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Fallece el teólogo dominico Gustavo Gutiérrez

Ayer, 22 de octubre falleció en Lima el gran teólogo peruano Gustavo Gutiérrez. Ordenado sacerdote en 1959 y dominico desde 2001, fue el padre y uno de los principales representantes de la corriente teológica denominada “teología latinoamericana de la liberación”, una de las más influyentes del siglo XX. Fue, asimismo, fundador del Instituto Bartolomé de las Casas con sede en Lima. Sus restos serán velados en la Sala capitular del Convento Santo Domingo de Lima (Foto: Dominican University).

Por: Fr. Miguel Ángel Gullón, OP.
dominicos.org

Gustavo Gutiérrez nació en Lima el 8 de junio de 1928 y pertenece a la etnia quechua. Siendo estudiante en el colegio de los maristas, manifestó una gran sensibilidad por la poesía y la mística. Estudió medicina con la intención de especializarse en psiquiatría. Su militancia en la Acción Católica despertó en él una gran inquietud social. A los 24 años tomó la decisión de hacerse sacerdote católico e ingresó en el seminario, recibiendo la ordenación presbiteral en 1959. Completó estudios de filosofía en la Universidad de Lovaina, y de Teología en la Facultad de Lyon y en la Universidad Gregoriana de Roma, donde conoció de cerca a algunas figuras muy destacadas por sus intervenciones en la gestación del concilio Vaticano II.

 Vuelto de nuevo a Perú enseñó en la Universidad Católica de Lima y, al mismo tiempo, se encargó de una parroquia en el barrio popular de Rímac, donde realizó una intensa labor pastoral, colaborando con estudiantes comprometidos políticamente. En esa época fue elegido consiliario nacional de la Unión de Estudiantes Católicos (UNEC).

En 1968, como consultor teológico del Episcopado Latinoamericano, participó activamente en la Asamblea de Medellín. En el contexto de este decisivo acontecimiento para la Iglesia Latinoamericana, escribió la más famosa e influyente de sus obras: Teología de la liberación. Perspectivas (1971). Tres años después puso en marcha el Instituto Bartolomé de Las Casas. Su labor intelectual, tanto teológica como humanista, ha sido reconocida por distintas Universidades, que le han otorgado el título de doctor «honoris causa», entre ellas están las Universidades de Nimega (1987), Tubinga (1985), Friburgo en Bresgovia (1990) y Yale (2009). En el 2003 fue galardonado en España con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Según resaltó el jurado este premio se le otorgó principalmente «por su coincidente preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».

Especial interés tiene su contacto con grandes maestros dominicos franceses –Chenu, Congar, Duquoc–, en cuyo magisterio bebió. Conociendo la teología de estos maestros, sobre todo la genial visión de Chenu, podemos apreciar la marca en la reflexión teológica de G. Gutiérrez:

«El estudio de la primera cuestión de la Suma de Santo Tomás, el aporte de Melchor Cano sobre los lugares teológicos, el clásico libro de Gardeil sobre estos asuntos me apasionaron. Devoré en unas vacaciones el artículo “Teología” de Y. Congar en el Diccionario de Teología Católica; su perspectiva histórica me sacó de un modo casi exclusivamente racional de enfocar el estudio teológico, abriéndome a otras orientaciones (la Escuela de Tubinga, por ejemplo). Más tarde la lectura de un libro, de discreta circulación, de M. D. Chenu, La Escuela de Le Saulchoir, me descubrió el alcance de la historia humana y la vida misma de la Iglesia como un lugar teológico […]. Este interés hizo que en los tratados de teología que estudié estuviese muy atento al aspecto metodológico y a la relación de la teología con las fuentes de la Revelación. A ello contribuyó de manera particular la insistencia de muchos de mis profesores de Lyon en la Sagrada Escritura».

En el año 2000, confirmando su profunda sintonía con el carisma dominicano, entró en la Orden de Predicadores. No fue una veleidad del momento, sino la profesión pública del carisma que Gustavo llevaba dentro, pues él mismo comenta:

«Mi relación con la Orden de Predicadores llega tan lejos como cuando conocí personalmente la obra teológica de Congar, Chenu y Schillebeeckx, todos teólogos dominicos. Me atrajo enseguida su profunda intuición de la íntima relación que debe existir entre la teología, la espiritualidad y la predicación del Evangelio. La teología de la liberación comparte esta misma convicción. Mis posteriores investigaciones sobre la vida de Bartolomé de Las Casas y su ardiente defensa de los pobres de su tiempo (los indígenas y los negros esclavos) ha jugado un papel importante en mi decisión: Mi larga amistad con muchos dominicos, junto a otras circunstancias, me han llevado finalmente a esta meta. Aprecio y agradezco mucho la forma tan fraterna con la que he sido acogido».

La pertenencia al pueblo quechua y la sintonía con la tradición dominicana dieron su fruto en el singular libro sobre Bartolomé de Las Casas, donde se unen historia, teología y espiritualidad, evocando el gesto profético de los dominicos en La Española del s. XVI.

Teología de la Liberación, obra principal de G. Gutiérrez, «padre de la teología de la liberación», apunta los senderos a recorrer en orden a la construcción de la dignidad de la persona. El concepto de «teología de la liberación» tiene su origen en la conferencia del mismo nombre que G. Gutiérrez dictó en 1968 en Chimbote, en el norte de Perú. Esta formulación sirve también de título a su libro, con el que esta magnífica obra se hizo mundialmente conocida. El autor, años más tarde, escribirá lo siguiente a este respecto:

«Hace pocos años me preguntó un periodista si yo escribiría hoy tal cual el libro Teología de la Liberación. Mi respuesta consistió en decirle que el libro en los años transcurridos seguía igual a sí mismo, pero yo estaba vivo y por consiguiente cambiando y avanzando gracias a experiencias, a observaciones recibidas, lecturas y discusiones. Ante su insistencia le pregunté si hoy escribiría él a su esposa una carta de amor en los mismos términos que veinte años atrás; me respondió que no, pero reconoció que su cariño permanecía… Mi libro es una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo a los que pertenezco. El amor continúa vivo, pero se profundiza y varía la forma de expresarlo».

La idea de teología que plasma en este libro, germen de su pensamiento liberador, se expresa en los siguientes términos:

«Una teología como reflexión crítica de la praxis histórica, una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también de la porción de ella –reunida en ecclesia– que confiesa abiertamente a Cristo. Una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal, al don del reino de Dios».

Su obra teológica tiene numerosas referencias a esta nueva teología que está germinando en el continente americano:

«Un auténtico y profundo sentido de Dios no sólo no se opone a una sensibilidad al pobre y a su mundo social, sino que en última instancia ese sentido se vive únicamente en la solidaridad con ellos. Los hoy ausentes de la historia hacen suyo el don gratuito del amor del Padre creando nuevas relaciones sociales, relaciones de fraternidad. Ese es el punto de partida de lo que llamamos una teología desde el reverso de la historia».

En la misma línea abunda Jesús Espeja cuando afirma lo siguiente:

«Hace unos años en los pueblos pobres de América Latina, motivados por un justo anhelo de liberación, los teólogos evocaron las intervenciones gratuitas de Dios en la historia bíblica para liberar al pueblo pobre y oprimido bajo el poder del faraón en Egipto; ahí encontraron buena base para impulsar el proceso de los pueblos latinoamericanos para salir de su postración. Pero la modalidad de esta intervención liberadora de Dios se ha revelado en la conducta humana de Jesús, donde el poder y la justicia de la divinidad no funcionan con la lógica de la dominación y de venganza, sino con la lógica del amor que se entrega sin recibir nada a cambio».

A este propósito G. L. Müller comentará lo siguiente:

«A semejanza de Dietrich Bonhoeffer, que en el contexto europeo de la secularización descubrió al no creyente como el verdadero interlocutor de la teología cristiana al preguntar: ¿cómo hablar de Dios en un mundo que ha alcanzado la mayoría de edad?, Gustavo Gutiérrez pregunta con vistas a sus interlocutores en Latinoamérica, en su mayoría creyentes: “¿cómo hablar de Dios frente al sufrimiento de los pobres en Latinoamérica, frente a su muerte prematura y a la violación de su dignidad como persona?”».

Según el estudioso Juan Pablo García Maestro, estamos ante una teología distinta, que no puede incluirse dentro de las teologías del genitivo, pues el término liberación engloba todo lo que Dios quiere en la historia:

«Es decir, una salvación-liberación integral de la persona que tiene tres niveles: el político, es decir liberación de las estructuras sociales y económicas que nos esclavizan; el segundo nivel que sería la liberación individual, de problemas psicológicos, que no nos dejan ser libres… el tercer nivel sería la liberación del pecado, que es por otra parte el origen de todas las injusticias. Esta liberación es la que aporta Jesucristo a la humanidad».

Este mismo autor sigue abundando en el tema en los siguientes términos:

«La Teología de la liberación quiere ser una nueva inteligencia de la fe, abordando los grandes temas de la teología, pero desde la praxis histórica y teniendo en cuenta las mediaciones sociales y políticas con su propia racionalidad. Por eso es una teología de la salvación en las condiciones concretas, históricas y políticas de hoy».

Para muchas personas el nombre de G. Gutiérrez y de otros reconocidos teólogos de la liberación está ligado al conflicto y a la polémica con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Salvo casos muy puntuales nada más lejos de la realidad; su reflexión teológica no es «algo revolucionario de contenido violento, teñido, por ejemplo, por la ideología del foquismo de los años 60, por la revolución cubana o por el sandinismo, etc. A Gustavo Gutiérrez le importa el anuncio del Dios de la vida de todos en dignidad según su filiación divina». Su pensamiento nace de su mismo origen humilde. Como afirma J. Sayer:

 «[G. Gutiérrez] no pertenece al estrato superior blanco de Lima, sino que lleva en sí también raíces indígenas, ha sido sensible al racismo presente en la sociedad peruana frente a la población indígena, sobre todo en la región andina y en la zona amazónica. Su marginación y la marginación de los pobres en los barrios bajos de los conglomerados urbanos fueron y siguen siendo su inquietud central: los pobres son los “insignificantes” –como Gutiérrez no se cansa de repetir–de una sociedad caracterizada por la economía neoliberal. No se los necesita para nada».

 Por las mismas razones con las que se sostiene que nada permanece de la misma forma a cómo fue concebido, ni tampoco tendrá un fin anticipado, el mismo G. Gutiérrez, a la pregunta sobre si ya no tiene sentido su reflexión, responde:

«La Teología de la Liberación no habrá muerto mientras haya hombres que se dejen incitar por el actuar liberador de Dios y hagan de la solidaridad con sus semejantes que sufren y cuya dignidad es degradada la medida de su fe y el impulso de la acción social. La Teología de la Liberación significa creer en Dios como Dios de la vida y como garante de una salvación del hombre entendida de manera integral, y ofrecer resistencia en los dioses que significan la muerte prematura, la pobreza, la depauperación y la degradación del hombre».

Vocación al amor: llamados a la vida

Iniciamos el mes de noviembre con dos celebraciones muy importantes: la de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos. Las dos tienen la finalidad de recordarnos que el Señor es el Dios de la vida y que nos invita a vivir con Él en el amor.

Por: P. Wédipo Paixão

La primera vocación a la que todos fuimos llamados es a la vida, en la cual el Creador puso en nuestro corazón una centella de su divino amor que nos empuja a buscarlo, como dijo san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en ti». Cada mañana, cada respirar y cada decisión responden al llamado que nos hace el Señor.

El Dios manifestado en la Escritura es un Dios Creador, quien, al llamar a las cosas a la existencia, hace triunfar el amor. Lo coloca en el origen mismo del ser. Revela así lo que verdaderamente es el poder de quien da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean (Rom 4,17). Creando el mundo por su Palabra (cf 2Co 4,6), triunfó sobre los poderes del caos (Gen 1,2). Él continúa ejerciendo esta primera operación en sus criaturas: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28).

Al preguntarnos: ¿qué es la vida, qué le da sentido?, las personas buscamos responder de distintas maneras, en especial, cuando se encara otro misterio: la muerte. Nacimos en un día que no elegimos, y de igual modo, moriremos sin elegir el día; son como dos puertas: la de entrada a esta realidad, y la otra hacia la eternidad.

Nuestra fe nos ilumina y nos dice que nadie nace por accidente ni es consecuencia de un error; cada ser humano es pensado, amado y querido por Dios. Ninguna persona fue creada para el sufrimiento o el dolor, mismo que experimen-tamos en diversas circunstancias o situaciones de crisis producidas por diversas causas.

Volviendo a la pregunta: ¿Qué es la vida? Digamos que es un tiempo que Dios nos da para aprender a amar, y así, estemos listos para la eternidad junto a Él, que es amor absoluto. Por ello, cada vocación es una cuestión de amor, y sólo éste da sentido a la existencia. Cuando amamos, entregamos nuestra vida como servicio a los demás; de eso se tratan todas las vocaciones, ya sea al sacerdocio o al matrimonio, a convertirse en médico, maestro…

Santa Teresa de Calcuta dijo una vez: «la verdadera pobreza es la falta de amor». El mundo es creado en virtud del amor, y éste es destruido por la violencia y el odio. La vida se desarrolla en esa tensión. Para que una persona asuma sin condiciones una actitud creativa y transformadora, desde que nace, es preciso que se sienta amada. Desde la familia, el niño se descubre ser humano y advierte que está con otros. La familia es para él como el corazón del mundo, donde recibe los primeros cuidados, cariños y sonrisas. Como dice el poeta clásico: «¡Ay del niño a quien sus padres no le han sonreído!».

Dios es amigo de la vida. Por ello, condena toda violencia. Lo hace teniendo en cuenta las diferentes épocas de su pueblo. Así, se pacta la ley del Talión (Ex 21,24), que representa un progreso considerable respecto a los tiempos de Lamec, que se venga sin medida (Gen 4,23-24). El Dios del Antiguo Testamento no es cruel, tiene entrañas de misericordia. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3,9) y le exige una conducta semejante con el débil (Ex 23,9). Dios se constituye como defensa de las víctimas de la injusticia, en particular, del huérfano, la viuda y el pobre (Ex 22,20ss). A su vez, paulatinamente irá creando la figura del siervo de Dios, que renuncia a la violencia (cf Is 53,7).

El amor creador no nos exime que conozcamos la ciencia tanto de la naturaleza como de las estructuras sociales y, desde esta noción, ponernos al servicio de la humanidad. El amor no es un vago sentimiento ni se contenta con buenas intenciones. El amor creador no huye de la realidad, la asume y busca conocerla de la manera más objetiva posible.

La ciencia y la técnica sin amor deshumanizan a la sociedad; y ésta debe valerse del saber científico y técnico para desplegar su fuerza creadora. ¿Cuánto amor hay en nuestra vida? ¿Cómo hacer de nuestra existencia un don para los demás?

Termino la reflexión con versos del poema «Muere lentamente», cuya autoría está a debate:

  • «Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
  • Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú, quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
  • Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
  • Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.
  • Muere lentamente quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante. Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
  • Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar».

P. Fernando Uribe Mendoza, nuevo sacerdote comboniano

El pasado 19 de octubre la parroquia San Miguel Arcángel de Villa Progreso, en el municipio de Ezequiel Montes, estado de Querétaro, se volcó generosamente con uno de sus hijos, el comboniano Fernando Uribe Mendoza, para celebrar con alegría su ordenación sacerdotal. Hasta allí acudieron numerosos combonianos procedentes de varios lugares del país, así como los seminaristas combonianos y numerosos grupos de Sahuayo y San Francisco del Rincón, donde Fernando trabajó durante los últimos años de su formación y donde ejerció su ministerio diaconal, especialmente con jóvenes.

La celebración comenzó mucho antes del inicio de la misa, con una procesión en la que Fernando, acompañado por su familia y un buen grupo de amigos y fieles de la parroquia, se dirigió desde su casa hasta la explanada del templo parroquial donde sería ordenado sacerdote.

La misa fue presidida por Mons. Fidencio López Plaza, obispo de Querétaro. En la homilía hizo alusión al evangelio que el P. Fernando había escogido para la ocasión (Jn 15,9-17). Destacó cuatro ideas en cuatro frases del evangelio:

– Como el Padre me amó, así los amo yo, permanezcan en mi amor. Según expresó el obispo, Dios es amor, ama a todos; y nuestro gran reto es descubrir ese amor y permanecer en él.

– Ámense unos a otros como yo los he amado. Dios nos da la medida según la cual debemos amar: hemos de amar como Él nos amó.

– Ustedes son mis amigos, ya no los llamaré siervos. El amigo sabe escuchar y siempre busca esa relación de amistad.

– No me eligieron ustedes a mi, yo los elegí a ustedes. Es Dios quien nos elige y nos confía una misión. No somos nosotros los que decidimos dónde ir ni cuándo ir.

Con palabras sencillas pero muy profundas, Mons. Fidencio invitó al P. Fernando a vivir estas cuatro recomendaciones de Jesús durante toda su vida misionera y terminó su homilía invocando al Arcángel San Miguel y a la Virgen de Guadalupe para que lo acompañen en su nueva misión.

Al día siguiente, Domingo Mundial de las Misiones, el P. Fernando celebró su primera misa como nuevo sacerdote. De nuevo estuvo acompañado por varios de sus hermanos combonianos, por el párroco de Villa Progreso y por un gran número de amigos y familiares y de toda la comunidad parroquial. Al final de la misa y en un gesto muy emotivo, recibió la bendición de su mamá, que lo entrega con generosidad para el servicio a la misión. La bendición fue también para pedir a Dios que lo acompañe en su nueva misión en Sudáfrica, a donde ha sido destinado y donde ejercerá su ministerio sacerdotal y misionero los próximos años.


Vídeo de la ordenación


Vídeo de la primera misa

Asesinan en Chiapas al padre Marcelo Pérez

El sacerdote Marcelo Pérez Pérez, originario de San Andrés de Larraínzar, fue asesinado a balazos ayer en Chiapas al salir de una celebración eucarística. El padre Marcelo, párroco del templo de Guadalupe, en San Cristóbal de las Casas, salía de celebrar la misa en la iglesia de Cuxtitali y se disponía a regresar a su parroquia de Guadalupe cuando fue abordado por dos individuos que circulaban en una motocicleta y abrieron fuego contra él.

El P. Marcelo llevaba varios años luchando en favor de la paz en una tierra marcada por la violencia creciente causada por los grupos de delincuencia organizada, por lo que había recibido reiteradas amenazas.

Compartimos y nos unimos a los comunicados publicados por la Conferencia del Episcopado Mexicano, la Conferencia de Religiosos y Religiosas de México y el Cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, que fue quien ordenó sacerdote al P. Marcelo. (Foto: Desde la Fe)


Comunicado de la Conferencia del Episcopado Mexicano
sobre el asesinato del P. Marcelo Pérez, de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

«La paz es un bien que supera cualquier barrera, porque es un bien de toda la humanidad. […] La violencia y la injusticia no tienen la última palabra en la historia» Papa Francisco.

La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) expresa su más enérgica condena y profundo dolor ante el brutal asesinato del P. Marcelo Pérez, sacerdote de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, ocurrido en el barrio de Cuxtitali. Este acto de violencia, perpetrado al terminar la misa cuando el padre salía para continuar con sus labores pastorales, no solo priva a la comunidad de un pastor dedicado, sino que también silencia una voz profética que incansablemente luchó por la paz con verdad y justicia en la región de Chiapas.

Expresamos nuestra más sincera solidaridad y cercanía espiritual con Mons. Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de San Cristóbal de Las Casas, con Mons. Luis Manuel López Alfaro, Obispo Auxiliar, con el presbiterio, los religiosos, religiosas y fieles laicos de esta querida diócesis. Compartimos su dolor y nos unimos en oración, ofreciendo todo nuestro apoyo en estos momentos difíciles.

El P. Marcelo Pérez fue un ejemplo vivo del compromiso sacerdotal con los más necesitados y vulnerables de la sociedad. Su labor pastoral, caracterizada por su cercanía al pueblo y su apoyo constante a quienes más lo necesitaban, deja un legado de amor y servicio que perdurará en el corazón de todos aquellos a quienes tocó con su ministerio.

Como Iglesia, lamentamos profundamente la pérdida de una vida consagrada al servicio de Dios y del prójimo. Este acto de violencia no solo afecta a la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, sino que hiere a toda la Iglesia en México y a la sociedad en su conjunto, especialmente en una región que hoy vive situaciones delicadas de violencia y pugna entre grupos del crimen organizado.

Hacemos un llamado urgente a las autoridades de todos los niveles de gobierno – federal, estatal y municipal – para que:

  1. Se realice una investigación exhaustiva y transparente que conduzca al esclarecimiento de este crimen y a la justicia para el P. Marcelo Pérez.
  2. Seimplementenmedidasefectivasparagarantizarlaseguridaddelossacerdotes y agentes pastorales que, como el P. Marcelo, dedican su vida al servicio de los más necesitados, especialmente en zonas de alto riesgo.
  3. Seredoblenlosesfuerzosparacombatirlaviolenciaylaimpunidadqueafligen a la región de Chiapas y a nuestro país en general.

A la comunidad de fieles y a toda la sociedad mexicana, los invitamos a unirse en oración por el eterno descanso del P. Marcelo Pérez, por el consuelo de su familia, amigos y feligreses, y por la paz en Chiapas y en todo México.

Que el sacrificio del P. Marcelo Pérez no sea en vano, sino que nos impulse a todos a trabajar con mayor eficacia por la construcción de una sociedad más justa, pacífica y fraterna en Chiapas y en todo el país, fiel al mensaje del Evangelio que él predicó con su vida y su muerte.

Que Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de México, interceda por nosotros y nos guíe en estos momentos de dolor y tribulación.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» Mt 5, 9.

+ Mons. Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Monterrey Presidente

+ Mons. Ramón Castro Castro
Obispo de Cuernavaca Secretario General


Comunicado de la CIRM (Conferencia de Religiosos de México)

Nos unimos en solidaridad al profundo dolor que embarga a la familia, amigos, comunidad y Diócesis de San Cristóbal de las Casas por el asesinato Padre Marcelo Pérez Pérez acaecido esta mañana a quemarropa cuando salía de celebrar la Eucaristía en el Barrio de Cuxtitali, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Como Conferencia de Superiores Mayores de México, hacemos nuestra la condena que hace el Episcopado Mexicano por estos hechos violentos: “como Iglesia, lamentamos profundamente la pérdida de una vida consagrada al servicio de Dios y del prójimo. Este acto de violencia no solo afecta a la Diócesis de San Cristóbal de la Casas, sino que hiere a toda la Iglesia en México y a la sociedad en su conjunto, especialmente en una región que hoy vive situaciones de violencia y pugna entre grupos del crimen organizado”.

Por ello, unidos al Diálogo por La Paz, exigimos a las Autoridades de los gobiernos municipal, estatal y federal que detengan inmediatamente la violencia en Chiapas y recuperar la Paz a la que todas y todos tenemos derecho.

Con tristeza e indignación reconocemos que este hecho violento del asesinato del P. Marcelo es un dato más de la impunidad que se vive en el país y es señal de una violencia que impera en distintos territorios del País.

No dejemos que nos roben la dignidad y la defensa de los derechos humanos por los que Jesús también entregó la vida, mostrándonos la vía de la Paz con Justicia como camino en la construcción de fraternidad social donde todos nos reconocemos como hermanos y hermanas.

Que Jesucristo Resucitado acoja en su presencia al P. Marcelo y que su testimonio de cercanía y servicio al Pueblo de Dios, nos muevan a buscar caminos de paz, reconciliación y justicia.

Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre. Mt. 13,43

P. José Luis Loyola Abogado MSpS Presidente de la CIRM


Comunicado del Cardenal Felipe Arizmendi

Lamento muchísimo el asesinato del P. Marcelo Pérez, sacerdote indígena de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, la mañana de este domingo, en el Barrio de Cuxtitali, de la misma ciudad, al terminar de celebrar la Misa. Estoy muy adolorido e iré a su sepelio este lunes. Fue de los primeros sacerdotes indígenas que ordené como presbítero. Siempre estuvo comprometido con la justicia y la paz entre los pueblos originarios, sobre todo en Simojovel y acompañando a las víctimas de la violencia interna en Pantelhó. Nunca se metió en políticas partidistas, sino siempre luchando por que los valores del Reino de Dios se hicieran vida en las comunidades. Son los valores de verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.

En las luchas internas de Pantelhó por el poder político y económico, no se inclinó por un partido, sino por el respeto entre todos, por la defensa de los desplazados y por el diálogo entre las partes, para llegar a soluciones pacíficas.

Sacerdote muy centrado en su vocación, de mucha oración, muy pegado al Sagrario, y muy comprometido con su pueblo. Nunca se avergonzó de su origen, en San Andrés Larráinzar. Supo tratar siempre bien a los no indígenas

Su asesinato nos demuestra, una vez más, el clima de violencia que se ha desatado en Chiapas y en casi todo el país. Hay una descomposición social, que empieza por la destrucción de la familia y se consolida por la impunidad en que actúan grupos armados. No todo es culpa del gobierno, pero es indicativo de que el gobierno y todos nosotros, incluso las iglesias, estamos rebasados. No hemos logrado que la violencia se detenga, sino que va en aumento. Esto nos debe hacer reflexionar a todos, a los creyentes también, pero sobre todo al gobierno en el poder, para que busquen cómo desmantelar a estos grupos armados, que están haciendo tanto daño a la comunidad.

En la fe, esperamos su descanso en paz con Cristo Resucitado, porque son dichosos los que sufren por construir la justicia y la paz.

+Felipe Cardenal Arizmendi
Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas


XXIX Domingo ordinario. Año B

Marcos 10,35-45: “¡Pero entre ustedes no debe ser así!”
Descender e inmersión: la vocación cristiana

El Evangelio de este XXIX domingo nos invita a reflexionar sobre otro aspecto fundamental de nuestra vida personal y social. Después de haber abordado los temas del matrimonio y la riqueza, hoy se trata del poder. Estos tres temas — afectos, bienes y relaciones — forman una tríada que, de alguna manera, abarca toda nuestra existencia.

Las tres cuestiones son abordadas en la parte central del evangelio de Marcos (capítulos 8-10). Son tres catequesis de Jesús, dirigidas principalmente a los Doce, sobre la especificidad de la conducta del discípulo.

El contexto de estas enseñanzas es particularmente significativo: tres veces, Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección. Sin embargo, cada vez, los discípulos reaccionan con incomprensión, adoptando actitudes que contrastan profundamente con el mensaje que Jesús intenta transmitir. El episodio de la petición de Santiago y Juan, narrado en el Evangelio de hoy — es decir, sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús — es emblemático en este sentido. Tal vez por respeto a estas dos “columnas” de la Iglesia, Lucas omite el relato, mientras que Mateo atribuye dicha solicitud a su madre (20,20-24).

El momento en que ocurre el episodio es muy particular. El grupo estaba subiendo a Jerusalén. “Jesús caminaba delante de ellos, y ellos estaban asombrados; los que lo seguían tenían miedo”. Y, una vez más, por tercera vez, Jesús anuncia con más detalles lo que le va a suceder en Jerusalén. Usa siete verbos, pesados como piedras: será entregado (a las autoridades judías), condenado, entregado (a los paganos), ridiculizado, escupido, azotado, asesinado… Pero al tercer día resucitará (Marcos 10,32-34).

En este contexto dramático, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, a quienes Jesús llama “Boanerges” (hijos del trueno), se acercan para hacer una solicitud: “Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que te vamos a pedir”. No piden un favor, sino que hacen una exigencia. “Concédenos que nos sentemos, en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Una solicitud realizada con audacia delante de todo el grupo, que revela sus expectativas de un mesianismo terrenal. Mientras caminan, ya piensan en sentarse. Mientras Jesús habla de sufrimiento y muerte, ellos piensan en la gloria. Podemos intuir las motivaciones de su exigencia: estaban entre los primeros en ser llamados, formaban parte del grupo privilegiado (Pedro, Santiago y Juan) y, tal vez, también eran primos de Jesús, hijos de Salomé, probablemente hermana de María. Jesús les responde con tristeza: “¡No saben lo que están pidiendo!”.

Entonces Jesús continúa, con un toque de ironía: “¿Pueden beber la copa que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” Es decir, ¿están listos para compartir mi destino de sufrimiento? Ellos responden decididos: “Podemos”. En parte, su solicitud será concedida. Santiago será el primer apóstol en ser martirizado, en el año 44, y según algunas tradiciones, Juan también morirá mártir. Pero en cuanto a sentarse a la derecha e izquierda de su “trono de gloria” (¡que será la cruz!), ese lugar ya estaba reservado para otros: los dos malhechores que serían crucificados con Jesús.

Los demás discípulos, al oír todo esto, se indignan. Es comprensible, dado que algún tiempo antes habían discutido sobre quién era el más grande entre ellos. En ese momento, Jesús los llama y, con paciencia, les da una catequesis sobre el poder: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor (diakonos), y el que quiera ser el primero, que sea esclavo (doulos) de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos”. Jesús, el ‘Hijo del Hombre’, revela un rostro y un nombre de Dios inéditos y desconcertantes: ¡el Siervo! Aquel que se despojará y se arrodillará ante cada uno de nosotros para lavarnos los pies.

Reflexiones

¡Todos somos hijos de Zebedeo!
En cada uno de nosotros hay un deseo de ser el primero. Sed de poder, ambición en la sociedad, afán de carrera en la Iglesia: ¿quién puede afirmar estar inmune? Pero el Señor no nos pide ocupar el último lugar absoluto — ese lugar lo reservó para sí mismo — sino asumir un papel de servicio, en la familia, en el trabajo o en la Iglesia, con humildad y gratuidad, sin exigencias. En este servicio, encontraremos a Jesús como compañero, y esto realmente nos hará “reinar” con Él. A veces, esta elección nos llevará a ser también “crucificados”, pero en esos momentos comenzaremos a conocer cuál es “la anchura, la longitud, la altura y la profundidad… del amor de Cristo” (Efesios 3,18-19).

Descender e inmersión.
Cada palabra de Jesús nos pone ante una elección. Como dijo el Papa Francisco: “Estamos ante dos lógicas opuestas: los discípulos quieren sobresalir, Jesús quiere sumergirse”. A la lógica mundana, “Jesús opone la suya: en lugar de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en lugar de sobresalir por encima de los demás, sumergirse en la vida de los demás”. (Ángelus 17.10.2021). Con el bautismo, elegimos esta lógica de servicio. Estamos llamados a descender de una posición de cómoda posición para sumergirnos en la vida del mundo, en las situaciones de injusticia, sufrimiento y pobreza. Si la sociedad se está alejando de Dios, nuestra misión es salir e ir hacia los “cruces de caminos” para llevar a todos la invitación del Rey, como nos recuerda el Papa en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones que celebramos hoy.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día “el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.
No es el poder, sino el servicio

Comentario a Mc 10, 35-45

Con la ayuda de Marcos, seguimos a Jesús ya casi llegando a Jerusalén. En el camino, haciendo parte del grupo de los discípulos, nos metemos de lleno en el diálogo de Jesús con los hijos del Zebedeo y su madre sobre la autoridad y el servicio. Hoy, por otra parte, se celebra en la Iglesia la Jornada Misionera Mundial, lo que da a nuestro breve comentario evangélico un ángulo especial de lectura, es decir, el servicio misionero que todos los discípulos de Jesús estamos llamados a realizar en el mundo. Me parece que los hijos del Zebedeo nos ayudan a hacer algunas reflexiones significativas:

– Quieren ocupar los puestos importantes en el proyecto de Jesús. ¿Y quién no? Todos nosotros buscamos ser importantes; a todos nosotros nos gusta que nos consideren para puestos de relevancia, que nos elogien, que nos elijan para ejercer alguna autoridad. Y a mí me parece que eso no está mal, forma parte de nuestra naturaleza y, seguramente, una cierta ambición es positiva para nosotros mismos y para la comunidad. Lo que tenemos que hacer es convertir esa necesidad de ser importantes en una fuerza positiva para nosotros y para los demás.

– Parecen ser bastante inconscientes de lo que piden. Por una parte, no conocen el proyecto de Jesús, que consiste en dar la vida, y, por otra, no son conscientes de los sacrificios que su mismo deseo de protagonismo comporta.

– Jesús aprovecha de su petición para hacerles progresar en el discipulado. A partir de su petición, Jesús dialoga con ellos y les va abriendo los ojos: No se trata de ocupar los primeros puestos, sino de “beber el cáliz”, es decir, de asumir un servicio con todas sus consecuencias: el servicio puede tener sus compensaciones y su gloria, pero implica, antes que nada, asumir una responsabilidad, aceptar las críticas, emplear el propio tiempo y las propias energías. Jesús pide capacidad de estar “a alas duras y a las maduras”. Cuando nos piden un servicio, debemos hacer las cuentas con nuestra capacidad de “beber el cáliz” que tal servicio comporta. Puede que eso nos traiga agradecimientos y elogios, pero también sacrificio y quizá humillación.

– En todo caso, ellos y los demás discípulos aprenden que e en proyecto de Jesús se manda de otra manera. El servicio de la autoridad (en la familia o en la comunidad) no se ejerce como una imposición, sino como un servicio entre hermanos. El político que manda una ciudad o un país no es más que los ciudadanos a los que él sirve. Y eso vale para los que mandan en la Iglesia o en la familia. ¿Quién debe mandar en un determinado ámbito de la vida? El que sirve mejor. Y en ese servicio está la calidad de su autoridad.

Todos nosotros tenemos algún ámbito en el que ejercemos la autoridad. Al leer la Palabra como discípulos/as recordamos que queremos hacerlo al estilo de Jesús: sirviendo. Y en eso consiste precisamente la vocación misionera de la Iglesia: servir a la humanidad con la Palabra de verdad y el gesto de amor hecho escuela, centro de salud, lugar de encuentro, comunidad de vida y fraternidad. Al celebrar la Eucaristía, pedimos que el Espíritu Santo nos haga ser servidores de nuestros esposos, familiares, miembros de nuestra comunidad, especialmente de los más necesitados.
P. Antonio Villarino, MCCJ


Misión es servir y contagiar de esperanza a todos los pueblos

Isaías 53,10-11; Salmo 32; Hebreos 4,14-16; Marcos 10,35-45

Reflexiones
En la cercanía del DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones) – el próximo domingo – se nos propone el ejemplo de Jesús (Evangelio), que “no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (v. 45). Él es el mayor; sin embargo, se hizo nuestro servidor; es el primero, y se hizo último, el esclavo de todos (v. 44). Jesús que lava los pies a los discípulos, su agonía en el huerto, el Crucifijo… son hechos que nos convencen de la palabra del Evangelio de hoy. Jesús ha bebido hasta el fondo – ¡y con amor! – el cáliz de la pasión, ha recibido el bautismo de la muerte y de la resurrección (v. 38). Así Él, verdadero Siervo del Señor, ha dado cumplimiento a la profecía de Isaías (I lectura): ha entregado su vida como expiación, cargando con nuestros crímenes, con la certeza de que vería una descendencia numerosa (v. 10-11). Ya que Él, sumo y gran sacerdote (II lectura), sabe compadecerse de nuestras debilidades; todos los pueblos están invitados a acercarse con seguridad a Él, “para alcanzar misericordia y encontrar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno” (v. 16).

Beber el cáliz – recibir el bautismo” son expresiones de Jesús que indican su itinerario de muerte y de resurrección, para que todos tengan vida en abundancia (Jn 10,10). Jesús quiere involucrar a todos los discípulos en su obra de salvación: los que están bautizados en su nombre y los que Él llama para una vocación de especial consagración (sacerdotes, religiosas, religiosos, misioneros, laicos). De esta identificación sacramental con Cristo nace para todos el don y el compromiso por la Misión, es decir, el compromiso de anunciar el Evangelio a los pueblos que aún no lo conocen.

A la pregunta del Maestro: “¿son capaces de beber el cáliz…?” los discípulos Santiago y Juan responden: “Lo somos” (v. 38). En esta respuesta hay una buena dosis de presunción, pero también de generosidad y de audacia. Cuando venga el Pentecostés del Espíritu, ellos tendrán efectivamente la fuerza de dar el supremo testimonio. También hoy, frente a las múltiples exigencias del compromiso misionero de la Iglesia en el mundo entero, todos los cristianos están llamados a dar respuestas concretas, generosas y creativas, según la situación de cada uno. Algunos están llamados para un servicio misionero de por vida, incluso en regiones alejadas y peligrosas; otros se entregan hasta el sacrificio de su vida… A todos se les pide que colaboren con la oración, el compromiso evangelizador y el compartir solidario con los necesitados(*)

En sintonía con el Evangelio misionero de hoy, el Papa Benedicto XVI afirmaba: «Los discípulos de Cristo dispersos por todo el mundo trabajan, se esfuerzan, gimen bajo el peso de los sufrimientos y donan la vida… La Iglesia no actúa para extender su poder o afirmar su dominio, sino para llevar a todos a Cristo, salvación del mundo. Nosotros no pedimos sino el ponernos al servicio de la humanidad, especialmente de la más sufriente y marginalizada».

El mes de octubre nos ofrece numerosos ejemplos de santos misioneros que han entregado su vida para anunciar el Evangelio. S. Teresa del Niño Jesús (1 de octubre) ofreció oraciones y sacrificios en el monasterio de Lisieux, S. Francisco de Asís (4 oct.) inauguró el método del diálogo incluso con los musulmanes, San Daniel Comboni (10 oct.) escogió “hacer causa común” con los pueblos africanos, entregándose por completo para ellos. Los santos mártires canadienses Juan de Brébeuf y compañeros (19 oct.) y los dos catequistas ugandeses, los beatos David y Gildo (20 oct.) encontraron el martirio en su servicio como catequistas; y así muchos otros sacerdotes, religiosas y laicos. Son ejemplos que nos ayudan a vivir la fe como don para acoger, profundizar, transmitir. Nos lo recuerda repetidas veces el Papa Francisco: «En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal».

Palabra del Papa
(*) «Al igual que los apóstoles y los primeros cristianos, también nosotros decimos con todas nuestras fuerzas: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20). Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos gratuitamente a los demás. Como los apóstoles que han visto, oído y tocado la salvación de Jesús (cf. 1 Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, esa nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor. Los cristianos no podemos reservar al Señor para nosotros mismos: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación total y pública en la transformación del mundo y en la custodia de la creación».
Papa Francisco
Mensaje para el DOMUND 2021


NADA DE ESO ENTRE NOSOTROS

Marcos 10, 35-45
José Antonio Pagola

Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día “el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.

A Jesús se le ve desalentado: “No sabéis lo que pedís”. Nadie en el grupo parece entender que seguirlo de cerca colaborando en su proyecto, siempre será un camino no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz. Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.

Antes que nada, les expone lo que sucede en los pueblos del Imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para “tiranizar” a los pueblos, y los grandes no hacen sino “oprimir” a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: “Vosotros, nada de eso”.

No quiere ver entre los suyos nada parecido: “El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea esclavo de todos”. En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.

Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la Iglesia de Jesús.

Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino “para servir y dar su vida en rescate por todos”. Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.

La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes, hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes, que se pongan a trabajar y colaborar.
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Biblia y gramática de la lengua ndau (Mozambique). Homenaje póstumo a dos combonianos

Los Misioneros Combonianos y la Arquidiócesis de Beira celebraron un encuentro para la presentación de dos libros, “la Biblia (Mazwi en Mwari)” y “Elementos de la Lengua Ndau, Gramática y Diccionario”, para rendir homenaje a sus autores combonianos, el P. Giocondo Pendin (fallecido en Matola, el 9 de marzo de 2021) y el P. Manuel dos Anjos Martins (fallecido en Tete, el 27 de noviembre de 2022)

El acto tuvo lugar el 8 de octubre en la Facultad de Economía y Gestión (FEG) de la Universidad Católica de Mozambique. Contó con la presencia de Mons. Claudio Dalla Zuanna, Arzobispo de Beira, Mons. António Constantino Bogaio, Obispo Auxiliar de Beira, el Superior Provincial de los Misioneros Combonianos en Mozambique, P. José Joaquim Luis Pedro, el Rector Magnífico, P. Filipe Sungo, el Alcalde de Beira, Albano Carige, religiosos y religiosas, laicos y otros invitados.

Los dos libros fueron presentados por el profesor Samuel Simango, conferenciante de EYF, que elogió el trabajo intenso, dedicado y generoso de los dos misioneros combonianos. Las figuras de los dos autores, el P. Giocondo y el P. Manuel dos Anjos, fueron presentadas por el P. José Joaquim y el P. Jeremias dos Santos Martins, respectivamente.

Estas presentaciones se complementaron con el conmovedor testimonio de Rosa Paz, catequista de la parroquia de Alto da Manga, donde el padre Giocondo trabajó mientras traducía la Biblia.

Los dos misioneros vivieron muchos años en Mozambique, estudiaron a fondo las lenguas locales y siguen siendo un punto de referencia en la salvaguardia del patrimonio inmaterial que representan las lenguas locales.

P. Jeremias dos Santos Martins, mccj

comboni.org