Archives mayo 2024

«Mi hijo fue un maestro de vida y de fe»: Mamá del próximo santo Carlo Acutis

Tras el reconocimiento por parte del Papa del milagro que llevará a su hijo a la canonización, la madre del futuro santo expresa su alegría por la noticia esperada no sólo por su familia, sino por tantas personas que le rezan, en todas las partes del mundo, y le confían peticiones de intercesión: «Conozco a la niña que se curó milagrosamente, tiene una madre con una gran fe».

Vatican News

«Evidentemente Carlo consigue convencer al Señor, tiene una manera de que Jesús no le diga que no y esto me da un poco de ternura». Antonia Salzano, la madre de Carlo Acutis, sonríe cuando cuenta cómo cada día recibe noticias de presuntas curaciones, de ayudas inesperadas, de pequeñas cosas extraordinarias que, con la oración y gracias a la intercesión de su hijo, muchas personas han obtenido. Lleva años relatando la «normalidad» de Carlo, una santidad declinada en lo cotidiano que tiene un centro: la Eucaristía, su «autopista al cielo».

«El Señor -dice Antonia a los medios de la Santa Sede- ha cumplido el deseo de tantos que rezaban por la canonización de Carlo, que obviamente vemos como una señal del cielo. Seguramente le permitirá realizar una obra aún mayor de la que está realizando».

El Papa ha aprobado los Decretos que conducirán a la canonización de Carlo Acutis, fallecido en 2006, con solo 15 años, a causa de una leucemia fulminante, y que fue beatificado el 10 de octubre de 2020 en Asís, ciudad en la que está enterrado en la iglesia de Santa María Mayor – Santuario de la Expoliación. El obispo de la ciudad, monseñor Domenico Sorrentino, expresó en una nota su alegría personal y la de toda la Iglesia de Asís: «Alabado sea el Señor, que hace grandes cosas, para dar un impulso a nuestro entusiasmo en la coherencia cristiana y en el anuncio del Evangelio».

La joven curada gracias a la intercesión de Carlo Acutis está a punto de graduarse. Nacida en Costa Rica en 2001, persigue su sueño de la moda y se traslada a Florencia en 2018. El 2 de julio de 2022, hacia las 4 de la madrugada, cayó de la bicicleta y su vida cambiaría. Tenía un traumatismo craneoencefálico importante. Liliana, la madre de la menor, corrió a Asís para rezar ante la tumba de Carlo. Dejó allí una carta y regresó junto a la cama de su hija, que volvió a respirar espontáneamente.

«Llegamos a conocernos», cuenta Antonia Acutis, «es una niña muy buena, pero sobre todo, la fe de su madre es grande. Cuando se enteró de lo que le había pasado a su hija, se fue inmediatamente a Asís, estuvo todo el día de rodillas rezando delante de Carlo para obtener esta gracia, porque a la niña ya la habían dado por muerta y aunque se hubiera despertado, no habría tenido ninguna posibilidad de tener una actividad normal». «Cuando uno reza de verdad al Señor, es escuchado. Verdaderamente el cielo actúa a través de Carlo».

Lo esencial está ante nuestros ojos

Antonia subraya a menudo la sencillez de su hijo, de su misión que es hacer comprender la importancia de los sacramentos que son verdaderamente «los signos eficaces a través de los cuales Dios nos da la gracia para santificarnos».

«Creo que el mensaje de Carlo es ayudarnos a entender que tenemos lo esencial ante nuestros ojos, contamos con el don de tener la Iglesia a través de la cual recibimos la gracia que necesitamos para poder alcanzar la meta a la que todos estamos llamados, que es el cielo». Carlo habla a todos: a los jóvenes internautas, su pasión, a los alejados de la fe. Su reliquia recorre el mundo desde hace tiempo, siempre es recibida con gran entusiasmo y gran espiritualidad. Pero ¿por qué? «Carlo -explica su madre- tenía una pureza extraordinaria, pureza de corazón, llevaba a Dios dentro». Antonia recuerda que hizo la Primera Comunión a los 7 años y «desde entonces nunca dejó de ir a misa todos los días, de hacer adoración eucarística todos los días, de rezar el rosario. Se notaba que había algo dentro de él y creo que la gente todavía se le acerca por eso». La Eucaristía era el centro de su vida, de su jornada, amaba a Dios por encima de todo.

La felicidad es la mirada hacia Dios

Carlo cambiaba a las personas que conoció, también cambió a su madre que -dice- no era precisamente «un ejemplo de santidad». «Crecí así, nunca me hicieron ir a la santa misa, luego me casé con mi marido que pertenece a una familia más religiosa, pero yo estaba ciertamente lejos, no tenía conocimiento de nada». Un hijo cambia la vida, sobre todo si parece morderla vorazmente.

«A los tres meses había dicho su primera palabra, a los cinco meses empezó a hablar y todas sus cosas siempre fueron un poco antes de tiempo, yo siempre digo que el tiempo corría por delante. Su vida era toda acelerada e incluso en la fe era así». «Era muy piadoso por naturaleza, pasábamos por una iglesia, quería entrar, quería saludar a Jesús, se quedaba allí y yo le decía que se fuera, que era tarde, le obligaba, sólo tenía tres años. No estaba preparada». «Perdí a mi padre prematuramente, cuando él tenía 57 años, Carlo me dijo que había tenido una visión de su abuelo: estaba en el purgatorio y necesitaba oraciones». Antonia se quedó entonces atónita, pero sabía que no podía ser mentira porque Carlo era un niño generoso: «Nunca una queja, nunca una crítica, nunca un cotilleo, siempre quería ayudar a todos, nunca un pensamiento para sí mismo. Decía que la tristeza es mirarse a uno mismo, la felicidad es mirar a Dios».

«Para mí Carlo fue como un maestro»

«A través de Carlo -dice la madre- hice el descubrimiento de mi vida porque entendí que Jesús está realmente presente en los sacramentos, pero sobre todo en la Eucaristía, antes pensaba que era un símbolo, que eran todas cosas simbólicas, en cambio, cuando comprendí que realmente estaba esa presencia viva y real de Cristo, está claro que mi vida cambió y yo también seguí a Carlo».

Antonia habla con naturalidad de su hijo, con la mirada de una madre que ama y es amada. «Para mí Carlo fue como un maestro y lo digo sinceramente, cuando murió mi padre no tuve esa sensación de orfandad, pero cuando murió Carlo me sentí así. No puedo explicarlo porque para mí Carlo era realmente especial, era una escuela de vida, el ejemplo de que realmente hay santos, porque vivía a su lado, podía ver en la vida cotidiana cómo se comportaba, cómo era. Nos dimos cuenta de que era un chico extraordinario, pero desde luego nunca pensé que Jesús me lo iba a quitar tan pronto. Pero los planes de Dios son siempre grandes. Aceptamos la muerte de Carlo, aunque fuera prematura, lo hicimos con fe y con la certeza de que “Dios siempre hace todo lo mejor”. Y hoy más que nunca sentimos que es así».

Confirmaciones en Etiopía

P. Pedro Pablo Hernández
Desde Dilla, Etiopía

A media semana, el misionero Comboniano P. Juan González, Administrador Apostólico de nuestro Vicariato (no hemos tenido obispo por los últimos 3 años), me preguntó si lo acompañaba a la parroquia de Dilla para la misa de ‘merón’, Sacramento de Confirmación, que tenía programada para el domingo. Esto fue para el domingo 12 de mayo, día en que en muchos países se celebró el Día de la Madre. Acepté con gusto su invitación.

Salimos temprano en la mañana, sin desayunar, y cuando estábamos a medio camino me dijo que me quería pedir dos cosas: La primera fue que si durante la misa, durante el sacramento de la confirmación, lo podía ayudar a administrarlo a los jóvenes que se habían preparado en el centro de la parroquia y en dos capillas más, cosa que también le pediría al párroco y su vicario. Le dije que lo haría con mucho gusto y con la devoción requerida para impartir tal sacramento.

Además de que el número de jóvenes que recibiría el sacramento era significativo, 148, la razón por la que me pidió ayuda era porque no se había sentido muy bien físicamente durante la semana y en ese momento se sentía muy cansado debido también a que había dormido sólo un par de horas durante la noche.

La segunda petición fue si lo dejaba dormir un poco mientras llegábamos a Dilla, que esperaba que no me molestara si lo veía dormido. Creo que más bien me quiso decir que no platicara tanto, que le diera un descanso a mi boca, para que él le diera un descanso a su mente y cuerpo.

Así lo hice y al estar enfrente de la iglesia le dije que ya habíamos llegado. Después de revestirnos y de estar en el confesionario por un rato, iniciamos la ceremonia.

La parroquia fue originalmente una misión que nuestros misioneros combonianos comenzamos hace muchos años, que incluso fue la primera experiencia de misión que tuvo el P. Juan cuando llegó por primera vez a Etiopía hace 40 años. Después fue traspasada a los Salesianos y ellos construyeron esta bella Iglesia, como se puede ver en el video, donde nos estaban esperando más de 600 personas para la misa.

Me alegró mucho el ambiente de la celebración, la música, la preparación y la alegría con la que la gente participaba en las oraciones y cantos. Sobre todo, me alegró mucho ver a este gran grupo de jóvenes recibiendo el sacramento con gran devoción, expresada en la seriedad que le dieron al recibirlo.

Hago oración por todos los catequistas y miembros de las comunidades cristianas que ayudan a los jóvenes a prepararse no solo a los sacramentos, sino también a tener un corazón abierto a vivir la experiencia de Dios en sus vidas, ya sea con sus palabras o con su testimonio de vida. Amen.

La verdadera resurrección pascual

Con alegría y gratitud, les escribimos con noticias directamente desde Mozambique. Nuestro primer mes pasó muy rápido, intenso y profundo. Desde el principio, fuimos recibidas con gran entusiasmo, por la gente de esta tierra que todavía sufre la injusticia y no tiene muchas esperanzas para el futuro. El pueblo Macua, realmente tiene un corazón grande y generoso, a pesar del sufrimiento en sus ojos.

 En este primer tiempo, donde todavía estamos tratando de entender dónde estamos, tuvimos un gran regalo, el de compartir con ellos, los cuatro días más importantes del tiempo de Pascua, desde el Jueves Santo hasta la Pascua de Resurrección. Salimos de casa el jueves por la mañana temprano y hasta el domingo de Pascua por la tarde, vivimos en el pueblo en estrecho contacto con ellos. Nos llevamos algunas cosas, lo imprescindible para pasar esos días. Evidentemente, en estas comunidades nos recibieron con los brazos abiertos; y vivir en la aldea con ellos significaba no tener agua, ni luz, dormir en el suelo con escorpiones, murciélagos, etc… sin todas las comodidades que ahora en Occidente damos por sentadas.

 

Para nosotras fueron cuatro días de verdadera esencialidad, de puro amor que nos permitieron amar aún más su historia y cuestionarnos sobre nuestra forma de estar cerca de los demás, sobre la importancia del estilo con el que estar en misión. ¡Cuánta riqueza recibimos, cuánto aprendimos de ellos una vez más, a vivir lo esencial en profundidad y riqueza que el Señor nos sigue regalando cada día! A partir de ahora, nuestras vidas están siendo moldeadas con una nueva forma, la que nuestros hermanos y hermanas nos enseñan cada día. Nuestras vidas están experimentando realmente una Resurrección Pascual, gracias a ellos y gracias a lo que el Señor nos enseña cada día gracias a su Palabra que es Vida y vivificante para hacer camino en su Voluntad (y no en lo que nosotras en cambio buscamos para satisfacernos, para dar respuestas a nuestro sentido de estar aquí ejecutando sólo proyectos). Para nosotras, incluso antes de venir, estaba muy claro que la belleza de la vida y de ser misión es precisamente compartir todo nuestro ser con ellos, en el mismo plano con ellos. Creo que este punto es fundamental para nosotras, y sobre todo es una forma de vida que cada uno de nosotros puede sentir en su interior, pero hace falta mucho valor para vivirla en la sencillez y en el amor al otro. Estamos firmemente convencidas de que el mayor testimonio que podemos dar es precisamente el camino y la actitud cristiana, no las palabras… en cambio, muchas veces nos perdemos en esto sin un verdadero testimonio de lo que somos, pero sobre todo de a Quién amamos.

Sentimos que esta presencia nuestra aquí está realmente acompañada por la presencia del Señor. Realmente hemos echado de menos volver a abrazar la pobreza, la esencialidad y el compartir total con los más solos y abandonados. Es un gran don vivir la misión porque es Vida, es alegría, es coraje, es salir de uno mismo para darse totalmente al Otro.

Por esta riqueza que estamos recibiendo en nuestras vidas, queremos agradecer a todas las personas que nos están apoyando, que nos están acompañando con la oración y con su estar cerca de nosotras, porque ésta también es una Iglesia en salida, donde el problema de una persona se convierte en el problema de una comunidad. Creemos firmemente en este sueño de vida, que el Señor ha puesto en nuestros corazones, y confiamos siempre en Él, que conoce mejor que nosotras el camino y la forma de construir una nueva manera diferente de estar en misión. Y recordemos siempre que: «si existo es porque el otro me hace existir» y este debe ser un punto fundamental sobre el cual construir puentes y no muros.

Os abrazamos con mucha estima, gratitud, afecto, y esperamos de verdad que toda nuestra alegría pueda llegar hasta vosotros para construir juntos algo diferente, donde también vosotros estéis en comunión con nosotras en este camino de la vida. Seguimos rezando por todos vosotros y llevándoos en cada uno de nuestros pasos, buscando siempre el Rostro de Dios; nosotros también contamos con vuestras oraciones. Hasta la próxima…

Con afecto Ilaria y Federica, LMC

Caminando con los pueblos originarios de la montaña de Guerrero

Por: P. José Casillas, mccj.
Desde Cochoapa el Grande, Gro.

El misionero deja su tierra y su familia porque escucha la preocupación del Corazón de Dios que busca alguien a quién enviar a los pueblos olvidados y abandonados que se vuelven invisibles ante quienes deberían atender sus gritos y necesidades.

En el corazón y la conciencia del misionero resuena siempre la búsqueda de Dios: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? ( Isaías 6,8-13)… Al sentir y escuchar la búsqueda de Dios y los gritos de su pueblo, al misionero no le queda otra respuesta que decir AQUÍ ESTOY, MÁNDAME A MI…

Está es la razón por la que los Misioneros Combonianos estamos caminando y conviviendo con los pueblos originarios de las montañas del Estado de Guerrero, hasta que dejen de ser abandonados, olvidados y comiencen a ser más visibles por la Iglesia, la sociedad y el Estado.


El rostro mixteco de la misión comboniana

Uno de los “rostros” de la misión comboniana en México es el de los pueblos originarios de la región mixteca del Estado de Guerrero. Una de las características de esta población, además de su lengua y rasgos específicos de su cultura y religiosidad, son los lugares donde habitan: LAS MONTAÑAS.

Esta característica de establecerse en las montañas, tiene mucho qué ver con su identidad profunda que se revela en su nombre. De hecho, MIXTECO significa PUEBLO DE LAS NUBES. El térmimo original es ÑUU SAVI que puede traducirse como PUEBLO DE LA LLUVIA.

Las montañas, las alturas y sus diferencias culturales y linguísticas, hacen que estos pueblos se mantengan alejados, abandonados y casi olvidados por el Estado y la Iglesia local. Esta es una de las razones principales por las que los Misioneros Combonianos estamos caminando con ellos, acompañando su camino de recuperación y reconstrucción de su dignidad que por diversas circunstancias históricas y sociopolíticas, ha sido disminuida.

Caminar con el resto de los pueblos mixtecos que, en el pasado fueron una de las grandes culturas prehispánicas ahora reducidas y empequeñecidas humana, religiosa y culturalmente, es una de las misiones combonianas en la actualidad para los misioneros combonianos en México.

Pentecostés

Ven Espíritu Santo

Por: P. Enrique Sánchez G., mccj

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles,
Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía Señor tu Espíritu Santo, y todo será creado, renovarás la faz de la tierra.
Oh Dios, que iluminas los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo,
concédenos gustar de todo lo recto, según el mismo Espíritu, y gozar siempre de sus consuelos.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Durante estos últimos días, al momento de iniciar el tiempo que trato de consagrar cada día al encuentro con el Señor, me ha venido espontáneo iniciar esos instantes invocando al Espíritu con aquellas palabras tan conocidas que dicen:

“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tu tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y todo será creado y se renovará la faz de la tierra”.

Y he querido dejar que ese Espíritu me acompañe para escribir estas líneas a la vigilia de la grande fiesta de Pentecostés.

Durante cincuenta días nos hemos venido preparando a esta gran celebración viviendo con alegría el misterio de la presencia de nuestro Padre Dios en Jesús resucitado y ahora vivo también entre nosotros a través del Espíritu Santo.

Se trata de un Misterio imposible de decir con nuestras pobres palabras, pero presencia vital que nos permite ir avanzando en los caminos tan complicados de nuestra historia humana.

1.- Invocamos la luz del Espíritu para acercarnos a la realidad de nuestro mundo.

¿En dónde estamos en el momento en que nos preparamos a vivir una vez más la fiesta de Pentecostés? ¿Cuál es el panorama que contemplan nuestros ojos y cuáles horizontes se dibujan ante nosotros?

No hace falta que repita lo que con tanta fuerza e insistencia hemos escuchado en todas partes del mundo, sobre todo a través de los medios de comunicación. Vivimos tiempos difíciles y desafiantes en los que nadie puede sentirse ajeno o indiferente a lo que pasa en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia.

Si hasta hace poco a los cristianos nos parecía que el mundo -pensándolo como esa realidad que vive ignorando a Dios o desconociendo el Evangelio- estaba cada vez más enredado en una confusión, en una arrogancia y un egoísmo que no pueden llevar más que al sufrimiento; ahora con mucha humildad nos toca reconocer que no estamos exentos del mal que amenaza siempre al ser humano.

Los últimos tiempos han sido de mucho sufrimiento para la Iglesia y para quienes tratamos de seguir al Señor como discípulos suyos. Nos han lastimado los escándalos y las miserias que descubrimos en nuestra Iglesia, porque de algún modo también nosotros, quien más quien menos, en algún momento no hemos sido los cristianos que deberíamos ser. Y esto duele en lo profundo de nuestro ser.

Seguramente muchos cristianos nos hemos identificado con las palabras del Santo Padre en las muchas ocasiones en que ha pedido perdón y ha reconocido el pecado que como Iglesia no podemos ignorar. El pecado no sólo está fuera de nosotros, está también dentro de nuestra casa, como la cizaña y el trigo en el mismo campo.

El drama de la guerra sigue siendo un látigo que lastima y destruye, que crea dolor y sufrimiento a tantos hermanos nuestros. La violencia y el miedo se han apoderado de nuestros pueblos sencillos y hasta hace poco, tranquilos y hospitalarios. El egoísmo y la indiferencia han contaminado algunos sectores de nuestra sociedad y nos duele en el alma ver a tantas personas tratadas y consideradas como desechos humanos.

Muchas veces me he preguntado ¿qué es lo que sigue después de reconocer nuestra fragilidad y pecado y luego de pedir honestamente perdón?

2.- La posibilidad de comenzar de nuevo.

Siento que del dolor y de la impotencia para hacer desaparecer el mal nace el reto que nos desafía a comenzar de nuevo.

No basta con darse golpes de pecho diciendo: qué mal nos hemos comportado; hace falta volver a lo más profundo de nosotros mismos para recordarnos cuál es nuestra verdad y a qué hemos sido llamados.

Siempre he creído que la experiencia de nuestra pequeñez nos abre caminos nuevos de crecimiento auténtico, pero solos no podemos ir a ninguna parte. Aquí resuenan fuerte las palabras de Jesús que agradece a su Padre el haber revelado los misterios del Reino a los pequeños y a los sencillos. Sólo un corazón humilde puede abrirse al amor de Dios que transforma todo y hace posible que la vida auténtica siga su rumbo y se abra camino en medio de cualquier adversidad.

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y a los astutos”. (Mt 11, 25)

Justamente por esto siento que la oración al Espíritu Santo que me ha acompañado en estos días es un don muy especial. Es una gracia que me permite reconocer que el camino de la vida, de nuestras vidas, se hace posible sólo si nos dejamos conducir, llevar de la mano por el Señor.

Pedir al Espíritu Santo que venga y que llene nuestros corazones de su presencia no es otra cosa sino dejar escapar, de lo más profundo de nuestro ser, el deseo de Dios que llevamos inscrito como sello que da garantía y autenticidad a nuestra existencia.

“Si el Señor no construye la casa en vano trabajan los albañiles” (Salmo 127), dice la escritura.

Si no es Dios quien va trabajando nuestro barro como buen alfarero, si no es Él quien nos lleva en sus manos, seguramente diremos como Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú tiene palabras de vida eterna.

3.- Suplicar y anhelar la presencia del Espíritu.

Pedir que venga el Espíritu a nosotros es una súplica necesaria e indispensable, pues sólo viviremos si la vida de Dios corre por nuestras venas.

Sólo si el amor de Dios late en nuestros corazones, seremos capaces de desenmascarar nuestros egoísmos y podremos tratar con madurez nuestras naturales flaquezas, sin dejarnos manipulara y llevar a donde no nos conviene.

Sólo si el Espíritu de Dios está en nosotros e invade toda nuestra existencia, entonces podremos superar la amarga constatación que ya san Pablo expresó con tanta claridad:

“Porque yo sé que, por mi condición humana, no habita en mí nada bueno, porque está a mi alcance querer el bien, pero no el realizarlo, ya que no hago el bien que quiero y, en cambio, practico el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ¡no soy yo el que obra así, sino el pecado que me habita! ( Romanos 7, 18-20).

En medio de las borrascas que nos toca afrontar en este tiempo nos tiene que consolar la certeza de que el Espíritu de Dios está siempre a la obra y es un Espíritu que sana, fortifica, consuela, da fuerza y sabiduría, aumenta la esperanza y abre caminos para que nos convirtamos en verdaderos hombres y mujeres de fe.

En esto días deberíamos decir miles de veces, ven Espíritu de Dios, llena nuestras vidas, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestra Iglesia, nuestro mundo de tu amor.

Ven y sácanos de nuestras tibiezas, de nuestra incapacidad a vivir nuestro compromiso cristiano sin diluirlo.

Ven y haznos capaces de pagar de persona nuestra convicción de que sólo en ti se encuentra la vida y la felicidad.

Ven para que no vayamos detrás de los ídolos de nuestro tiempo y de todos los tiempos. Ven Espíritu para que tu presencia en nosotros nos permita ser creíbles, auténticos, testigos fieles de tu presencia en este mundo.

Ven Espíritu de Dios y enciendo nuestros corazones con el fuego de tu amor, del amor verdadero que significa renuncia a uno mismo. Amor que se construye en la entrega generosa y cotidiana. Amor que nos hace sensibles y solidarios con los más pobres, los abandonados y miserables de nuestro tiempo.

Ven Espíritu del amor verdadero que no tolera nuestras farsas, nuestras mentiras, nuestras superficialidades. Espíritu de amor que es capaz de calentar lo que nuestros intereses mezquinos han enfriado, lo que nuestras indolencias han congelado.

Ven Espíritu de fuego que consume, destruye y purifica nuestras miserias, las mentiras detrás de las cuales tratamos a diario de hacer creer que puede existir un mundo sin ti. Ven y funde, como el hierro en el horno de la fundición, lo torcido de nuestras mentes, la prepotencia y la arrogancia de nuestros corazones petrificados, disecados e incapaces de latir al ritmo del corazón de nuestro Padre.

Ven, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor. El fuego de la misericordia, del perdón, de la tolerancia, del respeto al que es más débil.

Ven para que aprendamos lo que significa la compasión, el sacrificio, el olvido de sí en bien de los demás.

Ven para que podamos desprendernos de nuestras inseguridades, de nuestros complejos de inferioridad, de las heridas y rencores añejos que se han incrustado en las paredes de nuestro corazón.

4.- El Espíritu todo lo recrea.

Envía Señor tu Espíritu y todas las cosas serán creadas. Envíalo para que podamos seguir maravillándonos cada mañana al despertarnos y contemplar el don de la vida que nos rodea, la creación que pones a nuestra disposición para que disfrutemos de ella. No para que la contaminemos y la destruyamos como salvajes que no saben de respeto, de cuidado y de ternura.

Ven Espíritu y haz que las cosas ocupen el lugar que les corresponde en nuestras vidas. Crea todo nuevamente, pero crea en nosotros también una conciencia nueva que nos permita vivir libres de las cosas, que no seamos avaros, ni tacaños.

Que no nos convirtamos en víctimas de la ambición y que no caigamos en la tentación de vivir acaparando y atesorando las cosas que jamás nos servirán.

Ven y se creará una humanidad nueva en donde será realidad la fraternidad no como algo caído del cielo, sino construido a base de esfuerzos de solidaridad, de reconocimiento de la riqueza que existe en los demás, de rechazo de la violencia y de la muerte que llena de sangre tantos lugares de nuestra casa tierra.

Esa tierra en donde has pensado que todos pueden tener un espacio para vivir sin ser llamados ilegales, refugiados, migrantes, sino hermanos, hijos de un Padre que no sabe de razas, de colores, de creencias y que nos quiere a todos en su hogar.

Ven Espíritu de Dios y estamos seguros que se renovará la faz de la tierra. Ven y cambiará el rostro de quienes hemos puesto nuestra confianza en ti. Ven y esta faz desfigurada, distorsionada por las incoherencias de quienes nos decimos cristianos volverá a ser una faz resplandeciente y auténtica, reflejo del rostro de Cristo que habita en nosotros.

Ven Espíritu Santo y cambiará no sólo el rostro de la Iglesia, que asistida con tu misericordia volverá a ser signo de tu presencia en la humanidad, sino toda la creación en la que cada persona será capaz de vivir sin ser una amenaza para quienes le están cerca.

Ven y la faz de la tierra cambiará porque aparecerán en todo su esplendor las experiencias magníficas de quienes también hoy siguen siendo testigos anónimos y escondidos de tu amor en tantas partes del mundo.

Ven y resplandecerá el rostro de tantas comunidades cristianas jóvenes que en las misiones están creciendo como árboles robustos prometedores de buenos frutos.

Ven Espíritu Santo porque te necesitamos para seguir caminando por los caminos de este mundo en donde nuestro maestro y Señor nos ha dejado recordándonos que estamos aquí, pero que no podemos olvidar que no somos de este mundo.

Ven para que podamos seguir caminando sin olvidar que el Padre nos lleva de la mano.

Textos para nuestra reflexión:
Juan 20, 19-23
1Co 12
Gálatas 5, 16-26

Misión comboniana en Metlatónoc, México

Por: Esc. Felipe Vazquez, mccj
Desde Metlatónoc, Guerrer
o

La mirada de un misionero comboniano que por primera vez ve los pueblos originarios de la región mixteca del Estado de Guerrero, se encuentra con un ser humano que vive envuelto en ritos con elementos católicos y prehispánicos como escudo protector ante la adversidad y la inclemencia social hecha de marginación, exclusión, discriminación, invisibilizacion y olvido.

Las circunstancias generadas por esa inclemencia social lo hunden en el subdesarrollo y la pobreza. Esta es una de las razones por las que se ve obligado a migrar, dejar su tierra y su familia en la desolación para ir a buscar recursos o a estudiar lejos para mejorar sus condiciones de vida para él y para los suyos.

La Iglesia aparece en medio de estos pueblos como compañera de camino y de consuelo de este ser humano originario de estas tierras. Camina con él sin apresurar los pasos, con la única intención de que este ser humano y sus pueblos sientan a Dios cercano, como compañero de camino y de vida que busca junto con ellos caminos de liberación y salvación. Es decir, que tengan la experiencia de Dios como Emmanuel ( Dios-con-nosotros).

Esta experiencia de Dios que camina con los pueblos olvidados en las montañas, hace que recuperen y fortalezcan la actitud y capacidad de caminar juntos como necesidad y estrategia para crecer todos. Eso que ahora la Iglesia pide a todos los bautizados: redescubrir el camino sinodal como vía de salvación social.

El misionero sabe que, a veces, el ser humano al que acompaña en su crecimiento humano y espiritual, no siempre conoce a Jesucristo. Por eso, ayuda a estos pueblos a descubrirlo en medio de ellos, que está caminando junto con ellos, en medio de sus pueblos y comunidades… Porque, con frecuencia, sólo saben de la existencia de Dios, pero no saben quién es ni cómo es, solo le llaman DIOS.

La presencia del misionero hace que, caminando juntos, puedan conocer el Nombre de Dios, aprender a mirarlo como papá de todos y a descubrir a Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida que se transforma en la vía más concreta de salvación personal y social: EL SER HUMANO FRATERNO.

El misionero sabe que la fraternidad social nace de la fe en un Dios que es papá, que quiere que sus hijos vivan dignamente y sean felices y que no se conforma sólo con ritos, rezos y sacrificios… que eso a veces le molesta y lo entristece, sobre todo cuando la justicia, la paz y la vida están en riesgo y no se actúa para mejorar a las personas y sus entornos, esperando que una intervención extraordinaria resuelva todo.

Estas son las implicaciones del anuncio del Evangelio que conocemos todos los misioneros y es lo que pretendemos que este ser humano conozca, asimile y lo haga carne ahí donde vive y convive.

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