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25 años de servicio sacerdotal

Este año 2025 cuatro combonianos mexicanos celebraron sus 25 años sacerdotales. Ordenados todos ellos en el año jubilar 2000, celebraron sus bodas de plata en este año también jubilar, año de la esperanza.
P. Armando Máximo Aquino

El P. Armando Máximo Aquino, natural de San Juan Atenco, Puebla, fue ordenado el 2 de septiembre del año 2000. Trabajó en Chad y en México. Actualmente se encuentra en la parroquia de San José de Comalapa (Veracruz).

P. Víctor Alejandro Mejía

El P. Víctor Alejandro Mejía es el primer comboniano originario de La Paz, en Baja California Sur, donde comenzó la presencia de los combonianos en México. Fue ordenado el 19 de agosto del 2000 y trabajó muchos años en Taiwan y en China. Actualmente se encuentra en el noviciado de Xochimilco para las actividades de la animación misionera.

P. Lauro Betancourt

El P. Lauro Betancourt, originario de El Saucito, Zacatecas, fue ordenado sacerdote el 2 de diciembre del año 2000. Tras un periodo de trabajo misionero en México, fue enviado a Kenia, donde permaneció 13 años. Actualmente se encuentra en el seminario de Sahuayo, apoyando en el trabajo de formación de jóvenes seminaristas. 

P. José Aldo Sierra

El padre José Aldo Sierra, originario de Torreón, Coahuila, fue ordenado sacerdote el 25 de noviembre del año 2000. Después de cuatro años en México y cinco en Austria, fue destinado a Zambia, donde permaneció ocho años. Actualmente es formador de teólogos en el escolasticado comboniano de Pietermaritzburg, en Sudáfrica.

El pasado 6 de diciembre, durante la celebración jubilar del P. Aldo Sierra, todos ellos renovaron sus promesas y su compromiso como sacerdotes y misioneros combonianos. Felicitaciones a los cuatro.

De izquierda a derecha: P. Lauro Betancourt, P. Aldo Sierra, P. Armando Máximo y P. Víctor Mejía; renovando sus promesas sacerdotales ante el P. Elías Arroyo (a la derecha), vicesuperior provincial de los Misioneros Combonianos de México.

II Domingo de Adviento. Año A

“En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca.

Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.

Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban su pecado y él los bautizaba en el río.

Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su arrepentimiento y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abrahán, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abrahán. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego.

Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han arrepentido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego, Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

(Mateo 3, 1-12)


Preparen el camino del Señor
P. Enrique Sánchez G., mccj

El Adviento es un tiempo de espera activa que invita a la conversión, a cambiar, sobre todo interiormente, pero también en todo lo que tiene que ver con nuestro estilo de vida, con nuestro modo de estar en el mundo y con nuestros hermanos.

Durante el Adviento, nos ponemos en camino y, poco a poco, nos vamos preparando para acoger la presencia del Señor entre nosotros como el don más grande que hayamos recibido. El don de sabernos hijos queridos de Dios.

Las lecturas, sobre todo la primera tomada del profeta Isaías (Isaías 11,1-10), nos traen una bocanada de aire fresco que abre nuestro corazón al deseo de conversión que se transforma en esperanza y en alegría.

El profeta Isaías nos habla de un renuevo que brota del tronco de Jesé, de un vástago que Florecerá de su raíz. Es el anuncio de la venida del Señor a nuestras vidas para hacer todas las cosas nuevas. Para hacer de nosotros, hombres y mujeres nuevos.

El pueblo de Israel que parecía condenado a desaparecer por haberse alejado de su Dios, por haberse dejado encantar por los ídolos de los pueblos vecinos, era un pueblo que se veía apagado y reseco, como el tronco del árbol condenado a desaparecer.

Pero, de pronto, recibe la buena noticia de la promesa de Dios que nunca abandona a su pueblo y le promete un salvador que vendrá a cambiarlo todo, a restaurar el Reino que Dios siempre ha soñado para sus hijos. Reino en donde Dios promete volver a estar presente como un renuevo que habla de futuro en donde no haya espacio para la maldad.

Jesús es ese renuevo que brota y florece en medio del pueblo de Dios, como don y signo del deseo de Dios de estar en medio de sus criaturas.

Dios, en Jesús, promete hacerse compañero de camino hasta que todas las naciones se conviertan en morada en donde pueda habitar para siempre.

En el evangelio, san Mateo nos presenta a Juan el Bautista, el último de los profetas del Antiguo Testamento y el encargado de preparar el camino al Señor, al Salvador en quien Dios ha querido mostrar su rostro.

Durante el Adviento escucharemos muchas veces el anuncio que nos recuerda que los tiempos se han cumplido y que el Reino de Dios está presente en la persona de Jesús; pero hay que preparar los caminos para que esa buena noticia pueda llegar hasta lo profundo de los corazones, para que nos alejemos de todo aquello que nos quiere llevar por caminos que no terminan en la felicidad.

Lo que había sido anunciado por el profeta Isaías, ocho siglos antes del nacimiento de Jesús, Juan el Bautista lo predica como algo que se ha realizado en su tiempo que es el tiempo que Dios renueva a cada instante para que nos abramos a su amor.

Juan el Bautista, reconociendo a Jesús como el Mesías, anuncia que el tiempo de la salvación dejó de ser una promesa y se ha convertido en una realidad. Dios viene en Jesús para quedarse entre nosotros.

Pero, para entrar en el misterio de la encarnación de Dios en la persona de Jesús, es necesario ponerse en una actitud de conversión, de cambio de vida, de renuncia a todo aquello que puede alejar de Dios.

Se trata de un cambio de mentalidad y de actitudes, que permitan decir con la vida, que se reconoce la presencia de Dios, hasta en lo más ordinario de la vida.

Juan el Bautista invita a la conversión porque el pueblo elegido se había olvidado de Dios y se había dejado ganar por la idolatría de su tiempo que acababa en el pecado. Su invitación a cambiar de vida no se reduce a una predicación hecha de palabras y con bonitos discursos; el anuncia la llegada del Señor con el testimonio de su vida, con la radicalidad de sus opciones y la humildad de su ejemplo.

También a nosotros se nos anuncia la llegada del Señor, como una oportunidad de volver a lo que realmente es importante y lo que puede hacernos vivir en plenitud. Se nos invita en estos días a un cambio que nos permita aceptar nuestra fragilidad y nuestro pecado para reorientar nuestra vida hacia Jesús. Para que tomemos conciencia de que Dios sigue confiando y apostando por nosotros. Quiere ser el Dios con nosotros, el Dios que nos llena de entusiasmo y de alegría.

La invitación de Juan el Bautista debería resonar fuerte en nuestros oídos, como algo que nos podría ayudar a volver sobre aquello que nos ha alejado del camino. Arrepiéntanse, porque el Reino de Dios está cerca. Seguramente nos damos cuenta de que existen muchas cosas de las que también nosotros necesitamos arrepentirnos.

Necesitamos pedir perdón no sólo por el mal que pudimos haber hecho, ni por los pecados que vamos cargando como resultado de nuestro egoísmo. Necesitamos arrepentirnos de la superficialidad en que hemos vivido, preocupados por lo material e inmediato, por la búsqueda egoísta de nuestra comodidad y bienestar personal.

Dejándonos cuestionar, muy probablemente nos vamos a dar cuenta de que no sólo tendríamos que pedir perdón por el mal que hemos podido hacer a los demás a nosotros mismo; sino, más todavía, estamos llamados a pedir perdón por el bien que no hemos hecho, por habernos encerrado en nosotros mismos, por nuestras indiferencias ante el sufrimiento de los demás, por la violencia que hemos generado con nuestras palabras y nuestros juicios.

Arrepentirse no significa únicamente alejarnos del mal, sino abrirnos al bien, creando espacios de caridad y de amor, de confianza y de esperanza, de solidaridad y de fraternidad; en una palabra, espacios en donde Dios se manifieste a través de nuestra confianza en él.

Todos somos, de alguna manera, troncos secos que han perdido sus raíces profundas. Todos, quién más quién menos, nos hemos ido olvidando de lo importante que es tener a Dios en el centro de nuestra vida y de nuestros intereses. Y, desde muy lejos, pero muy fuerte, también a nosotros, Juan el Bautista nos llama a ponernos en un camino de conversión, nos invita a redescubrir la presencia de Dios, dejándolo que nazca en nuestras vidas.

Todos podemos reconocernos como troncos secos, pero también podemos sentir que el amor de Dios que nos habita hace que sintamos que de lo más profundo de nuestro ser está brotando algo nuevo. Dios está moviendo algo, como un renuevo, promete un futuro y asegura frutos abundantes. Frutos que serán cada día las expresiones de gratitud por todo lo bello que Jesús va haciendo nacer con su presencia en nuestras vidas.

Ojalá que este tiempo de Adviento, de espera de la venida del Señor, no se transforme en una espera de adornos, luces, regalos y festejos que pasarán y se olvidarán unas horas después del festejo navideño.

Pido para que nuestra espera se vea recompensada con el descubrimiento de la presencia de Jesús en nuestras vidas, que nos mueva al agradecimiento a Dios por haberse hecho uno de nosotros y por caminar a nuestro lado cada día.

No olvidemos la invitación de Juan el Bautista. Preparen el camino del Señor.


La Voz y el Camino
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

El Evangelio del segundo domingo de Adviento nos lleva al desierto para encontrar a Juan el Bautista y escuchar el mensaje particular que tiene que transmitir de parte del Dios-que-viene. El desierto no es un lugar que nos atraiga, a no ser que lo visitemos como turistas, equipados con las comodidades y seguridades necesarias. Por otra parte, la figura de Juan no resulta enseguida simpática. Es rudo, no solo en su modo de vestir, sino sobre todo en su palabra, casi agresiva. Pero debemos necesariamente encontrarnos con él en nuestro itinerario de Adviento. Y, después de todo, hemos de reconocer que, aunque sea un personaje extraño, es una persona especial, tanto por el tipo de vida que lleva como por la libertad con la que habla ante las autoridades políticas y religiosas; eso lo convierte en un testigo creíble.

Juan, hijo de un sacerdote, se había despojado de las vestiduras sacerdotales y había dejado el templo para ir a vivir al desierto, llevando una vida austera, al límite de la supervivencia. Y «la palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,2). Entonces Juan comenzó a predicar: «¡Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca!». Serán estas las primeras palabras pronunciadas por Jesús al comienzo de su predicación.

Los profetas en Israel llevaban mucho tiempo sin hablar, e Israel tenía hambre de la palabra de Dios. Se había esparcido la noticia de que Juan era un profeta, y la gente acudía a él desde todas partes. La esencialidad de su mensaje tocaba los corazones y las conciencias, y todos se hacían bautizar por él en el río Jordán, pidiendo perdón por sus pecados. El pueblo reconocía en él la llegada del Mensajero anunciado por Malaquías, el último de los profetas: «He aquí que envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí» (3,1).

Así se cumplía la profecía de Isaías (40,3-5):

«Una voz grita:
En el desierto, preparad el camino del Señor,
allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Que todo valle sea elevado,
y todo monte y colina sean rebajados;
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se allane.
Entonces se revelará la gloria del Señor,
y todos los hombres juntos la verán,
porque la boca del Señor ha hablado.»

Dos palabras están en el centro de la profecía: VOZ y CAMINO. La Voz es la de Juan, fuerte y poderosa como un trueno, ardiente como la de Elías, penetrante como una espada de doble filo (Hb 4,12). Anuncia la voz del Mesías que, como dice la primera lectura (Is 11,1-10), «herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios matará al malvado». La aparición de esta voz es ya un evangelio, una buena noticia. De hecho, todas las voces habían sido amordazadas, silenciadas, instrumentalizadas, portadoras de mentiras. Oír que existe una voz nueva, libre, que nos dice la verdad —aunque nos hiera— es ya una esperanza de vida.

«¡Preparad el camino del Señor!». El camino del Señor es el que conduce hacia Él, pero sobre todo el que Dios recorre para venir a nosotros. Es un camino a menudo interrumpido, que es necesario despejar para que sea transitable.

El camino es la imagen por excelencia del tiempo de Adviento. Se trata de un símbolo muy presente en la Biblia. Recordemos que todo comienza con el viaje de Abraham, luego el de los patriarcas, y el de Moisés que guía al pueblo durante cuarenta años en el desierto… El mismo Jesús, con los suyos, estará siempre en camino, y los primeros cristianos serán llamados «los del camino». Por otra parte, el camino es imagen tanto de la condición humana —homo viator— como del creyente, llamado a ser parte de una «Iglesia en salida», como gustaba recordar el Papa Francisco.

El profeta Isaías (el Segundo Isaías) fue el ideador, el ingeniero del «camino del Señor». Juan es el capataz. Debemos seguir sus instrucciones. Tomemos pico, pala y azadón. Sí, herramientas sencillas: se trata de un trabajo manual que requerirá tiempo, constancia y paciencia. Siguiendo el plan de Isaías, Juan nos da tres indicaciones principales:

1. «Que todo VALLE sea elevado»: es la primera indicación. El evangelista Lucas habla de barranco (3,5). Se trata del barranco de nuestro DESÁNIMO, en el que corremos el riesgo de caer y quedar atrapados sin remedio después de tantos intentos y fracasos. Es un peligro a menudo mortal, un abismo que sepulta toda esperanza de progreso humano y espiritual. ¿Cómo rellenarlo? A veces puede convertirse en una tarea casi imposible. ¿Qué hacer entonces? ¡Lo único es construir un puente! El puente de la esperanza en el «Dios de los imposibles». Por eso Pablo, en la segunda lectura (Rm 15,4-9), nos invita a «mantener viva la ESPERANZA»A veces se trata de «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18), porque «la esperanza no defrauda»… ¡nunca! (Rm 5,5).

2. «Que todo MONTE y colina sean rebajados»: se trata del monte de nuestro ORGULLO. Colina, monte, a veces incluso una montaña difícil de escalar. Nos engrandecemos la cabeza y nos ilusionamos creyendo que somos grandes. El «monte» ocupa todo el camino, haciéndolo infranqueable. Es necesario desmontar nuestras «alturas» para hacernos accesibles a Dios y a los demás. ¡Cuántos golpes de pico se necesitan! ¡Cuánto cuesta convertirse en un valle llano por el que todos puedan transitar tranquilamente! A veces hace falta una excavadora para quitar ciertos obstáculos. Es la excavadora de la HUMILDAD, cantada por la Virgen María en su Magníficat. Pero no despreciemos los pequeños golpes de pico cotidianos: una crítica, un servicio humilde, un silencio ante una observación injusta, un descuido que nos mortifica… Nos prepararán para recibir esas paladas de excavadora que la vida, tarde o temprano, nos dará.

3. «Que el terreno ACCIDENTADO se convierta en llanura, y los escarpes en valle»: hay demasiadas piedras y zarzas en el camino, que hacen tropezar a los caminantes y los arañan a cada paso. Son nuestros DEFECTOS y PECADOS, que con frecuencia escandalizan o hieren a los demás. También aquí se requiere un trabajo incesante, sabiendo que nunca lo lograremos del todo. Ciertas asperezas permanecerán allí, obstinadamente inamovibles. Ciertas zarzas, cortadas cien veces, volverán a brotar, casi burlándose de nuestra persistencia. Están allí para recordarnos que no podemos prescindir de la MISERICORDIA del Señor y de los hermanos; y para recordarnos que también nosotros debemos ser misericordiosos con los demás. Pablo nos lo recuerda de nuevo en la segunda lectura: «Aco­géo­s los unos a los otros, como también Cristo os acogió».

Estas son las instrucciones del capataz. Nos espera un trabajo exigente. No se trata de hacer algún pequeño propósito, creyéndonos ya cristianos, al estilo de fariseos y saduceos que se sentían seguros solo por ser hijos de Abraham. También ellos recibían el bautismo, pero para muchos era una mera formalidad, un gesto superficial. Juan, sin embargo, no fue indulgente con ellos. Los llamó «raza de víboras». Tengamos cuidado para que no termine diciéndolo también de nosotros. Y añade: «Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego». Es algo serio: no tomemos a la ligera esta gracia del Adviento.


Recorrer caminos nuevos
José Antonio Pagola

Por los años 27 o 28 apareció en el desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Después de veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: Abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?“.

Algunos sectores de la Iglesia piden al Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”.

Me parece admirable la clarividencia evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no haya nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.

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Paraíso, conversión, acogida
José Luis Sicre

1. Injusticia ‒ paraíso (Isaías 11,1-10)

La lectura de Isaías del primer domingo de Adviento hablaba de la experiencia de la guerra y la esperanza de un mundo sin conflictos militares ni carrera de armamentos. Este segundo domingo se dedica a la experiencia de la injusticia y su contrapartida de un mundo feliz, una vuelta al paraíso. Los profetas fueron quienes denunciaron la situación de injusticia con más energía. Aunque no veían fácil solución al problema, estaban convencidos de que el remedio dependía de unos jueces y monarcas justos, que implantaran la justicia en el país. El texto más claro y utópico en esta línea es el que se lee en el segundo domingo de Adviento.

La mejor forma de entender este poema es verlo como un tríptico. La primera tabla ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. Pero en medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío.

En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que él vienen todos los dones del Espíritu de Dios. En tres binas se describen las cualidades del jefe futuro: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

La tercera tabla del tríptico da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca. Y esto se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Porque nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Y como ejemplo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. En la conferencia pueden verse algunos datos actuales. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.

2. Conversión (Mateo 3,1-12)

El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, basándose en la predicación de Juan Bautista.

l evangelio de Mt es muy impreciso con respecto al momento histórico en que comienza la actuación de Juan («por aquel tiempo»), y también con respecto a lugar de su predicación: «en el desierto de Judea». El hecho de que predique en el desierto significa que está en desacuerdo con el sacerdocio de Jerusalén y la religión oficial. No es en el templo, ni en la ciudad santa, donde se puede anunciar el mensaje del Reinado de Dios. Tiene que ser en un ambiente distinto. Y el signo de la conversión no serán sacrificios de animales, sino el reconocimiento de los pecados y el bautismo. 

El mensaje de Juan lo resume el evangelio en pocas palabras: «Arrepentíos, porque el Reinado de Dios está cerca». La llamada a la conversión es típicamente profética, pero Juan aduce un motivo típicamente apocalíptico: «el reinado de Dios está cerca». En el siglo XXI, esta frase puede resultarnos exagerada y ridícula. En el siglo I, a gente pobre, sencilla, oprimida por los romanos y sus colaboradores, Juan le anuncia un mundo nuevo, de justicia, paz, tranquilidad, amor, en el que Dios será el verdadero rey. Así se comprende el éxito que encuentra entre sus contemporáneos: acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán. La gente busca y encuentra en él hago algo que no encuentra entre los dirigentes religiosos.

El evangelio continúa con un duro enfrentamiento de Juan con los fariseos y saduceos. Las palabras de Juan constan de saludo y dos partes. El saludo no habría ganado un premio en un concurso de retórica: ¡Camada de víboras! Juan no quiere ganarse a sus oyentes sino provocarlos para que se conviertan. La primera parte aduce un nuevo motivo para convertirse: la inminencia del castigo, que se compara con un hacha dispuesta a talar los árboles. Y añade que la conversión debe ser práctica, acompañada de obras, como el árbol que da buen fruto, de lo contrario es cortado. En medio de esta amenaza, fariseos y saduceos pueden pensar en una escapatoria: «Somos israelitas, hijos de Abrahán, y no podrá ocurrirnos nada malo, Dios no nos castigará». Pero Juan, igual que los antiguos profetas, les advierte que esta falsa confianza no les servirá de nada.

La segunda parte del discurso acentúa el tono amenazador. Juan cumple ahora otro aspecto de su misión de precursor del Mesías: habla de este personaje, acentuando su dignidad («no merezco ni llevarle las sandalias») y su poder («yo bautizo con agua, él con fuego»). El verbo bautizar significa «lavar» (en el evangelio se dice que los fariseos «bautizan» los platos y vasos). Juan considera que su lavado es suave, con agua; el del Mesías será una purificación con fuego. Basándose en el salmo 2, algunos textos concebían al Mesías con un cetro en la mano para triturar a los pueblos rebeldes y desmenuzarlos como cacharros de loza. Juan no lo presenta con un cetro, utiliza una imagen más campesina: lleva un bieldo, con el que separará el trigo de la paja, para quemar ésta en una hoguera inextinguible.

Sumando los datos anteriores, tenemos dos imágenes terribles para exhortar a la conversión: la del hacha dispuesta a talar los árboles inútiles y la del bieldo echando a la hoguera a quienes son como la paja.

3. Acogida (Romanos 15,4-9)

Las primeras comunidades cristianas estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. En este contexto se mueve la lectura de Pablo. Hoy día no existe este problema, pero pueden darse otros parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales.

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Misión es relanzar la esperanza
Romeo Ballan, mccj

Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona. También otros “pobres de Yahvé” del Primer Testamento vivían a la espera de un Mesías, aunque para muchos la espera resultaba confusa y mezclada de esperanzas humanas. El mensaje de esos tres personajes es actual y necesario también para nosotros hoy.

En efecto, también hoy la esperanza es un valor en crisis de contenidos, porque muchos desconocen lo que más necesitan para conseguir el crecimiento y desarrollo integral de su persona. En una pieza teatral emblemática de nuestro tiempo, el escritor irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura (1969), denuncia lo absurdo de la condición humana: la obra Esperando a Godot se desarrolla en la larga espera de un personaje importante, pero desconocido. Se imagina el encuentro, se sueña sobre lo que podría ocurrir. Sin embargo, cuando ya se anuncia que ese personaje está a punto de llegar, la espera baja de tensión, se pierden las ganas de prepararse y su presencia se desvanece. El encuentro no se da. La larga espera ha sido en vano. ¡Pura ilusión!

La esperanza cristiana es diferente; esta es un dinamismo de apertura y de encuentro con una Persona conocida, de la cual uno se siente profundamente amado: es el Salvador de todos, con un nombre y un rostro bien definidos. Se llama Jesucristo. Él es el centro del anuncio misionero de la Iglesia. El Papa Francisco invita a todos a no quedar presos de las cosas terrenas, sean muchas o pocas, porque estas provocan solo tristeza y cerrazón egoísta; mientras el encuentro personal con Jesucristo trae gozo y esperanza, abre a la misión. (*)

El primer personaje del Adviento, el profeta Isaías (I lectura), ocho siglos antes de Cristo, en tiempos de violencia y desolación, fue capaz de cantar la esperanza en un futuro de vida, reconciliación y prosperidad para su pueblo. En situaciones análogas de sufrimiento, también otro joven profeta, Jeremías, fue capaz de ver el almendro en ciernes (Jer 1,11). Allí donde todos ven solo negatividad, los profetas ven más allá, lejos, una historia y una esperanza diferente: la historia de Dios que lleva a todos a la salvación. Isaías veía despuntar un retoño, que en seguida fue lleno del multiforme espíritu del Señor (v. 1-3). Y describe el estupendo jardín de la convivencia pacífica de los seres vivientes (animales y personas humanas) entre sí y con la creación (v. 5-9). Tan solo un pueblo que vive así, en la justicia y armonía de relaciones, tiene algo positivo que decir a los otros, puede llegar a ser un “estandarte de pueblos” (v. 10). Tan solo así tendrá algo hermoso y verdadero que compartir en el concierto de las naciones. ¡Y se convierte en comunidad misionera! Entre las notas de ese pueblo en paz dentro y fuera, S. Pablo (II lectura) incluye la capacidad de acogerse mutuamente como nos acogió Cristo (v. 7), por su misericordia (v. 9).

El segundo personaje del Adviento, Juan el Bautista (Evangelio), profeta austero e interiormente libre, con palabras de fuego prepara el camino del Señor que viene detrás de él, bautiza “con agua para la conversión”, anunciando la presencia de uno que es más fuerte que él, el cual “bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (v. 11). Por eso, Juan grita: “Conviértanse” (v. 2).

María es la criatura ya plenamente convertida, es decir, totalmente orientada hacia Dios, llena de Espíritu Santo; María es la toda pura, sin mancha; es la Inmaculada (fiesta el 8 de diciembre). En el centro de Vietnam, donde he trabajado durante seis años como misionero, he visitado el santuario mariano de La Vang: allí la Virgen se apareció en 1798, en tiempo de persecuciones contra los cristianos, llevando un mensaje de consuelo y de esperanza. Es un mensaje que va bien igualmente para nosotros en el camino hacia la Navidad: “Tengan fe, hijos míos, acepten los sufrimientos con paciencia. Yo escucho siempre vuestras peticiones. Si alguien viene a rezar conmigo, escucharé sus oraciones”. María ha acogido a su Señor y le ha dado un cuerpo humano; ahora lo ofrece a todos, incluso a aquellos que todavía no lo conocen.

El Adviento es un tiempo privilegiado para vivir la misión: en Adviento y en Navidad el Señor llega a nosotros; no faltará a la cita. Pero Él quiere que otros también -¡todos!- lo conozcan y lo acojan; quiere llegar a otros también por medio de nosotros. ¿Cómo hacerlo? Haciéndonos sus discípulos-misioneros.

Encuentro de provinciales y delegados de América y Asia

Del 28 de noviembre al 1 de diciembre 2025 ha tenido lugar el encuentro de provinciales y delegados de América y Asia (AA) en la casa provincial de los Misioneros Combonianos en Quito, Ecuador. En esta reunión han participado los tres provinciales que terminan su servicio y los nuevos que asumirán esta tarea el próximo día 1 de enero del 2026. Desafortunadamente no pudo estar presente el provincial de México por problemas con sus documentos de viaje.
En la foto: Monumento situado en la Mitad del mundo. Desde la izquierda: Hno. Santos De la Cruz González; P. Juan Diego Calderón Vargas ; P. Víctor Manuel Aguilar Sánchez (delegado de Asia); P. Raimundo Nonato Rocha dos Santos (provincial de Brasil); P. David Costa Domingues (Vicario General); P. Juan Martín Rodríguez González (provincial de Ecuador); P. Jorge Elías Ochoa Gracián (provincial de Estados Unidos); Hno. Juan Carlos Salgado Ortiz (representante de los Hermanos a nivel continental); P. Nelson Edgar Mitchell Sandoval (provincial de Perú); P. Ottorino Poletto; P. Ezama Ruffino; P. Enrique Sánchez González (provincial de Centro América); P. Mario Alberto Pacheco Zamora (provincial de México); P. Jorge Alberto Benavides Orjuela (delegado de Colombia); y P. Sergio Iván Paucar Simbaña.

El encuentro ha dado principio con un intercambio fraterno entre todos los participantes quienes han hablado de sus experiencias vividas en sus años de servicio, aquellos que están terminando, y las esperanzas o sentimientos que experimentan quienes están por comenzar esta tarea y servicio a la misión y al Instituto.

Provinciales y delegados de América y Asia, en la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización.

La tarde del día 28 se tuvo un momento de formación permanente que estuvo animado por el Hermano Roberto Duarte, provincial de los Misioneros del Verbo Divino, quien compartió una reflexión sobre “Las perspectivas de la vida religiosa a la luz del congreso de la vida consagrada” que tuvo lugar hace algunas semanas en Quito. La reflexión presentada ha sido una buena iluminación y un momento de discernimiento que permitió pensar en el servicio que estamos llamados a dar como testigos y compañeros de camino con los hermanos de nuestras provincias y delegaciones.

El sábado 29 por la mañana fue dedicado al tema de la unificación de las provincias. Este tema fue presentado y animado por el padre David Domingues, Vicario General del Instituto, quien compartió el camino que se ha recorrido sobre este tema en el Instituto y las orientaciones que se están proyectando hacia el futuro, sobre todo a partir de las indicaciones que ha dado la Asamblea Interprovincial celebrada en septiembre pasado.

Padre David Dominges, Vicario General de los Misioneros Combonianos, en la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización.

En el intercambio que se ha podido realizar con el padre David Dominges, todos los participantes han sido invitados a manifestar sus opiniones y pareceres sobre este tema, recordando la reflexión y el trabajo ya realizado a nivel de todas las circunscripciones. El intercambio ha sido franco, espontáneo y abierto, mostrando una disponibilidad a continuar con la reflexión y las indicaciones que serán dadas por el Consejo General en una próxima carta que será enviada a todo el Instituto sobre este tema.

La tarde del mismo sábado se dedicó a compartir información sobre varios temas relacionados con la misión, la animación misionera, el foro COP30, que tuvo lugar en Brasil. El encargado de transmitir todas esas informaciones fue el padre Raimondo, provincial de Brasil, coordinador del sector de la misión en el continente.

El padre Jorge Benavides, Delegado de Colombia, nos presentó informaciones sobre las pastorales específicas, en el continente, es decir, pastoral urbana, indígena y afro. Compartió también su experiencia participando al encuentro de Pastoral Afro que tuvo lugar en Luján, Argentina, en donde estuvieron presentes algunos combonianos del continente. El padre Jorge informó también sobre el proyecto de un postulando interprovincial, como una posibilidad que es sostenida por algunas de las provincias que en este momento cuentan con un número reducido de postulantes.

Durante los trabajos de esa tarde se abordaron también los temas sobre los noviciados de Xochimilco y Manila, las decisiones tomadas sobre el servicio misionero y los cursos de formación permanente que se llevan a cabo en Roma. También se tocó el tema de la revista digital y de la página digital que se ha ido preparando, sobre todo con la ayuda del padre Francisco Carrera, desde Colombia.

El domingo 30 de noviembre lo hemos dedicado a convivir como grupo visitando la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización en donde se celebró la eucaristía y se compartió el almuerzo ofrecido por la comunidad. Se tuvo también la oportunidad de visitar el monumento situado en la Mitad del mundo. Este monumento icónico, ubicado cerca de Quito, marca la línea ecuatorial, que divide la Tierra en los hemisferios norte y sur.

En la agenda del lunes 1 de diciembre se continuó con el intercambio de información sobre otros aspectos y temas importante a tener en cuenta, para continuar con el servicio que se va realizando, asegurando la continuidad y la atención a la realidad misionera que presenta el continente con sus retos, desafíos y esperanzas misioneras de cara al futuro.

Un gracias enorme y de corazón al P. Ottorino, Provincial de Ecuador, a la Provincia y en especial a la comunidad de la casa provincial que nos han acogido y servido con mucha atención para que esta reunión pudiera realizarse con tranquilidad y provecho.

Provinciales y Delegados de América y Asia
Quito, Ecuador

Una vida con las mujeres sabias

Por Hna. Sonia de Jesús García desde Kaande (Zambia)


Una de las mayores alegrías de la misión es constatar el bien que se hace a las personas. Lo compruebo día a día en las actividades que llevamos adelante las cuatro combonianas de la comunidad de Kaande, en la diócesis zambiana de Mongu. Una hermana se ocupa de la pastoral en general, otra trabaja con los campesinos, otra está comprometida en la educación y yo, que soy enfermera, me ocupo de la pastoral de la salud.

En Kaande las cosas están mejorando poco a poco. Trabajamos con el grupo Promotoras de Salud, integrado por mujeres que han recibido una formación sencilla pero suficiente para acompañar y ayudar en diversos problemas de salud.

La mayoría de estas mujeres, a las que coordino, no pertenecen a la Iglesia católica sino a otros cultos e Iglesias presentes en la zona. Son baptistas, adventistas o de la New Apostolic Church. En el grupo saben que represento a la Iglesia católica con el aprobación de mi superiora provincial, del obispo y del párroco. Un día me sorprendió un comentario suyo: «­Realmente la Iglesia católica es diferente. En nuestras Iglesias nos limitamos a ir al culto, rezamos, cantamos, pero no nos ocupamos de aspectos sociales como ayudar al que lo necesita».

Al tratarse de un grupo interre­ligioso, la gente ve a los católicos desde otra perspectiva e intuyen que detrás de todo lo que hacemos está la importancia que damos a Dios, que se muestra a través del cuidado de las personas. Estoy convencida de que este testimonio de unidad en la diversidad es también un modo de evangelizar.

El trabajo de las promotoras es muy bonito. Han aprendido a cuidar de los bebés y de las mujeres embarazadas y los consejos que dan son muy pertinentes y sabios. Este equipo de mujeres es uno de los logros de nuestra misión.

Debemos enfrentar muchos retos e intentamos hacerlo a través de soluciones que estén al alcance de todos. En los últimos tiempos hemos detectado muchos problemas dermatológicos por falta de higiene. Las familias prefieren comprar comida a un trozo de jabón, que puede ser más caro. Por eso hemos organizado talleres para que la gente aprendan a hacer jabón artesanal.

Hay cosas que me cuesta mucho comprender, como que las familias sigan creyendo que la enfermedad se produce porque alguien «te la da» y que tenga sentido ir al chamán para que te cure. Esto es un problema grave porque las familias gastan mucho dinero y, además, el enfermo no sana.

Visitamos a las familias con frecuencia y tratamos de aconsejarlas e intervenir, pero siempre con el máximo respeto. Es bonito no sentirse aisladas, sino misioneras que sirven, acompañan y sostienen a la gente desde la fe en Jesús. Como decía Comboni, tratamos de «hacer causa común» y que la gente sea protagonista de su propio desarrollo y evangelización.

“Como el Padre me envió, así los envío yo”

¡Gracias México!
«Como el Padre me envió, así los envío yo» (Jn 20,20). Este fue el lema que elegí para mi ordenación sacerdotal, y que ha marcado todo mi ministerio como comboniano. En octubre pasado, mis superiores me asignaron a un nuevo destino; así se cierra mi experiencia misionera en México y me preparo para la siguiente.

Texto y fotos: P. Wédipo Paixão, mccj

En 2018 mis formadores en el escolasticado de São Paulo, Brasil, me preguntaron cuáles serían mis opciones para trabajar como misionero. En aquel entonces estaba fascinado por Egipto o Líbano y también resonaba en mí Vietnam, pero al fin fui destinado a México. Recibí mi destino a tierras Guadalupanas con alegría y disponibilidad. Ya estaba acostumbrando y sabía el idioma porque había estado en Sahuayo y después en Xochimilco como novicio entre los años 2012 y 2014.

Llevo en mi corazón a muchas personas que conocí en distintas partes del país; conservo las costumbres y culturas, la hospitalidad y la calidez. Uno de tantos bonitos recuerdos que atesoro, lo experimenté en la comunidad de Comalapa, en las sierras veracruzanas, donde la sencillez y la amabilidad me marcaron profundamente, a tal punto, que guardé especial cariño por Veracruz. En todo, reconozco lo que dice Jesús: «El que deja padre y madre, tierra, hermanos por causa del Reino de Dios, encontrará mucho más» (Mt 19,20).

En todos esos años acompañé a muchos jóvenes. Algunos decidieron entrar al seminario, y otros continuaron con sus vidas y respondieron a una vocación específica a la que Dios los llamaba. Siempre he pensado que la vocación es un medio, por el cual, el Padre nos llama a vivir realizados y plenos según su voluntad, y que nos conduce a ser felices. No se trata de hacer sólo lo que nos gusta, sino de amar en tal medida, que abrazamos un estado de vida al servicio del bien común. La existencia es un don único que nos da Dios, y a su vez, la vocación es la forma cómo elegimos vivir, es decir, el medio que nos conduce a la felicidad. Por eso no debemos temer al emprender un camino y confiar en los planes de Dios; Él nunca nos defraudará.

Hay un proverbio chino que dice: «En manos de quien te regala una flor, siempre queda un poco de perfume». Creo que mi memoria está perfumada por el cariño y amistad con que fui recibido y tratado es-tos años en México. La palabra que fluye en mi corazón es de gratitud: doy gracias a Dios por el don de la vocación, y a cada uno de los que interactuaron conmigo durante este periodo. Soy brasileño de nacimiento, pero mexicano de corazón.

Quisiera concluir con un escrito de un gran obispo brasileño, monseñor Hélder Câmara:

  • Misión es partir, salir de sí. Es romper con el cascarón del egoísmo, que nos encierra en nosotros mismos.
  • Misión es dejar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos como si fuéramos el centro de la vida o del mundo.
  • Misión es no dejarse bloquear por los problemas del pequeño mundo al que pertenecemos, la humanidad es mayor.
  • Misión es siempre partir, mas no significa devorar kilómetros, es, sobre todo, abrirse al prójimo como hermano, descubrirlo y encontrarlo.
  • Y para descubrirlo y amarlo, es necesario atravesar los mares, volar por los cielos.
  • Entonces, misión es partir hasta los confines del mundo».

Continúo en misión, ahora en Brasil. En qué aspecto en específico, aún no le sé, pero voy con el corazón abierto, atento a lo que el Señor me pide adonde ahora me envía. A todos los que formaron parte de mi vida durante este tiempo, mi gratitud y mis oraciones.

¡Hasta Luego!

Jubileo: ¿Con qué nos quedamos?

Por: P. Rafael González Ponce, mccj

El próximo 6 de enero de 2026, Epifanía del Señor, en la basílica de San Pedro, en Roma, se cerrará la Puerta Santa indicando la terminación del Jubileo. Sin embargo, aun si el programa de celebraciones concluye, nos preguntamos: ¿cómo me quedo?

DICIEMBRE
14: Jubileo de los presos

Se trata de cosechar un fuerte deseo de transformación y una constante determinación por «ser jubileo permanente», en unión con Jesucristo –eterno Jubileo del amor del Padre–. Se cerrarán las Puertas Santas de todas las catedrales y basílicas del mundo para que ahora salgamos por los caminos de la humanidad como «peregrinos» de esa «esperanza que no defrauda». El Jubileo se hace misión sin fronteras, ahí donde apremie la misericordia.

Como peregrinos significa: dejarnos sor-prender por Dios que nos desinstala de nuestra mediocridad e indiferencia. Ponernos en camino para dejar atrás egoísmos y sistemas que desfiguran nuestra dignidad y esclavizan los sueños de una tierra nueva y cielos nuevos. Además, consiste en emprender un sendero desconocido, desde lo pequeño y sencillo, para reconstruir vínculos de fraternidad y procesos de vida auténtica.

La «Esperanza» es nuestro apellido, le pertenecemos. La gran novedad de este peregrinaje es precisamente que Dios camina con nosotros. De hecho, Jesús es el Camino. No sólo consiste en abandonarnos confiadamente en sus manos, que es fuente de paz, sino tener la certeza, contra toda evidencia, que su amor tiene la última palabra, y no los poderes malignos que nos aprisionan. En pocas palabras, no es la injusticia ni la violencia ni la mentira ni el vacío los que determinarán nuestro destino, sino el amor de Dios por su Creación, que se manifiesta en Cristo Jesús.¡Bienvenidos al nuevo «Jubileo de la vida cotidiana» y de la hondura de cada momento que asumimos en plenitud! Escribamos cada día una página del Evangelio. Tras los pasos del Maestro, quien dijo: «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo».