Los Ángeles, una misión entre católicos

Por: P. Enrique Sánchez, mccj
desde Covina, California (USA)

Son las 7 de la tarde, está oscuro y a lo lejos se escucha sólo el rumor de los vehículos que van y vienen de los lugares de trabajo, que aquí nunca se detiene. Estamos a unos cuantos kilómetros de Los Ángeles, California, en donde abunda lo grande y lo bello; pero al mismo tiempo, el dolor y el sacrificio de muchas personas que llegaron a este país con un sueño, y que se alcanza con lágrimas y desvelos.
Las historias se multiplican y detrás de cada una de ellas se esconden años de trabajo, miedo a ser deportados, noches de desvelo, humillaciones y desprecios. Asimismo, encontramos ejemplos extraordinarios de superación, de resiliencia ante los obstáculos, de logros profesionales y de experiencias de fe simplemente maravillosas.

Cae la tarde, cuando toca con fuerza la puerta de nuestra casa un hombre con el semblante triste y preocupado. Busca a un sacerdote que pueda ir al hospital para ungir a su madre que se está muriendo y no puede dejarla ir sin ponerla en manos de Dios, a lo mejor esperando un milagro. Sus palabras hacen eco de las pocas nociones de catecismo que le enseñaron y lo único que recuerda de los mandamientos es que tenía que honrar a su padre y madre.

Es un mundo donde los más pobres guardan como tesoro una fe que aprendieron balbuceando Padres nuestros y Aves Marías, en el regazo de sus madres y que conservan como la única herencia que les han dejado. La fe vivida por esta gente nos evangeliza antes de que podamos ser evangelizadores. Vamos aprendiendo que su fe es algo vivido y sentido en cada momento, sobre todo cuando todo parecía perdido.

Otra lección de misionología

«Hoy vine a confesarme aquí con ustedes –me dice una señora que hizo más de una hora para llegar a nuestra misión– porque nadie habla nuestra lengua en mi parroquia. Pedimos una misa en español, pero no hay quien nos atienda. Juntamos más de 800 firmas para que nos tomaran en cuenta; pero en la oficina nos han dicho que no hay tiempo para eso y que es imposible que nos la concedan». De repente, nuestra misión comboniana se convierte en oasis de escucha y misericordia, y donde cientos de personas vuelven a sentir que son hijas e hijos de un Padre que no los abandona.

En estas ciudades que circundan la urbe de Los Ángeles también abundan las iglesias, los predicadores, las ofertas de experiencias espirituales; al igual que un mundo subterráneo por donde circulan adivinos, santeros, lectores de cartas, hechiceros, brujos y curanderos con sus ofertas de soluciones fáciles a todo tipo de problemas y dificultades. Hay de todo y para todos los gustos. Pero lo más triste es constatar que para muchas personas, lo que tiene que ver con la religión, lo espiritual o lo sagrado simplemente es un tema que no se toca por respeto a los derechos individuales.

Así, casi sin querer, nos encontramos en una misión en la que nos toca entender que sirve más el testimonio que los elocuentes discursos o sermones para invitar a quienes viven simplemente indiferentes a lo que podría ser y hacer Dios estando a su lado.

Vivimos rodeados de lo más moderno y sofisticado. A nadie parece faltarle lo necesario, porque lo que abunda aquí, son cosas con las que, muchas veces, quieren llenarse espacios existenciales. Sin embargo, encontramos mucha gente que no esconde su necesidad de crecer y conocer su fe; de vivir la experiencia de ser cristianos en el seno de una comunidad en donde se sientan hermanos.

Muchos padres de familia se han empeñado en transmitir los valores cristianos a sus hijos; muchas veces llegan preocupados y angustiados a decirnos: «Padre, ¿en qué me equivoqué? Sufro al ver que mis hijos no quieran acompañarnos a la iglesia. Se han alejado sigilosamente y han abandonado lo que nos esforzamos por enseñarles».

Una realidad donde lo que cuenta es tener y sobresalir; una dinámica interna de esta sociedad que propone otro estilo de vida. Aparece como lo más importante e irrenunciable la exaltación del yo, de mis intereses y conveniencias; una existencia en donde Dios y los valores del Evangelio pasan a segundo término. Muchos de ellos son jóvenes generalmente buenos, respetuosos, inteligentes, sensibles con el cuidado de la naturaleza y capaces de comprometerse con causas que defienden los derechos de los demás. Pero Dios, la Iglesia, la vida en comunidad y el encuentro con la Buena Noticia, parece lejano a sus intereses.

La misión va adelante, aunque no lo percibamos

En ese contexto, ¿qué hacer para tocar el corazón de nuestros contemporáneos? Lo primero es liberarnos de la idea de que todo será como antes, cuando el mundo casi era cristiano, y aceptar serenamente que, pese a todo, Dios trabaja en su obra; la misión de Jesús se sigue realizando y va creciendo, ciertamente no de manera cuantitativa como nos gustaría.

El Espíritu es el protagonista de la misión y nos invita a ser sus colaboradores para mostrar a nuestros hermanos dónde pasa Dios en nuestro mundo. Seamos más testigos que protagonistas; que nos mueva más la escucha y acogida del que está solo, necesitado y sufre, y menos, las enseñanzas. Estemos más orientados al servicio, la caridad y la entrega discreta, y menos, a pretender ser los que llegamos a realizar grandes transformaciones.

San Daniel Comboni diría que estamos llamados a ser piedras escondidas en los cimientos de la gran construcción. Misión en una realidad de contrastes: California es considerado el estado más rico de todo Estados Unidos, pero la pobreza y la miseria son los dramas de muchas personas que han caído en las trampas de esta sociedad. Estafas que son las drogas, el alcohol, el desorden moral, el individualismo y la indiferencia. Nuestra misión consiste en estar presentes, ser un rayito de esperanza y confianza para quienes buscan a Dios.

Nuestra misión se convierte en experiencia de oración silenciosa, y mediante ella, nos volvemos intercesores de tanta gente que se acerca a nosotros anhelando consuelo y fuerza para seguir adelante. Con sencillez, esta misión nos empuja al anuncio del Evangelio, porque estamos convencidos de que en él se encuentra la fuente de todas nuestras alegrías.

La tarde cae, y en la capilla de la misión, una pequeña comunidad cristiana entona el canto de entrada para la celebración eucarística… La esperanza seguirá creciendo en el corazón de estas personas a quienes acompaño en un tramo del camino hacia el encuentro del Señor. La tarde va cubriendo los bellos escenarios de Disneylandia, Hollywood, Santa Bárbara y las bellas playas californianas, y en mi ánimo misionero brilla la esperanza en esta misión tan extraordinaria, compuesta por gente con un corazón que desborda amor, porque ha sido purificada por el sacrificio y el dolor.

Día del niño y de la niña en México

El 30 de abril se celebra en México el día del niño y de la niña. No dejemos pasar este día sin pensar en tantos niños y niñas mexicanos que no pueden disfrutar plenamente de todos sus derechos por razones económicas, sociales, políticas o de cualquier otra índole.

Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México

En el año de 1924, en México, se señaló el 30 de abril como Día del niño siendo presidente de la República el General Álvaro Obregón y Ministro de Educación Pública el licenciado José Vasconcelos. Esta decisión fue tomada con la finalidad de lograr reafirmar los derechos de los niños y crear una infancia feliz para un desarrollo pleno e integral como ser humano. Lo anterior debido a que el 20 de noviembre de 1959, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instituyó la celebración del día internacional de los niños, sin embargo, cada país ha decidido un día especial a fin de celebrar a los pequeños de todo el planeta; no obstante, la ONU declaró el 20 de noviembre el Día Universal del Niño, fecha en que se aprobó también la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención Sobre Los Derechos del Niños.

El objetivo del Día Universal del Niño es recordar a la ciudadanía que los niños son el colectivo más vulnerable y, por tanto, que más sufre las crisis y los problemas del mundo, de igual manera es un día para dar a conocer los derechos de la infancia y concienciar a las personas de la importancia de trabajar día a día por su bienestar y desarrollo.

Es por ello que, en 1924 el entonces secretario de Educación Pública, durante el mandato del expresidente de México Álvaro Obregón, exhortó a todas las instituciones a fomentar la fraternidad y la comprensión hacia esa población, así como a desarrollar actividades para la promoción de su bienestar de sus derechos. José Vasconcelos decía que había que hacer de cada escuela “un palacio con alma”, para que los niños pobres, descalzos y hambrientos vivieran en palacios las mejores horas de su vida y guardaran recuerdos luminosos.

De acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) el desarrollo de la infancia que va de los seis a los trece años de edad, es clave para consolidar las capacidades físicas e intelectuales, para la socialización con las demás personas, y para formar la identidad y la autoestima.

Respecto al marco legal, los Derechos Humanos de niñas, niños y adolescentes están mencionado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en los tratados internacionales y en las demás leyes aplicables, esencialmente en la Convención sobre los Derechos del Niño y en la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (publicada el 4 de diciembre de 2014). Por otro lado, podemos hacer mención de los 8 derechos fundamentales de los niños:

  1. Derecho a la vida;
  2. Derecho a la educación;
  3. Derecho a la alimentación;
  4. Derecho a la salud;
  5. Derecho al agua;
  6. Derecho a la identidad;
  7. Derecho a la libertad; y
  8. Derecho a la protección.

En la actualidad el mundo entero se encuentra invadido por una crisis sanitaria debido al COVD-19. La pandemia ha puesto de manifiesto las lagunas no sólo en campos tan vitales como la educación, sino en necesidades tan básicas como el acceso al agua, a los alimentos y al trabajo. Todos ellos causan un impacto directo en millones de niños que verán afectado su crecimiento y que necesitan protección por parte de instituciones internacionales, gobiernos, ONG y sector privado. Este 20 de noviembre es una oportunidad más para alzar la voz en nombre de los que no pueden hacerlo.

Siguiendo esta línea, el Grupo de Referencia del Comité Permanente entre Organismos sobre Salud Mental y Apoyo Psicosocial en Situaciones de Emergencia (GR IASC SMAPS), junto con el apoyo de expertos mundiales, regionales y nacionales de los Organismos Miembros del GR IASC SMAPS, además de padres, cuidadores, profesores y niños de 104 países, elaboraron y publicaron un libro infantil titulado “Mi Héroe eres tú’”, en el cual los menores podrán conocer más sobre el coronavirus.


P. Jesús Lobato: 25 años de melodía sacerdotal

El sábado 13 de abril el P. Jesús Wolfango Lobato, misionero comboniano originario de Apizaco, Tlaxcala, celebró los 25 años de ordenación sacerdotal. Misionero y músico por vocación, dio gracias a Dios por su sacerdocio acompañado de amigos, compañeros de congregación, sacerdotes y hasta dos obispos.

La ceremonia tuvo lugar en el mismo templo donde, hace ahora 25 años, recibió la ordenación sacerdotal: la Basílica de Nuestra Señora de la Misericordia de Apizaco, en el Estado de Tlaxcala, su tierra natal. La misa estuvo presidida por Mons. Juan Pedro Juárez, obispo de Tula. Fue él quien lo recibió en el seminario cuando el P. Lobato era un joven con deseos de entregar su vida al Señor. También estuvo presente Mons. Julio César Salcedo, obispo de Tlaxcala, quien dio gracias a Dios por la vocación del P. Jesús. Además de los dos obispos, varios misioneros combonianos, sacerdotes diocesanos, familiares y amigos venidos de diferentes lugares del país acompañaron al P. Jesús en su jubileo sacerdotal.

En su homilía, Mons. Juárez hizo una bella referencia a la misión y a la vocación misionera, pidiendo al P. Lobato que siga poniendo al servicio del Evangelio los dones con los que Dios lo ha bendecido y deseándole que «sigas siendo un sacerdote misionero feliz y contento allá donde te encuentres». Uno de esos dones es su pasión por la música. De hecho, al final de la misa, el P. Jesús entonó una canción compuesta por él mismo en sus años jóvenes, en la que expresaba su deseo de ser como San Daniel Comboni.

Recién ordenado sacerdote el 30 de enero de 1999, el P. Jesús fue destinado a la misión de Kenia, donde estuvo 13 años. En 2013 regresó a México para prestar un servicio misionero en su país de origen. Aquí trabajó últimamente entre el pueblo mixteca, en la parroquia de Santiago Apóstol de Cochoapa el Grande, en el estado de Guerrero. Apenas una semana después de celebrar sus 25 años de sacerdote, tomará el avión para regresar a su misión de Kenia, donde seguirá realizando su labor misionera y enriqueciendo a los que le rodean con sus grandes dotes musicales.

Cuatro pautas para el Año de la Oración

La Hna. Ruperta Palacios, misionera afromexicana de la congregación de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, nos propone cuatro pautas para el ‘Año de la Oración’ en preparación al Jubileo 2025.

ADN-CELAM

De camino a vivir el Jubileo 2025, «tiempo de gracia» hasta la apertura de la Puerta Santa, el Pontífice pide a los fieles «intensificar» la oración. Es por esto que anima a dedicar este año 2024 a una gran “sinfonía” de oración.

El Vaticano invita a las diócesis y comunidades religiosas a buscar caminos que lleven a redescubrir la centralidad de la oración. Por lo que invita a promover momentos de oración individual y comunitaria a través de acciones como: «peregrinaciones de oración» hacia el Jubileo o itinerarios de escuelas de oración con etapas mensuales o semanales, presididas por los obispos, en las que participe el Pueblo de Dios.

Redescubrir el valor de la oración

En atención a vivir de la mejor manera este momento íntimo con Dios, la hermana Ruperta Palacios Silva, una religiosa oaxaqueña y afromexicana que pertenece a las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, nos da algunas pistas de como orar y educar en la oración.

Inicia resaltando que para orar es importante en primer lugar, dejar pasar por el corazón orante el llamado de Jesús de Nazaret, quien nunca dejó de orar a pesar de las circunstancias vividas. “Su oración no la apartaba del compromiso de los hermanos y hermanas, al contrario, lo lleva a un mayor servicio de los mismos. Jesús, siempre enseñó el valor de la oración e invitó a ser perseverantes e insistentes en ella”.

Asintió que el pueblo de Dios sabe orar a su manera, pero dijo que, en ocasiones las religiosas menosprecian la forma como lo hacen, “pareciera que nosotras somos las «expertas» en oración”, por ello, expuso, que Dios tiene su manera de conducir a los pueblos por el camino de la oración”.

La oración desde el ámbito de la amistad

Observa que como parte de la familia Carmelita a la que pertenece, ha tratado de asumir el modo de orar carmelitano, herencia tomada de Santa Teresa de Jesús, quien decía: «la oración es un trato de amistad con quien sabemos nos ama». A partir de esto dice que, “cuando se descubre el valor de la oración desde el ámbito de la amistad, cambia todo.

“Mi relación con Dios es como la de un amigo. Me relaciono con él de acuerdo a mi estado de ánimo, en las alegrías y tristezas de la vida, en este sentido voy creciendo en confianza y me abandono en Dios”, subraya.

La oración en la vida religiosa debe llevar a un cambio

Desde la mirada de la Vida Consagrada en el continente de América Latina y el Caribe, dijo que no se puede bajar la guardia y antes bien, se debe intensificar la invitación que se hace a vivir este año de la oración con iniciativas propias de su carisma. “Cada Congregación tiene una espiritualidad propia para ir guiando su camino espiritual: retiros espirituales, ejercicios espirituales cada año, oración diaria personal y comunitaria”.

Evocando de nuevo a santa Teresa de Jesús quien decía «la oración es para que nazcan obras», dijo que sería en vano multiplicar los tiempos de oración, si no hay un cambio en la vida de cada religioso(a) y en el compromiso serio con el mundo exterior en lo que se refiere a la justicia social y la cercanía con los más vulnerables.

“Si no hay una verdadera oración, no podrá haber un compromiso serio por las causas sociales, por la justicia, los desaparecidos, los migrantes, entre otros. La oración me tiene que llevar a ese compromiso. Si vivimos desde esa hondura nuestro caminar cristiano y nuestro testimonio será creíble para las nuevas generaciones de religiosos y religiosas”, anotó.

Concluyó refiriéndose a este tema indicando que “resulta imprescindible la exigencia de soledad y silencio de la vocación contemplativa, la necesidad de estar “muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (v 8,5). En una palabra, dijo “es necesario hacer la experiencia del desierto, dejando que un amplio espacio permanezca vacío y que un largo tiempo transcurra en silencio para que la presencia de Dios pueda ocuparlo”.

Hna. Ruperta Palacios - Año oración

Las tecnologías al servicio de la oración

Por otra parte, abordando el tema de la tecnología en un mundo globalizado, donde las personas están buscando respuestas inmediatas, señala, que esto “no es malo, pero no se puede caer en los extremos”. Agrega que, en parte la tecnología ha llevado a que se pierda el gusto por la oración y la espiritualidad, “sin pelearnos con ella”, advierte.

Con el propósito de acercar a las comunidades a través de los medios tecnológicos, la religiosa acertó en decir que la Iglesia se debe preparar para elaborar contenidos y ofrecer insumos que lleven a vivir momentos de reflexión y oración a nivel personal y familiar. “Valorar los espacios de silencio, oración y espiritualidad para formarnos y fortalecer nuestra vida como seguidores de Jesucristo, a través de estos medios de comunicación”.

Asimismo, agrega que “en la era digital no es tanto la soledad física lo que nos espanta sino el estar “desconectados”, incomunicados de esta especie de ‘anima mundi’ en que se ha convertido el mundo virtual de internet y de las redes sociales”. Asegura que esta ausencia de conexión (y no ya de relación) provoca angustia en el ser humano, “nos proyecta hacia atrás en una ineludible confrontación con nosotros mismos”.

Subsidios Año de la Oración

El Dicasterio para la Evangelización ha publicado algunos subsidios que buscan ayudar a los fieles y a las comunidades a vivir con fe este tiempo tan importante: está disponible online, y descargable gratuitamente en el sitio web, en versión digital de “Enséñanos a orar”. INGRESE AQUÍ

De Togo a Tapachula

María Reina Ametepé Adjovi Essenam es una misionera comboniana originaria de Togo, que acaba de llegar a México después de una primera experiencia misionera en Perú. Su destino es la comunidad que las combonianas tienen en Tapachula, Chiapas, para trabajar con los migrantes que llegan de Centroamérica y de Haití principalmente. Antes de viajar a su nueva misión hablamos con ella sobre su vocación, su trabajo en Perú y su futuro destino en Tapachula. Esto fue lo que nos contó.

Me llamo María Reina Ametepé, soy de Togo y vengo de la parroquia de Adidogome, donde trabajan los combonianos y las combonianas. Recibí el bautismo a los 13 años. Mi madrina me preguntó si no me gustaría ser religiosa, pero en aquel entonces yo ni siquiera sabía lo que era ser religiosa y no le dije nada. Más tarde, su sobrina me invitó a participar en el grupo de vocaciones de la parroquia y empecé a ir de manera esporádica. A ese grupo iban los misioneros a compartirnos sus experiencias. Poco a poco me iba interrogando y le preguntaba a Dios: «¿Qué quieres que sea en el futuro?».

Cuando obtuve mi bachillerato, que da acceso a la universidad, una comboniana me preguntó qué esperaba para decidirme a visitar alguna congregación religiosa. Le dije que el tiempo aún no había llegado y participé en un retiro en el Centro de Animación Misionera de los combonianos. Ahí, a punto de empezar la universidad, le pregunté de nuevo al Señor: «¿Qué quieres que haga de mi vida?».

En la capilla de los combonianos había una foto de san Daniel Comboni y en un momento de adoración ante el Santísimo, me crucé con ella y me marcó su mirada. Había leído algunos libros sobre su vida, los combonianos nos hablaban de él, sabía que era el único hijo sobreviviente de su familia y que dedicó su vida para ayudar a los africanos. No dejaba de mirar esa foto y esa mirada y al final empecé a llorar, no sabía qué me pasaba.

Empecé el camino vocacional con las combonianas en 2007. El cuarto domingo de Pascua, Jornada mundial de las vocaciones, me marcó mucho el texto del Evangelio que dice «la mies es mucha, pero los obreros son pocos». Empecé a dejarme acompañar por otras personas y eso me ayudó a ir descubriendo poco a poco mi vocación. También participaba en varios grupos, como animadora, coordinadora o secretaria, y eso me estimuló a ser un ejemplo y a dar forma a mi vocación.

Mi madre me decía: «quédate ya en la parroquia, dile al padre que te haga una casa y ya te quedas ahí», porque siempre estaba en las actividades parroquiales. Me fui dando cuenta de que mi felicidad estaba en realizar actividades al servicio del Señor y fui tomando conciencia de que si consagraba mi vida a Dios, tendría más tiempo para servir a los demás. Eso y el lema de Comboni de «salvar África con África», fue la chispa que me ayudó a decidirme para ser un instrumento africano y ayudar a mis hermanos africanos.

Tras cinco años de acompañamiento con las combonianas y una vez que obtuve mi licenciatura en Sociología de la Educación, entré en el postulantado, en República Democrática del Congo. Luego hice el noviciado en Uganda. Después de los votos me enviaron a Ecuador, donde llegué en octubre de 2017 para estudiar español y en junio de 2018 fui destinada a trabajar en Perú.

Perú

Mi primer trabajo fue en un proyecto de educación social de los jesuitas, de educación básica para jóvenes que no tuvieron oportunidad de terminar la secundaria. Estábamos en la periferia de Lima, una zona muy poblada por gente de todas las regiones del país que huyen de la violencia o el terrorismo.
La gente sobrevive con trabajos mal pagados, los niños llegan a casa y sus papás no están porque van a trabajar, muchos están en la calle. El programa «Casita» tiene como finalidad reagrupar a estos niños, ayudarles a hacer sus tareas escolares, realizar talleres de autoestima, etcétera. Yo iba a visitar a las familias para conocer sus realidades. Poco a poco la gente se iba abriendo y me contaban sus preocupaciones e inquietudes. Según lo que ellos me contaban iba elaborando los temas de formación.

Cada año, en época de verano daba un curso de misionología a los catequistas a partir de los documentos de la Iglesia. También atendía a grupos de infancia y adolescencia misionera, especialmente trabajaba con las mamás, porque estaba convencida de que hay que empezar en las familias. Asimismo, colaboré con Cáritas, distribuyendo ropa visitando a los enfermos y con lo que llamábamos las «Ollas comunes» durante el tiempo de la pandemia, preparando comida para mucha gente.

En diciembre de 2022 fui a Italia, a prepararme para los votos perpetuos, que hice el 2 de septiembre pasado en mi parroquia, en Togo. En la preparación coincidí con dos hermanas mexicanas, Ana Rosa Herrera y Lourdes García, que también hicieron los votos perpetuos. Después, debía regresar a Perú, pero me cambiaron el destino por México.

Lo de «salvar África con África» en Perú lo viví con alegría. Yo esperaba quedarme en mi África natal, pero me he encontrado a África en Perú. Aunque no tienen la piel negra, para mí es mi África, en ellos encontré el motivo por el que consagré mi vida.

Tapachula

Ahora con mi nuevo destino a Tapachula, Chiapas, siento que debo volver a empezar; es un nuevo trabajo, nueva gente, otra realidad. Me dijeron que Tapachula es una comunidad abierta al trabajo con los migrantes. Voy muy abierta para saber lo que el Señor quiere de mí. Para mí es un gran desafío y a veces incluso siento impotencia, porque uno no puede satisfacer todas las necesidades que tienen. Aún no sé cuál será mi labor, porque además estoy completando algunos estudios y de vez en cuando tendré que ir a Guadalajara para algunas clases. Para mí es importante ir entrando poco a poco en la realidad y conocer el plan de la comunidad para ver mejor qué puedo hacer.

Lo único que me exijo a mí misma es estar abierta para ver qué es lo que puedo ofrecer o qué puedo dar. Voy con muchas ganas de aprender y con mucha alegría. Una nueva realidad como la de Tapachula exige tiempo para escuchar a la gente, a la comunidad, a mí misma; un espacio para aprender. Necesito darme tiempo de observación, dejarme enseñar por la gente. Es el Señor quien me envía y yo me pongo a su disposición. No me esperaba el cambio, pero como dicen en Perú, «por algo será», y estoy contenta de ir. Los caminos de Dios no son los nuestros, tenemos que ponernos a su disposición con apertura.

“Fui extranjero y me recibieron”

Migrantes de paso en la Ciudad de México

Texto y fotos: Fernando de Lucio y Paulina Galicia

El barrio de La Merced es uno de los más antiguos y famosos en la Ciudad de México, pues dentro de sus 54 manzanas alberga miles de comercios populares, mercados y bodegas, tumulto que ha propiciado también el comercio ilegal, así como de narcóticos y prácticas de prostitución.
En medio de este escenario capitalino, se alza la parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de La Soledad, que desde hace ya muchos años ha sido conocida entre los vecinos por brindar alimento, refugio y apoyo a las personas en situación de calle y con adicciones, así como a quienes ejercen la prostitución en la zona.
Dentro de esta labor humanista, desde hace un par de años se ha sumado el recibimiento de las olas migrantes conformadas por hombres, mujeres y niños que cruzan nuestro país en busca de la frontera estadounidense, donde se les ha prometido ayuda y asilo. Sin embargo, la Unión Americana ha implementado mecanismos legales para que las personas migrantes realicen los trámites necesarios para ingresar a su territorio desde un tercer país seguro, y México es uno de esos.

Socorrer al migrante

Lleno de amor al prójimo, el padre Benito Torres, párroco de La Soledad, ha abierto las puertas de la iglesia para dar refugio cada noche a más de mil personas que han dejado atrás todo lo que conocían en busca de un futuro próspero, sobre todo para sus hijos que, sin saberlo, nacieron en países con conflictos políticos y económicos que desatan la violencia y pobreza en sus calles. Él mismo nos cuenta su labor pastoral en dicha parroquia.

«Ante la crisis migratoria, desde hace dos años y medio la parroquia tuvo que reorganizarse para dar ayuda humanitaria a nuestros hermanos. Con las primeras caravanas de hondureños el número de migrantes aumentó y la iglesia se vio rebasada. Entonces nos dimos a la tarea de ampliar más áreas dentro de la parroquia para atenderlos. Hemos llegado a tener hasta mil 300 personas durmiendo dentro de las instalaciones: en el templo caben alrededor de 650 personas y otro tanto en la parte trasera, estacionamiento y salones.

Nuestra labor consiste en dar hospedaje, alimento y atención médica y psicológica, esto último, gracias a los centros de salud cercanos, principalmente de la alcaldía, que cada semana nos apoyan con dos, tres o hasta cuatro brigadas médicas, dependiendo de la necesidad. Asimismo, algunas dependencias de la ONU vienen a ver qué necesitan los migran-tes para darles un mejor servicio humanitario. Además de atenderlos, siempre buscan que, quienes estamos al frente (voluntarios y un servidor), gocemos de buena salud.

La arquidiócesis de México también busca ayudas y nos las hace llegar. Pero las ayudas siempre resultan mínimas ante la magnitud de las necesidades aquí en la parroquia y en la explanada (fuera del templo existe un gran campamento de migrantes); toda ayuda siempre es bienvenida. También recibimos apoyo de otras instituciones como el Banco de Alimentos, a donde vamos cada semana por perecederos, y de la Central de Abastos. Aparte de las dependencias de la ONU, viene Médicos Sin Fronteras que está trayendo atención psicológica. Tanto adentro (de la parroquia) como en la explanada atienden las necesidades médicas y psicológicas.

No es la primera vez que la parroquia asiste a grupos vulnerables. Llevamos diez años trabajando con personas en situación de calle y con personas en contexto de prostitución; los grupos pastorales se han visto involucrados en esta labor social. Sin embargo, con la situación de los migrantes las cosas cambian, porque ya no estamos hablando de 100 o 200 personas, sino de más de mil, y afuera la realidad supera a la imaginación.

Es una crisis muy grande que incluso rebasa a las autoridades federales, estatales y locales. Nos vemos muy rebasados. Tenemos ayuda, pero en febrero, por ejemplo, ya no había cobijas, y la gente la pasa mal, sobre todo, las familias con niños y bebés.

Pedimos colaboración a empresas grandes dedicadas a dar ayuda o a donadores o algún bienhechor, aunque todo es bienvenido. Sólo para que se den una idea, al día, mínimo en la noche se van tres pacas de cobijas, hablamos como de 200; nuestra bodega ya está vacía. Muchos migrantes se llevan su cobija.

La situación migratoria nos hace reflexionar y por ello no bajamos la guardia. Creo que la mayoría de ellos tienen mucha necesidad, buscan un sustento, es decir, tratan de trabajar. A veces vemos algunos pidiendo dinero en las ciudades, quizá las mamás con niños, pero en esta zona de La Merced muchos hombres salen a trabajar para ganarse el sustento y tener algo para seguir el camino. Hay quienes no encuentran trabajo y se ponen a vender chicles u otra cosa para no estar pidiendo.

Aquí hay muchos migrantes de África; de hecho, estamos pensando hacer una misa africana. Lo menciono porque yo también he estado en Camerún, y deseamos realizar una misa con todo ese rito que siempre es muy bello, alegre y explosivo; con sus bailes y todo. Ya platiqué con un sacerdote de Burundi que vendrá a celebrar la misa así como se celebra allá. Tenemos hermanos de Angola y del Congo. Por lo regular hay de 150 a 200 africanos.

¿Qué podemos hacer para ayudar a los migrantes? No se trata sólo de traer; los invito a que como cristianos sean voluntarios y se empapen viendo desde dentro esta realidad, así se va entendiendo lo que padecen nuestros hermanos migrantes, porque muchas veces no vemos todas las necesidades que deben satisfacer cuando van de paso. Ellos tocan muchas puertas para comer y toda esta situación que trae la migración no la comprendemos hasta que empezamos a tener contacto con ellos y a ver su realidad. Entonces, cuando uno vive la experiencia con ellos, se puede entenderlos. Sabemos que todos somos humanos y que cada quien tiene su carisma, pero para comprender su situación hay que empaparse de la realidad migrante».

Labor de tiempo completo

Ya en el patio de la parroquia, bajo un gran toldo donado por la ONU, es el último turno para el desayuno, ahí están ellos, los migrantes. Mientras tomamos fotos, se oye al frente una voz con un tono sereno, pero firme, dando indicaciones. Su liderazgo no es forzado o autoritario; es claro que hemos llegado con la persona indicada: es Claudia, la voluntaria. Pide un segundo para quedar frente a la puerta y ver todo… Ella nos narra con franqueza.

«¡Trabajar con los migrantes es una enorme experiencia! Soy madre soltera e inicié con el párroco Benito Torres la labor de albergar aquí personas en situación de calle. Terminaba tarde, porque se los dejaba al padre bien dormiditos y me iba a casa con mis hijos, que siempre me esperaban para cenar. Entonces, ahí es donde doy gracias a Dios por estar reunida con mis hijos y que tenemos techo, comida y vivimos en armonía. Es lo más maravilloso que he podido constatar y consolidar en mi familia…

Cuando el párroco me dijo que sería más tranquilo con los migrantes, porque son familias, dije: ¡Órale, padre, va; le entramos! ¡Qué va a ser más tranquilo! Son situaciones totalmente diferentes, son familias que vienen con niños, mujeres embarazadas… Aquí ya se recibían migrantes, pero cuando se promulgó el Artículo 42 en Estados Unidos (que pide a los solicitantes de asilo esperen en otro país), se empezó a llenar la plaza de La Soledad con muchas familias migrantes. Al ver a tantos grupos con niños durmiendo en la plaza, el padre Benito junta de nuevo al equipo y decide darles hospedaje.

Ahora llevo con los migrantes dos años corriditos y más de seis apoyando al párroco. Puse en pausa mi trabajo como ingeniera y me dediqué de tiempo completo a esta labor. Ahora, mis hijos están más grandecitos y doy gracias a Dios porque eso me permite estar en este voluntariado. Hoy, todo se ha dado.

El padre Benito sabe que lo apoyo las 24 horas; ahora sí que me toca abrir y cerrar; es una misión muy bonita, pero muy fuerte porque vienen con las emociones a todo. Cuando llegan a la puerta me encomiendo mucho a Dios y le pido paciencia y sabiduría, porque llegan como ollas exprés que “explotan”, se entiende por todo lo que pasaron en la selva, los asaltos, les quitan sus documentos; el que hayan visto tantos muertos… llegan con esas pesadillas.

Además de ser formada por mi madre en el altruismo y la solidaridad, aquí veo la necesidad con la gente y me gusta mucho el apoyo que el padre Benito ha conseguido; que vengan brigadas médicas es una bendición, porque los migrantes temen acercarse a un hospital pues piensan que serán deportados. Cuando tuvimos más de mil 300 personas albergadas aquí adentro nos mandaban más de 12 doctores de diferentes centros de salud. Los médicos vienen con toda su brigada de pasantes, enfermeras y promotoras de salud, además de los puestos de vacunación, que son otra bendición enorme. Las brigadas han detectado casos de varicela, también de paludismo, dengue y malaria, principalmente de los que vienen de África.

Por ejemplo, hoy está Médicos Sin Fronteras, ellos nos apoyan tanto adentro como afuera (en la plaza), casi todas las organizaciones que vienen asisten en ambos lados: albergue y plaza. Ellos cuentan con traductores y esto es una ventaja enorme para aventajar en las consultas; así los diagnósticos son más certeros; eso es otra bendición más para asistir a los migrantes.

Diversas organizaciones vienen una vez a la semana. También vienen abogados que ayudan a los migrantes con asesoría legal sobre la cita en la aplicación CBP One, que es donde tienen más preguntas y dudas; además, asesoran a quienes perdieron sus documentos y buscan cómo recuperarlos, le dicen a qué embajada, consulado u oficina ir, según su nacionalidad. Otra organización que viene a realizar actividades es la Jugarreta. Ellos vienen a jugar con los niños dos días a la semana. Todas las actividades son por la mañana, así, se descansa en la tarde y a las 8 de la noche cerramos el albergue.
Recibimos ropa, pero tenemos que clasificarla. Somos muy pocos voluntarios, así que procuro darme tiempo para clasificarla según sea de bebé, niños, mujeres y hombres. Cuando ya la tengo clasificada, formo a las personas por familias y les vamos dando ropa, artículos de aseo personal o lo que necesiten.

Al principio la comunidad era muy solidaria, pero desafortunadamente hay mucha basura y algunos migrantes hacen sus necesidades por todos lados, por eso los vecinos se empezaron a quejar por el saneamiento y la falta de limpieza ante los focos de infección y por los escándalos ante las riñas de migrantes. Además, hay altercados entre personas de diversas nacionalidades, en ocasiones bloquean el paso y tienen que dar mucha vuelta. Por todo esto, los vecinos no quieren a los migrantes en la plaza.

Aquí en el templo los alojamos tres días o una semana, algunos migrantes se enojan cuando no podemos darles lo que nos piden o quedarse más días o les llamamos la atención por infringir el reglamento. Hacer respetar el reglamento es parte del voluntariado y cuando les digo que no, a veces se termina la amistad, pero sé que estoy siguiendo el estatuto. La mayoría sabe que este lugar es de paso.

Además de la atención a migrantes, el padre Benito tiene otros programas. Tiene 13 comedores comunitarios, y sólo en uno se cobra la comida a 11 pesos, en el resto es gratis. Para esta obra cuenta con el apoyo del Banco de Alimentos y otras instituciones. Los miércoles nos llega todo el abasto y desde aquí se distribuye. En ocasiones, los migrantes creen que toda esa comida es enviada sólo para ellos y la quieren tomar; así, les tengo que explicar que el párroco atiende comedores comunitarios y otros programas, como el de situación de calle, tercera edad, orfanato, mujeres vulnerables, de ex sexo-servidoras, etcétera».


«Todos hemos sido migrantes»

Mons. Francisco Javier Acero

Monseñor Francisco Javier Acero es obispo auxiliar de la arquidiócesis de México y acompañante de la vicaría episcopal de Laicos en el Mundo, Nos habla sobre el trabajo que realiza dicha arquidiócesis para ayudar a los migrantes que están de paso en la Ciudad de México.

«Aquí hay unas ocho o diez casas funcionales o albergues en parroquias para acoger a los migrantes. Creamos una red entre estas casas, que se reúne una vez al mes o a través de un chat de WhatsApp para ver qué cosas necesitamos, qué hay que pedir al gobierno. El objetivo es trabajar juntos y unir esfuerzos, religiosos, religiosas, sacerdotes diocesanos y laicos, para ver cómo podemos ayudarnos mutuamente. El consejo del Instituto Nacional de Migración ha venido aquí porque también le interesa participar en esta red.

Actualmente acogemos entre 2 mil 500 y 3 mil personas en Ciudad de México. Son pocos para la cantidad que hay. El Gobierno ha cerrado algunos de sus albergues. Los migrantes confían más en los albergues de la Iglesia que en los estatales. Por lo que escucho cuando visito los albergues, el lugar más difícil para los que llegan y están en tránsito es pasar México, y esto duele, porque siempre habíamos sido un país hospitalario. No los estamos acogiendo como verdaderos hermanos. Pasar por nuestro país se convierte en una pesadilla.

No olviden que todos somos peregrinos y que todos hemos sido migrantes. Venimos de una región, de un pueblito, hemos llegado a la ciudad. Debemos recuperar nuestra identidad como pueblo para acoger al migrante que llega. Me da pena decirlo, pero en algunas zonas de la ciudad donde hay albergues o casas de acogida los vecinos se están convirtiendo en racistas, y lo peor es que todo esto se politiza.

Yo le diría a cada católico mexicano: primero, cada vez que veas a un migrante, mira tu identidad; segundo, acoge a quien es como tú, que tiene necesidad y viene de una situación vulnerable; y tercero, no politices, simplemente ayuda. Tenemos que evitar que se polarice la Iglesia, porque creo que también nosotros a veces estamos polarizados. Ya lo dijo el Papa en su discurso por el 60 aniversario del Concilio: «no debemos ver una Iglesia conservadora o progresista, de derechas o de izquierdas, la Iglesia es de Jesucristo». Da la impresión de que cuando defendemos causas sociales somos de izquierdas, y no es así, somos del Evangelio. Es inquietante que un sacerdote no se preocupe de la pastoral social. Son cosas que el mundo nos está pidiendo. Del encuentro con Jesús sale la solidaridad con todos. Cuando una parroquia tiene un proceso de fe acompañado, al final sale un proceso de fe solidario.

Si desean colaborar, pueden acudir al vicariato de Laicos en el Mundo de la arquidiócesis de México, en la calle Durango 90, colonia Roma, alcaldía Cuauhtémoc. A través de nuestro correo electrónico (covelm@arquidiocesismexico.org) se les puede orientar sobre dónde hay necesidad y qué tipo de colaboración pueden prestar: ropa, alimentos u otra ayuda».