III Domingo de Cuaresma. Año C

En aquella ocasión se presentaron algunos a informarle acerca de unos galileos cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Él contestó: “¿Piensan que aquellos galileos, sufrieron todo eso porque eran más pecadores que los demás galileos? Les digo que no; y si ustedes no se arrepienten, acabarán como ellos. ¿O creen que aquellos dieciocho sobre los cuales se derrumbó la torre de Siloé y los mató eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes no se arrepienten acabarán como ellos”. Y les propuso la siguiente parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar fruta en esta higuera y nunca encuentro nada. Córtala, que encima está malgastando la tierra». Él le contestó: «Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto. 9Si no, el año que viene la cortarás» (Lc 13,1-9)

Buscando culpables y
encontrando misericordia

Es muy común entre nosotros que, ante los acontecimientos que salen de lo ordinario de nuestra vida, nos preguntemos quién está en su origen, quién es el protagonista o quién es el culpable.

Ante lo inesperado o incluso en lo que sabemos que tarde o temprano va a suceder, necesitamos explicaciones y justificaciones para poner nuestra conciencia tranquila y para, de alguna manera, pensar que todo lo tenemos bajo control.

Y cuando, ante algunas situaciones, no logramos dar una explicación o una justificación buscamos a alguien que cargue con la responsabilidad.

Hay experiencias que nos resultan muy difíciles de entender y de soportar, situaciones que llegan a nuestra vida y que pensábamos que a nosotros jamás nos sucederían y empezamos a hacernos mil preguntas. ¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto? Nos preguntamos por qué existe el mal, la violencia, el sufrimiento humano, el dolor, las enfermedades incurables, los accidentes trágicos; ¿por qué existe la pobreza y todas sus víctimas?

¿Por qué mataron injustamente a los galileos del evangelio y ¿por qué les cayó encima a la torre a los de Siloé?

Y lo que se empieza a mover en la cabeza es la idea de que tiene que haber un culpable, alguien que debería dar una explicación, alguien que se haga responsable de todo eso que no queremos reconocer como nuestro.

Queriendo tomar distancia, muy sutilmente, acariciamos la idea de que el último responsable es Dios, porque, si realmente nos quisiera, no permitiría todo eso. Y así, de repente, nos descargamos de toda una realidad que nosotros hemos creado y de la cual queremos sentirnos ajenos.

Pero resulta que el origen del mal y de todas esas situaciones que no funcionan como quisiéramos en nuestro mundo y en nuestras vidas; ese origen no lo encontramos en Dios, porque Dios es ajeno a todas las tonterías que somos capaces de generar.

En nuestro modo de pensar, muy humano, consideramos que quienes hacen el mal merecen ser castigados y quienes se portan bien, quienes son impecables (algo imposible para quienes vivimos en este mundo) tienen derecho a ser premiados, reconocidos y respetados.

Dios, para bien nuestro, está por encima de premios y castigos y nos enseña que su única preocupación está en aquello que nos puede llevar a una auténtica felicidad.

El evangelio de este domingo, en su primera parte, nos quiere ayudar a superar una mentalidad en donde fácilmente tratamos de ubicarnos reconociéndonos justos y mejores que los demás. Las palabras de Jesús, que todo lo ponen al descubierto, no dejan que nos engañemos y nos invita a reconocer que no podemos pretender ser los autores de nuestra propia salvación. No somos, ni menos, ni más pecadores que los demás. Somos personas redimidas por la misericordia y la por la bondad del Señor.

La buena noticia del evangelio nos trae un mensaje que llena de esperanza, pues nos enseña que, ya seamos santos o los más grandes pecadores, la salvación que nos trae Jesús está a la disponibilidad para todos.

Aquí no es cuestión de dignos o indignos, de premios o castigos; es invitación para todo el que quiera entrar en el mundo de Dios, es salvación que se otorga gratuitamente a quien pone toda su confianza en Dios y a quien acepta a Jesús como el Señor de su vida.

La parábola de la higuera nos habla, con palabras sencillas y comprensibles, para quien quiera abrirse a la misericordia del Padre, de un Dios paciente que sabe condescender y ponerse a nuestro nivel. Es el Dios que tiene sus tiempos, pero que al mismo tiempo sabe esperar los nuestros. Es el Padre bueno que sigue dando oportunidades, que no se precipita en sus decisiones y que tiene confianza en que, al final, podrá recoger frutos de lo que ha sembrado en nuestros corazones.

Dios no se desespera y sigue dando tiempos, muestra confianza y comparte nuestras dificultades para llegar a abandonarnos como nos convendría. Un año puede ser para él diez o quince años de los nuestros. Él no lleva prisas y nos hace entender que tiene toda la eternidad para esperarnos. Él siempre se mantendrá fiel y volverá a buscarnos a cada instante y no sólo cada año.

Ante la imagen defraudante de la higuera que no ha sido capaz de brindar frutos, se nos ofrece la posibilidad de encontrarnos con un Dios que confía y espera, un Dios que le apuesta a las posibilidades, un Dios que no se desespera y sabe arriesgar dispuesto a volver cuantas veces sea necesario.

A través de muchas mediaciones, el Señor nos va brindando oportunidades para crecer y para madurar en nuestra vida personal y en nuestra experiencia espiritual. Él va abonando nuestros corazones, muchas veces áridos y estériles. Esos corazones que se han ido petrificando y haciéndose insensibles ante el sufrimiento que nos rodea. Corazones que se ha hecho resistentes a la ternura porque han caído en la trampa del individualismo, del egoísmo que sólo permite pensar en sí mismo y en los intereses personales.

Son esas raíces que están en lo profundo de nosotros que estamos invitados en este tiempo a remover, a dejar que penetren aires nuevos, a podar de todo aquello que se ha ido secando y que son zonas muertas que atrofian nuestra capacidad de amar.

El Señor llega hasta la higuera que somos cada uno y quiere encontrar frutos. ¿Quién sabe cuántos años ha estado llegando con la misma ilusión y con la misma esperanza? Tal vez sea el momento de preguntarnos ¿qué es lo que necesitaría empezar a aflojar? ¿Cuáles serías los apegos de los que me tendría que desprender? ¿Cómo podría abonar mi corazón con los granos de la Palabra de Dios? ¿Qué podría hacer para crear mayores espacios de encuentro con el Señor que se transformen en momentos sagrados que me permitan acoger su presencia? ¿Cuánto tiempo seguiré esperando para decidirme a poner a Dios en el centro de mi vida?

P. Enrique Sánchez G., mccj


“ Uno tenía una higuera plantada en su viña 

Yo soy el Dios de tus padres (Primera lectura)

Esta lectura trata de presentar unos rasgos todavía muy primitivos para definir la vocación y misión de Moisés. Pero en ellos se puede encontrar el sentido concreto de lo que Dios quiere compartir con la humanidad; sin duda es un Maestro lleno de paciencia y paso a paso se irá formando lo que llamamos historia de la salvación. Quien acepta la mano de Dios, sin duda que se llenará de sentido de la vida y de una misericordia a toda prueba.

Digo una cosa: es tan clara la misericordia y bondad divinas para con la humanidad que a lo largo de la historia que conocemos solo se pueden contemplar gestos generosos del Padre. Partimos de esta experiencia que para nosotros, si no nos mueve demasiado, es por otros motivos: no queremos ver, rutinas en la fe, ignorancias…

El texto nos presenta a Moisés como pastor que lleva el rebaño más allá del desierto, hasta el Monte Horeb, el Monte de Dios. Y el Señor se le aparece en una llama que ardía saliendo de un zarzal sin consumirse. La llamada de Dios y la respuesta de Moisés son un momento de encuentro e inicio de lo que venga: “Moisés, Moisés”, “Eme aquí”, “No te acerques y quítate las sandalias, el lugar que pisas es santo”. Entonces Dios se presenta como el Dios de los padres. Todo supone una continuidad familiar y del pueblo de Israel y le sigue una preocupación paternal al ver al pueblo sufrir y querer solución para los problemas que se presentan. Para ello nada mejor que sacar al pueblo de Egipto y llevarlo a la “tierra que mana leche y miel”.

En resumen, este es el plan de Dios: viendo los males que el pueblo está sufriendo, colaborar con ellos buscando soluciones en la medida en que se dejen y fortaleciendo a los que tengan madera de líderes. En cualquier situación la misericordia de Dios siempre estará dispuesta…

Y si sacó de Egipto a Israel qué no podrá hacer hoy y siempre en personas, familias y grupos. El que nos creó a su imagen y semejanza qué no podrá hacer para reparar nuestros errores.

Esta primera lectura, por tanto, nos recuerda cómo Moisés, llamado a conducir al Pueblo lo primero que necesita saber es el nombre de Dios para presentárselo a los israelitas. En su nombre va a comenzar su liberación. Para nosotros el Dios Padre es definitivo para descubrir la llamada de Jesús en su nombre para la conversión. La reconciliación es el abrazo con el Padre. La va pronunciando hasta la Cruz. Es mucho amor como para ignorarlo pasándolo por encima como un rito más. Así nunca saldremos de la “esclavitud de Egipto”.

El que se crea seguro, cuídese de no caer (segunda lectura)

La predicación de San Pablo a los Corintios, como toda su predicación, es profunda y a la vez claridosa. Reconoce en ellos su sabiduría, pero como todo humano expuesto a “caer en la tentación y a la vez en la complicidad de vivir una cultura infectada.

Podemos resumir el texto que queremos comentar en tres puntos:

a)  Hace referencia, en primer lugar al bautismo: el paso por el agua como liberación de la esclavitud del pecado. Sin duda que el paso del Mar Rojo fue gran impacto que a todos dejó impresionados… Pero cuando a uno le conceden un milagro siempre quiere más y que se lo sirvan en bandeja, es decir como él quiere… Si no vienen las protestas: ¿para eso nos trajo al desierto?…

b)  Lo sucedido en el desierto no fue aceptado por Dios. San Pablo aprovecha aquella actitud de los liberados de la esclavitud para recordar a los corintios alguno de sus errores: “se sentó el pueblo para comer y beber y se levantaron para danzar”… Fiestón…; “ni forniquemos, ni tentemos al Señor, ni murmuremos…” Parece que estas cosas no sólo suceden en nuestros días…

c)  San Pablo resume: “todo sucedió para advertencia nuestra”. La gravedad de aquellas situaciones está en que no somos capaces de apreciar la misericordia del Señor y caemos e idolatrías y delirios de grandeza y fantasía.

Advierte San Pablo: “el que cree estar en pie mire no caiga… La misericordia de Dios llega hasta el cuidado que el Padre tendrá de que no seremos tentados más allá de lo podemos resistir”.

San Pablo propone un itinerario con todos sus trazados, búsquedas de pasos apropiados, incluso con reservas para las “descomposturas”. Siempre alerta y apoyados en la compañía confiada de Jesús, que dejó una Iglesia estructurada con tales finalidades. La predicación a los corintios tiene una referencia a la cultura que allí se iba gestando. Otro tanto tendríamos que hacer nosotros con verdadera necesidad; para la mayoría de las personas la situación (eso se dice) es difícil, hay mucho que dialogar y no conviene andar deprisa…: los poderes autonómicos, las imposiciones de los que pueden, las modas, la ignorancia muy atrevida, etc. Está sucediendo que líderes de otro tiempo se echan para atrás y no quieren seguir ciertas aventuras.

Uno tenía una higuera plantada en su viña (evangelio)

El Evangelista San Lucas, conductor este año del ciclo C, tal sea el buscador y narrador de las parábolas con las que Jesús ofrecía un instrumento práctico para llegar hasta la conciencia a la hora de la conversión. La parábola del hijo pródigo es una de las más admiradas y fuente de mucha inspiración, pero no nos toca ahora meditarla. San Lucas nos ofrece hoy la parábola de la higuera. Quería Jesús abrir la mente cerrada de aquellos que le escuchaban, pero no llegaban a ninguna consecuencia rompiendo actitudes de pensamiento y acción en consonancia con el Reino de los cielos.

El texto hace alusión a lo de los galileos cuya sangre Pilato la había mezclado con la de los sacrificios y se la ofrecían a los muertos aplastados por la Torre de Siloé. A Jesús le contaron la creencia de que lo que les sucedió fue por castigo de Dios. Jesús quiere que se descubra el amor misericordioso de Dios cuando hay un espíritu de conversión; los “sufrientes” no son mejores que los que en aquel momento le cuestionaban. Es entonces cuando les ofrece la parábola, con una advertencia: si ustedes no se arrepienten perecerán de manera semejante.

Alguien tenía una higuera en el campo; llevaba varios años sin producir. Piensa que lo mejor será hacerla desaparecer, para evitar estorbos, es una planta estéril. Sin embargo el viñador tiene cariño a la planta y ofrece todo para salvarla: “Cavaré alrededor, le echaré estiércol… “

Es aquí donde cabe pensar la estima del viñador por la planta, que queda invitada a dar fruto… Si no, queda a su suerte…

Con este relato Jesús quiere que aquellos que le escuchan reaccionen ante el proyecto misericordioso de Dios. Se nos invita a clarificar nuestra fidelidad a la iniciativa divina… ¿Para qué la acción misericordiosa proyectándose sobre los valores de lo humano? ¿para qué una Iglesia sin vida cristiana, sin valor y con miedo a que nos caigan “las torres encima”, con tantos temores pero sin sacudir las causas…? Higueras secas, sin frutos…

Arrepintámonos a tiempo, demos gracias a Dios por su misericordia, decidamos cambios oportunos que den a nuestras vidas el sentido propio de hijos de Dios…

Jesucristo, Hijo de Dios, enviado en principio para humanizar las distintas épocas e iluminar una conversión ascendente. Suena fuerte lo de conversión, pero en realidad a lo que se nos invita es a ser abiertos y despiertos, como la higuera: dar frutos exquisitos… El ser humano está creado a imagen y semejanza de Dios, que es amor…

Fray Francisco Mª. García O.P.
Casa de Ntra. Sra. de Montesclaros


ANTES QUE SEA TARDE
José A. Pagola

Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.

Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: “Convertíos y creed en esta Buena Noticia”. Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.

Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada, como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al “Reino de Dios”. Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.

En alguna ocasión cuenta una pequeña parábola. El propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año viene a buscar fruto en ella, y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando terreno inútilmente, lo más razonable es cortarla.

Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no quiere verla morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, para ver si da fruto.

El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, “el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el “aggiornamento” o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un “corazón nuevo”, una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del reino de Dios.

Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano II no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.

http://www.musicaliturgica.com


TRES MANERAS DE MORIR Y UNA SOLA DE SALVARSE
José Luis Sicre

El evangelio de hoy es exclusivo de Lucas, sin correspondencias en Mateo y Marcos. Y las tres breves partes en que podemos dividirlo se centran en el mismo tema, muy apropiado a la Cuaresma: la conversión.

Tres maneras de morir

1) Asesinado por Pilato; 2) Aplastado por una torre; 3) Negándonos a convertirnos.

Todo comienza con el aparente deseo de informar a Jesús, galileo, de lo que ha hecho el procurador romano a otros galileos: matarlos mientras ofrecían sacrificios en el templo. Parece un informe imparcial, pero es una trampa muy astuta: nadie le pregunta qué piensa de este hecho; se limitan a contarle el caso. Si responde airadamente, se enemistará con las autoridades; si se calla la boca, se revelará como un mal galileo y un mal israelita.

Para quienes han venido a contarle el caso, todo se juega entre unos galileos muertos, Pilato y Jesús. Ellos se limitan a informar, como la prensa; el caso no les afecta personalmente. Y aquí es donde Jesús va a cazarlos en su propia trampa. Con una ironía muy sutil da por supuesto que sus informadores no le piden una declaración de tipo político (Pilato es un asesino, muerte a los romanos) sino de tipo religioso (esos galileos han muerto por ser pecadores). De hecho, la mayoría de los judíos de la época (y muchos cristianos actuales), consideran que una desgracia es consecuencia de un pecado.

Pero Jesús toma un rumbo completamente distinto. Los importantes no son los galileos muertos, Pilato y Jesús. Los importantes son ellos, los que preguntan, que no pueden considerarse al margen de los acontecimientos. Si piensan que esos galileos eran más pecadores que ellos, se equivocan. También se equivocaron quienes pensaron que los dieciocho aplastados por el derrumbe de la torre de Siloé eran más pecadores que los demás.

La muerte no solo la provocan políticos injustos y criminales (Pilato) o desgracias naturales evitables (la torre). Hay otra amenaza mucho más grave: la que tramamos contra nosotros mismos cuando nos negamos a convertirnos.

Dios pide higos a la higuera, no pide peras al olmo

La historia de los galileos y de la torre la ha utilizado Jesús para avisar seriamente, y por dos veces: “Si no os convertís, todos pereceréis”. Este tono tan amenazador recuerda al de Juan Bautista, cuando clama: «¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar de la condena que se avecina? (…) El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego» (Lc 3,7-9). Quienes conciben a Jesús como un hippy de los años 80 del siglo pasado, repartiendo flores y besos, no han leído nunca el evangelio. Él no ha traído paz, sino espada.

Pero la invitación tan seria a convertirse, con la amenaza de perecer en caso contrario, no debe interpretarse de forma equivocada. Dios no va a caer sobre nosotros como una torre, ni va a mandar a sus ángeles con espadas desenvainadas. Mediante un breve parábola Lucas cuenta cómo nos va a tratar: como un agricultor sensato, realista y paciente.

Sensato, porque solo nos pide lo que podemos dar naturalmente, sin especial esfuerzo. De la higuera solo espera que dé higos, no plátanos ni melones. Lo que espera de nosotros es algo que cada uno debe pensar teniendo en cuenta sus circunstancias familiares y laborales, pero nunca esperará nada que exceda nuestra capacidad.

Realista, porque no se deja engañar. La higuera lleva tres años sin dar fruto. Con él no valen las excusas del mal estudiante que asegura haber trabajado mucho cuando no ha dado golpe en todo el curso. A nosotros podemos engañarnos diciendo que damos fruto; a Dios, no.

Paciente, porque ha esperado ya tres años, y todavía está dispuesto a conceder uno más.

Pero la parábola no habla solo del dueño de la viña. El gran protagonista es el viñador, el que intercede por la higuera y se compromete a cavarla y echarle estiércol. Ya que la higuera nos representa a cada uno de nosotros, el viñador tiene que ser Jesús. Se espera que la higuera produzca fruto no solo por ella misma sino también gracias a su acción.

En definitiva, la parabolita final matiza bastante la dureza de la primera parte del evangelio. Pero matizar no significa anular. Si nos empeñamos en no dar fruto, si no mejora nuestra relación con Dios y con el prójimo, por más que Jesús cave y trabaje, la higuera será cortada.

2ª lectura: Nosotros no somos distintos ni mejores (1 Cor 10,1-6.10-12)

En el evangelio, Jesús advierte a los presentes que no deben considerarse mejores que los asesinados por Pilato o muertos por el derrumbe de la torre. La segunda lectura nos recuerdan que nosotros no somos mejores que el pueblo de Israel. A pesar de tantos beneficios divinos (paso del Mar, maná, agua que brota de la roca), muchos israelitas no agradaron a Dios y terminaron pereciendo en el desierto. Esto debe servirnos de ejemplo y escarmiento. Nos puede ocurrir lo mismo si nos comportamos igual que ellos. Dicho con las palabras del evangelio. “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.”

1ª lectura: Moisés (Ex 3,1-8.13-15)

Tras recordar a Abrahán el domingo pasado, hoy se cuenta la vocación de Moisés. La lectura del Éxodo nos habla de la preocupación de Dios por su pueblo esclavizado en Egipto. La vocación de Moisés será el primer acto de su liberación. Por eso, el estribillo del Salmo repite: “El Señor es compasivo y misericordioso”.

http://www.feadulta.com


¿Meros sucesos de crónica o historia de salvación?
Romeo Ballan, mccj

Auschwitz, Hiroshima, Torres Gemelas, terremotos, tsunamis, huracanes, enésimo accidente de la noche del sábado… Y todas las demás víctimas en atentados, masacres, violencias, esclavitudes, epidemias, sida… ¿Quién tiene la culpa de estos males? ¿Es un castigo de Dios? ¿Existe una manera diferente de mirar las desgracias? ¿Pueden ser una invitación a la conversión del corazón? ¿Cómo interpreta Jesús los hechos de este tipo? Estas son algunas de las muchas preguntas que nos hacemos ante males tan grandes. También Jesús estaba atento e informado sobre los hechos del día (Evangelio): reflexiona sobre ellos, los juzga con criterios propios, no según la mentalidad corriente, hace de ellos un análisis crítico, los comenta de manera que hoy diríamos políticamente incorrecta, incómoda, a contracorriente.

Algunos querían involucrar a Jesús en una crítica pública a Pilato por un hecho ciertamente sanguinario y sacrílego (v. 1). La lección que Jesús saca de aquel hecho, así como de la muerte de 18 personas por la caída de la torre de Siloé, sobrepasa la interpretación común de la mayoría: Jesús lee en ellos una invitación de Dios para un cambio de vida, al fin de no perecer todos de la misma manera (v. 3.5). La tentación era doble: en el caso de Pilato, creer que bastaba con rebelarse y suplantar al procurador romano; en el caso de las víctimas de la torre, pensar en seguida en un castigo por un pecado o en una intervención de agentes externos (incluido Dios). Es la reacción más frecuente y más cómoda: acusar a los demás, buscar un culpable externo, pensar que el mal está en las cosas fuera de nosotros, vincular desgracias y enfermedades con culpas cometidas o con un castigo divino… Se trata de actitudes típicas de la mentalidad pagana, que los misioneros encuentran a menudo en ámbitos no cristianos, pero también entre bautizados no plenamente convertidos.

Esta mentalidad, por un lado, nos impide llegar a las causas verdaderas de los males que nos ocurren, sumiéndonos en el fatalismo y en la pasividad; por otro lado, nos induce a la falsa idea de un dios castigador e intervencionista. Jesús nos libera de esa mentalidad; Él va a la raíz de los problemas: invita a convertirse, a cambiar el corazón para que las cosas mejoren. Las cosas van a mejorar, si las personas cambian desde dentro; solo a partir de un cambio del corazón mejorarán las estructuras humanas, religiosas, sociopolíticas. Esta es la noticia buena y nueva: el Evangelio que cambia la mentalidad, el corazón, la vida.

El comentario de Jesús sobre esos sucesos no es una evasión, sino una lectura más profunda. El Evangelio no pasa al margen de la historia, no se limita a rozarla, entra dentro de los hechos, llega a la conciencia de las personas: allí Dios construye su Reino de amor y de libertad. “El Reino de Dios no es algo paralelo a la historia, la interpela y la interpreta. A su vez, los hechos de nuestra vida nos permiten comprender mejor el alcance del mensaje” (Gustavo Gutiérrez). Rozamos aquí la relación, siempre misteriosa, entre la Providencia divina y la autonomía de la historia con sus acontecimientos, que no son, de por sí, portadores de castigo o de premio. El cristiano, con un discernimiento iluminado por la fe, sabe leer en ellos un mensaje, una oportunidad de conversión, el sentido de la existencia humana. El cristiano experimenta que el amor de Dios no nos libera ‘del’ sufrimiento, pero nos acompaña ‘en’ el sufrimiento y lo llena de su presencia.

Ante hechos dolorosos y atroces, no sirve preguntarse: ¿dónde estaba Dios con su omnipotencia? Nos exponemos a olvidar los amplios espacios de libertad que Dios confía al hombre. Solo el hombre es responsable de las injusticias que comete, de los males que no evita, de las desgracias que no previene. Dios no hace morir a gente inocente; Dios no tiene que ver con el derrumbe de una casa. Hermes Ronchi comenta: “¿Dónde estaba Dios? No. ¿Dónde estaba el hombre, ese día? Si el hombre no cambia, si no se convierte en constructor de alianza y de libertad, esta tierra irá a la ruina porque se funda sobre la arena de la violencia y de la injusticia”. Si no se convierten, perecerán todos” (v. 3.5). Por eso, Dios tiene con nosotros misericordia y paciencia: nos regala el tiempo como realidad en la cual se realiza la salvación. Es más, nos da un tiempo adicional, “todavía este año”, para dar fruto (v. 7-9). En el dueño que quiere cortar el árbol (v. 7), podemos ver nuestra falsa idea de un dios castigador, impaciente. Por el contrario, nuestro Dios ama identificarse con el viñador que cultiva y poda la vid para que dé más fruto (cf Jn 15,1-2); Él es el “Dios campesino” enamorado de cada una de sus plantas, que espera con paciencia, dispuesto a dar siempre nuevas oportunidades, nuevos cuidados (podar, cavar alrededor, abonar: v. 8). Dios no se queda en aquello que hemos hecho ayer, nos ofrece nuevas estaciones para que demos mejores productos.

Pablo nos advierte (II lectura) que la experiencia del pueblo de Israel nos sirva de ejemplo y para escarmiento nuestro (v. 6.11): a pesar de que todos fueron testigos y partícipes de incontables obras de Dios en su favor, muchos no agradaron a Dios y se perdieron (v. 5). El mensaje es claro: no ilusionarse con supuestos méritos, sino vivir humildemente con coherencia (v. 12). Siempre con la confianza puesta en Dios, amante y liberador de su pueblo. En efecto, en la zarza que ardía sin consumirse (I lectura) Dios se ha revelado a Moisés como Dios de la vida, Dios de los antepasados (v. 6), Dios que vela opresión de su pueblo, oye sus quejas, conoce sus sufrimientos y se acerca para liberarlo (v. 7-8). Él es el que es (v. 14), Dios presente siempre, en todas partes, con todos. Emmanuel. Presencia creadora y liberadora. El compromiso evangelizador de los grandes misioneros nace siempre, como en Moisés (v. 4-5), de una fuerte experiencia de Dios y de la cercanía al sufrimiento de la gente: este fue el camino de Francisco Javier, Pedro Chanel, Daniel Comboni, Francisca Cabrini, Teresa de Calcuta…


CONVERTIRSE ES ENCONTRAR LA PROPIA IDENTIDAD
Fernando Armellini

En la primera parte del relato (vv. 1-5) se refieren dos sucesos a modo de crónica: un crimen cometido por Pilato y el derrumbamiento accidental de una torre cercana a la piscina de Siloé. El gobernador no era ciertamente un hombre de corazón tierno. Los historiadores le atribuyen varios episodios dramáticos de los que fue protagonista. El Evangelio de hoy narra uno ellos.

Algunos peregrinos venidos de Galilea para ofrecer sacrificios en el templo, probablemente con ocasión de la Pascua, se ven envueltos en un episodio de sangre. La Pascua celebra la liberación de Egipto y es, por tanto, inevitable que despierte en todo israelita deseos de libertad, agudizando el sentimiento de rebelión contra la opresión romana. Es posible que también estos galileos, quizás un poco fanáticos, hayan intercambiado con los soldados romanos algunos insultos y de las palabras hayan pasado a los hechos, primero con gestos provocativos y empujones para terminar en una reyerta.

Pilato, que solía trasladarse de Cesarea a Jerusalén durante las grandes fiestas para asegurar el orden y prevenir revueltas, había impuesto una férrea política de tolerancia cero frente a cualquier señal o incluso amago de rebelión y, en consecuencia, también en esta ocasión hace intervenir al ejército y, sin respeto alguno por el lugar sagrado, masacra a los desventurados galileos. Un gesto brutal y sacrílego, un ultraje al Señor, una provocación al pueblo que considera el templo como morada de su Dios, un lugar donde los mismos sacerdotes tenían que caminar descalzos, incluso en invierno.

¿Por qué el Señor no ha intervenido reduciendo a cenizas a los responsables de este crimen? Los fariseos tienen la respuesta: No hay castigo sin culpa. Si Dios ha permitido que estos galileos hayan sido víctimas de la espada romana, significa que estaban llenos de pecados. Pero ¿cómo aceptar una explicación tan absurda? Para el pueblo, la cosa es clara: el pecador es Pilatos y los malvados son los soldados romanos.

Alguien refiere lo sucedido a Jesús, quizás con la esperanza de oír de su boca una severa condena, una toma de posición anti-romana. Quizás alguno incluso crea de poder contar con él en una revuelta armada. Frente a semejante crimen, piensan, el Maestro no reaccionará invitando al perdón y la paciencia. ¿Qué menos que una indignada declaración contra Pilato?

Jesús sorprende a sus agitados e iracundos interlocutores: no pierde la calma, no sale de su boca ninguna palabra descontrolada. En primer lugar, dice taxativamente que no hay relación alguna entre la muerte de estas personas y los pecados que hayan podido cometer; después, invita a sacar una lección de este acontecimiento. Hay que interpretarlo como una llamada a la conversión.

Para esclarecer más su pensamiento, recurre a otro acontecimiento de crónica: la muerte de dieciocho personas provocada por el desplome de una torre, suceso que tuvo lugar probablemente durante la construcción de un acueducto junto a la piscina de Siloé. Estas personas, dice Jesús, no han sido castigadas a causa de sus culpas: han muerto por una fatalidad; en su lugar podrían haber muerte otros. También este acontecimiento debe ser interpretado como una llamada a la conversión.

La respuesta de Jesús parece eludir el problema. ¿Por qué no toma posición frente a la masacre? Sorprende su respuesta porque Jesús ha ido siempre al grano y ciertamente no tiene miedo de decir lo que piensa. Las estructuras opresivas (y Pilato representa una de ellas) son generalmente muy sólidas, tiene raíces profundas, se defienden con medios potentes. Es una ilusión pensar que se puedan venirse abajo de un momento al otro. Hay muchos que piensan que el recurso a la violencia pueda ser un medio rápido, eficaz y seguro para restablecer la justicia. ¡Es la peor de las soluciones! El uso de la fuerza no produce nada bueno, no resuelve los problemas, crea otros…y más graves.

Jesús no se pronuncia directamente sobre el crimen cometido por Pilato. No quiere dejarse envolver en aquellas inútiles conversaciones en las que todo se reduce a imprecar y maldecir. Él no es insensible, ciertamente, a los sufrimientos y a las desgracias, se conmueve hasta las lágrimas por amor a su tierra. Sin embargo, sabe que la agresividad, el desprecio, la ira, el odio, el deseo de venganza no llevan a ninguna parte; es más, son contraproducentes. Estos sentimientos conducen solamente a gestos desconsiderados que complican aún más la situación.

La llamada de Jesús a la conversión es una invitación a cambiar de manera de pensar. Los judíos cultivaban sentimientos de violencia, venganza, rencor contra los opresores. Éstos no son los sentimientos de Dios. Es urgente que revisen su posición, que renuncien a la confianza que ponen en el uso de la espada. Por desgracia, no están dispuestos a la conversión y así, cuarenta años después, perecerán todos (culpables e inocentes) en una nueva y más grande masacre.

Jesús no busca huir del problema, propone una solución distinta. Rechaza los remedios paliativos. Invita a intervenir sobre la raíz del mal. Es inútil hacerse la ilusión de que la situación pueda cambian simplemente sustituyendo a aquellos que detentan el poder. Si los nuevos gobernantes no tienen un corazón nuevo, si no siguen una lógica distinta, todo seguirá como antes. Sería como cambiar los actores de un espectáculo sin cambiar el texto que deben recitar.

He aquí la razón por la que Jesús no se adhiere a la explosión colectiva de indignación contra Pilato. Jesús invita a la conversión, propone un cambio de mentalidad. Solo quienes se convierten en personas diferentes, solo personas con un corazón nuevo pueden construir un mundo nuevo. Esta es la solución definitiva.

¿Cuánto tiempo tenemos a disposición para realizar este cambio de mentalidad? ¿Puede postergarse algunos meses más, algún año más? A estas preguntas Jesús responde en la segunda parte del evangelio de hoy (vv. 6-9) con la Parábola de la higuera. En la Biblia se habla frecuentemente de este árbol que, dos veces al año, en primavera y en otoño, da frutos dulcísimos. En tiempos antiguos era símbolo de la prosperidad, de la paz (cf. 1 Re 4,25; Is 36,16) En el desierto del Sinaí, los israelitas soñaban con una tierra con abundancia de manantiales de agua, campos de trigo…e higueras (cf. Deut 8,8; Núm 20,5).

El mensaje de la parábola es claro: de quien ha escuchado el mensaje del Evangelio Dios espera frutos deliciosos y abundantes. No quiere prácticas religiosas externas, no se contenta con las apariencias (en primavera la higuera da los frutos incluso antes que las hojas), sino que busca obras de amor. A diferencia de los otros evangelistas, que hablan de una higuera estéril que Jesús ha hecho secar o casi (cf. Mc 11,12-24; Mt 21,18-22), el evangelista de la misericordia, introduce una prórroga: otro mes de espera antes de la intervención definitiva. Lucas presenta a un Dios paciente, tolerante con la debilidad humana, comprensivo con la dureza de nuestra mente y de nuestro corazón.

Esta actitud magnánima, sin embargo, no hay que entenderla como indiferencia frente al mal; no es una aprobación de la negligencia, del desinterés, de la superficialidad. El tiempo de la vida es demasiado precioso como para que se puede desperdiciar, aunque sea un solo instante. Apenas surge la luz de Cristo, es necesario recibirla y seguirla, inmediatamente.

La Palabra es una invitación a considerar la Cuaresma como tiempo de gracia, como un ‘nuevo año precioso’ que le viene concedido a la higuera (cada uno de nosotros) para dar fruto.

www.bibleclaret.org

Mensajes de la Iglesia de México tras los asesinatos en Salamanca

Tras el asesinato de varios jóvenes el la parroquia de San José de Mendoza, en Salamanca, Guanajuato, los obispos de México y el colectivo de Diálogo Nacional por la Paz —que engloba a la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Comisión Episcopal para los Laicos, la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México y los Jesuitas—, publicaron sendos comunicados en los que condenan con fuerza esos asesinatos y llaman a los agentes de pastoral de adolescentes y jóvenes a unirse a la construcción de la paz en México. Por su parte, el obispo de Irapuato, Mons. Enroque Díaz Díaz emitió también un comunicado en el que muestra su solidaridad con las familias y condena los asesinatos. (Foto: Emaús semanario, Diócesis de Irapuato):
Mensaje de los obispos de México
ante el inadmisible asesinato de ocho jóvenes en Salamanca

Hermanos y hermanas en Cristo:

Los obispos de México estamos profundamente indignados por el artero asesinato de ocho jóvenes, en cuyo grupo había integrantes de la pastoral juvenil de la Parroquia de San José de Mendoza en Salamanca, Gto. Nos sentimos conmovidos por el dolor que esta tragedia ha provocado a sus familiares y amigos. Por estos ocho jóvenes y muchos más que han muerto a manos de la delincuencia organizada, elevamos al Señor nuestra oración para que les conceda el eterno descanso a ellos y el consuelo a sus familiares y amigos.

Este hecho nos hace reflexionar en la violencia que azota a nuestra nación, la cual se ha vuelto un cáncer para nuestra sociedad; la delincuencia presume impunidad, manifiesta el desprecio por la vida y hace imperar la inseguridad en nuestros espacios vitales comunitarios; esta realidad hiere el corazón de todos los mexicanos, nadie puede sentirse fuera de ella. Es momento de unirnos y asumir cada uno nuestro compromiso por la paz en nuestro país.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La paz no es solo la ausencia de guerra o violencia, sino la presencia activa del bien, la justicia y la fraternidad. Por eso el Papa Francisco nos llama a constituirnos en «artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia»; ciudadanos convencidos de su responsabilidad con el bien común, que se comprometan en la construcción de las condiciones que hagan posible una vez más el estado de derecho y la paz en nuestras comunidades.

Por ello, los obispos de México hacemos un llamado a todos los ciudadanos, a las autoridades en sus tres niveles: municipal, estatal y federal; a los jueces, magistrados y ministros; a los legisladores, a la sociedad civil organizada, a los empresarios, comunicadores y a todas las comunidades que persiguen la construcción del bien común, para asumir cada uno nuestra responsabilidad con valentía y compromiso por México. Basta ya de intereses personales o partidistas, formemos un frente común, vivamos la solidaridad que tantas veces nos ha caracterizado ante las tragedias que enfrentamos, y combatamos la delincuencia y la falta de justicia que hace sangrar nuestra patria y trunca el sueño de miles de nuestros jóvenes.

Nuestra esperanza está puesta en la promesa de Cristo, quien nos dice: «La paz os dejo, mi paz os doy» (n 14,27). Una paz que no defrauda, que no pasa, sino que transforma profundamente el corazón humano cuando éste se atreve a dejarse colmar por su amor. Sigamos caminando con compromiso y determinación, convencidos que el amor es más fuerte que la violencia y que unidos a Cristo podremos recuperar nuestra paz.

Que, por intercesión de nuestra Madre Santísima de Guadalupe, seamos testigos de la verdad, y testimonio de justicia y de paz.

«Dales, Señor el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua. Que sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén».

+ Ramón Castro Castro
Obispo de Cuernavaca
Presidente

+ Jaime Calderón Calderón
Arzobispo de León
Vicepresidente

+ Héctor M. Pérez Villarreal
Obispo Auxiliar de México
Secretario General

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo de Irapuato

+ Víctor A. Aguilar Ledesma
Obispo de Celaya

+ Fidencio López Plaza
Obispo de Querétaro


Llamado a los Agentes de Pastoral de Adolescentes y Jóvenes
para sumarse a construcción de paz en México

Ante los lamentables acontecimientos del asesinato de los 8 jovenes en San José de Mendoza, Salamanca, Guanajuato, donde varios de ellos eran parte del grupo juvenil de la parroquia, nos solidarizamos con sus familias y con todas las familias del país que han perdido un hijo o una hija en esta ola de violencia que vivimos.

Nos sumamos a la petición de los obispos de México, para que estas muertes nos hagan asumir la responsabilidad que cada uno tiene en la construcción de la paz (18 de marzo) y a la petición de don Enrique Díaz Díaz, obispo de Irapuato, para que las autoridades civiles investiguen y esclarezcan los hechos (18 de marzo).

Las personas adolescentes y jóvenes son las más afectadas por esta ola de violencia en México y cada muerte nos llama a cuidar su vida y poner los medios para protegerlos de la maldad que busca atraparlos y llevarlos a la oscuridad.

Por eso, convocamos a las pastorales de adolescentes y jóvenes; movimientos y congregaciones religiosas, colegios e instituciones que trabajan con adolescentes y jóvenes del país a realizar cuatro acciones para sumarse a la construcción de la paz:

1. EI próximo domingo 23 de marzo colocar ocho velas en el altar de todas las iglesias en memoria de todos los adolescentes y jóvenes asesinados y desaparecidos, e invitar a los asistentes a escribir sus nombres en tarjetas para colocarlos junto a las velas.

2. Llevar rosas a la plaza principal de su pueblo o ciudad y fotos de los adolescentes y jóvenes asesinados o desaparecidos, el próximo sábado 29 de marzo a las 5 pm, invitando a jóvenes de otras iglesias, y así unirnos con el pueblo de San José de Mendoza en su caravana por la paz y su celebración de fe.

3. Durante los viernes de cuaresma promover el rezo del Viacrucis por la Paz en nuestros pueblos, pidiendo por las víctimas de la violencia.

4. Ponerse en contacto con los equipos estatales del Diálogo Nacional por la Paz para sumarse al diseño de proyectos locales de paz y el diálogo con autoridades para el seguimiento a los compromisos por la paz.

Que estas acciones animen el compromiso de la sociedad civil para implementar las 14 acciones locales por la paz y a nuestros gobiernos a cumplir las 7 acciones nacionales surgidas de la Agenda Nacional de Paz.

“Aunque camine por cañadas obscuras nada temo porque Tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad” (Salmo, 23,4).

Ciudad de México, 19 de marzo de 2025

Mons. Ramón Castro Castro
Obispo de Cuernavaca
Presidente de la CEM

Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal
Obispo auxiliar de Ciudad de México
Secretario de la CEM

P. José Luis Loyola Abogado, MSpS
Presidente de la CIR
M

P. Luis Gerardo Moro Madrid
Provincial de la Compañía de Jesús en México


Comunicado de la diócesis de Irtapuato

Comunicado sobre jóvenes asesinados en San José de Mendoza

Les saludo a todos en el Señor Jesucristo Rey del Universo y Príncipe de la paz.

Con profundo dolor comunicamos un suceso que es profundamente doloroso para todo el país y de manera especial para nuestra querida Diócesis de Irapuato, el domingo 16 de marzo fueron cobardemente asesinados varios jóvenes pertenecientes a la comunidad de san José de Mendoza, municipio de Salamanca, Guanajuato, algunos de ellos eran miembros del grupo juvenil parroquial; y estando ellos dialogando y conviviendo después de la celebración de la Santa Misa, a las 7.30pm aproximadamente, llegaron unos hombres armados a donde se encontraban y abrieron fuego, matando a 8 de ellos e hiriendo a 5 más.

Es un hecho que cimbra nuestros corazones y nos llena de profundo dolor y amargura, sin embargo, Cristo es nuestra esperanza y nada ni nadie nos la podrá arrebatar; como pastor de esta Iglesia, condeno enérgicamente este ataque y pido a las autoridades civiles que esclarezcan estos hechos por demás atroces y se haga justicia pronta y expedita a las familias.

Acompaño con profundo amor de padre a los familiares y amigos de las víctimas, primero con mi oración cercana, que es la primera fuerza de los cristianos; estaré con ustedes personalmente y a través de las instancias diocesanas pertinentes, para que en todo momento se sientan acompañados, apoyados y fortalecidos por ésta que es su familia en la fe. Acompaño con mi oración al recién nombrado párroco del lugar Pbro. Jorge lacobus, pido a Cristo buen Pastor que le llene de sabiduría y fortaleza para que sepa consolar y acompañar a las ovejas que tiene encomendadas y que están pasando por estos momentos de profunda consternación.

El día de mañana, 19 de marzo solemnidad de San José se celebrará la Santa Misa exequial a las 11 horas en la comunidad de San José de Mendoza, misma que será transmitida por los canales oficiales de la Diócesis: Obispo Enrique Díaz Díaz y Emaús Semanario.

Para el novenario convocamos a todos los que quieran unirse en oración por el consuelo de estas familias y por la paz, dicho novenario será especialmente por los jóvenes asesinados en San José de Mendoza y también por todos nuestros jóvenes y adolescentes que han muerto a causa de la violencia y la inseguridad en todo el país.

Se rezará el santo rosario a partir del jueves 20 de marzo, a las 9 pm vía zoom (con la participación de jóvenes y asesores de distintas parroquias de la diócesis) y a la vez trasmitiendo vía Facebook: obispo Enrique Díaz Díaz, Semanario Emaús y pastoral juvenil diócesis de irapuato.

Para el día sábado 29 de marzo celebraremos el fin de novenario con una caravana por la paz, que iniciará a las 5 pm, comenzará en la entrada de la comunidad conocida como “la curva”, donde se encuentra la capilla de la Virgen Guadalupe y de Cristo Rey, después tendremos Hora Santa y culminaremos con la celebración de la Santa Misa.

Agradezco de todo corazón los mensajes de cercanía de los Obispos, Sacerdotes y fieles laicos de todo el país que han enviado y que son un signo de esperanza en medio de tanto dolor; sin embargo, hemos de ser conscientes que son en estos momentos de grande prueba donde debemos fortalecer nuestra fe en Cristo que ha vencido la muerte, el pecado y el mal. Caminemos con la certeza de que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado corazón de María vencerán al fin de los tiempos.

Estos episodios quieren arrebatarnos nuestra fe y extinguir nuestra esperanza, pero nosotros creemos y sabemos que Dios es capaz de transformar nuestra historia e iluminar incluso los acontecimientos mas obscuros que tengamos que pasar, hoy ante este momento de gran obscuridad deseo elevar una plegaria al cielo con el corazón atribulado pero a la vez confiado y junto con el salmista decir:” aunque camine por cañadas obscuras nada temo porque Tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad” (Salmo 23,4).

La fe y el celo por la salvación de las almas me mueve a orar por quienes han perpetrado este ataque y todos los que infringen violencia en nuestro país y en el mundo entero, para que convirtiendo sus corazones al Señor puedan enmendar su camino y ser verdaderamente hijos del Dios que es Amor.

Pido a la patrona de la Diócesis, nuestra Señora de la Soledad que ella que es Madre de todos los dolores, consuele a las familias que están sufriendo por esta terrible tragedia, y ella que es consuelo de los afligidos les abrace con sus manos maternales y a todos nos ayude a conquistar para nuestra Diócesis, para nuestro Estado y para nuestro país La Paz que sólo su Hijo Jesucristo que vive y reina inmortal y glorioso nos puede dar.

Con profundo amor les imparto a todos de todo corazón mi bendición

Curia de la Diócesis de Irapuato, Gto., 18 de marzo de 2025.

+ Enrique Díaz Díaz
Il Obispo de Irapuato

Pbro. Lic. José Diego González Páramo
Canciller

Más información: Desde la Fe / Emaús semanario / Obispo Enrique Díaz Díaz

Desapariciones y exterminios

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Estupor, indignación, vergüenza y desconcierto ha causado el descubrimiento, hecho por madres buscadoras de desaparecidos, de un lugar cercano a Guadalajara donde se encontraron muchos restos humanos, al parecer algunos calcinados, así como zapatos, tenis, mochilas y ropas de personas, en su mayoría jóvenes, masacrados allí presuntamente por integrantes del cártel Jalisco Nueva Generación. Era un campo donde se les reclutaba, atraídos dolosamente con promesas de un buen trabajo y buenos sueldos, pero los entrenaban para secuestrar, traficar drogas, extorsionar y matar; si no seguían todas las órdenes criminales, los torturaban o eliminaban. ¿A tanto ha llegado la deshumanización? Esto sucede en Jalisco, Estado tradicionalmente considerado con uno de los más altos porcentajes de catolicismo, y el líder de ese cártel se considera católico. ¿Cómo es posible esta contradicción? Lo que les mueve no es la fe ni el bien común, sino el dinero, el negocio, el obtener ganancias a como dé lugar, el poder, el uso de armas de grueso calibre, el dominio sobre otras personas. Son hijos de las tinieblas que usan su inteligencia no para hacer el bien, sino para dañar y destruir. Como Iglesia, también nos cuestionamos en qué hemos fallado; pero esas personas no hacen caso a nuestra palabra, a nuestras catequesis, a nuestras exhortaciones.

Este hecho no es aislado. Ha estado sucediendo desde tiempo atrás en varias partes de nuestro país. Hace unos diez años, a un sobrino mío lo levantaron y se lo llevaron a la sierra de Guerrero, para cultivar droga. A él y a otros los tenían como esclavos; les daban cualquier cosa de comer, los vigilaban con ametralladoras para que no se escaparan y los torturaban. Mi sobrino logró escapar, gracias a tantas oraciones que hicimos por su liberación, y nos narró todo cuanto les hacen.

Con menor o mayor saña criminal, en varios lugares aparecen cuerpos desmembrados, descabezados, cadáveres colgados en puentes, disueltos en ácido, arrojados en barrancas, asesinados a balazos, desaparecidos sin dejar rastro. ¡Cuánta maldad! Se dice que, para que los reclutados lleguen a esos extremos, los drogan, los adoctrinan y los amenazan con que, si no lo hacen, los matan a ellos o a sus familias. ¿Y nuestras autoridades? Se echan las culpas unos a otros. En el sexenio anterior, con el pretexto de no continuar la guerra contra el narco, implementaba en otro sexenio, se les dejó con bastante libertad y tolerancia. Se adujo la estrategia de atender las causas de la violencia, ofrecer trabajo, estudio y apoyos económicos a los jóvenes, pero crecieron mucho el crimen y la descomposición social. A pesar de estos resultados tan catastróficos, todavía hay quienes defienden esa estrategia, exculpan al gobernante anterior y siguen apoyando su causa.

ILUMINACION

El Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre La Iglesia en el mundo, describe con realismo lo que sucede en la humanidad, pero ofrece a Jesucristo como camino, verdad y vida: “El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o servirle.

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época” (GS 9-10).

El episcopado mexicano, por su parte, “expresa su profunda indignación y dolor ante el reciente descubrimiento de un campo de entrenamiento y exterminio del crimen organizado. Este hallazgo constituye una de las expresiones más crueles de maldad y miseria humana que hemos presenciado en nuestro país. Como pastores de la Iglesia en México:

1. Denunciamos con profunda preocupación que existan muchos lugares como este en nuestra nación, los cuales son sitios donde se han cometido los más graves delitos contra la humanidad. Estos actos atentan directamente contra la dignidad sagrada de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios.

2. Señalamos que estos hallazgos ponen en evidencia la omisión irresponsable de autoridades gubernamentales de los tres niveles ante uno de los problemas más críticos que enfrenta el país: la desaparición de personas. Esta realidad exige una respuesta inmediata, contundente y coordinada del Estado mexicano.

3. Manifestamos nuestro extrañamiento porque, mientras se presume que bajan un 15% los asesinatos dolosos, se trata de ocultar que crecen un 40% las desapariciones. Desafortunadamente la mayor parte de estas víctimas son nuestros jóvenes.

4. Reconocemos y exaltamos la extraordinaria labor de las madres buscadoras y distintas organizaciones ciudadanas que, impulsadas por su dolor, valentía y tenacidad, son las que verdaderamente consiguen avances en la búsqueda de sus seres queridos y realizan hallazgos decisivos que mantienen vivo el clamor por la justicia. Su testimonio nos interpela a todos como sociedad.

5. Exhortamos respetuosamente a las autoridades a: – Investigar exhaustivamente estos hechos con transparencia y eficacia. – Dejar de evadir su responsabilidad o de intentar ocultar esta realidad. – Fortalecer urgentemente, entre los tres niveles de gobierno, los mecanismos de búsqueda e identificación de personas desaparecidas. – Implementar políticas efectivas que prevengan estos crímenes atroces y garanticen la no repetición. Como sociedad y como nación debemos comprometernos a un rotundo: ¡NUNCA MÁS! – Romper definitivamente con las alianzas que pudieran existir entre el crimen organizado y algunos ambientes políticos, para liberar a México de esta decadencia moral.

6. Ofrecemos nuestra participación en espacios de diálogo y colaboración, para atender esta crisis humanitaria, acompañar a las víctimas y contribuir a la reconstrucción del tejido social tan lastimado por estos actos de violencia extrema” (12-III-2025).

ACCIONES

Desde nuestras familias, grupos y comunidades parroquiales, convirtámonos al Señor Jesús, hagamos más caso a su Palabra, sobre todo en este tiempo de Cuaresma. El nos invita siempre al respeto y al amor a toda persona. ¡En Cristo está nuestra salvación!

Si el pecador se arrepiente…

Palabras para la Cuaresma

Por: P. Enrique Sánchez G., mccj

“Esto dice el Señor: “si el pecador se arrepiente de los pecados cometidos, guarda mis preceptos y practica la rectitud y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá; no me acordaré de los delitos que cometió; vivirá a causa de la justicia que practicó. ¿Acaso quiero yo la muerte del pecador, dice el Señor, y no más bien que enmiende su conducta y viva?” (Ezequiel 18, 21-ss).

La profecía de Ezequiel nos llega en este tiempo como una bocanada de aire fresco para nuestro espíritu. Nadie entre nosotros puede ufanarse o presumir de vivir exento de pecado. Todos, hasta el más justo y santo tiene que luchar a diario contra la tentación, contra las astucias del mal que trata de llevarnos por sus caminos con sus engaños y promesas de una felicidad que se esfuma y decepciona, porque no es fruto del amor ni de la verdad.

Todos descubrimos a diario muchas situaciones en las cuales nos decimos que las cosas podrían haber sido distintas y que el bien estaba a nuestro alcance, pero nos dejamos engañar por el mal que busca mil estrategias para hacernos caer.

Somos pecadores, eso es algo que no necesitamos rompernos demasiado la cabeza para darnos cuenta. Pero cuando nos acercamos al Señor y dejamos que su Espíritu empiece a hacer su obra en nosotros, entendemos que el problema no es que seamos pecadores, sino que encontremos placer en permanecer en esa situación. El pecado, por nuestra condición humana, nos acompañará hasta el final de la vida y siempre estaremos expuestos a vivir esa experiencia.

La buena noticia que nos anuncia el profeta Ezequiel es que hay una posibilidad de ir más allá de nuestra fragilidad y nos habla de un proyecto de Dios que hace que no acabemos vencidos por nuestra pobreza, nuestra debilidad e incluso por la maldad que podemos descubrir en nuestros corazones.

Dios nos ofrece un camino, unos instrumentos que nos pueden liberar del pecado, él nos invita a apropiarnos sus preceptos, a vivir siguiendo sus mandamientos, a ordenar nuestra vida teniendo como criterio el amor. Nos invita a ser instrumentos de justicia y a buscar el bien de los demás.

Quien practica la rectitud y la justicia, dice Ezequiel, esa persona se pone en condiciones de alejarse del mal y, por lo tanto, se aleja del pecado y de la muerte. Quien vive haciendo el bien y preocupado por servir y respetar a los demás, se convierte en una persona que vive en plenitud y se aleja de todas las situaciones de muerte que son frutos del pecado.

Y, precisamente, eso es lo que Dios quiere de nosotros. Dios no desea la muerte ni la destrucción del pecador; Dios sueña con su conversión, con el cambio y la enmienda que lo lleve a reconocer la presencia del bien como llamado personal, como meta de su caminar y manifestación plena de la vida de Dios en su peregrinar por este mundo.

Tal vez sea hoy el momento oportuno para que también nosotros, con humildad reconozcamos nuestros pecados, pero, sobre todo, para que nos demos cuenta de que Dios nos está brindado una oportunidad extraordinaria para hacernos cargo con responsabilidad de esa realidad que llevamos en nosotros.

Sí, somos pecadores, pero Dios nos está dando la oportunidad de liberarnos de todo aquello que nos tiene esclavizado, de todo aquello que descubrimos como realidades de muerte, de todo aquello que nos asfixia y no nos permite vivir plenamente gozando de la felicidad que el Señor nos propone.

Para tu reflexión personal

¿Cuáles son los pecados que más te afligen en este momento?
¿Qué experiencias de tu vida han amargado tu corazón y te tienen paralizado, aturdido y llenan tu corazón de oscuridad?
¿Identificas algunas injusticias que has cometido en tus relaciones con los demás?
¿Te entusiasma saber que Dios está entregado a quien más quiere, a su Hijo Jesucristo, para brindarte una posibilidad de vida y de libertad?
¿Estás dispuesto a retirarte de tus pecados para confiar más en la misericordia y en la bondad del Señor?
¿Cuáles son los signos de rectitud y de justicia en tu vida que puedes seguir practicando para consolidar la vida de Dios en tu caminar?

Jornada de vigilia y luto nacional. Teuchitlan, ¡Nunca más!

Este fin de semana están teniendo lugar en distintas ciudades de la República Mexicana actos de oración, de vigilia y de apoyo a tantas familias que han perdido a sus hijos. El reciente descubrimiento de un campo de entrenamiento y de exterminio del crimen organizado el Teuchitlán, Jalisco, en el que se han encontrado evidencias de exterminio de personas, nos ha conmocionado a todos.

Ayer sábado, 15 de marzo, hubo un acto en el Zócalo de la Ciudad de México en el que se leyó un manifiesto, se escuchó a las familias de los desaparecidos y se rezó por ellos. En el suelo y frente al Palacio presidencial, se dibujó un gran croquis reproduciendo lo que era el rancho Izaguirre, en el municipio de Teuchitlán: Zona de confinamiento, estancia, baños, cocina, fosas… En cada zona se pusieron zapatos y veladoras, recordando a tantos jóvenes que allí fueron confinados, maltratados, asesinados y cremados, recordando el horror de Auschwitz.

Cientos de personas de todos los colores políticos y de diferentes creencias religiosas nos unimos al dolor de tantas madres buscadoras, de padres desesperados porque no saben nada de sus hijos, hermanos, hermanas, familiares y amigos de miles de jóvenes que el crimen organizado ha secuestrado, torturado y exterminado de la manera más cruel.

Antes del acto, a las 15h., se celebró en la Catedral Metropolitana una misa presidida por Mons. Javier Acero, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México, en la que se rezó por todos los desaparecidos y por sus familiares. Mons. Acero habló claro y fuerte, condenando actos que recuerdan la etapa más triste en la historia de la humanidad. Pidió perdón si en algún momento las familias de los desaparecidos no encontraron en sus pastores el apoyo, la empatía o la escucha que necesitaban e instó al gobierno de México a no ignorar lo que ya es una evidencia.

Hoy domingo continuarán los actos en diferentes partes del país. Ojalá que hechos como éste no se repitan nunca más. Ojalá que las autoridades, a todos los niveles, hagan lo necesario para que esto no vuelva a suceder. Ojalá que no se ignore más la realidad de los desaparecidos en México. Ojalá que en este tiempo de Cuaresma, los corazones de los responsables se ablanden y tomen conciencia de lo que están haciendo con nuestros jóvenes, que son el futuro de este país.

Teuchitlán, ¡Nunca más!

P. Ismael Piñón, mccj

II Domingo de Cuaresma. Año C

Del Rostro a los rostros

Año C – Cuaresma – 2º domingo
Lucas 9,28-36: “¡Qué bien estamos aquí!”

Nuestro camino cuaresmal prevé varias etapas, seis para ser exactos, tantas como los domingos de la Santa Cuaresma.
Cada año, la Cuaresma nos presenta en el primer domingo el pasaje de las Tentaciones y en el segundo el de la Transfiguración. Estos dos evangelios son fundamentales en el camino cuaresmal, casi como un recordatorio de que la vida cristiana no existe sin tentación, pero tampoco sin momentos de luz y transfiguración.

Este año leemos a San Lucas. La versión de la Transfiguración de Jesús en el Evangelio de Lucas (9,28-36) presenta algunas características peculiares en comparación con los relatos paralelos de Mateo (17,1-8) y Marcos (9,2-8). Tres son las principales peculiaridades del relato de Lucas:

  • El contexto de la oración. Lucas subraya que la Transfiguración ocurre durante la oración: “Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago y subió al monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió” (Lc 9,28-29). Este es un tema característico de Lucas, quien frecuentemente presenta a Jesús en oración antes de eventos importantes.
  • El tema del diálogo. Solo Lucas especifica el contenido de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías: “Hablaban de su éxodo, que iba a cumplirse en Jerusalén” (Lc 9,31). El uso del término “éxodo” es muy significativo: evoca la liberación de Israel de Egipto y prefigura la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús como una nueva liberación.
  • El sueño de los discípulos. Solo Lucas menciona que Pedro, Juan y Santiago se duermen: “Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño, pero al despertar vieron su gloria” (Lc 9,32). Este episodio anticipa su sueño en el Huerto de los Olivos (Lc 22,45), creando un paralelo entre la Transfiguración y la Pasión.

Una experiencia de belleza y luz

Hemos escuchado en el evangelio el relato de lo sucedido en la montaña. Se trata de una experiencia exaltante de belleza y de luz; una epifanía trinitaria (Jesús, la Voz del Padre y la Nube y la Sombra, símbolos del Espíritu Santo); un encuentro entre lo humano y lo divino; un diálogo entre la Palabra (Cristo), la Torá (Moisés) y los Profetas (Elías); un temor sagrado al entrar en la nube luminosa; una escucha de la Voz que proclama: “Este es mi Hijo, el Elegido; escuchadle”. Aquí se nos ofrece un anticipo de la experiencia de la resurrección de Jesús y de nuestra bienaventuranza.

La fuente de esta luz y belleza es el rostro de Cristo. “El aspecto de su rostro cambió”, dice Lucas. “Su rostro resplandecía como el sol”, dice Mateo (17,2). Todos buscamos ese rostro, como dice el salmista: “Tu rostro, Señor, buscaré” (Salmo 26,8). Ese rostro nos revela nuestra identidad más profunda, nuestro verdadero rostro, oculto detrás de tantas máscaras y disfraces. Del encuentro con Cristo salimos transfigurados, con un rostro radiante, como Moisés cuando salía de la presencia de Dios (Éxodo 34,35).

Solo quien ha contemplado la belleza de ese Rostro puede también reconocerlo en el “Ecce Homo” y en todos los rostros marcados por el sufrimiento y la injusticia.

Espejo de la gloria del Señor

La Transfiguración no es solo el misterio de la metamorfosis de Jesús, sino también de nuestra propia transformación y de toda la realidad que nos rodea. Todo lo que es iluminado por su luz responde revelando su belleza interior y su profunda armonía. La vida cristiana en sí misma es una experiencia de transfiguración continua hasta la transfiguración final de la resurrección, como nos anuncia Pablo en la segunda lectura de hoy: “El Señor Jesucristo… transformará nuestro humilde cuerpo para conformarlo a su cuerpo glorioso” (Filipenses 3,20).

El verbo griego utilizado aquí para ‘transfiguración’ o ‘metamorfosis’, metamorphein, es muy raro en el Nuevo Testamento. Solo aparece aquí, en el relato evangélico de la Transfiguración (Mateo 17,2; Marcos 9,2), y dos veces en los escritos de Pablo (Romanos 12,1-2; 2 Corintios 3,18), siempre en forma pasiva.

Especialmente interesante es la afirmación del apóstol Pablo en 2 Corintios 3,18: “Y todos nosotros, con el rostro descubierto, reflejamos como en un espejo la gloria del Señor y nos vamos transformando en su misma imagen, de gloria en gloria, según la acción del Espíritu del Señor”. Es un texto bellísimo, digno de ser guardado en la memoria del corazón. Aquí es el rostro del cristiano el que es iluminado por la luz del rostro de Cristo y refleja su gloria como un espejo. Esta luz no es un acontecimiento transitorio, sino que opera en nosotros una metamorfosis. Nos convertimos en lo que contemplamos. Si alimentamos nuestra mirada, nuestra imaginación y nuestra alma con imágenes de una belleza superficial y efímera, nos descubriremos desnudos e incluso desfigurados. Si alimentamos el corazón con la verdadera belleza, la reflejaremos en nosotros mismos.

El misterio del Rostro y de los rostros

La montaña de la Transfiguración tiene dos vertientes: la de la subida a la montaña, para contemplar al Señor (experiencias luminosas de oración), y la del descenso al valle, a nuestra vida cotidiana con su monotonía y sus fealdades. Son los dos rostros de la vida, que estamos llamados a reconciliar. El rostro de Cristo, “El más hermoso de los hijos de los hombres” (Salmo 45,3), es el de la Transfiguración y el del Resucitado, pero también el del Siervo de Yahvé que “no tenía apariencia ni belleza para atraer nuestras miradas, ni esplendor para que nos agradara” (Isaías 53,2).

Es fácil decir con Pedro: “¡Señor, qué bien estamos aquí!”. Más difícil es llegar a decir, como el escritor católico británico G.K. Chesterton, al lado de un amigo moribundo, contemplando su rostro pálido por la muerte: “¡Fue hermoso para mí estar allí!”.

Recuerdo un episodio contado por mi compañero, el P. Alex Zanotelli, ocurrido en el barrio marginal de Korogocho, en Nairobi. Cuando preguntó a una joven que estaba muriendo de sida quién era Dios para ella, tras un momento de silencio, le respondió: “¡Dios soy yo!”.

Esta es la meta y la misión del cristiano: reconocer y dar testimonio de la Belleza de Dios en las realidades, incluso en las más dramáticas, de la vida.

Para la reflexión personal de la semana: reflexionar sobre cómo cultivar momentos de exposición a la luz del rostro de Cristo.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Se transfiguró
P. Enrique Sánchez González, mccj

”En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén. 
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban , Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos al verse envueltos por la nube se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”. ( Lucas 9, 28-36)

Hace sólo una semana el Evangelio nos presentaba a Jesús en el desierto haciendo la experiencia de las tentaciones. Esas tentaciones nos permitían  ver que Jesús había asumido completamente nuestra condición humana. Jesús se hizo hombre y vivió su condición humana en todo, hasta en la fragilidad y en la pobreza que todos experimentamos cuando nos confrontamos con  nuestras necesidades básicas como son el comer, el ser reconocidos y apreciados, el querer ocupar un lugar en nuestra sociedad y el tener que reconocer a Dios como la presencia que nos hace vivir.
Jesús, venciendo las tentaciones, nos introduce en el camino cuaresmal ayudándonos a entender que lo muy humano que llevamos con nosotros es punto de partida para entender que la plenitud de nuestra existencia la lograremos sólo cuando entendamos que es la presencia de Dios en nosotros lo que nos da una identidad. 
No vivimos de lo que llena el vientre y nuestra seguridad no está en lo que podamos acumular o atesorar en este mundo; lo que nos da seguridad o autoridad no son la apariencia o el poder , sino la capacidad de amar y de servir.
Somos verdaderamente humanos cuando, con humildad y sencillez, aceptamos que vivimos de la Palabra, de la presencia de Dios en nuestros corazones. Y Jesús se pone delante de nosotros en este tiempo para indicarnos el camino a seguir. 
El camino hacia la Pascua es para todos, para quienes nos vamos identificando con la persona de Jesús y poco a poco nos esforzamos por hacer nuestro su estilo de vida, su experiencia humana y divina. Avanzando en el camino cuaresmal nos iremos introduciendo en el misterio de la pasión, de la muerte y de la resurrección del Señor para reconocer en él el don de Dios que se entrega por amor.
El Evangelio de este segundo domingo de cuaresma nos presenta a Jesús en todo el esplendor de su divinidad. La presencia de Moisés y de Elías  nos recuerdan que Dios se había manifestado en el tiempo a través de la Ley que le había sido sido confiada a Moisés y por todo el ministerio de los profetas a quienes representa Elías que había sido llevado al cielo reconociéndole su labor profética. 
Pero ahora aparece ante la mirada de los apóstoles Jesús a quien están llamados a reconocer como aquel en quien la Ley y todo lo que habían anunciado los profetas llega a su cumplimiento. Jesús es reconocido y presentado por su Padre, como su Hijo escogido, el predilecto, dirá en otro pasaje del evangelio. 
Es en Jesús en quien se realiza el plan de Dios y el que llevará a cabo todo lo que el Padre soñó como proyecto de amor por la humanidad. A Jesús es a quien se tiene que escuchar y seguir ahora como al único que nos revela que Dios ha querido entregarse a nosotros por el grande amor que nos tiene.
El Jesús totalmente hombre, el de las tentaciones, y el Jesús plenamente Dios es quien se pone en camino hacia Jerusalén para entregarse, para dejarse maltratar y humillar, para hacer de su vida una ofrenda sobre la cruz. Es él el que resucitará al tercer día después de su muerte para enseñar que todo le fue sometido y entregado por su Padre, para poder manifestar cuánto amor ha tenido Dios por toda la humanidad.
Eso que llamamos el misterio de la redención, los discípulos que habían acompañado a Jesús hasta aquel monte no acababan por entenderlo. ¿Cómo era posible que Dios se entregara de esa manera? ¿Por qué Jesús tendría que pasar por el camino de la cruz? ¿Cómo un Dios tan grande y ten bondadoso podía terminar clavado en una cruz, en la más humillante de las muertes a la que podía ser condenado un ser humano?
Los discípulos que no lograban entender nada de ese misterio iban a necesitar hacer un largo camino que exigiría silencio y contemplación. Exigiría seguimiento y cambio de mentalidad. Obligaría a la fidelidad y a la perseverancia, al abandono y a la confianza total. Y todo ese no se lograría con explicaciones claras y con catequesis profundas. Se necesitaría hacer el mismo camino y pasar por las mismas circunstancias del maestro. Se les exigiría aprender a perder la vida, a renunciar a ellos mismos para ofrecer la propia vida a los demás, en un gesto gratuito de generosidad, pero, sobre todo, de amor.
En el monte de la transfiguración los discípulos entendieron que estaban siendo testigos del amor más grande que ha existido y que existirá en la historia de la humanidad. Dios mismo, en la persona de Jesús se ponía en camino para demostrarnos cuánto amor nos ha tenido. Nos amó tanto que se entregó por nosotros en la sangre que derramó Jesús sobre la cruz. Ahí es en donde se entiende que Dios es amor.
La transfiguración es el segundo momento en el cual el Padre da testimonio de Jesús reconociéndolo como su hijo muy amado que entrega por nosotros. La primera vez fue cuando Jesús se pone en la línea de los pecadores para identificarse con la humanidad frágil y pecadora que necesita del amor redentor que Jesús nos trae. En estos dos momentos el Padre invita a todos los que serán discípulos de Jesús a escucharlo y a seguirlo. Y sabemos que no ha habido otro camino que nos lleve al corazón mismo de Dios. 
Al final del evangelio habrá alguien más que tomara la voz de toda la humanidad para reconocer, en una expresión de fe profunda, que efectivamente Jesús es el Hijo de Dios. Aquel centurión que viendo morir a Jesús con el corazón abierto, fue él quien tomó la palabra para decir algo que nos toca actualizar y pronunciar con nuestras humildes palabras.
El silencio que se apoderó de Pedro, Santiago y de Juan, es la experiencia que estamos invitados a vivir también hoy en el camino que nos toca recorrer con el anhelo de vivir la experiencia de la conversión personal y comunitaria. También hoy, cada uno de nosotros estamos invitados a reconocer cómo Jesús se transfigura ante nosotros para que nos demos cuenta que este es el tiempo adecuado para ponernos en camino. Es el mejor tiempo para liberarnos de todo aquello que nos tiene atorados en nuestras dudas y en nuestros miedos. Es tiempo para reconocer a Jesús como Dios que nos tiende la mano y nos invita a confiar en él.
De lo profundo de nuestras nubes el Señor nos llama a escuchar a su Hijo, a dejar que su Palabra se vaya convirtiendo en cimiento de todo lo que vamos construyendo como proyectos de vida. Escúchenlo, nos dice el Padre, porque sólo él es quien puede abrir caminos de auténtica felicidad, sólo él es quien nos puede hacer libres, sólo él es quien nos puede sacar de nuestras tinieblas y de todo aquello que nos tiene paralizados por tantos miedos que no nos dejan vivir en auténtica fraternidad.
Escúchenlo, para que haciendo caso a sus palabras no se pierdan en los laberintos y en las trampas de este mundo que trata de llevarnos por caminos que no son los de Dios. 
Pidamos al Señor la gracia de la docilidad y de la disponibilidad para ponernos en camino con el corazón lleno de la certeza de que Jesús nos llevará siempre por un camino seguro y que nunca nos defraudará. Que el ejemplo del silencio de los apóstoles nos ayude a crear en nosotros un clima de recogimiento y de oración para que acojamos con gratitud la Palabra que el Señor irá sembrando en nuestros corazones durante nuestro peregrinar cuaresmal.


El rostro del Transfigurado no quiere rostros desfigurados
Romeo Ballan, mccj

¡Contemplar el rostro! La antífona de entrada nos brinda una clave de lectura del Evangelio de la Transfiguración y de otros textos bíblicos y litúrgicos de este domingo: “Busquen mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro”. Una respuesta a tan insistente súplica llega desde un monte, donde Jesús se transfiguró ante tres discípulos escogidos: “el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos” (v. 29). La Transfiguración que los tres evangelistas sinópticos nos narran es un pasaje misterioso, difícil de interpretar, porque presenta una experiencia en el límite entre lo humano y lo divino; usa un lenguaje simbólico, frecuente en la Biblia, toda vez que se habla de manifestaciones de Dios: monte, nube, luz, voz… Para los tres discípulos fue una experiencia fuerte, entusiasmante: Es bueno estarnos aquí, exclama Pedro.

Los evangelistas insisten sobre el resplandor luminoso que manifiesta al exterior la identidad de Jesús; en efecto, la luz es signo del mundo de Dios, del gozo, de la fiesta. Aquí la luz no viene de afuera, sino que mana desde dentro de la persona de Jesús. Con razón, Lucas subraya que Jesús “subió a lo alto de la montaña, paraorar, y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió” (v. 28-29). De la relación con su Padre, Jesús sale dinámicamente transformado: la plena identificación con el Padre resplandece en su rostro. La oración transforma, te cambia la vida, te ayuda a mirar la realidad de manera diferente, con los ojos de la fe. En esa experiencia sobre el monte los discípulos intuyen que el rostro de Jesús revela el rostro de Dios, que ese hombre Jesús es realmente el Mesías. Lo entenderán plenamente cuando Él resucite (cfr. Mt 17,9), y también los discípulos serán radicalmente transformados: entonces lo comprenderán y lo anunciarán a toda criatura (cfr. Mc 16,15).

El camino de transformación interior es el mismo para Jesús que para el discípulo y el apóstol: la oración, vivida como escucha-diálogo de fe y de humilde abandono en Dios, tiene la capacidad de transformar la vida del cristiano y del misionero. En efecto, la oración es la experiencia fundante de la misión. Esta fue también la experiencia de Pedro, muy convencido de no haber seguido “fábulas ingeniosas”, habiendo sido “testigo ocular… estando con Él en el monte santo” (2P 1,16.18). Entre la confusión y el susto (v. 33.34), Pedro hubiera querido evitar ese misterioso éxodo -esa extraña salida que se iba a consumar en Jerusalén- del que hablaban Moisés y Elías con Jesús (v. 31); hubiera querido detener en el tiempo esa hermosa visión del Reino (v. 33) como una perenne fiesta de las Tiendas (Zac 14,16-18). “¡Escúchenlo!” dijo la voz desde la nube (v. 36). Escuchar, contemplar, en silencio… Es esta la primera actitud necesaria en presencia de lo sagrado: de Dios, de la Eucaristía, de los santos…

Pedro ha tenido que salir de sus esquemas mentales -meramente humanos- para entrar en la manera de pensar de Dios (Mt 16,23). Lo mismo ocurrió con Abrahán (I lectura), del cual el segundo domingo de Cuaresma nos suele presentar unos aspectos de la vida (la llamada, el hijo Isaac, la alianza). A Él

-anciano, sin tierra y sin hijos- Dios promete una tierra y una descendencia, pero le pide a cambio la absoluta adhesión del corazón, la fidelidad a la alianza (v. 18). Abrahán aprende que el hecho de creer no es una acción periférica, marginal, sino el desplazamiento del eje de gravedad de la vida sobre Dios. Por la fe, como explica S. Pablo (II lectura), tenemos la fuerza de permanecer firmes en el Señor (v. 4,1) aun en medio de las pruebas, no “como enemigos de la cruz de Cristo” (v. 18), sino como amigos que lo esperan como Salvador (v. 20).

El rostro transfigurado y fascinante de Jesús es un preludio de su realidad post-pascual y definitiva; la misma que se nos ha prometido a nosotros. En esta vocación a la vida y a la gloria se funda la dignidad de cada persona humana, que por ningún motivo ha de sufrir desfiguraciones. Lamentablemente, también hoy, en todos los países, el rostro de Jesús es a menudo desfigurado en muchos rostros humanos, como afirman los Obispos latinoamericanos en el documento de Puebla (México, 1979): rostros de niños enfermos, abandonados, explotados; rostros de jóvenes desorientados y frustrados; rostros de indígenas y de afroamericanos marginados; rostros de campesinos relegados y explotados; rostros de obreros mal retribuidos, desempleados, despedidos; rostros de ancianos marginados de la sociedad familiar y civil (n. 31-43). La lista podría ampliarse con las situaciones que cada cual conoce en su ambiente. Se trata de llamadas apremiantes a la conciencia de los responsables de las naciones y a los misioneros del Evangelio. Misión es devolver y garantizar la dignidad y la sonrisa a los rostros afeados y desfigurados.


ESCUCHAR A JESÚS
José A. Pagola

Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente “La transfiguración del Señor”. Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una “teofanía” o revelación de Dios.

Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente “para orar”, no para contemplar una transfiguración.

Todo sucede durante la oración de Jesús: “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió”. Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.

En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.

Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues “se caían de sueño” y solo “al espabilarse”, captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que “no sabía lo que decía”.

Por eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: “Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle”. La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.

Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente “interiorizar” nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.

Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.

http://www.musicaliturgica.com


Comentario sobre el evangelio de la Transfiguración
Mauricio Zundel

La Cruz revela un camino

El comentario más hermoso del Evangelio de la Transfiguración es la frase de una niñita el día de su primera comunión: “¡Él me eclipsa!”¡ Qué profunda experiencia en esa frase! Representa una confidencia tan auténtica y admirable. “A mí ¡Él me eclipsa!”¡ Qué mayor beneficio que ése! ¡Qué gracia más grande, qué realización más profunda para llevar al universo su luz y su alegría!

La Cruz es símbolo de la gracia. Es la señal del cristiano, pero es el aspecto de la Nueva Alianza. La Cruz manifiesta un don infinito de amor que revela la grandeza de Dios y la nuestra. Justamente, lo que la Transfiguración nos muestra es que la Cruz no es el fin sino el camino. Ella revela la libertad infinita de nuestra vida. Es la plenitud, el infinito dentro de nosotros, en cada uno, como un evangelio que debemos llevar y realizar en todo el universo.

El mundo tiene necesidad de un espacio infinito

La ciencia concibió un cerebro electrónico más poderoso que el nuestro. Nos introduce en un universo de robots, en que el hombre se vuelve inútil, en que se puede imaginar una ciencia organizada por autómatas. Y tal mundo es ´legítimo en sí, en la medida en que ofrece a la libertad instrumentos perfectos, pero sin libertad, sin amor, todo eso es caricatura de la vida, todo eso hace imposible el despliegue de energías que hay en nosotros, todo eso no corresponde a los sueños que llevamos en el corazón.

Ese mundo necesita ahora un espacio infinito e ilimitado que sólo nosotros podemos crear. Porque existe un mundo verdadero que aún no existe, pero que será en la medida en que lo querremos. Toda nuestra capacidad de sufrir, todos los desgarres que pueden hacer de nuestra vida un valle de lágrimas, no son sino la revelación en negativo de nuestra capacidad de alegría, de grandeza y de transfiguración. Si el hombre puede sufrir, es que está llamado a una grandeza infinita. Si nos pueden desgarrar, es que tenemos una vocación de bien infinito.

El mundo debe llegar a ser realmente transfigurado

Y ¿Cómo realizar esta vocación de vida? ¿Cómo ser capaz de poseer una libertad cada vez más amplia y más universal? ¿Cuál es el secreto de nuestra grandeza? ¿Cómo será el mundo verdaderamente un mundo transfigurado, ese sol, esa luz, sino por ese Amor del que la niñita decía: “Él me eclipsa” ? la luz solo puede nacer de la distancia de nosotros a nosotros mismos, de la liberación del universo, en el movimiento oblativo de una desapropiación radical. A eso nos invita Cristo, a la alegría, a la apertura del alma, pero justamente por el vacío que se debe realizar en nosotros a fin de dar el espacio en que la grandeza pueda manifestarse y comuni¬carse. ¡Qué de sufrimientos hay en el mundo! ¡Cuánta desesperanza! Pero todo eso puede ser iluminado, todo eso puede convertirse en capacidad creadora en la medida en que el amor de Dios nos anima, en la medida en que lo dejemos comunicar en el silencio del alma, a través de nosotros.

La Cruz es el camino abierto para el advenimiento de un universo transfigurado

¡Ah, cuánta necesidad tiene Dios de nosotros! ¡Y cómo suspira por él la humanidad! Toda nuestra potencia técnica necesita ser equilibrada por el don de un amor sin retorno, y de ese amor solo podemos tomar conciencia y solo podemos ver a Dios en el universo que puede nacer de cada latido de nuestro corazón.

La Cruz no es el fin. El fin es la alegría. El sufrimiento solo puede ser instrumento de nuestra grandeza y, finalmente, nuestra grandeza está en ser espacio de luz y amor, en hacer de nuestra existencia una realidad oblativa y hacer de todo nuestro ser una relación de amor con el Dios que es el eterno Amor. La Cruz no es dolorismo. Es el camino abierto para una libertad creadora y en fin para el advenimiento de un universo transfigurado. “¡Amigo mío, sube más arriba!”

“Él me eclipsa.” Entremos en ese misterio por una desapropiación cada vez más profunda de nosotros mismos. Él es el sol que hace cantar los vitrales. De eso se trata, ¡de que seamos el vitral donde pueda brillar el sol divino! Pidamos a Cristo pidámosle al Señor que nos sane de nosotros mismos y que haga de nosotros un vitral donde transparente el sol divino escondido en nuestros corazones y confiado a la generosidad de nuestro amor.

Homilía en el Cairo, en 1966. Inédita.
http://www.mauricezundel.com


LA ANTICIPACIÓN DEL TRIUNFO DE JESÚS Y DE NUESTRO TRIUNFO
José Luis Sicre

El domingo 1º de Cuaresma se dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua; no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda a enfocar adecuadamente estas semanas.

El contexto: la promesa

Jesús ha anunciado que debe padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Y ha avisado que quienes quieran seguirle deberán negarse a sí mismos y cargar con la cruz.  Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y añade: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver el reinado de Dios». ¿Se cumplirá esa extraña promesa?

El cumplimiento: la transfiguración

Seis después tiene lugar este extraño episodio. El relato de Lucas, el que leemos este domingo, podemos dividirlo en dos partes: la subida a la montaña y la visión. Desde un punto de vista litera­rio es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.

La teofanía del Sinaí

Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presen­cia de Dios se expresa mediante la imagen de una densa nube, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testa­mento.

La subida a la montaña

Jesús sólo elige a tres discípu­los, Pedro, Santiago y Juan. Este dato no debemos interpretarlo solo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir algo tan grande que no puede ser presen­ciado por todos.

Lucas introduce aquí un cambio pequeño, pero importante. Marcos y Mateo dicen que subieron “a una montaña alta y apartada”; Lucas, que “subieron a la montaña para rezar”. La altura y aislamiento del monte no le interesa, lo importante es que Jesús reza en todas las ocasiones trascendentales de su vida.

La visión

En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.

1. La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas pala­bras: «En su presencia se transfiguró y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). La fuerza recae en la blancura del vestido de Jesús. Lucas, sin embargo, destaca que el cambio se produce mientras Jesús oraba, y se centra en el cambio de su rostro, no en el de sus vestidos: “Y, mientras orabael aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.” Lucas nos invita a contemplar una escena a cámara lenta, centrada en el primer plano del rostro de Jesús. Es un anticipo de las apariciones de Cristo resucitado, cuando su rostro es difícil de identificar para María Magdalena, los dos de Emaús y los discípulos en el lago.

2. La aparición de Moisés y Elías. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Según la tradición bíblica, sin Moisés no habrían existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípu­los (no a Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.

En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Pero son conse­cuencia de lo que ha dicho antes: «qué bien se está aquí». Es preferible quedarse en lo alto del monte a cargar con la cruz y seguir a Jesús hasta la muerte.

3. Como en el Sinaí, el monte queda cubierto por una nube.

4. Las palabras de Dios reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: “¡Escuchadle!” La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, sobre su propio destino y sobre el seguimiento y la cruz de sus discípulos.

Resumen

Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3) escuchan la voz del cielo.

Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vesti­dos tienen la expe­riencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revela­ción de Dios; 3) la voz del cielo les enseña que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.

La anticipación de nuestro triunfo (Filipenses 3,17-4,1)

A la comunidad de Filipos, igual que a otras fundadas por Pablo, llegaron misioneros cristianos, pero de tendencia radical, judaizante; convencidos de salvarse por observar una serie de normas alimentarias (“su Dios es el vientre”) y por la circuncisión (“se glorían de sus vergüenzas”). En consecuencia, aunque no lo reconozcan, para salvarse no es preciso que Jesús muera por nosotros, y “se comportan como enemigos de la cruz de Cristo”.

Frente a esta postura, los filipenses, seguidores de Pablo, no aspiran a cosas terrenas sino que aguardan a un salvador, Jesús, que transformará nuestro cuerpo humilde a semejanza del suyo glorioso. Esta promesa de la transformación de nuestro cuerpo es la que ha movido a elegir esta lectura, en paralelo con la del evangelio: la transfiguración de Jesús no solo anticipa su gloria sino también la nuestra.

La teofanía a Abrahán (Gn 15, 5-12. 17-18)

Abrahán, presentado como un pastor seminómada, recibe las dos mayores promesas que puede desear: una descendencia numerosa y una tierra donde asentarse. El texto podemos dividirlo en tres partes: la primera promete una descendencia numerosa como las estrellas; la segunda, la tierra (sin concretar de qué tierra se trata, se supone que la de Canaán); la tercera une los dos temas: la descendencia de Abrahán heredará la tierra (en este caso se le atribuye una extensión fabulosa).

No consigo entender por qué se ha elegido esta lectura. Probablemente porque la sección central hace referencia a una teofanía, y se la ha visto en paralelo con la transfiguración de Jesús. Pero cualquier parecido entre ambos relatos es pura coincidencia.

http://www.feadulta.com


LAS MISTERIOSAS RAZONES DEL CORAZÓN
Fernando Armellni

Introducción

“Perder la cabeza por alguien” significa, en lenguaje popular, enamorarse. El impulso de amar no niega lo racional, lo sobrepasa, abre horizontes, remonta el vuelo hacia un mundo de insospechadas emociones.

La fe es una elección ponderada. Jesús lo advierte a aquellos que quieren convertirse en discípulos suyos: “Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? (Lc 14,28). Pero es también un fiarse completa e incondicionalmente de Dios, un impulso de entrega hacia Él que requiere, por consiguiente, despojarse de este mundo y de su lógica. Es un perder la cabeza.

Francisco de Asís, presentándose desarmado al Sultán de Egipto durante la Cruzada, fue objeto de burla y tomado por loco por los cruzados. No estaba loco; simplemente seguía una lógica distinta; estaba enamorado de Cristo y creía verdaderamente en el Evangelio.

En lenguaje del Antiguo Testamento, para referir a este “perder la cabeza” se emplea la imagen del duermevela o del sueño. Durante “el sueño” de Adán es creada la mujer (cf. Gén 2,21); cuando “la modorra” se apodera de Abrahán, el Señor establece un pacto con él (primera lectura de hoy); en el monte de la Transfiguración, los tres discípulos contemplan la gloria del Señor cuando “son vencidos por el sueño” (evangelio de hoy). Parece como si el debilitarse u ofuscarse de las facultades del hombre es premisa necesaria para las revelaciones e intervenciones de Dios.

Es verdad: Solo quien pierde la cabeza por Cristo puede creer que, muriendo por amor, se llega a la Vida.

Evangelio: Lucas 9,28b-36

Este pasaje ha sido interpretado por algunos como una breve anticipación de la experiencia del paraíso, concedida por Jesús a un número restringido de amigos para prepararlos a soportar la dura prueba de su Pasión y muerte. Hay que estar siempre muy atentos cuando nos acercamos a un texto evangélico porque lo que a primera vista parece una crónica del acontecimiento puede revelarse, después de un examen más detenido, como un texto denso de teología redactado según los cánones del lenguaje bíblico. El relato de la Transfiguración, referido de manera casi idéntica por Mateo, Marcos y Lucas, es un ejemplo esclarecedor.

Hoy nos detendremos sobre algunos detalles significativos que solamente se encuentran en la versión de Lucas. Solo este evangelista especifica la razón por la que Jesús sube a la montaña: para orar (v. 28). Jesús solía dedicar mucho tiempo a la oración. No sabía desde el principio cómo se desarrollaría su vida, no conocía el destino que le esperaba; lo fue descubriendo gradualmente a través de las iluminaciones que recibía durante la oración.

Es en uno de esos momentos particularmente intensos que Jesús se da cuenta de que ha sido llamado a salvar a los hombres no a través del triunfo sino de la derrota. Hacia la mitad de su evangelio, Lucas comienza a revelar las primeras señales de fracaso: las multitudes, primero entusiastas, abandonan a Jesús; hay quienes lo toman por un exaltado, como un subversivo; sus enemigos comienzan a tramar su muerte. Es comprensible, pues, que él se interrogue sobre el camino que el Padre quiere que recorra. Por esto “subió a una montaña para orar”.

Durante la oración su rostro “cambió de aspecto” (v. 29). Este esplendor es signo de la gloria que envuelve a quien está unido a Dios. También el rostro de Moisés resplandecía cuando entraba en diálogo con el Señor (cf. Éx 34,29-35).

Todo auténtico encuentro con Dios deja alguna huella visible en el rostro humano. Después de una celebración de la Palabra vivida intensamente, todos regresamos a casa más felices, más serenos, más buenos, más sonrientes, más dispuestos a ser tolerantes, comprensivos, generosos; salimos con caras más relajadas que parecen reflejar una luz interior. La luz sobre el rostro de Jesús indica que, durante la oración, ha comprendido y hecho suyo el proyecto del Padre; ha comprendido que su sacrificio no terminaría con la derrota sino con la gloria de la Resurrección.

Durante la experiencia espiritual de Jesús, aparecen dos personajes: Moisés y Elías (vv. 30-31). Son el símbolo de la Ley y de los profetas y representan al Antiguo Testamento. Todos los libros sagrados de Israel tienen como objetivo conducirnos a dialogar con Jesús, están orientados hacia Él. Sin Jesús, el Antiguo Testamento es incomprensible, pero también Jesús, sin el Antiguo Testamento, permanece en un misterio. En el día de Pascua, para hacer comprender a sus discípulos el significado de su muerte y Resurrección, Jesús recurrirá al Antiguo Testamento: “Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él” (Lc 24,27).

También Marcos y Mateo introducen a Moisés y Elías, pero solamente Lucas recuerda el tema de su diálogo con Jesús: hablaban de su éxodo, es decir del paso de este mundo al Padre. La luz que le ha desvelado a Jesús su misión ha venido de la Palabra de Dios contenida en el Antiguo Testamento. Es allí que Él ha descubierto que el Mesías no estaba destinado al triunfo sino a la derrota; que tenía que sufrir mucho, ser humillado, rechazado por los hombres, como se dice del Siervo del Señor (cf. Is 53).

Los tres discípulos, Pedro Santiago y Juan, no comprenden nada de lo que está sucediendo (vv. 32-33). Son invadidos por el sueño. Es difícil pensar, aunque alguno así lo haya hecho, que los discípulos se adormecieran por la subida fatigosa a la montaña o porque la escena se desarrollara de noche (v. 37). No lo pide el contexto.

Caigamos en la cuenta de un detalle: en los pasajes del Evangelio que hacen alguna referencia a la Pasión y muerte de Jesús, estos tres discípulos son siempre víctimas del sueño. También en el huerto de los Olivos se dejan vencer por el sueño (cf. Mc 14,32-42; Lc 22,45). Es extraño que siempre en los momentos cruciales sientan esa irresistible necesidad de dormitar.

El sueño es frecuentemente usado por los autores bíblicos en sentido simbólico. Pablo, por ejemplo, escribe a los romanos: “Ya es hora de despertar del sueño… la noche está avanzada, el día se acerca” (Rom 13,11-12). Con esta llamada urgente, el Apóstol quiere sacudir a los cristianos del sopor espiritual, invitándolos a abrir la mente para comprender y asimilar la propuesta moral del Evangelio.

En nuestro relato, el sueño indica la incapacidad de los discípulos de entender y aceptar que el Mesías de Dios deba pasar a través de la muerte para entrar en su gloria. Cuando Jesús realiza prodigios, cuando la multitud lo aclama, los tres apóstoles se muestran bien despiertos; pero cuando Jesús comienza a hablar del don de la vida, de la necesidad de ocupar el último puesto, de convertirse en siervos, no quieren entender, lentamente cierran los ojos y se quedan dormidos… para continuar soñando con aplausos y triunfos.

Las tres tiendas son el detalle más difícil de explicar (incluso el evangelista anota que ni siquiera Pedro, que es el que ha hablado, sabía lo que estaba diciendo). Quien construye una tienda o cabaña en un lugar lo hace con la intención de quedarse allí, al menos por un tiempo. Jesús, por el contrario, está siempre de camino: debe realizar un ‘éxodo’ –dice el evangelio de hoy– y los discípulos son invitados a seguirlo. Las tres tiendas quizás indiquen el deseo de Pedro de quedarse para perpetuar la alegría experimentada en un momento de intensa oración con el Maestro.

Para comprenderlo mejor, podemos recurrir a nuestra experiencia: después de haber dialogado largamente con el Señor, nos cuesta regresar a la vida ordinaria. Los problemas y dramas concretos que debemos afrontar nos asustan. Sabemos, sin embargo, que la escucha de la palabra de Dios no lo es todo. No se puede uno pasar toda la vida en la iglesia o en la casa de retiros espirituales; es necesario salir para encontrarse y servir a los hermanos, ayudar a quien sufre, acercarnos a quienes tienen necesidad de amor. Después de haber descubierto en la oración la senda a recorrer, hay que ponerse a caminar con Jesús que sube a Jerusalén para dar la vida.

La nube (v. 34), especialmente cuando se posa sobre la cima de un monte, indica, según el lenguaje bíblico, la presencia invisible de Dios. La referencia a la nube es frecuente en el Antiguo Testamento, sobre todo en el Éxodo: Moisés entra en la nube que cubre el monte (cf. Éx 24,15-18), la nube desciende sobre la Tienda del Encuentro y Moisés no puede entrar porque en ella está presente el Señor (cf. Éx 40,34). Pedro, Santiago y Juan son introducidos en el mundo de Dios y allí reciben la iluminación que les hará comprender el camino del Maestro: el conflicto con el poder religioso, la persecución, la Pasión y la muerte. Intuyen al mismo tiempo que ese será también su destino… y tienen miedo.

De la nube sale una voz (v. 35): es la interpretación de Dios de todo lo que le ocurrirá a Jesús. Para los hombres será un derrotado, para el Padre será el Elegido, el Siervo Fiel en quien se complace. Agradable al Señor es quien sigue las huellas de este Siervo Fiel. Escúchenlo –dice la voz del cielo– aun cuando parezca proponer caminos demasiado difíciles, sendas demasiado estrechas, elecciones paradójicas y humanamente absurdas.

Al término del episodio (v. 36), Jesús se queda solo. Moisés y Elías desaparecen. Este detalle indica la función del Antiguo Testamento: llevar a Jesús, hacer comprender a Jesús. Al final, todos los ojos deben fijarse solo en Él.

No es fácil creer en la revelación de Jesús y aceptar su propuesta de vida. No es fácil seguirlo en su “éxodo”. Fiarse de Él es muy arriesgado: es verdad que promete una gloria futura, pero lo que el hombre experimenta aquí y ahora es la renuncia, el don gratuito de sí mismo. La semilla arrojada en tierra está destinada a producir mucho fruto; pero, hoy, lo que le espera es la muerte. ¿Cuándo y cómo podrá ser asimilada esta sabiduría de Dios tan contraria a la lógica del hombre?

La respuesta viene dada en el detalle, aparentemente superfluo, con que se inicia el evangelio de hoy. Lucas sitúa el episodio de la Transfiguración ocho días después de que Jesús hubiera hecho el dramático anuncio de su Pasión, muerte y Resurrección, ocho días después de haber presentado las condiciones para quien quiera seguirlo: “niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día” (Lc 9,22-27).

El octavo día tiene para los cristianos un significado preciso: es el día después del sábado, el «Día del Señor», el día en que la comunidad se reúne para escuchar la Palabra y partir el Pan (cf. Lc 24,13).

Y esto es lo que quiere decir Lucas con la referencia al octavo día: cada Domingo los discípulos que se reúnen para celebrar la Eucaristía suben “a la montaña”, ven el rostro transfigurado del Señor, es decir, Resucitado, comprenden en la fe que su “éxodo” no ha concluido con la muerte y oyen de nuevo la voz del cielo que les dirige la invitación: “¡Escúchenlo!”. Pedro, Santiago y Juan, después de bajar de la montaña, “guardaron silencio y, por entonces, no contaron a nadie lo que habían visto” (v. 27). No podían hablar de lo que no habían comprendido: el éxodo de Jesús no se había cumplido todavía.

Nosotros hoy, saliendo de nuestras iglesias, podemos, por el contrario, anunciar a todos lo que la fe nos ha hecho comprender: quien da la vida por amor entra en la gloria de Dios.

http://www.bibleclaret.org