Teresa de Lisieux, la flor que cuenta su historia

Por: P. Manuel João Pereira Correia, mccj

«Éste, precisamente éste es el misterio de mi vocación, de toda mi vida,
y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma.
Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que lo quieren,
o, como dice san Pablo: «Dios tiene misericordia de los que lo quieren,
y tiene misericordia de los que lo quieren.
Por tanto, no es obra de los que quieren ni de los que se apresuran,
sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9,15-16).
Teresa de Lisieux, autobiografía


Escritura autobiográfica A
dirigida a la madre Inés de Jésus (hermana Pauline)
J.M.J.T. Jésus, enero de 1895

Historia primaveral de una pequeña florecilla blanca
escrita por ella misma
y dedicada a la reverenda Madre Inés de Jesús

1 – A ti, mi querida Madre, a ti que eres dos veces mi madre, te confío la historia de mi alma… Cuando me pediste que hiciera esto, pensé: el corazón se disipará, ocupándose de sí mismo; pero luego Jesús me hizo sentir que, obedeciendo con sencillez, le agradaría; además, sólo hago una cosa: empiezo a cantar lo que eternamente debo repetir: «¡Las misericordias del Señor!

2 – Antes de tomar la pluma, me arrodillé ante la estatua de María (la que nos ha dado tantas pruebas del maternal cuidado de la Reina del Cielo hacia nuestra familia), le rogué que guiara mi mano: ¡ni una sola línea quiero escribir que no le agrade! Entonces abrí el Evangelio, y mi mirada se posó en unas palabras: «Jesús subió a un monte y llamó a sí a los que quería; y vinieron a él» (San Marcos, cap. III, v. 13).

3 – Este es, precisamente, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma. Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que quiere, o, como dice San Pablo: «Dios tiene misericordia de quien quiere, y usa de misericordia con quien quiere». No es, pues, obra de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios que usa la misericordia’ (Ep. a los Rom., cap. IX, vv. 15-16).

4 – Durante mucho tiempo me pregunté por qué Dios tiene preferencias, por qué no todas las almas reciben las gracias en igual grado, me preguntaba por qué prodiga favores extraordinarios a santos que le han ofendido, como san Pablo, san Agustín, y por qué, casi diría, les obliga a recibir su don; luego, al leer la vida de los santos a quienes Nuestro Señor acarició desde la cuna hasta la tumba, sin dejar en su camino un solo obstáculo que les impidiera elevarse hasta él, y previniendo sus almas con tales favores que les fue casi imposible manchar el esplendor inmaculado de sus vestiduras bautismales, me pregunté ¿por qué los pobres salvajes, por ejemplo, mueren tantos y tantos antes de haber oído el nombre de Dios?

5 – Pero Jesús me instruyó sobre este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores de la creación son bellas, las rosas magníficas y los lirios blanquísimos no roban el perfume a la violeta, ni la sencillez encantadora a la margarita… Si todas las florecillas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su vestido de primavera, los campos ya no estarían esmaltados de inflorescencias. Así sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Dios quiso crear a los grandes Santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero creó también a los más pequeños, y éstos deben contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a alegrar la mirada del Señor cuando se digne bajarla. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser como Él quiere.

6 – También comprendí otra cosa: El amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla, que no resiste en absoluto a la gracia, que en el alma más sublime; en efecto, es propio del amor humillarse, y si todas las almas se parecieran a los santos Doctores, que iluminaron a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que el Dios misericordioso no descendiera lo suficiente para alcanzarlas; Pero ha creado al niño que no sabe nada y sólo se expresa con débiles chillidos; ha creado al salvaje que, en su miseria absoluta, sólo posee la ley natural para regularse; ¡y Dios desciende hasta ellos! De hecho, son estas flores silvestres las que le cautivan por su sencillez.

7 – Al descender hasta este punto, Dios se muestra infinitamente grande. De la misma manera que el sol ilumina los grandes cedros y las florecillas como si cada uno fuera único en el mundo, así Nuestro Señor cuida de cada alma con tanto amor, como si fuera la única que existe; y así como en la naturaleza las estaciones están todas reguladas de tal manera que hacen florecer la más humilde alondra en el día señalado, así todo responde al bien de cada alma.

8 – Seguramente, querida Madre, te preguntarás a dónde voy con esto, porque hasta ahora no he dicho ni una palabra que se parezca a la historia de mi vida, pero me has pedido que escriba libremente lo que se me ocurra, así que no voy a contar mi vida propiamente dicha, sino más bien mis pensamientos sobre las gracias que Dios me ha concedido. Me encuentro en un momento de mi existencia desde el que puedo mirar al pasado; mi alma ha madurado en medio de pruebas externas e internas, ahora, como un capullo fortalecido por la tormenta, me levanto, y veo las palabras del Salmo XXII «el Señor es mi Pastor, nada puede fallarme. Él me hace descansar en los pastos frescos y ricos. Me guía suavemente por el río. Él conduce mi alma sin cansarla… Y cuando descienda al sombrío valle de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo, Señor».

9 – Siempre el Señor ha estado lleno de compasión para conmigo, y de mansedumbre… ¡Lento para castigar y abundante en misericordias! (Salmo CII, v. 8). Así, Madre mía, me alegra cantar cerca de ti la misericordia del Señor. Sólo para Ella escribiré la historia de la humilde flor que Jesús arrancó, y hablaré abandonándome, sin preocuparme del estilo, ni de las muchas digresiones que haré. El corazón de una madre siempre comprende a su hijo, aunque sólo tartamudee, y por eso estoy segura de que soy comprendida, adivinada por ella: ¡es ella quien formó mi corazón, y se lo ofreció a Jesús!

10 – Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría, con gran sencillez, lo que el Señor ha hecho por ella y no trataría de ocultar los beneficios divinos. Por falsa modestia, no diría: «Soy desgarbada, no tengo perfume, el sol me ha quitado el esplendor, la tempestad ha destrozado mi tallo», cuando reconocería en sí misma todo lo contrario.

11 – La flor que cuenta aquí su historia se alegra porque va a dar a conocer los cuidados omnisapientes de Jesús; no tiene nada -y lo sabe bien- que pueda atraer la mirada de Dios, y sabe también que sólo la misericordia divina ha hecho todo el bien en él. Le hizo nacer en tierra santa, y casi impregnado de un perfume virginal. Hizo que le precedieran ocho lirios resplandecientes de blancura. En su amor, quiso preservar la humilde flor del aliento venenoso del mundo; los pétalos estaban a punto de abrirse, y el Salvador la trasplantó en el monte del Carmelo, donde ya olían dos lirios: los dos mismos que la habían envuelto y acunado suavemente cuando brotó por primera vez… Siete años han pasado desde que la flor echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres fragantes corolas ondean cerca de ella; no muy lejos, otra se abre a la mirada de Jesús, y los dos benditos tallos que las produjeron se reúnen para siempre en la Patria divina. Allí han encontrado los cuatro lirios que la tierra no ha visto florecer. Oh, que Jesús no deje mucho tiempo en la orilla extranjera a los que se han quedado en el destierro: ¡que todo el blanco penacho se complete pronto en el Cielo!

12 – Madre mía, he resumido en pocas palabras lo que el Señor ha hecho por mí, ahora me adentraré en mi vida de niña; sé que allí, donde cualquiera no vería más que una aburrida perorata, su corazón de madre encontrará un encanto. Y entonces, los recuerdos que evocaré serán también los suyos, porque mi infancia transcurrió cerca de la suya, y tengo la suerte de pertenecer a los incomparables padres que nos envolvieron en los mismos cuidados y ternura. ¡Que bendigan a la menor de sus hijas y la ayuden a cantar las misericordias de Dios!