La sinodalidad es un proceso

Por: + Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

Ha concluido en Roma la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, con participación de muchos otros miembros del Pueblo de Dios. Se ha publicado el Informe de Síntesis, que recoge los aportes recibidos en el aula sinodal, más todas las aportaciones que se hicieron en toda la Iglesia durante dos años anteriores. El Sínodo no empieza ni termina aquí, sino que es un proceso de la vida de la Iglesia, antes y después del Concilio Vaticano II (1962-65).

Si sinodalidad significa que todos los bautizados sean miembros vivos y operantes de la Iglesia, esto ya sucedía tanto en lo que nos describe Hechos de los Apóstoles 15, como en lo que ya se hacía antes del Concilio. Por ejemplo, en mi pequeña población, no había sacerdote y mi papá, junto con otros laicos, asumía el servicio de estar al frente de la comunidad. Iba a la ciudad cercana a recibir su formación por parte de la Acción Católica; luego daba la catequesis diferenciada a jóvenes y adultos, presidía la celebración dominical, que llamaban Misa de los campesinos, sin sacerdote, y promovía lo que hoy llamamos pastoral social: que hubiera carretera, luz eléctrica, escuela, salud y desarrollo.

Después del Concilio Vaticano II, sobre todo en lugares donde no hay suficientes sacerdotes, los catequistas, mujeres y varones, religiosas y diáconos, previa formación recibida por parte de su párroco, son los animadores integrales de la comunidad, tanto en la evangelización y la catequesis, como en las celebraciones y en el desarrollo integral. Esto lo hemos vivido en muchos lugares y no es moda actual. Lo que pide el Sínodo es que todos los bautizados asuman su lugar y su misión en la tarea de continuar la obra de Jesús, para el bien de la humanidad.

DISCERNIR

En cuanto a la importancia del apostolado de los laicos, ya dijo el Concilio en su Decreto Ad gentes: “La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho” (21).

El Papa decía en su homilía de clausura de esta sesión sinodal: “La Iglesia que estamos llamados a soñar: una Iglesia servidora de todos, servidora de los últimos. Una Iglesia que no exige nunca un expediente de ´buena conducta´, sino que acoge, sirve, ama, perdona. Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de misericordia... Se concluye la Asamblea sinodal. En esta ´conversación del Espíritu´ hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu Santo. Hoy no vemos el fruto completo de este proceso, pero con amplitud de miras podemos contemplar el horizonte que se abre ante nosotros. El Señor nos guiará y nos ayudará a ser una Iglesia más sinodal y más misionera, que adora a Dios y sirve a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo, saliendo a llevar la reconfortante alegría del Evangelio a todos.

Pero esto es un proceso de vida, que no se queda en un evento. Como dice el Informe de Síntesis: “La Asamblea no es un acontecimiento aislado, sino una parte integrante y una etapa necesaria del proceso sinodal. En la multiplicidad de intervenciones y la pluralidad de posiciones resonó la experiencia de una Iglesia que está aprendiendo el estilo de la sinodalidad y buscando las formas más adecuadas para realizarla. Esta fase durará hasta octubre de 2024, cuando la Segunda Sesión de la Asamblea concluirá sus trabajos, ofreciéndolos al Santo Padre.

De hecho, el camino sinodal pone en práctica lo que el Concilio enseñó sobre la Iglesia como Misterio y Pueblo de Dios, llamada a la santidad. Valora la contribución de todos los bautizados, en la variedad de sus vocaciones, a una mejor comprensión y práctica del Evangelio. En este sentido, constituye un verdadero acto de recepción ulterior del Concilio, prolongando su inspiración y relanzando su fuerza profética para el mundo de hoy.

El sentido del camino sinodal convocado por el Santo Padre es implicar a todos los bautizados... No es fácil escuchar ideas diferentes, sin ceder inmediatamente a la tentación de replicar; ofrecer la propia contribución como un don para los demás y no como una certeza absoluta. Sin embargo, la gracia del Señor nos ha llevado a hacerlo, a pesar de nuestras limitaciones, y ésta ha sido para nosotros una verdadera experiencia de sinodalidad. Practicándola, la hemos comprendido mejor y hemos captado su valor.

El estilo de la sinodalidad aparece como un modo de actuar y operar en la fe que brota de la contemplación de la Trinidad y valora la unidad y la variedad como riqueza eclesial... La sinodalidad se presenta principalmente como un camino conjunto del Pueblo de Dios y como un diálogo fecundo de carismas y ministerios al servicio de la venida del Reino... La sinodalidad aparece principalmente como un conjunto de procesos y una red de organismos que permiten el intercambio entre las Iglesias y el diálogo con el mundo.

ACTUAR

El Papa Francisco ha criticado frecuente y duramente el clericalismo, que es como acaparar la misión de la Iglesia y como un abuso de poder por parte de los clérigos. Si nosotros fallamos en esto, pidamos al Espíritu Santo la gracia de convertirnos. Y las religiosas y demás laicos ayúdenos a entrar en este proceso de sinodalidad, como estilo de vida eclesial, en que todos participamos. La autoridad, según Jesús, es servicio.

El Papa: “El clericalismo es una forma de mundanidad que daña al pueblo fiel de Dios”

La tarde del miércoles 25 de octubre, durante la 18 Congregación General de la asamblea sinodal, el Papa Francisco ha hecho la siguiente intervención:

Me gusta pensar la Iglesia como pueblo fiel de Dios, santo y pecador, pueblo convocado y llamado con la fuerza de las bienaventuranzas y de Mateo 25.

Jesús, para su Iglesia, no asumió ninguno de los esquemas políticos de su tiempo: ni fariseos, ni saduceos, ni esenios, ni zelotes. Ninguna “corporación cerrada”; simplemente retoma la tradición de Israel: “tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios”.

Me gusta pensar la Iglesia como este pueblo sencillo y humilde que camina en la presencia del Señor (el pueblo fiel de Dios). Este es el sentido religioso de nuestro pueblo fiel. Y digo pueblo fiel para no caer en los tantos enfoques y esquemas ideológicos con que es “reducida” la realidad del pueblo de Dios. Sencillamente pueblo fiel, o también, “santo pueblo fiel de Dios” en camino, santo y pecador. Y la Iglesia es ésta.

Una de las características de este pueblo fiel es su infalibilidad; sí, es infalible in credendo. (In credendo falli nequit, dice LG 12) Infabilitas in credendo. Y lo explico así: “cuando quieras saber lo que cree la Santa Madre Iglesia, andá al Magisterio, porque él es encargado de enseñártelo, pero cuando quieras saber cómo cree la Iglesia, andá al pueblo fiel.

Me viene a la memoria una imagen: el pueblo fiel reunido a la entrada de la Catedral de Éfeso. Dice la historia (o la leyenda) que la gente estaba a ambos lados del camino hacia la Catedral mientras los Obispos en procesión hacían su entrada, y que a coro repetían: “Madre de Dios”, pidiendo a la Jerarquía que declarase dogma esa verdad que ya ellos poseían como pueblo de Dios. (Algunos dicen que tenían palos en las manos y se los mostraban a los Obispos). No sé si es historia o leyenda, pero la imagen es válida.

El pueblo fiel, el santo pueblo fiel de Dios, tiene alma, y porque podemos hablar del alma de un pueblo podemos hablar de una hermenéutica, de una manera de ver la realidad, de una conciencia. Nuestro pueblo fiel tiene conciencia de su dignidad, bautiza a sus hijos, entierra a sus muertos.

Los miembros de la Jerarquía venimos de ese pueblo y hemos recibido la fe de ese pueblo, generalmente de nuestras madres y abuelas, “tu madre y tu abuela” le dice Pablo a Timoteo, una fe transmitida en dialecto femenino, como la Madre de los Macabeos que les hablaba “en dialecto” a sus hijos. Y aquí me gusta subrayar que, en el santo pueblo fiel de Dios, la fe es transmitida en dialecto, y generalmente en dialecto femenino. Esto no sólo porque la Iglesia es Madre y son precisamente las mujeres quienes mejor la reflejan; (la Iglesia es mujer) sino porque son las mujeres quienes saben esperar, saben descubrir los recursos de la Iglesia, del pueblo fiel, se arriesgan más allá del límite, quizá con miedo, pero corajudas, y en el claroscuro de un día que comienza se acercan a un sepulcro con la intuición (todavía no esperanza) de que pueda haber algo de vida.

La mujer del santo pueblo fiel de Dios es reflejo de la Iglesia. La Iglesia es femenina, es esposa, es madre.

Cuando los ministros se exceden en su servicio y maltratan al pueblo de Dios, desfiguran el rostro de la Iglesia con actitudes machistas y dictatoriales (basta recordar la intervención de la Hna. Liliana Franco). Es doloroso encontrar en algunos despachos parroquiales la “lista de precios” de los servicios sacramentales al modo de supermercado. O la Iglesia es el pueblo fiel de Dios en camino, santo y pecador, o termina siendo una empresa de servicios variados. Y cuando los agentes de pastoral toman este segundo camino la Iglesia se convierte en el supermercado de la salvación y los sacerdotes meros empleados de una multinacional. Es la gran derrota a la que nos lleva el clericalismo. Y esto con mucha pena y escándalo (basta ir a sastrerías eclesiásticas en Roma para ver el escándalo de sacerdotes jóvenes probándose sotanas y sombreros o albas y roquetes con encajes).

El clericalismo es un látigo, es un azote, es una forma de mundanidad que ensucia y daña el rostro de la esposa del Señor; esclaviza al santo pueblo fiel de Dios.

Y el pueblo de Dios, el santo pueblo fiel de Dios, sigue adelante con paciencia y humildad soportando los desprecios, maltratos, marginaciones de parte del clericalismo institucionalizado. Y, ¡con cuánta naturalidad hablamos de los príncipes de la Iglesia, o de promociones episcopales como ascensos de carrera! Los horrores del mundo, la mundanidad que maltrata al santo pueblo fiel de Dios.

Carta de la Asamblea Sinodal al Pueblo de Dios

XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SINODO DE LOS OBISPOS

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Cuando se acerca la conclusión de los trabajos de la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, queremos, con todos vosotros, dar gracias a Dios por la hermosa y rica experiencia que acabamos de vivir. Este tiempo bendecido lo hemos vivido en profunda comunión con todos vosotros. Hemos sido sostenidos por vuestras oraciones, llevando con nosotros vuestras expectativas, vuestras preguntas y también vuestros miedos.

Han pasado ya dos años desde que, a petición del Papa Francisco, se inició un largo proceso de escucha y discernimiento, abierto a todo el pueblo de Dios, sin excluir a nadie para “caminar juntos”, bajo la guía del Espíritu Santo, discípulos misioneros siguiendo a Jesucristo.

La sesión que nos ha reunido en Roma desde el 30 de septiembre constituye una etapa importante en este proceso. Por muchos motivos, ha sido una experiencia sin precedentes. Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de los Obispos. Juntos, en la complementariedad de nuestras vocaciones, de nuestros carismas y de nuestros ministerios, hemos escuchado intensamente la Palabra de Dios y la experiencia de los demás. Utilizando el método de la conversación en el Espíritu, hemos compartido con humildad las riquezas y las pobrezas de nuestras comunidades en todos los continentes, tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia hoy.

Así hemos experimentado también la importancia de favorecer intercambios recíprocos entre la tradición latina y las tradiciones del Oriente cristiano. La participación de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales ha enriquecido profundamente nuestros debates. Nuestra asamblea se ha llevado a cabo en el contexto de un mundo en crisis, cuyas heridas y escandalosas desigualdades han resonado dolorosamente en nuestros corazones y han dado a nuestros trabajos una gravedad peculiar, más aún cuando algunos de nosotros venimos de países en los que la guerra se intensifica.

Hemos rezado por las víctimas de la violencia homicida, sin olvidar a todos a los que la miseria y la corrupción les han arrojado a los peligrosos caminos de la emigración. Hemos garantizado nuestra solidaridad y nuestro compromiso al lado de las mujeres y de los hombres que en cualquier lugar del mundo actúan como artesanos de justicia y de paz.

Por invitación del Santo Padre, hemos dado un espacio importante al silencio, para favorecer entre nosotros la escucha respetuosa y el deseo de comunión en el Espíritu.

Durante la vigilia ecuménica de apertura, experimentamos cómo la sed de unidad crece en la contemplación silenciosa de Cristo crucificado. La cruz es, de hecho, la única cátedra de Aquel que, dando su vida por la salvación del mundo, encomendó sus discípulos al Padre, para que ‘todos sean uno’ (Jn 17,21). Firmemente unidos en la esperanza que nos da Su Resurrección, Le hemos encomendado nuestra Casa común, donde resuenan, cada vez con mayor urgencia, el clamor de la tierra y el clamor de los pobres: ‘¡Laudate Deum!’”, recordó el Papa Francisco precisamente al inicio de nuestros trabajos. Día tras día, hemos sentido el apremiante llamamiento a la conversión pastoral y misionera. Porque la vocación de la Iglesia es anunciar el Evangelio no concentrándose en sí misma, sino poniéndose al servicio del amor infinito con el que Dios ama el mundo (cf. Jn 3,16).

Ante la pregunta de qué esperan de la Iglesia con ocasión de este sínodo, algunas personas sin hogar que viven en los alrededores de la Plaza de San Pedro respondieron: “¡Amor!” Este amor debe seguir siendo siempre el corazón ardiente de la Iglesia, amor trinitario y eucarístico, como recordó el Papa, evocando el 15 de octubre, en la mitad del camino de nuestra asamblea, el mensaje de Santa Teresa del Niño Jesús. “Es la confianza” lo que nos da la audacia y la libertad interior que hemos experimentado, sin dudar en expresar nuestras convergencias y nuestras diferencias, nuestros deseos y nuestras preguntas, libre y humildemente.

¿Y ahora? Esperamos que los meses que nos separan de la segunda sesión, en octubre de 2024, permitan a cada uno participar concretamente en el dinamismo de la comunión misionera indicada en la palabra “sínodo”.  No se trata de una ideología, sino de una experiencia arraigada en la Tradición Apostólica. Como nos recordó el Papa al inicio de este proceso: “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad […] promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos” (9 de octubre de 2021). Los desafíos son múltiples y las preguntas numerosas: la relación de síntesis de la primera sesión aclarará los puntos de acuerdo alcanzados, evidenciará las cuestiones abiertas e indicará cómo continuar el trabajo”.

Para progresar en su discernimiento, la Iglesia necesita absolutamente escuchar a todos, comenzando por los más pobres. Eso requiere, por su parte, un camino de conversión, que es también un camino de alabanza: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños” ( Lc 10,21). Se trata de escuchar a aquellos que no tienen derecho a la palabra en la sociedad o que se sienten excluidos, también de la Iglesia. Escuchar a las personas víctimas del racismo en todas sus formas, en particular en algunas regiones de los pueblos indígenas cuyas culturas han sido humilladas. Sobre todo, la Iglesia de nuestro tiempo tiene el deber de escuchar, con espíritu de conversión, a aquellos que han sido víctimas de abusos cometidos por miembros del cuerpo eclesial, y de comprometerse concretamente y estructuralmente para que eso no vuelva a suceder.

La Iglesia necesita también escuchar a los laicos, a las mujeres y a los hombres, todos llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal: el testimonio de los catequistas, que en muchas situaciones son los primeros en anunciar el Evangelio; la sencillez y la vivacidad de los niños, el entusiasmo de los jóvenes, sus preguntas y sus peticiones; los sueños de los ancianos, su sabiduría y su memoria. La Iglesia necesita escuchar a las familias, sus preocupaciones educativas, el testimonio cristiano que ofrecen en el mundo de hoy. Necesita acoger las voces de aquellos que desean ser involucrados en ministerios laicales o en organismos participativos de discernimiento y de decisión.  La Iglesia necesita particularmente, para progresar en el discernimiento sinodal, recoger todavía más las palabras y la experiencia de los ministros ordenados: los sacerdotes, primeros colaboradores de los obispos, cuyo ministerio sacramental es indispensable en la vida de todo el cuerpo; los diáconos, que a través de su ministerio representan la preocupación de toda la Iglesia por el servicio a los más vulnerables. Debe también dejarse interpelar por la voz profética de la vida consagrada, centinela vigilante de las llamadas del Espíritu. Y debe también estar atenta a aquellos que no comparten su fe, pero que buscan la verdad, y en los que está presente y activo el Espíritu, Él que ofrece “a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et spes 22).

“El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (Papa Francisco, 17 de octubre de 2015). No debemos tener miedo de responder a esta llamada. La Virgen María, primera en el camino, nos acompaña en nuestro peregrinaje.  En las alegrías y en los dolores Ella nos muestra a su Hijo y nos invita a la confianza. ¡Es Él, Jesús, nuestra única esperanza!

Ciudad del Vaticano, 25 de octubre de 2023

Inicia el Sínodo de la Sinodalidad

Francisco abrió la primera Congregación General del Sínodo sobre la Sinodalidad y recordó a todos los participantes reunidos en el Aula Pablo VI que la asamblea “no es un parlamento, ni un encuentro entre amigos”.

Texto y foto: Vatican News

La escucha, ayuno de la palabra pública, mucho espacio para el Espíritu Santo, la oración, la reflexión -especialmente sobre los textos de San Basilio-, sin lugar para la cháchara, la mundanidad, las ideologías.
Sentado a la mesa con los representantes de la Secretaría General del Sínodo, el Papa abrió la primera Congregación General del Sínodo sobre la Sinodalidad y señaló a los más de 460 participantes el camino a seguir durante estas cuatro semanas de trabajo, instando a todos los periodistas, que hacen un trabajo “muy bonito, muy bueno”, a que les ayuden a transmitir el mensaje de que la “prioridad” es “escuchar”, antes de hablar.

El Espíritu Santo protagonista

El Papa llegó temprano al Aula Pablo VI, para la ocasión modificada en sus espacios, saludado por los presentes empezando por los dos obispos chinos, miembros en la asamblea por nombramiento papal. Junto a cardenales, obispos, religiosos, consagrados y consagradas, Francisco rezó y cantó la invocación al Espíritu Santo, el que -dijo en su breve discurso introductorio- es el verdadero “protagonista” del Sínodo. 
“El protagonista del Sínodo no somos nosotros, es el Espíritu Santo, y si dejamos paso al Espíritu Santo, el Sínodo irá bien.”

No a la charlatanería, una enfermedad frecuente

Y precisamente para “no entristecer al Espíritu” que se desanima con “palabras vacías, palabras mundanas”, el Papa vuelve a advertir contra la “charlatanería”, un “hábito humano, pero no bueno”, una “enfermedad muy frecuente entre nosotros” y “común en la Iglesia”.

La prioridad de la escucha

Más que las palabras, la preocupación del Papa es que durante el Sínodo se dé espacio a la escucha: “Existe la prioridad de la escucha -dice- y debemos dar un mensaje, y esto a los operadores de prensa, a los periodistas que hacen un trabajo muy bello, muy bueno. Pero debemos dar precisamente una comunicación que sea reflejo de esta vida en el Espíritu Santo”.
“Hace falta un ascetismo -perdón por hablar así a los periodistas- pero, un cierto ayuno de la palabra pública para custodiar esto. Y lo que se publique, que sea en este ambiente. Algunos dirán -lo están diciendo- que los obispos tienen miedo y por eso no quieren que los periodistas digan. No: el trabajo de los periodistas es muy importante. Pero hay que ayudarles a decir esto, este ir en el Espíritu.”

Mensaje a los periodistas

Francisco recuerda cómo la controversia y la presión de los medios de comunicación en Sínodos anteriores se superponían a las discusiones en el aula, a menudo incluso dirigiendo el orden del día. “Cuando (hubo) el Sínodo sobre la familia, estaba la opinión pública hecha por los mundanos de nosotros, que era dar la comunión a los divorciados: y así entramos en el Sínodo. Cuando (hubo) el Sínodo para las Amazonas, estaba la opinión pública, la presión, que era hacer los viri probati: entramos con esta presión, ¿no?”.
“Ahora -dice el Papa- se especula sobre este Sínodo: ‘¿Pero qué harán? Quizá el sacerdocio a las mujeres’, no sé, estas cosas las dicen fuera, ¿no? Y dicen tantas veces que los obispos tienen miedo de comunicar lo que está sucediendo”. Por eso el Pontífice se dirigió directamente a los “comunicadores”, pidiéndoles “que hagan bien su función, con justicia, que la Iglesia y las personas de buena voluntad -los otros dirán lo que quieran- comprendan que también en la Iglesia existe la prioridad de la escucha. Transmitan esto: es muy importante”.

Reflexionar sobre los textos de San Basilio

A continuación, el Papa señala algunos textos de antología patrística como instrumento de reflexión para todos los participantes: “Están tomados de San Basilio, que escribió ese hermoso tratado sobre el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque quiere que comprendamos esta realidad, que no es fácil… Por favor, reflexionen y mediten sobre ellos”, exhorta.

Un Sínodo deseado por todos los obispos del mundo

“No es fácil”, dice el Papa, embarcándose ahora en este Sínodo sobre la Sinodalidad, fruto de un camino de 60 años: “No es fácil, pero es hermoso”. Sobre todo, es un Sínodo, el que comienza hoy, “que todos los obispos del mundo querían”.
“En la encuesta que se hizo después del Sínodo de Amazonas, a todos los obispos del mundo, el segundo lugar de preferencia fue éste: la sinodalidad. En primer lugar estaban los sacerdotes, en tercer lugar creo que una cuestión social. Pero, en segundo lugar [la tema de la sinodalidad estaba en segundo lugar]. Todos los obispos del mundo vieron la necesidad de reflexionar sobre la sinodalidad. ¿Por qué? Porque todos se dieron cuenta de que la fruta estaba madura para tal cosa.”

No es una reunión “parlamentaria”

Así que “con este espíritu comencemos a trabajar, hoy”, afirmó Francisco, recordando de nuevo -como hizo hoy en su homilía durante la Misa en la Plaza de San Pedro- “que el Sínodo no es un parlamento: es otra cosa; que el Sínodo no es una reunión de amigos para resolver algunas cosas del momento o dar opiniones: es otra cosa”.
“Si hay otros caminos por intereses humanos, personales, ideológicos en medio de nosotros, no será un Sínodo, será una reunión más parlamentaria, que es otra cosa. El Sínodo es un camino que hace el Espíritu Santo.”

Tres combonianos en el Sínodo de la Sinodalidad

La Santa Sede ha hecho pública hoy la lista de participantes en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebrará el próximo mes de octubre en Roma. El P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie es uno de los diez participantes indicados entre los Superiores Generales, elegido con otros cuatro miembros de la Unión de Superiores Generales (USG) y otras cinco hermanas elegidas entre los miembros de la Unión de Superioras Generales (UISG). Todo el Instituto felicita al P. Tesfaye por esta elección y le asegura desde ahora el apoyo de sus oraciones.

En el Sínodo participarán también el cardenal Miguel Ángel Ayuso, como Prefecto del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso y Mons. Menghesteab Tesfamariam, arzobispo de Asmara y presidente del Consejo de la Iglesia de Eritrea.