Mensaje de Navidad del Consejo General
«Cuando un silencio apacible lo envolvía todo,
y la noche llegaba a la mitad de su veloz carrera,
tu omnipotente Palabra se lanzó desde el cielo,
desde el trono real, sobre aquella tierra» (Sabiduría 18, 14-15).
«El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz;
a los que habitaban en tierra de sombras una luz les ha brillado» (Isaías 9,1).
Queridos hermanos
Un deseo de paz y alegría en el Señor Jesús.
Aturdidos por los trágicos acontecimientos de los últimos meses y días, que han oscurecido el horizonte de todos, especialmente de los pobres y marginados del mundo, ciertamente no es fácil pensar siquiera en la posibilidad de que las tinieblas que nos rodean se rompan, que aparezca «una gran luz» y oigamos una voz que anuncie «una gran alegría, que será para todos» (cf. Lc 2, 9-19). Las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación “frenan” nuestro corazón y apagan nuestro entusiasmo.
A nivel mundial, tenemos repetidas resoluciones de la ONU para mediar en los diversos conflictos que desgarran a muchos países del mundo. Incluso la tierra donde nació Jesús está desgarrada por la violencia, y seguimos con aprensión el sangriento y cruel conflicto entre Palestina e Israel y los intentos de alcanzar una tregua. Por no hablar de los miles y miles de otras intimidaciones que desembocan en violencia, perturbando la vida de millones de personas, reduciendo su libertad y obligándolas a una vida de penurias.
Incluso hoy, como en la época de la primera Navidad, el mundo parece regido y gestionado por decretos, ordenanzas y resoluciones de quienes detentan el poder político y económico. Recordamos cómo José y María tuvieron que ponerse en camino porque César Augusto quería saber el número de sus súbditos para poder cobrarles impuestos a todos y alistar a muchos de ellos en sus legiones. Realmente parecía ser él quien movía el mundo.
Incluso hoy, en Europa (y en otros lugares), hay decretos, ordenanzas y resoluciones sobre las muchas, demasiadas personas que viajan o huyen de la guerra y la pobreza. Hay que detenerlos, frenar y gestionar sus flujos… Y se llega a calificar de “acto subversivo” ofrecerles acogida.
Ante tanta violencia, nos preguntamos cuál es el sentido de la vida y por qué hay tanto sufrimiento, y nos sentimos aplastados por un sentimiento de impotencia y rabia. Verdaderamente, esta Navidad pone ante nosotros todo el peso de nuestra humanidad.
Sin embargo, una vez más, esta fiesta nos revela la locura amorosa de nuestro Dios: su decisión de tomar cuerpo en su Hijo. Dejémonos sorprender por la gramática de un Dios que habla a través de signos muy humildes. Esperaríamos que la salvación que ha prometido llegara con una manifestación de poder y de trueno. Pero debemos recrearnos y aprender que sus planes son distintos y distan mucho de lo que pensamos.
Esto es maravilloso y nos llena de asombro. En las profundidades del silencio nocturno, la naturaleza humana y la divina, el ser y el no ser, el Todo (el Verbo de Dios) y la nada (nuestra realidad humana) se unen en un maravilloso intercambio de vida. El nacimiento de Jesús ilumina las tinieblas del sufrimiento del mundo. No es una luz que deslumbra y lo resuelve todo con un milagro. No ilumina de día, sino que sirve para vislumbrar los rasgos del camino.
Dios no baja del cielo para disolver la crisis. La fe cristiana no vive de expectativas mágicas, sino de una presencia que nos acompaña incluso en las crisis. Y abre atisbos de esperanza. Pero esta fe se convierte en oración y tenacidad. Y así podemos revivir hoy la experiencia de los pastores de Belén «que velaban de noche» (cf. Lc 2,8b): «vieron una luz», escucharon la «buena noticia», creyeron en la salvación prometida («os ha nacido un Salvador» – v. 11), expulsaron el «gran temor» que los paralizaba (v. 9b)), se liberaron de su propia fragilidad, superaron su desconfianza y encontraron el valor para ponerse en camino («Vayamos, pues, … veamos este acontecimiento que el Señor nos ha dado a conocer» – v. 15b).
Fueron y vieron a un “Niño Dios” envuelto en pañales, contemplaron al Hijo eterno del Padre, al Verbo eterno, que se había hecho pequeño, tan pequeño que cabía en un pesebre. Y creyeron. Y volvieron a la vida de siempre, pero ahora radicalmente distinta, «glorificando y alabando a Dios» (v. 20a).
Nadie más que el Verbo hecho carne puede señalar horizontes más allá de la muerte. Sólo los lamentos de aquel niño que luego se convirtió en el rabbì de Nazaret, sus palabras de vida y esperanza esparcidas abundantemente como buena semilla en todos los suelos del mundo, pueden iluminar como antorchas los pasos cotidianos de nuestra vida terrena.
A pocas semanas de la clausura de la Primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos – “Una Iglesia sinodal en misión”, podemos decir que vivir la Navidad es volver a poner a Jesús en el centro, escuchar a tantos compañeros y compañeras de camino, laicos y religiosos, que, como nosotros, se han puesto en camino tras nuestro único Maestro, redescubriendo la belleza de su Evangelio, aprendiendo a vivir en sinodalidad (a nivel pastoral, cultural, educativo, sociopolítico), constantemente al servicio del bien común, heraldos incansables de la “alegre noticia” de la salvación para todos.
Que éste es el camino que debemos y queremos seguir parece confirmarlo también lo que está sucediendo en nuestro Instituto. Y, de hecho, recientemente hemos examinado y aprobado una serie de planes sexenales para nuestras provincias y distritos. La lectura de esas páginas impregnadas de sueños y esperanzas de futuro ha sido para nosotros una experiencia enriquecedora. Al viaje de Dios que viene a nuestro encuentro, convirtiéndose en “Emmanuel” (el-Dios-con-nosotros), respondemos apartándonos del camino de la pérdida, el miedo y la soledad para renovar decididamente nuestra sequela de su Hijo Jesús.
Pensamos, de manera especial, en los hermanos y hermanas que viven en contextos de violencia, llamados a defender la vida en primera línea con todas sus fuerzas, con toda su inteligencia, con toda su libertad y con toda la pasión de la que es capaz su amor. Sí, porque es la “pasión de amor” por el otro la que nos permite transformar nuestra miopía en miradas proféticas y nuestra resignación en esperanza.
Que la gracia de esta Navidad venga en nuestra ayuda, nos eleve y nos ponga serenamente en el camino de la esperanza.
¡Feliz Navidad!
Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús
Consejo General