Tag Cardenal Arizmendi

Obispos y realidad nacional

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Mirar

La semana pasada, los obispos del país estuvimos reunidos en asamblea ordinaria para evaluar lo que hemos hecho en los últimos tres años, elegir nuevos cargos y decidir el camino para el siguiente trienio. Aprobamos este objetivo general: Caminar como Iglesia profética y sinodal, siguiendo a Jesucristo e impulsados por el Espíritu Santo, bajo la mirada de Santa María de Guadalupe, para seguir evangelizando y construyendo una cultura de paz, mediante el diálogo fraterno, la justicia y la reconciliación, en esperanza hacia los jubileos 2031-2033.

Nos propusimos cuatro ejes transversales: 1. La sinodalidad al servicio de la evangelización, para enfatizar la escucha de Dios y de los hermanos, integrar la conversión personal, comunitaria y pastoral, y promover el discernimiento y la corresponsabilidad eclesial. 2. La vocación, formación y misión de todos los bautizados, que incluye a ministros ordenados, vida consagrada y laicos, enfatiza la cultura vocacional y la formación integral, y fortalece la identidad y misión de cada estado de vida. 3. Iluminar con el Evangelio el cambio de época, para iluminar las transformaciones culturales y sociales, atender las implicaciones antropológicas actuales e integrar el cuidado de la casa común y la ecología integral. 4. La construcción del Reino de Dios en la justicia y la paz, promoviendo el acompañamiento a los más pobres y vulnerables, atendiendo a las víctimas de la violencia y trabajando por la reconciliación y la paz desde la verdad.

Estuvieron con nosotros la Presidenta de la República, Dra. Claudia Sheinbaum, la Secretaria de Gobernación, Lic. Rosa Icela Rodríguez, y la Responsable de Asuntos Religiosos en esta misma Secretaría, Lic. Clara Luz Flores. Se les compartieron preocupaciones de nuestra realidad nacional, como inseguridad, violencia, pobreza, tala inmoderada de árboles, polarización social, migración, cuidado de la naturaleza y otros asuntos. Por su parte, manifestaron disponibilidad para seguir dialogando sobre ello y buscar caminos de solución.

Discernir

No falta quien diga que no debemos meternos en estos asuntos; pero el Papa Francisco, en fidelidad al Evangelio, escribió en su exhortación Gaudete et exultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual: “Ser santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis. Decía san Juan Pablo II que «si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse». El texto de Mateo 25,35-36 «no es una simple invitación a la caridad: es una página de Cristología, que ilumina el misterio de Cristo». En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse” (95). “El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es el corazón palpitante del Evangelio” (96).

Nadie quita importancia a la oración, a la meditación con la Palabra de Dios, a las celebraciones litúrgicas, pero no podemos ser ministros de Cristo y de su Iglesia al estilo del sacerdote y levita del Antiguo Testamento, que se creían santos porque iban al templo de Jerusalén y rezaban con los salmos, pero nada hicieron por el pobre tirado al borde del camino (cf Lc 10,25-37). En fidelidad al Evangelio, el Papa, en su exhortación Evangelii Gaudium, nos dice: “Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia. Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo” (EG 268-269).  

Y el domingo pasado, en la Jornada Mundial de los Pobres, reiteró: “Vemos cómo a nuestro alrededor crece la injusticia que provoca el dolor de los pobres; sin embargo, nos dejamos llevar por la inercia de aquellos que, por comodidad o por pereza, piensan que ‘el mundo es así’ y ‘no hay nada que yo pueda hacer’. Así, incluso la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad.

La esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso, necesita de una fe que opere en la caridad, necesita de cristianos que no se hagan los desentendidos. Preguntémonos a nosotros mismos: ¿me hago el desentendido cuando veo la pobreza, la necesidad, el dolor de los demás? ¿Tengo yo la misma compasión del Señor hacia los pobres, hacia los que no tienen trabajo, no tienen qué comer, están marginados por la sociedad?” (17-XI-2024).

Actuar

Los obispos, si queremos ser fieles a Jesús, debemos hacer nuestro el dolor del pueblo, que se siente desorientado y desahuciado. Y lo mismo han de hacer todos los seguidores de Jesús: que nos duelan las angustias de nuestra gente y que hagamos lo que más podamos por revertir esta situación de violencia e inseguridad, buscando oportunidad de hablar con las autoridades y haciendo aunque sea algo pequeño para ayudar y proteger a quienes sufren.

Nueva Presidenta e Iglesia

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto: EneasMx – Trabajo propio, CC BY 4.0

MIRAR

Estamos iniciando un nuevo sexenio en el gobierno federal de nuestro país. La nueva Presidenta se ha comprometido a continuar, así dice ella, lo hecho por el gobernante anterior, como si todo hubiera sido exitoso y benéfico para las mayorías. Pedimos a Dios que la inspire, así como a su equipo, para que sea el bien común lo que les mueva, y encuentren otras formas más eficaces para la tan anhelada paz social, que se ha debilitado mucho.

Algunos se preguntan cuál es la religión de la Presidenta. Tiene antecedentes familiares judíos, que podrían suponer en ella los principios básicos de esa religión, pero eso no aparece en ninguna parte de su vida. Se le considera científica y académica, no creyente, como si lo científico prescindiera de lo religioso. Sin embargo, durante su campaña electoral, fue a visitar al Papa Francisco, hizo una presentación de su proyecto ante el pleno del episcopado mexicano y aceptó firmar nuestra propuesta de construcción de la paz, aunque expresó no estar de acuerdo con algunos de nuestros análisis de la realidad nacional. Sus enemigos difundieron que, si ganaba, cerraría templos y convertiría la Basílica de Guadalupe en museo, lo cual es falso; no es tonta para hacer eso. Esperamos que sea respetuosa con todas las opciones religiosas, con apertura de mente y de corazón para aceptar la colaboración que nuestra religión aporta a la paz y a la justicia social.

En la historia nacional, sobre todo de 1926 a 1929, sufrimos una grave persecución religiosa, pues el gobierno de entonces quería suprimir la Iglesia; muchos católicos murieron por defender nuestra fe. Hemos tenido gobernantes con diferentes opciones y actitudes religiosas, desde unos más indiferentes y contrarios, hasta otros más respetuosos y hasta practicantes. El Presidente que sale nos dijo a los obispos que era católico, pero a su manera; hacía alusiones a Jesucristo, cuando lo quería jalar hacia su opción política, pero no le hizo caso en muchas otras cosas. Por ejemplo, Jesús nos enseña amar y perdonar, y en consecuencia no odiar, ni ofender y tratar de destruir a los que piensan diferente. Jesús nos ordena amar preferencialmente a los pobres, pero no usarlos en campañas políticas. Jesús nos indica no mentir; por tanto, no desvirtuar la realidad cada mañana.

En Nicaragua, la Iglesia está sufriendo una persecución muy arbitraria, con muchas detenciones contra los contrarios al régimen imperante. Se ha expulsado y privado de su nacionalidad a muchas personas, también a obispos, sacerdotes y religiosas, incluso a la representación de la Santa Sede, por el simple hecho de no aplaudir todo lo que el gobierno hace. La Iglesia sigue viva, aunque sufriendo mucho. Tarde que temprano, ese imperio caerá. Al pueblo sencillo se le puede engañar y comprar con dádivas, pero sólo temporalmente; las injusticias evidentes hacen que se abran los ojos.

DISCERNIR

El episcopado mexicano envió un mensaje a la nueva Presidenta del país, en que, entre otras cosas, se le dice:

“Como Pastores de la Iglesia Católica en México, pero también como ciudadanos mexicanos,

además de nuestras felicitaciones, oraciones y buenos augurios, nos permitimos expresar los sentimientos de esperanza que tenemos al comienzo de esta nueva etapa de gobierno, tratando de reflejar lo que hay en el ánimo de millones de ciudadanos.

Nos parece que la realidad habla por sí misma y exige, de manera inmediata, políticas públicas que garanticen la seguridad ciudadana, superen la pobreza y la desigualdad, y promuevan la unidad nacional y la concordia entre todos. Nunca más el dominio del crimen organizado ni de la delincuencia en general.

Tenemos la convicción de que México debe ser un país donde gobierno y ciudadanos respeten las Leyes, teniendo como marco de referencia la Constitución con la que nos identificamos y que no puede ser violentada por sectores sociales o políticos que pasen por encima del conjunto de la Nación. Estamos convencidos que México está llamado a volver a vivir en un verdadero Estado de Derecho Democrático, constituido por una Federación de Estados autónomos, con equilibrio de poderes, que nos hace ser una República confiable para todos. Sin confianza no hay desarrollo, ni futuro estable.

Desde el pensamiento humanista de la Iglesia, reconocemos la dignidad de toda persona como un principio inviolable y fundamento de todos los derechos humanos. Necesitamos vivir en un Estado democrático que respete los derechos humanos para todos los ciudadanos, fortaleciendo las instituciones que garantizan el ejercicio pleno de estos derechos y fomentando una cultura de respeto mutuo y participación ciudadana.

México tiene grandes retos que son oportunidad para crecer en participación y diálogo, superando la polarización, buscando la reconciliación hasta llegar a los acuerdos necesarios junto a todas las fuerzas políticas, -sin aniquilar a las minorías-, para construir, desde el diálogo y el consenso, el proyecto del bien común para que la sociedad mexicana viva en paz. Reiteramos nuestra voluntad de sumarnos a esta dinámica para convivir con justicia y solidaridad para todos”.

ACTUAR

Que Dios ilumine y fortalezca a nuestras nuevas autoridades, pero cada quien hagamos lo que podamos por mejorar nuestro entorno, y no esperemos que todo lo haga el gobierno.

Las guerras son una derrota

Por: + Felipe Cardenal Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto: ADN-CELAM

MIRAR

Las guerras actuales más conocidas mediáticamente son la de Rusia contra Ucrania y la de Israel contra el Grupo Palestino Hamás. Hay muchas otras guerras en diversas partes del mundo, que no son tan conocidas, pero que causan enormes sufrimientos, sobre todo en los civiles, en los niños y en tantas víctimas inocentes. Aunque se alegue que pelean por defender sus derechos violentados por la contraparte, siempre es una derrota de la fraternidad y del diálogo, una derrota de la paz y de la justicia. También hay guerras en las familias, en la política partidista y en otras instancias, a veces con armas muy destructoras de la convivencia pacífica.

El 1 de enero de 1994, en Chiapas, se levantaron en armas miles de indígenas para exigir un cambio en las políticas económicas y sociales del sistema imperante en el país. Los obispos de entonces en esa región, Samuel Ruiz, Felipe Aguirre y un servidor, al tercer día del levantamiento emitimos un comunicado en que denunciábamos las causas estructurales de la marginación indígena y pedíamos justicia hacia ellos, pero rechazábamos la vía armada como método de cambio. Mons. Samuel siempre luchó por los derechos indígenas, pero nunca estuvo de acuerdo en el uso de las armas, porque sabía que muchos indígenas serían masacrados por el ejército nacional. Afortunadamente, la sociedad civil del país se movilizó pidiendo justicia para los oprimidos, pero también el cese de la guerra. Esta duró sólo diez días, pero dejó una gran cantidad de heridos y muertos, así como divisiones internas en la sociedad chiapaneca, incluso entre los mismos indígenas.

La política seguida en el actual sexenio de gobierno, que está por concluir, fue abrazos y no balazos, para no seguir la llamada guerra contra el narcotráfico del gobierno anterior, con el argumento de evitar más derramamiento de sangre en el país. Sin embargo, esa estrategia ha dejado como consecuencia la libre actuación de grupos criminales dedicados no tanto al trasiego de drogas, sino a la extorsión. Ellos, con armamento pesado y sofisticado, han ganado en poder y dominan amplias regiones del país, incluido mi pueblito; secuestran, levantan y asesinan a quienes no se someten a sus arbitrariedades. Nos sentimos desprotegidos por el gobierno e indefensos para defender el trabajo honrado de tantas personas a quienes aquellos exigen grandes cantidades de dinero para dejarlos vivir y trabajar. No abogamos por guerras sangrientas, sino por una nueva inteligencia que desarme a esos tipos y evite tanta injusticia que sufren los pobres. Y que no se presuma en informes finales de que todo está bien y de que hemos progresado mucho. ¿Con qué ojos ven la realidad?

DISCERNIR

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración Dignitas infinita, considera las guerras como algo contrario a la dignidad humana:

“Otra tragedia que niega la dignidad humana es la que provoca la guerra, hoy como en todos los tiempos: guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas contra la dignidad humana van multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ‘tercera guerra mundial en etapas’. Con su estela de destrucción y dolor, la guerra atenta contra la dignidad humana a corto y largo plazo: incluso reafirmando el derecho inalienable a la legítima defensa, así como la responsabilidad de proteger aquellos cuya existencia está amenazada, debemos admitir que la guerra siempre es una ‘derrota de la humanidad’. Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o muerto; ninguna guerra vale la pérdida de la vida, aunque sea de una sola persona humana, ser sagrado, creado a imagen y semejanza del Creador; ninguna guerra vale el envenenamiento de nuestra Casa Común; y ninguna guerra vale la desesperación de los que están obligados a dejar su patria y son privados, de un momento a otro, de su casa y de todos los vínculos familiares, de amistad, sociales y culturales que se han construido, a veces a través de generaciones. Todas las guerras, por el mero hecho de contradecir la dignidad humana, son conflictos que no resolverán los problemas, sino que los aumentarán. Esto es aún más grave en nuestra época, en la que se ha convertido en normal que, fuera del campo de batalla, mueran tantos civiles inocentes” (38).

“En consecuencia, aún hoy la Iglesia no puede dejar de hacer suyas las palabras de los Pontífices, repitiendo con san Pablo VI: «¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra!», y pidiendo, junto a san Juan Pablo II, «a todos en nombre de Dios y en nombre del hombre: ¡no matéis! ¡No preparéis a los hombres destrucciones y exterminio! ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren hambre y miseria! ¡Respetad la dignidad y la libertad de cada uno!». Precisamente en nuestro tiempo, éste es el grito de la Iglesia y de toda la humanidad. Por último, el Papa Francisco subraya que «no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’. ¡Nunca más la guerra!». Como la humanidad vuelve a caer a menudo en los mismos errores del pasado, para construir la paz es necesario salir de la lógica de la legitimidad de la guerra. La íntima relación que existe entre fe y dignidad humana hace contradictorio que se fundamente la guerra sobre convicciones religiosas: quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma” (39).

ACTUAR

Oremos por la paz en el mundo y por el bienestar de nuestra patria: que ya no haya guerras en las familias, en las comunidades, en la política partidista, y que se conviertan los grupos criminales hacia el respeto a los derechos de los demás, para que gocemos de paz y tranquilidad. Empecemos por nuestra familia.

El desafío migratorio

Por: Felipe Cardenal Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

Desde que yo era niño, allá por los años cuarentas del siglo pasado, varias personas de mi pueblito emigraron. Unos pocos salieron para huir de conflictos ejidales de aquellos tiempos por la explotación de la madera. Varios más se fueron a trabajar a los Estados Unidos, la mayoría sin documentos, y ha mejorado su calidad de vida; casi todos han construido buenas casas en la comunidad para su familia y para ellos cuando pueden venir. Muchos han salido a estudiar o a trabajar en ciudades cercanas. Esta migración, en general, ha sido benéfica para ellos y para mi pueblo. Cuando llegan las fiestas patronales, o si hay alguna necesidad comunitaria, ellos colaboran significativamente.

Cuando serví como obispo en Tapachula, (1991-2000), pasaban algunos migrantes, no tantos como ahora, sobre todo de Guatemala, El Salvador y Honduras, y la diócesis, desde mucho antes de que yo llegara, procuró atenderles en lo posible, construyendo albergues para ellos. La mayoría usaban el tren La Bestia, que en aquellos años unía las fronteras México-Guatemala. El huracán Stan destruyó muchos puentes ferroviarios y, desde entonces, se suspendió esa conexión. Entonces, el reto mayor eran los casi 55,000 guatemaltecos refugiados, que habían huido de la guerra civil en su país. Siguiendo lo hecho por mi antecesor, se les ayudó no sólo con asistencia ocasional, sino también promoviendo que tuvieran trabajos adecuados; les acompañamos después en su retorno programado a Guatemala.

Como obispo en San Cristóbal de Las Casas (2000-2018), me tocó atender el aumento migratorio que se intensificó allá, pues muchos migrantes procuraban llegar a Palenque, donde podían abordar el tren que allá subsistía, para intentar llegar a los Estados Unidos. ¡Cuántos sufrimientos padecían! ¡Cómo eran extorsionados, explotados, vejados, tanto por polleros, como por autoridades migratorias! Hicimos cuanto fue posible, y la diócesis prosigue este servicio a tantos hermanos que no cesan en su intento de llegar a su objetivo.

Ahora las caravanas de migrantes han aumentado tánto que nos han rebasado a las diócesis, a los organismos de ayuda y a las mismas autoridades. Estas insisten que se atiendan las causas desde sus países de origen. Esto es muy correcto, pues si en el propio lugar no hay condiciones de seguridad y de trabajo, la gente no se detendrá, aunque le pongan más muros. Sin embargo, esas ayudas no han sido suficientes. Por presiones del gobierno norteamericano, nos hemos convertido en un país represor y expulsor de migrantes indocumentados ¡Es un gran desafío para todos!

DISCERNIR

Los obispos de la frontera entre Texas y México emitieron un importante documento sobre esta realidad. En la primera parte, analizan con datos el fenómeno. En la segunda, hacen un profundo discernimiento. En la tercera, proponen unas recomendaciones. Transcribo algo de lo que dicen:

“Nuestra perspectiva católica sobre los migrantes y refugiados tiene su raíz en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición, con la guía del Magisterio de la Iglesia. La Biblia habla sobre la experiencia de la migración. Por ejemplo, el Libro del Éxodo dice: “No maltrates ni oprimas al extranjero, porque ustedes también fueron extranjeros en Egipto” (Ex 22,20). José, María, y el niño Jesús emigraron temporalmente a Egipto para escapar de los violentos planes del rey Herodes (cf. Mt 2, 13-23). Jesús mismo enseña que, al acoger al forastero, en realidad lo estamos acogiendo a Él, que dirá en el Juicio Final: “Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa” (Mt 25,35). Jesús nos visita en los migrantes, que se convierten en nuestros compañeros de viaje. En ellos recibimos como huésped al que nos prepara casa en el cielo, que es nuestra patria.

A lo largo de la historia, la Iglesia, que como una madre ha estado atenta y solícita a los problemas de la humanidad, mediante su doctrina social ha promovido y defendido el derecho natural e inalienable que toda persona humana tiene de migrar o no migrar. También ha reconocido el derecho de los estados de controlar sus fronteras y el deber de acoger y velar por los derechos del migrante, quien a su vez debe respetar el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, obedecer sus leyes y contribuir a su desarrollo.

La Iglesia enseña que toda persona tiene derecho de encontrar en el propio país oportunidades económicas, políticas y sociales que le permitan alcanzar una vida digna y plena. Eso requiere que cada país, mediante una atenta administración local o nacional, garantice un comercio más equitativo y una cooperación internacional solidaria, y asegure a sus propios habitantes la libertad de expresión y de movimiento, así como la posibilidad de satisfacer vivienda y la educación”.

ACTUAR

¿Qué hacer? Los mismos obispos proponen: “Independientemente de su situación legal, la vida, la dignidad y los derechos de los migrantes deben ser reconocidos, respetados, promovidos y defendidos, lo mismo que sus respectivos deberes. La Iglesia reafirma la necesidad prioritaria de un estado de derecho que proteja a las familias, en particular de los migrantes y refugiados, que son agraviados por nuevas dificultades. El Estado debe ser garante de la igualdad de trato legislativo y, por tanto, debe proteger todos los derechos de la familia migrante y refugiada, evitando cualquier forma de discriminación en el ámbito del trabajo, la vivienda, la salud, la educación y la cultura.

Se necesita por parte de todos –dice el papa– un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la ‘cultura del encuentro’, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. Jesús ha dicho: ‘fui forastero y me hospedaste’ (Mt 25,35). Resulta actual y urgente la invitación a practicar una hospitalidad que no puede limitarse a la mera distribución de ayudas humanitarias, sino que debe llevar a compartir con quienes son acogidos el don de la revelación del Dios Amor, ‘que tanto amó al mundo, que nos dio a su Hijo único’ (Jn 3, 16)”.

Un pueblo cansado de extorsiones

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

El reciente viernes 8 de diciembre, un grupo criminal, que dice ser de La Familia Michoacana y que siempre andacon armas de grueso calibre, citó a los campesinos de Texcapilla y de comunidades aledañas, muy cercanos a mi pueblo natal, del municipio de Texcaltitlán, para exigirles una elevada cantidad de dinero por sus siembras de haba, chícharo, avena, maíz y frijol. La gente les decía que no podían pagar esa nueva cuota, pues sus cosechas no les rinden lo suficiente. Ante la intransigencia del grupo criminal, los campesinos se armaron de valor, sin mayores armas que machetes, azadones, palos y alguna escopeta vieja, y arremetieron contra ellos, matando a todo el grupo, incluido su líder, alias el “Payaso”. Dicen que a éste lo terminó de abatir una mujer, con sólo un cuchillo en su mano. Por cierto, en forma circunstacial, yo había hablado con este líder, al igual que con el del grupo que domina mi pueblo, exhortándolos a un cambio de vida, pero para ellos les importa más el dinero que exigen a los campesinos, que otros valores de la fe cristiana, aunque se declaran católicos. Su dios es el dinero. Aquí no es tanto problema de venta y consumo de drogas, sino extorsión o cobro de piso a todo mundo que trabaja en algo.

Después de algunas horas, llegaron el ejército, la policía estatal y la guardia nacional para proteger el lugar, pero la gran mayoría del pueblo ha huido a otros lugares, pues temen represalias del grupo criminal, que de inmediato han desaparecido a algunos miembros de esas comunidades. Se perdió la paz. Se canceló la fiesta patronal a la Virgen de Guadalupe. El párroco, que es el mismo de mi parroquia nativa, fue a celebrar la Misa dominical acostumbrada, y no encontró gente. Fue a visitar y consolar a varias familias, y encontró varias casas cerradas y otras abandonadas. Yo pasé por ese lugar y vi mucha policía, pero las familias han huido del lugar. El pueblo se sintió abandonado por las autoridades. Cansado de tanta extorsión, se sintió en la necesidad de tomar justicia por sus propias manos. No aprobamos esta reacción, pero a eso orillan las autoridades federales, al dejar indefensos a los pobres campesinos.

De diversas maneras, los obispos hemos acudido a las autoridades federales y estatales, para hacer de su conocimiento el crimen incontrolado de la extorsión, pues a todo mundo le cobran por lo que hace y trabaja. Y si alguien no les paga lo que ellos exigen, se expone a todo tipo de represalias, incluso a ser secuestrado y asesinado. Nuestras autoridades presumen que han logrado disminuir los índices de criminalidad en el país, y qué bueno que así sea, pero nosotros tenemos otros datos, que ellos se resisten a tomar en cuenta. Mandan de cuando en cuando a policías y ejército a nuestros pueblos, pero, como yo le decía a alguien de la guardia nacional, mientras el ejército está presente, todo es tranquilidad; pero apenas se retira, aquellos reaparecen y siguen haciendo sus arbitrariedades. El pueblo se siente desprotegido. Las autoridades piden que la gente denuncie casos concretos, para que ellos puedan proceder legalmente, pero les hemos insistido en que nadie se atreve a denunciar estas extorsiones, porque se expone a perder la vida. El gobierno debería implementar, además de lo que hace en estos casos, un sistema de inteligencia investigadora, con modernos medios tecnológicos, para tener pruebas in fraganti de este crimen de la extorsión, porque esos grupos armados tienen sus halcones que les avisan cuando viene en camino el ejército, y les da tiempo de esconderse; por ello, cuando pasan los soldados, a nadie encuentran. Hay que cambiar la estrategia, aunque el gobierno federal ha decidido seguir con su mismo sistema, que se ha demostrado insuficiente y fallido. Mientras, la población general, también los pobres, siguen expuestos a los abusos de los grupos criminales. ¡Y pensar que muchas personas quieren que la próxima, o el próximo presidente del país, sigan en la misma línea! ¡Sólo por los apoyos sociales que les dan!

DISCERNIR

El episcopado mexicano, el 16 de noviembre pasado, al terminar su asamblea ordinaria, emitió un comunicado en que se dice: “Nuestras comunidades en México siguen padeciendo la inseguridad y la violencia que crecen de manera exponencial en muchas zonas de nuestro país. Y no se trata solo de estadísticas, sino de rostros y corazones de personas concretas que sufren las consecuencias de la violencia extrema, de la impunidad, de la desaparición de sus seres queridos, del cobro de piso, de la migración forzada y de las estrategias de seguridad fallidas… Debemos seguir buscando caminos operativos para construir una cultura de la paz”.

El 23 de junio del año pasado, nos expresamos “con profunda preocupación por la creciente violencia que sufre nuestro querido País y con una gran tristeza por la pérdida de miles de vidas inocentes que llenan de luto a familias enteras. El crimen se ha extendido por todas partes trastocando la vida cotidiana de toda la sociedad, afectando las actividades productivas en las ciudades y en el campo, ejerciendo presión con extorsiones hacia quienes trabajan honestamente en los mercados, en las escuelas, en las pequeñas, medianas y grandes empresas; se han adueñado de las calles, de las colonias y de pueblos enteros, además de caminos, carreteras y autopistas y, lo más grave, han llegado a manifestarse con niveles de crueldad inhumana en ejecuciones y masacres que han hecho de nuestro país uno de los lugares más inseguros y violentos del mundo.

Reconocemos que como Iglesia no hemos hecho lo suficiente en la evangelización de los pueblos y que es necesario redoblar esfuerzos. Queda mucho por hacer en la reconstrucción del tejido social, desde la labor pastoral que nos es propia. Hacemos un llamado a todo el pueblo de Dios, en especial a los sacerdotes, religiosos (as), catequistas, evangelizadores y demás agentes de pastoral, a sumarse en los trabajos por concretar el proyecto de PAZ de Cristo.

Queremos sumarnos a las miles de voces de los ciudadanos de buena voluntad que piden que se ponga un alto a esta situación. ¡Ya basta! No podemos ser indiferentes ni ajenos a lo que nos está afectando a todos.

Ante la gravedad de los hechos, hacemos un llamado al Gobierno Federal y a los distintos niveles de autoridades: es tiempo de revisar las estrategias de seguridad que están fracasando. Es tiempo de escuchar a la ciudadanía, a las voces de miles de familiares de las víctimas, de asesinados y desaparecidos, a los cuerpos policiacos maltratados por el crimen. Creemos que no es útil negar la realidad y tampoco culpar a tiempos pasados de lo que nos toca resolver ahora. Escucharnos no hace débil a nadie, al contrario, nos fortalece como Nación.

Todos somos mexicanos, todos necesitamos vivir en paz y concordia. Es responsabilidad de los gobernantes aplicar la ley con justicia para erradicar la impunidad, respetando los derechos humanos, pero procurando la seguridad de los ciudadanos y la paz social. Como obispos mexicanos en unidad con el Pueblo de México del que también somos parte, hacemos un respetuoso llamado a nuestras autoridades políticas a convocar a un diálogo nacional para emprender acciones inteligentes e integrales con el fin de alcanzar la paz mediante una participación conjunta. Creemos que la paz es posible, que tiene que ser posible. En esta tarea todos los ciudadanos de buena voluntad podemos ser aliados. ¡No perdamos esta oportunidad!”

En la misma línea nos expresamos el 14 de noviembre de 2019: “Otra de nuestras preocupaciones es la escalada de la violencia en amplias regiones de nuestro México. Esa violencia ha provocado más pobreza, abandono e inseguridad. Nos parte el alma constatar los múltiples asesinatos, secuestros y extorsiones, que permanecen impunes. Se debilita, así, el estado de derecho, y eso aumenta la corrupción y ahuyenta la paz. Solamente trabajando todos juntos podemos resolver estas situaciones: como Iglesia debemos fortalecer no solo el conocimiento de la doctrina, sino la vivencia de los valores cristianos, porque muchos de los que se dedican al crimen forman parte de nuestra comunidad; el Estado debe velar por la seguridad de los ciudadanos, ofreciendo condiciones dignas, seguras y bien remuneradas a las fuerzas del orden; y a todos los ciudadanos nos corresponde cuidarnos los unos a los otros.

Pero estos mensajes nada dicen a las autoridades federales. Nosotros vivimos con la gente y hablamos de lo que el pueblo sufre. No estamos pensando en elecciones futuras, sino en hechos concretos.

ACTUAR

Desde la familia, eduquémonos en el respeto a los derechos de los demás y, sobre todo, en el amor a Dios y a nuestros prójimos, pues en eso nos jugamos la paz, la vida presente y futura.