25 años de consagración a Dios para la Misión Comboniana

Soy Luigina Coccia, Misionera Comboniana. Nací hace 54 años en Italia y soy comboniana desde hace 25 años. Este año es una fecha especial, celebro un jubileo importante: 25 años de consagración misionera comboniana.

He pasado estos años principalmente en el continente africano: primero en Camerún y después en la República Democrática del Congo; y algunos años en Italia donde completé mi formación profesional y realicé servicios para la Congregación.
Este tiempo fue un viaje misionero ininterrumpido; 25 años pasaron rápidamente porque los viví plena e intensamente. Un tiempo lleno de vida, tuve muchas experiencias que me enriquecieron humana y espiritualmente: conocí diversos pueblos y culturas, aprendí nuevos idiomas, realicé diversos ministerios y enfrenté desafíos que me fortalecieron como mujer y enriquecieron mi vida de fe. A través de todo ello, Dios se ha revelado en mi vida, me ha mostrado su Rostro que es Amor, ternura y cuidado de todos.
La celebración de los 25 años de Consagración Comboniana marca para mi vida un punto de llegada y sobre todo un nuevo punto de partida. Hace apenas un año terminé mis servicios generales a la congregación y pregunté a la Superiora General si podía ser destinada a la misión de Haití, porque me parece una de las más necesitadas. Un pueblo que no sólo ha sufrido graves catástrofes naturales, como el terremoto de 2010 que causó más de 230,000 muertos, sino también de una inestabilidad política que sigue sin permitir las condiciones necesarias para que una nación viva dignamente.
Haití, un pedazo de África deportado a la fuerza al Caribe durante el triste periodo de la esclavitud, sigue sufriendo las consecuencias de este violento abuso. Durante demasiado tiempo ha sufrido en soledad, con una sensación de abandono por parte del resto del mundo, que cada vez interviene en grandes emergencias, pero sin la voluntad de abordar las causas de tanta miseria.
Comienzo ahora una nueva etapa de mi vida misionera, en un nuevo continente, América, donde nunca he vivido como misionera. Tuve la gracia y la profunda alegría de celebrar mis 25 años en la Basílica de Nuestra Madre de Guadalupe: fue un momento fuerte de acción de gracias por todo lo que el Señor me ha dado en estos años, y sobre todo un momento para encomendarme a Ella, la Madre y Patrona de América Latina, para que me acompañe en el inicio de esta nueva etapa y con su cuidado de Madre proteja la vida y el futuro del pueblo haitiano.
Me siento privilegiada como comboniana y como hija de la Iglesia, porque Dios me ofrece la posibilidad de estar cerca de un pueblo que sufre. El Papa Francisco en su Magisterio insiste mucho en la necesidad de hacernos prójimos de los que sufren, siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano. Es la única manera de vivir nuestra Misión Comboniana y cristiana. Espero ser presencia de una Iglesia que, como una madre, está cerca de los más vulnerables. Ciertamente soy consciente de encontrarme con una realidad marcada por la inseguridad y la violencia. Y esto desde ahora me pide estar dispuesta a vivir y trabajar en la incertidumbre y la provisionalidad. Pero la esperanza prevalece sobre el miedo. El Papa en su mensaje para la Jornada Mundial de este año, partiendo del relato evangélico de los discípulos de Emaús, llama nuestra atención sobre dos dimensiones fundamentales para ser misión hoy en la Iglesia y en el mundo: tener el corazón y los pies encendidos en el camino, porque es necesario ponerse en camino también físicamente para hacernos cercanos a quienes experimentan la soledad y el abandono. Que la presencia de Jesús resucitado nos caliente el corazón y nos ponga en camino para llegar a los que están demasiado lejos de nuestra vida.