Fallece el teólogo dominico Gustavo Gutiérrez

Ayer, 22 de octubre falleció en Lima el gran teólogo peruano Gustavo Gutiérrez. Ordenado sacerdote en 1959 y dominico desde 2001, fue el padre y uno de los principales representantes de la corriente teológica denominada “teología latinoamericana de la liberación”, una de las más influyentes del siglo XX. Fue, asimismo, fundador del Instituto Bartolomé de las Casas con sede en Lima. Sus restos serán velados en la Sala capitular del Convento Santo Domingo de Lima (Foto: Dominican University).

Por: Fr. Miguel Ángel Gullón, OP.
dominicos.org

Gustavo Gutiérrez nació en Lima el 8 de junio de 1928 y pertenece a la etnia quechua. Siendo estudiante en el colegio de los maristas, manifestó una gran sensibilidad por la poesía y la mística. Estudió medicina con la intención de especializarse en psiquiatría. Su militancia en la Acción Católica despertó en él una gran inquietud social. A los 24 años tomó la decisión de hacerse sacerdote católico e ingresó en el seminario, recibiendo la ordenación presbiteral en 1959. Completó estudios de filosofía en la Universidad de Lovaina, y de Teología en la Facultad de Lyon y en la Universidad Gregoriana de Roma, donde conoció de cerca a algunas figuras muy destacadas por sus intervenciones en la gestación del concilio Vaticano II.

 Vuelto de nuevo a Perú enseñó en la Universidad Católica de Lima y, al mismo tiempo, se encargó de una parroquia en el barrio popular de Rímac, donde realizó una intensa labor pastoral, colaborando con estudiantes comprometidos políticamente. En esa época fue elegido consiliario nacional de la Unión de Estudiantes Católicos (UNEC).

En 1968, como consultor teológico del Episcopado Latinoamericano, participó activamente en la Asamblea de Medellín. En el contexto de este decisivo acontecimiento para la Iglesia Latinoamericana, escribió la más famosa e influyente de sus obras: Teología de la liberación. Perspectivas (1971). Tres años después puso en marcha el Instituto Bartolomé de Las Casas. Su labor intelectual, tanto teológica como humanista, ha sido reconocida por distintas Universidades, que le han otorgado el título de doctor «honoris causa», entre ellas están las Universidades de Nimega (1987), Tubinga (1985), Friburgo en Bresgovia (1990) y Yale (2009). En el 2003 fue galardonado en España con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Según resaltó el jurado este premio se le otorgó principalmente «por su coincidente preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje».

Especial interés tiene su contacto con grandes maestros dominicos franceses –Chenu, Congar, Duquoc–, en cuyo magisterio bebió. Conociendo la teología de estos maestros, sobre todo la genial visión de Chenu, podemos apreciar la marca en la reflexión teológica de G. Gutiérrez:

«El estudio de la primera cuestión de la Suma de Santo Tomás, el aporte de Melchor Cano sobre los lugares teológicos, el clásico libro de Gardeil sobre estos asuntos me apasionaron. Devoré en unas vacaciones el artículo “Teología” de Y. Congar en el Diccionario de Teología Católica; su perspectiva histórica me sacó de un modo casi exclusivamente racional de enfocar el estudio teológico, abriéndome a otras orientaciones (la Escuela de Tubinga, por ejemplo). Más tarde la lectura de un libro, de discreta circulación, de M. D. Chenu, La Escuela de Le Saulchoir, me descubrió el alcance de la historia humana y la vida misma de la Iglesia como un lugar teológico […]. Este interés hizo que en los tratados de teología que estudié estuviese muy atento al aspecto metodológico y a la relación de la teología con las fuentes de la Revelación. A ello contribuyó de manera particular la insistencia de muchos de mis profesores de Lyon en la Sagrada Escritura».

En el año 2000, confirmando su profunda sintonía con el carisma dominicano, entró en la Orden de Predicadores. No fue una veleidad del momento, sino la profesión pública del carisma que Gustavo llevaba dentro, pues él mismo comenta:

«Mi relación con la Orden de Predicadores llega tan lejos como cuando conocí personalmente la obra teológica de Congar, Chenu y Schillebeeckx, todos teólogos dominicos. Me atrajo enseguida su profunda intuición de la íntima relación que debe existir entre la teología, la espiritualidad y la predicación del Evangelio. La teología de la liberación comparte esta misma convicción. Mis posteriores investigaciones sobre la vida de Bartolomé de Las Casas y su ardiente defensa de los pobres de su tiempo (los indígenas y los negros esclavos) ha jugado un papel importante en mi decisión: Mi larga amistad con muchos dominicos, junto a otras circunstancias, me han llevado finalmente a esta meta. Aprecio y agradezco mucho la forma tan fraterna con la que he sido acogido».

La pertenencia al pueblo quechua y la sintonía con la tradición dominicana dieron su fruto en el singular libro sobre Bartolomé de Las Casas, donde se unen historia, teología y espiritualidad, evocando el gesto profético de los dominicos en La Española del s. XVI.

Teología de la Liberación, obra principal de G. Gutiérrez, «padre de la teología de la liberación», apunta los senderos a recorrer en orden a la construcción de la dignidad de la persona. El concepto de «teología de la liberación» tiene su origen en la conferencia del mismo nombre que G. Gutiérrez dictó en 1968 en Chimbote, en el norte de Perú. Esta formulación sirve también de título a su libro, con el que esta magnífica obra se hizo mundialmente conocida. El autor, años más tarde, escribirá lo siguiente a este respecto:

«Hace pocos años me preguntó un periodista si yo escribiría hoy tal cual el libro Teología de la Liberación. Mi respuesta consistió en decirle que el libro en los años transcurridos seguía igual a sí mismo, pero yo estaba vivo y por consiguiente cambiando y avanzando gracias a experiencias, a observaciones recibidas, lecturas y discusiones. Ante su insistencia le pregunté si hoy escribiría él a su esposa una carta de amor en los mismos términos que veinte años atrás; me respondió que no, pero reconoció que su cariño permanecía… Mi libro es una carta de amor a Dios, a la Iglesia y al pueblo a los que pertenezco. El amor continúa vivo, pero se profundiza y varía la forma de expresarlo».

La idea de teología que plasma en este libro, germen de su pensamiento liberador, se expresa en los siguientes términos:

«Una teología como reflexión crítica de la praxis histórica, una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también de la porción de ella –reunida en ecclesia– que confiesa abiertamente a Cristo. Una teología que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado: abriéndose en la protesta ante la dignidad humana pisoteada, en la lucha contra el despojo de la inmensa mayoría de los hombres, en el amor que libera, en la construcción de una nueva sociedad, justa y fraternal, al don del reino de Dios».

Su obra teológica tiene numerosas referencias a esta nueva teología que está germinando en el continente americano:

«Un auténtico y profundo sentido de Dios no sólo no se opone a una sensibilidad al pobre y a su mundo social, sino que en última instancia ese sentido se vive únicamente en la solidaridad con ellos. Los hoy ausentes de la historia hacen suyo el don gratuito del amor del Padre creando nuevas relaciones sociales, relaciones de fraternidad. Ese es el punto de partida de lo que llamamos una teología desde el reverso de la historia».

En la misma línea abunda Jesús Espeja cuando afirma lo siguiente:

«Hace unos años en los pueblos pobres de América Latina, motivados por un justo anhelo de liberación, los teólogos evocaron las intervenciones gratuitas de Dios en la historia bíblica para liberar al pueblo pobre y oprimido bajo el poder del faraón en Egipto; ahí encontraron buena base para impulsar el proceso de los pueblos latinoamericanos para salir de su postración. Pero la modalidad de esta intervención liberadora de Dios se ha revelado en la conducta humana de Jesús, donde el poder y la justicia de la divinidad no funcionan con la lógica de la dominación y de venganza, sino con la lógica del amor que se entrega sin recibir nada a cambio».

A este propósito G. L. Müller comentará lo siguiente:

«A semejanza de Dietrich Bonhoeffer, que en el contexto europeo de la secularización descubrió al no creyente como el verdadero interlocutor de la teología cristiana al preguntar: ¿cómo hablar de Dios en un mundo que ha alcanzado la mayoría de edad?, Gustavo Gutiérrez pregunta con vistas a sus interlocutores en Latinoamérica, en su mayoría creyentes: “¿cómo hablar de Dios frente al sufrimiento de los pobres en Latinoamérica, frente a su muerte prematura y a la violación de su dignidad como persona?”».

Según el estudioso Juan Pablo García Maestro, estamos ante una teología distinta, que no puede incluirse dentro de las teologías del genitivo, pues el término liberación engloba todo lo que Dios quiere en la historia:

«Es decir, una salvación-liberación integral de la persona que tiene tres niveles: el político, es decir liberación de las estructuras sociales y económicas que nos esclavizan; el segundo nivel que sería la liberación individual, de problemas psicológicos, que no nos dejan ser libres… el tercer nivel sería la liberación del pecado, que es por otra parte el origen de todas las injusticias. Esta liberación es la que aporta Jesucristo a la humanidad».

Este mismo autor sigue abundando en el tema en los siguientes términos:

«La Teología de la liberación quiere ser una nueva inteligencia de la fe, abordando los grandes temas de la teología, pero desde la praxis histórica y teniendo en cuenta las mediaciones sociales y políticas con su propia racionalidad. Por eso es una teología de la salvación en las condiciones concretas, históricas y políticas de hoy».

Para muchas personas el nombre de G. Gutiérrez y de otros reconocidos teólogos de la liberación está ligado al conflicto y a la polémica con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Salvo casos muy puntuales nada más lejos de la realidad; su reflexión teológica no es «algo revolucionario de contenido violento, teñido, por ejemplo, por la ideología del foquismo de los años 60, por la revolución cubana o por el sandinismo, etc. A Gustavo Gutiérrez le importa el anuncio del Dios de la vida de todos en dignidad según su filiación divina». Su pensamiento nace de su mismo origen humilde. Como afirma J. Sayer:

 «[G. Gutiérrez] no pertenece al estrato superior blanco de Lima, sino que lleva en sí también raíces indígenas, ha sido sensible al racismo presente en la sociedad peruana frente a la población indígena, sobre todo en la región andina y en la zona amazónica. Su marginación y la marginación de los pobres en los barrios bajos de los conglomerados urbanos fueron y siguen siendo su inquietud central: los pobres son los “insignificantes” –como Gutiérrez no se cansa de repetir–de una sociedad caracterizada por la economía neoliberal. No se los necesita para nada».

 Por las mismas razones con las que se sostiene que nada permanece de la misma forma a cómo fue concebido, ni tampoco tendrá un fin anticipado, el mismo G. Gutiérrez, a la pregunta sobre si ya no tiene sentido su reflexión, responde:

«La Teología de la Liberación no habrá muerto mientras haya hombres que se dejen incitar por el actuar liberador de Dios y hagan de la solidaridad con sus semejantes que sufren y cuya dignidad es degradada la medida de su fe y el impulso de la acción social. La Teología de la Liberación significa creer en Dios como Dios de la vida y como garante de una salvación del hombre entendida de manera integral, y ofrecer resistencia en los dioses que significan la muerte prematura, la pobreza, la depauperación y la degradación del hombre».

Un camino trazado por otro

P. Fugain Dreyfus Yepoussa, mccj
Desde Granada, España

P. Zoé Musaka, Mundo Negro

El P. Fugain Dreyfus Yepoussa es un joven comboniano de la República Centroafricana. Durante los últimos seis años ha realizado su trabajo misionero en Perú. Ahora se encuentra en España para apoyar en la formación de jóvenes misioneros en la comunidad de Granada.

Mi vocación a la vida sacerdotal nació muy temprano. Cuando terminé la escuela primaria, pedí a mis padres que me permitieran ingresar en el seminario menor de la archidiócesis de Bangui, la capital de mi país, República Centroafricana (RCA). Mis padres aceptaron, pero mi párroco no presentó la solicitud de ingreso, por lo que no pude entrar. En mi país, para que un joven ingrese en el seminario tiene que llevar una carta firmada por su párroco que avale ese ingreso. Lo volví a intentar cuando era estudiante de Secundaria y mi párroco se volvió a negar, alegando que mis padres no estaban casados por la Iglesia. Me sentí muy decepcionado y, aunque seguía sintiendo la llamada vocacional, se enfrió un poco mi deseo de ser sacerdote. Al terminar Secundaria comencé a estudiar Telecomunicaciones en el Instituto Superior de Tecnología de la Universidad de Bangui.

Todo cambió en tercero de carrera, cuando me encontré en el campus con un antiguo postulante comboniano de mi parroquia. Aunque había dejado el camino formativo, conversar con él suscitó en mí el deseo de convertirme en misionero comboniano. Hasta entonces yo quería ser sacerdote para trabajar en mi país, pero a partir de entonces surgió en mí la inquietud misionera. Me habló de san Daniel Comboni, de los Misioneros Combonianos y me ofreció el libro Salvar África a través de África. A medida que lo leía sentía que Dios me llamaba para ofrecer mi pequeña contribución para «salvar África». Me decidí a contactar con los combonianos de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en Bangui. Así comenzó mi camino de discernimiento y formación en la congregación. En 2006 ingresé en el postulantado San José de Bangui y al terminar la Filosofía me enviaron al noviciado de Cotonú (Benín).

Encuentro de fieles de la parroquia del Buen Pastor, de Arequipa. Fotografía: Hno. José Valverde

La etapa del desierto

Era la primera vez que salía de mi país y comenzaba a tener contacto con jóvenes de otros países. Éramos un grupo de novicios procedentes de RCA, RDC, Benín y Togo. El período del noviciado que llamamos «de desierto» me permitió confirmar, en diálogo con el padre maestro, que este era el camino que el Señor había trazado para mí, lo que me dio una cierta paz interior.

Todo en el noviciado tenía su razón de ser, sobre todo la oración, pero también el estudio de los escritos de nuestro fundador, el trabajo manual y el deporte. También hice una experiencia comunitaria y pastoral de seis meses en la parroquia Espíritu Santo de Tabligbo (Togo), y realicé mis primeros votos religiosos en 2011. Ya era oficialmente misionero comboniano.

Para los estudios de Teología fui destinado al escolasticado de ­Kinshasa (RDC). Los cuatro años de estudios en el Instituto San Eugenio de Mazenod fueron muy enriquecedores a nivel intelectual, comunitario y pastoral. La capital congoleña es una de las ciudades más pobladas de África y me sumergí en la realidad de su gente para confrontarla con los estudios. Quería establecer la relación entre la teoría y las realidades sobre el terreno. En 2015, al concluir la Teología, regresé a mi país para un tiempo de servicio misionero.

Cambio de continente

Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar el día de San José de 2017. Poco después salí por primera vez de mi continente rumbo a Perú. Durante seis años he tenido una experiencia misionera en la parroquia Buen Pastor de Arequipa. Conocer otro pueblo, otra cultura, otro idioma y, sobre todo, otra forma de vivir la fe cristiana y católica me ha enriquecido; ha sido una gracia haber compartido mi fe con ellos.

Visitar a las familias de la parroquia me ayudó a conocer mejor la realidad pastoral peruana. Recuerdo con especial cariño los seis meses que dediqué al sector llamado ­Huarangal. Todas las tardes iba casa por casa para saludar y pasar tiempo con la gente. Estas visitas me permitieron entrar en contacto con la realidad de pobreza que se vive allí. Algunas familias preferían recibirme en la calle porque les daba vergüenza que viera que en su casa no tenían casi nada. Sin embargo, lo que más me impresionó fue la alegría de la gente sencilla. Esto me ayudó a comprender que la felicidad no depende de los bienes materiales.

Especialmente difíciles fueron los años de la pandemia, que en Perú se cobró muchas vidas. Mis compañeros en la parroquia, con más de 70 años, tenían que protegerse más del virus, mientras que yo era el sacerdote más joven, por lo que durante ese período tuve que hacer casi todo. Salía con frecuencia a dar la unción de enfermos a las personas afectadas por la COVID-19 y, desgraciadamente, también tuve que realizar muchos responsos porque los familiares de los fallecidos no querían enterrarlos sin una oración. Nuestro arzobispo nos pidió ofrecer este servicio y viví momentos duros, pero también ­inolvidables.

No todo en Perú fue de color de rosa. No faltaron los momentos de soledad al estar tan lejos de mi familia. Además, la vida en una cultura nueva y tan diferente a la propia no es fácil. Me sentí incomprendido algunas veces y me chocaban ciertas reacciones de la gente hacia mí por ser africano, pero entiendo muy bien que todo eso forma parte de los retos misioneros.

El P. Dreyfus con una comunidad durante su servicio misionero en Perú. Fotografía: Hno. José Valverde

La otra cara

Después de seis años en Perú puedo afirmar sin equivocarme que la vida misionera es el camino que el Señor ha trazado para mí. Vale la pena ser comboniano porque para mí no existe mayor alegría que compartir mi fe cristiana con los más pobres y abandonados. He comprobado muchas veces que mi simple presencia junto a las personas desanimadas o decepcionadas es fuente de esperanza para ellas. Como decía santa Teresa de Calcuta: «Hay enfermedades que no se curan con dinero, sino con amor». Puedo resumir mi vida misionera diciendo que soy testigo del amor de Cristo junto a los más pobres y abandonados.

Llegué a España el día de Nochebuena. Comienza para mí una nueva misión como formador en el escolasticado de Granada. Es una misión difícil y me asusta un poco. Soy joven y no tengo una larga experiencia, pero confío en Dios, que me eligió para esta misión. La Iglesia necesita sobre todo buenos sacerdotes que muestren a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el camino de Cristo con sus palabras, sus gestos y su testimonio de vida. Estoy feliz de participar en la formación de futuros sacerdotes combonianos.

A los jóvenes que aún dudan de comprometerse en la vida misionera les digo que no teman. Hay una alegría inmensa en ser misionero y Cristo necesita de ellos para transmitir amor, alegría y esperanza a todo el mundo. Si se sienten llamados deben ponerse en camino sin miedo ni vacilación. Si hoy tuviera que volver a elegir una vocación, sin dudarlo elegiría la misma. Me doy cuenta de la necesidad de jóvenes entregados totalmente a la Misión. Por eso, los jóvenes que sientan la llamada del Señor deben responder con generosidad, no serán decepcionados.

De Togo a Tapachula

María Reina Ametepé Adjovi Essenam es una misionera comboniana originaria de Togo, que acaba de llegar a México después de una primera experiencia misionera en Perú. Su destino es la comunidad que las combonianas tienen en Tapachula, Chiapas, para trabajar con los migrantes que llegan de Centroamérica y de Haití principalmente. Antes de viajar a su nueva misión hablamos con ella sobre su vocación, su trabajo en Perú y su futuro destino en Tapachula. Esto fue lo que nos contó.

Me llamo María Reina Ametepé, soy de Togo y vengo de la parroquia de Adidogome, donde trabajan los combonianos y las combonianas. Recibí el bautismo a los 13 años. Mi madrina me preguntó si no me gustaría ser religiosa, pero en aquel entonces yo ni siquiera sabía lo que era ser religiosa y no le dije nada. Más tarde, su sobrina me invitó a participar en el grupo de vocaciones de la parroquia y empecé a ir de manera esporádica. A ese grupo iban los misioneros a compartirnos sus experiencias. Poco a poco me iba interrogando y le preguntaba a Dios: «¿Qué quieres que sea en el futuro?».

Cuando obtuve mi bachillerato, que da acceso a la universidad, una comboniana me preguntó qué esperaba para decidirme a visitar alguna congregación religiosa. Le dije que el tiempo aún no había llegado y participé en un retiro en el Centro de Animación Misionera de los combonianos. Ahí, a punto de empezar la universidad, le pregunté de nuevo al Señor: «¿Qué quieres que haga de mi vida?».

En la capilla de los combonianos había una foto de san Daniel Comboni y en un momento de adoración ante el Santísimo, me crucé con ella y me marcó su mirada. Había leído algunos libros sobre su vida, los combonianos nos hablaban de él, sabía que era el único hijo sobreviviente de su familia y que dedicó su vida para ayudar a los africanos. No dejaba de mirar esa foto y esa mirada y al final empecé a llorar, no sabía qué me pasaba.

Empecé el camino vocacional con las combonianas en 2007. El cuarto domingo de Pascua, Jornada mundial de las vocaciones, me marcó mucho el texto del Evangelio que dice «la mies es mucha, pero los obreros son pocos». Empecé a dejarme acompañar por otras personas y eso me ayudó a ir descubriendo poco a poco mi vocación. También participaba en varios grupos, como animadora, coordinadora o secretaria, y eso me estimuló a ser un ejemplo y a dar forma a mi vocación.

Mi madre me decía: «quédate ya en la parroquia, dile al padre que te haga una casa y ya te quedas ahí», porque siempre estaba en las actividades parroquiales. Me fui dando cuenta de que mi felicidad estaba en realizar actividades al servicio del Señor y fui tomando conciencia de que si consagraba mi vida a Dios, tendría más tiempo para servir a los demás. Eso y el lema de Comboni de «salvar África con África», fue la chispa que me ayudó a decidirme para ser un instrumento africano y ayudar a mis hermanos africanos.

Tras cinco años de acompañamiento con las combonianas y una vez que obtuve mi licenciatura en Sociología de la Educación, entré en el postulantado, en República Democrática del Congo. Luego hice el noviciado en Uganda. Después de los votos me enviaron a Ecuador, donde llegué en octubre de 2017 para estudiar español y en junio de 2018 fui destinada a trabajar en Perú.

Perú

Mi primer trabajo fue en un proyecto de educación social de los jesuitas, de educación básica para jóvenes que no tuvieron oportunidad de terminar la secundaria. Estábamos en la periferia de Lima, una zona muy poblada por gente de todas las regiones del país que huyen de la violencia o el terrorismo.
La gente sobrevive con trabajos mal pagados, los niños llegan a casa y sus papás no están porque van a trabajar, muchos están en la calle. El programa «Casita» tiene como finalidad reagrupar a estos niños, ayudarles a hacer sus tareas escolares, realizar talleres de autoestima, etcétera. Yo iba a visitar a las familias para conocer sus realidades. Poco a poco la gente se iba abriendo y me contaban sus preocupaciones e inquietudes. Según lo que ellos me contaban iba elaborando los temas de formación.

Cada año, en época de verano daba un curso de misionología a los catequistas a partir de los documentos de la Iglesia. También atendía a grupos de infancia y adolescencia misionera, especialmente trabajaba con las mamás, porque estaba convencida de que hay que empezar en las familias. Asimismo, colaboré con Cáritas, distribuyendo ropa visitando a los enfermos y con lo que llamábamos las «Ollas comunes» durante el tiempo de la pandemia, preparando comida para mucha gente.

En diciembre de 2022 fui a Italia, a prepararme para los votos perpetuos, que hice el 2 de septiembre pasado en mi parroquia, en Togo. En la preparación coincidí con dos hermanas mexicanas, Ana Rosa Herrera y Lourdes García, que también hicieron los votos perpetuos. Después, debía regresar a Perú, pero me cambiaron el destino por México.

Lo de «salvar África con África» en Perú lo viví con alegría. Yo esperaba quedarme en mi África natal, pero me he encontrado a África en Perú. Aunque no tienen la piel negra, para mí es mi África, en ellos encontré el motivo por el que consagré mi vida.

Tapachula

Ahora con mi nuevo destino a Tapachula, Chiapas, siento que debo volver a empezar; es un nuevo trabajo, nueva gente, otra realidad. Me dijeron que Tapachula es una comunidad abierta al trabajo con los migrantes. Voy muy abierta para saber lo que el Señor quiere de mí. Para mí es un gran desafío y a veces incluso siento impotencia, porque uno no puede satisfacer todas las necesidades que tienen. Aún no sé cuál será mi labor, porque además estoy completando algunos estudios y de vez en cuando tendré que ir a Guadalajara para algunas clases. Para mí es importante ir entrando poco a poco en la realidad y conocer el plan de la comunidad para ver mejor qué puedo hacer.

Lo único que me exijo a mí misma es estar abierta para ver qué es lo que puedo ofrecer o qué puedo dar. Voy con muchas ganas de aprender y con mucha alegría. Una nueva realidad como la de Tapachula exige tiempo para escuchar a la gente, a la comunidad, a mí misma; un espacio para aprender. Necesito darme tiempo de observación, dejarme enseñar por la gente. Es el Señor quien me envía y yo me pongo a su disposición. No me esperaba el cambio, pero como dicen en Perú, «por algo será», y estoy contenta de ir. Los caminos de Dios no son los nuestros, tenemos que ponernos a su disposición con apertura.

Misa por el P. José Luis Martínez

Esta tarde, a las 4pm, hora de México, tendrá lugar la misa por el eterno descanso del P. José Luis Martínez Acevedo, fallecido el sábado pasado en accidente de circulación. La misa será transmitida en directo por el canal Facebook del escolasticado comboniano de Lima (https://www.facebook.com/teologadodelima). Por otra parte, se conocen ya los detalles concretos del accidente. Sus restos serán incinerados para ser enviados a su familia en México.

El P, José Luis Martínez, párroco de la iglesia de Baños que iba con dirección al poblado de Iscopampa en el distrito de Rondos, provincia de Lauricocha, falleció al despistarse la camioneta que conducía. El accidente de tránsito ocurrió el 24 de junio a las 8:30 de la mañana en la carretera Baños a Rondos, altura del lugar conocida como Gangana, cerca de los Baños Termales.

Ayer en la tarde, sus restos fueron trasladados a Lima, donde serán incinerados para entregar las cenizas a sus seres queridos que viven en Mexico.

Según diligencias preliminares, el sacerdote José Luis Martínez Acevedo (67) de nacionalidad mexicana conducía la camioneta beige metálico, marca Toyota, modelo Hilux, con dirección a Iscopampa, donde tenía programado oficiar una misa a pedido de los mayordomos de la fiesta patronal San Juan Bautista, pero por la excesiva velocidad que habría estado circulando perdió el control del volante para luego despistarse y caer a una pendiente de unos 80 metros.

Por la caída, el conductor que no habría estado usando cinturón de seguridad, habría salido expulsado para caer entre paja y piedras. Su muerte fue instantánea por lo que cuando llegaron los moradores a auxiliarlo, ya no pudieron hacer nada, porque estaba sin vida, por lo que comunicaron a las autoridades.

Así quedó la camioneta en la que viajaba el P. José Luis

Hasta el lugar llegó el fiscal de la Primera Fiscalía Penal Corporativa de Lauricocha y policías de la comisaría de Baños para realizar la diligencia de levantamiento del cadáver, que luego trasladaron a Huánuco, donde ayer fue sometido a necropsia, la cual reveló que la causa de muerte fue politraumatismo y traumatismo encéfalo craneano grave por accidente de tránsito.

Entre tanto, la camioneta que está a nombre de la Diócesis de Huánuco permanecía en el lugar a la espera de ser remolcada. La muerte del sacerdote ha dejado a toda una población sumida en el dolor, debido que era una persona amable que siempre estaba presto a escuchar y pendiente de sus semejantes.

“Nos dejas con un profundo dolor a todos los hijos bañosinos, quienes compartimos momentos de reflexión, oración y perdón. Ahora estas al lado de nuestro padre celestial orando por todos nosotros”, decía el mensaje que la municipalidad de Baños compartió a través de su red social. Asimismo, pidió a Dios que conceda a su familia, amistades y la comunidad católica la paz y consuelo en sus corazones.

Publicado por TuDiario de Perú

Misa completa

“¡Queremos paz!” La Familia Comboniana en Perú se pronuncia sobre la situación en el país

«Los Misioneros Combonianos (MCCJ), las Misioneras Combonianas (HMC) y los Laicos Misioneros Combonianos (LMC), presentes en la Costa, Sierra y Selva del Perú, nos sumamos al llamado de paz con justicia social… ¡No más violencia venga de donde venga!». Con estas palabras comienza el comunicado de la Familia Comboniana en Perú, emitido por los misioneros que trabajan en este país, escenario de violentas manifestaciones.

PRONUNCIAMIENTO

COMISION “JUSTICIA, PAZ E INTEGRACION DE LA CREACION”

«Bienaventurados los que trabajan por la paz,

porque ellos serán llamados hijos de Dios».

(Mt 5.9)

  1. Los Misioneros Combonianos (MCCJ), las Misioneras Combonianas (HMC) y los Laicos Misioneros Combonianos (LMC), presentes en la Costa, Sierra y Selva del Perú, nos sumamos al llamado de paz con justicia social, que diferentes instancias e instituciones de nuestra sociedad civil y de la iglesia, vienen solicitando, y haciendo eco a las palabras de nuestro papa Francisco y de nuestros pastores: «La violencia, apaga la esperanza de una solución justa a los problemas, que nos anima a la vía del dialogo». ¡No más violencia venga de donde venga!
  2. Ante la grave crisis social que atraviesa nuestro país con niveles de violencia cada vez más preocupantes, invocamos a nuestras autoridades, convocar a representantes de todos los sectores posibles, a una mesa de diálogo fraterno para escucharnos y buscar soluciones a la crisis en el corto, mediano y largo plazo. ¡No nos estamos escuchando! Muchos de nosotros estamos utilizando términos que dividen, que estigmatizan, ofenden y discriminan. Busquemos términos y estrategias que nos unan, seamos puentes de unión y reconciliación. ¡Que cada uno de nosotros se convierta en un instrumento de paz!
  3. La pandemia nos mostró con crudeza, como en una radiografía, las debilidades que tenemos como país: pobreza, desigualdades, la precariedad acumulada por décadas de nuestro sistema de salud, también de la educación desigual, regiones y pueblos olvidados por el Estado en donde se carece de los servicios básicos como son agua, desagüe, una posta médica, etc. ¿Cuántas de estas demandas están siendo ya atendidas?
  4. Somos un país rico no solo por nuestros minerales, sino por la diversidad y riqueza cultural de nuestros pueblos. Basta ya de menospreciarnos por el color de nuestra piel o por el lugar de donde provenimos. Todos somos peruanos con los mismos derechos y con el mismo deber de sacar adelante nuestro país. Nuestras diferencias tienen que convertirse en un cauce de gracia y bendición para nuestro pueblo.
  5. Hacemos un llamado a la clase política, y a nuestras autoridades a interpretar el descontento generalizado en nuestro país y utilizar todas las herramientas legales y democráticas para dar solución a la brevedad posible a esta crisis que viene cobrando vidas humanas y paralizando al país. Desde hace décadas, observamos cómo nuestra política se ha ido degradando cada vez más hasta niveles difíciles de entender. Hay una rabia contenida, que empieza a expresarse en formas de violencia cada vez mayores. Sin embargo, todos tenemos el derecho a manifestarnos de manera pacífica, justa y democrática, pero nunca de forma violenta y destructiva venga de donde venga! No es posible que el congreso actual esté más preocupado en aprobar proyectos de ley que favorezcan sus propios intereses, mientras el pueblo al que representan sufre pérdidas de vidas. Es inentendible que, en 6 años, vayamos ya por el sexto presidente y que, de los últimos 10 presidentes del Perú, 7 de ellos tengan problemas con la justicia por delitos de corrupción. ¿Cómo es posible que, de los 26 gobiernos regionales, la mayoría de estos están siendo investigados también por corrupción, lo mismo que muchas alcaldías tanto provinciales como distritales? ¡Corrupción significa menos escuelas, menos hospitales, menos carreteras y menos oportunidades para todos!
  6. Pedimos, a todos los miembros de la familia Combonianas, en sus diversos sectores: misión, formación, animación y todas las personas allegadas y comprometidas con nuestro trabajo, a seguir apostando por la vida, por ser el don más grande que Dios nos ha regalado y a seguir trabajando por la paz y por el bien de nuestras familias, por ser la cuna y primera escuela de valores que hacen posible una vida digna. Sigamos trabajando para que estos momentos tan difíciles que estamos atravesando, nos vuelvan más humanos y más hermanos. ¡Que Nuestra Señora de la paz interceda por nosotros!

¡QUEREMOS PAZ!

FAMILIA COMBONIANA DEL PERU

24 enero 2023