Mi experiencia en las misiones de Oaxaca

Por: Jair Antonio Castillo Solis
Liga Misional Juvenil, Merida Yucatan

Comencé esta misión con muchas inquietudes, pero volvería a salir de mi hogar como cada Semana Santa, no como siempre he misionado en mi estado, sino llevando la experiencia y formación como una bandera para representar a mi amada arquidiócesis de Yucatán. Quería dar lo mejor de mí y de mi hogar. Con mucho entusiasmo empezamos formándonos y recordando que a la misión no se va solamente a enseñar a Cristo Resucitado, sino a aprender de la gente que nos recibe, porque ellos también tienen a Cristo Resucitado en su corazón y lo aman.

Se me encomendó formar parte del grupo que se quedaría en el municipio de San Pedro Sochiápam para apoyar en la cabecera parroquial y vivir la Semana Santa acompañado de sus costumbres y tradiciones. Comenzamos el viaje con toda la actitud y entusiasmo, las adversidades del camino fueron muy pocas. Siempre traté de estar en oración e ir concentrado para que el Señor obre en mi y mostrar la mejor cara de un Cristo joven  a las personas de la comunidad. Afortunadamente las personas del municipio fueron alertadas de que estábamos en camino y vinieron a buscarnos para llevarnos de manera segura a la comunidad más cercana y de allí dividirnos para llegar cada uno a la comunidad donde se quedaría. No tardamos mucho y llegamos a la cabecera parroquial con la bendición de Dios y un gran entusiasmo. Nos encontramos con la grata sorpresa de que en la comunidad nos esperaban, y con un gran gesto de buena voluntad, se tomaron la molestia de servirnos una deliciosa cena para poder convivir con ellos y así empezar a conocernos de corazón.

Llegó la mañana del Domingo de Ramos y empezamos con muchas ganas para iniciar la Semana Santa. Algo que sin duda no voy a olvidar es la forma tan bella de sus tradiciones, que me hacían ver lo grande que es la fe y el mundo. La gente empezó a juntarse para iniciar la procesión con sus palmas de huano acompañando a Jesús, adornadas con las flores y ramas de las plantas que crecen allí. También Había una persona que les ayudaba a representar ese momento tan especial en el que Jesús entra en la ciudad montado en un burro. Eligieron a un joven para que entre junto con ellos en un burro hasta llegar a la iglesia, donde empezó la misa y, con ella, este tiempo tan importante para nosotros los católicos: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesús.

Los días empezaron a transcurrir, y la verdad es que se vivía un ambiente diferente. Los más emocionados, gracias a Dios, eran los jóvenes, que tenían la inquietud de conocernos y de aprender de nosotros. Nuestro objetivo principal era acercarlos a la Iglesia. Dios nos dio las palabras para poder decir de manera coherente las cosas y poder tener ese tacto con ellos. Dimos nuestros temas de formación en los primeros días, referentes al Triduo Pascual y a todo lo que estábamos a punto de vivir, pues teníamos que hacer que sus corazones empezasen a desarrollar esa pequeña llama en ellos y puedan ser luego los formadores de la primera pastoral juvenil del lugar. Les hablamos de quienes éramos y de dónde veníamos, así como lo que hacíamos y como llegamos a formar parte de esta Obra de la Propagación de la Fe. Quedaron fascinados y mostraron un gran interés por buscar su lugar en la Iglesia, a pesar de muchas dudas en sus corazones. Nos las expusieron y empezaron así a dar el primer paso para integrarse como miembros activos y empezar a participar en la Iglesia. Afortunadamente la tecnología estaba a nuestra disposición y ellos incluso formaron su grupo de chat para poder estar avisados siempre y comunicarse.

Los hombres y las mujeres adultos mostraban una gran devoción y deseo de seguir en la Iglesia, sin embargo les había carcomido la tristeza de ver cómo muchos de sus hijos y nietos se alejaron de ella. Nuestra misión era animarlos y apoyarlos para que se dieran cuenta de que tienen que acercarse a ellos, pues pueden ayudarlos mucho. Tienen bellas tradiciones, como sus cruces de huano y muchas más cosas. Nosotros les dijimos que su tarea ahora es tomar como discípulos a sus hijos y nietos para enseñarles esas tradiciones. De esa misma manera deben hablarles del amor que tienen a Dios y del por qué de ese amor, para que los jóvenes lo entiendan y se acerquen a Él para conocerlo y luego adorarlo.

Mi experiencia en este lugar me dejó con un vacío y una tristeza en mi corazón, porque me quedé con las ansias de seguir fortaleciendo a aquella comunidad. Sin embargo, me he dado cuenta que ese es el sentimiento que he experimentad, de amor a la comunidad, así como de la acogida me han brindado. Ellos a mi me enseñaron que no se trata solo hacer las cosas de una manera, sino que hay muchas más formas de dejar llevar mi creatividad, de que el amor se puede demostrar en muchas realidades.

Hoy mi corazón está lleno de gozo y me siento feliz, porque me ayudaron a abrirme y a dar el primer paso para ser un mejor joven y misionero; a darme cuenta que es uno mismo el que a veces tropieza en la misma piedra del camino. Son las ataduras del pasado y de los miedos lo que nos hace caer, pero sobre todo lo que nos hace tener un corazón de piedra y ser ese grano que no tiene vida y se hace infértil. A pesar de que uno conozca sus errores, no actúa verdaderamente para cambiar. Ahora me doy cuenta de que no es sólo saber, sino que es necesario dar un paso más profundo para acercar mi corazón al cambio con la ayuda del Señor.

Esquila Misional, fuente de vocaciones

Esquila Misional es una revista que para muchas personas ha sido el origen de su vocación. La presencia de los Misioneros Combonianos en san Francisco del Rincón, Guanajuato, ya tiene más de 50 años. Los misioneros se han movido por casi todo el estado para animar a mucha gente a vivir el apostolado
desde sus hogares.

Texto y fotos: Hna. María Leticia LÓPEZ M., fcj

Hoy, los combonianos están presentes gracias a la animación misionera en varios municipios de Guanajuato, entre ellos, San Felipe. Ahí, las Damas Combonianas, que hacen un trabajo excelente, promueven la misión. El sacerdote comboniano Héctor Peña, encargado de la animación de esta zona desde hace casi dos años, siempre regresa muy motivado cada vez que las visita, porque es una comunidad muy alegre, disponible, trabajadora y muy cercana a la Familia Comboniana. De hecho, todas las personas que componen esta comunidad se declaran combonianas y, en general, estiman mucho la labor que realizamos.

Aunque no ha salido una vocación propiamente comboniana, sí han salido algunas para sacerdotes diocesanos y otros religiosos que fueron promovidas por los mismos combonianos. Ese también fue el sueño de san Daniel Comboni, suscitar la Iglesia local para su propia formación. De hecho, el papa Francisco, en su catequesis del 20 de septiembre de 2023, recordaba a Comboni con estas palabras: «La singular intuición misionera, resumida por el propio santo en el lema “Salvar África con África”, es una “intuición poderosa” que contribuyó a renovar la obra misionera, reconociendo que “las personas evangelizadas no sólo eran ‘objetos’ sino ‘sujetos de la misión’”. Y san Daniel Comboni deseaba hacer a todos los cristianos protagonistas de la acción evangelizadora. Y con este ánimo pensó y actuó de forma integral, involucrando al clero local y promoviendo el servicio laical de los catequistas».

En la comunidad de San Felipe podemos notar esa Iglesia «tan misionera». Incluso participan mucho en las actividades que se organizan en el seminario comboniano de San Francisco del Rincón.

Por eso, este mes presentamos la vocación de la hermana María Leticia López Mejía, originaria de San Felipe, que nos cuenta cómo nació su consagración a la vida religiosa. Ella misma explica que su vocación nació por medio de los misioneros combonianos, sobre todo por la revista Esquila Misional.

¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?…

Soy la hermana María Leticia López M., fcj. En 2023 celebré mis 25 años de consagración religiosa en la congregación Familia de Corde Jesu. Al reflexionar sobre este llamado y el gran don que he recibido, quiero agradecer a los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús por su presencia en el surgimiento de mi vocación.

Soy originaria de San Felipe, Guanajuato, y ahí están presentes los Misioneros Combonianos con el grupo de Damas Combonianas, a este grupo pertenecen mi tía abuela, mi abuelita y mi mamá. Recuerdo que desde los 8 años de edad, al visitar a mi tía abuela, tenía contacto con el testimonio de las misioneras y misioneros combonianos a través de la lectura de las revistas Aguiluchos y Esquila Misional. Me llamaba la atención conocer el llamado y apostolado que esta congregación realiza en el continente africano.

A partir de ese momento fue surgiendo mi llamado a la vida religiosa, sobre todo al leer el testimonio de una comboniana que mencionaba que había dejado todo para seguir a Jesús. A través de la lectura de Aguiluchos y Esquila Misional fui descubriendo mi vocación, porque hicieron crecer en mí el anhelo de ser algún día como las misioneras y misioneros que donaban su vida para anunciar el amor de Dios. Al pasar de los años, siguió resonando en mi interior el ejemplo de hombres y mujeres que consagraban su vida a Dios en el servicio al prójimo.

Hoy, al cumplir 25 años de consagración a la vida religiosa, sólo tengo palabras de agradecimiento para quienes fueron los mediadores a través de los cuales pude escuchar la llamada de Dios. Considero providencial que así como los Misioneros Combonianos son «del Corazón de Jesús», también la congregación a la que pertenezco, Familia de Corde Jesu, tiene como fuente de su espiritualidad al mismo Corazón de Jesús.

Al llegar a este momento de mi vida, sólo surge de mi ser la gratitud para todos aquellos que durante mi vida han sido instrumentos para descubrir el llamado de Dios y ser misionera en el lugar donde me encuentro.

P. Jesús Lobato: 25 años de melodía sacerdotal

El sábado 13 de abril el P. Jesús Wolfango Lobato, misionero comboniano originario de Apizaco, Tlaxcala, celebró los 25 años de ordenación sacerdotal. Misionero y músico por vocación, dio gracias a Dios por su sacerdocio acompañado de amigos, compañeros de congregación, sacerdotes y hasta dos obispos.

La ceremonia tuvo lugar en el mismo templo donde, hace ahora 25 años, recibió la ordenación sacerdotal: la Basílica de Nuestra Señora de la Misericordia de Apizaco, en el Estado de Tlaxcala, su tierra natal. La misa estuvo presidida por Mons. Juan Pedro Juárez, obispo de Tula. Fue él quien lo recibió en el seminario cuando el P. Lobato era un joven con deseos de entregar su vida al Señor. También estuvo presente Mons. Julio César Salcedo, obispo de Tlaxcala, quien dio gracias a Dios por la vocación del P. Jesús. Además de los dos obispos, varios misioneros combonianos, sacerdotes diocesanos, familiares y amigos venidos de diferentes lugares del país acompañaron al P. Jesús en su jubileo sacerdotal.

En su homilía, Mons. Juárez hizo una bella referencia a la misión y a la vocación misionera, pidiendo al P. Lobato que siga poniendo al servicio del Evangelio los dones con los que Dios lo ha bendecido y deseándole que «sigas siendo un sacerdote misionero feliz y contento allá donde te encuentres». Uno de esos dones es su pasión por la música. De hecho, al final de la misa, el P. Jesús entonó una canción compuesta por él mismo en sus años jóvenes, en la que expresaba su deseo de ser como San Daniel Comboni.

Recién ordenado sacerdote el 30 de enero de 1999, el P. Jesús fue destinado a la misión de Kenia, donde estuvo 13 años. En 2013 regresó a México para prestar un servicio misionero en su país de origen. Aquí trabajó últimamente entre el pueblo mixteca, en la parroquia de Santiago Apóstol de Cochoapa el Grande, en el estado de Guerrero. Apenas una semana después de celebrar sus 25 años de sacerdote, tomará el avión para regresar a su misión de Kenia, donde seguirá realizando su labor misionera y enriqueciendo a los que le rodean con sus grandes dotes musicales.

De Togo a Tapachula

María Reina Ametepé Adjovi Essenam es una misionera comboniana originaria de Togo, que acaba de llegar a México después de una primera experiencia misionera en Perú. Su destino es la comunidad que las combonianas tienen en Tapachula, Chiapas, para trabajar con los migrantes que llegan de Centroamérica y de Haití principalmente. Antes de viajar a su nueva misión hablamos con ella sobre su vocación, su trabajo en Perú y su futuro destino en Tapachula. Esto fue lo que nos contó.

Me llamo María Reina Ametepé, soy de Togo y vengo de la parroquia de Adidogome, donde trabajan los combonianos y las combonianas. Recibí el bautismo a los 13 años. Mi madrina me preguntó si no me gustaría ser religiosa, pero en aquel entonces yo ni siquiera sabía lo que era ser religiosa y no le dije nada. Más tarde, su sobrina me invitó a participar en el grupo de vocaciones de la parroquia y empecé a ir de manera esporádica. A ese grupo iban los misioneros a compartirnos sus experiencias. Poco a poco me iba interrogando y le preguntaba a Dios: «¿Qué quieres que sea en el futuro?».

Cuando obtuve mi bachillerato, que da acceso a la universidad, una comboniana me preguntó qué esperaba para decidirme a visitar alguna congregación religiosa. Le dije que el tiempo aún no había llegado y participé en un retiro en el Centro de Animación Misionera de los combonianos. Ahí, a punto de empezar la universidad, le pregunté de nuevo al Señor: «¿Qué quieres que haga de mi vida?».

En la capilla de los combonianos había una foto de san Daniel Comboni y en un momento de adoración ante el Santísimo, me crucé con ella y me marcó su mirada. Había leído algunos libros sobre su vida, los combonianos nos hablaban de él, sabía que era el único hijo sobreviviente de su familia y que dedicó su vida para ayudar a los africanos. No dejaba de mirar esa foto y esa mirada y al final empecé a llorar, no sabía qué me pasaba.

Empecé el camino vocacional con las combonianas en 2007. El cuarto domingo de Pascua, Jornada mundial de las vocaciones, me marcó mucho el texto del Evangelio que dice «la mies es mucha, pero los obreros son pocos». Empecé a dejarme acompañar por otras personas y eso me ayudó a ir descubriendo poco a poco mi vocación. También participaba en varios grupos, como animadora, coordinadora o secretaria, y eso me estimuló a ser un ejemplo y a dar forma a mi vocación.

Mi madre me decía: «quédate ya en la parroquia, dile al padre que te haga una casa y ya te quedas ahí», porque siempre estaba en las actividades parroquiales. Me fui dando cuenta de que mi felicidad estaba en realizar actividades al servicio del Señor y fui tomando conciencia de que si consagraba mi vida a Dios, tendría más tiempo para servir a los demás. Eso y el lema de Comboni de «salvar África con África», fue la chispa que me ayudó a decidirme para ser un instrumento africano y ayudar a mis hermanos africanos.

Tras cinco años de acompañamiento con las combonianas y una vez que obtuve mi licenciatura en Sociología de la Educación, entré en el postulantado, en República Democrática del Congo. Luego hice el noviciado en Uganda. Después de los votos me enviaron a Ecuador, donde llegué en octubre de 2017 para estudiar español y en junio de 2018 fui destinada a trabajar en Perú.

Perú

Mi primer trabajo fue en un proyecto de educación social de los jesuitas, de educación básica para jóvenes que no tuvieron oportunidad de terminar la secundaria. Estábamos en la periferia de Lima, una zona muy poblada por gente de todas las regiones del país que huyen de la violencia o el terrorismo.
La gente sobrevive con trabajos mal pagados, los niños llegan a casa y sus papás no están porque van a trabajar, muchos están en la calle. El programa «Casita» tiene como finalidad reagrupar a estos niños, ayudarles a hacer sus tareas escolares, realizar talleres de autoestima, etcétera. Yo iba a visitar a las familias para conocer sus realidades. Poco a poco la gente se iba abriendo y me contaban sus preocupaciones e inquietudes. Según lo que ellos me contaban iba elaborando los temas de formación.

Cada año, en época de verano daba un curso de misionología a los catequistas a partir de los documentos de la Iglesia. También atendía a grupos de infancia y adolescencia misionera, especialmente trabajaba con las mamás, porque estaba convencida de que hay que empezar en las familias. Asimismo, colaboré con Cáritas, distribuyendo ropa visitando a los enfermos y con lo que llamábamos las «Ollas comunes» durante el tiempo de la pandemia, preparando comida para mucha gente.

En diciembre de 2022 fui a Italia, a prepararme para los votos perpetuos, que hice el 2 de septiembre pasado en mi parroquia, en Togo. En la preparación coincidí con dos hermanas mexicanas, Ana Rosa Herrera y Lourdes García, que también hicieron los votos perpetuos. Después, debía regresar a Perú, pero me cambiaron el destino por México.

Lo de «salvar África con África» en Perú lo viví con alegría. Yo esperaba quedarme en mi África natal, pero me he encontrado a África en Perú. Aunque no tienen la piel negra, para mí es mi África, en ellos encontré el motivo por el que consagré mi vida.

Tapachula

Ahora con mi nuevo destino a Tapachula, Chiapas, siento que debo volver a empezar; es un nuevo trabajo, nueva gente, otra realidad. Me dijeron que Tapachula es una comunidad abierta al trabajo con los migrantes. Voy muy abierta para saber lo que el Señor quiere de mí. Para mí es un gran desafío y a veces incluso siento impotencia, porque uno no puede satisfacer todas las necesidades que tienen. Aún no sé cuál será mi labor, porque además estoy completando algunos estudios y de vez en cuando tendré que ir a Guadalajara para algunas clases. Para mí es importante ir entrando poco a poco en la realidad y conocer el plan de la comunidad para ver mejor qué puedo hacer.

Lo único que me exijo a mí misma es estar abierta para ver qué es lo que puedo ofrecer o qué puedo dar. Voy con muchas ganas de aprender y con mucha alegría. Una nueva realidad como la de Tapachula exige tiempo para escuchar a la gente, a la comunidad, a mí misma; un espacio para aprender. Necesito darme tiempo de observación, dejarme enseñar por la gente. Es el Señor quien me envía y yo me pongo a su disposición. No me esperaba el cambio, pero como dicen en Perú, «por algo será», y estoy contenta de ir. Los caminos de Dios no son los nuestros, tenemos que ponernos a su disposición con apertura.

Etiopía: Ordenado sacerdote el primer comboniano de Haro Wato

La comunidad católica de Haro Wato, en el Vicariato Apostólico de Hawassa, en el sur de Etiopía, ofreció su primer sacerdote al Instituto Comboniano. El diácono Abebayehu Tefera Atara, originario de la zona, fue ordenado sacerdote el 16 de marzo de 2024, en la parroquia de Haro Wato, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. El Obispo Seyoum Fransua. vicario apostólico de Hosanna, presidió la Eucaristía y confirió la ordenación en lengua guji.

Por: Padre José Vieira, mccj

Una gran multitud desafió el fuerte sol y se reunió en el campo de fútbol de la misión, buscando alivio bajo la sombra de los árboles adyacentes, para presenciar la primera ordenación sacerdotal celebrada en la parroquia. La ceremonia duró más de tres horas.

Hubo dos docenas de sacerdotes concelebrantes, entre ellos misioneros combonianos, miembros del clero local e institutos misioneros. También estuvieron presentes numerosas monjas misioneras combonianas, algunas Siervas de la Iglesia (un instituto local en Hawassa) y Franciscanas Misioneras de María (FMM). El gran coro parroquial contribuyó a solemnizar y animar cada momento.

Es significativo el pasaje evangélico elegido por el diácono Abebayehu para su gran momento: la triple profesión de amor de Pedro hacia Jesús (Jn 21,15-19). Durante la homilía, Mons. Seyoum elogió el trabajo de los misioneros combonianos durante los últimos 29 años en Haro Wato. Luego añadió: “La ordenación de Abebayehu es uno de los primeros frutos de esta obra misionera”. Refiriéndose al mandato misionero de Jesús, el obispo dijo al futuro sacerdote: «Ve, pues, a todas partes, proclama la Buena Nueva y celebra los sacramentos. El Señor que te llamó, estará siempre contigo”. Gran emoción y prolongados trinos de júbilo acogieron la “entrega” que el padre del ordenando, Tefera, y su madre, Alemitu Gedeccho, hicieron de su hijo, acompañándolo hasta el altar para la ordenación.

Al finalizar la celebración eucarística, el padre Asfaha Yohanes, superior provincial de Etiopía, después de agradecer a todos los presentes, anunció que el nuevo ordenado viajará próximamente a Mozambique, donde ha sido destinado para su primer ministerio misionero. Luego añadió: “Un sacerdote es un servidor del Evangelio, con la fuerza de Dios. Oren por él”. La celebración finalizó con una comida ofrecida a todos.

El padre Abebayehu tiene 36 años. Es el mayor de nueve hermanos: seis niños y tres niñas. Hizo su noviciado en Namugongo (Uganda) y concluyó su formación teológica en Nairobi (Kenia). Tras su ordenación diaconal, el 28 de agosto de 2023, ejerció el diaconado en su parroquia de origen.

El padre Abebayehu dijo: «Para mí, ser sacerdote no significa simplemente cumplir los deberes típicos de la autoridad religiosa. Es un camino de desarrollo espiritual, de servicio desinteresado y de comunión con la comunidad y con el Todopoderoso. En última instancia, ser sacerdote es una vocación santa y compleja, que requiere un fuerte sentido de responsabilidad social, un compromiso constante con el desarrollo espiritual y una voluntad total de dar amor y compasión sin reservas”.

El hermano Desu Yisrashe, animador vocacional de la provincia, preparó la primera ordenación sacerdotal en Haro Wato con una semana de encuentros con jóvenes.

La Misión Haro Wato fue iniciada en 1995 por los misioneros combonianos, como rama de la misión Qillenso, en las montañas de Uraga, entre las poblaciones Guji y Gedeo. Allí abrieron una escuela secundaria. Las combonianas llegaron aquí dos años después para abrir un dispensario e iniciar un programa para la emancipación de la mujer. También dirigen una escuela (desde jardín de infantes hasta octavo grado) en la cercana ciudad de Sollamo.

La misión de Haro Wato cuenta con 49 capillas, agrupadas en ocho áreas. El registro bautismal contiene más de 19.000 nombres.

La experiencia en el postulantado

A unos meses de terminar el postulantado, Aristóteles, Aarón y Pablo nos cuentan un poco sobre su experiencia durante estos tres años. A continuación, nos comparten su testimonio.

Aristóteles Hegel Ortega Trinidad

Mi nombre es Aristóteles y soy originario de Guerrero. Estoy cursando mi último año en el postulantado comboniano, ubicado en San Francisco del Rincón, Guanajuato. Si tuviera que describir mi experiencia en esta etapa me sería complicado, ya que hay mucho que expresar y muy poco espacio para hacerlo. Es bueno mencionar que cada uno vive esta experiencia como prefiera, ya sea de manera provechosa o no. En mi caso resultó muy provechosa, porque los elementos que te presenta el seminario te sirven para la vida.

Obviamente es muy diferente a lo que se cuenta afuera; estar en un seminario no se refiere a estar encerrado rezando todo el día (una parte sí, pero no todo), puesto que hay diversas actividades: rezos, actividades físicas (como el trabajo y el deporte), socializar con el pueblo, convivencia con los hermanos (como ver películas, salidas en conjunto, noche de juegos, etcétera); también están los estudios, que son parte fundamental de esta etapa; entre otras actividades que nos forman.

En esta casa de formación he podido crecer en todos los ámbitos: espiritual, humano, emocional, intelectual, entre otros. Al pasar por una casa como esta, uno no puede notar los cambios en su persona directamente, y a largo plazo te das cuenta que hay mucha diferencia entre el chico que ingresó y el que está apunto de egresar.

Me ha gustado convivir con muchas personas, ver cómo te abren las puertas de su hogar y de su corazón para conocer más de ellas y de su cultura; diría que esta experiencia te cambia la perspectiva.

Al principio, la meta parecía algo lejana, pero no se siente el paso del tiempo cuando haces lo que te gusta. Como sea, hay que soltar, para avanzar; entonces, dejo esta etapa muy feliz y productiva de mi vida, para pasar a otra; en dónde trataré de disfrutar como lo hice en el postulantado de San Pancho.

Aarón Chávez Hernández

¡Hola!, mi nombre es Aarón y soy de Xochimilco, Ciudad de México. Mi experiencia en el postulantado comboniano de San Francisco del Rincón, ha sido un camino de muchos aprendizajes y diversas confrontaciones.

Al llegar al seminario me encontraba emocionado y con mucha ilusión, pero también existía cierta preocupación porque desconocía algunas cuestiones litúrgicas y pastorales. Sin embargo, poco a poco, empecé a estudiar y tuve la oportunidad de seguir avanzando con ayuda de los formadores.

Gracias a las diferentes actividades apostólicas confronté algunos aspectos que me han impulsado a investigar y enseñar temas que antes desconocía, por lo que ha sido una vivencia enriquecedora que me permite crecer, tanto personal como espiritualmente. Asimismo, los encuentros de promoción vocacional en los que participé fueron de gran ayuda para mi vocación, porque en la convivencia con religiosos y laicos comprometidos me he nutrido de ánimos, y me recuerda que no estoy solo en este camino.

Ha sido un tiempo único, de descubrimiento, aprendizaje y servicio, sobre todo de un discernimiento constante, porque cada día hay algo nuevo que enfrentar. Por eso, me encuentro agradecido por todas las oportunidades que tuve para crecer en la fe y en el compromiso con la misión, así como para prepararme y llevar el amor de Dios al estilo de san Daniel Comboni.

Pablo Beraldi Cavazos

Escribo con mucha alegría, por estar cerca de concluir un «pequeño paso» en el gran camino de la formación comboniana y de la vida. Me gusta pensar en la formación como un sendero, una ruta por la que cada uno, a su ritmo, va recorriendo.

Me agrada la metáfora del camino porque simboliza el hecho de que la vida en general, y por tanto la vocación, es movimiento y dinamismo. Significa dar un paso a la vez; viviendo el presente, pero también mirando al pasado y con esperanza en el futuro. En este tiempo de formación, lo importante para mí ha sido andar. El comienzo fue muy bello, el destino aún lo desconozco, pero estoy dispuesto a avanzar.

Creo que hay una escena del Evangelio en donde se revela algo que nos orienta a todos los jóvenes que buscamos un camino en la vida. En Juan 1,35-42, leemos lo siguiente: «Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Él volteó y, al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron: “Rabí (Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Vengan y lo verán”».

Una actitud clave para mi formación ha sido esta de «ir y ver», es decir, estar dispuesto a explorar, a conocer, a mirar a Jesús y el proyecto de Comboni. Creo que Dios no nos pide ser perfectos, sino que cultivemos una genuina apertura y disposición a aprender. Espero animar a algún lector que esté interesado en ingresar con los misioneros combonianos o a cualquiera otra opción de vida: no se preocupen demasiado por el modo en el que serán las cosas, sólo ven y mira. No existe la perfección, pero sí el camino: podemos permitir que Dios nos vaya moldeando y preparando para vivir plenamente la vocación.

A propósito del camino, una fotografía tomada en la misión de Cochoapa El Grande, Guerrero. Y otra imagen de un bello encuentro en Dolores, Hidalgo, durante Semana Santa.

Como cada uno de ellos, también tú puedes experimentar el llamado de Dios. No dudes en responder a esa invitación para servir al Señor. Si sientes inquietud, levántate y busca ayuda para aclarar tus dudas y se te brinde acompañamiento. ¡No tengas miedo, llámanos!