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V Domingo de Pascua. Año C

Un mandamiento nuevo
En camino a Pentecostés
P. Enrique Sánchez G., mccj

“Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado con Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en s{i mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. (Juan 13, 31-33.34-35)

El libro del Apocalipsis, casi como conclusión en el penúltimo capítulo dice, a través de quien estaba sentado en el trono: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”. Y en los Hechos de los apóstoles, a través del ministerio de Pablo y Bernabé que recorrían entusiastas todas las ciudades lejanas de Jerusalén, vemos surgir comunidades jóvenes, alegres y abiertas al Evangelio.

Efectivamente, Dios, a través de la acción del Espíritu Santo iba haciendo surgir un mundo nuevo, una humanidad nueva que acabó por transformar el mundo por medio de la predicación y el testimonio de tantos cristianos que no dudaron en reconocer a Jesús como el Mesías, el Salvador que se nos ha dado para que podamos glorificar a Dios.

La salida de Judas del cenáculo, de la que nos habla el Evangelio, podríamos leerla como el fin de un tiempo que se lleva consigo la incapacidad de abrirse a Dios, de reconocerlo en el don de Jesús.
Es el fin de un tiempo que queda atrapado en sus tradiciones y en sus costumbres religiosas incapaces de generar vida y de responder a la necesidad de encontrarse con Dios como única respuesta a nuestra necesidad de plenitud en esta vida.

Judas es lo que representa en el mundo y en nuestras historias personales y comunitarias el rechazo a la propuesta o a la súplica de Dios que toca continuamente a nuestra puerta solicitando que lo dejemos entrar. Que no lo ignoremos, que no lo marginemos considerándolo superfluo o innecesario en nuestras vidas.

Judas es, de alguna manera, quien personifica nuestra resistencia a dejar que Dios nos cambie la vida y nos abra a la novedad de una vida que nos sorprende a cada paso, justamente porque Dios va haciendo nuevas todas las cosas, también en nuestras historias, tan humanas y ordinarias.

Podríamos decir que era necesario que sucediera de esa manera para que la gloria de Dios se pudiese manifestar y para que, cumpliendo su misión, Jesús fuera glorificado, reconocido y presentado a nosotros como el Dios que nos participa de su glorificación redimiendo nuestra humanidad. Esa humanidad que ahora está llamada a convertirse en la gloria de Dios por el cumplimiento del mandamiento del amor.

Les doy un mandamiento nuevo, dice Jesús, pero en realidad no se trata de algo distinto de lo que Dios ha dado a su pueblo desde siempre.

Hay que decirlo con voz fuerte, Dios siempre nos ha amado y nos ha tenido una gran paciencia. Él ha esperado y sigue esperando nuestros tiempos y no se cansa de seguir sembrando en nuestro caminar innumerables signos de su amor, confiando en que un día seremos capaces de corresponderle.

Amar ha sido, desde todos los tiempos, el secreto de la vida que nos hace pasar por encima de todas las experiencias de dolor y de muerte en las que nos enfrascamos cuando nos olvidamos que hemos sido creados para amar.

Hoy, basta abrir cualquier ventana de nuestro mundo para darnos cuenta de los desastres que somos capaces de construir cuando dejamos que en nuestro corazón se instale el odio y el rencor.

Ahí están, como botón de muestra, los dramas de las guerras, la inseguridad y la violencia en nuestros pueblos, la corrupción de personas e instituciones, la ambición de la riqueza desmedida, el hedonismo desordenado de una sociedad que vive sin Dios, que vive sin amor.

Quien no ama vive como víctima de todo aquello que lo humilla, lo entristece, lo destruye y lo sumerge en el espiral del odio, del rencor, de la envidia.

Quien se niega a sí mismo la experiencia de amar, se condena a hacer de su vida una tragedia que lo hunde en la soledad, en la amargura de sentirse insatisfecho de todo y enredado en las tinieblas de las sospechas y de las desconfianzas hacia los demás.

Cerrarse al amor es lo mismo que negar la propia identidad porque, como hijos de Dios, hemos nacido del amor y llevamos en lo profundo de nuestro ser la huella de quien nos ha llamado a la existencia compartiéndonos lo que le es propio, es decir, el amor.

La novedad del mandamiento se presenta a nosotros a través de la experiencia que Jesús ha hecho y del testimonio que nos ha dejado subiendo a la cruz, para decirnos con hechos lo que significa amar. Para hacernos entender hasta dónde nos puede llevar el amor si lo tomamos en serio.

El mandamiento nuevo consiste en que nos amemos los unos a los otros, como Jesús nos ha amado. Él es el ejemplo y la mediad, él es el camino a seguir.

Y amar como él nos ha amado significa vivir con los sentimientos que movieron su corazón, con las actitudes que lo llevaron a involucrarse en los dramas de sus contemporáneos, con la alegría de entregar la propia vida en el servicio y en todo aquello que permita promover a mejor vida a quienes tenía a su lado.

Amar, como Jesús amó, es tener la valentía de ensuciarse las manos para ayudar a quien está pasando por momentos de dificultad, es gastar tiempo con quien vive sufriendo en soledad, es ser solidarios con quienes no han tenido las mismas oportunidades para triunfar o simplemente alcanzar una calidad de vida digna en nuestra sociedad.

Para Jesús amar no fue otra cosa sino realizar el plan y el sueño de su Padre, el sueño de ver felices a todos sus hijos, de verlos en paz, de contemplarlos construyendo un mundo fraterno en donde no puede haber lugar para la violencia, para el miedo, para el terror, ni para la muerte.

Así nos ha amado Jesús, y así nos invita a hacer de su mandamiento nuestra regla de vida. Se trata pues, de buscar todo aquello que nos permita amarnos los unos a los otros, construyendo puentes que faciliten los encuentros y creando espacios en donde podamos convivir ayudándonos y respetándonos.
Conviene preguntarnos ¿cómo está siendo mi experiencia de amar y de dejarme amar? ¿Cómo soy expresión del amor de Jesús que llena mi corazón? ¿Quiénes son los destinatarios de mi amor? ¿Me reconocen como cristiano por el amor que soy capaz de expresar con mis palabras y mis acciones hacia los demás?

Que el Señor nos conceda permanecer siempre despiertos y activos en el cumplimiento de los mandamientos y especialmente, que nos conceda ser alegres testigos de su amor.


NO PERDER LA IDENTIDAD
José A. Pagola

Como yo os he amado.

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de ellos si se quedan sin el Maestro?

Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.

Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos, ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de Jesús. En ese amor está su identidad.

Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la “cultura del intercambio”. Las personas se intercambian objetos, servicios y prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta amistad. Eric Fromm llegó a decir que “el amor es un fenómeno marginal en la sociedad contemporánea”. La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.
Si la Iglesia “se está diluyendo” en medio de la sociedad contemporánea no es sólo por la crisis profunda de las instituciones religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo cristiano.
Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir el ser hum

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¿QUÉ IMAGEN NOS IDENTIFICA COMO CRISTIANOS?
Maria Guadalupe Labrador

Vivimos en la época de la imagen. Nos preocupa e interesa la imagen que damos, la que tienen de nosotros y la que vemos en los demás. Hacemos fotos que difundimos por internet; se hacen virales ciertas imágenes en muy poco tiempo y ellas configuran las conversaciones, las ideas, los gustos y… ¡cuántas veces las opciones de muchos de nosotros!

Muchas veces, la señal de pertenencia a un grupo o el modo de participar en un evento es llevar la “misma” camiseta, pañuelo, distintivo… ¡Qué cómodos nos sentimos unidos de este modo a un grupo grande, amparados y arropados por otros, fácilmente reconocibles como “de los nuestros”!

En este contexto, y partiendo del evangelio de este domingo, podemos preguntarnos, ¿cuál es la imagen que damos los cristianos? ¿Qué imagen nos identifica? ¿Qué imagen difundimos?…

Los primeros cristianos tenían muy claro, en una época en que lo virtual no existía, que había una señal por la que se les reconocía. Su vida, desde que eran seguidores de Jesús, era tan distinta que no pasaba desapercibida. El evangelio de Juan pone en boca de Jesús: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”

Jesús no está en esta cultura de la imagen, de lo externo, de lo que brilla superficialmente… Y nos habla del amor. Pero del amor con estilo propio: “Como yo os he amado”.

La señal de “los suyos” no es algo que se “pone encima”, no consiste en teñir todo de un determinado color, repetir unas determinadas fórmulas o practicar unas mismas costumbres incluso piadosas…

La señal de los cristianos es algo que sale de lo profundo de la persona y compromete toda la vida. Es, a la vez, un regalo y un mandato: lo hemos recibido como don, porque no podemos amar como Jesús, si el Espíritu no cambia nuestro corazón, y a la vez tenemos que vivirlo cada día como ardua tarea.

El signo distintivo de los cristianos no es cualquier amor, es amar como Jesús nos ama a cada uno de nosotros. Y para descubrir más plenamente cómo nos ama, rebobinamos y recordamos su vida y su muerte.

Leemos las primeras frases de este evangelio a la luz del amor que Jesús tiene a sus discípulos. Y las leemos en el contexto que nos marca el evangelio de hoy: en la última cena, cuando Jesús siente que son los últimos momentos que pasará con ellos, cuando Judas sale del cenáculo.

Juan afirma que Judas salió, y esta salida pone en marcha toda la trama de la traición. Judas ha estado mucho tiempo con Jesús, le ha escuchado, pero ahora se “escapa” se autoexcluye del grupo, de la comunidad de Jesús.

Es una decisión que, en un momento o en otro, todos tenemos que tomar. Porque cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de “salir” del cenáculo o de quedarnos con Jesús y con la comunidad. ¿Nos animamos a poner nombres y a confesarnos a nosotros mismos las veces que “hemos salido” dejando a Jesús con los otros discípulos?

Pero si nos quedamos, si apostamos por permanecer en la comunidad de sus seguidores, tantas veces defectuosos y hasta difíciles, escucharemos y podremos comprender y compartir el camino del seguimiento.

Escucharemos a Jesús que, en los últimos momentos de su vida, nos dice lo realmente importante, como hacemos todos cuando vemos que la vida y el tiempo se nos acaban. Y nos lo dice en tono cariñoso, de confidencia, llamándonos “hijos míos”:

– Llega el momento del triunfo de Dios, aunque me veáis en la cruz, despreciado, abandonado, traicionado… Tenéis que ver a través de ello la gloria del Padre, la que yo comparto con Él.

– Y solo una encomienda, un deseo, un mandato: amaos y hacedlo de forma que este amor os defina, os distinga y caracterice. Amaos como yo os he amado.

Con la luz del Espíritu y la fuerza de la comunidad podremos celebrar el triunfo del resucitado, que pasa por la muerte en cruz; podremos empeñarnos en amar sin condiciones, a los que nos aman y a los que nos traicionan o abandonan, a los que son de los nuestros y a los que se consideran de otros grupos…

Si estamos dispuestos, si nos dejamos conquistar por este amor, lo intentaremos una y otra vez. Si confiamos en que la fuerza de este amor que se nos regala nos irá cambiando… ¡permanecemos con Jesús en el cenáculo! En ese espacio donde se come y bebe, se comparte la vida en profundidad y se escucha al amigo en comunidad. Y esto, nos identifica y llena nuestra vida.

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EL QUE ESTÁ EN CRISTO ES UNA NUEVA CRIATURA
Fernando Armellini

Introducción

Los días de la Iglesia están contados –dicen algunos– porque es anticuada, no sabe cómo renovarse a sí misma, repite viejas fórmulas en lugar de responder a las nuevas preguntas, tercamente reitera rituales obsoletos y dogmas ininteligibles mientras que las personas de hoy están buscando un nuevo equilibrio, un nuevo sentido de la vida, un Dios menos lejano.

Existe un creciente deseo de espiritualidad. Es cada vez mayor la adhesión a nuevas creencias esotéricas, como las llamadas reiki (energía curativa no física), canalización (vinculación con niveles más elevados de energía o de conciencia como espíritus, extraterrestres, etc.), cristal-terapia o dianética(influencia de la mente sobre el cuerpo). La religión del «Hazlo-tú-mismo» –en la que frecuentemente se mezclan técnicas orientales con interpretaciones esotéricas de Cristo–, una religión que desprecia dogmas e iglesias, crece por doquier. Se equipara la meditación de la Palabra de Dios en un monasterio a la emoción experimentada en las profundidades de un bosque mientras se está en coloquio (en abierta ‘canalización’) con el propio ángel-guía. Expresión de esta búsqueda de lo nuevo es la New Age (Nueva Era) que propone la visión utópica de una era de paz, armonía y progreso.

En este contexto, uno de los equívocos más perniciosos en el que la Iglesia puede caer es confundir la fidelidad a la Tradición (con mayúscula) con el replegarse sobre lo que está viejo y gastado o con el cerrarse al Espíritu, «que renueva la faz de la tierra». La acusación de falta de modernización (quizás injusta e injustificada) nos debe hacer pensar…

La Iglesia es la depositaria del Anuncio de «cielos nuevos y tierra nueva», de la propuesta del «hombre nuevo», del «mandamiento nuevo», de «un cántico nuevo». Quien sueña con un mundo nuevo debería sentirse instintivamente atraído por la Iglesia…

Evangelio: Juan 13,31-33a.34-35

Para nosotros, herederos del pensamiento griego, la glorificación es lograr la aprobación y el elogio de la gente; equivale a la fama de quien alcanza una posición de prestigio. Todos la desean, anhelan y luchan para alcanzarla y por esto se alejan de Dios. Los judíos, que “viven pendientes del honor que se dan unos a otros en lugar de buscar el honor que solo viene de Dios” (Jn 5,44), que “prefieren la gloria de los hombres a la gloria de Dios” (Jn 12:43), no pueden creer en Jesús porque en Él no se manifiesta la ‘gloria’ que seduce a los hombres y atrae sus miradas …

En Él, la gloria de Dios se hace visible desde su primera aparición en el mundo: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria” (Jn 1,14). Dios es glorificado cuando despliega su fuerza y ​​realiza obras de Salvación; cuando muestra su Amor al hombre. En el Antiguo Testamento, su gloria se manifiesta cuando libera a su pueblo de la esclavitud: “Mi gente verá la gloria del Señor… ahí está su Dios; viene en persona a salvarlos” (Is 35,2.4).

En los primeros versículos del evangelio de hoy (vv. 31-32), el verbo glorificar aparece cinco veces: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado por él. Si Dios ha sido glorificado por él, también Dios lo glorificará por sí, y lo hará pronto”. El evangelista quiere dejar claro el mensaje aun siendo redundante y puntilloso, expresándose con una solemnidad que parece casi excesiva. Pero lo pide el contexto: estamos en el Cenáculo y faltan solo unas horas para que Jesús sea capturado y condenado a muerte.

Quien no sabe de antemano cómo se han desarrollado los hechos, pensaría que Dios está a punto de asombrar a todos con un prodigio, con una demostración de su poder humillando a sus enemigos. Nada de eso. Jesús es glorificado porque Judas pacta un acuerdo con los sumos sacerdotes sobre cómo detener al Maestro (v. 31). Es algo insólito, escandaloso e incomprensible para los hombres: la ‘gloria’ de Dios se manifiesta en ese Jesús que camina hacia la Pasión y la muerte, que se entrega en manos de los verdugos y que es clavado en la cruz…

Unos días antes, Él mismo deja claro en qué consiste su gloria: “Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre sea glorificado… Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, producirá mucho fruto” (Jn 12,23-24). La gloria que le espera es el momento en que, dando su vida, revelará al mundo cuán grande es el Amor de Dios hacia el hombre. Es ésta también la única gloria que Él promete a sus discípulos. El pasaje continúa con la presentación del Mandamiento Nuevo, precedido de una frase sorprendente: Hijitos… (v. 33). Los discípulos no son niños sino hermanos de Jesús. ¿Por qué los llama así?

Para entender el significado de sus palabras, hay que tener presente el momento en que son pronunciadas. En la Última Cena, Jesús sabía muy bien que le quedaban unas pocas horas de vida y se siente en el deber de dictar su testamento. Así como los hijos consideran sagradas las palabras pronunciadas por el padre en su lecho de muerte, así Jesús quiere que sus discípulos impriman en su mente y su corazón lo que va a decir.

Éste es su testamento: “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros como yo los he amado” (v. 34). Para subrayar su importancia, lo repetirá otras dos veces más antes de encaminarse hacia Getsemaní: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12). “Este es mi mandamiento: ámense unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,17). Habla como quien quiere dejar algo en herencia: Les doy, dice (v. 34). Si hubiéramos tenido que elegir un don entre los muchos que Jesús poseía, todos seguramente hubiéramos elegido el don de hacer milagros. Él, en cambio, nos ofreció un Nuevo Mandamiento.

Mandamiento para nosotros equivale a imposición, a compromiso gravoso que hay que cumplir, a un peso que hay que soportar. Algunos creen que la felicidad la alcanzan solo los astutos, es decir, los que disfrutan de la vida esquivando las ‘diez palabras’ de Dios. Por eso muchos están convencidos de que los que logran observar los Diez Mandamientos merecen el paraíso mientras que quienes los quebrantan deben ser castigados severamente. Esta es una convicción todavía muy extendida que debe corregirse con urgencia por ser extremadamente perniciosa. Es fruto de una imagen adulterada de Dios.

Un ejemplo banal: Si un médico insiste en que su paciente deje de fumar, no lo hace para restringir su libertad, para privarlo de un placer, para ponerlo a prueba, sino porque quiere su bien. A escondidas, tratando de no llamar la atención, el paciente puede seguir fumando y encontrarse después con los pulmones arruinados. El médico no lo castiga por esto (el fumador no le ha hecho daño al médico sino a sí mismo). El médico procurará siempre que se recupere. Y Dios, dicho sea de paso, es un buen médico, cura todas las enfermedades (cf. Sal 103,3). Dándonos su Mandamiento, Jesús se muestra como un Amigo sin igual. Él nos ha mostrado, no con palabras sino con el don de la Vida, la forma de realizar la plenitud de nuestra existencia en este mundo.

Se trata de un Mandamiento Nuevo. ¿En qué sentido? ¿No está ya escrito en el Antiguo Testamento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19:18)? Veamos dónde está la novedad. Respecto a lo que recomienda el Antiguo Testamento, la segunda parte es ciertamente nueva: “ámense como yo los he amado”(v. 34). La medida del Amor que nos propone Jesús no es la que usamos con nosotros mismos sino la que Él ha usado con nosotros.

El amor hacia nosotros mismos no puede ser medida de amor a los demás porque, en realidad, nos amamos muy poco a nosotros mismos: no soportamos nuestras limitaciones, fallos y miserias; si hacemos el ridículo o nos llenamos de vergüenza por un error cometido… si hacemos algo de que reprocharnos, llegamos incluso hasta el autocastigo.

Además, el Mandamiento es nuevo porque no es “natural” amar a quien no se lo merece o no puede correspondernos. No es normal hacer el bien a los propios enemigos.

Jesús revela un nuevo Amor: ha amado a quienes necesitaban su Amor para ser feliz. Ha amado a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los malvados, a los corruptos, a sus mismos verdugos porque solamente amándolos podía librarlos de su mezquindad, miseria y pecado.

Es el Amor gratuito y sin condiciones del cual Dios ha dado pruebas en el Antiguo Testamento cuando eligió a su pueblo: “Si el Señor –dice Moisés a los israelitas– se enamoró de ustedes y los eligió no fue por ser ustedes más numerosos que los demás, porque son el pueblo más pequeño, sino por puro amor a ustedes” (Deut 7,7-8). Por eso Juan dice: “no les escribo un mandamiento nuevo, sino el que tenían desde el principio… recuerda uno viejo… quien ama a su hermano permanece en la luz” (1 Jn 2,7.10).

Pero la gran novedad de este Mandamiento es otra: nunca nadie antes de Jesús ha intentado construir una sociedad basada en un Amor como el suyo. La comunidad cristiana se convierte así en sociedad alternativa, en propuesta nueva frente a todas las sociedades viejas del mundo, a las basadas en la competencia, la meritocracia, el dinero y el poder. Es este Amor el que debe ‘glorificar’ a los discípulos de Cristo.

Dios anunció por boca de Jeremías: “Llega el día en que haré una nueva alianza con Israel” (Jer 31,31). La Antigua Alianza fue estipulada sobre la base de los Diez Mandamientos. La Nueva Alianza está ligada al cumplimiento de un único Mandamiento nuevo: Amar al hermano, como lo hizo Jesús.

Jesús concluye su ‘testamento’ diciendo: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (v. 35). Sabemos que los frutos no son los que dan vida al árbol. Sin embargo, son señales de que el árbol está vivo. No son las buenas obras las que hacen ‘cristianas’ a nuestras comunidades, pero son estas obras las que prueban que nuestras comunidades están animadas por el Espíritu del Resucitado.

Los cristianos no son personas diferentes a los demás; no llevan distintivos, no viven fuera del mundo. Lo que los caracteriza es la lógica del Amor gratuito, la lógica de Jesús, la lógica del Padre.

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El amor fraterno: fuerza explosiva, contagiosa, misionera
Romeo Ballan, mccj

Traición y glorificación: el Evangelio presenta dos momentos contrastantes, humanamente irreconciliables. Durante la última Cena, Judas sale del Cenáculo llevando dentro su misterio: en esa trágica noche (v. 30) consuma la traición. Sin embargo, Jesús habla con insistencia de su ‘glorificación’: la menciona cinco veces (v. 31-32). El contraste es paradójico: faltan tan solo pocas horas para su captura y muerte en la cruz; sin embargo, Jesús se obstina en hablar de glorificación. Su gloria es el momento mismo de su muerte-resurrección, como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar mucho fruto (cf Jn 12,24.20-21). Ser esegrano de trigo es su carta de identidad. ¡Extraña gloria que se expresa en la locura humillante de la cruz! Con su muerte-resurrección Jesús revela la grandeza del amor de Dios que salva a todos.

A la luz de este amor divino que sobrepasa toda medida, se percibe la grandeza del mandamiento nuevo (v. 34), que Jesús deja a sus ‘hijos-discípulos’ como credencial de reconocimiento: “como yo los he amado, ámense también unos a otros”. En eso conocerán todos que son discípulos míos” (v. 34-35). Jesús insiste sobre el amor mutuo -lo repite tres veces en dos versículos- lo da como su testamento espiritual, es un mandamiento que Él con toda razón, llama “nuevo”. Es el proyecto de vida, que Jesús deja a los discípulos; su única señal de reconocimiento.

El Antiguo Testamento decía: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Jesús va más allá.

1. Ante todo, su medida ya no es tan solo “como a ti mismo”, con las incógnitas y los errores propios del egoísmo, sino “como yo los he amado”; es decir, la certeza y la medida sin medida del amor divino.

Amar “como”, a la manera de Jesús: esta es la novedad, la originalidad del cristiano. Jesús no dice cuánto debemos amar, sino que nos propone su estilo, la manera como Él ha amado: su amor es servicio, misericordia, ternura, perdón… De tales ejemplos están llenos los Evangelios.

2. El amor que Jesús propone es nuevo, porque es completamente gratuito: no busca motivos para amar; ama al que no lo merece o al que no puede corresponder; ama también al que le hace daño.

3. Es nuevo, porque Jesús no dice solo “ámense”, sino “ámense unos a otros”. Para Jesús el amor es relación, reciprocidad; el amor no es solo dar, sino también saber recibir, escuchar, dejarse amar.

4. Es un mandamiento nuevo, porque “antes de Jesús, nadie jamás ha intentado construir una sociedad basada sobre un amor como el suyo. La comunidad cristiana se coloca así como una alternativa, como una propuesta nueva ante todas las sociedades viejas del mundo, ante aquellas que se basan sobre la competitividad, sobre la meritocracia, el dinero, el poder. Este es el amor que debe ‘glorificar’ a los discípulos de Cristo” (F. Armellini). Es un nuevo criterio de asociación, una fuerza especial de agregación, “la señal por la que conocerán todos que son discípulos míos…” (v. 35). Jesús no ha dicho llevar un uniforme especial o una señal de distinción; ha dicho simplemente: los reconocerán por la manera como se aman. El amor mutuo y gratuito tiene una irresistible, contagiosa y explosiva fuerza de irradiación misionera. El amor mutuo se alimenta en el perdón, reconciliación, suportación, entrega de sí, opción por los últimos, rechazo de la violencia, compromiso por la paz… De los primeros cristianos la gente decía: “¡Mira cómo se quieren!”

Tan solo el amor es capaz de inspirar y tejer relaciones nuevas y vitalizantes entre las personas; tan solo la revolución del amor es capaz de transformar a las personas y, por tanto, las instituciones. Lo enseñaba también Raoul Follereau, ‘apóstol de los leprosos y vagabundo de la caridad’: “El mundo tiene solo dos opciones: amarse o desaparecer. Nosotros hemos optado por el amor. No un amor que se conforma con lloriquear sobre los males ajenos, sino un amor combativo, creativo. Para que llegue y pueda reinar, nosotros lucharemos sin pausa ni desmayo. Hay que ayudar al día a amanecer”. Este es el sentido profundo de una vida entregada como sacerdotes, religiosos, misioneros.

Todo el que asume este desafío acepta la utopía de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (II lectura), entra en la nueva “morada de Dios con los hombres” (v. 3), donde ya no habrá lágrimas, ni muerte, ni dolor (v. 4), por la fe en Aquel que afirma: “todo lo hago nuevo” (v. 5). Incluida una sociedad nueva que se basa y tiene como objetivo la civilización del amor. También el viaje misionero de Pablo y Bernabé (I lectura) perseguía este objetivo: abrir “a los paganos la puerta de la fe” (v. 27), exhortar a los discípulos a permanecer firmes en la fe, porque debemos entrar en el reino de Dios pasando por muchas tribulaciones (v. 22). Este viaje (Hechos 13-14) es una página intensa y estimulante de metodología misionera: por la manera que la comunidad cristiana de Antioquía escoge a los misioneros que envía, por el valor (parresía) de Pablo y Bernabé en dar el primer anuncio del Evangelio de Jesús a judíos y a paganos, por la institución de nuevas comunidades eclesiales y la designación de presbíteros que las guíen, por las nuevas fronteras geográficas de evangelización más allá de los territorios acostumbrados del Antiguo Testamento y de los Evangelios, por el intercambio con la comunidad de Antioquía a su regreso…En una palabra ¡un modelo de praxis misionera!

Encuentro de superiores de circunscripciones combonianas de América-Asia

La tierra de nuestra Señora de Guadalupe, México, nos ha dado la bienvenida, una vez más, a los superiores de provincias y delegaciones combonianas de América-Asia, del 6 al 9 de mayo de 2025, en Xochimilco. Nos acompañó el P. David Domingues, Vicario General y referente del Consejo General para las circunscripciones de América-Asia. La comunidad de la casa provincial de Xochimilco nos recibió con esmero y amistad. Al estar cercanos al noviciado, los provinciales reunidos compartimos con la comunidad religiosa y los novicios, la Eucaristía, la cena y un momento de recreación.

comboni.org

Nuestros días de encuentro iniciaron con un espacio de formación y reflexión sobre el Corazón de Jesús, y el corazón humano, guiado por el P. Víctor Alejandro Mejía, quien da su servicio de animador misionero, en el noviciado continental. Nos motivó el pensar en el Corazón de Cristo, y en su plan de amor, que tanto nos amó, para salvarnos, y nos invita a responder con amor y gratitud, en nuestra vida misionera, comunitaria, en la iglesia y el día a día.

En los encuentro más fuertes de estos días, conversamos sobre el secretariado de la Misión, en los sectores de la Animación Misionera y de las opciones fundamentales de nuestras presencias, en las pastorales Afro, Indígena y las periferias. Se nos presentó el plan de trabajo, guiados por el encuentro continental de Animación Misionera, que se efectuó en diciembre pasado, en Costa Rica.

Otra temática muy importante fue el camino de la formación en el Instituto y en nuestro continente. Nos sentimos cercanos a todos los que dan su servicio en nuestras casas de formación, especialmente el noviciado continental de Xochimilco, el de Filipinas y los teologados de San Pablo, Lima, Chicago y el CIF de Bogotá.

Y por lo especial de este año 2025, nos enfocamos en el trabajo solicitado por la Dirección General, en preparación de la Inter Capitular, que tendrá lugar el mes de septiembre. Tomando las Actas Capitulares y nuestro Plan Sexenal Continental, nos abocamos a tomar cada una de sus prioridades y sueños, para que también nosotros soñáramos y hagámoslos realidad. Nuestra situación continental América-Asia es muy variada; y aunque la mayoría de los países tenemos una historia y cultura bastante parecidas, en la totalidad, nos encontramos con que soñar juntos no es fácil, pero nos alegramos del trabajo realizado.

Debido a cuestiones migratorias, el Hno. Abel Dimanche, del CIF de Bogotá y referente continental, no pudo participar, pero se unió un momento por medio del zoom, y nos comunicó el caminar de los Hermanos en el Continente. Otro momento importante para la iglesia y el mundo, al cual nos unimos, fue la noticia del humo blanco en la chimenea de la capilla Sixtina, anunciando el esperado “Habemus Papam”. Como tantos miles, nos alegramos al ir conociendo poco a poco, la vida Cardenal Robert Francis Prevost, misionero, religioso, “estadounidense-peruano” que hoy llamamos León XIV.

La comunidad de la casa provincial nos llenó de atenciones, y también por eso nos sentimos acompañados con su servicio y oraciones, en la esperanza de seguir adelante. Experimentamos esa bondad de Dios para con nuestro continente a través, de la celebración eucarística del sábado 10 de mayo, para la Primera Profesión Religiosa de 5 jóvenes de nuestro continente: 1 de México, 2 del Perú, 1 del Ecuador y 1 de Guatemala. Apreciar la gracia de Dios en ellos, en su camino formativo fue el mejor modo de concluir estos días de encuentro. Todos estos días los vivimos con intensidad, en oración, en celebrar la comunidad, en sentirnos unidos a San Daniel Comboni y tantos misioneros que han pasado dejando huella nuestro continente.

Papa León XIV: Una sorpresa alegre y esperanzada

Por: Mons. Jaime Rodríguez Salazar, mccj
Obispo emérito de Huánuco, Perú

Cuando una persona con la cual conviviste las alegrías, los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia, ha sido elegida para un importante servicio en la Iglesia, nacen y se van desarrollando tantos recuerdos sobre la persona elegida y el trabajo que se ha desarrollado con ella. Su servidor Monseñor Jaime Rodríguez Salazar, Misionero Comboniano y obispo emérito de Huánuco Perú, comienza estos breves recuerdos con ustedes porque Dios en su providencia ha querido que me encontrase en Perú con su Santidad cuando fue elegido obispo de la Diócesis de Chiclayo y como integrante de la Conferencia Episcopal Peruana.

Del padre Robert Francis Prevost, OSA, había conocido que desempeñó el importante servicio de Superior General de la Orden de San Agustín, promoviendo el amor y la fidelidad a esta vocación de la vida consagrada en dialogo fraterno y respetuoso con la vocación sacerdotal diocesana y las autoridades de la diócesis. Terminado este servicio fue asignado a la provincia religiosa Agustina del Perú. Llevó a cabo varios servicios pastorales en la Diócesis de Chiclayo. El desempeño apostólico generoso, sacrificado y entusiasta lo pusieron en evidencia como buen pastor y así fue propuesto como obispo. El Santo Padre Benedicto XVI lo eligió obispo y de esa manera recibió la ordenación episcopal el 12 de diciembre de 2014. Tuve la fortuna de participar en su ordenación episcopal dejando en mí varias impresiones que ahora tratare de compartirles.

Monseñor Robert Francis eligió ser ordenado obispo en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Ya había escuchado su gran devoción por ella y el querer ser ordenado el 12 de diciembre me lo confirmó.  Están todavía en mi mente las impresiones del arreglo de la iglesia, los cantos y la liturgia de la ordenación manifestaron el amor y la devoción del ordenando a la Santa Madre de Dios Reina de México y Emperatriz de América.

La fiesta litúrgica y la fiesta fuera de la iglesia fueron espléndidas, caracterizadas por la alegría de los fieles de tener un nuevo pastor y guía seguro en la presencia y varias actividades de la iglesia chiclayana que había vivido tiempos difíciles por fenómenos naturales como inundaciones, etc. A partir de su ordenación episcopal nos hemos encontrado en las reuniones de la Conferencia Episcopal Peruana y en los encuentros de las comisiones episcopales. La impresión que tuve de él es altamente positiva, comenzando con su personalidad sencilla, humilde, respetuoso en el diálogo sincero y fraterno entre los miembros de la Conferencia Episcopal. Manifestaba un gran interés y dedicación a los varios asuntos que se trataban como la evangelización, las vocaciones sacerdotales, religiosas y de laicos comprometidos en el apostolado, la catequesis, las orientaciones de la Iglesia en los campos de la liturgia, del apostolado, de la ayuda y acompañamiento de los pobres, de las familias, el trabajo social y la atención a los jóvenes en su formación humana y cristiana, incluyendo entre sus actividades el deporte como distracción y educación de las nuevas generaciones.

Al escuchar su nombre de León XIV me hizo recordar el interés que tenía en que los miembros de la Iglesia conociesen las enseñanzas y líneas de acción sociales, recordando las enseñanzas de León XIII sobre este tema (Rerum Novarum).

La Iglesia es misionera por vocación, ya que Cristo dijo a los Apóstoles: Vayan y evangelicen. Cuando se dialogaba sobre el asunto de la evangelización y catequesis en las varias jurisdicciones eclesiásticas y en el mundo, Monseñor Prevost manifestaba un amplio conocimiento de las necesidades y urgencias de hacer conocer y amar a Jesucristo. Por eso en el mensaje que dirigió a los numerosísimos presentes en la plaza de San Pedro y a todos los cristianos del mundo cuando fue proclamado Papa, los motivó para que sean realmente misioneros.

Tomo la ocasión para decir a todos ustedes que leen la revista Esquila Misional y que apoyan la obra misionera de la Iglesia, están cumpliendo con lo que el Papa nos recuerda, ¡ay de nosotros sino evangelizamos!. En este sentido el Santo Padre Francisco, de feliz memoria, nos dice que debemos ser una Iglesia en salida siendo buenos discípulos y testigos de Jesucristo caminando en espíritu sinodal. Aunque este tema es reciente, ya en aquellos tiempos de la labor pastoral de la Conferencia Episcopal Peruana se vivía ese espíritu de vida cristiana y apostólica.

La pascua que continuamos celebrando nos recuerda que debemos ser personas de paz y promoverla en todos los ámbitos de la sociedad. Convertirnos en puentes de diálogo y convivencia fraterna. Estos sentimientos los escuché del que hoy siendo León XIV, era obispo de Chiclayo, ya que el Perú ha pasado por tiempos muy difíciles de carencia de una verdadera paz fraterna que ayudase un justo desarrollo y justicia social. Tendría otras varias impresiones que quisiera exponérselas, pero espero que estas pocas los ayuden a admirar, a orar, apoyar y colaborar con el nuevo Romano Pontífice.

Indulgencia: misericordia ilimitada

En ocasiones resulta difícil hablar sobre indulgencias debido a los abusos que se dieron en el pasado; es decir, cuando se utilizaron como medios para obtener recursos económicos más que como gracias que Dios regala, por mediación de la Iglesia, a los que las buscan con amor y humildad. Las indulgencias son algo muy hermoso que nunca debemos perder.

MAYO
(01-04): Jubileo de los Trabajadores
(04-05): Jubileo de los Empresarios
(10-11): Jubileo de las Bandas Musicales
(16-18): Jubileo de las Cofradías
(24-25): Jubileo de los Niños
(30 mayo-1 junio): Jubileo de las Familias, de los Abuelos y de los Mayores

El papa Francisco afirma: «la indulgencia permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios». Y enseguida nos explica: «…como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias no sólo exteriores… sino también interiores, en cuanto “todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio”. Por tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efector residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo…» (Spes non confundit 23).

Además de la sinceridad de corazón, las condiciones para recibir este don de la plena indulgencia son las siguientes: la purificación a través del sacramento de la reconciliación; recibir la santa comunión; la oración por las intenciones del Santo Padre; pasar por la Puerta Santa en alguna de las catedrales o basílicas asignadas para ello; realizar alguna obra de misericordia; igualmente se nos enseña que dichas indulgencias pueden ser ofrecidas en intercesión orante por nuestros difuntos.

En definitiva, en el significado profundo de las indulgencias hay un llamado a experimentar el amor incondicional de Dios que nos lleve a ser mejores discípulos de Jesucristo y audaces misioneros de la «esperanza que no defrauda» (Rom 5,5) al interno de este mundo tan herido.

P. Rafael González Ponce, mccj

Profesión religiosa en el noviciado de América

El sábado 10 de mayo cinco novicios combonianos pertenecientes a las provincias de América hicieron sus primeros votos en la sede del noviciado continental de Xochimilco, en Ciudad de México. Se trata de Carlos Ulises García Lemus, de México; Víctor Pamal Cojolón, de Guatemala, Zaí Manuel Zagarra Morán y Luis Felipe Quispe Altamirano, de Perú, y Ronald Omar Litardo Chocho, de Ecuador. Estuvieron acompañados por varios miembros de la familia comboniana: combonianos, combonianas y Laicos Misioneros Combonianos; por amigos y familiares y por un nutrido grupo de fieles de Xochimilco. También estuvieron presentes los provinciales y delegados de las circunscripciones de América y Asia, así como el P. David Costa Domingues, vicario general de los combonianos, que se habían reunido los días anteriores para compartir las realidades de sus diferentes provincias y preparar juntos la asamblea intercapitular de los combonianos, que tendrá lugar en Roma el próximo mes de septiembre.

La misa tuvo un sentido aire latinoamericano con cantos y danzas durante el inicio y la entronización de la Palabra de Dios. Estuvo presidida por el P. Rafael Güitrón, provincial de México, quien pidió al inicio una oración particular por Sudán y Sudán del Sur, que están atravesando momentos difíciles a causa de la guerra. La homilía fue pronunciada por el P. Juan Diego Calderón, provincial de Centroamérica. El P. Juan Diego invitó a los novicios a hacerse la pregunta ¿qué debo hacer?, a ejemplo de Abraham cuando Dios le pidió salir de su tierra (primera lectura) y del joven rico que pregunta a Jesús qué debe hacer para ganar la vida eterna (evangelio).

Una vez hechos los votos, cada uno de ellos recibió la Regla de Vida del Instituto, como faro que les indicará el camino de su vida consagrada; la cruz oficial del instituto, como signo de su pertenencia y su consagración a Cristo; y un ejemplar del código deontológico de los Misioneros Combonianos, el cual firmaron como signo de su compromiso a vivir de manera transparente y responsable su consagración.

Los cinco nuevos profesos combonianos continuarán su formación comboniana en diversos centros internacionales: Carlos Ulises en Nairobi (Kenia), Víctor Pamal y Luis Felipe Quispe en Kinshasa (R.D. del Congo), Omar Litardo en Ecuador y Zai Manuel Zagarra en Nápoles (Italia).

El 10 de mayo se celebra tradicionalmente en México el Día de la Madre, por lo que durante la misa también hubo una oración especial por todas las madres del mundo, especialmente por aquellas que sufren por sus hijos y por las que ya no están con nosotros.

IV Domingo de Pascua. Año C

En camino a Pentecostés
El buen pastor
P. Enrique Sánchez, mccj

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y Él es superior a todos. El Padre y yo somos uno”. (Juan 10, 27 – 30)

El cuarto domingo de Pascua celebramos a Cristo buen pastor y el evangelio de este día nos ofrece, en pocas palabras, una imagen bella y profunda del pastor que guía nuestras vidas y nos lleva por caminos seguros.

El buen pastor se nos presenta como alguien que habla, que dirige su voz a quienes tiene delante de él. Es alguien que toma la iniciativa y da el primer paso en la aventura del encuentro.

Como siempre, el buen pastor, nos recuerda que no son las ovejas las que se ponen en camino hacia él, sino todo lo contrario. Es él quien invita y llama a entrar en contacto con él. Es él quien no se cansa de buscarnos.

Esa es la dinámica que usa Jesús para hacerse presente en nuestras vidas, como lo dirá con más claridad el mismo evangelio de san Juan cuando en el capítulo 15 pone en los labios de Jesús aquellas palabras con las que afirma: “no son ustedes quienes me ha elegido, sino yo quien los ha elegido”.

Las ovejas escuchan la voz de su pastor y lo siguen porque es una voz que inspira confianza y que brinda seguridad. Se sienten conocidas y protegidas porque la experiencia les enseña que su pastor no las abandonará y nos las llevará a lugares en donde sus vidas estén en riesgo.

Así el Señor nos está llevando también hoy por caminos que no conocemos, pero que podemos estar seguros que nos conducen a donde nuestro corazón estará feliz y en paz. Aunque pase por valles oscuros, nada temo, dice el salmo, porque el Señor nos lleva a un lugar en donde podemos reposar en seguridad.

El pastor conoce a sus ovejas y sabe lo que es cada una de ellas. Las conoce, no las expone, no las juzga, no las clasifica, no las condena y, mucho menos, no las excluye. Él quiere que todas estén con él y que se sientan seguras.

Qué alegre resulta saber que tenemos un lugar especial en el corazón de nuestro Señor, que paz genera en nuestro interior saber que tenemos como pastor a alguien que nos lleva con paciencia para que ninguno se pierda.

Si tuviéramos que aplicarnos esto a nosotros hoy, tendríamos que aceptar que somos guiados en la vida por alguien que busca nuestra felicidad. Alguien que nos quiere y da su vida para que podamos ser felices.

Nuestro pastor, Jesús, no es alguien que nos llama para poner ante nosotros nuestros trapitos sucios, y no se espanta de nuestras pobrezas y de nuestras fragilidades. Él no nos reprocha las historias tristes o amargas que nos han tocado vivir y no se alegra poniendo en evidencia las caídas que nos ha tocado vivir.

Él es un pastor que pronuncia nuestro nombre dándonos la posibilidad de abrir nuestros corazones a su misericordia y, reconociendo su voz, nos llenamos de confianza. Ser conocidos por el Señor, seguramente, a todos nos deja un sabor agradable en nuestro corazón, pues se trata de un conocimiento que ayuda a levantarnos de lo que humanamente es imposible que no suframos; pero más todavía, es algo que nos ayuda a crecer en la esperanza, pues nos permite conocer a quien nos guía estando pendiente de que podamos realizar lo mejor de lo que Dios ha soñado para cada uno de nosotros. Algunas preguntas que nos podemos hacer son: ¿cuánto somos capaces de reconocer la voz de nuestro pastor? ¿Cuánto nos interesa familiarizarnos con sus palabras? ¿Cómo sentimos la presencia del Señor en nuestras vidas?

Ojalá no tengamos miedo de identificar esa presencia de nuestro buen pastor y seamos capaces de decir: aquí estuvo el Señor, aquí y en esto muy concreto sentí su presencia. Eso iría muy de acuerdo con lo que leemos en el evangelio de hoy cuando nos dice que las ovejas reconocen la voz que les permite seguir al pastor.

Las oveja siguen al pastor porque infunde confianza en ellas, porque les da la seguridad de conducirlas a un lugar seguro, porque les promete tomar cuidado de ellas y defenderlas de todo aquello que pueda amenazarlas.

Lo siguen no porque las encante con discursos melodiosos o tramposos, no las engaña; al contrario, les ayuda a pasar por los valles oscuros y las cuida en praderas seguras. Ese es el pastor que nos invita también a nosotros a seguirlo con confianza y con alegría. El Papa León XIV nos decía en su primer saludo, antes de bendecirnos, que estamos en las manos de Dios, en las manos del Señor y estando ahí no hay lugar para el miedo, ni para el temor. Estando ahí podemos vivir confiados en que lo que amenaza a la humanidad de nuestro tiempo no cantará el himno de victoria. Podemos decir que estamos bajo la guía del mejor Pastor.

Nadie nos podrá arrebatar de la mano de nuestro pastor, Jesús, porque él sigue dando su vida por nosotros, cada día, en cada eucaristía, en cada comunidad en donde se vive la fraternidad y en donde nos preocupamos por los más abandonados, en cada corazón que no se deja atrapar en la ambición que nos propone este mundo y en la indiferencia que nos hace pasar insensibles ante el dolor de nuestros hermanos.

Tenemos un pastor que nos da la vida. Qué bello sería tomar conciencia de esto cuando nos vemos continuamente tentados a contentarnos con retazos de vida, cuando la felicidad la hacemos depender de lo que acumulamos o de la imagen que defendemos ante los demás. ¡Cuánto ganaríamos si nos diéramos la oportunidad de apostarle a lo sencillo de la vida, a la riqueza de compartir lo que somos, dejándonos enriquecer por el don que es cada hermano que tenemos cercano!

Tenemos un buen pastor, único y extraordinario, que no tiene otro proyecto para nosotros que brindarnos la posibilidad de vivir plenamente. ¿Cuándo nos daremos la oportunidad de abrirle nuestro corazón totalmente, sin ponerle condiciones y sin hacer cálculos que nos hundan en nuestras pequeñas ambiciones?

En él tenemos la vida asegurada y nos promete que ninguno perecerá. No dejará que ninguno se pierda de los que le ha entregado su Padre, y esos somos cada uno de nosotros. Digamos fuerte: soy el don de Dios que ha sido puesto en las manos de Jesús para que el me conduzca hasta la vida eterna.

Qué el buen Pastor nos guíe por caminos que nos abran a una experiencia de fe más profunda, que sepamos reconocerlo como el guía que nos conduce por caminos seguros de amor y de fraternidad, qué nos enseñe a convertirnos, también nosotros, en pastores que dan la vida por sus hermanos, comprometiéndonos en la construcción de un mundo más justo, más fraterno y más solidario.

En este día celebramos también la jornada de oración por la vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y consagrada y seguramente también todas las demás vocaciones. Pidamos al Señor que nos bendiga con el don de Jóvenes que estén dispuestos a entregar sus vidas al servicio del Evangelio, de la Iglesia y de sus hermanos.


LAS OVEJAS, EL PASTOR Y LOS LADRONES
José Luis Sicre

El evangelio del 4º domingo de Pascua se dedica, en los tres ciclos, a recordar a Jesús como buen pastor. Aunque hoy día mucha gente solo ha visto un rebaño en televisión, la imagen sigue siendo muy expresiva. Pero el capítulo 10 del evangelio del cuarto evangelio es tan largo (42 versículos) que la liturgia ha seleccionado unos pocos para cada ciclo. Al C le ha tocado un fragmento tan breve que no se entiende bien si no se conoce lo anterior.

Un debate largo y complicado (el c.10 de san Juan)

Jesús comienza contando una extraña parábola a propósito de ladrones y bandidos que intentan robar el rebaño sin entrar por la puerta, saltando la valla. El pastor entra por la puerta, conoce a las ovejas por su nombre y ellas lo siguen confiadas, mientras que de los ladrones no se fían.

Cuando termina de contarla, los presentes “no entendieron de qué les hablaba”. Jesús, en vez de aclarar las cosas, las complica. A veces dice que él es la puerta del rebaño; otras, que es el buen pastor; y lo importante no es que conduce al rebaño a buenos pastos, sino que da la vida por las ovejas, porque tiene el poder de darla y de recuperarla. Y en medio introduce nuevos personajes: su Padre, “que me conoce y al que yo conozco”, y otras ovejas que no son de este redil.

La conclusión a la que llegan muchos de los oyentes no extraña demasiado: “Está loco de remate. ¿Por qué lo escucháis?” (literalmente: “tiene un demonio y está loco”). El autor del cuarto evangelio disfruta irritando al lector y casi poniéndolo en contra de Jesús.

El debate no termina aquí. Continúa en invierno, en la fiesta de la Dedicación del templo, mientras Jesús pasea por el pórtico de Salomón. Las autoridades judías (este es el sentido frecuente de “los judíos” en el cuarto evangelio) lo rodean y le piden que diga claramente si es el Mesías. Jesús responde que ya se lo ha dicho y que no creen en él. Y continúa ofreciendo el ejemplo tan distinto de sus ovejas.

Las ovejas, el pastor, los ladrones y el padre del pastor (Juan 10,27-30)

Las ovejas. El pasaje no comienza hablando del pastor, como sería lógico, sino de “mis ovejas”, las que escuchan la voz de Jesús y lo siguen, a diferencia de las autoridades judías, que no creen en él. Una lectura precipitada del capítulo puede producir la impresión de que hay personas predestinadas por Dios a seguir a Jesús y otras predestinadas a negarlo. Pero esta contraposición hay que entenderla a partir de lo dicho en el prólogo del evangelio: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; pero a quienes lo recibieron les concedió convertirse en hijos de Dios”. La aceptación y el seguimiento de Jesús no excluyen la libertad humana.

El pastor. En la parábola inicial el pastor llega al rebaño, le abren la puerta y saca a las ovejas. ¿A dónde las lleva? No se dice. Recordando el salmo 22 (“El Señor es mi pastor”), podríamos completar: “en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas”. Pero Jesús introduce un cambio capital: las lleva a “la vida eterna”. Algo que se realiza no solo después de la muerte, sino ya en este mundo.  La fe en Jesús da una dimensión nueva a la existencia de quien cree en él.

Los ladrones. La parábola comienza hablando de ellos. Aquí no se los menciona expresamente, pero son los que intentan arrebatar a las ovejas de las manos de Jesús. En el contexto del evangelio serían los fariseos y demás autoridades que se oponen a que la gente lo siga. En la iglesia de finales del siglo I serían los “cristianos” que niegan que Jesús sea el Mesías y el hijo de Dios (a los que se denuncia en la 1ª carta de Juan). En cualquier caso, no tendrán éxito, no podrán “arrebatarlas de mi mano”. El salmo 22, hablando desde la perspectiva de la oveja, dice algo parecido: “Aunque atraviese cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”.

El Padre. A lo largo del c.10 hay diversas referencias a la relación de Jesús con “mi Padre”. A primera vista, más que ayudar, estorban y confunden al lector. La clave podría estar de nuevo en el salmo 22, donde el pastor es Dios. Jesús, al arrogarse el título y la función, deja claro que no elimina al Padre. “Yo y el Padre somos uno”. La reacción del auditorio es más dura en este caso: “cogieron piedras para apedrearlo”, y Jesús terminará huyendo al otro lado del Jordán (esto no se lee en la liturgia).

Síntesis. ¿Qué nos dice este breve pasaje hoy día?

1) Lo esencial del cristiano es creer en Jesús y seguirlo. Algo que no es absurdo recordar, porque mucha gente piensa que lo importante es practicar una serie de normas y cumplir con determinados ritos. Todo eso tiene que basarse en una relación personal con Jesús.

2) Confianza en él. En otros momentos del capítulo se subraya su bondad, que culmina en dar la vida. Aquí la fuerza recae en que él no permitirá que nadie arrebate a las ovejas de su mano. Lo cual no significa que nos veamos libres de dificultades, como han dejado claro las dos primeras lecturas de este domingo.

3) Conocimiento de Jesús. Como en tantos otros pasajes del evangelio, se indica su estrecha relación con el Padre, hasta llegar casi a la identificación. Más adelante, en el discurso de la cena, dirá Jesús a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre”. Algo que sigue resultando escandaloso a muchos cristianos, como lo fue para muchos judíos de su época.

Insultos y expulsión (Hechos de los apóstoles 13,14. 43-52).

La liturgia ha omitido los versículos 15-42, provocando algo absurdo. Al final del v.14 se dice Pablo y Bernabé “tomaron asiento”; e inmediatamente se añade que “muchos judíos y prosélitos se fueron con ellos”. Entonces, ¿para qué toman asiento?

Si no hubieran mutilado el texto habría quedado claro que se sientan para tomar parte en la liturgia del sábado. Al cabo de un rato, les invitan a hablar, y Pablo hace un resumen muy rápido de la historia de Israel para terminar hablando de Jesús. Ahora se comprende que, al terminar la ceremonia, muchos judíos y prosélitos se fueran con los apóstoles. Pero, al cabo de una semana, cuando vuelven a la sinagoga, la situación será muy distinta. Los judíos responden a Pablo y Bernabé con insultos. Más tarde los expulsan del territorio. Dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Más adelante apedrearán a Pablo hasta darlo por muerto.

Martirio y victoria (Apocalipsis 7,9.14b-17)

Cuando el cristianismo comenzó a difundirse por el imperio, encontró pronto la oposición de las autoridades romanas y de la gente sencilla. Veían a los cristianos como gente impía, que daba culto a un solo dios en vez de a muchos, inmoral, enemiga del emperador, al que no querían reconocer como Señor, etc. El punto final en bastantes casos fue la muerte, como ocurrió a Pedro, Pablo y a los otros durante la persecución de Nerón (lo que cuenta el historiador romano Tácito impresiona por la crueldad con que se los asesinó). Sin embargo, la lectura del Apocalipsis no se centra en sus sufrimientos sino en su victoria.

José Luis Sicre

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ESCUCHAR SU VOZ Y SEGUIR SUS PASOS
José A. Pagola

Mis ovejas escuchan mi voz

La escena es tensa y conflictiva. Jesús está paseando dentro del recinto del templo. De pronto, un grupo de judíos lo rodea acosándolo con aire amenazador. Jesús no se intimida, sino que les reprocha abiertamente su falta de fe: «Vosotros no creéis porque no sois ovejas mías». El evangelista dice que, al terminar de hablar, los judíos tomaron piedras para apedrearlo.

Para probar que no son ovejas suyas, Jesús se atreve a explicarles qué significa ser de los suyos. Sólo subraya dos rasgos, los más esenciales e imprescindibles: «Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen». Después de veinte siglos, los cristianos necesitamos recordar de nuevo que lo esencial para ser la Iglesia de Jesús es escuchar su voz y seguir sus pasos.

Lo primero es despertar la capacidad de escuchar a Jesús. Desarrollar mucho más en nuestras comunidades esa sensibilidad, que está viva en muchos cristianos sencillos que saben captar la Palabra que viene de Jesús en toda su frescura y sintonizar con su Buena Noticia de Dio. Juan XXIII dijo en una ocasión que “la Iglesia es como una vieja fuente de pueblo de cuyo grifo ha de correr siempre agua fresca”. En esta Iglesia vieja de veinte siglos hemos de hacer correr el agua fresca de Jesús.

Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en formas decadentes de religiosidad superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes, consignas, imágenes, comunicados y reclamos de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús, nuestro único Señor.

Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús. Ha llegado el momento de decidirnos entre contentarnos con una “religión burguesa” que tranquiliza las conciencias pero ahoga nuestra alegría, o aprender a vivir la fe cristiana como una aventura apasionante de seguir a Jesús.

La aventura consiste en creer lo que él creyó, dar importancia a lo que él dio, defender la causa del ser humano como él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como él se acercó, ser libres para hacer el bien como él, confiar en el Padre como él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que él se enfrentó.

Si quienes viven perdidos, solos o desorientados, pueden encontrar en la comunidad cristiana un lugar donde se aprende a vivir juntos de manera más digna, solidaria y liberada siguiendo a Jesús, la Iglesia estará ofreciendo a la sociedad uno de sus mejores servicios.

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NOS AGRADA QUE NOS CONDUZCAN, PERO ¿QUIÉN?
Fernando Armellini

La tierra de Israel es en gran parte montañosa y se utiliza para el pastoreo de ovejas. Guardianes de rebaños eran Abel, Abrahán, Jacob, Moisés, David. No debe, por tanto, causar consternación que se utilicen imágenes de la vida pastoral en la Biblia. Dios es llamado “pastor de Israel”: conduce a su pueblo como ovejas, los trata con amor y cuidado, los guía hacia abundantes pastos y manantiales de agua fresca (Sal 23,1; 80,2). Incluso el Mesías es anunciado por los profetas como un pastor para guiar a Israel: “Se acerca el día en que suscitaré un rey que será descendiente de David. Él gobernará con prudencia, justicia y rectitud”(Jer 23,1-6; Ez 34).

Jesús se referirá a estas imágenes el día que, descendiendo de la barca, se verá rodeado de una gran multitud corriendo a pie para escuchar su palabra de esperanza. Marcos dice: “tuvo compasión de ellos porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6,33-34). En el evangelio de Juan, Jesús se presenta como el pastor esperado (Jn 10,11.14), como el que va a conducir a la gente a lo largo del camino de la rectitud y fidelidad al Señor.

El cuarto domingo de Pascua se llama el domingo del Buen Pastor ya que cada año la liturgia nos presenta un pasaje del capítulo 10 de Juan donde Jesús mismo es el verdadero pastor. Los cuatro versos que leemos en el evangelio de hoy se han extraído de la parte final del discurso de Jesús y quieren ayudarnos a profundizar el significado de esta imagen bíblica.

Comencemos con una aclaración: cuando hablamos de Jesús, el Buen Pastor, la primera imagen que viene a nuestra mente es la del Maestro que sostiene un cordero en sus brazos o en los hombros. Es cierto: Jesús es el Buen Pastor que sale a buscar la oveja perdida, pero esta es la reproducción de la parábola que se encuentra en el evangelio de Lucas (15,4-8). El Buen Pastor del que habla Juan no tiene nada que ver con esta imagen dulce y tierna. Jesús no se presenta a sí mismo como alguien que cariñosamente acaricia al cordero herido, sino como el hombre duro, fuerte, decidido a luchar contra los bandidos y los animales feroces, como lo hizo David, persiguiendo al león o al oso que arrebata una de las ovejas lejos del rebaño; David lo derriba y le quita la víctima de su boca (1 Sam 17,34-35). Jesús es el Buen Pastor porque no tiene miedo de luchar hasta dar su vida por las ovejas que ama (Jn 10,11).

La primera frase que Jesús pronuncia es muy fuerte: “Mis ovejas –dice– jamás perecerán; y nadie las arrebatará de mi mano” (v. 28). La salvación de las “ovejas” no está garantizada por su docilidad, su lealtad, sino por la iniciativa, el valor, el amor gratuito e incondicional del “pastor”. ¡Este es el gran anuncio! Esta es la hermosa noticia que la Pascua anuncia y que un creyente cristiano debe transmitir. Incluso puede garantizarles a quienes todo les va mal en la vida que sus miserias, sus defectos, sus opciones de muerte no serán capaces de derrotar al Amor de Cristo.

Hay que aclarar la segunda imagen, la de las ovejas, ya que puede provocar cierta incomodidad. ¿Quiénes son la manada que va tras el ‘Buen Pastor’? Algunos quizás respondan espontáneamente: los laicos que dócilmente aceptan y practican todas las normas establecidas por el clero. Los pastores son, por tanto, la jerarquía de la Iglesia, mientras que las ovejas serían los simples fieles. No es así: El único Pastor es Cristo, porque, como hemos señalado en la segunda lectura, Cristo es el Cordero que ha sacrificado su propia vida. Sus ovejas son aquellos que tienen el coraje de seguirlo en este regalo de la vida. El Pastor es entonces un cordero que comparte con todos la suerte del rebaño.

Hay otra idea errónea que debe corregirse es la de identificar a todos los bautizados con el rebaño de Cristo. Hay áreas grises en la Iglesia que se excluyen del Reino de Dios, ya que prosperan en el pecado, mientras que hay enormes márgenes, más allá de los confines de la Iglesia, que caen dentro del Reino de Dios porque el Espíritu está trabajando allí. La acción del Espíritu se manifiesta en el impulso del don de la vida al hermano o hermana: “El que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). El que, sin conocer a Cristo, se sacrifica por los pobres, practica la justicia, la hermandad, el intercambio de bienes, la hospitalidad, la lealtad, la sinceridad, el rechazo a la violencia, el perdón de los enemigos, el compromiso con la paz, puede ser discípulo del Buen Pastor. Esto debería hacer pensar a tantos cristianos que están revolcándose en la complacencia de sí mismos que eventualmente podría estar envueltos en trágicas ilusiones. El Pastor puede un día, inesperadamente, decir a algunos: “No sé de dónde son ustedes” (Lc 13,25).

El sentirse seguros, la desconfianza contra los miembros de otras religiones y los prejuicios hacia los no creyentes están todavía tan profundamente arraigados y son tan perniciosos como el falso pacifismo. ¿Cómo se puede llegar a ser parte de la grey que sigue a Jesús? ¿Qué ocurre con las ovejas que son fieles a Él? El evangelio de hoy dice que no somos nosotros los que tomamos la iniciativa de seguirlo. Él es el que llama: “Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen” (v. 27).

Los discípulos de Jesús viven en este mundo, entre la gente. Escuchan muchas llamadas e incluso reciben mensajes engañosos. Hay muchos que se hacen pasar por pastores, que prometen la vida, el bienestar, la felicidad e invitan a la gente a seguirlos. Es fácil ser engañado por charlatanes. En medio de muchas voces, ¿cómo se puede reconocer la voz del verdadero Pastor? Es necesario acostumbrar el oído. Al que oye a una persona solo durante cinco minutos, y después de un año no lo oye más, le resultará difícil distinguir su voz entre la multitud. El que escucha el evangelio solo una vez al año, no aprende a reconocer la voz del Señor que habla.

No es fácil confiar en Jesús porque Él no promete éxito, triunfos, victorias, como hacen los demás pastores. Se pide la entrega de sí mismo, se exige la renuncia al propio provecho, se demanda el sacrificio de la vida… Y, sin embargo, asegura Jesús, este es el único camino que conduce a la vida eterna (vv. 28-29). No hay atajos. Indicar otros caminos es hacer trampa y conducir a la muerte.

El pasaje termina con las palabras de Jesús: “Yo y el Padre somos uno” (v. 30). Esta afirmación un tanto abstracta indica el camino a seguir para lograr la unidad con Dios. Es necesario llegar a ser ‘uno’ con Cristo. Esto significa que uno tiene que lograr la unidad de pensamientos, intenciones y acciones con Él.

Esta afirmación nos hace reflexionar sobre el ministerio de los que son llamados a ‘pastorear’ el rebaño de Cristo. A veces, en la comunidad cristiana, hay una cierta tensión entre los que, con términos no muy exactos, son llamados el clero y los laicos. Algunos dicen que los laicos deben seguir a sus pastores; otros dicen que estos pastores deben estar unidos al pueblo de Dios. Tal vez sea más correcto pensar que todo el pueblo de Dios, laicos y clérigos, juntos, deberían seguir al único Pastor, que es Jesús, y llegar a ser, con Él, uno con el Padre.

http://www.bibleclaret.org


Buen Pastor y Cordero sacrificado: modelos de Misión
Romeo Ballan, mccj

El cuarto domingo de Pascua se llama, tradicionalmente, el Domingo del Buen Pastor, porque el pasaje del Evangelio se toma del capítulo X de Juan, en el cual Jesús se presenta como el verdadero pastor del pueblo. Para el evangelista Lucas, Jesús es el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada, se la carga sobre los hombros, convoca a los amigos para una fiesta… (Lc 15,4-7): es un pastor con corazón misericordioso. Esta imagen llena de ternura se completa con la de Juan, el cual presenta a un pastor atento y enérgico en defender las ovejas de los ladrones y de los animales feroces, decidido a luchar hasta dar su vida por el rebaño.

El Buen Pastor es la primera imagen introducida por los cristianos, ya desde el s. III, en las catacumbas, para representar a Jesucristo, muchos siglos antes del crucifijo. La razón de esta antigüedad radica en la riqueza bíblica de la imagen del pastor (cfr. Éxodo, Ezequiel, Salmos…), con el cual Jesús se ha identificado y que Juan (cap. X) ha leído en clave mesiánica. Abundan, en efecto, las expresiones que describen la vida y las relaciones entre el pastor y las ovejas: entrar-salir, conocer, llamar-escuchar, abrir, conducir, caminar-seguir, perecer-arrebatar, dar la vida… Hasta la identificación plena de Jesús con el buen pastor que entrega su vida por las ovejas (v. 11.28). El texto griego emplea aquí un sinónimo, el “pastor hermoso” (v. 11.14), es decir, bueno, perfecto, que une en sí la perfección estética y ética. ¡Es el pastor por excelencia!

Jesús nos confirma obstinadamente que su iniciativa de salvar a las ovejas tendrá éxito: “no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano… nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre” (v. 28-29). Esta certeza no se funda en la bondad y fidelidad de las ovejas, sino en el amor gratuito de Cristo, que es más fuerte que las miserias humanas. Él no renuncia a ninguna oveja, aunque se hayan alejado o no le conozcan: todas deben entrar por la puerta que es Él mismo (v. 7), porque Él es la única puerta, el único salvador. Él ofrece su vida por todos: Él tiene también otras ovejas a las que debe recoger, hasta formar un solo rebaño con un solo pastor (v. 16). La misión de la Iglesia se mueve con estos parámetros de universalidad: vida entregada por todos, vida en abundancia, la perspectiva del único rebaño… Aunque el rebaño es numeroso, nadie sobra, nadie queda perdido en el anonimato; las relaciones son personales: el pastor conoce a sus ovejas, las llama a cada una por su nombre (v. 3) y ellas lo escuchan y le siguen (v. 27).

Para Juan, la buena noticia de la Pascua es doble: Cristo es el ‘Buen Pastor con el corazón traspasado’, del cual mana la vida para “una muchedumbre inmensa” y multiforme, que nadie podría contar (II lectura); y Cristo es también el Cordero sacrificado, en cuya sangre todos hallan purificación y consuelo en la gran tribulación (v. 14). En su contemplación en la isla de Patmos (Ap 1,9), Juan llega a la identificación entre el Cordero y el Pastor, que conduce “hacia fuentes de aguas vivas” (v. 17). La vida sin hambre, ni sed, ni lágrimas (v. 16-17) será un día una realidad; pero de momento queda como una promesa en el horizonte, una palabra segura que se cumplirá. Cordero y Pastor son dos símbolos relacionados, que se complementan. Jesús es Buen Pastor, porque es Cordero sacrificado para dar vida al pueblo; es Pastor bueno, porque antes es Cordero manso, siervo disponible. Esta identificación tiene una validez inagotable también para nosotros hoy. Todos nosotros somos un poco pastores y un poco ovejas; seremos pastores buenos mientras seamos corderos mansos y siervos disponibles para la vida del rebaño.

Jesús es pastor y cordero, porque tuvo misericordia, se hizo cargo de la grey; la calidad de nuestra vida se mide con nuestra capacidad de hacernos cargo de los demás. El cristiano está llamado a amar y servir al que pasa necesidad y anunciar el Evangelio de Jesús, aunque sea entre oposiciones y resistencias, siempre con la certeza que ha sostenido a Pablo (I lectura) de estar llamado a ser luz para las nacioneshasta el extremo de la tierra (v. 47). Siguiendo el ejemplo de Pablo y contemplando al Buen Pastor, se entiende el llamado de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. La vocación de especial consagración (sacerdocio, vida consagrada, vida misionera, servicios laicales…) se fortalece en la experiencia personal de sentirse amado y llamado por Alguien. Sentirte en el corazón de Dios te hace sentir con vida, te da seguridad, te hace sentir hijo y hermano, te hace apóstol. Te abre el corazón al mundo entero.