que tenía, para servir a mis papás, a la familia y a la comunidad. Me asistió en mis diferentes cargos eclesiales. Ahora ya es muy mayor de edad y con achaques propios de los años, pero ¡es una mujer realizada y fecunda! Sembró mucho amor, y ahora recibe cariño y apoyo de todos.

Pero hay jóvenes, y no tan jóvenes, que pasan los años y no deciden su vida; nunca terminan de estudiar; son eternos adolescentes, que hacen lo que les da la gana, casi siempre con el dinero de papá. No asumen responsabilidades. No quieren casarse por ninguna ley, menos por la Iglesia; su decisión es andar libres, tener dinero, viajar, divertirse y hacer lo que sus sentimientos les sugieren o lo que el mundo les propone. Son veletas a merced de los vientos culturales. Si se llegan a casar, o a juntarse, no quieren hijos, porque tenerlos exige dedicación, sacrificar tiempo, dinero y libertad. A unos los acostumbraron desde niños a ser egoístas, a sólo recibir y exigir lo que querían; no les educaron para ser corresponsables en el trabajo del hogar o de la comunidad; los papás y abuelos les cumplían todos sus caprichos. ¡Qué será de ellos cuando enfermen o envejezcan! Con estas juventudes, ¡qué presente y qué futuro nos espera!

No por presumir, pero yo desde los doce años tomé la decisión de ser sacerdote. Claro, a esa edad no se comprende todo lo que esto implica. Pero, a los 23-24 años, asumí esa decisión de por vida, y no me he arrepentido de ello. La mayoría de nosotros los adultos podríamos suscribir lo mismo, cada quien en su vocación. ¡Eran otros tiempos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, cuya lenta recuperación celebramos, cuando aún estaba en el hospital, envió un mensaje para la LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en que dice a los jóvenes:

“En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar.

Quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad. La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para ‘leer’ la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser ‘sal, luz y levadura’ del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional” (19-III-2025).

ACCIONES

Joven: Si tú no te detienes, si no piensas, ni no analizas, si no decides, no vas a ser más que un juguete de la vida. Sé tú: reflexiona, analiza pros y contras, ventajas y desventajas, no sólo para lo inmediato, sino para los años siguientes. Construye tu vida; no dejes que otros te la hagan como quieran.

Papás: quieran mucho a sus hijos; y, por ello, no sólo denles todo lo que pidan, sino edúquenlos también para la corresponsabilidad familiar, para diversos servicios dentro del hogar y con una dimensión social más amplia hacia la comunidad. ¡Que lleguen a ser buenos servidores de los demás, en las diferentes vocaciones!

Jubileo: Dios nos regala su perdón incondicional

Este mes toca el turno al corazón mismo del Jubileo: el perdón, en especial a través del sacramento de la reconciliación. El perdón ofrecido por Dios durante el Año Santo, de manera gratuita e incondicional, es fuente de vida nueva y paz profunda.

ABRIL
(05-06) Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad
(25-27) Jubileo de los adolescentes
(28-30) Jubileo de las personas con discapacidad

El perdón nos lleva a reconocer la bondad de Dios y a dejar nuestras miserias en sus manos compasivas. La reconciliación nos mueve a la gratitud con Dios por todas sus bendiciones, nos hace humildes ante nuestros pecados y nos conduce a renovar continuamente nuestro «sí» a Cristo. En todo ello, nuestro Padre toma la iniciativa de buscarnos en medio de nuestras luchas; porque, «aún siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8). De hecho, todo es don suyo, y espera que correspondamos con amor y con nuestra conversión.

El perdón nos solidariza con los más pobres y los que sufren y nos sensibiliza con sus necesidades. Además, nos transforma en constructores de paz para establecer relaciones de armonía entre la humanidad y en toda la creación… La reconciliación es el termómetro de la vida cristiana en todas sus vocaciones y ministerios. Abandonar dicho sacramento es caer en las garras del egoísmo, la soberbia, la mediocridad, el odio destructivo y el miedo que todo lo asfixia. Durante el Jubileo, el perdón tiene como fin encauzarnos en el tropel de la santidad y el compromiso misionero.

El Papa dice: «La reconciliación sacramental representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella, permitimos que el Señor destruya nuestros pecados, sane nuestros corazones y nos levante y abrace para mostrarnos su rostro tierno y compasivo. No hay mejor forma de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf 2Cor 5,20), experimentando su perdón. Por ello, no renunciemos a la confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, del perdón de los pecados… Esa experiencia no puede sino abrir el corazón y la mente para perdonar. Hacerlo no cambia el pasado, pero puede permitir que cambie el futuro y se viva de forma distinta… El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos…» (Spes non confundit 23).

P. Rafael González Ponce, mccj

Tocando fondo

Palabras para la cuaresma
Cuando la Misericordia se convierte en fiesta

”En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí : “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola : “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta.

Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré : Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre les dijo a sus criados: ¡pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él le replicó: ¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres y tú mandas matar el becerro gordo. El padre replicó : Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. (Lucas 15,1-3. 11-32)

Creo que todos estaremos de acuerdo en afirmar que Jesús es un buen acompañante y un maestro extraordinario, cuando se trata de llevarnos al encuentro con su Padre. Sus palabras sencillas no nos dejan indiferentes y sus parábolas, como fotografías que reflejan nuestras propias historias, nos conducen a lo profundo de la experiencia de encontrarnos con Dios que se nos revela como un padre que nos ama entrañablemente.

Un padre que juzga amando y que acoge perdonando. Un padre que no exige cuentas antes de habernos hecho sentir su ternura y su compasión. Un padre que se alegra por tenernos cerca de él; sin importarle los desvíos en que nos podamos haber entretenido antes de llegar hasta él. Un padre que hace fiesta cuando cualquiera de sus hijos tiene la valentía de volver a él reconociendo que lejos de él no hay vida.

La parábola que Lucas nos presenta en esos cuantos versículos del capítulo 15 de su evangelio, nos obliga a contemplar cómo se encuentran dos caminos que buscan llegar a un mismo destino. Al abrazo entrañable del Padre a su hijo.

La parábola nos habla, por una parte, de un padre misericordioso, lleno de ternura, que sale, sin prejuicios, todos los días, seguramente, a la espera y al encuentro de su hijo. Es Dios que nos busca hasta tenernos bajo el cobijo de sus brazos.

Y, por otra parte, nos da los detalles del regreso de un hijo que finalmente se pone en camino para volver al lugar de donde jamás debería haberse ido. Es el camino que lleva a la fiesta del encuentro de un corazón que sólo existe para amar y de un corazón que, en su fragilidad y en su pobreza, sólo siente la necesidad de ser amado.

La parábola se concluye con la alegría del padre que ha recuperado lo que, de alguna manera, se le había perdido y con un gesto y una actitud de acogida que no excluye a nadie y que recuerda que siempre ha estado ahí, aunque su presencia haya pasado desapercibida o simplemente no reconocida.

Leyendo la parábola en nuestros días, los tres personajes principales nos brindan la oportunidad de reflexionar y darnos cuenta de que se trata de una historia que se sigue repitiendo y nos invita a una revisión de vida. Es la historia siempre actual de nuestro Padre Dios que nos busca y nos espera con la esperanza de tenernos para siempre con él.

El hijo menor nos cuestiona y puede ser que hasta nos indigne porque sus actitudes y las opciones de vida que asume nos pueden parecer inaceptables.

Nos puede molestar ver el derroche, el despilfarro y el desorden que se convierte en estilo de vida. Seguramente, es algo intolerable y que contrasta con los auténticos valores que hemos recibido. Pero puede ser reproche intolerable porque son actitudes que, de algún modo, descubrimos en los pliegues de nuestras vidas.

Sí, se trata de algo inaceptable pero, tal vez, lo más grave que se esconde detrás de las decisiones del hijo menor está la voluntad de querer organizar la propia vida lejos de su padre, manifestando un rechazo y la soberbia de querer ser el único patrón de sus propias decisiones. Es esa tentación contemporánea de querer sacar a Dios de nuestras vidas.

Y la aventura funciona hasta que duran los bienes que había recibido como herencia, algo extraño, porque las herencias se deberían de recibir cuando los padres ya no están presentes, pero aquí sería un punto a favor del padre que no se deja ganar en generosidad.

Cuando ya no queda nada, cuando se da cuenta de que no puede ir adelante con sus propias fuerzas, cuando caen por tierra todas sus pretensiones de autosuficiencia, cuando no queda más remedio que aceptar las propias flaquezas y miserias; cuando se llega a tocar fondo y se termina por aceptar con humildad la propia pobreza, ahí nace la posibilidad de una conversión que lleva al reconocimiento de lo que verdaderamente es cada persona en este planeta.

Poniéndonos en los zapatos del hijo menor, creo que no sería muy difícil reconocer que también muchas veces vamos por la vida reclamándole a Dios nuestra herencia y él no se cansa de bendecirnos con una infinidad de dones.

Pero muy pronto olvidamos de dónde vienen y pretendemos organizar nuestras vidas como mejor nos parece. Nos confundimos y pensamos que podemos vivir sin él.

También nosotros tomamos caminos que nos alejan de Dios, nos llenamos de compromisos que ocupan todo nuestro tiempo y una hora a la semana para ir a la iglesia se convierte en algo imposible y lo consideramos innecesario. Los gustos de nuestras vidas se convierten en prioridades que nos obligan a ponernos en el centro. Nos interesan nuestras comodidades, nuestros espacios de confort, los lujos y caprichos que nos hacen consumidores compulsivos.

Vivimos en lo exterior y en lo superficial de la vida, contentándonos con satisfacciones pasajeras que no exigen ni comprometen en nada. Vivimos super preocupados de nosotros mismos y pasamos indiferentes ante el sufrimiento y el dolor de quienes tenemos a un lado.

Todo eso sucede hasta que un día la vida se encarga de ponernos ante la verdad, en nuestro lugar y basta una crisis financiera, una enfermedad inesperada o un mal cálculo en nuestros proyectos tan humanos, para que caigamos en la cuenta de que sin Dios en nuestras vidas no vamos muy lejos y no contamos mucho. Ese día es, en el mejor de los casos, cuando decimos: Señor, ten compasión y apiádate de nosotros porque te habíamos abandonado.

La figura del Padre que nos aparece como segundo protagonista, pero que en realidad es el personaje principal, es sencillamente la buena noticia que nos quiere transmitir esta página del evangelio. El padre se presenta como alguien extraordinariamente generoso, él da sin medida y en toda confianza. El es Padre que respeta la libertad de cada persona y que corre el riesgo de dejarnos ir, aunque algunas de nuestras decisiones le partan el alma.Es Padre que espera siempre y que está atento para acoger enternecido, es decir, con el corazón abierto. Es el padre que abraza con compasión y misericordia, antes de pedir cuentas. Es Padre que perdona y se regocija cuando puede recuperar al hijo que se le había perdido. Es el padre que reviste de dignidad devolviendo con generosidad lo que se había perdido. 

Encontrarnos con un padre así como lo presenta la parábola no puede ser motivo más que de gratitud y de alegría. En este tiempo que estamos viviendo podemos estar seguros que nuestro Padre Dios sale cada día a nuestro encuentro, nos espera con la ilusión de vernos aparecer en el horizonte, qué importa si venimos con los vestidos deshechos y los rostros abatidos.

Qué importa si traemos sobre las espaldas el peso de tantas historias que nos han abatido y entristecido. El Padre nuestro está siempre dispuesto a organizar una fiesta para nosotros, cuando con humildad y sencillez nos acercamos a él con un corazón arrepentido. Él quiere darle a nuestro corazón los auténticos motivos para que vivamos felices y nos quiere sacar de donde pudimos andar perdidos.

El tercer personaje, el hermano mayor, creo que podríamos reconocerlo en algunos de nosotros que consideramos estar con Dios, de tener a Dios en nuestras vidas, pero que en realidad nuestro corazón está lejos de él. Si no somos capaces de sentir la presencia de Dios en nuestras vidas, puede ser que estemos haciendo muchas cosas por él, pero todavía no hemos dejado que Él se convierta en el centro de nuestra vida.

Si no somos capaces de alegrarnos por la conversión, por los cambios y los esfuerzos de ser mejores, de quienes tenemos a un lado, será muy difícil reconocer que es el Espíritu de Dios el que le va dando sentido a lo que somos y a lo que hacemos buscando darle sentido a nuestras vidas.

Si todavía no nos hemos dado cuenta que Dios nos lleva en lo más profundo de su corazón, nos sentiremos con derecho a reclamarle por todo lo que no nos va cuadrando en la vida y continuaremos echándole la culpa de todas nuestras frustraciones y de todas las insatisfacciones que vamos cosechando cada día.Seremos incapaces de compartir su alegría que es el secreto de nuestra felicidad.

Ojalá todos nos sintamos invitados a la fiesta de la reconciliación y que no dudemos de entrar por el camino de la conversión para que podamos hacer la experiencia del Padre bueno que nos está esperando y que sale a nuestro encuentro para abrazarnos al cuello y mostrarnos la alegría que brota de su corazón sólo porque nos hemos dejado amar desprendiéndonos de todos nuestros miedos

P. Enrique Sánchez G., mccj

Desapariciones y exterminios

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Estupor, indignación, vergüenza y desconcierto ha causado el descubrimiento, hecho por madres buscadoras de desaparecidos, de un lugar cercano a Guadalajara donde se encontraron muchos restos humanos, al parecer algunos calcinados, así como zapatos, tenis, mochilas y ropas de personas, en su mayoría jóvenes, masacrados allí presuntamente por integrantes del cártel Jalisco Nueva Generación. Era un campo donde se les reclutaba, atraídos dolosamente con promesas de un buen trabajo y buenos sueldos, pero los entrenaban para secuestrar, traficar drogas, extorsionar y matar; si no seguían todas las órdenes criminales, los torturaban o eliminaban. ¿A tanto ha llegado la deshumanización? Esto sucede en Jalisco, Estado tradicionalmente considerado con uno de los más altos porcentajes de catolicismo, y el líder de ese cártel se considera católico. ¿Cómo es posible esta contradicción? Lo que les mueve no es la fe ni el bien común, sino el dinero, el negocio, el obtener ganancias a como dé lugar, el poder, el uso de armas de grueso calibre, el dominio sobre otras personas. Son hijos de las tinieblas que usan su inteligencia no para hacer el bien, sino para dañar y destruir. Como Iglesia, también nos cuestionamos en qué hemos fallado; pero esas personas no hacen caso a nuestra palabra, a nuestras catequesis, a nuestras exhortaciones.

Este hecho no es aislado. Ha estado sucediendo desde tiempo atrás en varias partes de nuestro país. Hace unos diez años, a un sobrino mío lo levantaron y se lo llevaron a la sierra de Guerrero, para cultivar droga. A él y a otros los tenían como esclavos; les daban cualquier cosa de comer, los vigilaban con ametralladoras para que no se escaparan y los torturaban. Mi sobrino logró escapar, gracias a tantas oraciones que hicimos por su liberación, y nos narró todo cuanto les hacen.

Con menor o mayor saña criminal, en varios lugares aparecen cuerpos desmembrados, descabezados, cadáveres colgados en puentes, disueltos en ácido, arrojados en barrancas, asesinados a balazos, desaparecidos sin dejar rastro. ¡Cuánta maldad! Se dice que, para que los reclutados lleguen a esos extremos, los drogan, los adoctrinan y los amenazan con que, si no lo hacen, los matan a ellos o a sus familias. ¿Y nuestras autoridades? Se echan las culpas unos a otros. En el sexenio anterior, con el pretexto de no continuar la guerra contra el narco, implementaba en otro sexenio, se les dejó con bastante libertad y tolerancia. Se adujo la estrategia de atender las causas de la violencia, ofrecer trabajo, estudio y apoyos económicos a los jóvenes, pero crecieron mucho el crimen y la descomposición social. A pesar de estos resultados tan catastróficos, todavía hay quienes defienden esa estrategia, exculpan al gobernante anterior y siguen apoyando su causa.

ILUMINACION

El Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre La Iglesia en el mundo, describe con realismo lo que sucede en la humanidad, pero ofrece a Jesucristo como camino, verdad y vida: “El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o servirle.

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época” (GS 9-10).

El episcopado mexicano, por su parte, “expresa su profunda indignación y dolor ante el reciente descubrimiento de un campo de entrenamiento y exterminio del crimen organizado. Este hallazgo constituye una de las expresiones más crueles de maldad y miseria humana que hemos presenciado en nuestro país. Como pastores de la Iglesia en México:

1. Denunciamos con profunda preocupación que existan muchos lugares como este en nuestra nación, los cuales son sitios donde se han cometido los más graves delitos contra la humanidad. Estos actos atentan directamente contra la dignidad sagrada de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios.

2. Señalamos que estos hallazgos ponen en evidencia la omisión irresponsable de autoridades gubernamentales de los tres niveles ante uno de los problemas más críticos que enfrenta el país: la desaparición de personas. Esta realidad exige una respuesta inmediata, contundente y coordinada del Estado mexicano.

3. Manifestamos nuestro extrañamiento porque, mientras se presume que bajan un 15% los asesinatos dolosos, se trata de ocultar que crecen un 40% las desapariciones. Desafortunadamente la mayor parte de estas víctimas son nuestros jóvenes.

4. Reconocemos y exaltamos la extraordinaria labor de las madres buscadoras y distintas organizaciones ciudadanas que, impulsadas por su dolor, valentía y tenacidad, son las que verdaderamente consiguen avances en la búsqueda de sus seres queridos y realizan hallazgos decisivos que mantienen vivo el clamor por la justicia. Su testimonio nos interpela a todos como sociedad.

5. Exhortamos respetuosamente a las autoridades a: – Investigar exhaustivamente estos hechos con transparencia y eficacia. – Dejar de evadir su responsabilidad o de intentar ocultar esta realidad. – Fortalecer urgentemente, entre los tres niveles de gobierno, los mecanismos de búsqueda e identificación de personas desaparecidas. – Implementar políticas efectivas que prevengan estos crímenes atroces y garanticen la no repetición. Como sociedad y como nación debemos comprometernos a un rotundo: ¡NUNCA MÁS! – Romper definitivamente con las alianzas que pudieran existir entre el crimen organizado y algunos ambientes políticos, para liberar a México de esta decadencia moral.

6. Ofrecemos nuestra participación en espacios de diálogo y colaboración, para atender esta crisis humanitaria, acompañar a las víctimas y contribuir a la reconstrucción del tejido social tan lastimado por estos actos de violencia extrema” (12-III-2025).

ACCIONES

Desde nuestras familias, grupos y comunidades parroquiales, convirtámonos al Señor Jesús, hagamos más caso a su Palabra, sobre todo en este tiempo de Cuaresma. El nos invita siempre al respeto y al amor a toda persona. ¡En Cristo está nuestra salvación!

Si el pecador se arrepiente…

Palabras para la Cuaresma

Por: P. Enrique Sánchez G., mccj

“Esto dice el Señor: “si el pecador se arrepiente de los pecados cometidos, guarda mis preceptos y practica la rectitud y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá; no me acordaré de los delitos que cometió; vivirá a causa de la justicia que practicó. ¿Acaso quiero yo la muerte del pecador, dice el Señor, y no más bien que enmiende su conducta y viva?” (Ezequiel 18, 21-ss).

La profecía de Ezequiel nos llega en este tiempo como una bocanada de aire fresco para nuestro espíritu. Nadie entre nosotros puede ufanarse o presumir de vivir exento de pecado. Todos, hasta el más justo y santo tiene que luchar a diario contra la tentación, contra las astucias del mal que trata de llevarnos por sus caminos con sus engaños y promesas de una felicidad que se esfuma y decepciona, porque no es fruto del amor ni de la verdad.

Todos descubrimos a diario muchas situaciones en las cuales nos decimos que las cosas podrían haber sido distintas y que el bien estaba a nuestro alcance, pero nos dejamos engañar por el mal que busca mil estrategias para hacernos caer.

Somos pecadores, eso es algo que no necesitamos rompernos demasiado la cabeza para darnos cuenta. Pero cuando nos acercamos al Señor y dejamos que su Espíritu empiece a hacer su obra en nosotros, entendemos que el problema no es que seamos pecadores, sino que encontremos placer en permanecer en esa situación. El pecado, por nuestra condición humana, nos acompañará hasta el final de la vida y siempre estaremos expuestos a vivir esa experiencia.

La buena noticia que nos anuncia el profeta Ezequiel es que hay una posibilidad de ir más allá de nuestra fragilidad y nos habla de un proyecto de Dios que hace que no acabemos vencidos por nuestra pobreza, nuestra debilidad e incluso por la maldad que podemos descubrir en nuestros corazones.

Dios nos ofrece un camino, unos instrumentos que nos pueden liberar del pecado, él nos invita a apropiarnos sus preceptos, a vivir siguiendo sus mandamientos, a ordenar nuestra vida teniendo como criterio el amor. Nos invita a ser instrumentos de justicia y a buscar el bien de los demás.

Quien practica la rectitud y la justicia, dice Ezequiel, esa persona se pone en condiciones de alejarse del mal y, por lo tanto, se aleja del pecado y de la muerte. Quien vive haciendo el bien y preocupado por servir y respetar a los demás, se convierte en una persona que vive en plenitud y se aleja de todas las situaciones de muerte que son frutos del pecado.

Y, precisamente, eso es lo que Dios quiere de nosotros. Dios no desea la muerte ni la destrucción del pecador; Dios sueña con su conversión, con el cambio y la enmienda que lo lleve a reconocer la presencia del bien como llamado personal, como meta de su caminar y manifestación plena de la vida de Dios en su peregrinar por este mundo.

Tal vez sea hoy el momento oportuno para que también nosotros, con humildad reconozcamos nuestros pecados, pero, sobre todo, para que nos demos cuenta de que Dios nos está brindado una oportunidad extraordinaria para hacernos cargo con responsabilidad de esa realidad que llevamos en nosotros.

Sí, somos pecadores, pero Dios nos está dando la oportunidad de liberarnos de todo aquello que nos tiene esclavizado, de todo aquello que descubrimos como realidades de muerte, de todo aquello que nos asfixia y no nos permite vivir plenamente gozando de la felicidad que el Señor nos propone.

Para tu reflexión personal

¿Cuáles son los pecados que más te afligen en este momento?
¿Qué experiencias de tu vida han amargado tu corazón y te tienen paralizado, aturdido y llenan tu corazón de oscuridad?
¿Identificas algunas injusticias que has cometido en tus relaciones con los demás?
¿Te entusiasma saber que Dios está entregado a quien más quiere, a su Hijo Jesucristo, para brindarte una posibilidad de vida y de libertad?
¿Estás dispuesto a retirarte de tus pecados para confiar más en la misericordia y en la bondad del Señor?
¿Cuáles son los signos de rectitud y de justicia en tu vida que puedes seguir practicando para consolidar la vida de Dios en tu caminar?