Blog

II Domingo de Adviento. Año A

“En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca.

Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.

Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban su pecado y él los bautizaba en el río.

Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su arrepentimiento y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abrahán, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abrahán. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego.

Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han arrepentido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego, Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

(Mateo 3, 1-12)


Preparen el camino del Señor
P. Enrique Sánchez G., mccj

El Adviento es un tiempo de espera activa que invita a la conversión, a cambiar, sobre todo interiormente, pero también en todo lo que tiene que ver con nuestro estilo de vida, con nuestro modo de estar en el mundo y con nuestros hermanos.

Durante el Adviento, nos ponemos en camino y, poco a poco, nos vamos preparando para acoger la presencia del Señor entre nosotros como el don más grande que hayamos recibido. El don de sabernos hijos queridos de Dios.

Las lecturas, sobre todo la primera tomada del profeta Isaías (Isaías 11,1-10), nos traen una bocanada de aire fresco que abre nuestro corazón al deseo de conversión que se transforma en esperanza y en alegría.

El profeta Isaías nos habla de un renuevo que brota del tronco de Jesé, de un vástago que Florecerá de su raíz. Es el anuncio de la venida del Señor a nuestras vidas para hacer todas las cosas nuevas. Para hacer de nosotros, hombres y mujeres nuevos.

El pueblo de Israel que parecía condenado a desaparecer por haberse alejado de su Dios, por haberse dejado encantar por los ídolos de los pueblos vecinos, era un pueblo que se veía apagado y reseco, como el tronco del árbol condenado a desaparecer.

Pero, de pronto, recibe la buena noticia de la promesa de Dios que nunca abandona a su pueblo y le promete un salvador que vendrá a cambiarlo todo, a restaurar el Reino que Dios siempre ha soñado para sus hijos. Reino en donde Dios promete volver a estar presente como un renuevo que habla de futuro en donde no haya espacio para la maldad.

Jesús es ese renuevo que brota y florece en medio del pueblo de Dios, como don y signo del deseo de Dios de estar en medio de sus criaturas.

Dios, en Jesús, promete hacerse compañero de camino hasta que todas las naciones se conviertan en morada en donde pueda habitar para siempre.

En el evangelio, san Mateo nos presenta a Juan el Bautista, el último de los profetas del Antiguo Testamento y el encargado de preparar el camino al Señor, al Salvador en quien Dios ha querido mostrar su rostro.

Durante el Adviento escucharemos muchas veces el anuncio que nos recuerda que los tiempos se han cumplido y que el Reino de Dios está presente en la persona de Jesús; pero hay que preparar los caminos para que esa buena noticia pueda llegar hasta lo profundo de los corazones, para que nos alejemos de todo aquello que nos quiere llevar por caminos que no terminan en la felicidad.

Lo que había sido anunciado por el profeta Isaías, ocho siglos antes del nacimiento de Jesús, Juan el Bautista lo predica como algo que se ha realizado en su tiempo que es el tiempo que Dios renueva a cada instante para que nos abramos a su amor.

Juan el Bautista, reconociendo a Jesús como el Mesías, anuncia que el tiempo de la salvación dejó de ser una promesa y se ha convertido en una realidad. Dios viene en Jesús para quedarse entre nosotros.

Pero, para entrar en el misterio de la encarnación de Dios en la persona de Jesús, es necesario ponerse en una actitud de conversión, de cambio de vida, de renuncia a todo aquello que puede alejar de Dios.

Se trata de un cambio de mentalidad y de actitudes, que permitan decir con la vida, que se reconoce la presencia de Dios, hasta en lo más ordinario de la vida.

Juan el Bautista invita a la conversión porque el pueblo elegido se había olvidado de Dios y se había dejado ganar por la idolatría de su tiempo que acababa en el pecado. Su invitación a cambiar de vida no se reduce a una predicación hecha de palabras y con bonitos discursos; el anuncia la llegada del Señor con el testimonio de su vida, con la radicalidad de sus opciones y la humildad de su ejemplo.

También a nosotros se nos anuncia la llegada del Señor, como una oportunidad de volver a lo que realmente es importante y lo que puede hacernos vivir en plenitud. Se nos invita en estos días a un cambio que nos permita aceptar nuestra fragilidad y nuestro pecado para reorientar nuestra vida hacia Jesús. Para que tomemos conciencia de que Dios sigue confiando y apostando por nosotros. Quiere ser el Dios con nosotros, el Dios que nos llena de entusiasmo y de alegría.

La invitación de Juan el Bautista debería resonar fuerte en nuestros oídos, como algo que nos podría ayudar a volver sobre aquello que nos ha alejado del camino. Arrepiéntanse, porque el Reino de Dios está cerca. Seguramente nos damos cuenta de que existen muchas cosas de las que también nosotros necesitamos arrepentirnos.

Necesitamos pedir perdón no sólo por el mal que pudimos haber hecho, ni por los pecados que vamos cargando como resultado de nuestro egoísmo. Necesitamos arrepentirnos de la superficialidad en que hemos vivido, preocupados por lo material e inmediato, por la búsqueda egoísta de nuestra comodidad y bienestar personal.

Dejándonos cuestionar, muy probablemente nos vamos a dar cuenta de que no sólo tendríamos que pedir perdón por el mal que hemos podido hacer a los demás a nosotros mismo; sino, más todavía, estamos llamados a pedir perdón por el bien que no hemos hecho, por habernos encerrado en nosotros mismos, por nuestras indiferencias ante el sufrimiento de los demás, por la violencia que hemos generado con nuestras palabras y nuestros juicios.

Arrepentirse no significa únicamente alejarnos del mal, sino abrirnos al bien, creando espacios de caridad y de amor, de confianza y de esperanza, de solidaridad y de fraternidad; en una palabra, espacios en donde Dios se manifieste a través de nuestra confianza en él.

Todos somos, de alguna manera, troncos secos que han perdido sus raíces profundas. Todos, quién más quién menos, nos hemos ido olvidando de lo importante que es tener a Dios en el centro de nuestra vida y de nuestros intereses. Y, desde muy lejos, pero muy fuerte, también a nosotros, Juan el Bautista nos llama a ponernos en un camino de conversión, nos invita a redescubrir la presencia de Dios, dejándolo que nazca en nuestras vidas.

Todos podemos reconocernos como troncos secos, pero también podemos sentir que el amor de Dios que nos habita hace que sintamos que de lo más profundo de nuestro ser está brotando algo nuevo. Dios está moviendo algo, como un renuevo, promete un futuro y asegura frutos abundantes. Frutos que serán cada día las expresiones de gratitud por todo lo bello que Jesús va haciendo nacer con su presencia en nuestras vidas.

Ojalá que este tiempo de Adviento, de espera de la venida del Señor, no se transforme en una espera de adornos, luces, regalos y festejos que pasarán y se olvidarán unas horas después del festejo navideño.

Pido para que nuestra espera se vea recompensada con el descubrimiento de la presencia de Jesús en nuestras vidas, que nos mueva al agradecimiento a Dios por haberse hecho uno de nosotros y por caminar a nuestro lado cada día.

No olvidemos la invitación de Juan el Bautista. Preparen el camino del Señor.


La Voz y el Camino
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

El Evangelio del segundo domingo de Adviento nos lleva al desierto para encontrar a Juan el Bautista y escuchar el mensaje particular que tiene que transmitir de parte del Dios-que-viene. El desierto no es un lugar que nos atraiga, a no ser que lo visitemos como turistas, equipados con las comodidades y seguridades necesarias. Por otra parte, la figura de Juan no resulta enseguida simpática. Es rudo, no solo en su modo de vestir, sino sobre todo en su palabra, casi agresiva. Pero debemos necesariamente encontrarnos con él en nuestro itinerario de Adviento. Y, después de todo, hemos de reconocer que, aunque sea un personaje extraño, es una persona especial, tanto por el tipo de vida que lleva como por la libertad con la que habla ante las autoridades políticas y religiosas; eso lo convierte en un testigo creíble.

Juan, hijo de un sacerdote, se había despojado de las vestiduras sacerdotales y había dejado el templo para ir a vivir al desierto, llevando una vida austera, al límite de la supervivencia. Y «la palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,2). Entonces Juan comenzó a predicar: «¡Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca!». Serán estas las primeras palabras pronunciadas por Jesús al comienzo de su predicación.

Los profetas en Israel llevaban mucho tiempo sin hablar, e Israel tenía hambre de la palabra de Dios. Se había esparcido la noticia de que Juan era un profeta, y la gente acudía a él desde todas partes. La esencialidad de su mensaje tocaba los corazones y las conciencias, y todos se hacían bautizar por él en el río Jordán, pidiendo perdón por sus pecados. El pueblo reconocía en él la llegada del Mensajero anunciado por Malaquías, el último de los profetas: «He aquí que envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí» (3,1).

Así se cumplía la profecía de Isaías (40,3-5):

«Una voz grita:
En el desierto, preparad el camino del Señor,
allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Que todo valle sea elevado,
y todo monte y colina sean rebajados;
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se allane.
Entonces se revelará la gloria del Señor,
y todos los hombres juntos la verán,
porque la boca del Señor ha hablado.»

Dos palabras están en el centro de la profecía: VOZ y CAMINO. La Voz es la de Juan, fuerte y poderosa como un trueno, ardiente como la de Elías, penetrante como una espada de doble filo (Hb 4,12). Anuncia la voz del Mesías que, como dice la primera lectura (Is 11,1-10), «herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios matará al malvado». La aparición de esta voz es ya un evangelio, una buena noticia. De hecho, todas las voces habían sido amordazadas, silenciadas, instrumentalizadas, portadoras de mentiras. Oír que existe una voz nueva, libre, que nos dice la verdad —aunque nos hiera— es ya una esperanza de vida.

«¡Preparad el camino del Señor!». El camino del Señor es el que conduce hacia Él, pero sobre todo el que Dios recorre para venir a nosotros. Es un camino a menudo interrumpido, que es necesario despejar para que sea transitable.

El camino es la imagen por excelencia del tiempo de Adviento. Se trata de un símbolo muy presente en la Biblia. Recordemos que todo comienza con el viaje de Abraham, luego el de los patriarcas, y el de Moisés que guía al pueblo durante cuarenta años en el desierto… El mismo Jesús, con los suyos, estará siempre en camino, y los primeros cristianos serán llamados «los del camino». Por otra parte, el camino es imagen tanto de la condición humana —homo viator— como del creyente, llamado a ser parte de una «Iglesia en salida», como gustaba recordar el Papa Francisco.

El profeta Isaías (el Segundo Isaías) fue el ideador, el ingeniero del «camino del Señor». Juan es el capataz. Debemos seguir sus instrucciones. Tomemos pico, pala y azadón. Sí, herramientas sencillas: se trata de un trabajo manual que requerirá tiempo, constancia y paciencia. Siguiendo el plan de Isaías, Juan nos da tres indicaciones principales:

1. «Que todo VALLE sea elevado»: es la primera indicación. El evangelista Lucas habla de barranco (3,5). Se trata del barranco de nuestro DESÁNIMO, en el que corremos el riesgo de caer y quedar atrapados sin remedio después de tantos intentos y fracasos. Es un peligro a menudo mortal, un abismo que sepulta toda esperanza de progreso humano y espiritual. ¿Cómo rellenarlo? A veces puede convertirse en una tarea casi imposible. ¿Qué hacer entonces? ¡Lo único es construir un puente! El puente de la esperanza en el «Dios de los imposibles». Por eso Pablo, en la segunda lectura (Rm 15,4-9), nos invita a «mantener viva la ESPERANZA»A veces se trata de «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18), porque «la esperanza no defrauda»… ¡nunca! (Rm 5,5).

2. «Que todo MONTE y colina sean rebajados»: se trata del monte de nuestro ORGULLO. Colina, monte, a veces incluso una montaña difícil de escalar. Nos engrandecemos la cabeza y nos ilusionamos creyendo que somos grandes. El «monte» ocupa todo el camino, haciéndolo infranqueable. Es necesario desmontar nuestras «alturas» para hacernos accesibles a Dios y a los demás. ¡Cuántos golpes de pico se necesitan! ¡Cuánto cuesta convertirse en un valle llano por el que todos puedan transitar tranquilamente! A veces hace falta una excavadora para quitar ciertos obstáculos. Es la excavadora de la HUMILDAD, cantada por la Virgen María en su Magníficat. Pero no despreciemos los pequeños golpes de pico cotidianos: una crítica, un servicio humilde, un silencio ante una observación injusta, un descuido que nos mortifica… Nos prepararán para recibir esas paladas de excavadora que la vida, tarde o temprano, nos dará.

3. «Que el terreno ACCIDENTADO se convierta en llanura, y los escarpes en valle»: hay demasiadas piedras y zarzas en el camino, que hacen tropezar a los caminantes y los arañan a cada paso. Son nuestros DEFECTOS y PECADOS, que con frecuencia escandalizan o hieren a los demás. También aquí se requiere un trabajo incesante, sabiendo que nunca lo lograremos del todo. Ciertas asperezas permanecerán allí, obstinadamente inamovibles. Ciertas zarzas, cortadas cien veces, volverán a brotar, casi burlándose de nuestra persistencia. Están allí para recordarnos que no podemos prescindir de la MISERICORDIA del Señor y de los hermanos; y para recordarnos que también nosotros debemos ser misericordiosos con los demás. Pablo nos lo recuerda de nuevo en la segunda lectura: «Aco­géo­s los unos a los otros, como también Cristo os acogió».

Estas son las instrucciones del capataz. Nos espera un trabajo exigente. No se trata de hacer algún pequeño propósito, creyéndonos ya cristianos, al estilo de fariseos y saduceos que se sentían seguros solo por ser hijos de Abraham. También ellos recibían el bautismo, pero para muchos era una mera formalidad, un gesto superficial. Juan, sin embargo, no fue indulgente con ellos. Los llamó «raza de víboras». Tengamos cuidado para que no termine diciéndolo también de nosotros. Y añade: «Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego». Es algo serio: no tomemos a la ligera esta gracia del Adviento.


RECORRER CAMINOS NUEVOS
José Antonio Pagola

Por los años 27 o 28 apareció en el desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Después de veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: Abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?“.

Algunos sectores de la Iglesia piden al Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”.

Me parece admirable la clarividencia evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no haya nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.

http://www.musicaliturgica.com


Paraíso, conversión, acogida
José Luis Sicre

1. Injusticia ‒ paraíso (Isaías 11,1-10)

La lectura de Isaías del primer domingo de Adviento hablaba de la experiencia de la guerra y la esperanza de un mundo sin conflictos militares ni carrera de armamentos. Este segundo domingo se dedica a la experiencia de la injusticia y su contrapartida de un mundo feliz, una vuelta al paraíso. Los profetas fueron quienes denunciaron la situación de injusticia con más energía. Aunque no veían fácil solución al problema, estaban convencidos de que el remedio dependía de unos jueces y monarcas justos, que implantaran la justicia en el país. El texto más claro y utópico en esta línea es el que se lee en el segundo domingo de Adviento.

La mejor forma de entender este poema es verlo como un tríptico. La primera tabla ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. Pero en medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío.

En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que él vienen todos los dones del Espíritu de Dios. En tres binas se describen las cualidades del jefe futuro: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

La tercera tabla del tríptico da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca. Y esto se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Porque nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Y como ejemplo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. En la conferencia pueden verse algunos datos actuales. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.

2. Conversión (Mateo 3,1-12)

El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, basándose en la predicación de Juan Bautista.

l evangelio de Mt es muy impreciso con respecto al momento histórico en que comienza la actuación de Juan («por aquel tiempo»), y también con respecto a lugar de su predicación: «en el desierto de Judea». El hecho de que predique en el desierto significa que está en desacuerdo con el sacerdocio de Jerusalén y la religión oficial. No es en el templo, ni en la ciudad santa, donde se puede anunciar el mensaje del Reinado de Dios. Tiene que ser en un ambiente distinto. Y el signo de la conversión no serán sacrificios de animales, sino el reconocimiento de los pecados y el bautismo. 

El mensaje de Juan lo resume el evangelio en pocas palabras: «Arrepentíos, porque el Reinado de Dios está cerca». La llamada a la conversión es típicamente profética, pero Juan aduce un motivo típicamente apocalíptico: «el reinado de Dios está cerca». En el siglo XXI, esta frase puede resultarnos exagerada y ridícula. En el siglo I, a gente pobre, sencilla, oprimida por los romanos y sus colaboradores, Juan le anuncia un mundo nuevo, de justicia, paz, tranquilidad, amor, en el que Dios será el verdadero rey. Así se comprende el éxito que encuentra entre sus contemporáneos: acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán. La gente busca y encuentra en él hago algo que no encuentra entre los dirigentes religiosos.

El evangelio continúa con un duro enfrentamiento de Juan con los fariseos y saduceos. Las palabras de Juan constan de saludo y dos partes. El saludo no habría ganado un premio en un concurso de retórica: ¡Camada de víboras! Juan no quiere ganarse a sus oyentes sino provocarlos para que se conviertan. La primera parte aduce un nuevo motivo para convertirse: la inminencia del castigo, que se compara con un hacha dispuesta a talar los árboles. Y añade que la conversión debe ser práctica, acompañada de obras, como el árbol que da buen fruto, de lo contrario es cortado. En medio de esta amenaza, fariseos y saduceos pueden pensar en una escapatoria: «Somos israelitas, hijos de Abrahán, y no podrá ocurrirnos nada malo, Dios no nos castigará». Pero Juan, igual que los antiguos profetas, les advierte que esta falsa confianza no les servirá de nada.

La segunda parte del discurso acentúa el tono amenazador. Juan cumple ahora otro aspecto de su misión de precursor del Mesías: habla de este personaje, acentuando su dignidad («no merezco ni llevarle las sandalias») y su poder («yo bautizo con agua, él con fuego»). El verbo bautizar significa «lavar» (en el evangelio se dice que los fariseos «bautizan» los platos y vasos). Juan considera que su lavado es suave, con agua; el del Mesías será una purificación con fuego. Basándose en el salmo 2, algunos textos concebían al Mesías con un cetro en la mano para triturar a los pueblos rebeldes y desmenuzarlos como cacharros de loza. Juan no lo presenta con un cetro, utiliza una imagen más campesina: lleva un bieldo, con el que separará el trigo de la paja, para quemar ésta en una hoguera inextinguible.

Sumando los datos anteriores, tenemos dos imágenes terribles para exhortar a la conversión: la del hacha dispuesta a talar los árboles inútiles y la del bieldo echando a la hoguera a quienes son como la paja.

3. Acogida (Romanos 15,4-9)

Las primeras comunidades cristianas estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. En este contexto se mueve la lectura de Pablo. Hoy día no existe este problema, pero pueden darse otros parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales.

http://www.feadulta.com


Misión es relanzar la esperanza
Romeo Ballan, mccj

Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona. También otros “pobres de Yahvé” del Primer Testamento vivían a la espera de un Mesías, aunque para muchos la espera resultaba confusa y mezclada de esperanzas humanas. El mensaje de esos tres personajes es actual y necesario también para nosotros hoy.

En efecto, también hoy la esperanza es un valor en crisis de contenidos, porque muchos desconocen lo que más necesitan para conseguir el crecimiento y desarrollo integral de su persona. En una pieza teatral emblemática de nuestro tiempo, el escritor irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura (1969), denuncia lo absurdo de la condición humana: la obra Esperando a Godot se desarrolla en la larga espera de un personaje importante, pero desconocido. Se imagina el encuentro, se sueña sobre lo que podría ocurrir. Sin embargo, cuando ya se anuncia que ese personaje está a punto de llegar, la espera baja de tensión, se pierden las ganas de prepararse y su presencia se desvanece. El encuentro no se da. La larga espera ha sido en vano. ¡Pura ilusión!

La esperanza cristiana es diferente; esta es un dinamismo de apertura y de encuentro con una Persona conocida, de la cual uno se siente profundamente amado: es el Salvador de todos, con un nombre y un rostro bien definidos. Se llama Jesucristo. Él es el centro del anuncio misionero de la Iglesia. El Papa Francisco invita a todos a no quedar presos de las cosas terrenas, sean muchas o pocas, porque estas provocan solo tristeza y cerrazón egoísta; mientras el encuentro personal con Jesucristo trae gozo y esperanza, abre a la misión. (*)

El primer personaje del Adviento, el profeta Isaías (I lectura), ocho siglos antes de Cristo, en tiempos de violencia y desolación, fue capaz de cantar la esperanza en un futuro de vida, reconciliación y prosperidad para su pueblo. En situaciones análogas de sufrimiento, también otro joven profeta, Jeremías, fue capaz de ver el almendro en ciernes (Jer 1,11). Allí donde todos ven solo negatividad, los profetas ven más allá, lejos, una historia y una esperanza diferente: la historia de Dios que lleva a todos a la salvación. Isaías veía despuntar un retoño, que en seguida fue lleno del multiforme espíritu del Señor (v. 1-3). Y describe el estupendo jardín de la convivencia pacífica de los seres vivientes (animales y personas humanas) entre sí y con la creación (v. 5-9). Tan solo un pueblo que vive así, en la justicia y armonía de relaciones, tiene algo positivo que decir a los otros, puede llegar a ser un “estandarte de pueblos” (v. 10). Tan solo así tendrá algo hermoso y verdadero que compartir en el concierto de las naciones. ¡Y se convierte en comunidad misionera! Entre las notas de ese pueblo en paz dentro y fuera, S. Pablo (II lectura) incluye la capacidad de acogerse mutuamente como nos acogió Cristo (v. 7), por su misericordia (v. 9).

El segundo personaje del Adviento, Juan el Bautista (Evangelio), profeta austero e interiormente libre, con palabras de fuego prepara el camino del Señor que viene detrás de él, bautiza “con agua para la conversión”, anunciando la presencia de uno que es más fuerte que él, el cual “bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (v. 11). Por eso, Juan grita: “Conviértanse” (v. 2).

María es la criatura ya plenamente convertida, es decir, totalmente orientada hacia Dios, llena de Espíritu Santo; María es la toda pura, sin mancha; es la Inmaculada (fiesta el 8 de diciembre). En el centro de Vietnam, donde he trabajado durante seis años como misionero, he visitado el santuario mariano de La Vang: allí la Virgen se apareció en 1798, en tiempo de persecuciones contra los cristianos, llevando un mensaje de consuelo y de esperanza. Es un mensaje que va bien igualmente para nosotros en el camino hacia la Navidad: “Tengan fe, hijos míos, acepten los sufrimientos con paciencia. Yo escucho siempre vuestras peticiones. Si alguien viene a rezar conmigo, escucharé sus oraciones”. María ha acogido a su Señor y le ha dado un cuerpo humano; ahora lo ofrece a todos, incluso a aquellos que todavía no lo conocen.

El Adviento es un tiempo privilegiado para vivir la misión: en Adviento y en Navidad el Señor llega a nosotros; no faltará a la cita. Pero Él quiere que otros también -¡todos!- lo conozcan y lo acojan; quiere llegar a otros también por medio de nosotros. ¿Cómo hacerlo? Haciéndonos sus discípulos-misioneros.

Encuentro de provinciales y delegados de América y Asia

Del 28 de noviembre al 1 de diciembre 2025 ha tenido lugar el encuentro de provinciales y delegados de América y Asia (AA) en la casa provincial de los Misioneros Combonianos en Quito, Ecuador. En esta reunión han participado los tres provinciales que terminan su servicio y los nuevos que asumirán esta tarea el próximo día 1 de enero del 2026. Desafortunadamente no pudo estar presente el provincial de México por problemas con sus documentos de viaje.
En la foto: Monumento situado en la Mitad del mundo. Desde la izquierda: Hno. Santos De la Cruz González; P. Juan Diego Calderón Vargas ; P. Víctor Manuel Aguilar Sánchez (delegado de Asia); P. Raimundo Nonato Rocha dos Santos (provincial de Brasil); P. David Costa Domingues (Vicario General); P. Juan Martín Rodríguez González (provincial de Ecuador); P. Jorge Elías Ochoa Gracián (provincial de Estados Unidos); Hno. Juan Carlos Salgado Ortiz (representante de los Hermanos a nivel continental); P. Nelson Edgar Mitchell Sandoval (provincial de Perú); P. Ottorino Poletto; P. Ezama Ruffino; P. Enrique Sánchez González (provincial de Centro América); P. Mario Alberto Pacheco Zamora (provincial de México); P. Jorge Alberto Benavides Orjuela (delegado de Colombia); y P. Sergio Iván Paucar Simbaña.

El encuentro ha dado principio con un intercambio fraterno entre todos los participantes quienes han hablado de sus experiencias vividas en sus años de servicio, aquellos que están terminando, y las esperanzas o sentimientos que experimentan quienes están por comenzar esta tarea y servicio a la misión y al Instituto.

Provinciales y delegados de América y Asia, en la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización.

La tarde del día 28 se tuvo un momento de formación permanente que estuvo animado por el Hermano Roberto Duarte, provincial de los Misioneros del Verbo Divino, quien compartió una reflexión sobre “Las perspectivas de la vida religiosa a la luz del congreso de la vida consagrada” que tuvo lugar hace algunas semanas en Quito. La reflexión presentada ha sido una buena iluminación y un momento de discernimiento que permitió pensar en el servicio que estamos llamados a dar como testigos y compañeros de camino con los hermanos de nuestras provincias y delegaciones.

El sábado 29 por la mañana fue dedicado al tema de la unificación de las provincias. Este tema fue presentado y animado por el padre David Domingues, Vicario General del Instituto, quien compartió el camino que se ha recorrido sobre este tema en el Instituto y las orientaciones que se están proyectando hacia el futuro, sobre todo a partir de las indicaciones que ha dado la Asamblea Interprovincial celebrada en septiembre pasado.

Padre David Dominges, Vicario General de los Misioneros Combonianos, en la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización.

En el intercambio que se ha podido realizar con el padre David Dominges, todos los participantes han sido invitados a manifestar sus opiniones y pareceres sobre este tema, recordando la reflexión y el trabajo ya realizado a nivel de todas las circunscripciones. El intercambio ha sido franco, espontáneo y abierto, mostrando una disponibilidad a continuar con la reflexión y las indicaciones que serán dadas por el Consejo General en una próxima carta que será enviada a todo el Instituto sobre este tema.

La tarde del mismo sábado se dedicó a compartir información sobre varios temas relacionados con la misión, la animación misionera, el foro COP30, que tuvo lugar en Brasil. El encargado de transmitir todas esas informaciones fue el padre Raimondo, provincial de Brasil, coordinador del sector de la misión en el continente.

El padre Jorge Benavides, Delegado de Colombia, nos presentó informaciones sobre las pastorales específicas, en el continente, es decir, pastoral urbana, indígena y afro. Compartió también su experiencia participando al encuentro de Pastoral Afro que tuvo lugar en Luján, Argentina, en donde estuvieron presentes algunos combonianos del continente. El padre Jorge informó también sobre el proyecto de un postulando interprovincial, como una posibilidad que es sostenida por algunas de las provincias que en este momento cuentan con un número reducido de postulantes.

Durante los trabajos de esa tarde se abordaron también los temas sobre los noviciados de Xochimilco y Manila, las decisiones tomadas sobre el servicio misionero y los cursos de formación permanente que se llevan a cabo en Roma. También se tocó el tema de la revista digital y de la página digital que se ha ido preparando, sobre todo con la ayuda del padre Francisco Carrera, desde Colombia.

El domingo 30 de noviembre lo hemos dedicado a convivir como grupo visitando la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización en donde se celebró la eucaristía y se compartió el almuerzo ofrecido por la comunidad. Se tuvo también la oportunidad de visitar el monumento situado en la Mitad del mundo. Este monumento icónico, ubicado cerca de Quito, marca la línea ecuatorial, que divide la Tierra en los hemisferios norte y sur.

En la agenda del lunes 1 de diciembre se continuó con el intercambio de información sobre otros aspectos y temas importante a tener en cuenta, para continuar con el servicio que se va realizando, asegurando la continuidad y la atención a la realidad misionera que presenta el continente con sus retos, desafíos y esperanzas misioneras de cara al futuro.

Un gracias enorme y de corazón al P. Ottorino, Provincial de Ecuador, a la Provincia y en especial a la comunidad de la casa provincial que nos han acogido y servido con mucha atención para que esta reunión pudiera realizarse con tranquilidad y provecho.

Provinciales y Delegados de América y Asia
Quito, Ecuador

Una vida con las mujeres sabias

Por Hna. Sonia de Jesús García desde Kaande (Zambia)


Una de las mayores alegrías de la misión es constatar el bien que se hace a las personas. Lo compruebo día a día en las actividades que llevamos adelante las cuatro combonianas de la comunidad de Kaande, en la diócesis zambiana de Mongu. Una hermana se ocupa de la pastoral en general, otra trabaja con los campesinos, otra está comprometida en la educación y yo, que soy enfermera, me ocupo de la pastoral de la salud.

En Kaande las cosas están mejorando poco a poco. Trabajamos con el grupo Promotoras de Salud, integrado por mujeres que han recibido una formación sencilla pero suficiente para acompañar y ayudar en diversos problemas de salud.

La mayoría de estas mujeres, a las que coordino, no pertenecen a la Iglesia católica sino a otros cultos e Iglesias presentes en la zona. Son baptistas, adventistas o de la New Apostolic Church. En el grupo saben que represento a la Iglesia católica con el aprobación de mi superiora provincial, del obispo y del párroco. Un día me sorprendió un comentario suyo: «­Realmente la Iglesia católica es diferente. En nuestras Iglesias nos limitamos a ir al culto, rezamos, cantamos, pero no nos ocupamos de aspectos sociales como ayudar al que lo necesita».

Al tratarse de un grupo interre­ligioso, la gente ve a los católicos desde otra perspectiva e intuyen que detrás de todo lo que hacemos está la importancia que damos a Dios, que se muestra a través del cuidado de las personas. Estoy convencida de que este testimonio de unidad en la diversidad es también un modo de evangelizar.

El trabajo de las promotoras es muy bonito. Han aprendido a cuidar de los bebés y de las mujeres embarazadas y los consejos que dan son muy pertinentes y sabios. Este equipo de mujeres es uno de los logros de nuestra misión.

Debemos enfrentar muchos retos e intentamos hacerlo a través de soluciones que estén al alcance de todos. En los últimos tiempos hemos detectado muchos problemas dermatológicos por falta de higiene. Las familias prefieren comprar comida a un trozo de jabón, que puede ser más caro. Por eso hemos organizado talleres para que la gente aprendan a hacer jabón artesanal.

Hay cosas que me cuesta mucho comprender, como que las familias sigan creyendo que la enfermedad se produce porque alguien «te la da» y que tenga sentido ir al chamán para que te cure. Esto es un problema grave porque las familias gastan mucho dinero y, además, el enfermo no sana.

Visitamos a las familias con frecuencia y tratamos de aconsejarlas e intervenir, pero siempre con el máximo respeto. Es bonito no sentirse aisladas, sino misioneras que sirven, acompañan y sostienen a la gente desde la fe en Jesús. Como decía Comboni, tratamos de «hacer causa común» y que la gente sea protagonista de su propio desarrollo y evangelización.

“Como el Padre me envió, así los envío yo”

¡Gracias México!
«Como el Padre me envió, así los envío yo» (Jn 20,20). Este fue el lema que elegí para mi ordenación sacerdotal, y que ha marcado todo mi ministerio como comboniano. En octubre pasado, mis superiores me asignaron a un nuevo destino; así se cierra mi experiencia misionera en México y me preparo para la siguiente.

Texto y fotos: P. Wédipo Paixão, mccj

En 2018 mis formadores en el escolasticado de São Paulo, Brasil, me preguntaron cuáles serían mis opciones para trabajar como misionero. En aquel entonces estaba fascinado por Egipto o Líbano y también resonaba en mí Vietnam, pero al fin fui destinado a México. Recibí mi destino a tierras Guadalupanas con alegría y disponibilidad. Ya estaba acostumbrando y sabía el idioma porque había estado en Sahuayo y después en Xochimilco como novicio entre los años 2012 y 2014.

Llevo en mi corazón a muchas personas que conocí en distintas partes del país; conservo las costumbres y culturas, la hospitalidad y la calidez. Uno de tantos bonitos recuerdos que atesoro, lo experimenté en la comunidad de Comalapa, en las sierras veracruzanas, donde la sencillez y la amabilidad me marcaron profundamente, a tal punto, que guardé especial cariño por Veracruz. En todo, reconozco lo que dice Jesús: «El que deja padre y madre, tierra, hermanos por causa del Reino de Dios, encontrará mucho más» (Mt 19,20).

En todos esos años acompañé a muchos jóvenes. Algunos decidieron entrar al seminario, y otros continuaron con sus vidas y respondieron a una vocación específica a la que Dios los llamaba. Siempre he pensado que la vocación es un medio, por el cual, el Padre nos llama a vivir realizados y plenos según su voluntad, y que nos conduce a ser felices. No se trata de hacer sólo lo que nos gusta, sino de amar en tal medida, que abrazamos un estado de vida al servicio del bien común. La existencia es un don único que nos da Dios, y a su vez, la vocación es la forma cómo elegimos vivir, es decir, el medio que nos conduce a la felicidad. Por eso no debemos temer al emprender un camino y confiar en los planes de Dios; Él nunca nos defraudará.

Hay un proverbio chino que dice: «En manos de quien te regala una flor, siempre queda un poco de perfume». Creo que mi memoria está perfumada por el cariño y amistad con que fui recibido y tratado es-tos años en México. La palabra que fluye en mi corazón es de gratitud: doy gracias a Dios por el don de la vocación, y a cada uno de los que interactuaron conmigo durante este periodo. Soy brasileño de nacimiento, pero mexicano de corazón.

Quisiera concluir con un escrito de un gran obispo brasileño, monseñor Hélder Câmara:

  • Misión es partir, salir de sí. Es romper con el cascarón del egoísmo, que nos encierra en nosotros mismos.
  • Misión es dejar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos como si fuéramos el centro de la vida o del mundo.
  • Misión es no dejarse bloquear por los problemas del pequeño mundo al que pertenecemos, la humanidad es mayor.
  • Misión es siempre partir, mas no significa devorar kilómetros, es, sobre todo, abrirse al prójimo como hermano, descubrirlo y encontrarlo.
  • Y para descubrirlo y amarlo, es necesario atravesar los mares, volar por los cielos.
  • Entonces, misión es partir hasta los confines del mundo».

Continúo en misión, ahora en Brasil. En qué aspecto en específico, aún no le sé, pero voy con el corazón abierto, atento a lo que el Señor me pide adonde ahora me envía. A todos los que formaron parte de mi vida durante este tiempo, mi gratitud y mis oraciones.

¡Hasta Luego!

Jubileo: ¿Con qué nos quedamos?

Por: P. Rafael González Ponce, mccj

El próximo 6 de enero de 2026, Epifanía del Señor, en la basílica de San Pedro, en Roma, se cerrará la Puerta Santa indicando la terminación del Jubileo. Sin embargo, aun si el programa de celebraciones concluye, nos preguntamos: ¿cómo me quedo?

DICIEMBRE
14: Jubileo de los presos

Se trata de cosechar un fuerte deseo de transformación y una constante determinación por «ser jubileo permanente», en unión con Jesucristo –eterno Jubileo del amor del Padre–. Se cerrarán las Puertas Santas de todas las catedrales y basílicas del mundo para que ahora salgamos por los caminos de la humanidad como «peregrinos» de esa «esperanza que no defrauda». El Jubileo se hace misión sin fronteras, ahí donde apremie la misericordia.

Como peregrinos significa: dejarnos sor-prender por Dios que nos desinstala de nuestra mediocridad e indiferencia. Ponernos en camino para dejar atrás egoísmos y sistemas que desfiguran nuestra dignidad y esclavizan los sueños de una tierra nueva y cielos nuevos. Además, consiste en emprender un sendero desconocido, desde lo pequeño y sencillo, para reconstruir vínculos de fraternidad y procesos de vida auténtica.

La «Esperanza» es nuestro apellido, le pertenecemos. La gran novedad de este peregrinaje es precisamente que Dios camina con nosotros. De hecho, Jesús es el Camino. No sólo consiste en abandonarnos confiadamente en sus manos, que es fuente de paz, sino tener la certeza, contra toda evidencia, que su amor tiene la última palabra, y no los poderes malignos que nos aprisionan. En pocas palabras, no es la injusticia ni la violencia ni la mentira ni el vacío los que determinarán nuestro destino, sino el amor de Dios por su Creación, que se manifiesta en Cristo Jesús.¡Bienvenidos al nuevo «Jubileo de la vida cotidiana» y de la hondura de cada momento que asumimos en plenitud! Escribamos cada día una página del Evangelio. Tras los pasos del Maestro, quien dijo: «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo».

I Domingo de Adviento. Año A

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.

Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”. (Mateo 24, 37-44)


Estén preparados
P. Enrique Sánchez, mccj

Con este domingo iniciamos el tiempo del Adviento, un tiempo de espera y de preparación a la venida del Señor entre nosotros.

Nos preparamos a celebrar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y queremos disponer nuestro corazón para acogerlo, para que se quede con nosotros el resto de nuestras vidas.

En este tiempo queremos crear las condiciones favorables para que Dios entre en nuestras vidas y deseamos reconocerlo contemplando el rostro de Jesús que se hace uno de nosotros compartiendo su divinidad con lo frágil de nuestra humanidad. Las lecturas de la Palabra de Dios nos invitan a ir al encuentro del Señor, vayamos a su encuentro, nos dice la primera lectura, para reconocerlo como arbitro de las naciones y juez de los pueblos.

Vayamos para descubrirlo como el Dios que viene para empezar tiempos nuevos en donde puedan existir la justicia y la paz, pues acabará con nuestras guerras.

Este es el momento, dice san Pablo a los romanos, es la hora para que despierten del sueño, porque la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.

Es un tiempo para que dejemos a un lado las obras de las tinieblas y nos dejemos invadir por la luz del Señor que viene.

Es tiempo en el que Dios quiere sacudirnos para que nos liberemos de todo aquello que nos tiene aturdidos y acomodados en estilos de vida que impiden abrirse a la novedad de Dios; es tiempo para dejar que Dios construya su morada en nosotros y nos contagie de su alegría y de su felicidad.

El adviento es tiempo de espera, pero también es tiempo que nos llama a la conversión, a un cambio profundo de vida que nos permita deshacernos de todo aquello que nos esclaviza o que nos paraliza en nuestro camino de fe.

Se trata de un tiempo que nos ofrece la posibilidad de reordenar nuestras vidas dejando a un lado, como dice san Pablo, todo lo deshonesto que se nos ha podido ir pegando en el camino con el pasar de los días.

Son apenas unas cuantas semanas en las que se nos invita a volver a lo bueno y a lo noble que hemos recibido del Señor y que debería caracterizar nuestras vidas.

Es volver a darle un orden a nuestra vida que permita resplandecer la luz del Señor que quiere habitar en nuestros corazones, preparándonos para poder reconocerlo en el niño frágil que nos aparecerá en el pesebre.

El evangelio de este domingo nos invita a estar vigilantes y preparados porque no sabemos el momento en que el Señor llegará y haciéndonos recordar lo que había sucedido en tiempos de Noé nos permite confrontar lo que también en nuestros tiempos nos toca vivir.

Como en tiempos de Noé, también hoy parece que resulta muy fácil vivir en lo superficial y en lo pasajero.

Muchos de nuestros intereses, si no estamos atentos, terminan por hacer que vivamos preocupados por lo material o vivimos en lo pasajero. Basta ver cómo en estos días nuestras ciudades y en especial los centros comerciales, se han llenado de luces y de adornos navideños, pero detrás de las luces y de los colores ha ido desapareciendo la imagen de Jesús.

La publicidad nos muestra comidas y botellas de bebidas, joyas, perfumes y vestidos elegantes para ser regalados, pero entre tantos arreglos y moños de colores no aparece quien debería estar en el centro por ser el festejado.

La invitación que nos hace el evangelio a velar y a estar vigilantes es algo que debería acompañar nuestro caminar en este adviento. No se trata de ponerse a la defensiva, sino de estar atentos para reconocer al Señor que viene a nosotros y nos sorprenderá de muchas maneras.

Hay que estar vigilantes porque a todas horas el Señor se hace presente y debemos estar listos para reconocerlo en lo sencillo de nuestra vida, en los pequeños acontecimientos que van haciendo la trama de nuestra vida, en las personas humildes y maravillosas que va poniendo en nuestro camino; pero también en los momentos de silencio y de recogimiento que podemos dedicar en estos días a la oración y a la contemplación del misterio de Dios que se hace uno de nosotros.

Hay mucho esperar en este tiempo y hay que ponernos en una situación que nos permita dejarnos sorprender por todo lo que Dios va preparando para nosotros, invitándonos a tomar el camino que conduce a Belén.

Tal vez nos podría ayudar a vivir más intensamente este tiempo de Adviento el preguntarnos ¿A quién espero en esta próxima Navidad? ¿Qué puedo hacer para crear un espacio en mi vida en donde el Señor pueda venir a poner su morada? ¿Cómo me inspiran María y José con su experiencia y ejemplo preparándose a recibir a Jesús en sus vidas?

Ojalá que no nos dejemos atrapar en la euforia navideña que ha transformado un momento tan especial y tan rico de motivos para acercarnos al Señor en un algo puramente comercial, superficial y pasajero.

Que el Señor nos conceda mantener muy vivo y despierto en nuestro corazón el deseo de encontrarnos con él en esta Navidad, para que contemplando el rostro del Niño Dios podamos entender el amor que Dios ha tenido por nosotros.

Que nuestro Adviento sea una espera intensa y bien recompensada con la bendición de acoger a Jesús en lo más profundo de nuestras vidas.


Signos de los tiempos
José Antonio Pagola

Estad en vela.
Los evangelios han recogido, de diversas formas, la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos. Al principio, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta “vigilancia” para estar preparados ante la venida inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez, atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a Jesús a lo largo de la historia.

Así recoge el Vaticano II esta preocupación: “Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura…”.

Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un hecho doloroso: “Crece de día en día el fenómeno de masas que, prácticamente, se desentienden de la religión”. ¿Cómo estamos leyendo este grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?

La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?

Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?

Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el “escándalo permanente” de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
El Papa viene insistiendo en que el mayor peligro para la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.

http://www.musicaliturgica.com


Adviento
José Luis Sicre

Los textos bíblicos de los cuatro domingos de Adviento no constituyen propiamente una preparación a la Navidad, sino una introducción a todo el nuevo año litúrgico. Por eso abarcan etapas muy distintas: 1) lo que se esperó del Mesías antes de su venida; 2) su nacimiento; 3) su actividad pública, y las reacciones que suscitó; 4) su vuelta al final de los tiempos.

Estas cuatro etapas se mezclan cada domingo y resulta difícil relacionar las distintas lecturas. Si buscamos un elemento común sería el tema de la esperanza: ¿qué debemos esperar?, ¿cómo debemos esperar?

1. ¿Qué debemos esperar?
La utopía de la paz universal

La primera lectura (Isaías 2,1-5) responde a una de las experiencias más universales: la guerra. Israel debió enfrentarse desde su comienzo como estado a pueblos pequeños, a guerras civiles y a grandes imperios. Pero no sólo los israelitas era víctimas de estas guerras, sino todos los países del Cercano Oriente, igual que hoy día lo son tantos países del mundo.

Podríamos contemplar este hecho con escepticismo: el ser humano no tiene remedio. La ambición, el odio, la violencia, siempre terminan imponiéndose y creando interminables conflictos y guerras. Sin embargo, la lectura de Isaías propone una perspectiva muy distinta. Todos los pueblos, asirios, egipcios, babilonios, medos, persas, griegos, cansados de guerrear y de matarse, marchan hacia Jerusalén buscando en el Dios de Israel un juez justo que dirima sus conflictos e instaure la paz definitiva.

El texto de Isaías une, lógicamente, la desaparición de la guerra con la desaparición de las armas. En este contexto, hoy día es frecuente hablar de las armas atómicas, los submarinos nucleares, los drones de última generación. Quisiera recordar unos datos muy distintos, de armas mucho más sencillas.

Se estima que en el mundo existe un arsenal de 639.000.000 de armas de fuego, la mitad de las cuales en manos de civiles, el resto a disposición de los cuerpos policiales y de seguridad, lo que supone un arma por cada diez personas.

Desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial (1945), unos 30 millones de personas han perecido en los diferentes conflictos armados que han sucedido en el planeta, 26 millones de ellas a consecuencia del impacto de armas ligeras. Estas armas, y no los grandes buques o los sofisticados aviones de combate, son las responsables materiales de cuatro de cada cinco víctimas, que en un 90% también han sido civiles (mujeres y niños en particular).

Esta primera lectura bíblica nos anima a esperar y procurar que un día se haga realidad lo anunciado por el profeta: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.

2. ¿Cómo debemos esperar?
Vigilancia ante la vuelta de Jesús (Mateo 24,37-44)

La liturgia da un tremendo salto y pasa de las esperanzas antiguas formuladas por Isaías a la segunda venida de Jesús, la definitiva. En el contexto del Adviento, esta lectura pretende centrar nuestra atención en algo muy distinto a lo habitual. Los días previos al 24 de diciembre solemos dedicarlos a pensar en la primera venida de Cristo, simbolizada en los belenes. El peligro es quedarnos en un recuerdo romántico. La iglesia quiere que miremos al futuro, incluso a un futuro muy lejano: el de la vuelta definitiva de Jesús, y la actitud de vigilancia que debemos mantener.

La actitud de vigilancia queda expuesta en dos comparaciones, una basada en el AT, y otra en la experiencia diaria.

La primera hace referencia a lo ocurrido en tiempos del diluvio. Antes de él, la gente llevaba una vida normal, despreocupada. La catástrofe le parecía inimaginable. Lo mismo ocurrirá cuando venga el Hijo del Hombre. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

La segunda comparación está tomada de la vida diaria: la del dueño de una casa que desea defender su propiedad contra los ladrones. El mensaje es el mismo: estad en vela.

A propósito de estas comparaciones podemos indicar dos cosas:

1) Ambas insisten en que la venida del Hijo del Hombre será de improviso e imprevisible; no habrá ninguna de esas señales previas que tanto gustaban a la apocalíptica (oscurecimiento del sol y de la luna, terremotos, guerras, catástrofes naturales).

2) Las dos comparaciones exhortan a la vigilancia, a estar preparados, pero no dicen en qué consiste esa vigilancia y preparación; se limitan a crear un interés por el tema. Esta falta de concreción puede decepcionar un poco. Pero es lo mismo que cuando nos dicen al comienzo de un viaje en automóvil: «ten cuidado». Sería absurdo decirle al conductor: «Ten cuidado con los coches que vienen detrás», o «ten cuidado con los motoristas». El cristiano, igual que el conductor, debe tener cuidado con todo.

3. ¿Cómo debemos esperar?
Disfrazarnos de Jesús (Romanos 13,11-14)

Pablo parte de la experiencia típica de las primeras comunidades cristianas: la vuelta de Jesús es inminente, «nuestra salvación está más cerca», «el día se echa encima». El cristiano, como hijo de la luz, debe renunciar a comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno, riñas y pendencias. Es el comportamiento moral a niveles muy distintos (comida, sexualidad, relaciones con otras personas) lo que debe caracterizar al cristiano y como se prepara a la venida definitiva de Jesús. Ese pequeño catálogo podría haberlo firmado cualquier filósofo estoico. Pero Pablo añade algo peculiar: «Vestíos del Señor Jesucristo». Esto no es estoico, es típicamente cristiano: Jesús como modelo a imitar, de forma que, cuando la gente nos vea, sea como si lo viese a él. Creo que Pablo no tendría inconveniente en que sus palabras se tradujesen: «Disfrazaos del Señor Jesucristo». Comportaos de tal forma que la gente os confunda con él. Buen programa para comenzar el Adviento.

feadulta.com


Adviento: tiempo de espera de la humanidad y tiempo de misión
Romeo Ballan, mccj

Hoy damos inicio a un nuevo año litúrgico, con el compromiso misionero de anunciar “la Alegría del Evangelio”, como el Papa Francisco nos ha encomendado durante octubre misionero extraordinario, y nos enseña repetidas veces. El Papa nos estimula a salir al encuentro del Señor que viene también en la próxima Navidad, para ofrecer a todos la vida de Jesucristo. (*) En este año litúrgico (Año A) nos acompaña el Evangelio de Mateo, que podemos llamar también el Evangelio del Emmanuel; en efecto, “Dios con nosotros” es uno de los nombres de Jesús, y lo encontramos al comienzo y al final del texto de Mateo: ver Mt 1,18 y Mt 28,20.

Al comienzo del tiempo litúrgico del Adviento, vuelve con fuerza el imperativo de la vigilancia (Evangelio): “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien… Estén preparados” (v. 42-44). Los ejemplos que Jesús emplea – la experiencia de la gente en los días de Noé antes del diluvio (v. 37-39) y la llegada del ladrón a la hora que menos se piensa (v. 43) – no están ahí para infundir terror, sino para estimular a la vigilancia y animar la esperanza para el encuentro con el Salvador. La vigilancia no es algo especulativo, sino la capacidad espiritual de captar los signos de la salvación de Dios presentes en la historia humana. Velar es mantenerse firmes en la Palabra del Señor, sin titubeos y sin buscar falsos mensajes. La vigilancia es una manera de vivir y afrontar la realidad; es una actitud concreta de compromiso y esperanza.

Todos – creyentes y no – estamos inmersos en los mismos acontecimientos de la historia humana; sin embargo, la comprensión de ellos cambia radicalmente, según cómo se los mire. La fe, en efecto, es una clave de lectura de los acontecimientos, capaz de captar y de evidenciar un plan amoroso de salvación que otros, al no poseer este don, no captan y no se dan cuenta de nada (v. 39). Las actividades pueden ser las mismas, pero el creyente y el no creyente, el cristiano y el no cristiano, las viven de manera diferente, e incluso opuesta. Jesús lo explica hablando de la gente en los días de Noé antes del diluvio: comer, beber, casarse, trabajar en el campo o en casa… (v. 38-41) son realidades ordinarias de la vida cotidiana que se pueden vivir distraídamente o bien como momentos de salvación.

“La diferencia entre el creyente y el no creyente no radica tanto (o solo) en determinados comportamientos externos, sino en una actitud interior diferente. El no creyente vive como si Dios no existiera; como si Dios no tuviera que llegar nunca para él… El creyente, en cambio, vela, sabe que el Señor no tarda. No vive de una manera acomodaticia, sin importarle cómo. No se instala en una cotidianidad alienante. El creyente no rehúye el presente; es más, se compromete lo mismo que los demás; pero no queda preso de las cosas” (Horacio Petrosillo). San Pablo (II lectura) llama así las dos maneras opuestas de vivir: obras de las tinieblas o armas de la luz. El cristiano debe escoger, sin tardar, porque el tiempo es un don precioso para la salvación (v. 11). Sobre este famoso texto paulino fue madurando la conversión del joven Agustín. ¡Y descubrió la vida plena!

Ya desde el comienzo del Adviento, aparece el tema fuerte de la paz y el desarme (I lectura). El pequeño reino de Judá estaba amenazado e involucrado en una guerra arriesgada contra Asiria. El rey, atemorizado, busca alianzas militares estratégicas. Tan solo el profeta Isaías “ve más allá, ve lejos”, invita a la confianza en Dios, único árbitro de pueblos numerosos, y lanza un desconcertante oráculo de paz: nada menos que transformar las armas en instrumentos de producción y desarrollo: hacer arados de las espadas, sacar hoces de las lanzas (v. 4). ¡No más armas de muerte, no se adiestrarán más para la guerra! La utopía será una realidad, dice el profeta, el día en que todos “caminemos hacia la luz de Yahvé” (v. 5). Los cristianos tenemos aquí nuevas motivaciones para apostar siempre y definitivamente por la paz y el desarme.

La reducción-eliminación de las armas, antes que una decisión política, es un imperativo que nace de la fe en Cristo. En nombre de esta fe, es un deber protestar y denunciar a los gobiernos por los excesivos, criminales y absurdos gastos militares y por la fabricación y el comercio de nuevas armas de muerte. El Papa Francisco las ha condenado nuevamente el domingo pasado, 24 de noviembre, en un discurso en Nagasaki, durante su reciente viaje a Japón: “En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”.

Isaías es también el profeta de la universalidad de la salvación que Dios ofrece a todos los pueblos (v. 2-3). Nosotros los cristianos, que ya creemos en Cristo, sabemos quién es el Salvador que ha venido, que viene y que vendrá también en la próxima Navidad, a la cual nos estamos preparando; mientras que los no cristianos –que son todavía la mayor parte de la familia humana (dos terceras partes)– esperan, o no han acogido aún, el anuncio de Cristo Salvador. Por eso, el Adviento, que nos recuerda el largo tiempo de espera de la humanidad, es un tiempo litúrgico propicio para redescubrir “la Alegría del Evangelio” y para despertar en nosotros los cristianos la conciencia de la responsabilidad misionera, con la oración, el testimonio y el anuncio.


Un Juicio Que Salva
Fernando Armellini

Introducción

¡Teme el juicio final de Dios!
Esta es la amenaza que aun usan algunos predicadores para persuadir—cada vez en forma menos eficaz—a alejarse del mal.

La imagen de un Dios juez está presente en el Evangelio, especialmente en el de Mateo donde aparece casi en cada página. ¿Qué sentido tiene?

La rendición de cuentas al final de los tiempos está demasiado lejano y es muy débil para ejercer un impacto sobre las decisiones que se toman en el tiempo presente, sobre todo esa sentencia inapelable, de tipo forense, pronunciada por Dios al final de la vida no servirá a ninguno: en ese momento será imposible recuperar el tiempo perdido o usado mal.

A nosotros nos interesa el otro Juicio de Dios: aquel que Él pronuncia en nuestro tiempo presente.

Delante de las decisiones que todos nosotros estamos llamados a realizar, escuchamos muchos “juicios”: el de los amigos, el de la publicidad, el de la moda, de la vanidad, de los celos, del orgullo, de la moral de nuestros días… y hay también—aunque débil, silenciado, cubierto por otras “sentencias”—el juicio de Dios, el único que nos indica el camino de la vida, es el único que al final se descubrirá válido.

Vigilar quiere decir saber discernir, estar en grado de acoger el juicio que puntualmente llegará si bien en modos y en los momentos más inesperados. * Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Haz que yo siga, oh Señor, tus juicios”.

Primera Lectura: Isaías 2,1-5

2,1: Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: 2,2: Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor, sobresaliendo entre los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán las naciones, 2,3: caminarán pueblos numerosos. Dirán: Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas, porque de Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la Palabra del Señor. 2,4: Será el árbitro entre las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, hoces. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra. 2,5: Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor. – Palabra de Dios

Los israelitas al menos una vez al año tenían que visitar el tempo de Jerusalén para participar en las fiestas, ofrecer sacrificios y cumplir con las promesas.

Isaías—el profeta nacido y crecido en un ambiente aristocrático y culto de la capital—ha visto cada día grupos de peregrinos subir al monte del Señor “entre gritos de júbilo de una multitud en fiesta” (Sal 42,5). Un espectáculo emocionante que ha suscitado en su ánimo sensible los sueños, la espera y las esperanzas que nos ha entregado en el magnífico poema que hoy nos propone la Primera Lectura.

Los tiempos son difíciles, la situación es dramática para el pequeño Reino de Judá ya atacado por una coalición de pueblos que quieren involucrarlo en una guerra temeraria contra Siria. El ejército enemigo se acerca y “el corazón del Rey Acaz y el de su pueblo comienzan a agitarse, como se agitan las ramas del bosque con el viento” (Is 7,2).

Todos están aterrados, solo Isaías mantiene la calma e invita a confiar en Dios: Jerusalén no será conquistada—asegura—y luego como en un rapto de éctasis y con la mirada fija hacia el futuro lejano, pronuncia su oráculo.

Ahí esta—dice—veo el monte de la casa del Señor, sobresaliendo como el punto más alto de la tierra; veo una multitud inmensa de peregrinos de cada pueblo, raza, lengua y nación (v. 2) que se dirigen hacia el Santuario. No van a ofrecer sacrificios, holocaustos o incienso, sino van a escuchar la Palabra del Señor, quieren instruirse en sus caminos (v. 3).

El fruto del acercamiento al monte de la casa del Señor es la paz, descrita con imágenes sugestivas (v. 4).

Los instrumentos de muerte—las espadas y las lanzas—se transforman en instrumentos de producción, en arados y hoces para la cosecha.

Los pueblos destruyen las armas y ponen fin a las guerras. Es el auspicio del desarme universal, es el reino de la justicia, de las bendiciones de Dios.

Mensajes similares—al menos en apariencia—han sido ya pronunciados. Son innumerables las inscripciones encontradas sobre las lapidas y textos literarios que celebran las gestas gloriosas de los faraones y de los soberanos del antiguo Medio Oriente: todos anuncian la paz.

La subida al trono de un nuevo rey era proclamada siempre como el inicio de una edad de oro. Un canto sobre Ramsés IV, en un lenguaje casi mesiánico, proclama: “aquellos que tenían hambre fueron saciados y están contentos, los desnudos son vestidos de lino fino y aquellos que eran prisioneros fueron liberados, aquellos que peleaban en este país se han pacificado”.

Sin embargo, precisamente en el día en que se autoproclamaba pacificador del mundo, el faraón en una ceremonia ritual lanzaba una flecha hacia cada punto cardinal: gesto con el cual quería atemorizar a cualquiera que tuviese en mente atacar a su país. Prometía la paz, pero continuaba a considerarla posible solo con la amenaza del uso de la fuerza, con la ostentación del poder de las armas.

Isaías anuncia una paz diferente que no se basa en astucias, sobre cálculos humanos, sino en la adhesión de todos los pueblos—convocados en la “ciudad de la paz”—por la Palabra del Señor.

Esta palabra cambia el corazón; los que la reciben cesan de construir las torres de Babel y renuncian para siempre a la agresividad y al uso de las armas.

Los cristianos han visto realizarse esta profecía cuando en Jesús, ha aparecido en el mundo “la Palabra” de paz. Porque Cristo “es nuestra paz, el vino y anunció la paz a ustedes, los que estaban lejos y la paz a aquellos que estaban cerca” (Ef 2,14.17).

Desde los primeros siglos, los judíos han desmentido esta interpretación. Decían: Jesús de Nazaret no puede ser el mesías, el pacificador anunciado por el profeta, porque el mundo nuevo aun no ha llegado.

¿No continúan acaso los odios, las violencias, las guerras, las desgracias, los lutos y los llantos?

La objeción es seria, pero nace de un malentendido. El reino de Dios, la paz universal no se instauran milagrosamente, sin la colaboración por parte del hombre y se desarrolla lentamente, como la pequeña semilla que requiere años para convertirse en un árbol grande.

El “final de los tiempos” de los que habla el profeta (v. 2) se han ya iniciado, las promesas han comenzado ya a cumplirse en la Navidad. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos estaban muy conscientes de esto.

“Los otros hombres—declaraba Orígenes—continúan empuñando la espada y luchan, pero nosotros los cristianos somos un pueblo que rechaza aprender el arte de la guerra; por medio de Jesús, hemos sido hechos hijos de paz mediante nuestro Maestro Jesús” (Orígenes, Contra Celsum, V, 33).

Justino respondiendo al rabino Trifón: “Si bien éramos muy expertos en el arte de la guerra, de asesinatos y de cada tipo de maldad, hemos transformado sobre toda la tierra nuestros instrumentos de guerra: las espadas en arados, las lanzas en hoces; y ahora construimos el temor a Dios, la justicia, la humanidad, la fe y la esperanza, aquella esperanza que nos viene del Padre” (Justino, Diálogo con Trifón, 110,2-3).

San Ireneo era aun mas explicito: “Ahora ya no queremos combatir mas, pero si alguien nos ataca, pongamos la otra mejilla. Si todo esto sucede, entonces los profetas no han hablado de otro sino de Aquel que ha realizado todas estas cosas: Jesús de Nazaret, nuestro Señor” (Ireneo, Adv Haer., IV 34,4).

Ciertamente el mundo de paz será instaurado, pero su construcción será más rápida cuanto más decidida sea la elección de la humanidad de volver a Cristo, y dejarse instruir por su Palabra.

Segunda Lectura: Romanos 13,11-14

13,11: Reconozcan el momento en que viven, que ya es hora de despertar del sueño: ahora la salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. 13,12: La noche está avanzada, el día se acerca: abandonemos las acciones tenebrosas y vistámonos con la armadura de la luz. 13,13: Actuemos con decencia, como de día: basta de banquetes y borracheras, basta de lujuria y libertinaje, no más envidias y peleas. 13,14: Revístanse del Señor Jesucristo y no se dejen conducir por los deseos del instinto. – Palabra de Dios

Para describir la vida de los cristianos, Pablo recurre a las imágenes bíblicas de la luz y las tinieblas. Antes del bautismo—dice—ustedes caminaban en las tinieblas de la noche y llevaban a cabo aquellas obras que da vergüenza hacerlas a la luz del sol: basta de banquetes y borracheras, basta de lujurias y libertinaje, no más envidias y peleas. Son estas las acciones que ofuscan la mente, esclerotizan el corazón e impiden acoger los juicios de Dios sobre las realidades de este mundo.

Después del bautismo los creyentes han abandonado estas obras y han entrado en el reino de la luz; se han despojado del viejo vestido y han endosado un vestido nuevo: Cristo. En ellos, hoy es posible contemplar las obras, la mirada, las palabras, la sonrisa del Maestro porque Jesús les envuelve como un manto.

Pablo, sin embargo, constata que hay tinieblas aun entre nosotros, que no han desaparecido todavía; es consciente que una noche obscura pesa todavía sobre el mundo: las guerras continúan, las venganzas, las envidias…, pero no se deja llevar por el desaliento como a menudo nos sucede a nosotros.

Sus palabras son una invitación a la esperanza: ‘la noche esta ya avanzada, es más, está a punto de terminar,’ un nuevo día está surgiendo, una humanidad nueva está surgiendo.

¡Qué confianza la de Pablo después de tan solo 30 años de cristianismo!

Hoy los problemas existen y son dramáticos, el mundo está caminando hacia el desastre ecológico y demográfico—anuncian muchos—y se asiste por doquier a una pérdida de valores…. Sin embargo, no es posible después de 2000 años de cristianismo ver solo las tinieblas y contemplar en modo tan pesimista el futuro.

Ya el Qohelet amonestaba: “No es sabio quien afirma que los tiempos antiguos eran mejores que los presentes” (Qo 7,10).

Si tuviéramos la mirada del Apóstol, si creyéramos como él, en la presencia del Espíritu, descubriríamos aun en los momentos más obscuros los signos luminosos del mundo nuevo que ha comenzado.

Evangelio: Mateo 24,37-44

El lenguaje empleado en este pasaje evangélico puede dar lugar a interpretaciones extravagantes (o inclusive especulaciones) sobre el fin del mundo y los castigos de Dios; se puede también reducir a una invitación a estar siempre alertas porque la muerte puede venir de repente y encontrarnos desprevenidos.

Estas interpretaciones tienen su origen en la incomprensión del género literario “apocalíptico” que era muy usado en tiempos de Jesús y que resulta bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura.

Tenemos que tener siempre presente que: el Evangelio es por su naturaleza, buena noticia, anuncio de gozo y esperanza.

Quien se sirve del Evangelio para sembrar miedo y crear angustias—con toda seguridad—lo está usando de un modo incorrecto y se aleja del autentico significado del texto.

En el pasaje de hoy—es cierto—el tono es amenazador: cataclismos, destrucciones, peligros de muerte. El lenguaje es a propósito duro e incisivo, las imágenes son típicas del juicio punitivo porque Jesús quiere mantenernos en guardia frente al grave peligro de perder la oportunidad de salvación que el Señor ofrece. La negligencia, la ignorancia, la falta de atención a los signos de los tiempos, la insensibilidad espiritual conducen a la catástrofe. Quien pierde la cabeza por las realidades de este mundo y se deja absorber por las preocupaciones mundanas, quien vive adormecido y aturdido, a la búsqueda de placeres, se encamina a un despertar dramático.

¿Pero qué significan estas imágenes? Recordemos el contexto del cual procede este pasaje bíblico.

Un día los discípulos invitaron al Maestro a admirar la magnífica construcción del Templo. Envés de compartir su orgullo justificado, Jesús, les sorprende con una profecía: “¿Ven todo esto?” “Les aseguro que se derrumbará sin que quede piedra sobre piedra” (Mt 24,2). Jerusalén rechazando la conversión esta decretando la propia ruina.

Estupefactos, los discípulos le dirigen entonces dos preguntas: ¿cuándo sucederá esto y cuáles serán los signos premonitorios? (Mt 24,3).

Envés de satisfacer la curiosidad de los discípulos, Jesús responde introduciendo una enseñanza que es de apremiante actualidad para las personas de todos los tiempos: es necesario mantenerse vigilantes. Para mayor claridad, cita tres ejemplos:

El primero está tomado de un relato bíblico (Gen 6,9). En tiempos de Noé vivían dos categorías de personas: algunos pensaban únicamente a comer, beber y divertirse; no estaban preparados y perecieron. Otros estaban vigilantes, atentos a lo que pudiera suceder, se dieron cuenta de que el Diluvio se estaba acercando, se salvaron y dieron inicio a una nueva humanidad (vv. 37-39).

Como el Diluvio llego de repente, así—declara Jesús—llegará de repente la ruina de Jerusalén.

Como en tiempos de Noé muchos perecieron, así muchos judíos que no quisieron reconocer en Él al enviado de Dios y no escucharon su Palabra, perecerán en la catástrofe de la ciudad. Aquellos sin embargo que tengan los ojos y el corazón abierto para reconocer y acoger su mensaje se salvarán y darán comienzo a un nuevo pueblo.

El segundo ejemplo surge de las actividades que los hombres y las mujeres del pueblo desarrollaban diariamente: el trabajo de los campos y la preparación de la harina para hacer el pan (vv. 40-41). Justo mientras se viven las situaciones más normales y aparentemente más banales, algunos se mantienen atentos, se comportan como personas inteligentes y perciben al Señor que viene. Otros sin embargo están distraídos, despreocupados, negligentes y sientan así las bases de la propia destrucción. Las acciones que desarrollan parecen idénticas: se empeñan en el trabajo, se ganan la vida, comen, beben, se casan; es la manera de actuar la que es radicalmente diferente.

Algunos están atentos, se dejan guiar por la luz de Dios y “serán llevados”, es decir salvados; otros viven abrumados por las preocupaciones de este mundo, no tienen presente los “juicios” de Dios y “serán dejados”, es decir no serán participes de la nueva realidad del Reino de Dios.

La decisión a tomar es urgente y dramática: se trata de escoger entre la vida y la muerte; por esto Jesús insiste: “vigilen porque no saben el día en que el Señor vendrá” (v. 42). Vale la pena repetirlo: Jesús no vendrá al final de nuestras vidas para pedirnos cuentas: viene hoy, con su juicio salvador.

El tercer ejemplo es todavía más claro: el ladrón no avisa antes de llegar; es por esto que el dueño no puede dormirse ni siquiera un instante, debe mantenerse despierto, de lo contrario corre el riesgo de ver desaparecer todas sus pertenencias (v. 43).

¡Qué sorprendente es este Dios! Se comporta como un ladrón y parece querer aprovecharse del momento en que el hombre no está preparado para ir a visitarlo.

La imagen ciertamente es inquietante porque sugiere más la idea de la amenaza que de la salvación, pero es eficaz; es un timbre de alarma: llama la atención sobre el peligro inminente que corremos al no darnos cuenta del momento favorable, del día en que el Señor viene a implicarnos en su paz. También los habitantes de Jerusalén—quería decir Jesús—habrían podido vigilar para no ser sorprendidos por la tragedia que se les venía encima. En otra ocasión Jesús ha expresado así la urgencia de su llamada: “Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas a los enviados! ¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos bajo sus alas y tú te negaste!” (Mt 23,37).

La conclusión final retoma el tema conductor del pasaje bíblico y lo aplica a los discípulos de todos los tiempos: “por tanto estén preparados porque el Hijo del hombre llegará cuando menos lo esperen” (v.44).

Sabemos muy bien qué es lo que significa perder ocasiones únicas en la vida. Tantas veces lo hemos experimentado. Cuanto más sorprendentes e inesperadas son esas ocasiones, cuanto más diferentes y alejadas de los criterios comunes de juicio tanto más fácil dejarlas escapar.

Las visitas de Dios en nuestra vida son siempre difíciles de acoger porque no se adecuan a la “sabiduría humana”, son incompatibles. Contrastan siempre con la mentalidad común y corriente.

Solamente aquellos que están vigilantes las reconocen y “son salvados”, aquí y ahora.

http://www.bibleclaret.org