Jubileo: Peregrinos de la esperanza

Abrimos 2025 con una buena noticia: durante la solemnidad de la Natividad del Señor, con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro, ¡hemos comenzado la celebración de un Año Jubilar, llamado también Año Santo! 

ENERO (24-26) 
Jubileo del Mundo de la Comunicación 

La palabra «jubileo» deriva del hebreo yobel (cuerno de carnero), instrumento que se utilizaba para anunciar, desde Jerusalén y por la fuerza de los vientos hasta las poblaciones lejanas, el Día de la Expiación (Yom Kippur), acto penitencial por el cual se buscaba eliminar el castigo merecido por las propias culpas. Poco a poco, a este significado se fue añadiendo una dimensión más social (en griego áphesis): la liberación y el retorno al plan primigenio de la justicia de Dios. Esta fiesta se llevaba a cabo cada 50 años, es decir el año «extra» al concluir siete semanas de años (7×7=49). En 1470, el papa Pablo II establece que los jubileos fueran celebrados cada 25 años para que mayor número de generaciones tuvieran la oportunidad de participar al menos una vez. 

En el Antiguo Testamento (Lv 25; Dt 15,1- 15; Jr 34,8-9; Is 61,1-2), el Jubileo consta esencialmente de los siguientes elementos: 1) el descanso de la tierra; 2) la restitución de las propiedades a sus propietarios originales; 3) la condonación de las deudas; 4) la liberación de los esclavos. En el Nuevo Testamento es Jesucristo el Jubileo Nuevo y Eterno que viene a dar su vida por el perdón de los pecados y a instaurar el Reino de Dios: evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). 

Cada mes iremos profundizando en este tema con la Bula de Convocatoria al Jubileo que nos ha enviado el Papa (Spes non confundit, «la esperanza no defrauda»). Hoy ingresemos juntos, como Iglesia misionera, por esta Puerta de gracia y renovación.

P. Rafael González Ponce, mccj

Navidad, un Dios humano

Por: Mons. Jesús Ruíz, mccj
Desde Mbaïki, Centroáfrica

Dice Leonardo Boff que “todo niño quiere ser hombre; todo hombre quiere ser rey; todo rey quiere
ser Dios…, solo Dios quiso ser niño”.
Estamos acostumbrados a ver en el Niño de Belén al hijo de Dios, pero a riesgo de que nuestra fe se convierta en un cuento de hadas, pues un Dios Niño no es nada fácil de digerir… En nuestras liturgias
hablamos demasiado del Dios omnipotente, el todopoderoso, la fuerza de Dios…, pero en definitiva lo que Dios nos ha manifestado es algo pequeño, vulnerable, frágil, sin fuerza… ¿De verdad que creemos en ese Dios Niño, o fantaseamos con el cuento dulzón del Niño de Navidad, pero nuestra creencia está en la fuerza de Dios?

¡Qué riesgo el de Dios que quiso hacerse hombre! Aceptar la humanidad, toda humanidad, los buenos y los malos. Pensaba estos días cómo desde entonces toda humanidad tiene sentido, toda humanidad está habitada por Dios, la humanidad tiene futuro, la humanidad está llena de Dios. «Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en ella. […] Dios ama lo perdido, lo despreciado, lo insignificante, lo marginado, débil y afligido. Donde los hombres dicen «perdido», Él dice «salvado». […] Donde los hombres apartan indiferente o altaneramente la mirada, allí pone él su mirada llena de incomparable amor ardiente. Donde los hombres dicen «despreciable», allí Dios exclama «bendito». Allí donde en nuestra vida hemos llegado a una situación en la que sólo podemos avergonzarnos ante nosotros mismos y ante Dios, […] allí mismo Dios se hace cercano, como nunca antes: es allí donde Dios quiere irrumpir en nuestra vida, es allí donde muestra su cercanía, para que comprendamos el milagro de su amor, de su cercanía y de su gracia». (Dietrich Bonhoeffer, pastor luterano, mártir del nazismo)

Es en este Niño-Dios que he intentado leer la muerte de mi papá, fallecido recientemente. El papa Francisco ha inaugurado el año del jubileo abriendo la puerta de la basílica de san Pedro de Roma y luego la puerta en una prisión. La liberación de Dios es liberación de los cautivos, perdón de la deuda externa, que paren las guerras… Este Niño que se nos ha dado es el Príncipe de la paz, aunque El sufriera toda violencia en su cuerpo humano. Así hoy la humanidad sigue sufriendo tanta violencia.

Hay un tiempo

“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: 

Tiempo para nacer y tiempo para morir, tiempo para arrancar y tiempo para plantar, tiempo para matar y tiempo para sanar, tiempo para destruir y tiempo para construir, tiempo para llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse, tiempo de buscar y tiempo de perder, tiempo de romper y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz”.    (Eclesiastés, 3, 1-8)

Faltan sólo unas cuantas horas para que el año 2024 cierre sus puertas dejándonos el recuerdo de un tiempo que ha sido único en nuestras vidas. Un tiempo que no volverá porque ya cumplió con su misión y quedará ahí, en nuestros recuerdos, como parte de una historia que nos sorprendió con sus alegrías y sus penas, con sus logros y fracasos, con sus luces y sus sombras, con todo lo que nos permite decir hoy, con gratitud,  que ha valido la pena llegar hasta el final de este año.

Para todo ha habido tiempo y nunca nos imaginamos que viviríamos cada instante con tanta intensidad. Seguramente, diremos que no ha sido un año como los demás. Y  no podía serlo porque Dios siempre está a la obra y nunca se cansa de innovar, de sorprendernos y de mostrarnos que, al final de cuentas, es él quien nos va guiando en lo ordinario de nuestro caminar. Dios no se repite y hace de cada instante algo espectacular.

Volteando hacia atrás, en el tiempo, nos damos cuenta de que este año que se va no han sido sólo unos meses más. Hemos sido bendecidos, de muchas maneras, y enriquecidos con tantas presencias que son lo único que queda;  son esa riqueza que no se puede cuantificar. 

Son presencias que están ahora en nuestros corazones y que nadie nos podrá arrancar, porque son dones sagrados a través de las cuales Dios nos ha querido hablar y nos ha mostrado que sólo vive para amarnos.

Tal vez vamos a decir que no hemos sido enriquecidos con cosas, con dinero, con fama o con poder; pero el cariño que se nos ha concedido nos ha hecho entender que lo único que queda en el tiempo, lo que vale, son las personas que han ensanchado nuestros corazones para amar y dejarnos amar.

En lo más alto del 2024, ahí en donde casi se toca con el 2025 que llega cargado de sus promesas, con sus meses y sus días, con sus exigencias de confianza y sus invitaciones al abandono y a la esperanzas; ahí es en donde nace el deseo de pedir que el tiempo que se avecina  sea un año como Dios lo ha soñado para nosotros pensando únicamente en nuestra felicidad y alegría o simplemente en nuestro sencillo bienestar. 

El tiempo que se ha ido nos mueve a la gratitud y al reconocimiento de la bondad del Señor que ha estado presente de tantas maneras. Damos gracias por la salud y por la vida, por la cordura de nuestra mente que nos ha impedido hacer desastres mayúsculos, aunque no hayan faltado torpezas y errores, imprudencias y descuidos.

Nos sentimos agradecidos porque reconocemos que hemos crecido de muchas maneras. Sí, ahora somos más viejos o nos gustaría decir que hemos acumulado algunos kilos y se dibujan algunos hilos blancos sobre nuestras cabezas que nos hacen creer que somos más sabios y prudentes, aunque nos falte mucho todavía por andar. 

El tiempo ha dejado su huella en las articulaciones que rechinan un poco más y en los reflejos que se van haciendo más lentos o en los brazos que se alargan porque ya no alcanzamos a distinguir las letras con la misma claridad de hace unos cuantos años. En el mejor de los casos hemos ganado en realismo y en sano optimismo que nos obliga a confiar más en los demás.

Claro que lloramos en los momentos de dolor y de tristeza, cuando nos descubrimos frágiles, débiles, limitados y pecadores. Cuando nuestros anhelos se vieron frustrados y cuando nos dimos cuenta de que no hicimos el bien que habíamos soñado. Sí, hubo tiempo para lágrimas amargas cuando no supimos sembrar bondad y ternura y la frustración se apoderó de nosotros ante la injusticia y la arrogancia.

Pero, ciertamente fueron más los momentos en que pudimos reír agradecidos por los instantes compartidos con los nuevos amigos, con los hermanos y hermanas que se nos dieron en donde menos los esperábamos, en los momentos de comunión compartidos junto con los tacos al pastor o el capuchino frío, en los momentos en que sentimos cuánto contábamos a los ojos de quienes nos hicieron sentir parte de sus vidas teniendo como motivo sólo el hecho de estar.

Cómo no agradecer tantos momentos vividos en lo gratuito de una amistad que nació sin que nos lo hubiésemos propuesto y que nos hizo cómplices en las búsquedas de ese Dios que  por todas partes se nos hacía presente invitándonos a su servicio, dando con sencillez nuestro tiempo a quienes sólo buscaban un pretexto para mostrarnos su capacidad de amar.

En este 2024 hemos sembrado tanto. Hemos dejado miles le palabras en tantos corazones, Dios nos utilizó como instrumentos de su misericordia y de su presencia y, dándonos con generosidad, es mucho más lo que hemos recibido que lo que hemos podido dejar de nosotros mismos en la tarea de dar. 

Simplemente, podemos decir que ya no somos los mismos. Y el tiempo se encargó de llevar a termino lo que, sin mucha conciencia de nuestra parte, Dios iba tejiendo en lo secreto de nuestras vidas. Los días del 2024 que se va sólo han sido pretextos en el corazón de Dios para irnos mostrando su ternura, su paciencia y su fidelidad en una aventura de vida que no sabemos cuánto durará. 

El tiempo que fue pasando, como liquido que no se atrapa en el puño de la mano,  y ha dejado en nosotros todo aquello que acabamos por reconocer como lo esencial, lo realmente importante, para mantener libre el corazón de toda atadura humana. 

Y así, seguramente descubrimos que lo verdaderamente importante está en los pequeños detalles de la vida; en el tiempo dado a los demás sin pretender nada a cambio, en los gestos de servicio ofrecidos con el único deseo de hacerle la vida más agradable a quien tenemos al lado. 

Con el pasar de los meses nos descubrimos, sin sentirlo demasiado, un poquito más humanos gracias al cariño de quienes no hacen ruido, pero han dejado la huella de eso que llamamos calor humano.

Sentados en el último peldaño de este 2024 que se nos va sin hacer escándalo, tal vez nos den ganas de decir aquel “Gracias” que recoge lo que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Un gracias a Dios  que ha sido generoso con nosotros, haciendo que se produjera el milagro de la vida durante esos 365 días en que nos hemos despertado creyendo que teníamos derecho a una existencia sin medidas. Un gracias a quienes nos han dejado y se han ido de este mundo dejando en nuestros corazones una huella que despierta nuestra fe y nos mueve a creer que nos volveremos a encontrar algún día.  

Gracias por el don de la vocación misionera que nos empuja a ir más lejos, a vivir lo bello de la solidaridad y cercanía con los más pobres. Gracias por tantos momentos de purificación y de crecimiento personal que nos han ayudado a sentir la cercanía y el consuelo del Señor que nos ha repetido muchas veces: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Trayendo a este momento todos los instantes del 2024, creo que todos podríamos decir que ha habido tiempo para darnos cuenta que los meses y los años seguirán siendo una oportunidad para que podamos decir que el amor y el tiempo en el corazón de Dios seguirán coincidiendo para que vivamos amando.

Qué el 2025 venga como tiempo que nos conceda acercarnos a nuestros hermanos con un corazón nuevo y a Dios con lo mejor que tengamos.

Feliz año nuevo.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

31 de diciembre 2024

El Verbo es la luz verdadera

Reflexión del Evangelio de hoy
La desproporción entre la propuesta de Dios y la respuesta del hombre

Tomado de: dominicos.org

En este “diálogo de sordos” entre Dios y los hombres que es el hecho de la Navidad, del que hablábamos en la homilía de la misa de medianoche, hoy, en la misa del día, nos sorprende la otra vertiente: la desproporción entre lo que pide Dios y lo que está dispuesto a responder el ser humano.

La oferta de Dios está presentada en la Prólogo dl Evangelio según san Juan, que proclamamos. A primera vista (y más si se lee rápido y con voz cansina y se escucha distraído), es un galimatías, en el que se habla de un Verbo, de un ser eterno, de una luz que ilumina, de alguien que es rechazado por los suyos, pero, que, a pesar de todo se hace carne para habitar ente ellos…

Y sin embargo, este texto intenso y profundo hasta parecer enigmático, es la presentación más elocuente del misterio de la Navidad y sus consecuencias para nosotros. Lo supieron resumir genialmente los Santos Padres: “El Hijo de Dios se hizo hombre, para que el hombre pueda ser hijo de Dios”.

¿Quieren el hombre y la mujer, especialmente el hombre y la mujer de nuestra sociedad secularizada, “ser hijo, hija de Dios”? ¿Le ilusiona? ¿Pone en ello su esperanza y, por lo tanto, el esfuerzo serio por recibirlo y responder a tal promesa?

Solo descendiendo a la profundidad del ser humano, a sus verdaderas y eternas preguntas e inquietudes, puede encontrar cada uno, cada una, el deseo y la nostalgia de encontrar su auténtica autoestima, la raíz de su dignidad inalienable, la razón de su libertad y la respuesta a esa ansia necesaria de lo más necesario: el sentirse amado incondicionalmente y para siempre y poder amar así. Es decir: ser, sentirse y actuar como hijo e hija de Dios.

Un camino práctico para comprender qué significa que Dios se ha hecho hombre lo tenemos en la última encíclica del Papa Francisco, que tiene por título: “Dilexit nos” (“Nos amó”). En ella se nos habla del lugar en donde este “diálogo de sordos” encuentra la luz, el sentido, la razón y la fuerza de las preguntas y las respuestas recíprocas de Dios y del ser humano: el corazón de cada uno abierto al corazón de Cristo:

“En lugar de buscar algunas satisfacciones superficiales y de cumplir un papel frente a los demás, lo mejor es dejar brotar preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco. Qué sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a su final, qué significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser frente a los demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi corazón” (8).

“Dice el Evangelio que Jesús “vino a los suyos” (Jn 1,110. Los suyos somos nosotros, porque él no nos trata como a algo extraño. Nos considera algo propio, algo que él guarda con cuidado, con cariño. Nos trata como suyos. No significa que seamos sus esclavos, y él mismo lo niega: “Ya no os llamo servidores” (Jn 15,15). Lo que él propone es la pertenencia mutua de los amigos. Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia. De hecho, él tiene otro nombre, que es “Enmanuel” y significa “Dios con nosotros”, Dios junto a nuestra vida, viviendo entre nosotros. El Hijo de Dios se encarnó y “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7)” (34).

“Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu existencia, de levantarte, de llenarte de su fuerza. Porque antes de morir, dijo a sus discípulos: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes”. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán (Jn 14, 18-19). Siempre encuentra alguna manera para manifestarse en tu vida, para que puedas encontrarte con él” (38).

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio
Convento de Santo Domingo Ra’ykuéra – Asunción (Paraguay).

dominicos.org

“Navidad es Misión”

Mensaje del Consejo General de los Misioneros Combonianos

Queridos hermanos:

Cada vez que llega la Navidad y meditamos este acontecimiento de salvación, nos conmueve la humildad del Hijo de Dios en el pesebre: «Tanto amó Dios al mundo que (nos) entregó a su propio Hijo» (cf. Jn 1, 13-17). Y no lo da a luz en un palacio ni en un suntuoso palacio, ni siquiera en una sencilla morada; elige algo más humilde: un refugio donde, por la noche, se encierran los animales de la familia. Y así, la cuna del Hijo de Dios es un pesebre. Jesús nace pobre y entre los pobres.

Es importante que nosotros, misioneros combonianos, captemos el carácter misionero de la Navidad. El envío del Hijo es la primera gran misión. Este Niño Dios es el primer misionero del Padre. Tres son sus salidas: del Padre, privándose de la gloria divina; de sí mismo («se despoja de sí mismo», «se hace nada», «asume la condición de esclavo» –kénosis– Fil 2,7); y del mundo, para volver -resucitado y victorioso- al Padre, con la intención de llevarnos con Él: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas […] Voy a prepararos un lugar […] Y vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde yo esté estéis también vosotros» (Jn 14,2-3).

Locura de amor

Este camino de salvación es locamente divino. Y hay que estar “loco” para tomarlo por verdadero. ¡Pero es verdad! Una vez que entras en esa lógica, te sientes proyectado al descubrimiento de la verdad. Inaugurando el Congreso Eclesial de Florencia en septiembre de 2015, el Papa Francisco dijo: ‘Nuestra fe es revolucionaria por un impulso que viene del Espíritu Santo. Debemos seguir este impulso para salir de nosotros mismos, para ser hombres según el Evangelio de Jesús. Toda vida se decide por la capacidad de darse. Es ahí donde se trasciende a sí misma y llega a ser fecunda».

La contemplación de este “niño salido del Padre” es necesaria para la misión.

«En la Palabra de Dios aparece constantemente este dinamismo de “salida” que Dios quiere provocar en los creyentes. Abrahán aceptó la llamada a partir hacia una nueva tierra (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó la llamada de Dios: “Ve, yo te envío” (Ex 3,10) y condujo al pueblo a la tierra prometida (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: “Irás a todos aquellos a quienes yo te envíe” (Jr 1,7). Hoy, en el «id» que Jesús nos dice, están presentes los escenarios y desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos estamos llamados a esta nueva “salida” misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá qué camino le pide el Señor, pero todos estamos invitados a acoger esta llamada: a salir de nuestra propia zona de confort y tener el coraje de llegar a todas las periferias necesitadas de la luz del Evangelio» (Evangelii gaudium, 20).

¡En qué mundo llega!

Este año la Navidad se celebra en estado de guerra. El mundo vive una situación dramática: hay gente destruida, gente asesinada, gente que muere. La violencia se abate sobre hombres y mujeres sepultados bajo los escombros de sus casas, millones de personas desplazadas en sus propios países o refugiadas en las naciones vecinas, ancianos perdidos sin asistencia, niños abrumados en su inocente vida cotidiana.

Muchos de nuestros hermanos están llevando a cabo su misión en situaciones similares. Nuestros pensamientos y oraciones están con ellos.

Y, sin embargo, el Señor Jesús nace de nuevo para nosotros en un mundo tan pobre -por no decir desprovisto- de dignidad. ¿Por qué? Por el misterio del amor de un Dios que, por amor, se hizo niño. Un amor que estamos llamados a «encarnar» en las situaciones que nos toca vivir, testimoniándolo y concretándolo en el compartir, en la participación, en la comunión, en el don, en el servicio.

Sabemos –por experiencia directa– que a menudo es un amor “a alto precio”. Pero como seguidores de Comboni, un “loco” que hizo de la Cruz su «amiga», su «esposa indivisible, eterna y amada, y sapientísima maestra» (Escritos, 1710; 1733), no nos desanimamos, porque creemos que nuestra debilidad revela paradójicamente la omnipotencia de Dios: una omnipotencia que tiene poco poder, por supuesto, porque sólo se manifiesta en nuestra voluntad radical de hacer «causa común», y a cualquier «precio», con las personas entre las que vivimos.

Dejémonos transformar por la Navidad

Nuestro deseo de una Feliz Navidad este año se traduce en una invitación a nosotros mismos y a todos vosotros a dejarnos transformar por el misterio que celebra esta solemnidad.

¿Cómo será nuestra próxima Navidad? Es difícil saberlo. Ciertamente podemos desear que esté marcada por la paz, rica en alegría y presagio de serenidad. Pero también podría ser muy distinta y saber más a establo y pesebre que a cielo. Pero poco importa: lo importante es dejarse transformar por el misterio de la venida del Verbo en la carne (cf. Jn 1,14), pidiendo al Espíritu que nos ayude a «escuchar» esta Palabra, que siempre tendrá la forma del llanto de un recién nacido, y a acoger con fe al Salvador del mundo, que siempre tendrá la fragilidad y la debilidad de un niño.

Cerramos esta carta con un esclarecedor pasaje de Dietrich Bonhœffer, pastor luterano, mártir del nazismo:

«Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en ella. […] Dios ama lo perdido, lo despreciado, lo insignificante, lo marginado, débil y afligido. Donde los hombres dicen «perdido», Él dice «salvado». […] Donde los hombres apartan indiferente o altaneramente la mirada, allí pone él su mirada llena de incomparable amor ardiente. Donde los hombres dicen «despreciable», allí Dios exclama «bendito». Allí donde en nuestra vida hemos llegado a una situación en la que sólo podemos avergonzarnos ante nosotros mismos y ante Dios, […] allí mismo Dios se hace cercano, como nunca antes: es allí donde Dios quiere irrumpir en nuestra vida, es allí donde muestra su cercanía, para que comprendamos el milagro de su amor, de su cercanía y de su gracia».

Pidamos a María que nos ayude a acoger a Jesús como lo acogió ella, y a su hijo pidamos la gracia de dejarnos transformar por su venida.

Para todos ustedes nuestros mejores deseos de una Feliz Navidad.

El Consejo General

Imagen: Navidad Mística, de Sandro Botticelli.
Descarga PDF

¿De qué sirve decirse católico?

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

Este 8 de diciembre, se cumplió un año de que los campesinos de Texcapilla, muy cerca de mi pueblo natal, se organizaron y mataron al grupo criminal de diez personas que llegó con armas de alto poder y que les exigía el cobro de piso por sus cultivos de habas, chícharos, avena, frijol y maíz. No pudieron soportar que les quisieran cobrar más y más. Mataron también a su líder, apodado El Payaso, con quien yo, circunstancialmente, había hablado meses antes. Cuando lo vi en mi pueblo, me identifiqué y pedir hablar con él. Estaba armado y rodeado de sus pistoleros. Su esposa, al escuchar que yo era obispo, me pidió que insistiera a su marido que ya bautizaran a dos de sus niños, una de nueve años y otro bebé. Muy católico, sí quería bautizarlos, pero en su pueblo de origen, más al sur del Estado de México. Intenté servirme de este su deseo para iniciar un proceso pastoral e insistirle que cambiara de vida. Ya no supe si los bautizaron, porque al poco tiempo lo mataron. ¿De qué le servía decirse católico y que sus hijos fueran bautizados? Ciertamente no era por una fe madura en Jesús, sino por simple tradición. No le importaba tanto Dios, pues su dios era el dinero que exprimía a los más pobres, a los más indefensos, como son la mayoría de nuestros campesinos.

El líder de otro grupo criminal, de la misma llamada Familia Michoacana, tiene a sus niñas en la catequesis parroquial, preparándose a la Primera Comunión. Los máximos líderes de otros grupos armados se consideran católicos. Algo semejante pasa con políticos, que oficialmente son católicos, pero su dios es el poder, el dinero, y no les importa ir a Misa los domingos, no leen la Biblia, oran sólo por sus intereses; pero eso sí, si una autoridad superior les pide estar en una reunión, organizar un mitin u otra actividad, se someten a esas disposiciones y no les importa su religión; saben que, si no acatan deseos u órdenes superiores, se exponen a perder su puesto y a no ascender más en el partido o en el gobierno. Su dios es el poder y el dinero. Lo mismo se podría decir en muchos otros casos. Festejan a la Virgen de Guadalupe, esperan las vacaciones y el aguinaldo de Navidad, pero seguir a Jesús no les interesa. Otros se declaran creyentes, pero no dejan el alcohol y las drogas, son infieles en su matrimonio, no pagan lo justo a sus trabajadores, viven en excesos de toda índole. Se dicen católicos, y hasta llevan una medalla o un Crucifijo al pecho; pero eso ¿de qué les sirve?

En sentido contrario, ¡son muchísimos más los que son de verdad católicos! No sólo van a Misa los domingos y hacen oración, sino que son justos y a nadie perjudican; comparten sus bienes; mantienen unida su familia y son fieles en su matrimonio; educan a sus hijos conforme a la fe; no se avergüenzan de sus creencias religiosas; sirven a la comunidad; son apóstoles entregados hasta el sacrificio. Pareciera que abunda más lo malo, pues los noticieros resaltan más las notas rojas; pero en la vida ordinaria son más numerosos los que son auténticamente católicos.

DISCERNIR

Los obispos latinoamericanos, en el Documento de Puebla, después de la primera visita del Papa San Juan Pablo II a nuestra patria, en enero de 1979, expresaron algo sobre la injusticia social en nuestro continente, pero que se aplica a nuestra realidad marcada por la violencia y por la fuerza de los grupos armados. Dijeron:Nos preocupan las angustias de todos los miembros del pueblo cualquiera sea su condición social: su soledad, sus problemas familiares, en no pocos, la carencia del sentido de la vida; especialmente queremos compartir hoy las que brotan de su pobreza. Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y al honor que se le debe. En esta angustia y dolor, la Iglesia discierne una situación de pecado social, de gravedad tanto mayor por darse en países que se llaman católicos” (DP 27-28).

Por nuestra parte, los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, expresamos:En toda esta transformación de pensamiento y de vida, la religión ha sufrido también un fuerte impacto: transformación radical en la forma de asumir la fe de los creyentes, pérdida del fervor original, desprecio por las instituciones, ambiente relativista e individualista y un secularismo que ha reducido la fe al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Dentro de este fenómeno religioso, la violencia ha alcanzado niveles preocupantes y dolorosos para el mundo entero” (PGP 36).

“El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado, corrompiendo la mente y el corazón de personas y autoridades.  La introducción de una narco-cultura en nuestra sociedad mexicana, de conseguir dinero rápido, fácil y de cualquier forma, ha venido a dañar profundamente la mente de muchas personas, a quienes no les importa matar, robar, extorsionar, secuestrar o hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros” (PGP 57).

ACTUAR

Para que haya paz familiar y social, para que festejemos dignamente a la Virgen de Guadalupe, para que celebremos auténticamente la Navidad, esforcémonos por vivir con fidelidad nuestra fe católica; evitemos todo aquello que contradiga la Palabra de Dios; en resumen, respetémonos y amémonos como hermanas y hermanos.