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Falleció el Hno. Arsenio Ferrari. Adiós a un gran misionero, pionero de la Baja California

Esta mañana nos llegó la triste noticia de que nuestro querido Hermano Arsenio Ferrari nos ha dejado para irse a la casa de Padre. Acababa de cumplir 103 años y se encontraba en la residencia comboniana del Oasis San Daniel Comboni, en Zapopan, Guadalajara, donde recibió hasta el final todos los cuidados que un veterano misionero como él se merecía. Era el único sobreviviente de los primeros combonianos que llegaron a México en 1948. Con su muerte se cierra una etapa en la historia de nuestro Instituto y, especialmente, una etapa en la historia de los Misioneros Combonianos en México.

El Hno. Arsenio Ferrari nació el 18 de diciembre de 1921 en Grezzana, en la diócesis de Verona, Italia. Ingresó al noviciado de Venegono (Italia) el 1 de agosto de 1941 e hizo sus votos temporales como Hermano comboniano el 13 de junio de 1943. Estuvo en Italia los primeros cuatro años de su vida religiosa (1943-1947) como responsable de mantenimiento de las casas de Rebbio y Thiene. En 1948 su sueño de partir a la misión se hizo realidad. Su destinación no fue África, como sucedía con la mayoría de los combonianos de aquel tiempo, sino México, al Vicariato de la Baja California.

Formó parte del primer grupo de combonianos que partieron de Nápoles el 3 de enero de 1948 rumbo a Baja California Sur. El grupo estaba integrado por los Padres Elio Sassella (superior del grupo), Pedro Vignato, Amadeo Ziller, Antonio Piacentini, Luis Ruggera y Bruno Adami, y los Hermanos Gino Garzotti, Francisco di Domenico y el propio Arsenio Ferrari.

Llegaron a Nueva York el 17 de enero, donde fueron recibidos por el P. Barbisotti. Prosiguieron hacia Cincinnati y de allí, el día 20, partieron hacia Los Ángeles acompañados por el P. Accorsi. El 22 de enero llegaron a Tijuana con la misión de abrir una nueva etapa en la historia del Instituto iniciando la presencia comboniana en México.

El 25 de abril, junto con el P. Amadeo Ziller, llega a La Paz. Ambos iban acompañados por el  Superior General, P. Todesco, en visita a la nueva misión asumida por el Instituto. Tras un viaje de más de cinco horas, el P. Ziller y el Hno Arsenio llegan a la misión de El Triunfo el 24 de mayo. Fue su primera misión.

El 2 de junio de 1949 hizo sus votos perpetuos y en noviembre del mismo año, se traslada a la misión de La Purísima, acompañado por el P. Antonio Piacentini. Su entrada no es que fuera precisamente triunfal, la gente se mostró más bien fría e indiferente. Cuando preguntaron dónde iban a alojarse, les mostraron un cuartito de cuatro metros de ancho con tres puertas, sin ventanas y privado de todo. Se instalan como pueden, tomando prestados dos catres. Ante este panorama, los dos misioneros escriben en su diario: «Aquí el Señor ha hecho su morada sacramental, así que nosotros también podemos instalarnos en la habitación contigua contentos de parecernos a Él en su pobreza». El Hermano Arsenio se pone de inmediato a reparar el local y hacerlo más digno y habitable.

En 1950 lo encontramos en La Paz, en el horfanato que luego se convertiría en la Ciudad de los Niños. Allí puso en marcha una carpintería y comenzó a educar y atraer a los niños y jóvenes especialmente con el deporte. En 1958 va a Italia de vacaciones, por primera vez desde que llegó a México, tras 11 años ininterrumpidos de trabajo misionero. Allí estuvo cerca de un año. Desde 1960 hasta su fallecimiento permaneció siempre en México. En Baja California, el Hno. Arsenio trabajó también en Vizcaíno y Bahía Tortugas.

En el interior de la República el Hno. Arsenio pasó por varios lugares, desde Sahuayo hasta el Valle de Chalco, pasando por las misiones de Jalapa de Díaz, Ojitlán y Usila. En todas ellas dejó un gran recuerdo, especialmente entre los jóvenes que lo conocieron.

El 11 de febrero de 2008 se inauguró en Zapopan, Guadalajara, el Oasis San Daniel Comboni con la finalidad de acoger a los misioneros ancianos y enfermos. El Hno. Arsenio sería uno de sus primeros moradores. En 2021 cumplió los 100 años rodeado de muchos amigos y hermanos de congregación. En aquella ocasión, el P. Enrique Sánchez, entonces Superior Provincial, afirmó en la misa de acción de gracias que «el Hermano Arsenio fue y sigue siendo una bendición para la misión y para el instituto de los combonianos. Su sola presencia en medio de nosotros es un motivo de agradecimiento y un testimonio por tantos años entregado a los demás».

El 21 de enero de 2025, a la edad de 103 años, regresó a la casa del Padre. Aunque ya nos haya dejado, sigue siendo una bendición para nosotros. Quienes le conocieron y tuvieron la dicha de convivir con él lo recuerdan como una persona sencilla y entregada a los demás. Ya no está entre nosotros, pero desde el cielo seguirá intercediendo por este pueblo que tanto amó.


Hermano Arsenio Ferrari, apóstol de México

Por: P. Fernando González Galarza, mccj

comboni.org

La historia de la misión se hace y se escribe con personajes reales que viven su vocación siguiendo a Jesús con pasión en la misión y al servicio del pueblo de Dios. Uno de estos misioneros es el hermano Arsenio Ferrari que cumplió 100 años de edad el 18 de diciembre de 2021 y que ha gastado 73 años de su vida misionera en la evangelización del pueblo mexicano, sólo 5 años ha estado en su natal Italia. El hermano Arsenio llegó a Tijuana, México con el primer grupo de misioneros combonianos en 1948. Con gran energía, entusiasmo y creatividad ha servido al pueblo mexicano en los diversos trabajos y lugares donde ha prestado su servicio misionero.

Todo comenzó en 1947 cuando el Capítulo General de la “Congregación de los Hijos del Sagrado Corazón” (hoy Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús) decidió expandir su servicio misionero a otros países fuera del continente africano (cfr. MCCJ BOLLETTINO, n. 24, Fiesta del Sagrado Corazón, 1947, p. 500). En septiembre de ese año se informó a la Congregación de Propaganda Fide la disponibilidad del Instituto de realizar su labor misionera en otros continentes. En esos día acababa de llegar a Roma Monseñor Felipe Torres Hurtado, M.Sp.S, Administrador Apostólico del Vicariato de la Baja California que estaba buscando el apoyo de alguna congregación misionera que lo auxiliara en la labor evangelizadora de la parte meridional de la Península de la Baja California. Propaganda Fide puso en contacto a Monseñor Torres Hurtado con la Congregación. En octubre, Monseñor Torres Hurtado y el P. General Antonio Todesco formalizaron un acuerdo en el cual la congregación se comprometió a enviar un primer grupo de misioneros, seis sacerdotes: Elio Sassella, superior del grupo, Pedro Vignato, Amadeo Ziller, Antonio Piacentini, Luis Ruggera y Bruno Adami, y tres hermanos: Gino Garzotti, Francesco Di Domenico y Arsenio Ferrari (cfr. MCCJ BOLLETTINO, N. 26, enero 1948, pp. 588-589).

El hermano Arsenio nació el 18 de diciembre de 1921, en Rezzana, Italia. Ingresó al noviciado el 1 de agosto de 1941 e hizo los primeros votos religiosos el 13 de junio de 1943. Estuvo en Italia los primeros cuatro años de su vida religiosa (1943-1947) como responsable de mantenimiento de las casas de Rebbio y Thiene. En 1948 su sueño de partir a la misión se hizo realidad. Su destinación no fue África, como sucedía con la mayoría de los combonianos de aquel tiempo, sino México, al Vicariato de la Baja California. Una misión que a pesar de ser en el continente americano presentaba grandes retos, pero al mismo tiempo suscitaba un gran expectativa y entusiasmo en el hermano Arsenio y el resto de los misioneros porque eran los pioneros de una presencia nueva en un país donde el instituto nunca antes había realizado ningún servicio misionero.

El territorio del Vicariato era toda la península de la Baja California que tenía una longitud de 1.247 km, una extensión total de 143.390 km², además la gran parte del territorio era desértico o semidesértico, la población era de alrededor de 400 mil personas, las comunidades vivían muy aisladas unas de otras y abandonadas en todos los aspectos debido a la carencia de medios de comunicación y la falta de sacerdotes. Por eso es que monseñor Torres Hurtado buscó un instituto misionero que lo apoyara en su labor evangelizadora. A nuestro instituto se le confió la mitad del vicariato, la parte sur, lo que hoy es el estado de la Baja California Sur y una población de alrededor de 150 mil personas. El Superior General después de su primera visita describió la situación con las palabas siguientes: “Confieso que sentí un fuerte dolor en mi corazón al ver cómo esta pobre gente necesita sacerdotes y un apostolado activo” (MCCJ BOLLETTINO, n. 27, luglio 1948, p. 650).

Cuando el hermano Arsenio llegó a México (Tijuana), el 22 de enero de 1948, apenas había cumplido 26 años de edad (el 18 de diciembre de 1947) y por lo tanto llegaba lleno de energía, entusiasmo, generosidad y mucha creatividad, estas actitudes y cualidades suyas caracterizaron toda su vida misionera, así lo describió Francisco López Gutiérrez, historiador sudcaliforniano: “Hablar del hermano Arsenio Ferrari es hablar de “fuerza, carácter y carisma”. Fuerza para iniciar y terminar cualquier tipo de trabajo; carácter para no doblegarse frente a las dificultades y la carencia de insumos materiales; carisma para atraer y entusiasmar a los jóvenes al trabajo y al deporte, en el contexto difícil de los años 50’s a los 70’s del siglo XX”. El realizó muchos trabajos y servicios misioneros diversos, pero supo combinarlos e integrarlos en su visión de misión con el fin de favorecer el desarrollo integral de la persona.

Él contribuyó a la formación de obreros calificados en los diversos campos de la construcción a través de los talleres de artes y oficios, principalmente en el de La Ciudad de los Niños, en La Paz, donde asistía estudiantes residentes y externos. El P. Zelindo Marigo fue el creador de esta obra social adjunta al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe con el fin de acoger niños desamparados. El P. Marigo daba formación religiosa y espiritual a los niños mientras que el hermano Arsenio se encargaba de enseñarles oficios, artes y deportes. Él también trabajó en la reconstrucción y remodelación de varios templos parroquiales y capillas, logró mejorarlos sacarlos del estado deplorable en que se encontraban. El concibió y colaboró con el hermano José Menegoto en la construcción de un estadio deportivo adjunto al santuario y la ciudad de los niños.

Sin embargo, su labor no se redujo a las instituciones y estructuras creadas por los misioneros. Él por las tardes al terminar sus trabajos o los fines de semanas salía a las calles, a los parques, a los lugares donde se reunían niños y jóvenes para encontrarse con ellos. A través de la música y del deporte se relacionaba con ellos con el fin de acercarlos a la Iglesia y alejarlos de los vicios, para que siguieran los caminos de Dios y no los del mundo. Tenía un equipo de sonido adaptado a su camioneta, recorría las calles tocando música mexicana, cuando los jóvenes se acercaban les proponía reunirse para practicar algún deporte y, después, asistir a la Iglesia. De esta manera organizó torneos de futbol, beisbol, voleibol y otros deportes con los jóvenes que encontraba y los de la Ciudad de los Niños.

Los domingos cuando iba a las capillas pasaba por las calles sonando la trompeta de su camioneta, luego en el patio de la capilla colocaba un volantín (juego infantil) que él había creado para la diversión de los niños que se divertían mucho, luego acompañaban al hermano a ir casa por casa invitando a la gente a las actividades de la capilla: temas, oraciones, deportes. En la Paz hay muchas personas que recuerdan con cariño al hermano Arsenio y como a través de este método los ayudó a crecer sanos y en la fe. Él aplicó esta metodología en los diversos lugares donde sirvió. Gente en el Valle de Chalco, a las afueras de la ciudad de México, recuerdan también como de esta manera el hermano los ayudó a crecer en su fe.

El hermano Arsenio gastó la mayor parte de su vida en las misiones de la Baja California: San José del Cabo, Todos Santos, El Triunfo, La Purísima, La Paz, Santa Rosalía, San Ignacio, Bahía Tortugas, Bahía Asunción y El Vizcaino donde sirvió con entusiasmo y generosidad. Pero también hizo su labor misionera en otras comunidades de México: Usila, Oaxaca; Valle de Chalco, Estado de México; San Francisco del Rincón, Guanajuato; Guadalajara, Jalisco. En la actualidad el reside en el Oasis san Daniel Comboni, en Guadalajara, casa para los misioneros ancianos y enfermos.  A pesar de la edad y enfermedad no ha perdido su alegría ni optimismo rasgos típicos de su personalidad y espiritualidad. Ahora dedica los últimos días de su vida terrena a la oración.

Cuando la noticia de su cumpleaños número 100 se dio a conocer en las redes sociales la noticia fue reenviada en México y otros países y muchas personas enviaron felicitaciones al hermano Arsenio y comentaron la manera en que realizaba su ministerio misionero y la manera en que les ayudo a ser mejores personas y mejores católicos, en estos mensajes describen rasgos de la personalidad, espiritualidad y metodología misionera.

El hermano Arsenio cree profundamente en el llamado que le hizo Jesús, además, es un hombre plenamente feliz porque vive su vocación con humildad, confianza en Dios y generosidad, esto se deduce de la entrevista que le hicieron en 2009 (parte final de la entrevista): “¿Cuáles han sido las mayores dificultades que ha pasado en su vida misionera? – Ninguna, porque siempre he tenido fe. – Si pudieras volver al pasado y cambiar de vida, ¿escogerías la misma? – La misma. Una vez le dije sí al Señor y siempre he sido fiel, así quiero permanecer hasta la muerte. Hermano, ¿eres feliz? Siempre, siempre he sido feliz en mi vocación.

Él es único misionero comboniano vivo del primer grupo de 9 misioneros combonianos que llegaron a México en 1948. Ellos nunca se imaginaron que su apostolado misionero produciría muchos frutos para el Reino de Dios y para el bien del Instituto. La presencia comboniana no permaneció sólo en el Vicariato de la Baja California, pronto se extendió al interior de México con diversas comunidades y servicios misioneros: pastoral indígena, pastoral urbana, pastoral social, animación misionera, promoción vocacional, formación. Junto con estas obras y servicios misioneros crecieron grupos de bienhechores que con generosidad han apoyado la obra misionera comboniana en México y en el mundo.

En la persona del hermano Arsenio agradecemos a ese grupo de misioneros pioneros que haciendo a un lado su sueño de ir África, siguiendo los pasos de nuestro fundador, aceptaron con fe y alegría el reto de ir a México para iniciar un nuevo servicio misionero fuera de África, pero siguiendo el carisma heredado de nuestro fundador de servir a los más pobres y abandonados y hacer causa común con ellos.

II Domingo ordinario. Año C

Juan 2,1-11

En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la Madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: Ya no tienen vino. Jesús le contestó: Mujer. ¿qué podemos hacer tú y Yo? Todavía no llega mi hora Pero Ella dijo a los que servían: Hagan lo que él les diga. Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: Llenen de agua esas tinajas.Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo. Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora. Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en Él.


En vez de ayuno, banquete de bodas
José Luis Sicre

El domingo pasado leímos el relato del bautismo de Jesús. Si hubiéramos seguido el orden del evangelio de Lucas (base de este ciclo C), hoy deberíamos leer el ayuno de Jesús en el desierto y las tentaciones. Sin embargo, con un salto imprevisible, la liturgia cambia de evangelio y nos traslada a Caná. ¿Por qué?

Las tres epifanías (o “manifestaciones”)

Para la mayoría de los católicos, solo hay una fiesta de Epifanía, la del 6 de enero: la manifestación de Jesús a los paganos, representados por los magos de oriente. Sin embargo, desde antiguo se celebran otras dos: la manifestación de Jesús en el bautismo (que recordamos el domingo pasado) y su manifestación en las bodas de Caná.

Los grupos de peregrinos que van a Israel, cuando llegan a Caná tienen dos focos de interés: la iglesia, en la que bastantes parejas suelen renovar su compromiso matrimonial; y la tienda en la que venden vino del lugar. La boda y el vino son los dos grandes símbolos del evangelio de este domingo.

Un comienzo sorprendente

Si recordamos lo que ha contado hasta ahora el cuarto evangelio, el relato de la boda de Caná resulta sorprendente. Juan ha comenzado con un Prólogo solemne, misterioso, sobre la Palabra hecha carne. Sin decir nada sobre el nacimiento y la infancia de Jesús, lo sitúa junto a Juan Bautista, donde consigue sus primeros discípulos. ¿Qué hará entonces? No se va al desierto a ser tentado por Satanás, como dicen los otros evangelistas. Tampoco marcha a Galilea a predicar la buena noticia. Lo primero que hace Jesús en su vida pública es aceptar la invitación a una boda.

¿Qué pretende Juan con este comienzo sorprendente? Quiere que nos preguntemos desde el primer momento a qué ha venido Jesús. ¿A curar a unos cuantos enfermos? ¿A enseñar una doctrina sublime? ¿A morir por nosotros, como un héroe que se sacrifica por su pueblo? Jesús vino a todo eso y a mucho más. Con él comienza la boda definitiva de Dios y su pueblo, que se celebra con un vino nuevo, maravilloso, superior a cualquier otro.

El simbolismo de la boda: 1ª lectura (Is 62,1-5)

Para los autores bíblicos, el matrimonio es la mejor imagen para simbolizar la relación de Dios con su pueblo. Precisamente porque no es perfecto, porque se pasa del entusiasmo al cansancio, porque se dan momentos buenos y malos, entrega total y mentiras, el matrimonio refleja muy bien la relación de Dios con Israel. Una relación tan plagada de traiciones por parte del pueblo que terminó con el divorcio y el repudio por parte de Dios (simbolizado por la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia).

Pero el Dios del Antiguo Testamento no conocía el Código de Derecho Canónico y podía permitirse el lujo de volver a casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de Isaías:

“El que te hizo te tomará por esposa:
su nombre es Señor de los ejércitos.
Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.

La primera lectura de hoy, tomada también del libro de Isaías, recoge este tema en la segunda parte. Para el evangelista, la presencia de Jesús en una boda simboliza la boda definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad inquebrantables.

El simbolismo del vino

En el libro de Isaías hay un texto que habría venido como anillo al dedo de primera lectura:

“El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte
un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”.

Este es el vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este banquete no se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un banquete para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad.

El primer signo de Jesús, gracias a María

A Juan no le gustan los milagros. No le agrada la gente como Tomás, que exige pruebas para creer. Por eso cuenta muy pocos milagros, y los llama “signos”, para subrayar su aspecto simbólico: Jesús trae la alegría de la nueva relación con Dios (boda de Caná), es el pan de vida (multiplicación de los panes), la luz del mundo (ciego de nacimiento), la resurrección y la vida (Lázaro).

Pero lo importante de este primer signo es que Jesús lo realiza a disgusto, poniendo excusas de tipo teológico (“todavía no ha llegado mi hora”). Si lo hace es porque lo fuerza su madre, a la que le traen sin cuidado los planes de Dios y la hora de Jesús cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Jesús dijo que “el hombre no está hecho para observar el sábado”; María parece decirle que él no ha venido para observar estrictamente su hora. En realidad no le dice nada. Está convencida de que terminará haciendo lo que ella quiere.

Juan es el único evangelista que pone a María al pie de la cruz, el único que menciona las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De ese modo, Juan abre y cierra la vida pública de Jesús con la figura de María. Cuando pensamos en lo que hace en la boda de Caná, debemos reconocer que Jesús nos dejó en buenas manos.

La tercera Epifanía

El final del evangelio justifica por qué se habla de una tercera manifestación de Jesús. “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.” Ahora no es la estrella, ni la voz del cielo, sino Jesús mismo, quien manifiesta su gloria. Debemos pedir a Dios que tenga en nosotros el mismo efecto que en los discípulos: un aumento de fe en él.

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Un gesto poco religioso
José A. Pagola

“Había una boda en Galilea”. Así comienza este relato en el que se nos dice algo inesperado y sorprendente. La primera intervención pública de Jesús, el Enviado de Dios, no tiene nada de religioso. No acontece en un lugar sagrado. Jesús inaugura su actividad profética “salvando” una fiesta de bodas que podía haber terminado muy mal.

En aquellas aldeas pobres de Galilea, la fiesta de las bodas era la más apreciada por todos. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas festivas y cantando canciones de amor.

El evangelio de Juan nos dice que fue en medio de una de estas bodas donde Jesús hizo su “primer signo”, el signo que nos ofrece la clave para entender toda su actuación y el sentido profundo de su misión salvadora.

El evangelista Juan no habla de “milagros”. A los gestos sorprendentes que realiza Jesús los llama siempre “signos”. No quiere que sus lectores se queden en lo que puede haber de prodigioso en su actuación. Nos invita a que descubramos su significado más profundo. Para ello nos ofrece algunas pistas de carácter simbólico. Veamos solo una.

La madre de Jesús, atenta a los detalles de la fiesta, se da cuente de que “no les queda vino” y se lo indica a su hijo. Tal vez los novios, de condición humilde, se han visto desbordados por los invitados. María está preocupada. La fiesta está en peligro. ¿Cómo puede terminar una boda sin vino? Ella confía en Jesús.

Entre los campesinos de Galilea el vino era un símbolo muy apreciado de la alegría y del amor. Lo sabían todos. Si en la vida falta la alegría y falta el amor, ¿en qué puede terminar la convivencia? María no se equivoca. Jesús interviene para salvar la fiesta proporcionando vino abundante y de excelente calidad.

Este gesto de Jesús nos ayuda a captar la orientación de su vida entera y el contenido fundamental de su proyecto del reino de Dios. Mientras los dirigentes religiosos y los maestros de la Ley se preocupan de la religión, Jesús se dedica a hacer más humana y llevadera la vida de la gente.

Los evangelios presentan a Jesús concentrado, no en la religión sino en la vida. No es solo para personas religiosas y piadosas. Es también para quienes viven decepcionados por la religión, pero sienten necesidad de vivir de manera más digna y dichosa. ¿Por qué? Porque Jesús contagia fe en un Dios en el que se puede confiar y con el que se puede vivir con alegría, y porque atrae hacia una vida más generosa, movida por un amor solidario.

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Las bodas de Cana o el realismo cristiano
Maurice Zundel

A la vida ordinaria su nobleza y su belleza

Contra toda previsión, el evangelio más espiritual cobra un sentido muy concreto, que manifiesta el espíritu de Jesús y de María. Jesús es sensible a la confusión de esa familia en un día de bodas, que puede dejarla abochornada toda una vida. Él participa en esta catástrofe doméstica que en la circunstancia no permite a los esposos honorar a los invitados.

No hay que evadirse en un cielo imaginario, hay que darle a la vida la nobleza y la belleza que permitan afirmar la bondad de Dios. Es una muestra de autenticidad que Jesús comience por glorificar la vida en lo que parece más profano, esa fiesta de bodas cuya armonía inaugura toda la vida, y la intervención de Jesús tiene lugar a petición de María.

El amor del prójimo tiende a hacer la vida más hermosa y feliz. La caridad supera todos los milagros, es una atención amorosa hacia la vida para que el rostro de Dios pueda brillar.

El cristiano está llamado a concurrir a la alegría de los demás y los cristianos oran por la felicidad de los demás. Todas las oraciones, visiones, revelaciones o milagros responden a esa exigencia del amor del prójimo que tiende a hacerles la vida más hermosa y feliz. La caridad supera todos los milagros, es una atención amorosa hacia la vida para que el rostro de Dios pueda brillar.

Comenzar por lo más material para poder pensar de manera diferente

Glorificar el universo sensible, liberando el espíritu de las necesidades materiales y asegurándole al hombre un confort suficiente, se crea un espacio de luz que permite hacer del mundo una ofrenda de amor.

Justamente, se debe comenzar por las cosas más materiales, porque cuando se hace sentir la falta material, el hombre se aleja de Dios. Es necesario disponer de bienes materiales para no tener que pensar más en ellos, o mejor, para poder pensar en ellos de otro modo. Cuando tenemos lo necesario para vivir, podemos percibir la bondad de Dios más fácilmente.

Al glorificar el universo sensible, liberando el espíritu de las necesidades materiales y asegurándole al hombre un confort suficiente, se crea un espacio de luz que permite hacer del mundo una ofrenda de amor.

La liturgia exige nuestra presencia

Si la liturgia no lleva al silencio, falla en su primer objetivo. La soledad con Dios está en el centro de la comunidad cristiana cuando cada uno puede llegar a la Presencia de Dios.

Mientras más se sumerge el alma en la Presencia silenciosa se Dios, más capaz es de compartir la presencia de sus hermanos.

Jesús reúne toda la humanidad en torno a la mesa eucarística. La Cena tiene como condición esencial la reunión de todas las almas. Debemos instalar toda la humanidad entre Él y nosotros.

Jesús no hizo ningún discípulo antes de morir; trató de hacerlos entrar en el drama de la cruz pero ellos huyeron o se durmieron en el huerto de la agonía. No entendieron nada del mensaje de Jesús. Si huyeron cuando todo pareció perdido, fue porque veían a Jesús del exterior y no del interior, como lo corrobora esta frase: “conviene que yo me vaya pues si no me voy, el Espíritu no vendrá sobre vosotros”. Los discípulos se querellan aun sobre el primer puesto a la mesa en la cena del Jueves Santo, y Jesús trata de curar todo su error lavándoles los pies.

Juntos, ser la reunión de la humanidad

Si la Iglesia reúne en nuestra oración la humanidad, el universo entero será puesto en el corazón de Dios.

La misa no es un rito mágico que nos santifica automáticamente. La liturgia exige nuestra presencia. Jesús siempre está presente, pero nosotros no. Los apóstoles se equivocaron sobre él y también nosotros corremos el riesgo de equivocarnos haciendo de Él un Señor conforme a nuestras ideas. Mientras no pensemos en las dimensiones del universo haciéndonos cuerpo místico de Jesucristo, no oiremos la respuesta infalible de la consagración. Si la Iglesia reúne en nuestra oración la humanidad y todos los valores o las experiencias del mundo, el universo entero será puesto en el corazón de Dios.

Todo sufrimiento debe hacer otro punto de partida. Nuestra reunión debe reunir toda la humanidad. Que todos los que se consumieron de miedo o de dolor ante una muerte imprevista, en Perú, en Argelia, en el Congo o en otros lugares, que todos reciban la bienaventuranza a través de nosotros. En el corazón del Señor, el tiempo queda suprimido y, en la realidad intemporal, nosotros realizamos la comunión de todos los que no tuvieron tiempo de hacerla: nosotros podemos compensar todo lo que se ha hecho o lo que ha faltado por hacer, sin ninguna exclusión.

Homilía de Mauricio Zúndel en el Cenáculo de Ginebra el domingo 14 de enero de 1962.

http://www.mauricezundel.net


Reflexión del Evangelio de hoy
Fr. Antonio Gómez Gamero O.P.
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)

Tanto en el primer domingo como en este segundo domingo del tiempo ordinario, las lecturas tienen una cierta continuidad con la fiesta de la Epifanía. En el evangelio de la visita de los magos, Jesús se manifiesta (epifanía) a todas gentes (representadas por los magos de oriente). Por su parte, en el Evangelio del Bautismo, Jesús protagoniza la primera manifestación pública de su misión, realizando un gesto programático de humildad sometiéndose voluntariamente al bautismo de penitencia de Juan. En este segundo domingo, Jesús protagoniza la tercera de las epifanías realizando su primer signo en las bodas de Caná.

Esta tercera manifestación de Jesús surge con motivo de una anécdota acontecida en una boda en la que María, Jesús y sus discípulos son invitados. Los judíos no concebían un banquete festivo, ni unas bodas sin vino. El vino se había terminado antes de hora y María advierte el problema. Nadie perdonaría la falta de vino por imprevisión o poca generosidad de los esposos. María comunica la situación a Jesús. A pesar de la evasiva inicial de Jesús, María sabe que Jesús va a solucionar el problema y pone a los criados a las órdenes de Jesús, quien convierte el agua de las purificaciones en un vino excelente, ante el asombro del mayordomo y los servidores.

Es evidente que San Juan en este episodio pretende comunicarnos algo más que una mera anécdota. Varias significaciones de este acontecimiento narrado por San Juan podemos señalar:

Lo primero que llama la atención es que la primera intervención pública de Jesús, (que hemos de considerar también programática) no tiene aparentemente nada de “religioso”. No acontece en el templo o en una sinagoga. Jesús inaugura su actividad profética asistiendo a una boda, con una actitud que define su radiante cordialidad social. Con su presencia Jesús viene a bendecir cristianamente una sana participación en un humanísimo encuentro profano y lúdico, de los que tantas veces el ser humano tiene necesidad.

Es asimismo muy importante notar que la primera acción del ministerio de Jesús es su contribución a una existencia gozosa y feliz compartida con los demás. No hay que olvidar esta dimensión fundamentalísima del cristianismo: su carácter reparador y alegre. Cuando Cristo se hace presente aparece el júbilo y el gozo. Cuando Jesús acontece se hace más feliz la vida dura y dolorosa que tantas veces atraviesa la existencia humana. Es preciso recuperar esa perspectiva gozosa del evangelio de Jesús, capaz de aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida. Cuantas personas se han apartado de la fe porque no han visto en la vida de los cristianos esta dimensión, que sin embargo está latente en este primer signo de Jesús. En la conversión de agua en vino se nos propone la clave para captar la acción transformadora de Jesús, que es fermento de vida, gozo y alegría; e indica, asimismo, lo que hemos de vivir y transmitir también sus seguidores.

Con su participación en las bodas de Caná, Jesús bendice también la realidad humana del matrimonio, recalcando que es algo bello y querido por Dios. Pero si relacionamos el evangelio con la primera lectura, la boda de estos dos jóvenes apunta también a la Alianza de Dios con su pueblo. En numerosas ocasiones los profetas expresan la primera Alianza como una relación esponsal entre Dios y el pueblo, y, de manera análoga, también el Nuevo Testamento, con respecto al amor de Cristo por su Iglesia. Las dos realidades se iluminan mutuamente: un verdadero matrimonio humano ayuda a entender el amor de Dios por su pueblo y de Cristo por su Iglesia; y al mismo tiempo, el amor de Dios por el ser humano y la entrega de Cristo por su Iglesia hasta dar la vida, sirven de modelo para los matrimonios humanos.

El agua representa en este evangelio la Alianza ya caduca (el agua de las purificaciones de los judíos) que será sustituida por la Nueva Alianza, sellada en la sangre de Cristo: su amor desbordante por la humanidad y su entrega en su vida, muerte y resurrección. Pero las palabras “no tiene vino” deben hacernos reflexionar no solamente sobre una alianza ya caduca y sustituida por una nueva alianza en Cristo, sino también sobre nuestra manera de vivir la fe. Con frecuencia vivimos una “religiosidad aguada”, que no aporta alegría ni convence. El evangelio es una invitación a redescubrir la fuerza renovadora de un Cristo vivo que viene a ensanchar la vida del hombre y a sacarlo de su mediocridad.

Finalmente resaltar que se alude a la hora de Jesús. Todos los hechos de la vida de Jesús (los hechos de su encarnación) son presentados por el evangelista como manifestación de su indisociable trascendencia divina y como anticipo de su misión (su hora) Todos los signos que el evangelista presenta (el agua convertida en vino, el agua de la samaritana, el pan de vida, la curación del ciego, la resurrección de Lázaro, etc), son signos de su Pascua (Habiendo llegado la hora de pasar (pascua) de este mundo al padre, habiendo amado a los suyos…) La hora, sobre la que Jesús dice que no ha llegado todavía es la hora de su glorificación, el paso de su muerte a la resurrección, el paso de este mundo al Padre (según palabras del mismo evangelista). Pero a pesar de que su hora no ha llegado todavía, todo el evangelio de San Juan es una permanente presentación de los signos que apuntan a la hora de la glorificación de Jesús, su auténtica misión en la Tierra.

¿Vivo la fe como una experiencia gozosa llena de alegría por el acontecer de Cristo en mi vida? ¿Sé transmitir y contagiar la alegría del evangelio en mi trato con los demás, sobre todo con los que más sufren? ¿Se acudir a Cristo para que transforme el agua caduca de mi religiosidad o de mi matrimonio o vida familiar en vino nuevo?

dominicos.org

“Tu le connais?”

Por: Esc. Jairo Manuel Navarrete, mccj
Desde Kinshasa, Rep. Dem. Del Congo

Esta pregunta en francés quiere decir: ¿tú lo conoces? Y en lenguaje misionero te afirma: ¡la misión está viva!

Soy Jairo, misionero comboniano en Kinshasa, RD del Congo. Actualmente, curso el primer año de escolasticado. Durante el cual aprendemos los idiomas locales (francés y lingala) y a cómo compartir la vida con el pueblo congoleño.

Cada despertar, la vida comboniana me regala nuevos desafíos. Hoy te quiero compartir uno de ellos que, al mismo tiempo, es una experiencia de espiritualidad misionera. Cuando llegué a Congo muchas cosas me inquietaban, una de ellas era cómo haría para comenzar a relacionarme, en primer lugar, con mis compañeros; razonaba, ¿cómo voy a entenderme con éstos?

Me explico… sucede que mi comunidad esta pintada con las escalas de negro, café y blanco, ya que está conformada por 23 miembros de 14 nacionalidades distintas de tres continentes: africanos, americanos y europeos. Por tanto, está constituida por historias distintas y visiones del mundo diversas: chile, mole y pozole. Ahora mi temor inicial es claro, mi preocupación era buscar qué nos hermana.

Y es ahí cuando apareció, por primera vez y formulada con un francés de aprendiz, la pregunta: “¿Tu conoces a ‘x’ misionero?”, él es mexicano. ¡Voilà! la vida misionera me regalaba la solución y su respuesta fue precisa: la misión nos hace hermanos. Por eso, si el equipo de redacción me permite, relataré otros ejemplos de semblanza a la edición mensual. Andando…

“Jairo, ¿tu conoces al hermano Carlos Salgado?, él trabajó mucho aquí en Congo”. O, “¿tu conoces al padre Lauro Betancourt?, él trabajó muchos años en Kenia, incluso fue mi formador, ¡él es grande (y bueno para el futbol)!”. O mi favorito del listado: “¿Tu conoces al padre Gabriel Uribe?” De hecho, de todos es al único que conozco bien -mientras que a los otros sólo los he saludado-, ya que él fue uno de mis padres maestros en el noviciado. Antes de eso, él trabajó muchos años en Malawi y, de hecho, ahora está allá nuevamente. Todavía recuerdo como su cuerpo se colmó de fuerzas juveniles cuando se enteró que nuevamente fue destinado allá.

La misma pregunta, con un sentimiento de gratitud y hermandad, me hacían una y otra vez mozambiqueños, togoleses, ugandeses y tantos otros: ¿tú lo conoces? Preguntándome por quienes habían sido sus párrocos, formadores, amigos y hermanos. Pues claro, los misioneros rugen tan fuerte como los leones de África.  

Y tú, ¿a quién conoces? No te olvides de rezar por él (por ellos).

El Hno. Joel Cruz, misionero comboniano, secretario de la Dimensión Episcopal para la Pastoral Afromexicana de la CEM

El Hno. Joel Cruz Reyes, misionero comboniano, ha sido nombrado nuevo secretario de la Dimensión Episcopal de Pastoral Afromexicana, una instancia del Episcopado Mexicano que se enmarca en la Dimensión Episcopal de Pastoral de Pueblos Originarios y Afromexicanos, dentro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. La labor principal del Hno. Joel será la de coordinar la pastoral afromexicana a nivel nacional.

El Hno. Joel nació el 20 de septiembre de 1968 en Santa Maria Camotlán, en la diócesis de Huajuapán de León, en el Estado de Oaxaca. Hizo sus primeros votos en el instituto de los Misioneros Combonianos el 14 de mayo de 1994 y los votos perpetuos el 9 de agosto de 2003. Experto en comunicación y en Doctrina Social de la Iglesia, trabajó durante más de 15 años en Colombia y Ecuador. Su experiencia misionera se enriqueció por su trabajo en los procesos de mediación entre la guerrilla, los paramilitares, los campesinos cocaleros, las comunidades indígenas y militares, a través de las comunidades de paz en Colombia; y con su dedicación a la pastoral afromexicana en Ecuador; siempre con el mundo juvenil como prioridad.

Desde 2009 se encuentra en México realizando una gran labor en el campo de Justicia y Paz, donde ha puesto en marcha los grupos ECOPAX (Equipos Combonianos de Paz), que se han ido extendiendo poco a poco por la República Mexicana y han llegado ya a otros países, como Estados Unidos o Ecuador. Su sensibilidad y su vocación de hermano le ha llevado siempre a tener muy presente la importancia de la labor y del papel de los laicos en los diferentes campos de la pastoral, especialmente en lo que se refiere a la búsqueda de la paz.

Su formación académica, su experiencia y su carisma no han pasado desapercibidos a la Conferencia del Episcopado Mexicano, que lo acaba de nombrar como secretario de Dimensión Episcopal de Pastoral de Pueblos Originarios y Afromexicanos, dentro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

Jubileo: Peregrinos de la esperanza

Abrimos 2025 con una buena noticia: durante la solemnidad de la Natividad del Señor, con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de san Pedro, ¡hemos comenzado la celebración de un Año Jubilar, llamado también Año Santo! 

ENERO (24-26) 
Jubileo del Mundo de la Comunicación 

La palabra «jubileo» deriva del hebreo yobel (cuerno de carnero), instrumento que se utilizaba para anunciar, desde Jerusalén y por la fuerza de los vientos hasta las poblaciones lejanas, el Día de la Expiación (Yom Kippur), acto penitencial por el cual se buscaba eliminar el castigo merecido por las propias culpas. Poco a poco, a este significado se fue añadiendo una dimensión más social (en griego áphesis): la liberación y el retorno al plan primigenio de la justicia de Dios. Esta fiesta se llevaba a cabo cada 50 años, es decir el año «extra» al concluir siete semanas de años (7×7=49). En 1470, el papa Pablo II establece que los jubileos fueran celebrados cada 25 años para que mayor número de generaciones tuvieran la oportunidad de participar al menos una vez. 

En el Antiguo Testamento (Lv 25; Dt 15,1- 15; Jr 34,8-9; Is 61,1-2), el Jubileo consta esencialmente de los siguientes elementos: 1) el descanso de la tierra; 2) la restitución de las propiedades a sus propietarios originales; 3) la condonación de las deudas; 4) la liberación de los esclavos. En el Nuevo Testamento es Jesucristo el Jubileo Nuevo y Eterno que viene a dar su vida por el perdón de los pecados y a instaurar el Reino de Dios: evangelizar a los pobres, proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). 

Cada mes iremos profundizando en este tema con la Bula de Convocatoria al Jubileo que nos ha enviado el Papa (Spes non confundit, «la esperanza no defrauda»). Hoy ingresemos juntos, como Iglesia misionera, por esta Puerta de gracia y renovación.

P. Rafael González Ponce, mccj

Bautismo del Señor. Año C

Hoy, también nosotros hemos sido bautizados

«Tú eres mi Hijo amadoLucas 3,15-16.21-22

La Fiesta del Bautismo del Señor actúa como un puente entre las celebraciones navideñas y el Tiempo Ordinario del año litúrgico. Por un lado, concluye el tiempo de Navidad; por otro, inaugura el Tiempo Ordinario, del cual esta fiesta representa el primer domingo.

Todos los Evangelios narran el bautismo de Jesús: los tres primeros, llamados sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), de manera explícita, mientras que Juan lo menciona indirectamente. Este evento se describe como una verdadera “epifanía trinitaria”. Tras siglos sin profetas, en los que los cielos parecían cerrados, Dios responde finalmente a la súplica de su pueblo: «¡Ojalá rasgaras los cielos y descendieras!» (Isaías 63,19). En el bautismo de Jesús, el cielo se abre, el Espíritu Santo desciende sobre Él, y el Padre hace oír su voz.

Este año litúrgico, ciclo C, la liturgia propone el relato del bautismo según San Lucas, que se distingue por dos particularidades. En primer lugar, la escena del bautismo de Jesús no se describe directamente, sino que ocurre de forma anónima, con Jesús mezclado entre la multitud que se bautiza. En segundo lugar, San Lucas destaca que la apertura del cielo, el descenso del Espíritu y la voz divina tienen lugar mientras Jesús ora, después del bautismo.

El sentido profundo del bautismo del Señor

Hoy, acostumbrados como estamos a escucharlo, no nos damos cuenta de cuánto escándalo supuso para los primeros cristianos el hecho de que Jesús, quien era sin pecado, comenzara su misión siendo bautizado por Juan el Bautista en las aguas del Jordán.

¿Por qué Jesús fue bautizado? Podemos identificar tres razones principales:

  • Jesús está “allí” donde percibe que Dios está actuando. Al escuchar los ecos de la voz del Bautista, deja Nazaret y se dirige a «Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando» (Juan 1,28).
  • Jesús llega no como un privilegiado, sino solidario con sus hermanos. El pecado no es solo un asunto individual, sino que también tiene una dimensión colectiva. Jesús, en su solidaridad, carga con este peso nuestro.
  • Jesús manifiesta desde el principio de su misión la elección de estar entre los pecadores. Se deja contar entre ellos, hasta el punto de morir entre dos malhechores.

Hoy, en la Fiesta del Bautismo del Señor, celebramos también nuestro bautismo. En este día, los cielos se rasgan para nosotros, el Espíritu viene a habitar en nuestros corazones, y el Padre hace oír su voz, diciendo a cada uno/a de nosotros: «¡Tú eres mi Hijo amado!»; «¡Tú eres mi Hija amada!».

Puntos de reflexión

1.    La expectativa del pueblo

El pueblo de Dios esperaba la llegada del Mesías, pero esta expectativa se había debilitado tras tres siglos sin profetas. Juan el Bautista reavivó esta esperanza, orientándola, sin embargo, hacia «Aquel que bautizará en Espíritu Santo y fuego».

Hoy vivimos en un mundo que parece ya no esperar, decepcionado por tantas esperanzas frustradas, promesas incumplidas y sueños rotos. Como cristianos, estamos llamados a reavivar la esperanza, la nuestra y la de la sociedad, abriéndonos a la acción del Espíritu de Dios. El cristiano sabe que las

aspiraciones más profundas de la humanidad –la paz, la justicia y un sentido auténtico de la vida– encuentran su respuesta última en Dios. Pero esta conciencia nos interpela: ¿somos realmente hombres y mujeres de esperanza? ¿En qué ponemos, concretamente, nuestra confianza?

2.    La humildad de Dios

San Lucas presenta a Jesús en fila con los pecadores que descienden a las aguas del Jordán. «Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado en nuestro favor, para que en él lleguemos a ser justicia de Dios» (2 Corintios 5,21). Dios no nos salva desde lejos: se hace cercano, es el Emmanuel. Jesús se revela profundamente solidario con sus hermanos, hasta el punto de escandalizar a los bienpensantes. Será llamado «amigo de los pecadores».

El Mesías lleva un título nuevo, que nos honra particularmente: es el amigo de los pecadores. ¡Es nuestro amigo! Jamás un Dios se ha revelado así. Un Dios humilde es el mayor escándalo para el “hombre religioso”. Es inconcebible pensar que aquel que está en los cielos pueda descender para habitar entre nosotros. Nuestra conversión comienza con el cambio de nuestra idea de Dios. ¿En qué Dios creo yo? Esta es la pregunta que deberíamos plantearnos a menudo.

3.    La oración de Jesús

En San Lucas, la manifestación trinitaria ocurre mientras Jesús ora, como ocurrirá en la Transfiguración. Para el evangelista, la oración es un tema central y recurrente en la vida y el ministerio de Jesús. Su vida pública no comienza con un prodigio o un discurso, sino con el bautismo y la oración. Jesús no ora para “dar ejemplo”, sino por una necesidad intrínseca tanto como Hijo como hombre.

El bautismo constituye nuestra identidad más profunda: ser hijos de Dios. No es un mero acto jurídico de pertenencia, como podría sugerir el registro bautismal, sino una realidad viva y transformadora. Esta realidad es hermosa, pero también frágil, y necesita el humus de la oración para crecer y desarrollarse. Es en la oración donde se revive y fructifica la gracia del Bautismo.

Un nuevo comienzo

Hoy, Jesús comienza su ministerio, sostenido por la fuerza de la revelación del Padre y por la dulce presencia del Espíritu, semejante a una paloma que encuentra nido en su corazón. También nosotros estamos llamados a recomenzar, volviendo a la cotidianeidad tras las festividades navideñas, con una nueva conciencia y una confianza renovada en la gracia de nuestro bautismo.

Para recordar esta gracia, comienza cada día sumergiéndote simbólicamente en las aguas regeneradoras del bautismo con la señal de la cruz.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Del Bautismo nace la Misión

Is 40,1-5.9-11; Sl 103; Tito 2,11-14; 3,4-7; Lc 3,15-16.21-22

Reflexiones

El Bautismo de Jesús en las aguas del río Jordán es una de las tres epifanías o manifestaciones más significativas, que la liturgia de la Iglesia canta en la solemnidad de la Epifanía del Señor, junto con la manifestación a los magos que llegaron de Oriente y con el milagro en las bodas de Caná.

También el bautismo es una presencia y una manifestación misionera de Jesús. Litúrgicamente, celebramos hoy una fiesta-puente entre la infancia de Jesús y su vida pública. Pero hay mucho más: desde sus comienzos, la predicación misionera de los Apóstoles arrancaba “a partir del Bautismo de Juan hasta el día en que Jesús nos fue llevado” (Hch 1,22).

El hecho del Bautismo del Señor arroja una luz intensa sobre la identidad y la misión de Jesús (Evangelio). En Él se manifiesta la santa Trinidad: el Padre es la voz, el Hijo es el rostro, el Espíritu es el vínculo. Grande teofanía, que Jesús vive estando en oración, mientras el cielo se abre sobre Él (v. 21). El Espíritu desciende sobre Él como una paloma (v. 10); el Padre presenta Jesús al mundo y lo proclama su “Hijo, el amado” (v. 22), delante de la nueva comunidad humana, de la que Él es “el Primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8,29). Desde entonces el Padre nos dice también a cada uno/una de nosotros esas tres palabras: Tú eres mi hijo, amado – mi hija, amada mi gozo (cfr. v. 22).

En el Evangelio Jesús se siente, al mismo tiempo, hijo y hermano; por eso, se pone en fila con los pecadores, no como un soberano sino como un hombre común, hace cola como todos, espera su turno para recibir, también Él, inocente, el bautismo de Juan el Bautista para el perdón de los pecados. Jesús, obviamente, no necesitaba bautizarse, pero acepta que se le considere como cualquier otro pecador. Se manifiesta aquí la total solidaridad que Jesús, “hijo del hombre”, siente con todos los miembros de la familia humana, de la que forma parte. Una solidaridad hasta el punto de que “no se avergüenza de llamarles hermanos” (Heb 2,11). Profundo es el comentario de san Gregorio Nacianceno sobre la escena del bautismo por inmersión: Jesús sube del agua y eleva con Él hacia lo alto al mundo entero (cfr. Oficio de Lecturas). Él es verdaderamente el Siervo solidario y sufriente, el Cordero que carga sobre sí los delitos de todos (cfr. Is 53,4-5.12). ¡Él es el Hijo, el amado, en el cual el Padre se complace! ¡Él es nuestro hermano!

La reflexión teológica de Gregorio Nacianceno tiene también una correlación geográfica con el lugar donde, presumiblemente, ha ocurrido el bautismo de Jesús. El lugar pudo ser Bet-Araba, en el mismo punto del río por el cual Josué hizo entrar al pueblo en la Tierra prometida (Jos 3,14s).

Según los geólogos, este sería el punto más bajo de la tierra: – 400 metros por debajo del nivel del mar. Desde esa profundidad deprimida, Jesús emerge del agua del Jordán, se eleva hacia lo alto, cargando sobre sus hombros a la humanidad entera, el cosmos. Su oración al Padre pudo ser muy bien la del salmo De profundis: “Desde lo hondo a Ti grito, oh Señor… Porque del Señor viene la misericordia y la redención copiosa” (Sal 130,1.7).

Justamente allí, en ese momento, sobre Jesús se abren los cielos, desciende el Espíritu, la voz del Padre lo proclama hijo amado (v. 22). Jesús no comienza su misión pública en el Templo entre los Maestros de la Ley, entre aquellos que se consideran perfectos, sino a orillas del río Jordán, estando en la cola con los pecadores; empieza con un gesto de solidaridad, mezclándose con la gente común, haciéndose compañero de ruta de los últimos. Nuestro Dios se ha identificado con el hambriento, con el enfermo, con el encarcelado… al punto de decirnos al final: “¡A mí me lo hicieron!” (cfr. Mt 25). Una tradición hebrea decía: “Cuando pasa un pobre, quítate el sombrero.

Porque pasa la imagen de Dios”. El bautismo de Jesús ilumina nuestro Bautismo: también nosotros nos convertimos en hijos/hijas de Dios, amados por Él, hermanos de todos. Por tanto, damos gracias al Dios de la Vida por este inmenso don, a la vez que nos sentimos llamados

a ponernos en fila con los hermanos/hermanas más débiles y hacernos cargo de los más necesitados.

La experiencia de ser salvados por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (II lectura v. 5-6) es la fuente del compromiso misionero que nace del Bautismo, para dar nueva vida al mundo, según el mandato de Jesús a los Apóstoles: Vayan por el mundo entero, anuncien, bauticen… (cfr. Mt 28; Mc 16). La Navidad nos ha revelado que nuestra manera de vivir puede y debe ser mejor, renovada, más justa, fraterna, solidaria. ¡Un mundo mejor es posible! Ya lo anunciaba con voz poderosa y sin miedo el profeta Isaías (I lectura): “Ahí viene el Señor Yahveh con poder” (v. 9- 10). También en este tiempo de tribulación por la pandemia, nuestro Dios nos habla al corazón con un mensaje de consuelo. Y de esperanza (v. 1-2).

P. Romeo Ballan, MCCJ


BAUTISMO DE JESUS

José A. Pagola Lucas 3,15-16 y 21-22

INICIAR LA REACCIÓN?

El Bautista no permite que la gente lo confunda con el Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los “bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.

A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la Iglesia es hoy “la mediocridad espiritual”. La Iglesia no posee el vigor espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su Espíritu.

En no pocos cristianos está creciendo el miedo a todo lo que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los “signos de los tiempos”.

Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre con categoría premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.

Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial y no pocos cristianos.

Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial. Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida. Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son “espíritu y vida”.

Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.

A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.

PASAR DE DIOS

A nuestra vida, para ser humana, le falta una dimensión esencial: La interioridad. Se nos obliga a vivir con rapidez, sin detenernos en nada ni en nadie, y la felicidad no tiene tiempo para penetrar hasta nuestra alma.

Pasamos rápidamente por todo y nos quedamos casi siempre en la superficie. Se nos está olvidando escuchar y mirar la vida con un poco de hondura y profundidad.

El silencio nos podría curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil ocupaciones. Cada vez hay menos espacio para el espíritu en nuestra vida diaria. Por otra parte,

¿quién se atreve a ocuparse de cosas tan sospechosas como la vida interior, la meditación o la búsqueda de Dios?.

Privados de vida interior, sobrevivimos cerrando los ojos, olvidando nuestra alma, revistiéndonos de capas y más capas de proyectos, ocupaciones, ilusiones y planes. Nos hemos adaptado ya y hasta hemos aprendido a vivir “como cosas en medio de cosas”

Pero lo triste es observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por lo “exterior”, Dios queda como un objetivo demasiado lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.

Por ello, no es extraño ver que muchos hombres y mujeres “pasan de Dios”, lo ignoran, no saben de qué se trata, han conseguido vivir sin tener necesidad de El. Quizás existe, pero lo cierto es que no les “sirve” para nada útil.

Los evangelistas presentan a Jesús como el que viene a “bautizar con Espíritu Santo, es decir, como alguien que puede limpiar nuestra existencia y sanarla con la fuerza del Espíritu. Y, quizás, la primera tarea de la Iglesia actual sea, precisamente, la de ofrecer ese “Bautismo de Espíritu Santo” al hombre de hoy.

Necesitamos ese Espíritu que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en el hombre, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra existencia.

No basta que el Evangelio sea predicado con palabras. Nuestros oídos están demasiado acostumbrados y no escuchen ya el mensaje de las palabras. Sólo nos puede convencer la experiencia real, viva, concreta de una alegría interior nueva y diferente.

Hombres y mujeres, convertidos en paquetes de nervios excitados, seres movidos por una agitación exterior vacía, cansados ya de casi todo y sin apenas alegría interior alguna, ¿podemos hacer algo mejor que detener un poco nuestra vida, invocar humildemente a un Dios en el que todavía creemos y abrirnos confiadamente al Espíritu que puede transformar nuestra existencia?

CREER, ¿PARA QUE?

Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe.

Quizás la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿Para qué creer? ¿Cambia algo la vida el creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?

Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida diaria. Hoy Dios ya no cuenta en absoluto para ellos a la hora de orientar y dar sentido a su vivir cotidiano.

Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Les parece todo ello un problema extraño que es mejor dejar de lado para asentar la vida sobre unas bases más realistas.

Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin El. No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes.

¿Para qué creer?

Esta pregunta sólo es posible cuando uno “ha sido bautizado con agua” pero no ha descubierto nunca qué significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”. Cuando uno sigue pensando equivocadamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no ha vivido nunca la experiencia viva de Dios.

La experiencia de sentirse acogido por El en medio de la soledad y el abandono, sentirse consolado en el dolor y la depresión, sentirse perdonado en el pecado y el peso de la culpabilidad, sentirse fortalecido en la impotencia y caducidad, sentirse impulsado a vivir, amar y crear vida en medio de la fragilidad.

¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud. Para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión, Para vivir incluso los acontecimientos más banales e insignificantes con más profundidad.

¿Para qué creer? Para atrevemos a ser humanos hasta el final. Para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito. Para defender nuestra verdadera libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, toda la verdad, toda la ternura que se puede encerrar en el ser. Para seguir trabajando nuestra propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en la vida.

http://www.musicaliturgica.co


BAUTISMO DE JESÚS

José Luis Sicre

Un ejercicio sencillo y una sorpresa

Imagina todo lo que has hecho o te ha ocurrido desde que tenías doce años hasta los treinta (suponiendo que hayas llegado a esa edad). Si escribes la lista necesitarás más de una página. Si la desarrollas con detalle, saldrá un libro.

La sorpresa consiste es que de Jesús no sabemos nada durante casi veinte años. Según Lucas, cuando subió al templo con sus padres tenía doce años de edad; cuando se bautiza, “unos treinta”.

¿Qué ha ocurrido mientras tanto? No sabemos nada. Cualquier teoría que se proponga es pura imaginación.

Este silencio de los evangelistas resulta muy llamativo. Podían haber contado cosas interesantes de aquellos años: de Nazaret, con sus peculiares casas excavadas en la tierra; de la capital de la región, Séforis, a sólo 5 km de distancia, atacada por los romanos cuando Jesús era niño, y cuya población terminó vendida como esclavos; de la construcción de la nueva capital de la región, Tiberias, en la orilla del lago de Galilea, empresa que se terminó cuando Jesús tenía poco más de veinte años.

Nada de esto se cuenta; a los evangelistas no les interesa escribir la biografía de su protagonista.

Pero más llamativo que el silencio de los evangelistas es el silencio de Dios. Al profeta Samuel lo llamó cuando era un niño (según Flavio Josefo tenía doce años); a Jeremías, cuando era un muchacho y se sentía incapaz de llevar a cabo su misión; a Isaías, con unos veinte años. ¿Por qué espera hasta que Jesús tiene “unos treinta años”, edad muy avanzada para aquella época? No lo sabemos. “Los caminos de Dios no son nuestros caminos”. Buscando explicaciones humanas, podríamos decir que Isaías y Jeremías tenían como misión transmitir lo que Dios les dijese; Jesús, en cambio, además de esto formará un grupo de seguidores, será para ellos un maestro, “un rabí”, algo que no puede ser con veinte años. Pero esto no soluciona el problema. Seguimos sin saber qué hizo Jesús durante tan largo tiempo. Para los evangelistas, lo importante comienza con el bautismo.

El bautismo de Jesús

Es uno de los momentos en que más duro se hace el silencio. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán?

¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice.

Lucas sigue muy de cerca al relato de Marcos, pero añade dos detalles de interés: 1) Jesús se bautiza, “en un bautismo general”; con ello sugiere la estrecha relación de Jesús con las demás personas; 2) la venida del Espíritu tiene lugar “mientras oraba”, porque Lucas tiene especial interés en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, para que nos sirva de ejemplo a los cristianos.

Por lo demás, Lucas se atiene a los dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo.

La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad.

Porque ese Espíritu que viene sobre Jesús es el mismo con el que él nos bautizará, según las palabras de Juan Bautista.

La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Lucas quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento.

El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la muerte, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu.

El programa futuro de Jesús

Pero las palabras del cielo no sólo hablan de la dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Isaías (42,1-4.6-7).

El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).

Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.

El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.

Misión cumplida: pasó haciendo el bien

La segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio y a su familia, resumen en pocas palabras la actividad de Jesús: «Pasó haciendo el bien». Un buen ejemplo para vivir nuestro bautismo.

http://www.feadulta.com


Quiso remontar un abismo con nosotros Fernando Armellini

Los lugares bíblicos tienen con frecuencia un significado teológico. El mar, el monte, el desierto, la Galilea de las naciones, Samaria, las tierras del otro lado del lago de Genesaret… son mucho más que simples indicaciones geográficas (a menudo ni siquiera exactas).

Lucas no especifica el lugar del bautismo de Jesús; Juan, sin embargo, lo especifica: “tuvo lugar en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando” (Jn 1,28). La tradición ha localizado justamente el episodio en Betabara, el vado por el que también el pueblo de Israel, guiado por Josué, atravesó el río, entrando en la Tierra Prometida. En el gesto de Jesús se hacen presentes el recuerdo explícito del paso de la esclavitud a la libertad y el comienzo de un nuevo éxodo hacia la Tierra Prometida.

Betabara tiene otra particularidad menos evidente pero igualmente significativa: los geólogos aseguran que este es el punto más bajo de la tierra (400 m bajo el nivel del mar).

La elección de comenzar precisamente aquí la vida pública no puede ser simple casualidad. Jesús, venido de las alturas del cielo para liberar a los hombres, ha descendido hasta el abismo más profundo con el fin de demostrar que quiere la Salvación de todos, aun de los más depravados, aun de aquellos a quienes la culpa y el pecado han arrastrado a una vorágine de la que nadie imagina que se pueda salir. Dios no olvida ni abandona a ninguno de sus hijos.

Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22

El evangelio de hoy comienza con una constatación significativa: “El pueblo estaba a la expectativa”. Es fácil imaginarse de qué cosa: el esclavo esperaba la libertad; el pobre, una vidamejor; el jornalero explotado, la justicia; el enfermo, la salud; la mujer humillada y violentada, la recuperación de su dignidad. Todos aspiraban a un mundo nuevo donde no se dieran másabusos entre los hombres, donde desaparecieran las prevaricaciones, la corrupción, y se establecieran relaciones de paz.

Era sobre todo en el campo religioso en el que pueblo alentaba la esperanza, quizás no deltodo consciente, de un cambio radical. Hacía trecientos años que se había apagado la voz de los profetas. El Cielo se había cerrado y el silencio de Dios era considerado como un merecido castigo por los pecados cometidos.

Dejando a un lado las imágenes de un Dios aliado fiel, Padre afectuoso, tierno Esposo, los guías espirituales del pueblo habían comenzado, desde hacía siglos, a presentar al Señor, sobre todo, como un legislador severo e intransigente. La religión no comunicaba ya alegría sino inquietud, miedo, angustia. Una vida así era insostenible. ¡Algo tenía que cambiar!

Éstas eran las razones de la espera a la que el Bautista debía dar una respuesta. Cuando seviven situaciones límites, insoportables, y se desea ardientemente un cambio, uno se va detrás de cualquiera que nos dé unpoco esperanza, aunque no estemos seguros de que ese tal resulte ser el verdadero libertador.

El pueblo de Israel que –como dirá un día Jesús– era un rebaño sin pastor (cf. Mc 6,34) esperaba del Señor una guía y piensa que ese guía es el Bautista, el Mesías esperado. Juan corrige y aclara: No soy yo; está por venir uno que es más fuerte que yo. Él los bautizará con el “Espíritu Santo y fuego”. Tiene en la mano el „rastrillo‟ que separará el grano de la paja; ésta será quemada sin piedad en un „fuego inextinguible‟ (cf. Lc 3,17). Poco antes, ha dicho que la guadaña está puesta ya en la raíz de los árboles (cf. Lc 3,9). El juicio de Dios es, por lo tanto, inminente y será severo.

El lenguaje del Bautista es duro y amenazador, igual al empleado por algunos profetas. Malaquías ha hablado de un día “ardiente como un horno, cuando los arrogantes y los malvados serán la paja. Ese día futuro los quemaré” (Ml 3,19). También Isaías ha lanzado una amenaza parecida: “Está dispuesta, ancha y profunda, una hoguera con leña abundante y el soplo del Señor, como un torrente de azufre, le prenderá fuego” (Is 30,33).

No podemos dejar de notar el contraste estridente entre estas imágenes terroríficas y las expresiones dulces y delicadas con las que, en la primera lectura, se nos presenta la figura del «Siervo del Señor». Allí no se habla de violencia, de intolerancia, de agresión, de fuego destructor, sino de paciencia, de respeto a todos, de ayuda para quien está en dificultad, de la recuperación de la caña quebrada, de la esperanza para quien se ha visto reducido a una mecha que se apaga.

Las palabras del Bautista reflejan la mentalidad de un pueblo cuyos guías espirituales lohabían educado en el miedo a Dios. Como todos los demás, también Juan creía que la injusticia y el pecado habían llegado al colmo y que era inminente una intervención resolutiva de Dios contra los malvados.

Tenía razón: con la venida de Cristo el mal no tendría más escapatoria. Pero acerca de la manera cómo Dios purificaría el mundo del pecado o qué clase de fuego usaría… el Bautista probablemente se engañaba. No sabemos con exactitud lo que pasaba por su mente; en cambio, sabemos muy bien cómo Jesús se comportaba: no ha agredido a los pecadores, se ha sentado a comer con ellos; no se ha alejado de los leprosos; no ha condenado a la adúltera, sino que la ha defendico contra todos los que la juzgaban y la despreciaban; no ha rechazado a la pecadora, se ha dejado acariciar y besar por ella.

Con Jesús, se ha cerrado definitivamente la época en que Dios ha sido imaginado como un soberano severo, justiciero, intransigente. Él ha revelado el verdadero rostro de Dios, el Dios que solo salva. Con su vida, ha proyectado también una luz sobre las imágenes impresionantes usadas por el Bautista y los profetas, dándonos la clave de su lectura. Era verdad lo que éstos habían afirmado:

Dios habría enviado su fuego sobre la tierra, pero no para destruir a sus hijos (aunque fueran malvados) sino para quemar, hacer desaparecer del corazón de cada uno todaforma de maldad.

Este pensamiento aparece en la segunda parte del evangelio de hoy (vv. 21-22). A primera vista, el relato del bautismo de Jesús parece idéntico al de los otros evangelistas pero, en realidad, presenta algunos particulares diferentes y significativos.

Ante todo, a diferencia de los otros, Lucas no describe el bautismo de Jesús, sino que habla de él como de un hecho ya ocurrido (v. 21). El centro del relato, para el evangelista, no está en el bautismo en sí, sino lo que ocurre inmediatamente después: la apertura del cielo, el descenso del Espíritu y, sobre todo, la voz del cielo.

Estamos al comienzo de la vida pública y Lucas quiere que los cristianos de sus comunidades –ya bautizados– lean el evangelio como dirigido expresamente a ellos. Los invita a iniciar el camino, a mover sus pasos, todavía inciertos, tras los del Maestro que ha sido bautizado como ellos, y camina a su lado.

Despues, solo Lucas refiere que Jesús se sumergió en las aguas del Jordán junto a todo el pueblo, confundido con la gente. Jesús se presenta como aquel que se pone al lado de los pecadores: no los juzga, no les grita, no los condena, no los desprecia. Participa de su condición de esclavitud y con ellos recorre el camino que lleva a la libertad.

El tercer detalle que aparece solo en Lucas es la referencia a la oración. Jesús recibe el Espíritu Santo mientras reza. La insistencia en la oración es una de las características de Lucas.El evangelio de hoy presenta a Jesús por primera vez en diálogo con el Padre; después, lo hará otras doce veces más.

Jesús no reza para darnos buen ejemplo. Él tiene necesidad, como nosotros, de descubrir la voluntad del Padre, de recibir su luz y su fuerza para cumplir en todo momento lo que le es agradable. Tiene necesidad de orar ahora, al comienzo de su misión; rezará también antes de la elección de los apóstoles (cf. Lc 6,12), antes de su Pasión (cf. Lc 22,41) y lo hará, sobre todo, en la cruz (cf. Lc 23,34.46) en el momento de la prueba más difícil. Ha sentido, pues, la necesidad de orar durante toda su vida para mantenerse fiel al Padre.

Después de esta introducción original, también Lucas, como Mateo y Marcos, describe la escena posterior al bautismo con tres imágenes: la apertura de los cielos, la paloma y la voz del cielo. No está contando hechos prodigiosos que realmente ocurrieron, sino que emplea imágenes con las que sus lectores estaban muy familiarizados, cuyo significado tampoco nos resulta muy difícil de captar a nosotros hoy, incluso a la distancia de dos mil años.

a)    Comencemos por la apertura del cielo

No se trata de un detalle metereológico (como si un inesperado y luminoso rayo de sol hubiese penetrado la densa capa de nubes). De ser así, Lucas nos hubiera referido un detalle del todo banal y sin ninguna importancia para nuestra fe. Lo que el evangelista quiere comunicar a sus lectores es otra cosa bien distinta. Está aludiendo de manera clara a un texto del AntiguoTestamento, bien conocido también para sus lectores.

En los últimos siglos antes del nacimiento de Cristo, el pueblo de Israel tenía la sensación de que los cielos se hubiesen cerrado. Pensaban que Dios, indignado a causa de los pecados e infidelidades de su pueblo, se había recluido en su mundo divino, puesto fin al envío de profetas y haber roto todo diálogo con el hombre. Los israelitas piadosos se preguntaban:¿Cuándo terminará este silencio

de Dios? ¿No volverá el Señor a hablarnos? ¿No nos mostrará ya más su rostro sereno como en los tiempos antiguos? Y lo invocaban así: “Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tus manos. No te irrites tanto; no recuerdes siempre nuestra culpa; mira que somos tu pueblo… ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!” (Is 64,7-8; 63, 9).

Afirmando que, con el comienzo de la vida pública de Jesús, los cielos se habían abierto, Lucas da a sus lectores una gran y alegre noticia: Dios ha oído la súplica de su pueblo, ha abierto de par en par el cielo para ya no cerrarlo más. Se ha puesto fin para siempre a la enemistad entre el cielo y la tierra. La puerta de la casa del Padre permanecerá eternamente abierta para dar la bienvenida a todo hijo que quiera entrar. Quizás alguno llegue un poco tarde tarde, pero nadie será rechazado.

b)    La segunda imagen es la paloma

Lucas no nos dice que una paloma descendió del cielo (este sería otro detalle banal y superfluo), sino que el Espíritu Santo descendió “como una paloma”.

El Bautista sabe perfectamente que del cielo no solamente descendió el maná, sino también el agua destructora del diluvio (cf. Gén 7,12) y el fuego y el azufre que convirtieron en cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra (cf. Gén 29,24). Él probablemente espera la venida del Espíritu como un „fuego‟ devorador de los malvados. El Espíritu, en cambio, se posa sobre Jesús como una

„paloma‟, todo ternura, afecto y bondad. Movido por el Espititu, Jesús se acercará siempre a los pecadores con la dulzura y la amabilidad de la paloma.

La paloma también era el símbolo de la atracción y querencia hacia el propio nido. Si el evangelista tiene en mente esta referencia, entonces quiere decirnos que el Espíritu Santo busca a Jesús como la paloma busca su nido. Jesús es el templo donde el Espíritu encuentra su morada estable.

c)    La tercera imagen es la voz del cielo

Se trata de una expresión que los rabinos solían usar cuando querían introducir una afirmación como venida de Dios. En nuestro relato, tiene porobjetivo presentar públicamente, en nombre de Dios, quién es Jesús.

Para comprender la importancia del mensaje de esta voz, hay que tener en cuenta que este relato ha sido compuesto después de los acontecimientos de la Pascua y quiere responder al enigma surgido entre los discípulos acerca de la muerte ignominiosa del Maestro. Jesús aparecía a sus ojos como un derrotado, como un rechazado y abandonado por Dios. Sus enemigos –custodios y garantes de la pureza de la fe de su pueblo– lo han juzgado como blasfemo. ¿Ha estado Dios de acuerdo con esta condena?

Lucas, pues, presenta a los cristianos de sus comunidades el juicio del Señor sobre la condena y muerte de Jesús con una frase que hace referencia a tres textos del Antiguo Testamento.

“Tú eres mi hijo querido” es una cita del Salmo 2,7. En la cultura semita, el término „hijo‟ no indica solamente la generación biológica sino que también significa que la persona en cuestión se comporta como su padre. Presentando a Jesús como “su hijo”, Dios garantiza que se reconoce en Él, en sus palabras, en sus gestos, en sus obras, sobre todo en el gesto supremo de su Amor: el don de su Vida. Para conocer al Padre, los hombres solo tenemos que contemplar a este Hijo.

“Mi predilecto” hace referencia al relato de Abrahán, dispuesto a ofrecer por amor a su único hijo, Isaac (cf. Gén 22,2.12.16). Jesús no es un rey o un profeta como los otros, es el Único.

“A quien prefiero” (mi predilecto). Conocemos ya esta expresión porque se encuentra en el primer versículo de la lectura de hoy (cf. Is 42,1). Dios declara que Jesús es el „Siervo‟ de quien ha hablado el profeta, el Siervo enviado para “establecer el derecho y la justicia” en el mundo entero, que ofrecerá su vida para llevar a cabo esta misión.

La „voz del cielo‟ desautoriza, por tanto, el juicio pronunciado por los hombres y desmiente las expectativas mesiánicas del pueblo de Israel. Un Mesías humillado, derrotado, ajusticiado era inconcebible para la cultura religiosa judía de aquel tiempo. Cuando Pedro, en la casa del sumo sacerdote, jura no conocer a aquel hombre, en el fondo está diciendo la verdad: no podía reconocer en Él al Mesías; no se parecía en nada al salvador de Israel que le habían enseñado los rabinos en la catequesis.

El cumplimento de las profecías por parte de Dios ha sido demasiado sorprendente para todos; también para el Bautista.

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