Jubileo: Peregrinos desde el egoísmo hacia el don de sí

MARZO
(08-09) Jubileo del Mundo del voluntariado
(28) 24 Horas para el Señor
(28-30) Jubileo de los Misioneros de la Misericordia

El lema «Peregrinos de Esperanza», propuesto por el papa Francisco para el Jubileo, nos dibuja el horizonte que debemos alcanzar: se trata de recorrer un camino que implica no sólo un cambio de lugar, sino una transformación interior. El modelo es Abrahán, quien peregrina a través del desierto confiado plenamente en la «voz» que lo llama hacia lo desconocido. Del mismo modo, Moisés se enfrenta al poderoso faraón para liberar a su pueblo y conducirlo hacia la tierra prometida. Sin embargo, según las Escrituras, el auténtico «peregrino» es Jesucristo, quien se constituye como «Camino, Verdad y Vida» para señalarnos la morada del Padre, bajo la guía del Espíritu Santo. Él es nuestro camino y meta: la esperanza que no defrauda.

En la invitación al Año Santo se lee: «…No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial…» (Spes non confundit 5). Para ello, necesitamos al menos las siguientes actitudes:

En primer lugar, abandonar nuestra zona de comodidad y mediocridad que nos aprisiona para luchar por nuestro ideal. Una conversión profunda que nos conduzca a la renuncia al egoísmo para donar nuestra vida en el amor. En segundo lugar, nos lleva a descubrir que no estamos solos en la travesía, que infinidad de hermanas y hermanos van marcando sus huellas en la búsqueda de justicia, verdad, compasión y fraternidad. El peregrino aprende a ser comunidad, amigo y hermano de todo ser creado.
Finalmente, lo maravilloso de esta peregrinación es que Dios camina con su pueblo amado, es decir, con cada uno para fortalecernos, levantarnos y alimentar nuestra sed de infinito. El Dios que nos ha enseñado Jesucristo no permanece lejano ni indiferente, se pone las sandalias, se enloda y se limpia la cara para contemplar las estrellas juntos.

P. Rafael González Ponce, mccj

Por la recuperación del Papa

Hechos

Durante los últimos días, la salud del Papa Francisco se ha deteriorado. No lo deseamos, pero no se excluye el peligro de muerte, como lo han dicho sus médicos. Todos en la Iglesia hemos intensificado nuestra oración por que se recupere y continúe la misión que el Espíritu Santo le ha confiado. También no creyentes han expresado su solidaridad con el momento que está viviendo. Sin embargo, cuando sucediere su muerte, que esperamos no sea pronto, la Iglesia continúa, pues no es obra de una persona, sino de Dios.

Desde hace tiempo, no han faltado incluso clérigos que piden a Dios que ya termine el ministerio de este Papa. Unos lo han desconocido como legítimo sucesor de Pedro. Otros no están conformes con sus insistencias doctrinales y pastorales, como si se hubiera apartado de la Tradición; le critican la dimensión social de su magisterio, como si debiera reducirse a rezar y predicar un Evangelio sin incidencias para la vida y para las situaciones que vive la humanidad. No están conformes con que dé más lugar a las mujeres en puestos claves de gobierno pastoral, que insista en el amor misericordioso y liberador a los pobres, que se preocupe por el cuidado de la “casa común”, que tenga apertura a otras religiones y tradiciones religiosas, que impulse la sinodalidad eclesial, etc. Muchos de estos críticos no han aceptado tampoco la renovación promovida desde el Concilio Vaticano II.

Las críticas a los papas no son novedad. Desde que yo recuerdo, las hubo contra el Papa Pío XII, como si no hubiera defendido a los judíos del exterminio nazi, lo cual es falso; contra el papa Juan XXIII, por iniciar la renovación de la Iglesia, pues querían que siguiéramos en el siglo XVI con Trento; contra el Papa Pablo VI, por impulsar toda la renovación que se había propuesto el Concilio; contra Juan Pablo I, por la sencillez de las pocas alocuciones que tuvo; contra Juan Pablo II, por su resistencia a exageraciones marxistas de cierta teología de la liberación de aquellos tiempos; contra Benedicto XVI, por  insistir en valores fundamentales del cristianismo y como si no abordara problemas sociales de la actualidad, lo cual es inexacto. Estos críticos tienen una visión muy restringida y algunos no conocen la profundidad y oportunidad del magisterio de estos Papas, ni de su forma de ser y actuar. Yo también tenía cierta desconfianza cuando eligieron al Papa Francisco, porque conocía unos detalles de su personalidad, un poco seco, distante y reservado, cosas que su ministerio le hicieron cambiar totalmente. Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia y hemos de confiar en que El la dirige según las necesidades del momento.

Iluminación

Ante todo, contamos con la afirmación contundente de Jesús: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 18-19). Esto nos da la certeza y la garantía de que ningún poder, ni la muerte de un Papa, acabará con la Iglesia; ni siquiera nuestros propios pecados y limitaciones.

El 24 de noviembre de 2013, a los pocos meses de haber sido elegido, el Papa Francisco quiso continuar el proceso de revisión en la forma de ejercer su ministerio. Escribió: “Debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’. Hemos avanzado poco en ese sentido” (EG 32).

Cambian las personas y los estilos de cada Papa, pero no su identidad y misión, como dice el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia: “El Romano Pontífice tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente… El Señor estableció solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (Jn 21,15ss)” (LG 22). “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles” (LG 23).

Acciones

Sigamos orando por la plena recuperación del Papa Francisco, pero no nos angustiemos; la Iglesia es de Jesucristo y la guía permanentemente por su Espíritu Santo. Mantengámonos unidos y firmes en torno al Papa Francisco.

+Felipe Cardenal Arizmendi
Obispo emérito de San Cristóbal de las casas

Jubileo: Puerta de discipulado y misión

FEBRERO
(15-18) Jubileo del Mundo de los artistas
(21-23) Jubileo de los Diáconos

Resulta imposible saber el número de personas que, alrededor del mundo, hemos observado, a través de los diversos medios de comunicación, la escena de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro el pasado 24 de diciembre. Ciertamente nos habrá contagiado la belleza del lugar y el clima orante de la asamblea. Pero todavía más impactante habrá sido contemplar al papa Francisco frágil en su silla de ruedas, casi como un pregón de nuestra humanidad necesitada, sumergiéndose en un océano de esperanza.

La Puerta Santa, que fue abierta de igual forma en las Basílicas de San Juan de Letrán (29 diciembre), Santa María la Mayor (1 enero), San Pablo Extramuros (5 enero), en la cárcel de Rebibbia (Roma, 26 diciembre) y en todas las Catedrales de las diócesis del mundo (29 diciembre), simboliza a Jesucristo y posee al menos estos tres significados:

• Una puerta de entrada al amor insondable e incondicional de Dios. Se trata de experimentar la Misericordia sin límites que nos abraza, re-nueva y llena de fortaleza y paz. De hecho, el pri-mer objetivo del Jubileo es llevarnos a una nueva y más profunda relación con la Trinidad, fuente de vida nueva.
• Una puerta abierta para todos, sin exclusiones, donde el único requisito para formar comunidad es la sinceridad de corazón. Lo que se busca es reconstruir el pueblo fiel de Dios, a través de una conversión al discipulado y a la misión de Jesús. Entramos para volver juntos al pro-yecto original de Dios, al perdón, a la fraternidad, a la justicia.
• Una puerta de salida misionera, como testigos de la esperanza que no defrauda, hacia todas las periferias del sufrimiento y la depresión, de la pobreza y la violencia, de la falta de fe y la esclavitud del mal. En definitiva un Jubileo que nos arranca del egoísmo para compartir el Evangelio liberador.

La Bula de convocatoria del Jubileo, Spes non confundit, nos lo resume con palabras profundas: «Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, “puerta” de salvación con Él (cf Jn 10,7.9), a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre en todas partes y a todos como “nuestra esperanza” (1Tim 1,1)».

Jubileo: Peregrinos de la esperanza

Abrimos 2025 con una buena noticia: durante la solemnidad de la Natividad del Señor, con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro, ¡hemos comenzado la celebración de un Año Jubilar, llamado también Año Santo! 

ENERO (24-26) 
Jubileo del Mundo de la Comunicación 

La palabra «jubileo» deriva del hebreo yobel (cuerno de carnero), instrumento que se utilizaba para anunciar, desde Jerusalén y por la fuerza de los vientos hasta las poblaciones lejanas, el Día de la Expiación (Yom Kippur), acto penitencial por el cual se buscaba eliminar el castigo merecido por las propias culpas. Poco a poco, a este significado se fue añadiendo una dimensión más social (en griego áphesis): la liberación y el retorno al plan primigenio de la justicia de Dios. Esta fiesta se llevaba a cabo cada 50 años, es decir el año «extra» al concluir siete semanas de años (7×7=49). En 1470, el papa Pablo II establece que los jubileos fueran celebrados cada 25 años para que mayor número de generaciones tuvieran la oportunidad de participar al menos una vez. 

En el Antiguo Testamento (Lv 25; Dt 15,1- 15; Jr 34,8-9; Is 61,1-2), el Jubileo consta esencialmente de los siguientes elementos: 1) el descanso de la tierra; 2) la restitución de las propiedades a sus propietarios originales; 3) la condonación de las deudas; 4) la liberación de los esclavos. En el Nuevo Testamento es Jesucristo el Jubileo Nuevo y Eterno que viene a dar su vida por el perdón de los pecados y a instaurar el Reino de Dios: evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). 

Cada mes iremos profundizando en este tema con la Bula de Convocatoria al Jubileo que nos ha enviado el Papa (Spes non confundit, «la esperanza no defrauda»). Hoy ingresemos juntos, como Iglesia misionera, por esta Puerta de gracia y renovación.

P. Rafael González Ponce, mccj

Jubileo de la esperanza

Hemos iniciado el año 2025 invitados a vivir la experiencia extraordinaria del Jubileo. Se trata de un año que quiere ser marcado por la alegría y la esperanza, por la renovación y la conversión, por la vida nueva que Dios siempre está dispuesto a concedernos como expresión de su amor.

Hablar de Jubileo nos hace pensar a júbilo, a algo que produce felicidad plena, a algo que nos pone de nuevo en el camino de lo que realmente vale la pena y que nos saca de los enredos en que muchas veces nos hemos ido perdiendo. 

El júbilo es la expresión más plena de la alegría que nos da el volver a lo que es esencial e importante en nuestra vida; es la alegría que tiene su origen y su meta en el encuentro con Dios. Es la felicidad que nace cuando descubrimos como cimientos de nuestra existencia el amor y la ternura de un Padre que está dispuesto a recrearnos siempre. 

Estar jubilosos es una manera de decir lo contento que nos sentimos cuando nos liberamos de todo aquello que nos esclavizaba. Es lo contrario de vivir en la tristeza o en la amargura, en lo superficial y lo pasajero. Es reconocer a Dios como el protagonista de nuestra historia y el anhelo más profundo de nuestro corazón.

Un jubileo es la invitación y la provocación que nos presenta la Iglesia, como comunidad de hermanos que peregrinan al encuentro del Señor, para que reorientemos nuestros caminos y nos demos la oportunidad de reconocer la importancia de lo que somos como personas y como instrumentos del amor.

El tiempo jubilar es un momento especial para que abramos los ojos y contemplemos lo que ha ido quedando de bueno en nuestro pasado, es motivo para hacer memoria, y para ser agradecidos, reconociendo que cada instante de nuestro caminar ha sido un don, una gracia que se nos ha concedido sin ningún mérito. 

Hay Alguien que fielmente se ha ido ocupando de nosotros y nos ha guiado. Alguien que nos recuerda que está al origen de todo lo que soñamos y buscamos, el único a quien pertenece todo aquello con lo cual nosotros tratamos de llenar nuestro peregrinar temporal por este mundo del cual nada podremos llevarnos.

El jubileo, en los tiempos del Antiguo Testamento, era el año en el que todo tenía que volver a sus orígenes, a como había sido en el principio, en donde Dios era reconocido como el único autor y propietario. El libro del levítico dice, con mucha sencillez y con gran claridad, cuál era el motivo de tanto júbilo. 

“Declararás santo el año cincuenta y promulgarán por el país liberación para todos sus habitantes. Será para ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta será para ustedes año jubilar: no sembrarán, ni segarán los rebrotes, ni vendimiarán las cepas no cultivadas. Porque es el año jubilar, que será sagrado para ustedes. Comerán lo que den sus campos por sí mismos. En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. (Levítico, 25, 10-13)

Hoy, para nosotros, es una buena ocasión para darnos cuenta de que todo lo que pretendemos acumular, atesorar, y considerar como patrimonio personal no es más que algo que nos ha sido prestado. El jubileo nos brinda la posibilidad de poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestras vidas como el único autor y promotor de nuestra felicidad. 

También es una bella oportunidad para que tomemos conciencia de la importancia que tiene el establecer relaciones sanas y auténticas con nuestros hermanos y con toda la creación, reconociéndolos como realidades sagradas.

Por otra parte, se nos está invitando a vivir el jubileo del año 2025 como un jubileo iluminado por la esperanza. Esto es importante, sobre todo porque nos damos cuenta de que vivimos un tiempo en el cual nos sentimos por momentos agobiados por tantos signos de incertidumbre, de violencia, de dolor. Vivimos tiempos en donde el egoísmo y la indiferencia se imponen como patrones de conducta y la ambición y el deseo de poder hace que olvidemos que sólo vamos de paso. 

El espectáculo de nuestro mundo hace que muchas veces seamos ciegos y que no podamos percibir lo bello que Dios va creando cada día cerca de nosotros. Nos aturdimos con nuestros logros tecnológicos y científicos, que son ciertamente extraordinarios y maravillosos, y dejamos que nos gane la arrogancia que nos hace pensar que podemos pasar por encima de los demás.

En medio de la oscuridad y de lo deprimente que puede ser el tiempo en que nos tocó vivir, ahí es en donde Dios eleva su voz y nos invita a no olvidar que él tendrá siempre la última palabra. Y, justamente, ahí nacen todas nuestras esperanzas, nuestra confianza y la alegría que nos permite apostarle al futuro con entusiasmo.

Vivir este año bajo el signo de la esperanza no es otra cosa sino reconocer que llevamos inscrito en el corazón un proyecto que ha sido pensado por Dios para cada uno de nosotros, como proyecto de libertad, de vida plena y de felicidad. Eso es lo que cada día nos irá dando el valor de levantarnos con optimismo y confianza y no dejará que nos gane el pesimismo, el desánimo o la tristeza. 

La esperanza hará que veamos cada mañana como una oportunidad que se nos ofrece para salir de nuestras desconfianzas y de nuestros temores con la certeza de que Dios está preparando algo nuevo y bello para hacer más plenas nuestras vidas. 

La esperanza hará que no nos quedemos atorados en nuestras miserias, en nuestras debilidades y, mucho menos, en nuestros pecados. Con la esperanza se nos otorgará la bendición de sentirnos juzgados por el amor y la misericordia que no buscan condenar, sino hacernos sentir amados.

La esperanza será lo que nos devuelva al camino de la humildad y de la sencillez que redimensiona nuestra identidad y nos permite entender lo que somos y lo que podemos valer, aceptando que todo se nos va dando por gracia y por un amor que no tiene límites , pues es un amor que todo lo recrea, lo hace más auténtico y profundo.

Vivir en la esperanza este año puede ser para cada uno de nosotros aquella experiencia que nos hacia falta para levantar los ojos sobre el horizonte y darnos cuenta de que hay mucho por vivir, por disfrutar y por compartir, mientras el Señor nos siga llevando de su mano.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

Navidad, un Dios humano

Por: Mons. Jesús Ruíz, mccj
Desde Mbaïki, Centroáfrica

Dice Leonardo Boff que “todo niño quiere ser hombre; todo hombre quiere ser rey; todo rey quiere
ser Dios…, solo Dios quiso ser niño”.
Estamos acostumbrados a ver en el Niño de Belén al hijo de Dios, pero a riesgo de que nuestra fe se convierta en un cuento de hadas, pues un Dios Niño no es nada fácil de digerir… En nuestras liturgias
hablamos demasiado del Dios omnipotente, el todopoderoso, la fuerza de Dios…, pero en definitiva lo que Dios nos ha manifestado es algo pequeño, vulnerable, frágil, sin fuerza… ¿De verdad que creemos en ese Dios Niño, o fantaseamos con el cuento dulzón del Niño de Navidad, pero nuestra creencia está en la fuerza de Dios?

¡Qué riesgo el de Dios que quiso hacerse hombre! Aceptar la humanidad, toda humanidad, los buenos y los malos. Pensaba estos días cómo desde entonces toda humanidad tiene sentido, toda humanidad está habitada por Dios, la humanidad tiene futuro, la humanidad está llena de Dios. «Dios no se avergüenza de la bajeza del hombre, entra en ella. […] Dios ama lo perdido, lo despreciado, lo insignificante, lo marginado, débil y afligido. Donde los hombres dicen «perdido», Él dice «salvado». […] Donde los hombres apartan indiferente o altaneramente la mirada, allí pone él su mirada llena de incomparable amor ardiente. Donde los hombres dicen «despreciable», allí Dios exclama «bendito». Allí donde en nuestra vida hemos llegado a una situación en la que sólo podemos avergonzarnos ante nosotros mismos y ante Dios, […] allí mismo Dios se hace cercano, como nunca antes: es allí donde Dios quiere irrumpir en nuestra vida, es allí donde muestra su cercanía, para que comprendamos el milagro de su amor, de su cercanía y de su gracia». (Dietrich Bonhoeffer, pastor luterano, mártir del nazismo)

Es en este Niño-Dios que he intentado leer la muerte de mi papá, fallecido recientemente. El papa Francisco ha inaugurado el año del jubileo abriendo la puerta de la basílica de san Pedro de Roma y luego la puerta en una prisión. La liberación de Dios es liberación de los cautivos, perdón de la deuda externa, que paren las guerras… Este Niño que se nos ha dado es el Príncipe de la paz, aunque El sufriera toda violencia en su cuerpo humano. Así hoy la humanidad sigue sufriendo tanta violencia.