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III Domingo de Adviento. Año A

“Esto dice el Señor: Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos.
Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará.
Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.

Isaías 35, 1-6a.10)

“En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió: Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí.
Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en palacios. ¿A qué fueron pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se los aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino.
Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él”.

(Mateo 11, 2-11)


Regocíjate, yermo sediento
P. Enrique Sánchez, mccj

En el camino de preparación a la venida del Señor durante el adviento, se nos ha ido invitando a ponernos en una actitud de escucha, de recogimiento, de oración y de conversión. Esto exige concentración y moderación para entrar en nosotros mismos y para poder tomar conciencia del misterio de la encarnación del Señor que estamos por celebrar.

El recogimiento exige silencio para escuchar lo que resuena dentro de nosotros y para percibir la voz del Señor que nos invita a abrir el corazón para acogerlo como el huésped privilegiado de nuestra casa.

La conversión y el arrepentimiento a los cuales somos llamados, seguramente vienen acompañados del dolor y del sufrimiento que produce el darnos cuenta que hemos ido por otros caminos que no desembocaron en el encuentro con el Señor. Volver sobre nuestros pasos no es fácil y no faltan los momentos de tristeza que impiden las manifestaciones de alegría que nos gustaría expresar.

Preparar un espacio al Señor para que nazca en nosotros, hemos visto que exige una conversión, un cambio profundo que transforma necesariamente nuestros estilos de vida y nos obliga a dar testimonio, anunciando su venida más con las obras que con las palabras.

En este tercer domingo de adviento se nos propone seguir adelante confiando en que la preparación para la Navidad no es solo un trabajo a realizar con nuestras fuerzas. Dios va preparando nuestro corazón y nos va mostrando que él hace el camino a nuestro lado, fortaleciendo nuestra confianza y animando nuestra esperanza.

En el itinerario que vamos recorriendo hacia el pesebre, esta tercera etapa nos es presentada coloreada con el tono rosado, símbolo de la alegría y del gozo.

Por un momento dejamos a un lado el color morado, el color de la penitencia para dejar exultar el corazón ante el anuncio que nos promete la llegada ya inminente del Señor.

Este domingo nos invita a olvidar por un momento aquello que nos ha impedido ir alegremente al encuentro del Señor. Es como si quisieran decirnos que no nos preocupemos del pasado, pues un futuro lleno de promesas y de esperanzas se dibuja en nuestro horizonte con la venida del Señor.

La primera lectura del profeta Isaías y el Evangelio de Mateo nos describen ese ambiente de alegría y de fiesta que vemos que ha ido adornando también nuestras casas y nuestras ciudades. Nos lo presentan como una promesa que se cumple en el tiempo y que hoy también podemos experimentar.

Las luces y las decoraciones de estos días nos invitan a fiesta, pero ciertamente no debería ser a la fiesta del consumo que la mercadotecnia ha sabido transformar en necesidad sólo para obligar a gastar y a divertirse, olvidando el motivo verdadero de nuestra celebración.

El profeta Isaías profetizaba, ya varios siglos antes, la venida del Señor como un tiempo que tendría que estar marcado por el regocijo y por la alegría.

Sería un tiempo en donde el desierto se cubriría de Clores y estaría lleno de gritos de jubilo, porque se manifestaría la gloria y el esplendor de Dios. En esos días los corazones se llenarían de ánimos y el temor desaparecería, pues el Señor venía para salvar a quienes se sentían como tierra sedienta, incapaz de producir y de germinar motivos de felicidad y de vida.

La vida en plenitud sería devuelta a quienes vivían sumergidos en la oscuridad de sus cegueras, a quienes estaban atrapados en sus parálisis, a quienes eran incapaces de reconocer la voz de Dios a causa de sus sorderas, a quienes no podían cantar sus alabanzas por la incapacidad de sus lenguas enmudecidas.

El Señor Dios, en un pequeño infante, se manifestaría como el Dios con nosotros que vendría a recrearlo todo y a hacer de nuestro mundo una humanidad nueva, como la había soñado desde toda la eternidad.

Ahí́ estaba el motivo de la verdadera alegría, la razón para dejar que el corazón se regocijara y exultara de alegría. Ahí́ estaba el anuncio del fin de la aflicción y de la pena, porque el Señor llegaría escoltado por el gozo y la dicha.

Contemplando todo ese anuncio de Isaías, también hoy, la liturgia nos invita a elevar nuestra mirada para reconocer al Señor presente entre nosotros como fuente de todas nuestras alegrías. Es él quien viene para transformar los desiertos que han ido ganando los corazones de nuestros contemporáneos. Esos desiertos en donde la indiferencia y el egoísmo han ido alejando la presencia de Dios de lo ordinario de nuestras vidas.

El Señor viene hasta nosotros con su promesa siempre actual de regocijo, de alegría y de felicidad. Vine con la promesa de una vida nueva en donde nuestros temores, nuestras ansiedades de cara al futuro y nuestros miedos a confiar plenamente en él serán transformados en animo, en confianza y en ganas de vivir sin imponer límites. En el evangelio de Mateo Jesús manda decir a Juan el Bautista que el esperado es él. Que las profecías de Isaías se han cumplido en su persona y que todos los que, de alguna manera, estaban impedidos para acercarse y reconocer a Dios presente entre nosotros, ahora se convierten en los testigos del Reino, del mundo nuevo que empieza con él.

Ese es el sentido más profundo de la Navidad y hacia esa experiencia nos invita la palabra que hemos escuchado hoy.

Dios viene entre nosotros para llevarnos a una experiencia de vida plena en donde nuestras pobrezas y todo aquello que nos puede estar impidiendo abrirnos al don de Dios pueda desaparecer.

Seguramente, delante de la palabra de Dios que hemos escuchado, surgen en nosotros muchas preguntas y reflexiones que podrían ayudarnos a continuar con nuestra espera y preparación a la venida del Señor.

¿Seremos capaces de acoger la profecía de Isaías que nos invita a vivir en la alegría y el regocijo que nos puede dar el saber que Dios, en Jesús, viene a caminar a nuestro lado, compartiendo las alegrías y las penas de nuestra vida?

¿Tendremos el coraje de reconocer nuestras sorderas, de aceptar todo lo que nos paraliza para ir al encuentro del Señor? ¿Aceptaremos nuestro límite o nuestra timidez para hablar con valentía del Señor reconociéndolo como nuestro salvador?

¿Dejaremos que Jesús se convierta en nuestro liberador para acoger el don de la vida nueva que nos ofrecerá desde el pesebre hasta la cruz y en el misterio de su resurrección?

Ojalá que la felicidad profunda llene nuestros corazones en esta Navidad. Que no sean los perfumes, las camisas o los regalos que nos ofrecerán lo que nos haga felices, sino el descubrirnos personas nuevas llamadas a vivir en la alegría que sólo Dios nos puede dar.

Que, como los discípulos de Juan, también nosotros, nos sintamos enviados como misioneros a todo el mundo para dar testimonio del Reino que llega con el nacimiento de Jesús entre nosotros.

Que nunca nos sintamos defraudados de él.


Más cerca de los que sufren
José Antonio Pagola

¿Eres tú el que ha de venir?

Encerrado en la fortaleza de Maqueronte, el Bautista vive anhelando la llegada del juicio terrible de Dios que extirpará de raíz el pecado del pueblo. Por eso, las noticias que le llegan hasta su prisión acerca de Jesús lo dejan desconcertado: ¿cuándo va a pasar a la acción?, ¿cuándo va a mostrar su fuerza justiciera?

Antes de ser ejecutado, Juan logra enviar hasta Jesús algunos discípulos para que le responda a la pregunta que lo atormenta por dentro: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro» ¿Es Jesús el verdadero Mesías o hay que esperar a alguien más poderoso y violento?

Jesús no responde directamente. No se atribuye ningún título mesiánico. El camino para reconocer su verdadera identidad es más vivo y concreto. Decidle a Juan «lo que estáis viendo y oyendo». Para conocer cómo quiere Dios que sea su Enviado, hemos de observar bien cómo actúa Jesús y estar muy atentos a su mensaje. Ninguna confesión abstracta puede sustituir a este conocimiento concreto.
Toda la actuación de Jesús está orientada a curar y liberar, no a juzgar ni condenar. Primero, le han de comunicar a Juan lo que ven: Jesús vive volcado hacia los que sufren, dedicado a liberarlos de lo que les impide vivir de manera sana, digna y dichosa. Este Mesías anuncia la salvación curando.

Luego, le han de decir lo que oyen a Jesús: un mensaje de esperanza dirigido precisamente a aquellos campesinos empobrecidos, víctimas de toda clase de abusos e injusticias. Este Mesías anuncia la Buena Noticia de Dios a los pobres.

Si alguien nos pregunta si somos seguidores del Mesías Jesús o han de esperar a otros, ¿qué obras les podemos mostrar? ¿qué mensaje nos pueden escuchar? No tenemos que pensar mucho para saber cuáles son los dos rasgos que no han de faltar en una comunidad de Jesús.

Primero, ir caminando hacia una comunidad curadora: un poco más cercana a los que sufren, más atenta a los enfermos más solos y desasistidos, más acogedora de los que necesitan ser escuchados y consolados, más presente en las desgracias de la gente.

Segundo, no construir la comunidad de espaldas a los pobres: al contrario, conocer más de cerca sus problemas, atender sus necesidades, defender sus derechos, no dejarlos desamparados. Son ellos los primeros que han de escuchar y sentir la Buena Noticia de Dios.
Una comunidad de Jesús no es sólo un lugar de iniciación a la fe ni un espacio de celebración. Ha de ser, de muchas maneras, fuente de vida más sana, lugar de acogida y casa para quien necesita hogar.

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Jesús y Juan el Bautista:
dos formas de entender la Misión
Romeo Ballan, mccj

El tema del gozo es tradicionalmente fuerte en el III Domingo de Adviento, que justamente se llama “Gaudete” (estén alegres), ya desde el canto de entrada, que ofrece enseguida la razón de tanto gozo: porque “el Señor está cerca”. Su presencia en la vida de cada uno y en la vida social no nos quita espacio ni dignidad, más bien los ensancha.“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, ha escrito el Papa Francisco en su gran documento misionero para el anuncio del Evangelio en el mundo de hoy (EG 1). La alegría cristiana no es ruidosa, insolente o pasajera; es diferente de la alegría mundana. Tiene su raíz en Cristo; está presente y es posible también en los momentos duros de la vida.

El Evangelio de hoy nos presenta la confrontación entre dos personajes: Juan el Bautista y Jesús. Están en juego dos concepciones diferentes de la misión del Mesías. Se confrontan – y casi chocan – dos maneras de entender al Mesías: ¿juez severo y reformador social, o bien mensajero de misericordia y de acogida de todos? Una duda, más que comprensible, asalta a Juan el Bautista, encerrado en la oscura y solitaria cárcel de Maqueronte; oye lo que dice la gente, todos esperaban a un Mesías diferente: un rey poderoso, un estratega capaz de liberar al pueblo de Israel de los romanos. El austero predicador que usa palabras de fuego (ver el Evangelio del domingo pasado) tiene momentos de incertidumbre. “¿Eres tú… o debemos esperar a otro?” (v. 3).

Las dudas de Juan sobre la identidad de Jesús han atravesado los siglos y hoy pueden ser también nuestras dudasDudar es humano, no se puede creer sin dudar; las dudas son los interrogantes que acompañan nuestra fatiga diaria en creer. El cardenal C. M. Martini decía: “En cada uno de nosotros hay un creyente y un no creyente. En cada uno de nosotros hay un ateo potencial que grita y susurra cada día sus dificultades en creer”. ¿Cuál es la verdadera identidad de ese Jesús, personaje misterioso, atractivo pero desconcertante? Juan está quizás desorientado con respecto a este Jesús: excesivamente preocupado por los pobres y los últimos, no desbarata el sistema social, no condena y no rechaza a nadie, no destruye a los pecadores, acoge a todos, va a comer con publicanos, busca a los pobres y da esperanza a los últimos: viudas, prostitutas, niños… ¿Qué tipo de Mesías es este, si de veras fuera él? Sin embargo, Juan es también un modelo de búsqueda apasionada de Dios y del Mesías; es un modelo de creyente, abierto a confrontarse; nos enseña a no encerrarnos en posturas preconcebidas; no rechaza al Mesías por el simple hecho de que no lo entiende, sino que lo busca para comprenderlo mejor… Ya lo había señalado ante sus discípulos como al Cordero de Dios… (cfr. Jn 1,32-36).

A los discípulos de Juan Jesús no da respuestas teóricas: los remite a los hechos y los invita a leer los signos. Las “obras de Cristo” (v. 2) revelan su identidad: los hechos hablan por sí solos, anuncian antes y mejor que las palabras. Jesús señala seis prodigios patentes, en favor de ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos, pobres (v. 4-5). Son signos que hablan del poder y de la misericordia de Dios; todas son acciones para dar vida. Todos tienen acceso a Dios, nadie queda excluido. No existe condena para nadie, para todos hay misericordia. Aun para los más miserables y desesperados siempre hay una buena noticia. A cualquiera, en cualquier situación que se encuentre, se le debe decir: “También para ti hay salvación!” Dice el Papa Francisco: “Si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida (EG 274). ¡Este es el desafío, el escándalo de la misericordia!

“Jesús no ha venido para resolver nuestros problemas con milagritos, sino para indicarnos el camino para cambiar el mundo: con su ejemplo nos ha enseñado el estilo de vida de las Bienaventuranzas. Jesús nos invitaa actuar como Él ha hecho: sembrar esperanza. Ayudar a vivir. Agacharse para levantar. No juzgar. Sanar. Consolar. Tejer relaciones bellas y fraternas” (R. Vinco).

A su pariente y amigo Juan, antes de emitir un gran elogio de él declarándolo el mayor “entre los nacidos de mujer” (v. 7-11), Jesús dirige también una delicada invitación a revisar sus posturas, lanzándole una bienaventuranza: “¡Dichoso aquel que no se escandalice de mí!” (v. 6). La invitación valía entonces y vale hoy igualmente: la atención y el cuidado de los últimos son signos que por sí solos anuncian, antes que las palabras, que allí está presente el Reino de Dios. Desde siempre, las obras realizadas en nombre y por amor a Dios hacen misión, evangelizan, revelan el rostro de Dios que es amor. Una misión que no fuera acompañada por obras de misericordia, de desarrollo, de promoción humana, defensa de los derechos de las personas, tutela de la creación, no sería la misión de Dios y de la Iglesia. No son obras con fines proselitistas, para atraer a la gente, sino respuestas a necesidades de las personas débiles; respuestas dadas con gratuidad, inspiradas por el amor. En nombre de Dios.

Todo el mensaje de la Palabra de Dios en este domingo es que nadie queda excluido del gozo mesiánico: ni los minusválidos en el cuerpo, ni mucho menos los pobres, que son los primeros destinatarios del Evangelio de la vida. En tiempos de máxima destrucción, deportaciones, ruinas y muerte, el valiente profeta Isaías (I lectura) invita al gozo y a la esperanza. Si no hablara en nombre de Dios, sería un iluso, un insensato. Sin embargo, se fía de Dios, sabe que Él tiene un proyecto de amor y de liberación para su pueblo. Por tanto, hay una doble invitación: esperar con gozo al Señor que viene a salvarnos (v. 1-4), y esperarlo con paciencia, como afirma Santiago (II lectura). Como el agricultor laborioso que, mientras espera la lluvia y los frutos, no permanece inactivo, sino que trabaja en su campo, labra la tierra, siembra, limpia, riega… La obstinada invitación cristiana a la esperanza y al gozo es un rechazo a los predicadores de desventuras: a pesar de los signos contrarios, el creyente sabe ver, en la filigrana de la historia, las huellas del proyecto de Dios que se va cumpliendo.


El Bautista invitado a convertirse
Fernando Armellini

Introducción

“Apareció’ un hombre enviado por Dios, llamado Juan” (Juan 1,6) Fue enviado para preparar Israel para la venida del Mesías “arrepiéntanse –decía– que está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3,2).
Su mensaje era claro, el lenguaje duro, la propuesta exigente.

Austero e irreprensible, daba la impresión de ser un maestro de vida seguro de sí mismo y de las propias certezas, firme, inflexible. Sin embargo –como todos– tenía perplejidades, inquietudes, tormentos interiores.

Jesús, que le tenía una profunda estima y lo comprendía, un día lo invito examinar sus propias convicciones teológicas y religiosas. Le hizo saber que debía realizar en sí mismo aquella conversión que pedía a los otros.

El domingo pasado la liturgia nos propuso el mensaje del Bautista, hoy nos presenta su ejemplo.
Juan no ha enseñado solamente con su palabra sino que ha mostrado con su vida como debemos estar siempre dispuestos a cuestionar nuestras propias seguridades cuando nos confrontamos con la novedad de Dios.
Solamente quien, como él, busca apasionadamente la verdad está preparado para encontrar la Verdad.

Primera Lectura: Isaías 35,1-6ª.8ª.10

Las previsiones sobre el futuro del planeta no son halagüeñas, para muchos son claramente catastróficas. La realidad social, política, económica del mundo se presenta llena de tensiones que nadie sabe cómo podrán solucionarse.

La crisis de fe, la pérdida de valores, el debilitamiento de tantas certezas presagian años difíciles.
Esta podría ser, en pocas palabras, una síntesis de las opiniones que circulan entre la gente.

Al escuchar las palabras llenas de gozo y de esperanza de la lectura de hoy, quizás pensemos que el profeta las pronunciara en un momento bien diferente de aquel que estamos nosotros atravesando. No es así.

El autor ha vivido en uno de los periodos más difíciles de la historia de su pueblo: Jerusalén y su templo maravilloso habían sido destruidos, las personas más capaces y preparadas habían sido deportadas a Babilonia y, en la ciudad santa, reducida a un montón de escombros, solo quedaban los ancianos, los enfermos y los niños. Era un panorama sobre el que solo reinaba el silencio y la muerte: ninguna canción, ningún grito de alegría, solo tristeza y tantas lágrimas.

El monte sobre el que estaba construida la ciudad, devastada y en ruinas, se ha convertido en un desierto donde ya no crece ni un filo de yerba. Frente a una devastación semejante, ¿quien habría tenido el coraje de anunciar una fiesta, de invitar al júbilo y a la alegría?

Pues bien, justamente ante tal panorama ruinoso, el profeta pronuncia su oráculo lleno de optimismo. Es un hombre sensible, tiene alma de poeta y se exprime con imágenes deliciosas.

El desierto –dice– está por transformarse en llanura fértil como la de Sarón a lo largo de la costa del Mediterráneo. He aquí que se cubre de árboles frondosos y fuertes como los cedros del Líbano; se transforma en una permanente primavera, en una alfombra de flores y de hierbas aromáticas. Florecen narcisos y lirios, símbolos de la alegría y de los sueños de los enamorados. Por doquier se oyen cantos de alegría y de júbilo (vv. 1-2)

¿Delira? ¡No! Contempla la obra maravillosa que Dios está a punto de realizar.
Si se confía en el Señor, no tienen sentido el desaliento, los brazos caídos, las rodillas vacilantes.
Quién se resigna frente al mal, quién lo considera ineludible muestra no creer en el amor y en la fidelidad de Dios que esta personalmente comprometido con la historia de su pueblo.
Quién cree no se desanima nunca sino que reacciona, está convencido de que donde hoy el desierto se muestra árido e inhóspito, un día florecerá como un jardín. (vv. 3-4).

En la segunda parte de la lectura (vv. 5-6) el profeta continua a presentar la prodigiosa transformación del mundo que Dios realizará. Para describirla emplea la imagen de la sanación de enfermedades: se despegaran los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el tullido, la lengua del mudo cantará.

Toda enfermedad –física, psíquica, espiritual– es una forma de muerte. Donde llega el “Dios de la vida” desaparece todo mal, toda muerte.

En el evangelio de hoy Jesús invita al Bautista a caer en la cuenta de que la transformación del mundo ha comenzado ya. La fuerza de su palabra está haciendo “brotar flores en el desierto”.

Para describir el camino hacia esta nueva realidad, en la última parte de la lectura (vv. 8-10) viene introducida una espléndida imagen: la peregrinación del pueblo desde la tierra de esclavitud hacia el monte Sión, a la inolvidable Jerusalén, la ciudad del gozo y de la libertad.

Es el símbolo del camino de la humanidad entera hacia la vida eterna.
La senda a recorrer será llamada “Camino Santo” porque no podrá ser pisada por pies impuros. Es el camino—hoy lo sabemos—que ha recorrido Jesús y que conduce al don de la vida.

La imagen es magnífica. El profeta desvela los personajes que participan en ésta procesión: al frente, como guía, avanza la felicidad perenne, seguida del gozo y de la alegría. En el horizonte se divisan dos siluetas obscuras, dos enemigos que se alejan, que huyen derrotados: son la tristeza y el llanto.

Estas palabras son el desmentido de Dios a los profetas de desventuras.
A pesar de signos contradictorios, el creyente, reconoce que “el Señor ilumina a los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte y endereza nuestros pasos por un camino de paz” (Lc 1,79).

Segunda Lectura: Santiago 5,7-10

Después de haber atacado de esta manera a los ricos, Santiago se dirige a los pobres: es el pasaje bíblico que se incluye en la lectura de hoy. ¿Qué les recomienda? ¿Qué aconseja a quien ha sido explotado? ¿La revuelta, la venganza? No….la paciencia. Esta palabra viene mencionada cuatro veces. “sean pacientes” (vv. 7-8), “!no se lamenten!” (v. 9), “!aguanten!” (v. 10). Parecen exhortaciones irritantes, inquietantes, provocativas.

Santiago no es el tipo que tolera la injusticia contra los pobres, no obstante se da cuenta que existen situaciones en las que después de haber hecho todo lo posible, no queda otra cosa que esperar con paciencia.

Para explicar su pensamiento cita el ejemplo del campesino. ¿Qué hace el agricultor? No se sienta a contemplar el campo esperando que produzca por si’ mismo. Se empeña al máximo: trabaja, cava, siembra, riega, arranca la hierba mala…pero sabe también esperar; conoce la fuerza irresistible de las semillas; se fía de la tierra que no le ha traicionado nunca, cree que también el Señor hará su parte enviando la lluvia benéfica que fecunda la tierra en otoño y primavera.
El campesino no se desalienta aunque transcurran meses antes que aparezca la espiga madura.

Santiago concluye sugiriendo a los pobres: en vuestro dolor hagan lo que puedan, se esfuercen en obtener justicia pero no cometan violencia contra los que los oprimen y no se lamenten con sus vecinos (v. 9). Sucede a menudo que el pobre, humillado por su patrón, reaccione y se vuelva agresivo y duro contra su “prójimo”: la esposa, los hijos, las personas más débiles que están cerca de él.

El pobre alimenta la esperanza que su Señor intervendrá para cambiar su situación; su “venida” esta próxima.

Evangelio: Mateo 11,2-11

No es fácil reconocer al Mesías de Dios. Educado por los profetas, Israel lo ha esperado durante siglos, sin embargo cuando ha llegado, hasta a las personas espiritualmente más preparadas y mejor dispuestas les ha costado entenderlo y aceptarlo. El mismo Bautista fue presa del desconcierto.

Un Mesías, por otra parte, que no sorprende, que no suscita interrogantes e incluso incredulidad no puede venir de Dios pues sería demasiado semejante a nuestra lógica y a nuestras expectativas, y Dios piensa en modo muy diferente de nuestro modo de pensar.

En la primera parte del evangelio de hoy (vv. 2-6) vienen presentadas la duda que un día surge en la mente del precursor y la respuesta que Jesús le dio.

Juan se encuentra en prisión y Mateo 14,1-12 nos dice el porqué: Juan ha denunciado el comportamiento moral de Herodes quien ha tomado la mujer de su hermano. En la fortaleza de Maqueronte donde, según el historiador Flavio Josefo había sido encerrado, es tratado con respeto, puede recibir la visita de sus discípulos y, deseando participar en el acontecimiento del Reino de Dios, se mantiene informado de cómo se está comportando aquel Jesús de Nazaret a quien ‘el se ha dirigido como al Mesías.

En este intervalo, sin embargo, su fe comienza a vacilar. Alguien sostiene que las dudas no son de Juan sino de sus discípulos. No es así. Del evangelio resulta claro que Juan ha dudado que Jesús fuera el Mesías.

Por esta razón ha enviado sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tu el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (v. 3).

¿Cómo ha surgido en él la perplejidad? La respuesta es muy simple. Basta tener presente la imagen del Mesías que desde pequeño Juan había asimilado de los líderes espirituales de su pueblo.

Está en prisión y, consciente de cuanto han anunciado los profetas, espera el “libertador” (Is 61,1), el encargado de restablecer en el mundo la justicia y la verdad. No entiende por qué Jesús no se decide a intervenir en su favor.

Espera un Mesías juez riguroso que arremeta contra los malvados. Y he aquí sin embargo la sorpresa: Jesús no solo no condena a los pecadores sino que come con ellos y se jacta de ser su amigo (Lc 7,34). Recomienda no apagar la llama que aun humea y pide de cuidar de la “caña doblada”; no destruye nada, recupera y restaura lo que se ha roto. No destruye a los pecadores sino que cambia su corazón y los quiere felices a cualquier precio; tiene palabras de salvación para aquellos sin esperanza a quien todos evitan como a leprosos. No se desanima frente a ningún problema humano, no se rinde ni siquiera frente a la muerte.

A los enviados de Juan el Bautista Jesús se presente como el Mesías, enumerando los signos que se pueden deducir de algunos escritos de Isaías (Is 35,5-6; 26,19; 61,1), el profeta de la esperanza que había predicho: “y nadie más en la ciudad dirá: estoy enfermo” (Is 33,24).

El Bautista es invitado a tomar conciencia de seis nuevas realidades: la curación de los ciegos, de los sordos, de los leprosos, de los tullidos, la resurrección de los muertos y el anuncio del evangelio a los pobres. Son signos de salvación, ninguno es de condena.

Ha surgido, pues, un mundo nuevo: quien caminaba en la obscuridad y había perdido la orientación en la vida, ahora ha sido iluminado por el evangelio.

Quien estaba tullido y no era capaz de dar un paso hacia el Señor y hacia los hermanos ahora camina veloz; quien era sordo a la Palabra de Dios, ahora la escucha y se deja guiar por ella; quien sentía vergüenza de si’ mismo a causa de la lepra del pecado que lo mantenía alejado de Dios y de los hermanos, ahora se siente purificado; quien hacía solamente obras de muerte ahora vive en la plenitud de su existencia; quien pensaba ser un miserable sin esperanza ha escuchado la bella noticia: “ también para ti hay salvación”.

El Mesías de Dios no tiene nada que ver con el personaje enérgico y severo que Juan esperaba. Su modo de proceder ha escandalizado al Precursor y continúa a escandalizarnos también hoy.

Los hay todavía quienes piden al Señor intervenir para castigar a los impíos; quienes interpretan como castigos de Dios las desgracias que se abaten sobre el que ha hecho el mal ¿podrá Dios sin embargo enojarse y probar placer viendo a sus hijos (aunque sean malos) sufrir?

Jesús concluye su respuesta con una bienaventuranza, la decima que se encuentra en el evangelio de Mateo: “bienaventurado quien no se escandaliza de mi”. He aquí una dulce invitación al Bautista a reconsiderar sus convicciones teológicas.

Un Dios bueno para con todos contradecía la opinión que Juan se había hecho de Dios. Como nosotros, también, el Bautista se imaginaba a un Dios fuerte y, de pronto, se encuentra con un Dios débil; se esperaba intervenciones clamorosas y sin embargo los acontecimientos continuaban a sucederse como si el Mesías no hubiera venido.

¡Bienaventurado quien acoge a Dios como él es, no como quisiéramos que fuera!; la fe en el Dios que se revela en Jesús va siempre acompañada de dudas, incertidumbres y de dificultad en creer.

El Bautista es la figura del verdadero creyente: se debate entre muchas perplejidades, se cuestiona pero no reniega del Mesías porque no se adecua a sus criterios; duda de sus propias convicciones.

No es causa de preocupación quien tiene dificultad en creer, quien se siente perdido frente al misterio y los enigmas de la existencia, quien dice no entender los pensamientos y el proceder de Dios. Si’ es causa de preocupación, por el contrario, quien confunde las propias certezas con la verdad de Dios, quien tiene una respuesta inmediata para todas las preguntas, quien tiene siempre a mano algún dogma que imponer, quien no se deja nunca cuestionar. Una fe semejante a veces raya en el fanatismo.

Cuando regresaron los discípulos de Juan, Jesús pronuncia su juicio sobre él con tres interrogantes retóricos. Es la segunda parte del evangelio de hoy (vv. 7-11).

Las respuestas a los dos primeros son obvias: el Bautista no es como las cañas silvestres que crecen junto al Jordán, símbolos de volubilidad porque se doblan según la dirección del viento. Juan no es un oportunista que se adecua a todas las situaciones y se inclina frente al potente de turno. Al contrario, es uno que se opone resueltamente a los mismísimos jefes políticos, que se enfrenta a pecho descubierto al rey, y que no teme decir lo que piensa.

Juan no es un corrompido que piensa al propio interés, que acumula dinero sin escrúpulos y lo derrocha en diversiones, en vestidos elegantes y refinados. Los corrompido—dice Jesús—son el rey y los cortesanos, los ricos y los jefes que lo han puesto en prisión.

La tercera pregunta requiere una respuesta positiva: Juan es un profeta, y más que un profeta. Ninguno en el Antiguo testamento ha llevado a cabo una misión superior a la suya. Mas que Moisés, él es “un ángel” enviado a abrir el camino a la venida liberadora del Señor.

Es significativa la nota final: “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que Juan (v 11).
Jesús no establece un escalafón basado sobre la santidad y la perfección personal sino que invita a verificar la superioridad de las condiciones del discípulo. Quien pertenece al reino de los cielos esta en grado de ver mas allá de lo que el Bautista vio’. Quien ha descubierto el rostro nuevo de Dios, quien ha comprendido que el Mesías ha venido al encuentro del hombre para perdonarlo, acogerlo, amarlo sin condiciones, ha entrado en un nuevo horizonte, en el horizonte de Dios.

Lo que nosotros hoy, independiente de nuestra santidad personal, podemos ver y entender, el Bautista lo ha solamente barruntado o intuido porque se ha quedado en el umbral de los tiempos nuevos.

http://www.bibleclaret.org

Segunda comunidad LMC en Kenia: ¡Un sueño hecho realidad!

Texto y fotos: Linda Micheletti, lmc
Desde Kitelakapel, Kenia

Domingo, 16 de noviembre de 2025, ¡qué día tan histórico! Es el comienzo de una nueva aventura para nosotros, los LMC, aquí en Kenia, ya que en este día hemos inaugurado una segunda comunidad en Chelopoy, West Pokot. En la foto (por la izquierda), la nueva comunidad: Giulia Lampo, de Italia; Iza Tobiasiewicz, de Polonia; y Mercy Lodikai, de Kenia.

Estamos muy agradecidos a todos los que lo han hecho posible: nuestro «antepasado» (como le llamamos cariñosamente), el P. Maciek Zielinski, el provincial MCCJ de Kenia, el P. Andrew Wanjohi, los LMC de Kenia y todos los LMC.

Los miembros de la nueva comunidad son: Mercy Lodikai (de Kenia), Giulia Lampo (de Italia) e Iza Tobiasiewicz (de Polonia). ¡Un aplauso, por favor! Estas tres pioneras están listas para comenzar a servir en la zona de Chelopoy y probablemente se unirán a la comunidad de Kitelakapel en el proyecto Life Skills, ampliándolo a las escuelas de su zona, al tiempo que colaborarán con el dispensario local, dirigido por las hermanas franciscanas de San José – Asumbi. Por supuesto, también participarán en actividades pastorales. Por ahora, el plan es que se tomen su tiempo para instalarse y conocer el lugar y a la gente, crear lazos de amistad y conocer su cultura, su situación y sus necesidades.

En su primer día, mientras celebrábamos la inauguración de la comunidad y las obras de renovación de la casa que van a utilizar, fueron recibidas con gran calidez y alegría por la población local. Nosotros, la comunidad de Kitelakapel, las acompañamos y tuvimos la bendición de contar con la presencia de nuestro querido P. Maciek, nuestro igualmente querido provincial MCCJ, el P. Andrew, el párroco (P. Philip Andruga) y las hermanas combonianas de Amakuriat (la parroquia a la que pertenece la nueva comunidad), e incluso dos representantes de los LMC de Uganda, la coordinadora Beatrice Akite y el tesorero Asege Teddy, acompañados por dos voluntarios italianos y un miembro local de la aldea de paz de Kalya, Uganda.

La misa fue muy animada y participativa, gracias a la animación de la gente local, que nos obsequió con algunos regalos y nos hizo sentir como en casa desde el primer momento. A continuación, el provincial procedió a bendecir la casa y luego todos comimos algo. Fue un momento de celebración sencillo pero encantador.

Como siempre, empezar una nueva comunidad en un lugar nuevo no es algo fácil. Requiere mucha paciencia, humildad y capacidad de adaptación. Sin embargo, ¡nuestras amigas no están solas! Tienen a las hermanas franciscanas como vecinas cariñosas, a las familias locales y a los miembros de la iglesia como nuevos amigos y nueva familia ampliada, y a los padres y hermanas de Amakuriat como una fuerte fuente de apoyo emocional y práctico. Sin olvidar a nosotros, la comunidad de Kitelakapel, que también estamos muy contentos de tenerlas como «vecinas» en West Pokot. Juntos recorreremos este camino, creceremos, nos apoyaremos mutuamente y haremos cosas maravillosas. Y, por supuesto, todo esto solo es posible con el amplio apoyo de todos los LMC, de toda la familia comboniana y de todos aquellos que creen en nosotros.

Así que, ¡gracias a todos! Seguid acompañándonos con vuestras oraciones y estad atentos.

25 años de servicio sacerdotal

Este año 2025 cuatro combonianos mexicanos celebraron sus 25 años sacerdotales. Ordenados todos ellos en el año jubilar 2000, celebraron sus bodas de plata en este año también jubilar, año de la esperanza.
P. Armando Máximo Aquino

El P. Armando Máximo Aquino, natural de San Juan Atenco, Puebla, fue ordenado el 2 de septiembre del año 2000. Trabajó en Chad y en México. Actualmente se encuentra en la parroquia de San José de Comalapa (Veracruz).

P. Víctor Alejandro Mejía

El P. Víctor Alejandro Mejía es el primer comboniano originario de La Paz, en Baja California Sur, donde comenzó la presencia de los combonianos en México. Fue ordenado el 19 de agosto del 2000 y trabajó muchos años en Taiwan y en China. Actualmente se encuentra en el noviciado de Xochimilco para las actividades de la animación misionera.

P. Lauro Betancourt

El P. Lauro Betancourt, originario de El Saucito, Zacatecas, fue ordenado sacerdote el 2 de diciembre del año 2000. Tras un periodo de trabajo misionero en México, fue enviado a Kenia, donde permaneció 13 años. Actualmente se encuentra en el seminario de Sahuayo, apoyando en el trabajo de formación de jóvenes seminaristas. 

P. José Aldo Sierra

El padre José Aldo Sierra, originario de Torreón, Coahuila, fue ordenado sacerdote el 25 de noviembre del año 2000. Después de cuatro años en México y cinco en Austria, fue destinado a Zambia, donde permaneció ocho años. Actualmente es formador de teólogos en el escolasticado comboniano de Pietermaritzburg, en Sudáfrica.

El pasado 6 de diciembre, durante la celebración jubilar del P. Aldo Sierra, todos ellos renovaron sus promesas y su compromiso como sacerdotes y misioneros combonianos. Felicitaciones a los cuatro.

De izquierda a derecha: P. Lauro Betancourt, P. Aldo Sierra, P. Armando Máximo y P. Víctor Mejía; renovando sus promesas sacerdotales ante el P. Elías Arroyo (a la derecha), vicesuperior provincial de los Misioneros Combonianos de México.

II Domingo de Adviento. Año A

“En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca.

Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.

Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban su pecado y él los bautizaba en el río.

Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su arrepentimiento y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abrahán, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abrahán. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego.

Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han arrepentido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego, Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

(Mateo 3, 1-12)


Preparen el camino del Señor
P. Enrique Sánchez G., mccj

El Adviento es un tiempo de espera activa que invita a la conversión, a cambiar, sobre todo interiormente, pero también en todo lo que tiene que ver con nuestro estilo de vida, con nuestro modo de estar en el mundo y con nuestros hermanos.

Durante el Adviento, nos ponemos en camino y, poco a poco, nos vamos preparando para acoger la presencia del Señor entre nosotros como el don más grande que hayamos recibido. El don de sabernos hijos queridos de Dios.

Las lecturas, sobre todo la primera tomada del profeta Isaías (Isaías 11,1-10), nos traen una bocanada de aire fresco que abre nuestro corazón al deseo de conversión que se transforma en esperanza y en alegría.

El profeta Isaías nos habla de un renuevo que brota del tronco de Jesé, de un vástago que Florecerá de su raíz. Es el anuncio de la venida del Señor a nuestras vidas para hacer todas las cosas nuevas. Para hacer de nosotros, hombres y mujeres nuevos.

El pueblo de Israel que parecía condenado a desaparecer por haberse alejado de su Dios, por haberse dejado encantar por los ídolos de los pueblos vecinos, era un pueblo que se veía apagado y reseco, como el tronco del árbol condenado a desaparecer.

Pero, de pronto, recibe la buena noticia de la promesa de Dios que nunca abandona a su pueblo y le promete un salvador que vendrá a cambiarlo todo, a restaurar el Reino que Dios siempre ha soñado para sus hijos. Reino en donde Dios promete volver a estar presente como un renuevo que habla de futuro en donde no haya espacio para la maldad.

Jesús es ese renuevo que brota y florece en medio del pueblo de Dios, como don y signo del deseo de Dios de estar en medio de sus criaturas.

Dios, en Jesús, promete hacerse compañero de camino hasta que todas las naciones se conviertan en morada en donde pueda habitar para siempre.

En el evangelio, san Mateo nos presenta a Juan el Bautista, el último de los profetas del Antiguo Testamento y el encargado de preparar el camino al Señor, al Salvador en quien Dios ha querido mostrar su rostro.

Durante el Adviento escucharemos muchas veces el anuncio que nos recuerda que los tiempos se han cumplido y que el Reino de Dios está presente en la persona de Jesús; pero hay que preparar los caminos para que esa buena noticia pueda llegar hasta lo profundo de los corazones, para que nos alejemos de todo aquello que nos quiere llevar por caminos que no terminan en la felicidad.

Lo que había sido anunciado por el profeta Isaías, ocho siglos antes del nacimiento de Jesús, Juan el Bautista lo predica como algo que se ha realizado en su tiempo que es el tiempo que Dios renueva a cada instante para que nos abramos a su amor.

Juan el Bautista, reconociendo a Jesús como el Mesías, anuncia que el tiempo de la salvación dejó de ser una promesa y se ha convertido en una realidad. Dios viene en Jesús para quedarse entre nosotros.

Pero, para entrar en el misterio de la encarnación de Dios en la persona de Jesús, es necesario ponerse en una actitud de conversión, de cambio de vida, de renuncia a todo aquello que puede alejar de Dios.

Se trata de un cambio de mentalidad y de actitudes, que permitan decir con la vida, que se reconoce la presencia de Dios, hasta en lo más ordinario de la vida.

Juan el Bautista invita a la conversión porque el pueblo elegido se había olvidado de Dios y se había dejado ganar por la idolatría de su tiempo que acababa en el pecado. Su invitación a cambiar de vida no se reduce a una predicación hecha de palabras y con bonitos discursos; el anuncia la llegada del Señor con el testimonio de su vida, con la radicalidad de sus opciones y la humildad de su ejemplo.

También a nosotros se nos anuncia la llegada del Señor, como una oportunidad de volver a lo que realmente es importante y lo que puede hacernos vivir en plenitud. Se nos invita en estos días a un cambio que nos permita aceptar nuestra fragilidad y nuestro pecado para reorientar nuestra vida hacia Jesús. Para que tomemos conciencia de que Dios sigue confiando y apostando por nosotros. Quiere ser el Dios con nosotros, el Dios que nos llena de entusiasmo y de alegría.

La invitación de Juan el Bautista debería resonar fuerte en nuestros oídos, como algo que nos podría ayudar a volver sobre aquello que nos ha alejado del camino. Arrepiéntanse, porque el Reino de Dios está cerca. Seguramente nos damos cuenta de que existen muchas cosas de las que también nosotros necesitamos arrepentirnos.

Necesitamos pedir perdón no sólo por el mal que pudimos haber hecho, ni por los pecados que vamos cargando como resultado de nuestro egoísmo. Necesitamos arrepentirnos de la superficialidad en que hemos vivido, preocupados por lo material e inmediato, por la búsqueda egoísta de nuestra comodidad y bienestar personal.

Dejándonos cuestionar, muy probablemente nos vamos a dar cuenta de que no sólo tendríamos que pedir perdón por el mal que hemos podido hacer a los demás a nosotros mismo; sino, más todavía, estamos llamados a pedir perdón por el bien que no hemos hecho, por habernos encerrado en nosotros mismos, por nuestras indiferencias ante el sufrimiento de los demás, por la violencia que hemos generado con nuestras palabras y nuestros juicios.

Arrepentirse no significa únicamente alejarnos del mal, sino abrirnos al bien, creando espacios de caridad y de amor, de confianza y de esperanza, de solidaridad y de fraternidad; en una palabra, espacios en donde Dios se manifieste a través de nuestra confianza en él.

Todos somos, de alguna manera, troncos secos que han perdido sus raíces profundas. Todos, quién más quién menos, nos hemos ido olvidando de lo importante que es tener a Dios en el centro de nuestra vida y de nuestros intereses. Y, desde muy lejos, pero muy fuerte, también a nosotros, Juan el Bautista nos llama a ponernos en un camino de conversión, nos invita a redescubrir la presencia de Dios, dejándolo que nazca en nuestras vidas.

Todos podemos reconocernos como troncos secos, pero también podemos sentir que el amor de Dios que nos habita hace que sintamos que de lo más profundo de nuestro ser está brotando algo nuevo. Dios está moviendo algo, como un renuevo, promete un futuro y asegura frutos abundantes. Frutos que serán cada día las expresiones de gratitud por todo lo bello que Jesús va haciendo nacer con su presencia en nuestras vidas.

Ojalá que este tiempo de Adviento, de espera de la venida del Señor, no se transforme en una espera de adornos, luces, regalos y festejos que pasarán y se olvidarán unas horas después del festejo navideño.

Pido para que nuestra espera se vea recompensada con el descubrimiento de la presencia de Jesús en nuestras vidas, que nos mueva al agradecimiento a Dios por haberse hecho uno de nosotros y por caminar a nuestro lado cada día.

No olvidemos la invitación de Juan el Bautista. Preparen el camino del Señor.


La Voz y el Camino
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

El Evangelio del segundo domingo de Adviento nos lleva al desierto para encontrar a Juan el Bautista y escuchar el mensaje particular que tiene que transmitir de parte del Dios-que-viene. El desierto no es un lugar que nos atraiga, a no ser que lo visitemos como turistas, equipados con las comodidades y seguridades necesarias. Por otra parte, la figura de Juan no resulta enseguida simpática. Es rudo, no solo en su modo de vestir, sino sobre todo en su palabra, casi agresiva. Pero debemos necesariamente encontrarnos con él en nuestro itinerario de Adviento. Y, después de todo, hemos de reconocer que, aunque sea un personaje extraño, es una persona especial, tanto por el tipo de vida que lleva como por la libertad con la que habla ante las autoridades políticas y religiosas; eso lo convierte en un testigo creíble.

Juan, hijo de un sacerdote, se había despojado de las vestiduras sacerdotales y había dejado el templo para ir a vivir al desierto, llevando una vida austera, al límite de la supervivencia. Y «la palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc 3,2). Entonces Juan comenzó a predicar: «¡Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca!». Serán estas las primeras palabras pronunciadas por Jesús al comienzo de su predicación.

Los profetas en Israel llevaban mucho tiempo sin hablar, e Israel tenía hambre de la palabra de Dios. Se había esparcido la noticia de que Juan era un profeta, y la gente acudía a él desde todas partes. La esencialidad de su mensaje tocaba los corazones y las conciencias, y todos se hacían bautizar por él en el río Jordán, pidiendo perdón por sus pecados. El pueblo reconocía en él la llegada del Mensajero anunciado por Malaquías, el último de los profetas: «He aquí que envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí» (3,1).

Así se cumplía la profecía de Isaías (40,3-5):

«Una voz grita:
En el desierto, preparad el camino del Señor,
allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios.
Que todo valle sea elevado,
y todo monte y colina sean rebajados;
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se allane.
Entonces se revelará la gloria del Señor,
y todos los hombres juntos la verán,
porque la boca del Señor ha hablado.»

Dos palabras están en el centro de la profecía: VOZ y CAMINO. La Voz es la de Juan, fuerte y poderosa como un trueno, ardiente como la de Elías, penetrante como una espada de doble filo (Hb 4,12). Anuncia la voz del Mesías que, como dice la primera lectura (Is 11,1-10), «herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios matará al malvado». La aparición de esta voz es ya un evangelio, una buena noticia. De hecho, todas las voces habían sido amordazadas, silenciadas, instrumentalizadas, portadoras de mentiras. Oír que existe una voz nueva, libre, que nos dice la verdad —aunque nos hiera— es ya una esperanza de vida.

«¡Preparad el camino del Señor!». El camino del Señor es el que conduce hacia Él, pero sobre todo el que Dios recorre para venir a nosotros. Es un camino a menudo interrumpido, que es necesario despejar para que sea transitable.

El camino es la imagen por excelencia del tiempo de Adviento. Se trata de un símbolo muy presente en la Biblia. Recordemos que todo comienza con el viaje de Abraham, luego el de los patriarcas, y el de Moisés que guía al pueblo durante cuarenta años en el desierto… El mismo Jesús, con los suyos, estará siempre en camino, y los primeros cristianos serán llamados «los del camino». Por otra parte, el camino es imagen tanto de la condición humana —homo viator— como del creyente, llamado a ser parte de una «Iglesia en salida», como gustaba recordar el Papa Francisco.

El profeta Isaías (el Segundo Isaías) fue el ideador, el ingeniero del «camino del Señor». Juan es el capataz. Debemos seguir sus instrucciones. Tomemos pico, pala y azadón. Sí, herramientas sencillas: se trata de un trabajo manual que requerirá tiempo, constancia y paciencia. Siguiendo el plan de Isaías, Juan nos da tres indicaciones principales:

1. «Que todo VALLE sea elevado»: es la primera indicación. El evangelista Lucas habla de barranco (3,5). Se trata del barranco de nuestro DESÁNIMO, en el que corremos el riesgo de caer y quedar atrapados sin remedio después de tantos intentos y fracasos. Es un peligro a menudo mortal, un abismo que sepulta toda esperanza de progreso humano y espiritual. ¿Cómo rellenarlo? A veces puede convertirse en una tarea casi imposible. ¿Qué hacer entonces? ¡Lo único es construir un puente! El puente de la esperanza en el «Dios de los imposibles». Por eso Pablo, en la segunda lectura (Rm 15,4-9), nos invita a «mantener viva la ESPERANZA»A veces se trata de «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18), porque «la esperanza no defrauda»… ¡nunca! (Rm 5,5).

2. «Que todo MONTE y colina sean rebajados»: se trata del monte de nuestro ORGULLO. Colina, monte, a veces incluso una montaña difícil de escalar. Nos engrandecemos la cabeza y nos ilusionamos creyendo que somos grandes. El «monte» ocupa todo el camino, haciéndolo infranqueable. Es necesario desmontar nuestras «alturas» para hacernos accesibles a Dios y a los demás. ¡Cuántos golpes de pico se necesitan! ¡Cuánto cuesta convertirse en un valle llano por el que todos puedan transitar tranquilamente! A veces hace falta una excavadora para quitar ciertos obstáculos. Es la excavadora de la HUMILDAD, cantada por la Virgen María en su Magníficat. Pero no despreciemos los pequeños golpes de pico cotidianos: una crítica, un servicio humilde, un silencio ante una observación injusta, un descuido que nos mortifica… Nos prepararán para recibir esas paladas de excavadora que la vida, tarde o temprano, nos dará.

3. «Que el terreno ACCIDENTADO se convierta en llanura, y los escarpes en valle»: hay demasiadas piedras y zarzas en el camino, que hacen tropezar a los caminantes y los arañan a cada paso. Son nuestros DEFECTOS y PECADOS, que con frecuencia escandalizan o hieren a los demás. También aquí se requiere un trabajo incesante, sabiendo que nunca lo lograremos del todo. Ciertas asperezas permanecerán allí, obstinadamente inamovibles. Ciertas zarzas, cortadas cien veces, volverán a brotar, casi burlándose de nuestra persistencia. Están allí para recordarnos que no podemos prescindir de la MISERICORDIA del Señor y de los hermanos; y para recordarnos que también nosotros debemos ser misericordiosos con los demás. Pablo nos lo recuerda de nuevo en la segunda lectura: «Aco­géo­s los unos a los otros, como también Cristo os acogió».

Estas son las instrucciones del capataz. Nos espera un trabajo exigente. No se trata de hacer algún pequeño propósito, creyéndonos ya cristianos, al estilo de fariseos y saduceos que se sentían seguros solo por ser hijos de Abraham. También ellos recibían el bautismo, pero para muchos era una mera formalidad, un gesto superficial. Juan, sin embargo, no fue indulgente con ellos. Los llamó «raza de víboras». Tengamos cuidado para que no termine diciéndolo también de nosotros. Y añade: «Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego». Es algo serio: no tomemos a la ligera esta gracia del Adviento.


Recorrer caminos nuevos
José Antonio Pagola

Por los años 27 o 28 apareció en el desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Después de veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: Abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?“.

Algunos sectores de la Iglesia piden al Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”.

Me parece admirable la clarividencia evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no haya nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.

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Paraíso, conversión, acogida
José Luis Sicre

1. Injusticia ‒ paraíso (Isaías 11,1-10)

La lectura de Isaías del primer domingo de Adviento hablaba de la experiencia de la guerra y la esperanza de un mundo sin conflictos militares ni carrera de armamentos. Este segundo domingo se dedica a la experiencia de la injusticia y su contrapartida de un mundo feliz, una vuelta al paraíso. Los profetas fueron quienes denunciaron la situación de injusticia con más energía. Aunque no veían fácil solución al problema, estaban convencidos de que el remedio dependía de unos jueces y monarcas justos, que implantaran la justicia en el país. El texto más claro y utópico en esta línea es el que se lee en el segundo domingo de Adviento.

La mejor forma de entender este poema es verlo como un tríptico. La primera tabla ofrece un paisaje desolador: un bosque arrasado y quemado. Pero en medio de esa desolación, en primer plano, hay un tronco del que brota un vástago: el tronco es Jesé, el padre de David, y el vástago un rey semejante al gran rey judío.

En la segunda tabla, como en un cuento maravilloso, el vástago vegetal adquiere forma humana y se convierte en rey. Pero lo más importante es que él vienen todos los dones del Espíritu de Dios. En tres binas se describen las cualidades del jefe futuro: prudencia y sabiduría, consejo y valentía, ciencia y respeto del Señor. Y todas ellas las pone al servicio de la administración de la justicia. El enemigo no es ahora una potencia invasora. Lo que disturba al pueblo de Dios es la presencia de malvados y violentos, opresores de los pobres y desamparados. El rey dedicará todo su esfuerzo a la superación de estas injusticias.

La tercera tabla del tríptico da por supuesto que tendrá éxito, consiguiendo reimplantar en la tierra una situación paradisíaca. Y esto se describe uniendo parejas de animales fuertes y débiles (lobo-cordero, pantera-cabrito, novillo-león) en los que desaparece toda agresividad. Porque nos encontramos en el paraíso, y todos los animales aceptan una modesta dieta vegetariana («el león comerá paja con el buey»), como proponía el ideal de Gn 1,30. Y como ejemplo admirable de la unión y concordia entre todos, aparece un pastor infantil de lobos, panteras y leones, además de ese niño que introduce la mano en el escondite de la serpiente. El miedo, la violencia, desaparecen de la tierra. Y todo ello gracias a que «está lleno el país del conocimiento del Señor». Ya no habrá que anhelar, como en el antiguo paraíso, comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Hay una ciencia más profunda, el conocimiento de Dios, y ésa no queda recluida dentro de unos límites prohibidos, sino que inunda la tierra como las aguas inundan el mar.

Esta esperanza del paraíso no se ha hecho todavía realidad. En la conferencia pueden verse algunos datos actuales. Pero el Adviento nos anima a mantener la esperanza y hacer lo posible por remediar la situación de injusticia.

2. Conversión (Mateo 3,1-12)

El evangelio del primer domingo nos invitaba a la vigilancia. El del segundo domingo exhorta a la conversión, basándose en la predicación de Juan Bautista.

l evangelio de Mt es muy impreciso con respecto al momento histórico en que comienza la actuación de Juan («por aquel tiempo»), y también con respecto a lugar de su predicación: «en el desierto de Judea». El hecho de que predique en el desierto significa que está en desacuerdo con el sacerdocio de Jerusalén y la religión oficial. No es en el templo, ni en la ciudad santa, donde se puede anunciar el mensaje del Reinado de Dios. Tiene que ser en un ambiente distinto. Y el signo de la conversión no serán sacrificios de animales, sino el reconocimiento de los pecados y el bautismo. 

El mensaje de Juan lo resume el evangelio en pocas palabras: «Arrepentíos, porque el Reinado de Dios está cerca». La llamada a la conversión es típicamente profética, pero Juan aduce un motivo típicamente apocalíptico: «el reinado de Dios está cerca». En el siglo XXI, esta frase puede resultarnos exagerada y ridícula. En el siglo I, a gente pobre, sencilla, oprimida por los romanos y sus colaboradores, Juan le anuncia un mundo nuevo, de justicia, paz, tranquilidad, amor, en el que Dios será el verdadero rey. Así se comprende el éxito que encuentra entre sus contemporáneos: acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán. La gente busca y encuentra en él hago algo que no encuentra entre los dirigentes religiosos.

El evangelio continúa con un duro enfrentamiento de Juan con los fariseos y saduceos. Las palabras de Juan constan de saludo y dos partes. El saludo no habría ganado un premio en un concurso de retórica: ¡Camada de víboras! Juan no quiere ganarse a sus oyentes sino provocarlos para que se conviertan. La primera parte aduce un nuevo motivo para convertirse: la inminencia del castigo, que se compara con un hacha dispuesta a talar los árboles. Y añade que la conversión debe ser práctica, acompañada de obras, como el árbol que da buen fruto, de lo contrario es cortado. En medio de esta amenaza, fariseos y saduceos pueden pensar en una escapatoria: «Somos israelitas, hijos de Abrahán, y no podrá ocurrirnos nada malo, Dios no nos castigará». Pero Juan, igual que los antiguos profetas, les advierte que esta falsa confianza no les servirá de nada.

La segunda parte del discurso acentúa el tono amenazador. Juan cumple ahora otro aspecto de su misión de precursor del Mesías: habla de este personaje, acentuando su dignidad («no merezco ni llevarle las sandalias») y su poder («yo bautizo con agua, él con fuego»). El verbo bautizar significa «lavar» (en el evangelio se dice que los fariseos «bautizan» los platos y vasos). Juan considera que su lavado es suave, con agua; el del Mesías será una purificación con fuego. Basándose en el salmo 2, algunos textos concebían al Mesías con un cetro en la mano para triturar a los pueblos rebeldes y desmenuzarlos como cacharros de loza. Juan no lo presenta con un cetro, utiliza una imagen más campesina: lleva un bieldo, con el que separará el trigo de la paja, para quemar ésta en una hoguera inextinguible.

Sumando los datos anteriores, tenemos dos imágenes terribles para exhortar a la conversión: la del hacha dispuesta a talar los árboles inútiles y la del bieldo echando a la hoguera a quienes son como la paja.

3. Acogida (Romanos 15,4-9)

Las primeras comunidades cristianas estaban formadas por dos grupos de origen muy distinto: judíos y paganos. El judío tendía a considerarse superior. El pagano, como reacción, a rechazar al cristiano de origen judío. En este contexto se mueve la lectura de Pablo. Hoy día no existe este problema, pero pueden darse otros parecidos, que dividen a los cristianos por motivos raciales, políticos o culturales.

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Misión es relanzar la esperanza
Romeo Ballan, mccj

Relanzar la esperanza es siempre una tarea difícil. Tres personajes típicos del tiempo de Adviento lo lograron. Hoy relanzan para nosotros la esperanza y nos preparan al encuentro con Cristo: son el profeta Isaías, Juan el Bautista y María. Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo posee y lo dona. También otros “pobres de Yahvé” del Primer Testamento vivían a la espera de un Mesías, aunque para muchos la espera resultaba confusa y mezclada de esperanzas humanas. El mensaje de esos tres personajes es actual y necesario también para nosotros hoy.

En efecto, también hoy la esperanza es un valor en crisis de contenidos, porque muchos desconocen lo que más necesitan para conseguir el crecimiento y desarrollo integral de su persona. En una pieza teatral emblemática de nuestro tiempo, el escritor irlandés Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura (1969), denuncia lo absurdo de la condición humana: la obra Esperando a Godot se desarrolla en la larga espera de un personaje importante, pero desconocido. Se imagina el encuentro, se sueña sobre lo que podría ocurrir. Sin embargo, cuando ya se anuncia que ese personaje está a punto de llegar, la espera baja de tensión, se pierden las ganas de prepararse y su presencia se desvanece. El encuentro no se da. La larga espera ha sido en vano. ¡Pura ilusión!

La esperanza cristiana es diferente; esta es un dinamismo de apertura y de encuentro con una Persona conocida, de la cual uno se siente profundamente amado: es el Salvador de todos, con un nombre y un rostro bien definidos. Se llama Jesucristo. Él es el centro del anuncio misionero de la Iglesia. El Papa Francisco invita a todos a no quedar presos de las cosas terrenas, sean muchas o pocas, porque estas provocan solo tristeza y cerrazón egoísta; mientras el encuentro personal con Jesucristo trae gozo y esperanza, abre a la misión. (*)

El primer personaje del Adviento, el profeta Isaías (I lectura), ocho siglos antes de Cristo, en tiempos de violencia y desolación, fue capaz de cantar la esperanza en un futuro de vida, reconciliación y prosperidad para su pueblo. En situaciones análogas de sufrimiento, también otro joven profeta, Jeremías, fue capaz de ver el almendro en ciernes (Jer 1,11). Allí donde todos ven solo negatividad, los profetas ven más allá, lejos, una historia y una esperanza diferente: la historia de Dios que lleva a todos a la salvación. Isaías veía despuntar un retoño, que en seguida fue lleno del multiforme espíritu del Señor (v. 1-3). Y describe el estupendo jardín de la convivencia pacífica de los seres vivientes (animales y personas humanas) entre sí y con la creación (v. 5-9). Tan solo un pueblo que vive así, en la justicia y armonía de relaciones, tiene algo positivo que decir a los otros, puede llegar a ser un “estandarte de pueblos” (v. 10). Tan solo así tendrá algo hermoso y verdadero que compartir en el concierto de las naciones. ¡Y se convierte en comunidad misionera! Entre las notas de ese pueblo en paz dentro y fuera, S. Pablo (II lectura) incluye la capacidad de acogerse mutuamente como nos acogió Cristo (v. 7), por su misericordia (v. 9).

El segundo personaje del Adviento, Juan el Bautista (Evangelio), profeta austero e interiormente libre, con palabras de fuego prepara el camino del Señor que viene detrás de él, bautiza “con agua para la conversión”, anunciando la presencia de uno que es más fuerte que él, el cual “bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego” (v. 11). Por eso, Juan grita: “Conviértanse” (v. 2).

María es la criatura ya plenamente convertida, es decir, totalmente orientada hacia Dios, llena de Espíritu Santo; María es la toda pura, sin mancha; es la Inmaculada (fiesta el 8 de diciembre). En el centro de Vietnam, donde he trabajado durante seis años como misionero, he visitado el santuario mariano de La Vang: allí la Virgen se apareció en 1798, en tiempo de persecuciones contra los cristianos, llevando un mensaje de consuelo y de esperanza. Es un mensaje que va bien igualmente para nosotros en el camino hacia la Navidad: “Tengan fe, hijos míos, acepten los sufrimientos con paciencia. Yo escucho siempre vuestras peticiones. Si alguien viene a rezar conmigo, escucharé sus oraciones”. María ha acogido a su Señor y le ha dado un cuerpo humano; ahora lo ofrece a todos, incluso a aquellos que todavía no lo conocen.

El Adviento es un tiempo privilegiado para vivir la misión: en Adviento y en Navidad el Señor llega a nosotros; no faltará a la cita. Pero Él quiere que otros también -¡todos!- lo conozcan y lo acojan; quiere llegar a otros también por medio de nosotros. ¿Cómo hacerlo? Haciéndonos sus discípulos-misioneros.

Encuentro de provinciales y delegados de América y Asia

Del 28 de noviembre al 1 de diciembre 2025 ha tenido lugar el encuentro de provinciales y delegados de América y Asia (AA) en la casa provincial de los Misioneros Combonianos en Quito, Ecuador. En esta reunión han participado los tres provinciales que terminan su servicio y los nuevos que asumirán esta tarea el próximo día 1 de enero del 2026. Desafortunadamente no pudo estar presente el provincial de México por problemas con sus documentos de viaje.
En la foto: Monumento situado en la Mitad del mundo. Desde la izquierda: Hno. Santos De la Cruz González; P. Juan Diego Calderón Vargas ; P. Víctor Manuel Aguilar Sánchez (delegado de Asia); P. Raimundo Nonato Rocha dos Santos (provincial de Brasil); P. David Costa Domingues (Vicario General); P. Juan Martín Rodríguez González (provincial de Ecuador); P. Jorge Elías Ochoa Gracián (provincial de Estados Unidos); Hno. Juan Carlos Salgado Ortiz (representante de los Hermanos a nivel continental); P. Nelson Edgar Mitchell Sandoval (provincial de Perú); P. Ottorino Poletto; P. Ezama Ruffino; P. Enrique Sánchez González (provincial de Centro América); P. Mario Alberto Pacheco Zamora (provincial de México); P. Jorge Alberto Benavides Orjuela (delegado de Colombia); y P. Sergio Iván Paucar Simbaña.

El encuentro ha dado principio con un intercambio fraterno entre todos los participantes quienes han hablado de sus experiencias vividas en sus años de servicio, aquellos que están terminando, y las esperanzas o sentimientos que experimentan quienes están por comenzar esta tarea y servicio a la misión y al Instituto.

Provinciales y delegados de América y Asia, en la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización.

La tarde del día 28 se tuvo un momento de formación permanente que estuvo animado por el Hermano Roberto Duarte, provincial de los Misioneros del Verbo Divino, quien compartió una reflexión sobre “Las perspectivas de la vida religiosa a la luz del congreso de la vida consagrada” que tuvo lugar hace algunas semanas en Quito. La reflexión presentada ha sido una buena iluminación y un momento de discernimiento que permitió pensar en el servicio que estamos llamados a dar como testigos y compañeros de camino con los hermanos de nuestras provincias y delegaciones.

El sábado 29 por la mañana fue dedicado al tema de la unificación de las provincias. Este tema fue presentado y animado por el padre David Domingues, Vicario General del Instituto, quien compartió el camino que se ha recorrido sobre este tema en el Instituto y las orientaciones que se están proyectando hacia el futuro, sobre todo a partir de las indicaciones que ha dado la Asamblea Interprovincial celebrada en septiembre pasado.

Padre David Dominges, Vicario General de los Misioneros Combonianos, en la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización.

En el intercambio que se ha podido realizar con el padre David Dominges, todos los participantes han sido invitados a manifestar sus opiniones y pareceres sobre este tema, recordando la reflexión y el trabajo ya realizado a nivel de todas las circunscripciones. El intercambio ha sido franco, espontáneo y abierto, mostrando una disponibilidad a continuar con la reflexión y las indicaciones que serán dadas por el Consejo General en una próxima carta que será enviada a todo el Instituto sobre este tema.

La tarde del mismo sábado se dedicó a compartir información sobre varios temas relacionados con la misión, la animación misionera, el foro COP30, que tuvo lugar en Brasil. El encargado de transmitir todas esas informaciones fue el padre Raimondo, provincial de Brasil, coordinador del sector de la misión en el continente.

El padre Jorge Benavides, Delegado de Colombia, nos presentó informaciones sobre las pastorales específicas, en el continente, es decir, pastoral urbana, indígena y afro. Compartió también su experiencia participando al encuentro de Pastoral Afro que tuvo lugar en Luján, Argentina, en donde estuvieron presentes algunos combonianos del continente. El padre Jorge informó también sobre el proyecto de un postulando interprovincial, como una posibilidad que es sostenida por algunas de las provincias que en este momento cuentan con un número reducido de postulantes.

Durante los trabajos de esa tarde se abordaron también los temas sobre los noviciados de Xochimilco y Manila, las decisiones tomadas sobre el servicio misionero y los cursos de formación permanente que se llevan a cabo en Roma. También se tocó el tema de la revista digital y de la página digital que se ha ido preparando, sobre todo con la ayuda del padre Francisco Carrera, desde Colombia.

El domingo 30 de noviembre lo hemos dedicado a convivir como grupo visitando la parroquia comboniana María Estrella de la Evangelización en donde se celebró la eucaristía y se compartió el almuerzo ofrecido por la comunidad. Se tuvo también la oportunidad de visitar el monumento situado en la Mitad del mundo. Este monumento icónico, ubicado cerca de Quito, marca la línea ecuatorial, que divide la Tierra en los hemisferios norte y sur.

En la agenda del lunes 1 de diciembre se continuó con el intercambio de información sobre otros aspectos y temas importante a tener en cuenta, para continuar con el servicio que se va realizando, asegurando la continuidad y la atención a la realidad misionera que presenta el continente con sus retos, desafíos y esperanzas misioneras de cara al futuro.

Un gracias enorme y de corazón al P. Ottorino, Provincial de Ecuador, a la Provincia y en especial a la comunidad de la casa provincial que nos han acogido y servido con mucha atención para que esta reunión pudiera realizarse con tranquilidad y provecho.

Provinciales y Delegados de América y Asia
Quito, Ecuador

Una vida con las mujeres sabias

Por Hna. Sonia de Jesús García desde Kaande (Zambia)


Una de las mayores alegrías de la misión es constatar el bien que se hace a las personas. Lo compruebo día a día en las actividades que llevamos adelante las cuatro combonianas de la comunidad de Kaande, en la diócesis zambiana de Mongu. Una hermana se ocupa de la pastoral en general, otra trabaja con los campesinos, otra está comprometida en la educación y yo, que soy enfermera, me ocupo de la pastoral de la salud.

En Kaande las cosas están mejorando poco a poco. Trabajamos con el grupo Promotoras de Salud, integrado por mujeres que han recibido una formación sencilla pero suficiente para acompañar y ayudar en diversos problemas de salud.

La mayoría de estas mujeres, a las que coordino, no pertenecen a la Iglesia católica sino a otros cultos e Iglesias presentes en la zona. Son baptistas, adventistas o de la New Apostolic Church. En el grupo saben que represento a la Iglesia católica con el aprobación de mi superiora provincial, del obispo y del párroco. Un día me sorprendió un comentario suyo: «­Realmente la Iglesia católica es diferente. En nuestras Iglesias nos limitamos a ir al culto, rezamos, cantamos, pero no nos ocupamos de aspectos sociales como ayudar al que lo necesita».

Al tratarse de un grupo interre­ligioso, la gente ve a los católicos desde otra perspectiva e intuyen que detrás de todo lo que hacemos está la importancia que damos a Dios, que se muestra a través del cuidado de las personas. Estoy convencida de que este testimonio de unidad en la diversidad es también un modo de evangelizar.

El trabajo de las promotoras es muy bonito. Han aprendido a cuidar de los bebés y de las mujeres embarazadas y los consejos que dan son muy pertinentes y sabios. Este equipo de mujeres es uno de los logros de nuestra misión.

Debemos enfrentar muchos retos e intentamos hacerlo a través de soluciones que estén al alcance de todos. En los últimos tiempos hemos detectado muchos problemas dermatológicos por falta de higiene. Las familias prefieren comprar comida a un trozo de jabón, que puede ser más caro. Por eso hemos organizado talleres para que la gente aprendan a hacer jabón artesanal.

Hay cosas que me cuesta mucho comprender, como que las familias sigan creyendo que la enfermedad se produce porque alguien «te la da» y que tenga sentido ir al chamán para que te cure. Esto es un problema grave porque las familias gastan mucho dinero y, además, el enfermo no sana.

Visitamos a las familias con frecuencia y tratamos de aconsejarlas e intervenir, pero siempre con el máximo respeto. Es bonito no sentirse aisladas, sino misioneras que sirven, acompañan y sostienen a la gente desde la fe en Jesús. Como decía Comboni, tratamos de «hacer causa común» y que la gente sea protagonista de su propio desarrollo y evangelización.