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Teresa de Lisieux, la flor que cuenta su historia

Por: P. Manuel João Pereira Correia, mccj

«Éste, precisamente éste es el misterio de mi vocación, de toda mi vida,
y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma.
Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que lo quieren,
o, como dice san Pablo: «Dios tiene misericordia de los que lo quieren,
y tiene misericordia de los que lo quieren.
Por tanto, no es obra de los que quieren ni de los que se apresuran,
sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9,15-16).
Teresa de Lisieux, autobiografía


Escritura autobiográfica A
dirigida a la madre Inés de Jésus (hermana Pauline)
J.M.J.T. Jésus, enero de 1895

Historia primaveral de una pequeña florecilla blanca
escrita por ella misma
y dedicada a la reverenda Madre Inés de Jesús

1 – A ti, mi querida Madre, a ti que eres dos veces mi madre, te confío la historia de mi alma… Cuando me pediste que hiciera esto, pensé: el corazón se disipará, ocupándose de sí mismo; pero luego Jesús me hizo sentir que, obedeciendo con sencillez, le agradaría; además, sólo hago una cosa: empiezo a cantar lo que eternamente debo repetir: «¡Las misericordias del Señor!

2 – Antes de tomar la pluma, me arrodillé ante la estatua de María (la que nos ha dado tantas pruebas del maternal cuidado de la Reina del Cielo hacia nuestra familia), le rogué que guiara mi mano: ¡ni una sola línea quiero escribir que no le agrade! Entonces abrí el Evangelio, y mi mirada se posó en unas palabras: «Jesús subió a un monte y llamó a sí a los que quería; y vinieron a él» (San Marcos, cap. III, v. 13).

3 – Este es, precisamente, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y en particular el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi alma. Jesús no llama a los que son dignos, sino a los que quiere, o, como dice San Pablo: «Dios tiene misericordia de quien quiere, y usa de misericordia con quien quiere». No es, pues, obra de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios que usa la misericordia’ (Ep. a los Rom., cap. IX, vv. 15-16).

4 – Durante mucho tiempo me pregunté por qué Dios tiene preferencias, por qué no todas las almas reciben las gracias en igual grado, me preguntaba por qué prodiga favores extraordinarios a santos que le han ofendido, como san Pablo, san Agustín, y por qué, casi diría, les obliga a recibir su don; luego, al leer la vida de los santos a quienes Nuestro Señor acarició desde la cuna hasta la tumba, sin dejar en su camino un solo obstáculo que les impidiera elevarse hasta él, y previniendo sus almas con tales favores que les fue casi imposible manchar el esplendor inmaculado de sus vestiduras bautismales, me pregunté ¿por qué los pobres salvajes, por ejemplo, mueren tantos y tantos antes de haber oído el nombre de Dios?

5 – Pero Jesús me instruyó sobre este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores de la creación son bellas, las rosas magníficas y los lirios blanquísimos no roban el perfume a la violeta, ni la sencillez encantadora a la margarita… Si todas las florecillas quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su vestido de primavera, los campos ya no estarían esmaltados de inflorescencias. Así sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Dios quiso crear a los grandes Santos, que pueden compararse a los lirios y a las rosas; pero creó también a los más pequeños, y éstos deben contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a alegrar la mirada del Señor cuando se digne bajarla. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser como Él quiere.

6 – También comprendí otra cosa: El amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla, que no resiste en absoluto a la gracia, que en el alma más sublime; en efecto, es propio del amor humillarse, y si todas las almas se parecieran a los santos Doctores, que iluminaron a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que el Dios misericordioso no descendiera lo suficiente para alcanzarlas; Pero ha creado al niño que no sabe nada y sólo se expresa con débiles chillidos; ha creado al salvaje que, en su miseria absoluta, sólo posee la ley natural para regularse; ¡y Dios desciende hasta ellos! De hecho, son estas flores silvestres las que le cautivan por su sencillez.

7 – Al descender hasta este punto, Dios se muestra infinitamente grande. De la misma manera que el sol ilumina los grandes cedros y las florecillas como si cada uno fuera único en el mundo, así Nuestro Señor cuida de cada alma con tanto amor, como si fuera la única que existe; y así como en la naturaleza las estaciones están todas reguladas de tal manera que hacen florecer la más humilde alondra en el día señalado, así todo responde al bien de cada alma.

8 – Seguramente, querida Madre, te preguntarás a dónde voy con esto, porque hasta ahora no he dicho ni una palabra que se parezca a la historia de mi vida, pero me has pedido que escriba libremente lo que se me ocurra, así que no voy a contar mi vida propiamente dicha, sino más bien mis pensamientos sobre las gracias que Dios me ha concedido. Me encuentro en un momento de mi existencia desde el que puedo mirar al pasado; mi alma ha madurado en medio de pruebas externas e internas, ahora, como un capullo fortalecido por la tormenta, me levanto, y veo las palabras del Salmo XXII «el Señor es mi Pastor, nada puede fallarme. Él me hace descansar en los pastos frescos y ricos. Me guía suavemente por el río. Él conduce mi alma sin cansarla… Y cuando descienda al sombrío valle de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo, Señor».

9 – Siempre el Señor ha estado lleno de compasión para conmigo, y de mansedumbre… ¡Lento para castigar y abundante en misericordias! (Salmo CII, v. 8). Así, Madre mía, me alegra cantar cerca de ti la misericordia del Señor. Sólo para Ella escribiré la historia de la humilde flor que Jesús arrancó, y hablaré abandonándome, sin preocuparme del estilo, ni de las muchas digresiones que haré. El corazón de una madre siempre comprende a su hijo, aunque sólo tartamudee, y por eso estoy segura de que soy comprendida, adivinada por ella: ¡es ella quien formó mi corazón, y se lo ofreció a Jesús!

10 – Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría, con gran sencillez, lo que el Señor ha hecho por ella y no trataría de ocultar los beneficios divinos. Por falsa modestia, no diría: «Soy desgarbada, no tengo perfume, el sol me ha quitado el esplendor, la tempestad ha destrozado mi tallo», cuando reconocería en sí misma todo lo contrario.

11 – La flor que cuenta aquí su historia se alegra porque va a dar a conocer los cuidados omnisapientes de Jesús; no tiene nada -y lo sabe bien- que pueda atraer la mirada de Dios, y sabe también que sólo la misericordia divina ha hecho todo el bien en él. Le hizo nacer en tierra santa, y casi impregnado de un perfume virginal. Hizo que le precedieran ocho lirios resplandecientes de blancura. En su amor, quiso preservar la humilde flor del aliento venenoso del mundo; los pétalos estaban a punto de abrirse, y el Salvador la trasplantó en el monte del Carmelo, donde ya olían dos lirios: los dos mismos que la habían envuelto y acunado suavemente cuando brotó por primera vez… Siete años han pasado desde que la flor echó raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes, y ahora tres fragantes corolas ondean cerca de ella; no muy lejos, otra se abre a la mirada de Jesús, y los dos benditos tallos que las produjeron se reúnen para siempre en la Patria divina. Allí han encontrado los cuatro lirios que la tierra no ha visto florecer. Oh, que Jesús no deje mucho tiempo en la orilla extranjera a los que se han quedado en el destierro: ¡que todo el blanco penacho se complete pronto en el Cielo!

12 – Madre mía, he resumido en pocas palabras lo que el Señor ha hecho por mí, ahora me adentraré en mi vida de niña; sé que allí, donde cualquiera no vería más que una aburrida perorata, su corazón de madre encontrará un encanto. Y entonces, los recuerdos que evocaré serán también los suyos, porque mi infancia transcurrió cerca de la suya, y tengo la suerte de pertenecer a los incomparables padres que nos envolvieron en los mismos cuidados y ternura. ¡Que bendigan a la menor de sus hijas y la ayuden a cantar las misericordias de Dios!

40 años de sacerdocio misionero comboniano

El pasado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el P. Enrique Sánchez González cumplió 40 años de sacerdocio. Aquí nos deja este hermoso testimonio de agradecimiento a Dios por todos esos años de ministerio sacerdotal, misionero y comboniano.

«El próximo 29 de septiembre de 2024, Dios mediante, cumpliré 40 años de mi ordenación sacerdotal misionera y comboniana. Pienso que sea una fecha que no puede pasar inadvertida y puede ser una oportunidad para agradecer al Señor por este bello don.

Es también una ocasión para decir gracias, a través de la oración, a tantas personas que han compartido conmigo este largo caminar y que han hecho posible que llegara a este día, sobre todo quienes me han acompañado con su cariño, su amistad, su apoyo material y espiritual.

No he sido un sacerdote solitario, sino que he gozado de la cercanía de muchas personas que me han ayudado a vivir con gratitud este regalo inmerecido. Con todas ellas quisiera bendecir al Señor por haberme llamado a este ministerio, a esta vocación.

Para recordar lo que han sido cuarenta años de ministerio sacerdotal, como misionero comboniano, necesitaría escribir muchas páginas y creo que no terminaría. Porque ha sido una experiencia marcada principalmente por la fidelidad, la misericordia y la bondad del Señor que no tienen límites.

Basta una palabra para resumir todo lo que he vivido y esa palabra es simplemente: Gracias, no merecía tanto.

Recorriendo los años hacia atrás, sólo puedo darme cuenta de que he llegado hasta el día de hoy porque el Señor ha mantenido su palabra, nunca me abandonó y siempre se mantuvo a mi lado.

Él ha sido presencia, consuelo, luz en el camino, fortaleza en los momentos de cansancio, misericordia en los tropiezos y caídas; pero también motivo de entusiasmo, de felicidad y de inmensa alegría.

He sido sacerdote, ciertamente, no por mis méritos o virtudes. Ha sido gracia suya que se ha ido derramando a través del tiempo y que me ha permitido ir diciendo un “sí” día tras día. A veces con el corazón lleno de alegría y de entusiasmo, en otras ocasiones agarrado sólo de lo pobre de mi fe y confiando en su Palabra.

Como a Josué, en el antiguo testamento, a mí también se me ha dado muchas veces el poder escuchar aquellas palabras del Señor que decía: “Como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente! Que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir todo lo que te mandó mi siervo Moisés; no te desvíes ni a derecha ni a la izquierda, y tendrás éxito en todas tus empresas” (Josué 1, 5-7)

Durante cuarenta años puedo decir que me ha tocado ser más testigo que protagonista de una historia que ha ido creciendo y floreciendo. Ha sido una historia en donde el Señor me ha llevado de sorpresa en sorpresa y en donde me ha concedido vivir todo lo que nunca hubiese pensado.

Han sido años durante los cuales no todo ha sido grandioso y espectacular, y no han faltado los momentos de prueba, de dolor, de tentación y de oscuridad. Sobre todo, cuando me olvidé de que no era yo quien llevaba las riendas de mi vida, sino que había optado porque fuera Él quien se encargara de guiar mis pasos.

Hoy, de lo profundo de mi corazón brota espontáneo el agradecimiento, sobre todo porque han sido años bendecidos y vividos en el ejercicio de un ministerio, de un servicio a la vocación misionera comboniana que el Señor me regaló.

Mis cuarenta años de sacerdocio han sido vividos, en su mayor parte, sirviendo a la misión a través de muchos años de entrega al Instituto de los Misioneros Combonianos. Mi experiencia no me permitió vivir en un ministerio directo al servicio de una comunidad parroquial, pero eso no ha impedido que, a lo largo de todos estos años, haya tenido la fortuna de compartir la vida con muchas personas que han entrado a mi corazón para quedarse ahí por siempre.

Lo que me ha permitido perseverar en mi vocación misionera, puedo decirlo con toda honestidad, no han sido mis virtudes o mis capacidades, sino la presencia de tantas personas que me han hecho entender que el sacerdocio no es un regalo personal, sino un instrumento para entregarse amando a los demás.

Con sencillez, puedo decir que, si soy hoy, todavía, sacerdote y misionero es algo que se lo debo a tantas personas que he encontrado por los caminos de la misión. Todas sin excepción han contribuido en la construcción de lo que soy, como persona y como sacerdote, como misionero y como comboniano.

Tal vez, las personas que más me han ayudado a ser agradecido con la bendición del sacerdocio son aquellas con las que compartí apenas unos cuantos meses en la misión de Mungbere, en la República Democrática del Congo.

Ahí quedó mi corazón misionero y ese ha sido un punto de referencia que me ha ayudado a seguir agradeciendo en todas partes el poder compartir el cariño que brota de mi corazón como don que Dios me va otorgando a cada paso. Pero igual están todas aquellas que la misión me permitió encontrar en continentes y contextos tan distintos.

Dios tiene sus tiempos y sus caminos y estoy convencido de que él me ha llevado por donde ha querido y me ha permitido vivir lo que sólo él sabía que me convenía.

En mis tiempos, muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi fragilidad, mi inmadurez y mi incapacidad de entregarme totalmente. Sacerdote no se nace y cada día el Señor va haciendo el milagro de hacernos según su corazón.

En mis caminos me ha tocado vivir días de lágrimas amargas, sintiéndome pequeño ante lo grandioso del sacerdocio; pero, al mismo tiempo, cada momento ha sido escuela que me ha enseñado a entender que mi sacerdocio no depende de mis capacidades, de mis habilidades, ni de lo perfecto que quisiera ser.

Muchas veces he hecho mías las palabras de Jesús cuando agradece a su Padre el haber revelado a los pequeños los misterios de su amor. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y astutos”. (Mateo, 11, 25) Y, No creo que exista un sacerdote que pueda presumir de sí mismo, ni considerarse digno del don del sacerdocio.

Dios se ha servido, incluso de mi pobreza humana para ayudarme a entender que sólo su amor basta. Que es en la debilidad en donde se manifiesta su fuerza y que sólo con su gracia es posible seguir avanzando.

En muchos momentos he podido sentir su mano que me protegía, me cuidaba y me guiaba. De todo se ha servido para que pudiera llegar hasta este día, dándome cuenta de que ser sacerdote es una gracia que Dios se encarga de inventar cada día y que va poniendo en mí corazón para vivirla compartiéndola con los demás.

Cuarenta años de sacerdocio, en mi caso, se trata de una vida que ha estado marcada por la sencillez y lo ordinario de cada día entregado con generosidad y con el deseo de brindar a otros la posibilidad de encontrar, aunque sea, un pequeño espacio de felicidad, de consuelo y de paz en sus vidas. Ser instrumento de reconciliación y de perdón ha sido uno de los dones más bellos que he vivido viendo a muchas personas salir de su dolor retomando la vida con esperanza y gratitud.

En el día a día de todos estos años lo extraordinario y lo más bello que me ha sucedido es poder celebrar la Eucaristía siendo testigo de primera mano del gran misterio por medio del cual el Señor ha querido quedarse entre nosotros. Creo que puedo contar los días en que no pude celebrar la misa, incluso en ocasiones solo, en los momentos de la enfermedad que nos obligó a aislarnos.

Ha sido un gran regalo para mí el poder ser instrumento del perdón de Dios y me ha llenado el alma de alegría ver a tantos hermanos y hermanas salir del confesionario con el rostro resplandeciente y agradecido, porque a través del instrumento que soy, pudieron reencontrar el camino de la libertad y de la vida.

He sido padre y hermano para muchas personas y para muchos de mis compañeros combonianos. He sido oído que escucha, hombro sobre el cual han podido recargarse cuando la carga se hacía pesada. He sido simple instrumento en las manos de Dios que quiso tocar por mi medio la vida y el corazón de muchos que volvieron a sentirse amados.

Creo poder decir que mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero y para la misión. He querido estar siempre disponible y he tratado de responder siempre con disponibilidad y generosidad a todos los servicios y ministerios que se me han solicitado. Deseo seguir en esa actitud y le pido a Dios la gracia de poder seguir diciendo sí a todo lo que se me pida con la certeza de que él me llevará por los caminos que me convienen.

De cara al futuro, siento que no tengo grandes planes ni proyectos y en mi corazón se mueve sólo el querer estar disponible y abierto a todo lo que el Señor seguirá haciendo en mi vida y a través de mí.

Me gustaría que los años que vienen me bridaran la oportunidad de crecer en la experiencia del abandono y que mi sacerdocio siga siendo envuelto por la experiencia de la alegría de saber que Dios pue de hacer grandes cosas en mi vida con lo poco que siento que puedo poner a su disposición.

Pido, como gracia, el seguir creciendo en entrega y generosidad para hacer de este ministerio un instrumento que brinde un poco de vida y de felicidad a todas las personas que iré encontrando por los caminos de la misión.

Me gustaría que los años de sacerdocio misionero que me esperan en el futuro sean años vividos con la pasión que movió siempre a san Daniel Comboni. Una pasión misionera vivida entre los más pobres y abandonados. Una misión vivida en comunión y construyendo fraternidad con las personas que podrá a mi lado.

Me encantaría que los años que vienen mi sacerdocio me permita acercarme un poco más a la cruz del Señor y que se me conceda la gracia de vivir sin poner límites a la entrega, al sacrificio, a la cercanía con quienes tienen necesidad de una palabra y de una mano tendida que les permita descubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Hoy doy gracias porque el Señor ha sido bueno conmigo, porque me ha acompañado con una gran paciencia, porque ha sido fiel y en ningún momento me ha dejado solo. Doy gracias porque ha sido misericordioso y compasivo en los momentos en que, por mi fragilidad, no he sabido responder como él lo hubiera esperado.

Doy gracias porque voy entendiendo que soy sacerdote y misionero no por méritos míos, sino por una gracia enorme que el Señor sigue concediéndome, simplemente porque me ama.

Agradezco a quienes se alegran hoy conmigo y a quienes me han acompañado a lo largo de estos cuarenta años. Ha sido una bella experiencia, ha sido un largo peregrinar, ha sido un tiempo único en el que Dios nos ha hecho entender cuanto nos ama.

Que la aventura siga por muchos años y que cada instante se convierta en oportunidad para vivir dando gracias».

P. Enrique Sánchez González Mccj
29 de septiembre de 2024

Noticias de la comunidad misionera comboniana en Beirut, Líbano

La provincia de los misioneros combonianos de Egipto-Sudán tiene una comunidad de formación cerca de Beirut, Líbano. El padre Diego Dalle Carbonare (en el centro de la foto), superior provincial, visitó la comunidad -compuesta por cuatro escolásticos y un formador- para comprobar con sus propios ojos la situación en la que se encuentran los misioneros. Según Naciones Unidas, más de 720 personas han muerto ya en Líbano y 211.000 han sido desplazadas desde el pasado lunes, cuando se produjo la nueva escalada del conflicto en Oriente Medio con las incursiones israelíes en territorio libanés. El sábado 28 de septiembre, desde el Líbano, el Padre Diego envió el mensaje que publicamos a continuación.

comboni.org

«Esta vez no os envío el “boletín de guerra” desde Sudán (donde, sin embargo, la guerra continúa, aunque los medios de comunicación lo hayan olvidado), sino desde el Líbano, donde vine la semana pasada para visitar a nuestros escolásticos y su formador. Aproveché también para hacer ejercicios espirituales en una casa jesuita en la frontera con Siria, en la zona de Zahle.
A pesar del silencio de los ejercicios, escuchamos más de una vez por la noche -y hoy también a plena luz del día- algunas explosiones, pero todas lejanas de nosotros.
Hasta donde sabemos, los ataques en curso sólo se producen en lugares estratégicos de Hesb. El Líbano es un país pequeño, pero dividido en zonas, por lo que para aquellos que no viven en la zona chií, la vida parece transcurrir con normalidad. Estamos al norte de Beirut, en una zona cristiana, y estamos lejos de las explosiones de misiles y de las columnas de humo que se elevan al sur de la ciudad.
Sin embargo, incluso hoy, mientras regresábamos a casa por la carretera principal del país que bordea el mar de sur a norte, comprobamos con nuestros propios ojos que por cada 4 ó 5 coches que se dirigían al norte, uno era un coche chiita que huía de la zona de guerra: coches y camiones repletos de mujeres, niños, maletas y colchones, que huyen hacia el norte. ¿Dónde exactamente? Cada familia tiene su propia dirección en estos caminos de esperanza.
Como siempre, ante cualquier tipo de guerra la pregunta es: ¿Por qué? ¿Con qué propósito? ¿Para quién?
El Líbano es una perla de rara belleza, pero la crueldad de los poderosos no conoce motivos. Como siempre, pido sus oraciones.»

Padre Diego Dalle Carbonare, mccj
Superior Provincial de Egipto-Sudán

Inicia la 21ª edición del Año Comboniano de Formación Permanente en Roma

El 23 de septiembre de 2024 comenzó oficialmente el Año Comboniano de Formación Permanente (ACFP) 2024-25. Dieciocho Misioneros Combonianos, dieciséis Padres y dos Hermanos, de doce Provincias, caminarán juntos durante unos ocho meses «hacia más vida», como reza el lema del curso de este año. Recemos por estos hermanos para que vivan plenamente esta experiencia de crecimiento y renovación.

En la Misa que inauguró este viaje, el P. Tesfaye, Superior General de los Misioneros Combonianos, recordó la importancia de esta iniciativa, en la que se invita a los misioneros a participar después de 10-15 años de trabajo misionero, para reexaminar su experiencia misionera -a la luz de la Palabra y del carisma comboniano- y volver a la misión con más fuerza y energía. El P. Tesfaye subrayó que este viaje es un don y un privilegio, teniendo en cuenta que a muchos laicos también les gustaría poder detenerse durante un tiempo tan largo, para renovar sus fuerzas, y no pueden hacerlo.

En la semana de apertura, los dos miembros de la Comisión de Formación Permanente -el P. Alberto Silva y el Hno. Alberto Degan- presentaron la carta de formación que, después de una panorámica de la historia del Año Comboniano, explica la propuesta formativa para el curso, que se centra en cuatro «pilares»: una profundización en la relación con Dios y su Palabra; un encuentro renovado con San Daniel Comboni y con nuestro Instituto; una revisión de la propia experiencia misionera y una profundización en los desafíos de la misión de hoy; y un mayor autoconocimiento en la verdad, la acogida y la integración.

Un elemento clave de este viaje será el intercambio de experiencias entre los dieciocho participantes, que ya han tenido la oportunidad en esta primera semana de compartir sus expectativas sobre el curso. He aquí lo que dijo un participante sobre el camino que les espera: «Espero poder reencontrarme conmigo mismo, relacionarme más profundamente con la persona de Comboni y con Cristo, el Maestro de la Misión».

La primera semana del Año Comboniano terminará con una misa celebrada en la Basílica de San Pablo Extramuros. En la segunda semana comenzarán las conferencias. El Año Comboniano contará con la colaboración de unos 30 conferenciantes, algunos combonianos y otros no.

Hay tres palabras que resumen el significado de este período sabático: don, derecho y deber. El Año Comboniano es ante todo un don, es decir, un período de gracia, ofrecido a todos los Combonianos que se encuentran en la fase de «media vida»; es un derecho, en el sentido de que todos los Combonianos tienen derecho a participar en este camino para renovar su motivación y energía; y es un deber, en el sentido de que los participantes están llamados a vivir este camino con una actitud participativa y responsable para después volver en medio de su pueblo con un compromiso renovado.

comboni.org

Domingo XXVI ordinario. Año B

En su nombre: Marcos 9,38-48
“El que no está contra nosotros está a nuestro favor”

El pasaje del evangelio de hoy es la continuación del de la semana pasada. Todavía estamos “en casa” (Marcos 9,33), la casa de Pedro y de Jesús. El hecho de que esto suceda en casa tiene un valor simbólico. Significa que Jesús se dirige en particular a la comunidad cristiana, dando a los suyos normas de vida.

Después de la cuestión de quién sería el más grande y la catequesis de Jesús sobre la pequeñez, surge otro tema, planteado por el apóstol San Juan: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y queríamos impedírselo, porque no nos seguía”. Los “exorcistas”, para darle fuerza a su exorcismo, solían invocar nombres de ángeles y de personajes que se suponía tenían poder para sanar. Los Doce estaban celosos (como Josué en la primera lectura) de que otros, fuera del grupo, utilizaran el nombre de su Maestro. La respuesta de Jesús es contundente: “No se lo impidáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá enseguida hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.

Siguen tres dichos de Jesús insertados aquí, aparentemente desconectados entre sí. En realidad, cada sentencia está conectada con la anterior a través de una palabra o un tema. Tres temas emergen del conjunto del texto del evangelio: el nombre de Jesús, la pequeñez y el escándalo (hacia los pequeños y hacia nosotros mismos).

Puntos de reflexión

1. “En tu nombre”. Según lo que dice el apóstol San Juan, parece que los Doce querían “apropiarse” del nombre de Jesús. Solo ellos podían expulsar demonios en su nombre. Pretendían tener la exclusividad. Aquel otro lo hacía de forma indebida porque no era “uno de ellos”. La tentación de monopolizar el nombre de Cristo, de encapsularlo en nuestra iglesia, en nuestro grupo, asociación o movimiento, sigue siendo actual. Hemos dividido el mundo en dos: nosotros, que estamos “dentro”, y los otros, que están “fuera”. Pero, ¿quién está realmente “dentro” y quién está “fuera”?

El Espíritu es libre y no se deja confinar. El Reino de Dios no conoce fronteras de pensamiento, credo o religión. Él está presente y actúa en todas partes, tanto en el corazón del creyente como en el del agnóstico o ateo. ¡Solo Dios es realmente “católico”, es decir, universal, Dios y Padre de todos! Lamentablemente, a veces somos como San Juan y Josué: queremos apropiarnos del Espíritu y sufrimos de celos al ver que tantos son mejores, más generosos y solidarios que nosotros, sin hacer referencia al nombre de Cristo. Un día, ellos escucharán con asombro esta palabra de Jesús: “lo hicisteis a mí” y “lo hicisteis gracias a mí”. ¡Se puede actuar en nombre de Cristo sin siquiera saberlo! El cristiano “católico” es aquel que es capaz de reconocer la presencia de Dios dondequiera que se haga el bien, de maravillarse y alabar al Señor, santificando así su Nombre.

La expresión “en mi nombre” (en boca de Jesús) o “en tu nombre” (en boca de los apóstoles) o en el nombre de Jesús/Cristo/Señor aparece frecuentemente en el Nuevo Testamento, pero particularmente en los evangelios (casi cuarenta veces) y en los Hechos de los Apóstoles (unas treinta veces). El cristiano es aquel que actúa en el nombre de Jesús: nace, vive, ama, obra, ora, anuncia, hace el bien, combate el mal, sufre, es perseguido, muere… siempre por causa de Su Nombre. Su Nombre se convierte progresivamente en nuestra identidad, en nuestro nombre, hasta poder decir como Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20).

Podemos preguntarnos, sin embargo, si es este nombre el que regula nuestra vida. Porque puede suceder que sean otros nombres (de los numerosos ídolos) los que dominen nuestra vida, olvidándonos de que “en ningún otro hay salvación; no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual estemos llamados a salvarnos” (Hechos 4,12).

2. Los pequeños gestos hechos en Su Nombre. “Cualquiera que os dé a beber un vaso de agua (Mateo añade: “fresca”) en mi nombre porque sois de Cristo, en verdad os digo, no perderá su recompensa”. Este dicho de Jesús, sobre el valor de los pequeños gestos, se conecta con el anterior por la alusión al nombre de Jesús. Hacer las cosas en el nombre de Cristo trae un excedente de gracia, incluso si se trata de pequeños gestos, porque “son los gestos mínimos los que revelan la verdad profunda del hombre” (S. Fausti).

3. La atención a los pequeños: “El que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar”. Ser arrojado al mar era la peor de las muertes, ya que solo el cuerpo sepultado podría resucitar. Jesús se refiere aquí a los débiles en la fe, pero lo que él dice se puede aplicar a todo tipo de pequeños: los marginados, los pobres, los sufrientes, los necesitados…

4. La poda continua. “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtala… Si tu pie…, córtalo… Si tu ojo…, arrójalo”. Jesús usa expresiones muy duras para expresar la determinación en la lucha contra lo que en nuestra vida nos hace tropezar y caer. Quizás tengamos manos, pies y ojos que cortar o arrancar. Muchas veces somos como ciertas figuras de la mitología griega, con cien manos que agarran todo, cien pies que continuamente nos desvían del camino correcto, cien ojos que nos impiden centrar nuestra mirada en Cristo. La vida del cristiano requiere una poda continua. Tal vez hoy esta palabra nos invite a un examen de conciencia para discernir qué debo cortar para no correr el riesgo de perder la vida.

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Tres “dichos” de Jesús
Comentario a Mc 9, 38-48

Los evangelios, además de narrar episodios de la vida de Jesús y reproducir las parábolas que contaba, recogen y organizan, cada evangelista a su modo, colecciones de “dichos” que Él seguramente pronunció en distintas ocasiones y  que los primeros discípulos recordaban de memoria, compartían entre sí y transmitían a los nuevos discípulos como un tesoro de sabiduría y una guía práctica para sus vidas. En el texto que leemos en este domingo podemos identificar tres de estos dichos, que yo entiendo de la siguiente manera:

1. El bien no tiene fronteras religiosas o de otro tipo. El dicho exacto de Jesús es “quien no está contra nosotros está con nosotros” y lo dice porque algunos querían impedir que personas que no pertenecían al grupo de los discípulos actuasen en su nombre. Es como si hoy prendiéramos que un no cristiano no ayudase a los pobres, porque no es cristiano. Cualquier bien, venga de donde venga, es una participación de la bondad de Dios. Debemos reconocerlo, agradecerlo y alegrarnos.

2. Un vaso de agua puede tener un valor infinito. Jesús dice exactamente: “Quien dé un vaso de agua en mi nombre, no perderá su recompensa”. A veces hace falta poco para alegrar la vida de una persona, para hacer que se sienta respetada, para darle esperanza ante las dificultades. Dar un vaso de agua es signo de acogida, de respeto, de disponibilidad a “echar una mano” si hace falta. El que da un vaso de agua al que lo necesita, está abierto al otro y quien se abre al otro se abre a Dios. ¿Cuál es el “vaso de agua” que yo puedo ofrecer a las personas que encuentro e mi alrededor?

3. ¡Ojo con ser un tropiezo para los pequeños! Marcos recoge aquí varias sentencias que tienen como elemento común una referencia al “escándalo”. Sabemos que esta palabra significa, en realidad, “tropiezo”, es decir, “zancadilla”, hacer que una persona indefensa caiga. Jesús, que es bondadoso y lleno de ternura, se vuelve serio y duro cuando alguien profana la casa de su Padre (el templo) o cuando alguien quiere hacer tropezar a los pequeños, a los “pobres de Yahvè”, a los que sólo tienen a Dios en quien confiar. Con los “pequeños” de Dios no se juega. Al mismo tiempo, Jesús nos dice algo así como: “No te hagas trampas a ti mismo”; si algo te está haciendo daño, no pactes con el mal, córtalo de raíz, escoge el camino del bien con decisión y claridad.

Como cada domingo, al celebrar la Eucaristía y escuchar estas palabras de Jesús, le decimos: Amén, gracias, quiero que estas palabras iluminen mi vida de hoy y de siempre. Ayúdame a hacer que sean verdad en mí.

P. Antonio Villarino
Bogotá


Evangelizar sin monopolizar a Dios
Números 11,25-29; Salmo 18; Santiago 5,1-6; Marcos 9,38-43.45.47-48

Reflexiones
Fanatismo, fundamentalismo, intolerancia, sectarismo, integrismo, intransigencia, proselitismo, relativismo, sincretismo, diálogo, apertura, misión… La palabra de Jesús en el Evangelio de hoy viene a aclarar un cúmulo de palabras que abundan en el lenguaje de muchas personas y en los medios de comunicación social, que, con diferentes enfoques, discuten sobre estos temas de actualidad religiosa y política. Jesús toma la ocasión del exceso de celo del apóstol Juan y de otros discípulos, que querían prohibir a otra persona echar demonios en el nombre de Jesús, “porque no es de los nuestros” (v. 38). Jesús interviene diciendo: “No se lo impidan” (v. 39). En una circunstancia análoga, también Moisés (I lectura) había reaccionado en contra de la petición recelosa de su colaborador y futuro sucesor, Josué, deseando no una restricción sino una mayor efusión del Espíritu del Señor sobre su pueblo “¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!” (v. 29).

Josué y Juan –el joven apóstol bien merece el sobrenombre de ‘hijo del trueno’, como lo llama Jesús (Mc 3,17)– tienen, lamentablemente, numerosos seguidores en cada cultura y religión. Impedirprohibir…los verbos usados por Josué y Juan no agradan a Jesús, el cual no quiere impedir a nadie hacer el bien o pronunciar palabras buenas (v. 39). La de Josué y Juan es la tentación típica de todo movimiento integrista, así como de las personas que viven encerradas en su gueto. El miedo de lo que es diferente por origen, cultura, religión, etc., provoca sentimientos y actos de cerrazón, exclusivismo, rechazos. En algunos partidos y ambientes políticos la xenofobia llega al punto de considerar a otros como criminales por el solo hecho de ser extranjeros, inmigrantes, prófugos, refugiados, clandestinos.

Cabe subrayar la razón aducida por Juan: “Se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros” (v. 38). “No dice que no sigue a Jesús, sino que no les sigue a ellos, los discípulos, revelando así que tenían muy arraigada la convicción de ser ellos los únicos detentores del bien. Jesús les pertenecía tan solo a ellos, que eran el punto de referencia obligado para todo el que quisiera invocar su nombre; se sentían molestos por el hecho de que alguien realizara prodigios sin pertenecer a su grupo… El orgullo de grupo es muy peligroso: es solapado y hace que se tome por santo celo lo que es puro egoísmo camuflado, fanatismo e incapacidad de admitir que el bien existe también más allá de la estructura religiosa a la que se pertenece” (Fernando Armellini).

Aquí están en juego valores misioneros de primera magnitud. La salvación y la posibilidad de hacer el bien no son monopolio de una clase privilegiada de elegidos y especialistas, sino un don que Dios ofrece ampliamente a cada persona abierta al bien y disponible para ser portadora de amor y de verdad. El Espíritu del Señor se nos da gratuitamente, pero no en exclusiva: nadie, ninguna religión debe pretender monopolizar a Dios, a su Espíritu, la verdad o el amor. La respuesta de Jesús (v. 39) no varía si el que hace una obra buena es clandestino, musulmán, gitano, rechazado, encarcelado, drogadicto… Jesús daría la misma respuesta que dio a Juan, aunque el que lo pidiese fuera un budista, un musulmán u otro. Se trata de una afirmación que no disminuye en nada la verdad de Cristo único Salvador y fundador de la Iglesia; más bien, subraya su universal irradiación misionera.

Para una correcta comprensión de esta doctrina, hay que evitar dos extremos: por un lado, el fanatismo intolerante de quien no admite otras verdades fuera de la propia; y, por otro, el relativismo que no reconoce nada como definitivo y lo deja todo incierto y confuso. “La verdad es una sola, pero tiene muchas facetas como un diamante”, afirmaba Gandhi. Según la fe cristiana, Jesús es la Palabra del Padre, es la verdad personificada y encarnada, de la cual proceden las semillas de verdad y de amor presentes en el mundo entero: de Él vienen y a Él hacen referencia. Solo con este doble movimiento –centralidad e irradiación de Cristo– se superan los peligros del integrismo y del relativismo. La evangelización se funda sobre la posibilidad de un diálogo. El celo misionero bien entendido no es fanatismo, ni imposición, sino la propuesta gozosa y respetuosa de la propia experiencia de vida. Siempre respetando la libertad de las personas, el único camino para la difusión del Evangelio es el testimonio gozoso de la fe y del amor por Jesucristo.

Palabra del Papa

“La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad”.
Papa Francisco
Encíclica «Laudato si’», 24-5-2015, n. 201

A cargo de: P. Romeo Ballán
Misioneros Combonianos (Verona)


NADIE TIENE
LA EXCLUSIVA DE JESÚS

José Antonio Pagola

La escena es sorprendente. Los discípulos se acercan a Jesús con un problema. Esta vez, el portador del grupo no es Pedro, sino Juan, uno de los dos hermanos que andan buscando los primeros puestos. Ahora pretende que el grupo de discípulos tenga la exclusiva de Jesús y el monopolio de su acción liberadora.

Vienen preocupados. Un exorcista no integrado en el grupo está echando demonios en nombre de Jesús. Los discípulos no se alegran de que la gente quede curada y pueda iniciar una vida más humana. Solo piensan en el prestigio de su propio grupo. Por eso, han tratado de cortar de raíz su actuación. Esta es su única razón: “No es de los nuestros”.

Los discípulos dan por supuesto que, para actuar en nombre de Jesús y con su fuerza curadora, es necesario ser miembro de su grupo. Nadie puede apelar a Jesús y trabajar por un mundo más humano, sin formar parte de la Iglesia. ¿Es realmente así? ¿Qué piensa Jesús?

Sus primeras palabras son rotundas: “No se lo impidáis”. El Nombre de Jesús y su fuerza humanizadora son más importantes que el pequeño grupo de sus discípulos. Es bueno que la salvación que trae Jesús se extienda más allá de la Iglesia establecida y ayude a las gentes a vivir de manera más humana. Nadie ha de verla como una competencia desleal.

Jesús rompe toda tentación sectaria en sus seguidores. No ha constituido su grupo para controlar su salvación mesiánica. No es rabino de una escuela cerrada sino Profeta de una salvación abierta a todos. Su Iglesia ha de apoyar su Nombre allí donde es invocado para hacer el bien.

No quiere Jesús que entre sus seguidores se hable de los que son nuestros y de los que no lo son, los de dentro y los de fuera, los que pueden actuar en su nombre y los que no pueden hacerlo. Su modo de ver las cosas es diferente: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

En la sociedad moderna hay muchos hombres y mujeres que trabajan por un mundo más justo y humano sin pertenecer a la Iglesia. Algunos ni son creyentes, pero están abriendo caminos al reino de Dios y su justicia. Son de los nuestros. Hemos de alegrarnos en vez de mirarlos con resentimiento. Hemos de apoyarlos en vez de descalificarlos.

Es un error vivir en la Iglesia viendo en todas partes hostilidad y maldad, creyendo ingenuamente que solo nosotros somos portadores del Espíritu de Jesús. El no nos aprobaría. Nos invitaría a colaborar con alegría con todos los que viven de manera evangélica y se preocupan de los más pobres y necesitados.

José Antonio Pagola

Encuentro en Roma de los obispos combonianos

Cada dos años, el Instituto de los Misioneros Combonianos invita a todos los obispos combonianos a unos días de encuentro para compartir experiencias y desafíos pastorales, celebrar juntos la fe y revitalizar el espíritu comboniano. Este año, el encuentro tuvo lugar en Roma del 17 al 24 de septiembre con la participación de 13 de los actuales 24 obispos combonianos. Al final del encuentro, los prelados escribieron un mensaje a la Familia Comboniana titulado «Peregrinos de esperanza», que publicamos a continuación.
Mensaje de los obispos combonianos a la familia comboniana
“Peregrinos de la Esperanza”

«Porque trabajamos y nos esforzamos
porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo,
salvador de todos».
(1Tm 4,10)

Roma, 17-24 de septiembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos acogido como un don la oportunidad de reunirnos para compartir nuestras experiencias de misión y ministerio como obispos combonianos en nuestras respectivas diócesis, pero también para reflexionar juntos sobre los nuevos desafíos de la misión en un mundo en el que parece faltar la esperanza cristiana. Estamos agradecidos por la dedicación de nuestros hermanos y hermanas, laicos y laicas combonianos, que ofrecen sus vidas por la misión de la Iglesia.

Nuestro grupo está formado por un cardenal, dos arzobispos, veinte obispos y un administrador apostólico. En los dos últimos años, el Señor ha llamado hacia sí a dos de nuestros queridos hermanos, Mons. Max Macram Gassis y Mons. Lorenzo Ceresoli, de quienes hemos hecho memoria. Al mismo tiempo, el Santo Padre ha nombrado a Mons. Dominic Eibu, obispo de Kotido (Uganda), Mons. Antonio Manuel Bogaio Constantino, obispo auxiliar de Beira (Mozambique), Mons. Ndjadi Ndjate Léonard, obispo auxiliar de Kisangani (R.D. Congo), Mons. Victor-Hugo Castillo Matarrita, obispo de Kaga-Bandoro (África Central). No todos los obispos estuvieron presentes en persona, pero tuvimos un momento de intercambio con el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, con monseñor Luis Alberto Barrera Pacheco y con monseñor Miguel Ángel Sebastián Martínez a través de una videollamada. Otros se unieron con mensajes vocales y escritos. En la reunión estuvimos 13 obispos, acompañados por el Padre Tesfaye Tadesse Gebresilasie, Superior General, y el Padre Cosimo De Iaco, Procurador General.

Agradecemos a la Dirección General y a la comunidad de la curia su acogida y el tiempo que nos han concedido para ponernos al día sobre la situación del Instituto y de la misión. Al mismo tiempo, agradecemos también al Consejo General de las Hermanas Misioneras Combonianas, que nos habló de su proceso de reconfiguración, que han emprendido con gran valentía y pasión por la misión, ya que exige renovación y desarrollo. Agradecemos a Mons. Claudio Lurati y al P. Cosimo De Iaco la preparación y moderación del encuentro.

Del intercambio de experiencias se desprende que nuestra sociedad es cada vez más miope e indiferente ante la injusticia y el sufrimiento humano, mientras que los poderosos y los dirigentes de las naciones se esfuerzan por reconocer lo importante que es perseguir el bien común universal y defender los derechos humanos inalienables. En algunos casos, las decisiones de las naciones están en total contraste y desprecio por el valor de la vida. Pensemos, por ejemplo, en las numerosas guerras que hoy existen en el mundo. Nuestra voz de misioneros combonianos quiere dirigirse a todos en el mundo, sin distinción, para identificar un objetivo común y global contra la insostenibilidad de una economía desvinculada de las normas éticas, y que ahoga cada vez más el grito de los pobres forzados a una miseria inhumana, debido al egoísmo nacionalista, empeñado en producir una catástrofe global, que todos, conscientemente o no, sufrirán. Proponemos la visión evangélica de una economía de comunión basada en dar prioridad al otro antes que a uno mismo, para construir juntos un futuro más humano y fraterno.

Nuestra familia comboniana, en su propio contexto, experimenta también enormes desafíos que no deben afrontarse aisladamente, sino con una visión global. Europa afronta un momento de crisis debido a un retroceso interno marcado por los conflictos de Ucrania y Gaza, que dan testimonio de una grave polarización y politización, olvidando a esa parte de la población que sufre. Otros continentes, en cambio, están heridos por conflictos olvidados que no suscitan la atención y el interés de la comunidad internacional y, por tanto, tampoco de los medios de comunicación. Sudán vive un momento especialmente dramático en el desarrollo del conflicto, en el que no parece haber perspectivas de diálogo y, por tanto, de reconciliación. Pero a ello se suman situaciones igualmente dolorosas y problemáticas en el Cuerno de África, África Central, RD Congo, Mozambique y Sudán del Sur. Incluso en América Latina asistimos a una radicalización de la política más al servicio de los grupos de poder que de los ciudadanos, provocando un fenómeno migratorio incontrolado. Nuestra presencia de fe en estas situaciones de sufrimiento, tanto geográfico como existencial, es un signo de esperanza que, como una luz, muestra el camino. En esto nos anima el camino del sínodo sobre la sinodalidad y el tema del Jubileo 2025: «Peregrinos de la esperanza».

El Papa Francisco enseña que «el mundo tiene necesidad de esperanza, como tiene tanta necesidad de paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza». «Los hombres pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y ya, la paciencia tiene la capacidad de esperar. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras.

Esperanza y paciencia van juntas. También podríamos llamarla perseverancia, esa firmeza que animaba y caracterizaba a nuestro fundador San Daniel Comboni que nunca abandonó África, nunca cambió sus intereses a otra cosa que no fuera la evangelización de este continente. Nunca se resignó, ni siquiera ante los mayores obstáculos y dificultades. San Agustín decía que «la esperanza tiene dos hermosos hijos: el desdén y el coraje». Indignación ante la realidad de las cosas, coraje para cambiarlas.

La misión es de Dios y nosotros somos sus colaboradores en la medida en que estamos unidos en torno a Cristo en la Iglesia. El Santo Padre nos exhorta a vivir la fraternidad, a no dejarnos robar nunca la esperanza ni la alegría de evangelizar. Al final de nuestro encuentro reafirmamos nuestro compromiso de llevar la buena noticia del Evangelio viviendo en nuestra carne, personal y comunitaria, la vida resucitada de Jesucristo. Una vida que, aunque lleva las marcas de la pasión, se abre a una vida nueva.

Saludamos y bendecimos a todas las comunidades de la Familia Comboniana con el compromiso de un mutuo recuerdo en la oración.

Los Obispos Combonianos

comboni.org