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II Domingo de Pascua. Año C

¡Señor mío y Dios mío!
P. Enrique Sánchez, mccj

“Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presento de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió : “¡Señor mio y Dios mio!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron estas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”. (Juan 20, 19 – 31)
Estamos en la octava de Pascua y seguimos celebrando la resurrección del Señor como una fiesta que se prolonga en el tiempo y como un acontecimiento que dura, manteniendo su actualidad.
El Señor está vivo, como lo estuvo desde la madrugada del primer domingo en que las mujeres fueron a buscarlo, al alba, en el sepulcro. Esta es la expresión de fe que nos llena de alegría y confirma nuestra esperanza.

El Evangelio de este domingo nos cuenta uno más de los muchos momentos que la comunidad de los discípulos vivió en aquel largo domingo de la resurrección, con todas las sorpresas y los testimonios de quienes lo iban encontrando vivo. Era de noche y los discípulos estaban atrapados por el miedo, encerrados en el cenáculo, porque no acababan de entender qué había pasado. No salían del asombro y de la confusión que les había creado ver a Jesús acabar sobre la cruz, y en tan sólo unas cuantas horas.
Todo había sucedido demasiado aprisa y seguramente los ánimos de todos aquellos que habían condenado y asesinado a Jesús seguían exaltados.
De ahí el miedo y la necesidad, en cierto modo comprensible, de esconderse para no acabar, de la misma manera que su maestro, en las manos de una turba dispuesta a todo, con tal de hacer desaparecer lo que hiciera referencia a Jesús. Además, como el evangelio lo dice, cuando Pedro y Juan habían llegado al sepulcro, al parecer, ninguno había entendido qué significaba que Jesús hubiese resucitado.
Y ver a Jesús aparecer de pronto ante ellos, simplemente era algo que no les cabía en la cabeza, aunque seguramente su corazón latía más fuerte que de costumbre. La comunidad de los discípulos y los apóstoles estaba viviendo un momento de gran turbación y Jesús viene a su encuentro ofreciéndoles el don de la paz. Por tres veces les invitará a permanecer serenos.
La paz en el corazón es el primer regalo de Jesús resucitado a sus discípulos. No hay motivo para vivir en el miedo. Yo estoy con ustedes, yo estoy aquí, no los he abandonado y no los abandonaré jamás.
Qué alegre nos resulta, también a nosotros hoy, escuchar ese saludo que nos brinda Jesús ofreciéndonos el don de su paz.
La paz que nos permite poner en su lugar nuestras preocupaciones. La paz que nos libera de las ansiedades que se multiplican en nuestros días por la presión que nos impone un mundo acelerado que no nos deja tomar respiro.
La paz que nos ayuda a vivir el presente agradecidos y libres de la angustia de querer resolver un futuro que todavía no conocemos. La paz que podemos experimentar cuando aceptamos que estamos en buenas manos, cuando ponemos nuestra confianza en el Señor.
La paz que nos libera de nuestros miedos, sobre todo cuando pensamos que somos el centro de nuestras vidas.
Luego, ante la imposibilidad de creer, Jesús les facilita el camino otorgándoles el don del Espíritu Santo. Él será, de ahora en adelante, quien haga posible que se abran los ojos de la fe a los discípulos para poder reconocer en Jesús al Mesías, al Salvador y Redentor que el Padre había prometido. Ya no será Jesús, el maestro a quienes habían seguido por los signos y prodigios que habían visto.
Ahora lo podrán reconocer como Cristo, como el Señor que había vencido a la muerte y continuaba presente para que pudiesen gozar de la vida. El Espíritu será quien llene sus corazones de confianza y valentía para salir de su encierro y convertirse en testigos que nadie podrá detener y que llegarán hasta los confines del mundo.
Pero lo que se había convertido en motivo de alegría para la mayoría, para Tomás seguía siendo un reto, un desafío que no lo dejaba dar el último paso. Él se había quedado atorado en sus criterios muy humanos que todo lo quieren controlar y manipular a su antojo. Él tenía necesidad de tocar y de verificar todo, quería tener la certeza muy humana que le permitiera satisfacer su razón y responder a sus convicciones e ideas.
Pero ante el resucitado eso no funciona. Ante la presencia de Jesús Resucitado lo único que permite la verdadera comprensión de lo que está pasando es la fe. Cuántas veces también nosotros nos quedamos a medias del camino porque no logramos dar el paso de la fe en nuestras vidas. Buscamos tener el control de todo y de todos para poder decir que las cosas funcionan bien.
Nos resulta casi imposible aceptar que Dios tiene otros caminos y sigue otros criterios para asegurarnos la vida.
A nosotros nos interesa tocar, poseer, controlar, dominar, tener la mano bien puesta en todo para que nada se escape de nuestro poder.
Queremos ver y tener certezas, seguridad en todo. Y cuando el Señor nos muestra que es él quien va guiando nuestros pasos y el rumbo de nuestra vida. Cuando las situaciones de nuestra vida nos obligan a caer en la cuenta de que muchas cosas se han realizado en nuestra vida porque Dios lo permitió, entonces, como Tomás decimos: Señor mio y Dios mio.
Y el Señor es tan paciente que, como a Tomás, nos dice una y muchas veces: ven y toca con tu mano. No seas incrédulo.
Son muchos los signos de su presencia y de su cercanía, pero tenemos que educarnos para aprender a percibir, a descubrir y a sentir esa presencia que está muchas veces más allá de lo que podríamos considerar lo inmediato de nuestra existencia.
Cuando decimos que Jesús está vivo, no se puede tratar sólo de una afirmación construida con unas cuantas palabras que nos resultan tener sentido.

Confesar que Jesús está vivo es decir que lo reconocemos con nuestras propias vidas, con el testimonio y la coherencia de lo que somos y lo que hacemos.
Jesús está vivo es algo que se ve en nuestros estilos de vida, en la manera en que practicamos el Evangelio, en los valores que defendemos y en la alegría que transmitimos a los demás.
Ojalá podamos decir un día que somos de aquellos dichosos que han creído sin haber visto; pero que han abierto su corazón al Señor y lo han sentido vivo y presente en cada instante de nuestra vida.
Entonces, también nosotros, podremos decir que hay muchas otras cosas que quisiéramos compartir de lo que ha hecho el Señor en nosotros y nos alegramos de poder ser hoy testigos para muchos de Jesús, el Señor, que ha resucitado y nos llama a la vida.


La Pascua de Tomás

Juan 20,19-31: “¡Señor mío y Dios mío!”

Hoy, segundo domingo de Pascua, celebramos… la “Pascua de San Tomás”, ¡el apóstol que estaba ausente de la comunidad apostólica el domingo pasado! Este domingo también se llama el “Domingo de la Divina Misericordia”, desde el 30 de abril de 2011, día de la canonización de Sor Faustina por el Papa Juan Pablo II. Mientras alabamos al Señor por su misericordia, le damos las gracias de forma muy especial por el don del Papa Francisco, que ha hecho de la misericordia uno de los “leitmotiv” de su pontificado.

Los temas que nos propone el evangelio son muchos: el domingo (“el primer día de la semana”); la Paz del Resucitado y la alegría de los apóstoles; el “Pentecostés” y la Misión de los apóstoles (según el evangelio de Juan); el don y la tarea confiados a los apóstoles de perdonar los pecados (razón por la que celebramos hoy el “Domingo de la Divina Misericordia”); el tema de la comunidad (¡de la cual Tomás se había ausentado!); pero sobre todo, ¡el tema de la fe! Me limitaré a centrarme en la figura de Tomás.

Tomás, nuestro gemelo

Su nombre significa “doble” o “gemelo”. Tomás ocupa un lugar destacado entre los apóstoles: tal vez por ello se le atribuyeron los Hechos y el Evangelio de Tomás, apócrifos del siglo IV, “importantes para el estudio de los orígenes cristianos” (Benedicto XVI, 27.09.2006).

Nos gustaría saber de quién es gemelo Tomás. Podría ser de Natanael (Bartolomé). De hecho, esta última profesión de fe de Tomás encuentra correspondencia con la primera, hecha por Natanael, al inicio del evangelio de Juan (1,45-51). Además, su carácter y comportamiento son sorprendentemente similares. Por último, ambos nombres aparecen relativamente cercanos en la lista de los Doce (véase Mateo 10,3; Hechos 1,13; y también Juan 21,2).

Esta incógnita da pie a afirmar que Tomás es “el gemelo de cada uno de nosotros” (Don Tonino Bello). Tomás nos consuela en nuestras dudas de creyentes. En él nos reflejamos y, a través de sus ojos y sus manos, también nosotros “vemos” y “tocamos” el cuerpo del Resucitado. ¡Una interpretación con mucho encanto!

Tomás, ¿un “doble”?

En la Biblia, la pareja de gemelos más famosa es la de Esaú y Jacob (Génesis 25,24-28), eternos antagonistas, expresión de la dicotomía y polaridad de la condición humana. ¿No será que Tomás (¡el “doble”!) lleva dentro de sí el antagonismo de esta dualidad? Capaz, a veces, de gestos de gran generosidad y valentía, y otras veces, incrédulo y terco. Pero, enfrentado con el Maestro, vuelve a surgir su profunda identidad de creyente que proclama la fe con prontitud y convicción.

Tomás lleva dentro a su “gemelo”. El evangelio apócrifo de Tomás subraya esta duplicidad: “Antes erais uno, pero os habéis convertido en dos” (nº 11); “Jesús dijo: Cuando hagáis de los dos uno solo, entonces os convertiréis en hijos de Adán” (nº 105). Tomás es imagen de todos nosotros. También nosotros llevamos dentro ese “gemelo”, inflexible y tenaz defensor de sus ideas, obstinado y caprichoso en su actitud.
Estas dos realidades o “criaturas” (el Adán antiguo y el nuevo) coexisten mal, en contraste, a veces en guerra abierta, en nuestro corazón. ¿Quién no ha experimentado nunca el sufrimiento de esta desgarradora división interior?

Ahora, Tomás tiene el valor de afrontar esta realidad. Permite que se manifieste su lado oscuro, contrario e incrédulo, y lo lleva a enfrentarse con Jesús. Acepta el desafío lanzado por su interioridad “rebelde” que pide ver y tocar… Lo lleva ante Jesús y, ante la evidencia, ocurre el “milagro”. Los dos “Tomás” se convierten en uno solo y proclaman la misma fe: “¡Señor mío y Dios mío!”

Por desgracia, no es lo que nos ocurre a nosotros. Nuestras comunidades cristianas están frecuentadas casi exclusivamente por “gemelos buenos” y sumisos, ¡pero también… pasivos y amorfos! El caso es que no están allí en toda su “integridad”. La parte enérgica, instintiva, el otro gemelo, la que tendría necesidad de ser evangelizada, no aparece en el “encuentro” con Cristo.

Jesús dijo que venía por los pecadores, pero nuestras iglesias están frecuentadas muchas veces por “justos” que… ¡no sienten la necesidad de convertirse! Aquel que debería convertirse, el otro gemelo, el “pecador”, lo dejamos tranquilamente en casa. Es domingo, aprovecha para “descansar” y deja el día al “gemelo bueno”. El lunes, entonces, el gemelo de los instintos y pasiones estará en plena forma para retomar el mando.

Jesús en busca de Tomás

¡Ojalá Jesús tuviera muchos Tomás! En la celebración dominical, es sobre todo a ellos a quienes el Señor sale a buscar… ¡Serán sus “gemelos”! Dios busca hombres y mujeres “reales”, que se relacionen con Él tal como son: pecadores que sufren en su carne la tiranía de los instintos. Creyentes que no se avergüenzan de aparecer con esa parte incrédula y resistente a la gracia. Que no vienen a quedar bien en la “asamblea de los creyentes”, sino a encontrarse con el Médico de la Divina Misericordia y ser curados. ¡Con estos es con quienes Jesús se hace hermano!

El mundo necesita el testimonio de creyentes honestos, capaces de reconocer sus errores, dudas y dificultades, y que no esconden su “duplicidad” tras una fachada de “respetabilidad” farisaica. La misión necesita verdaderamente discípulos que sean personas auténticas y no “de cuello torcido”. ¡Cristianos que miren de frente la realidad del sufrimiento y toquen con sus manos las llagas de los crucificados de hoy!…

¡Tomás nos invita a reconciliar nuestra doblez para celebrar la Pascua!
Palabra de Jesús, según el Evangelio de Tomás (nº 22 y nº 27): “Cuando hagáis que los dos sean uno, y que lo interior sea como lo exterior y lo exterior como lo interior, y lo alto como lo bajo, y cuando hagáis del varón y de la mujer una sola cosa (…) ¡entonces entraréis en el Reino!”

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


NO SEAS INCRÉDULO SINO CREYENTE
Juan 20, 19-31

La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».

¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».

Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».

¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.

No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.
José A. Pagola
http://www.musicaliturgica.com


La figura de Tomás

Este día se conmemora la aparición de Cristo a sus discípulos en la tarde del domingo después de Pascua. También recuerda la aparición del Señor a sus discípulos ocho días más tarde, cuando San Tomas estaba presente y proclamó “Mi Señor y mi Dios” al ver las manos y el costado de Cristo.

La figura de Tomás, uno de los doce discípulos que aparece en el Evangelio de Juan (Jn 20, 19-31) se ha caracterizado comúnmente por ser signo de la duda, la falta de confianza y la incredulidad.  El evangelista narra la aparición de Jesús resucitado que se coloca en medio de los discípulos saludándoles con un mensaje de paz, y mostrándoles sus manos, su costado traspasado y herido por los clavos de la crucifixión. La escena contiene imágenes y sentimientos encontrados: el resucitado se presenta herido y traspasado por los clavos, su saludo de paz se realiza entre las “heridas abiertas”; al mismo tiempo los discípulos experimentan la alegría de verlo, el envío que Jesús hace a sus discípulos sostenido por el aliento del Espíritu Santo que les comunica poder para perdonar. No obstante, los discípulos sienten miedo y como consecuencia se encierran temiendo vivir el destino de su maestro que venía de ser crucificado. No obstante, este miedo que los “encierra” no impide que el Cristo se haga presente en medio de ellos y les ofrezca una bendición que responda a la necesidad de ese instante: ¡la paz esté con ustedes !

Este pasaje consta de tres perícopas:

  1. (vv. 19-23), Jesús vuelve a los suyos, los libera del miedo que experimentan y los envía a continuar su misión, para lo cual les comunica el espíritu. La comunidad cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente.
  2. (vv24-29), relata la incredulidad de Tomás. Tomas no hace caso del testimonio de la comunidad, no busca a Jesús fuente de vida, sino a una reliquia del pasado que pueda constatar palpablemente, Jesús se la concede pero en el seno de la comunidad.
  3. (vv. 30-31). Jesús realizó en presencia de sus discípulos muchas señales. Para que creamos en Él y para que creyendo tengamos vida.

VIVIR SIN HABER EXPERIMENTADO LA RESURRECCIÓN
Muchos de nosotros que nos consideramos creyentes, podemos estar viviendo como los discípulos del evangelio, “al anochecer”, “con las puertas cerradas”,” llenos de miedo”, “temerosos de las autoridades”. Inmersos en la vieja creación; no hemos visto ni experimentado al Resucitado; la humanidad nueva parece ausente de nuestras vidas; nuestra vida puede estar oculta, replegada sin dar testimonio; como si no tuviéramos alegría, perdón y vida para transmitir.

Siendo el “Primer día de la semana”, el primero de la nueva creación, podemos seguir aferrados a lo viejo, a lo de antes. Abramos nuestra mente y nuestro corazón para reconocerlo vivo en medio de nosotros. Pero,  ¿cuál es el signo que me permite reconocerlo en mi vida, en mi comunidad, en mi familia y en la iglesia Hoy?

SIGNOS DE SU PRESENCIA

  1. La donación de la paz. “paz a vosotros”. Ha sido el saludo del resucitado. Cada nuevo día Él se dirige a mí con este mismo saludo.
  2. Soplo creador que infunde aliento de vida. “Soplo sobre ellos”. Al soplar y darles el Espíritu, Jesús confiere a los discípulos la misión de dar vida y los capacita para dicha misión. Con este nuevo aliento de Jesús resucitado, el ser humano es re -creado. Nuestro compromiso por tanto es, el de luchar por una vida más humana, más plena y más feliz.
  3. Experiencia del Perdón. Los discípulos han experimentado al resucitado como alguien que les perdona. Ningún reproche, al abandono, a la cobarde traición, ninguna exigencia para reparar la injuria. El perdón despierta esperanza y energías en quien perdona y en el que es perdonado, es la virtud de la persona nueva de la persona resucitada.
  4. Los estigmas de Jesús. Los estigmas de su amor y sufrimiento por nosotros, son signos de su presencia. Puedo descubrir la presencia del Resucitado, en los que llevan señales de sufrimiento, marginación, pobreza, olvido, exclusión; en los que sufren y dan su vida por crear vida, en los que llevan los estigmas de la marginación por ello. ¡Ahí está el Resucitado!.

El encuentro con Jesús  Resucitado para mí y para ti, debe ser experiencia que reanime nuestra fe y nuestra vida, nos abra horizontes nuevos y nos impulse a anunciar la Buena noticia y a dar testimonio, en un mundo donde existen dudas de fe, división, injusticia y sombras de muerte. También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra, por medio del Evangelio, sus llagas. Son llagas de misericordia. Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia.

Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso. A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrena –llena de compasión por los más pequeños y los enfermos–, su encarnación en el seno de María. Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación: las profecías –especialmente la del Siervo de Yahvé–, los Salmos Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso hasta los patriarcas Abrahán, y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra. Todo esto lo podemos verlo a través de las llagas de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magnificat, podemos reconocer que «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50)
https://www.figliedellachiesa.org

 

Fiesta del señor de los trabajos – parroquia de San Miguel Arcángel

Por: Mariana Meléndez Cándido

La tradición de un pueblo fortalece mi fe, el primer Viernes de Cuaresma me tocó vivir el novenario del Señor de los Trabajos en Metlatónoc, donde próximamente haré mi experiencia de misión. Fue algo que me ayudó a conocer un poco de este pueblo al que seré enviada.

Fuimos invitados por el párroco, P. Miguel Navarrete Arceo, misionero comboniano, a la fiesta del Primer Viernes de Cuaresma, para que nos presentara con el Obispo Monseñor Dagoberto; así como participar del Retiro con las personas que recibieron el Sacramento de la Confirmación. Me dio mucha alegría encontrar a jóvenes de la comunidad de Xacundutia que comenzaron su formación en el Campo Misión 2024 donde yo participé.

Puedo decir que hay algunas novedades que encontré a lo que yo he vivido con mi familia. Por ejemplo, cuando llega la peregrinación a la parroquia antes de entrar rezan en los cuatro puntos que hay señalados en el atrio, dan mayor importancia a la Víspera de la Fiesta que al mero día, tienen la costumbre de llevar la ofrenda de flores y las velas encendidas en la peregrinación, rezan el rosario en latín acompañado de la banda de viento. Una vez que terminan sus ritos se llevan a casa alguna de las flores ofrecidas ya bendecidas siendo como una reliquia que ayuda a la persona en sus necesidades.

LMC Mexico

 Aquí no se tienen la costumbre de participar en la Eucaristía diaria, pero si le piden al sacerdote que haga la intención de su necesidad en la misa y que rece por ellos. Se ha estado haciendo conciencia con las personas sobre la importancia de su participación dominical en la Eucaristía.

Esta comunidad parroquial me ayuda a comprender mejor los temas que estoy recibiendo en la experiencia de comunidad, abriendo mi horizonte a nuevas realidades, sin juzgar la vivencia de Dios en los pueblos originarios, estando dispuesta a vivir tradiciones y costumbres sin perder mi esencia de quién soy, de dónde vengo y a dónde me envía Dios; enriqueciendo mi Fe y Fortaleciendo mi Vida para la Misión.

Con Cristo Resucitado, hay esperanza

Legado del Papa Francisco (1)

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Después de la muerte y sepultura de Jesús, sus apóstoles y discípulos estaban no sólo tristes, sino decepcionados, miedosos, encerrados, derrotados, sin esperanza. Con la certeza de su resurrección, todo cambió en sus vidas. Hoy también estamos tristes por la muerte del Papa Francisco, con quien tuve varias oportunidades de compartir; pero, con la fe en Cristo Resucitado, estamos seguros de que ya está gozando en el cielo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la Virgen María, San Ignacio de Loyola y demás santos.

Fue un Papa centrado en Jesucristo y, precisamente por ello, entregado a servir no sólo al interior de la Iglesia, sino a toda la humanidad: pobres, migrantes, presos, excluidos, cambio climático, fraternidad universal, mujeres, guerras, etc. Impulsó una Iglesia cercana al pueblo y solidaria con los dolores de la humanidad, al estilo de Jesús. Nos deja varios legados. En artículos sucesivos, desarrollaré algunos de ellos; ahora quiero resaltar lo que más me llama la atención de sus últimos mensajes, con ocasión de las fiestas pascuales de la Resurrección, que son como el motivo principal de su vida y de su servicio al frente de la Iglesia, y como su testamento.

ILUMINACION

En la homilía que preparó para la reciente Vigilia Pascual, quizá ya presintiendo su muerte, nos dijo:“La luz de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de manera discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo… Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, la potencia de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer. Esta es la llamada que debemos sentir con fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el mundo!

Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta noche: la luz resplandece, porque Cristo ha vencido a la muerte. Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy. ¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo” (19-IV-2025).

En su homilía para este Domingo de Resurrección, expresó: “No podemos aparcar el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría. Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo” (20-IV-2025).

En su Mensaje Pascual del domingo pasado, recalcó: “El amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día.

Hermanas y hermanos, especialmente ustedes que están sufriendo el dolor y la angustia, sus gritos silenciosos han sido escuchados, sus lágrimas han sido recogidas, ¡ni una sola se ha perdido! En la pasión y muerte de Jesús, Dios ha cargado sobre sí todo el mal del mundo y con su infinita misericordia lo ha vencido; ha eliminado el orgullo diabólico que envenena el corazón del hombre y siembra por doquier violencia y corrupción. ¡El Cordero de Dios ha vencido! Por eso hoy exclamamos: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!»

Sí, la resurrección de Jesús es el fundamento de la esperanza; a partir de este acontecimiento, esperar ya no es una ilusión. No; gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda. Y no es una esperanza evasiva, sino comprometida; no es alienante, sino que nos responsabiliza.

Los que esperan en Dios ponen sus frágiles manos en su mano grande y fuerte, se dejan levantar y comienzan a caminar; junto con Jesús resucitado se convierten en peregrinos de esperanza, testigos de la victoria del Amor, de la potencia desarmada de la Vida.

¡Cristo ha resucitado! En este anuncio está contenido todo el sentido de nuestra existencia, que no está hecha para la muerte sino para la vida. ¡La Pascua es la fiesta de la vida! ¡Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite!

Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo. Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.

En la Pascua del Señor, la muerte y la vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, pero el Señor vive para siempre y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar en la vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas” (20-IV-2025).

ACCIONES

Sigamos orando por el descanso eterno del Papa Francisco, pero también dejémonos contagiar por su gran fe en Cristo Resucitado. No nos dejemos embaucar por tantas opiniones sobre quién y cómo debería ser el Papa siguiente. La Iglesia no se acaba con la muerte de un Papa; tengamos fe y confianza en el Espíritu Santo, que nos guía y fortalece. Con Cristo, tenemos otra perspectiva: El está con nosotros y no nos abandona; confiemos en El. Con Cristo Resucitado, vamos adelante.

Ha muerto Francisco, el Papa de la esperanza

El fallecimiento del Papa Francisco deja a la Iglesia huérfana de pastor. A lo largo de su pontificado y, particularmente desde que inició este Año Jubilar de la Esperanza, nos invitaba a todos los cristianos a ser peregrinos y testigos de la esperanza. En este momento de dolor por la pérdida de nuestro pastor, retomamos el reportaje sobre su vida que publicábamos precisamente en nuestra revista de este mes de abril, para conocer un poco más de cerca la figura de un Pontífice que no dejó indiferente a nadie. Su pontificado llenó de esperanza a muchos, cristianos y no cristianos. Haciendo honor al nombre que adoptó cuando fue elegido Papa, bien puede decirse que Francisco fue el Papa de la fraternidad y de la esperanza.

¿Quién fue el Papa Francisco?

El primer papa americano y el primer jesuita elegido como Obispo de Roma y cabeza de la Iglesia católica, Jorge María Bergoglio nació en el barrio de Flores, en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936. Era el primogénito de Mario José Bergoglio, contador y empleado del ferrocarril que tuvo que salir de Italia a causa del avance del fascismo, y de Regina María Sívori, ama de casa nacida en Buenos Aires, pero hija también de migrantes italianos. El matrimonio tuvo cinco hijos, de los cuales ya sólo queda viva su hermana María Helena.

Fue bautizado el día de Navidad de 1936, apenas una semana después de su nacimiento, en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos del barrio de Almagro, en Buenos Aires. Pasó su infancia en un ambiente católico, influido por los orígenes italianos y la fe de sus padres y especialmente, como él mismo afirmó alguna vez, de su abuela. Estudió en el colegio salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, de la localidad de Ramos Mejía. Posteriormente estudió en la escuela secundaria industrial Hipólito Yrigoyen, en la que se graduó como técnico químico. Durante algún tiempo estuvo trabajando en el laboratorio Hickethier-Bachmann, realizando análisis bromatológicos destinados a controlar la higiene de productos alimenticios. Durante su juventud, una grave enfermedad pulmonar hizo que le fuera extirpada una parte de un pulmón. Aunque eso no tuvo muchas repercusiones en su salud, sí que le afectó al complicar la afección respiratoria grave que sufría y por la que fue hospitalizado el pasado mes de febrero.

En esa época sintió una fuerte llamada al sacerdocio y en 1957 ingresó al seminario del barrio Villa Devoto y, posteriormente, al noviciado de la Compañía de Jesús. El 13 de diciembre de 1969 fue ordenado como sacerdote e hizo su profesión final con los Jesuitas en 1973. Ese mismo año fue nombrado provincial de los Jesuitas en Argentina, cargo que ocupó durante seis años. Fue un periodo difícil para él a causa de la dictadura del General Videla, durante la cual hubo muchos desaparecidos y detenidos, entre ellos dos sacerdotes jesuitas: Orlando Yorio y Francisco Jalics.

El 20 de mayo de 1992 el papa Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. Su ordenación episcopal se celebró el 27 de junio. Ese mismo año fue nombrado vicario episcopal de Flores, el barrio que lo vio crecer. En 1993 fue nombrado vicario general de la arquidiócesis de Buenos Aires y en 1997 Juan Pablo II lo nombró arzobispo coadjutor. El 28 de febrero de 1998, tras la muerte del cardenal Quarracino, asumió la conducción pastoral de la arquidiócesis. Fue creado cardenal por el papa Juan Pablo II en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, con el título de san Roberto Belarmino.

Como cardenal formó parte de la Pontificia Comisión para América Latina, la Congregación para el Clero, el Pontificio Consejo para la Familia, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Ordinario de la Secretaría General para el Sínodo de los Obispos y la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

El 13 de marzo de 2013, tras la renuncia papal de Benedicto XVI, en la quinta ronda de votaciones del segundo día del cónclave, el cardenal Bergoglio fue elegido el 266 Papa de la Iglesia católica. Es el primer Papa originario de América y también el primer jesuita.

Reformador de la Curia Vaticana

Desde el primer día de su pontificado puso manos a la obra para reformar la Curia del Vaticano, una delicada misión que asumió como un mandato por parte de los cardenales que lo habían elegido. Eran tiempos duros para la Iglesia católica, especialmente afectada por los casos de abusos sexuales y los escándalos de orden económico. Francisco pidió a todas las diócesis del mundo que tuvieran tolerancia cero. Había que terminar con el ocultismo y la protección de los culpables, asumir las propias responsabilidades y dar respuestas claras y concretas a las víctimas. En el aspecto económico, reformó varias normas y estamentos vaticanos con el fin de dar una mayor transparencia a las finanzas del Vaticano.

A lo largo de su pontificado fue reformando poco a poco la manera de hacer de la Iglesia, la cual siempre concibió como una gran barca en la que están todos, no solamente los cardenales y los obispos. El Sínodo sobre la Sinodalidad fue un ejemplo claro de ello. Por primera vez en la historia de la Iglesia se daba voz y voto en un Sínodo a sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, tanto hombres como mujeres. Precisamente a éstas últimas les quiso reconocer su importancia en la Iglesia, confiándoles responsabilidades y puestos importantes. El 6 de enero de este año nombraba por primera vez en la historia a una mujer al frente del dicasterio vaticano para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, la hermana Simona Brambilla. Otras mujeres ya habían sido nombradas antes para cargos importantes: La profesora Emilce Cuda, una mujer laica, es la actual secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina; la hermana salesiana Alessandra Smerilli es secretaria del dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral; la religiosa javeriana Nathalie Becquart fue subsecretaria del Sínodo de los Obispos y la mexicana María de los Dolores Palencia, religiosa de las Hermanas de San José de Lyon, fue una de las presidentas delegadas del Sínodo de la Sinodalidad que tuvo lugar en Roma en octubre de 2023. Recientemente, estando ya en el hospital, nombró a la hermana Raffaella Petrini, religiosa de las de las Hermanas Franciscanas de la Eucaristía, como Gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano, organismo encargado de ejercer el poder ejecutivo, por delegación del Papa, en la Ciudad del Vaticano.

Todas estas decisiones, unidas a su invitación a recibir en la Iglesia a «todos, todos, todos», sea cual sea su género u orientación sexual, le crearon no pocos enemigos y detractores, especialmente entre los sectores más conservadores de la Iglesia. Sus palabras y mensajes fueron muchas veces malinterpretados o manipulados para acusarlo de ir en contra de la doctrina de la Iglesia católica o, por ejemplo, de aceptar los matrimonios de dos personas del mismo sexo. Francisco nunca afirmó tal cosa, sino que invitó a todos a ver a las personas como hijos de Dios, como lo hizo el mismo Jesús. Recibir a una persona, sea cual sea su condición, no significa aprobar su conducta.

Otro de los campos en los que el papa Francisco se esforzó por avanzar con mayor fuerza fue el diálogo interreligioso. Sus viajes a países de fuerte mayoría musulmana tenían como objetivo lo que él mismo llamó la «fraternidad universal». Fruto de este esfuerzo nació el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, también conocido como Declaración de Abu Dabi,  firmado por el papa Francisco y el Gran Imán de al-Azhar, Ahmed el-Tayeb, en Abu Dabi, el 4 de febrero de 2019.

El documento invita a los líderes, intelectuales y medios de comunicación de todas las religiones, para que promuevan la paz en esta época de peligro debido al «extremismo religioso y nacional». También pide poner fin a las guerras, al terrorismo y a la violencia en general, especialmente aquella que está revestida de motivos religiosos. Este texto fue la fuente de inspiración para la encíclica Fratelli tutti, que el Papa publicó al año siguiente y para la declaración por parte de las Naciones Unidas del 4 de febrero como el Día internacional de la fraternidad humana.

Su mensaje

A lo largo de su pontificado, Francisco fue exponiendo su visión de la Iglesia y de la vocación a la que estamos llamados todos los bautizados a través de sus encíclicas, exhortaciones apostólicas, mensajes, homilías o discursos. Sus escritos son numerosos y, gracias a la tecnología actual, todo el mundo puede tener acceso a ellos a través del sitio web del vaticano, de manera gratuita y traducidos a numerosas lenguas.

Su primera encíclica, publicada pocos meses después de su elección, fue Lumen fidei (La luz de la fe). Con ella quiso completar lo que Benedicto XVI ya había escrito sobre la esperanza y la caridad, las otras dos virtudes teologales, en sus respectivas encíclicas Spe salvi (Salvados en la esperanza) y Deus caritas est (Dios es amor). En ella, Francisco presenta la fe como una luz que disipa las tinieblas e ilumina el camino del ser humano.

La segunda encíclica, publicada en 2015, lleva por título Laudato si (Alabado seas). En ella, siguiendo la espiritualidad de san Francisco de Asís, el Papa nos invita a ver la Tierra como una Casa Común, denunciando el consumismo irresponsable e invitándonos a cuidar de ella como el lugar que Dios nos dio para que todos podamos vivir en paz y en armonía unos con otros y con la naturaleza.

En octubre de 2020 se hizo pública la tercera encíclica, Fratelli tutti (Hermanos todos). El propio Francisco reconocía que el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, firmado un año antes, tuvo mucho que ver en su elaboración. La encíclica tiene como gran tema central lo que el Papa llama la «fraternidad universal». Pide más fraternidad y solidaridad humanas, y es un llamado a rechazar las guerras. Se centra en los problemas sociales y económicos contemporáneos y propone un mundo ideal de fraternidad en el que todos los países pueden formar parte de una «familia humana más amplia». En ella toca temas tan actuales como el racismo, la migración o las relaciones interreligiosas.

La cuarta encíclica, la más reciente, se publicó en octubre del año pasado y lleva por título Dilexit nos (Nos amó). Se trata de un hermoso texto sobre el Sagrado Corazón de Jesús en el que Francisco nos invita a experimentar el amor de Dios no sólo como un amor divino, sino también como un amor humano. La encíclica profundiza en la idea de que el amor de Dios no es abstracto ni distante, sino que es una realidad concreta que se manifiesta en la vida diaria y en la cercanía de Dios y de la Iglesia a las personas, especialmente a las que sufren o se encuentran alejadas de la fe.

Además de estas cuatro encíclicas, Francisco ha publicado siete exhortaciones apostólicas que, por razones de espacio, no podemos presentar aquí. Nos limitamos a enumerarlas:

-Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio). Publicada en noviembre de 2013, sobre la evangelización.

-Amoris laetitia (La alegría del amor). Marzo de 2016, sobre el amor en la familia.

-Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos). Marzo de 2018, sobre la llamada a la santidad.

-Christus vivit (Vive Cristo). Marzo de 2019, sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.

-Querida Amazonia. Febrero de 2020, sobre sus sueños para la Amazonia.

-Laudate Deum (Alaben a Dios). Octubre de 2023, sobre la crisis climática, el cuidado de la naturaleza y la ecología integral.

-C’est la confiance (Es la confianza). Octubre de 2023, sobre la importancia de la confianza en Dios. Basada en las reflexiones de santa Teresa del Niño Jesús en el 150 aniversario de su nacimiento.

Todos estos textos, así como sus homilías, mensajes y discursos se pueden ver y descargar en la web del Vaticano: https://www.vatican.va/content/francesco/es.html

¡Resucitó!

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó ala casa en donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo , a quien Jesús amaba, y les dijo: “ Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos , pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso llegó también Simón Pedro y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario , que había estado sobre la cabeza de Jesús , puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo , el,que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó , porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos”. ( Juan 20, 1-9 )

El sábado, el día más importante de la semana para todo buen judío; el día en que la relación con Dios hacía que todo pasara a segundo término, el día consagrado a Dios de una manera especial. Ese día, de pronto, se ve desplazado y comienza otro día que marcará un antes y un después en la historia de toda la humanidad.

El día después de aquel último sábado que quedó en la memoria de todos como el día que mantuvo a Jesús en la tumba, aquel sábado se recordaría por siempre como el día en que Cristo había acabado con el dominio de la esclavitud y de la muerte. La tumba no había logrado retenerlo y verlo desaparecer entre tantos otros muertos que habían terminado en el dominio de la oscuridad.

En la madrugada del primer domingo en que se celebrará a Jesús resucitado, María Magdalena no salía de su asombro y no acababa de entender qué cosa había pasado. Se encontraba ante el misterio de un sepulcro vacío, un sepulcro que gritaba con su puerta abierta que la muerte no había podido ejercer su dominio sobre Jesús.

Jesús resucitado estaba iniciando una historia nueva, la historia de la salvación, la historia de la vida que llega hasta nuestros días. El milagro de la resurrección no tenía nada de espectacular, no había nada de mágico, como muchos hubiesen querido que sucediera para demostrar el poder de Jesús.

María Magdalena se encuentra con un sepulcro vacío, se encuentra con algo que la obliga a dejar a un lado todas sus ideas, sus ilusiones y sus sentimientos. Ella había llegado hasta el sepulcro con el deseo de recuperar a un cadáver, deseando manifestar su dolor a un muerto, pero eso no será posible. El vacío del sepulcro la obliga a una conversión de su corazón, de sus ideas y al final, de toda su vida. El sepulcro vacío obliga a buscar a Jesús en otra parte. Él no se encuentra entre los muertos, él no se ha quedado en el interior de una tumba oscura y fría. Él sigue estando vivo y más vivo que nunca, él ha resucitado. María Magdalena iba en búsqueda del Jesús que había conocido en los días más difíciles de su existencia y que le había cambiado la vida. Le había devuelto su dignidad y había hecho de ella una discípula dispuesta a seguirlo hasta el final de sus días.

Aquel sepulcro vacío la estaba obligando a ir más lejos, la estaba llevando a tomar conciencia de que Jesús sería, a partir de aquel día, el centro y la razón de su vida. El hombre que la había sacado de sus miserias era ahora la presencia viva que transformaría su vida haciéndola testigo de algo que no podía decir con sus palabras y que ciertamente no podía estar en un sepulcro que había sido destinado a quedar vacío.

El mensaje de aquel sepulcro vacío decía con claridad que a Jesús no había que buscarlo entre los muertos; había que descubrirlo vivo entre los vivos. De ahí la urgencia de ir corriendo a comunicar la noticia de lo que los ojos no habían visto, pero que ciertamente el corazón había sentido.

“No sabemos en donde lo han puesto”, es el grito lleno de angustia que abrirá camino para que se comprenda que Jesús ha dejado de estar en un lugar para que lo pudiésemos descubrir y encontrar en nuestras vidas. Jesús no está en un lugar, ahora está presente en todas partes, en cualquier lugar en donde exista alguien dispuesto a recibirlo y a reconocerlo como el Señor de su vida.

Ante los signos de la resurrección, es decir, la tumba vacía, el sudario y los lienzos doblados dentro de la tumba, los ojos de los primeros testigos permanecen ciegos e incapaces de penetrar el misterio que ha acontecido.

El mismo evangelio dice que “no habían entendido las escrituras”. No fueron los años pasados junto a Jesús, ni el haber visto tantos signos y prodigios; no fueron los Milagros los que permitieron que los discípulos reconocieran a Jesús como el Mesías. Había que entrar en aquel sepulcro vacío para que se les pudieran abrir los ojos del entendimiento y del corazón.

También nosotros hoy estamos confrontados ante ese misterio para poder hacer la experiencia de Jesús como presencia viva que habita en nosotros y nos quiere llevar a descubrirlo como fuente de libertad y de vida. Pero, nosotros como los primeros testigos de la resurrección, tenemos la necesidad de cambiar nuestras ideas y purificar nuestras convicciones con respecto al Resucitado.

Tenemos necesidad de creer y de hacer una profunda experiencia de fe para superar las ideas que hacen que vivamos la Resurrección como algo en lo que creemos, pero no tanto, pues seguimos apostándole a lo que nos da seguridad y a aquello que podemos mantener bajo nuestro control.

Creer en Jesús resucitado significa vivir con la convicción de que él se está ocupando de nuestras vidas y que no hay motivo para que dudemos de él o que vivamos en la desconfianza, queriendo, muchas veces, decirle a Dios cómo tiene que guiar nuestra historia.

Vivir la Resurrección nos empuja a correr, como los primeros discípulos, para llevar a otros esa buena noticia que nos cambió la vida y que nos comprometió en la construcción de un mundo más justo, más fraterno o simplemente más humano.

Darnos cuenta de que Jesús ha resucitado necesariamente se transforma en un compromiso y en un estilo de vida que nos obliga a salir de nuestros conformismos, de nuestros cristianismos cómodos y aburguesados, de nuestras experiencias religiosas insípidas que han hecho de nosotros cristianos tibios que no logran contagiar a los demás la belleza de Jesús. Entender y aceptar a Jesús resucitado, sin duda, hace de cada uno de nosotros testigos misioneros que sienten la necesidad de decir con la propia vida que el Señor nos ha transformado.

No busquemos a Jesús entre las tumbas de nuestro mundo, dejémonos interpelar por la tumba vacía, para que llenos de fe podamos entender que el misterio de la resurrección se convierte en la buena noticia que nos anuncia que Jesús está vivo en cada uno de nosotros cuando aceptamos el riesgo de entregarle con confianza todo lo que somos y aquello que anhelamos.

Ojalá que todos encontremos ese sepulcro vacío y a Jesús esperándonos en lo más profundo de nuestros corazones, simplemente amándonos.

P. Enrique Sánchez G. Mccj


Vigilia  Pascual y
Domingo de Resurrección (ciclo C)
Lucas 24, 1-12
Lectio divina 
CELEBRAMOS LA VIDA
Fray Marcos

La Vigilia Pascual es la liturgia más importante de todo el año. Celebramos la VIDA que en la experiencia pascual descubrieron los discípulos en su maestro Jesús. Los símbolos centrales de la celebración son el fuego y el agua, porque son los dos elementos imprescindibles para que pueda surgir la vida biológica. La vida biológica es el mejor símbolo que nos puede ayudar a entender lo que es la Vida trascendente. Las realidades trascendentes no pueden percibirse por los sentidos, por eso tenemos que hacerlas presentes por medio de signos que provoquen en nuestro interior la presencia de la Vida. Esa Vida ya está en nosotros.

El recordar nuestro bautismo apunta a lo mismo. Jesús dijo a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu. Este mensaje es pieza clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. En el prólogo del evangelio de Jn dice: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Estamos recordando esa Vida y esa luz en la humanidad de Jesús. Al desplegar la misma Vida de Dios, durante su vida terrena, nos abrió el camino de la plenitud a la que todos podemos acceder. En todos y cada uno de nosotros está ya esa Vida.

Lo que estamos celebrando esta noche es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y psicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir, descubrir por los sentidos. 

Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir lo que hay en él de Dios. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe. Lo mismo nosotros, solo a través de la vivencia personal podemos comprender la resurrección.

Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Jesús murió a lo terreno y caduco, al egoísmo, y nació a la verdadera Vida, la divina. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento. Los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver, oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa,

pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo. En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que “significamos” para hacerla presente y vivirla.

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Vigilia  Pascual
Lucas 24, 1-12
Lectio divina

Leemos desde el v. 56 del capítulo 23: “Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.” Nos permite ver cómo las mujeres observaron el reposo, según la ley. Para los cristianos éste sería el último sábado observado según la antigua ley. De ahora en adelante el día del Señor será el primer día de la semana, el día de la resurrección. Aspecto muy importante que, no solo atañe a la tradición familiar como tal sino que es un elemento constitutivo de nuestra vivencia de la fe y por su puesto de la celebración de la fe en comunidad eclesial. (Cf. Mateo 28 1-7; Lucas 24,1; Juan 20, 1. Hc 20, 7: 1 Co 16, 2. Ap 1, 10). Lucas no especifica como Marcos (Mc 16,1), que las mujeres compraron perfumes. Lo habían preparado todo antes del sábado (Lc 23,56). Así este capítulo 24 de Lc comienza resaltando:

V.1 “El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.”

V.2 San Lucas subraya un hecho particular: “Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro,”. Inicia este versículo con la conjunción pero para enfatizar que el sepulcro donde había sido colocado el cuerpo de Jesús no estaba sellado.

V.3 “y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús”.
Segunda sorpresa. La tumba vacía evidentemente habla de la resurrección de Jesucristo. Sin embargo, no es tan obvio para las mujeres que se encuentran ante unas circunstancias totalmente inusuales. Por su puesto están consternadas, perplejas…

V.4 “No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes”.
Este resplandor de sus vestidos hace parte del contexto de este hecho sin precedentes: la resurrección de un muerto. Se pasa a un plano sobre natural que excede las perspectivas humanas. Esta escena nos transporta a la descripción de Moisés y Elías en la transfiguración en el monte Tabor. También aparecen dos hombres vestidos de blanco en la narración de la ascensión (Hch 1,10). Paralelamente, en San Juan, María Magdalena ve dos ángeles con vestidos blancos, sentados… donde había estado depositado el cuerpo de Jesús (Jn 20,10), presentados, por tanto con figura humana.

Distintos comentaristas sostienen que los dos visitantes angélicos se mencionan por analogía con los testigos humanos: eran necesarios dos para un testimonio válido.

V.5 “Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?»”
Era una frase conocida en la literatura rabínica: buscar a los muertos entre los vivos, a la que San Lucas da la vuelta para convertirla en el primer anuncio gozoso de la Resurrección. Ellas inclinaron el rostro. ¿Por qué habrán inclinado el rostro? Sería por miedo o ¿porque recordaron que no hay que mirar de frente las cosas divinas? Objetivamente estaban atónitas. Los hombres las interrogan y a la vez las exhortan a recordar cuanto Jesús mismo les había expuesto e inmediatamente ellas recuerdan sus palabras.

V.6-8 “No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. “».Y ellas recordaron sus palabras.”
Por esta razón, regresan para comunicar a todos cuanto les había sucedido. Naturalmente, no era algo que sería aceptado de primera mano. De hecho, Lucas afirma que no les creían y lo consideraban desatinos.

V.9-11. “Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás.”

“Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían.”
Uno de los elementos que Lucas aporta en su evangelio es la presencia de las mujeres en la vida de Jesús (Cf Lc 8 2-3) y, es significativo que en los cuatro evangelios sobresalen las mujeres como testigos de la resurrección del Señor, de sus apariciones, teniendo presente que para los judíos el testimonio de las mujeres no tenía valor jurídico. Sin embargo, constatamos que son ellas quienes permanecen fieles al Maestro hasta la cruz, que son quienes, antes que sus amigos y discípulos van al sepulcro de primeras…

Meditatio
Hemos de hacer una peregrinación interior a nuestro corazón para observar detenidamente cuál es nuestra actitud frente a este hecho que da el sentido a nuestra existencia, el sentido a nuestra fe pues, como dice San Pablo, “si Cristo no resucitó vana es nuestra fe” (1Co 15, 14).

Cuál es nuestra actitud, quizá como la de las mujeres: madrugar para estar con Jesús, buscar todas las ocasiones para escuchar su voz, pues como nos dice la antífona de ingreso en la Eucaristía de hoy I Domingo de Pascua: “He resucitado y estoy siempre contigo”. Siento la alegría profunda de sentir a Jesús resucitado en mi vida, a tal punto que me impulsa a salir, como nos invita continuamente el Papa Francisco. E igualmente, como afirma Madre María Oliva del cuerpo Místico de Cristo, Fundadora de las Religiosas Hijas de la Iglesia: decir a todos que Dios existe y es amor.

Salir y decir que Dios existe y es amor, aunque muchos no nos crean, aunque muchos piensen que son desatinos para la sociedad de hoy, sumergida aún en las tinieblas del error, del pecado.

Contemplatio
Adentrémonos en este momento en el que nos damos cuenta que la piedra del sepulcro de Jesús está corrida, el secpulcro está vacío, su cuerpo no sufrió la corrupción, Él está vivo. Escuchemos a los ángeles que Dios mismo nos envía para recordarnos las palabras de Jesús y comprender aún más este Misterio de nuestra Salvación.

Oratio
En este ambiente de contemplación, dejemos que sea el mismo Espíritu Santo que nos impulsa a alabar a nuestro Padre Dios por haber entregado a su propio Hijo para nuestra salvación. Alabémoslo por tantos hermanos nuestros que han recobrado la vida de gracia por la celebración de los misterios de la vida de Jesús, su Pasión, Muerte y Resurrección. Y todo aquello que desde el secreto podemos comunicarle a Él.

Actio
Pero no nos despidamos del Señor antes de haber formulado estrictamente nuestro compromiso concreto, real para vivir y celebrar la Resurrección del Señor. Digámosle que viviremos como hijos de la Luz, llevándola donde quiera que estemos, disipando las tinieblas que intentan oscurecer la humanidad entera. Y, por supuesto viviendo en la alegría pascual, no solamente en esta cincuentena que la Iglesia nos ofrece del Tiempo Pascual sino durante nuestra vida.

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Domingo de Resurrección
Juan 20, 1-9
ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO
José A. Pagola

Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

Es un error que busquemos «pruebas» para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado, hemos de hacer ante todo un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Pero cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?».

Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: «¡María!». Ella se vuelve rápida: «Rabbuní, Maestro».

María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos revela lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándolo solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto interior con su persona. Es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

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TRES PROTAGONISTAS INESPERADOS
José Luis Sicre

Una elección extraña

Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios Padre, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);

b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

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Descansa en paz, Hno. Carlitos

Fecha de nacimiento: 03/11/1944
Lugar de nacimiento: San Diego, JAL / México
Votos temporales: 07/10/1967
Votos perpetuos: 17/06/1977
Fecha de fallecimiento: 19/04/2025
Lugar de fallecimiento: Guadalajara / México

En la madrugada de este Sábado Santo, víspera de la gran fiesta de la Resurrección, el Señor llamó a nuestro querido hermano Carlos Cárdenas, al que todos llamábamos con cariño Carlitos. Llevaba ya unos años en el Oasis de Guadalajara, desde aquel fatídico accidente en Perú en el que se rompió la espina dorsal y quedó parapléjico. Hoy mismo estará con Jesús en el paraíso.

El Hno. Carlos Cárdenas García nació el 3 de noviembre de 1944 en San Diego, en la diócesis de Guadalajara. Hizo sus primeros votos el 7 de octubre de 1967 en Ciudad de México y los votos perpetuos el 17 de junio de 1977. Tras seis años en nuestro país fue destinado a Italia, a Pordenone, donde estuvo dos años. En 1976 le llegó el destino a su primera misión: Ecuador, donde trabajó en varios períodos (1976 a 1981; 1988 a 1997 y de 2004 a 2008). Alternó esos períodos con un servicio a su provincia de origen.

En 2016 fue destinado a Perú, donde trabajó por cinco años. En 2021 sufrió un grave accidente que le causó una fractura de la espina dorsal, quedando inválido de la cintura para abajo. Fue evacuado a México y desde entonces residía en el Oasis de Zapopan, Jalisco. En la madrugada del sábado Santo el Señor se lo quiso llevar con Él al Paraiso.

Descansa en paz, querido Carlitos, e intercede por nosotros desde el cielo.

Más adelante publicaremos su semblanza completa.