Hay esperanza, el desierto florece

Por: Hna. Cecilia Sierra, smc
desde Palestina

¿No te da miedo andar tu sola? Me preguntaron las mujeres el sábado pasado que visitaba sus aldeas. Siempre vamos las dos Combonianas y otras chicas voluntarias que se nos unen cada quince días. Pero este sábado hubo una emergencia y Lulu no pudo venir, ni las chicas.

Y sí, lo pensé. Andar sola, cruzando esos caminos del desierto. ¡Uy!, me estremecí. De hecho, pasé por un camino antiguo, que según la tradición fue el mismo que cruzó el hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones. Incluso rodeé el lugar donde se cree estuvo el albergue a donde el Buen Samaritano llevó al hombre después de curarle las heridas con vino y aceite y vendarlas. En aquella historia que cuenta Jesús en el evangelio hubo ladrones, pero también hubo un buen Samaritano.

Tres de las aldeas beduinas que visitamos cada sábado están a un lado del Buen Samaritano. Otra se llama Nabi Musa, cerca de uno de los lugares de peregrinación más importante para los Palestinos, desde donde en los días soleados se pueden observar las colinas de Moab y el Monte Nebo. Precisamente en ese mismo camino, hace unos meses, nos siguió una patrulla de soldados. Expedita manejaba y nos dimos cuenta que era a nosotras a quienes seguían cuando ella se desvió del camino y ellos también lo hicieron. Luego se detuvo y nos preguntaron que a dónde íbamos. Les dijimos que con los beduinos y a lo que vamos y nos dejaron continuar. Pero al siguiente día el camino a esa aldea fue bloqueado. Gracias a Dios ya lo abrieron de nuevo porque causó muchos inconvenientes y temor a los beduinos que viven en ella.

Los niños hacen fiesta cuando nos ven. ¿When Lulú, when al-banat? ¿Dónde esta Lulu? ¿Donde están las chicas? Preguntan los niños al verme llegar sola. Lulú y las chicas se encargan de los niños, organizan juegos y les enseñan Inglés, mientras yo me reúno con las mujeres. En dos aldeas doy clase de inglés a las mujeres y a las jovencitas y en otros dos cursos de bordado. Las mamás nos dicen que los sábados los niños se levantan temprano para esperarnos. Y es cierto. En cuanto oyen el ruido del carro salen corriendo a encontramos. Parece increíble, pero cada día aparecen más. En unas aldeas nos saludan besándonos la mano y poniéndola sobre su frente. Son lindos.

La mayoría de las mujeres de la aldea vienen a los cursos de inglés y bordado que ofrecemos. En algunas todas participan. Me sorprendió que en una de ellas me sirvieran café, soda, pastelillos y plátanos. Son muy pobres. Una de ellas no tiene dinero para llevar a su hijo al hospital y lo necesita. ¿Es el último día que vienes? Me preguntan ¿Ya no nos visitarás? Es que la semana anterior les habíamos dicho que como no hay turistas y no tenemos huéspedes en nuestra casa de Jerusalén, ya no continuaríamos con el proyecto de bordado. Una de ellas fue quien hizo el cuadro que le llevó Daniela al Papa.

Les explico que habíamos decidido que ya no hicieran más bordados, pero visto que al Papa le gustó el regalo, podrían continuar bordando, esperando que alguien nos diga, mándame unos 20 mantelitos para encuadrarlos, como el del Papa. ¿Será que alguien se anima y nos apoya? Por eso era el refresco, el pastelillo y los plátanos. Un lujo para ellas en tiempos de tanta escasez. Pensaban que era la última vez que las visitaríamos y querían agradecernos. La alegría se dibujó en sus rostros cuando les dije que regresaremos. “Aquí nos vemos la próxima semana, in shah Allah.”

Y jugamos con ellas a la lotería, ellas junto con sus hijos. Primera vez que participan en el juego. Rieron, disfrutaron, ganaron. El premio era un globo y una madeja de hilo que nos mandó una comboniana de Jordania. Se divirtieron un mundo. Parecían niñas. Me gozaba verlas contentas, sonrientes, dejando a un lado, al menos por un rato, preocupaciones y temores.

Por eso que cada sábado, atravesamos contentas ese camino viejo que va de Jerusalén a Jericó, por el desierto de Judea. Hay cuatro aldeas beduinas que esperan. Niños que se alegran, juegan, mujeres que aprenden, despliegan creatividad y generan ingresos para la familia. Son tiempos difíciles, la guerra es real. Pero hay esperanza y el desierto ya florece.

Las misioneras combonianas acompañan a las poblaciones beduinas del desierto de Judea, llevando un poco de paz y alegría en tiempos difíciles de guerra.