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Recemos por los catequistas

En la misión, los catequistas han sido y continúan siendo brazo derecho del misionero. Viven con sus familias en centros en que está dividida la misión. Cuentan con una preparación académica-pastoral de dos años. Más que referirme a su ministerio catequético subrayo el valor testimonial familiar cristiano en el lugar en que habitan, es decir, en las aldeas.

Se dirá que es obvio; tal vez. Lo que no es obvio es la apreciación o depreciación de sus familias; tanto de parte del misionero que los asigna, como de parte de la gente que los recibe. Es cierto que habitar en un lugar u otro no lo es todo, pero es lo primero que las familias pagan. Cuesta dejar la propia aldea, la parentela, encargar la casa y rentar la milpa. Pertenencias que vuelven a ver cada año. Cultivar otra milpa y compartir espacios con nuevos vecinos cuesta trabajo. Cuesta trabajo ser familia misionera.

La gente los llama abusa (pastores) y a las esposas amama abusa. Saben de su servicio ministerial y los respetan. Los tiene como visitantes y saben que un día serán reasignados a otro centro. La mudanza y permanencia temporal de los catequistas, con sus familias, llaman a voz la frase vocación misionera laical. Son familias misioneras. Estar en un lugar u otro de la misión es testimonio de vida cristiana en territorio de primera evangelización. Misión difícil para cualquier familia.

Esperar más de los catequistas son retos que a todos nos concierne. Aprecio de la disponibilidad familiar y formación permanente, de parte del misionero y apoyo material de parte de la creciente comunidad de los centros. Los catequistas no son empleados a sueldo por eso necesitan apoyo material y espiritual. En la escasez de dichas necesidades no sorprenden las crisis familiares. Sí Sorprende que varios catequistas abandonen su papel en la misión y haya menos candidatos a la formación catequística. El centro se queda sin testimonio familiar y sin catequesis. El fervor de todo principio pasa. Queda la esperanza de que en el menos, haya más vocación a la misión difícil. Sobre todo que el testimonio familiar ofrecido haya arraigado en más familias.

Pastorear a cristianos de reciente conversión, proponer el evangelio a los no cristianos y atender a los catecúmenos requiere más que buena voluntad. Requiere siempre mayor fuego del Espíritu Santo. Recemos por los catequistas y su familias para que sean perseverantes en su ministerio.

Domingo VI ordinario. Año C

¿Dónde hundimos nuestras raíces?

Año C – Tiempo Ordinario – 6º domingo
Lucas 6,17.20-26: “Bienaventurados vosotros, los pobres… ¡Pero ay de vosotros, los ricos!”

El Evangelio de hoy nos presenta las Bienaventuranzas en la versión de san Lucas. El texto se compone de cuatro bienaventuranzas y cuatro advertencias, marcadas por cuatro “bienaventurados vosotros” y cuatro “¡ay de vosotros!”. Jesús declara bienaventurados a los pobres, los hambrientos, los afligidos y los perseguidos; y advierte a los ricos, los saciados, los que ríen y los que son alabados por los demás.

Por un lado, las palabras de Jesús nos fascinan, pero por otro, nos incomodan, porque proponen criterios que chocan profundamente con nuestra mentalidad actual. ¿Quién puede realmente decir que es pobre y tiene hambre? Quizás afligido y perseguido, a veces. San Mateo las “espiritualiza”: “Bienaventurados los pobres de espíritu”, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”… Sin embargo, san Lucas las “materializa” sin concesiones.

Nuestro espíritu percibe la verdad y la belleza de esta nueva visión de la vida, encarnada en la misma persona de Jesús, pero nuestra mente inmediatamente comienza a relativizarla, considerándola irrealista, mientras que nuestro inconsciente trata de suprimirla lo más rápido posible. Es realmente una gracia dejarse interpelar por esta palabra. De hecho, es grande la tentación de decir, como en otra ocasión: “Esta palabra es dura, ¿quién puede escucharla?” (Juan 6,60).

En esta palabra, como en muchas otras del Evangelio, se cumple lo que dijo el profeta Jeremías: “¿No es mi palabra como fuego – oráculo del Señor – y como un martillo que quebranta la roca?” (Jeremías 23,29). En otro pasaje, dice que la palabra, en lo más profundo del corazón, provoca un gran dolor interno (Jeremías 4,29). ¿Qué mejor deseo, entonces, que salir de la celebración dominical con “un gran dolor de estómago”? Sería una señal de que estamos en el camino correcto. La alternativa, de hecho, es irse tristes, como el joven rico. ¡Escuchar esta palabra nos sana y nos salva del peligro de llevar una vida sin sentido!

El contexto de este evangelio

San Lucas nos dice que Jesús se retiró solo a la montaña y pasó toda la noche en oración. Jesús es el Maestro de la oración porque enseña a partir de su propia experiencia. El evangelista destaca que Jesús siempre rezaba antes de tomar grandes decisiones. La narración continúa diciendo que, por la mañana, Jesús llamó a todos sus discípulos y eligió a doce de ellos, a quienes llamó apóstoles (Lc 6,12-13).

Después, Jesús baja con sus discípulos y se detiene en un lugar llano. Mientras que en san Mateo Jesús pronuncia su discurso en la montaña, símbolo de la cercanía con Dios, en san Lucas lo hace en la llanura, símbolo de cercanía con la gente, donde puede ser fácilmente alcanzado por todos. De hecho, “había una gran multitud de sus discípulos y una gran muchedumbre de gente” que habían venido de todas partes “para escucharlo y ser sanados de sus enfermedades”. Toda la multitud intentaba tocarlo, “porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6,17-19).

En esta vasta escena de humanidad, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, proclama las bienaventuranzas. El Señor levanta la mirada porque habla desde abajo. Dios es humilde y no se sitúa por encima de nosotros.

Algunas claves de lectura

Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.Bienaventurados vosotros, los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados.Bienaventurados vosotros, los que ahora lloráis, porque reiréis.Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien… por causa del Hijo del Hombre.

Observemos que:

  • En la Sagrada Escritura ya encontramos esta forma literaria de bendiciones y maldiciones (véase la primera lectura de Jeremías y el Salmo 1). Los rabinos en tiempos de Jesús también la utilizaban.
  • Mientras que san Mateo presenta las bienaventuranzas en un estilo sapiencial, enunciándolas en tercera persona del plural: “Bienaventurados los pobres”, san Lucas adopta un estilo profético, más directo, dirigiéndose a sus discípulos en segunda persona: “Bienaventurados vosotros, los pobres”.
  • Cada bienaventuranza está acompañada de un “porque”. Pero, ¿cuál es la razón fundamental de estas afirmaciones tan paradójicas? Jesús no consagra ni idealiza la pobreza. La pobreza, el hambre, la aflicción y la persecución son realidades negativas que deben ser combatidas. La buena noticia es que Dios no tolera estas injusticias, tan extendidas en nuestro mundo, y se hace cargo de la causa de los pobres. Jeremías, en la primera lectura, afirma que la verdadera bienaventuranza nace de la confianza en el Señor: “Bendito el hombre que confía en el Señor y pone en él su esperanza”.
  • En la primera bienaventuranza, Jesús emplea el verbo en presente: “Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”, mientras que despues usa el futuro. ¿Cómo explicarlo? Las bienaventuranzas tienen una dimensión ya presente, pero también una proyección futura hacia su plena realización. Paradójicamente, por lo tanto, en la misma experiencia del sufrimiento es posible encontrar la alegría. Un ejemplo elocuente es el de los apóstoles Pedro y Juan, quienes, después de haber sido azotados, “salieron del sanedrín gozosos de haber sido considerados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús” (Hechos 5,41).

En una estructura simétrica, Jesús presenta cuatro advertencias, los cuatro “ayes”:

¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados, porque tendréis hambre!¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque os lamentaréis y lloraréis!¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablen bien de vosotros…!

Observemos que:

  • Mientras que en la versión de san Mateo Jesús se limita a proclamar las ocho bienaventuranzas (más una dirigida directamente a sus discípulos), en la versión de Lucas encontramos solo cuatro, pero con la adición de cuatro “ayes”, en contraposición a los “bienaventurados vosotros”.
  • El término “ay” se usaba en el ámbito profético para anunciar calamidades. Sin embargo, estos “ayes” de Jesús no son maldiciones, sino expresiones de dolor y compasión. Podrían traducirse como “¡pobres de vosotros!”. Mientras que las bienaventuranzas son una felicitación a los “bienaventurados”, los “ayes” tienen el tono de un mensaje de duelo.
  • ¿Por qué Jesús advierte a los ricos? No se trata de una visión clasista. En realidad, la riqueza a menudo está asociada con la injusticia, que genera pobreza y sufrimiento.

Para la reflexión personal

Las bienaventuranzas son el camino que Jesús propone hacia la felicidad, para llevar una vida hermosa, fecunda y significativa. El profeta Jeremías la compara con un árbol siempre verde y fructífero, cuyas raíces se extienden hacia el río. En contraste, una vida no arraigada en Dios es como el tamarisco del desierto, que “no verá el bien cuando llegue y habitará en una tierra árida, en un desierto salado donde nadie puede vivir”. Todo depende, pues, de dónde hundimos nuestras raíces. ¿Dónde hunden las mías?

P. Manuel João Pereira Correia, mccj


Por aquel tiempo Jesús subió a una montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios. Dirigiendo la mirada a los discípulos, les decía: “Felices los pobres, porque el reino de Dios les pertenece. Felices los que ahora pasan hambre, porque serán saciados. Felices los que ahora lloran, porque reirán. Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre. Alégrense y llénense de gozo, porque el premio en el cielo es abundante. Del mismo modo los padres de ellos trataron a los profetas. Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo!; ¡ay de ustedes, los que ahora están saciados!, porque pasarán hambre; ¡ay de los que ahora ríen!, porque llorarán y harán duelo; ¡ay de ustedes cuando todos los alaben! Del mismo modo los padres de ellos trataron a los falsos profetas.

Las Bienaventuranzas
Papa Francisco

El Evangelio de hoy (cf. Lc 6, 17-20-26) nos presenta las Bienaventuranzas en la versión de San Lucas. El texto está articulado en cuatro Bienaventuranzas y cuatro admoniciones formuladas con la expresión “¡ay de vosotros!”. Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con la fe.

Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos; y amonesta a los ricos, saciados, que ríen y son aclamados por la gente. La razón de esta bienaventuranza paradójica radica en el hecho de que Dios está cerca de los que sufren e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús lo ve, ya ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa. E igualmente, el “¡ay de vosotros!”, dirigido a quienes hoy se divierten sirve para “despertarlos” del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo.

La página del Evangelio de hoy nos invita, pues, a reflexionar sobre el profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor. Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y sin embargo tan difícil de alcanzar. Hermanos y hermanas, hay muchos, también en nuestros días, que se presentan como dispensadores de felicidad: vienen y prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias al alcance de la mano, soluciones mágicas para cada problema, etc. Y aquí es fácil caer sin darse cuenta en el pecado contra el primer mandamiento: es decir, la idolatría, reemplazando a Dios con un ídolo. ¡La idolatría y los ídolos parecen cosas de otros tiempos, pero en realidad son de todos los tiempos! También de hoy. Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis sociológicos.

Por eso Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos de la parte de Dios, de su Reino, de la parte de lo que no es efímero, sino que perdura para la vida eterna. Nos alegramos si nos reconocemos necesitados ante Dios, y esto es muy importante: “Señor, te necesito”, y si como Él y con Él estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos. Nosotros también lo somos ante Dios: somos pobres, afligidos, tenemos hambre ante Dios. Somos capaces de alegría cada vez que, poseyendo los bienes de este mundo, no los convertimos en ídolos a los que vender nuestra alma, sino que somos capaces de compartirlos con nuestros hermanos. Hoy, la liturgia nos invita una vez más a cuestionarnos y a hacer la verdad en nuestros corazones.

Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores de muerte—, a los profesionales de la ilusión. No hay que seguirlos, porque son incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia. Con su palabra paradójica nos sacude y nos hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos satisface, nos da alegría y dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas. ¡Qué la Virgen María nos ayude a escuchar este Evangelio con una mente y un corazón abiertos, para que dé fruto en nuestras vidas y seamos testigos de la felicidad que no defrauda, la de Dios que nunca defrauda!

Angelus 17/02/2019


FELICIDAD
José A. Pagola

Uno puede leer y escuchar cada vez con más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la recuperación progresiva de la economía.

Se nos dice que estamos asistiendo ya a un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién? Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.

La recuperación económica que está en marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada “sociedad dual”. Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres.

La parábola del hombre rico “que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y del pobre Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.

Entre nosotros existen esos “mecanismos económicos, financieros y sociales” denunciados por Juan Pablo II, “los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros”.

Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que es la “Sollicitudo rei socialis”, tan poco escuchada, incluso por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de esta situación algo que sólo tiene un nombre: pecado.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia.

En sus bienaventuranzas, Jesús advierte que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.

Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa de la justicia de Dios, que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Han pasado veinte siglos, pero la palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres. Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos interpela a todos.

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DICHOSO EL POBRE,
NO POR SERLO SINO POR NO CAUSAR POBREZA
Fray Marcos

Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente la frase de Jesús: “pase de mí este cáliz”. La experiencia que tengo es que ni me entienden los pobres ni me entienden los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas y las bienaventuranzas sobrepasan toda racionalidad. Cualquier intento de aclarar racionalmente su sentido está abocado al fracaso. Sin una experiencia profunda de lo humano las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas. Solo desde un profundo sentido espiritual puede tener comprensión y sentido.
Es el texto más comentado de todo el evangelio, pero es también el más difícil. Invierte radicalmente nuestra escala de valores. ¿Puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido? La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que está sucediendo hoy aquí, esperando que un día Dios cambien las tornas.
En los mismos evangelios encontramos ya reflejada la dificultad. Lc dice sencilla­mente: dichosos los pobres. Mt ve la necesidad de añadir una matización: dichosos los pobres de espíritu; dichosos los que tienen hambre y sed de justicia; dichosos los limpios de corazón. Tanto una formula­ción como la otra se puede entender mal. Mal si damos por supuesto que el pobre es dichoso por el hecho de serlo. Mal, si entendemos que al rico le basta con tener un espíritu de pobre, sin que eso le obligue a cambiar su actitud egoísta para con los demás.
Hablar de los pobres, los que nadamos en la abundancia, es ligereza. ¿Qué pasó cuando los realmente pobres empezaron a pensar en el evangelio? Surgió la teología de la liberación, que la institución se apresuró en calificar de nefasta. ¿Es que puede haber un tratado sobre Dios que no libere? Lo que debía preocuparnos es que sigamos haciendo una teología para tranquilizar a los satisfechos, que no libera ni a los opresores ni a los oprimidos. El fallo de esa teología estaba en que creía que liberar a los pobres de su pobreza material era la solución definitiva. Hay que liberar al pobre de su pobreza y al rico de su riqueza.
La Iglesia no debe conformarse con una “opción preferencial por los pobres”. La Iglesia tiene que ser pobre si quiere ser fiel al evangelio. No podemos justificarnos diciendo que la institución puede tener grandes posesiones pero sus dirigentes pueden vivir en la pobreza. Esa dinámica sería posible, pero no es lo que vemos todos los días a nuestro alrededor.
Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque a pesar de todos, él puede desplegar su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. El comunismo sigue creyendo que basta con nivelar materialmente las necesidades de todos los seres humanos, pero eso no es verdadera liberación. Es verdad que el origen del comunismo está en los Hechos de los Apóstoles, pero se hicieron eco solo de la letra olvidando el espíritu. Lo humano solo llegará cuando voluntariamente cada uno se solidarice con todos los demás sin apegarse a nada.
Hay otra consideración a tener en cuenta. Todos somos pobres en algún aspecto y todos somos ricos en otros. Por eso, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad.
El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iban a pagar con creces en el más allá. Tampoco quiere decir el evangelio que tenemos que renunciar a la riqueza para asegurarnos un puesto en el cielo. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.
Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamen­te. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no anima a valorar la pobreza en sí, sino a no ser causa del sufrimiento de otro. La pobreza del evangelio hace siempre referencia al otro.
Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti, lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Nosotros, al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo a todos los niveles, estamos equivocándonos y en vez de bienaventuranza encontra­remos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.
Las bienaventuranzas son ‘la prueba del algodón’ del cristiano. Un cristianismo como capote externo, que busca las seguridades espirituales además de las materiales, no tiene nada que ver con Jesús. Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un puñado de arroz para evitar la muerte. Jesús nos dice claramente que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar por encima de todo mi seguridad, y si me sobra dar a los demás, no funciona.
Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú lo puedes hacerlo todo, porque no se trata de eliminar la injusticia sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacerles un favor a ellos, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de cualquier inhumanidad. Nosotros, los “ricos”, somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie sino en ayudar a los demás a salir de toda opresión. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida biológica. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad.
Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material ni preconizan una revancha futura de los oprimidos ni pueden usarse como tranquilizante, con la promesa de una vida mejor para el más allá. Las bienaven­turanzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi propio ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar la idea de individualidad que nos lleva al egoísmo, dejar de creer que somos lo que no somos y vivir de ese engaño.

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LAS BIENAVENTURANZAS: UNA BUENA NOTICIA
Fernando Armellini

Introducción

Quién tiene dinero para invertir, no confía en lo primero que se ofrece. Solicita información, busca el asesoramiento de algunos expertos en economía, comprueba qué acciones están caídas y cuáles están aumentando, lo que da mayor fiabilidad y cuáles están a la venta. Solo al final, después de una cuidadosa consideración de los riesgos, elige qué comprar.

Nuestra vida es un capital precioso que Dios ha puesto en nuestras manos y debe ser productivo. ¿Cuáles son los valores en juego? ¿Cuáles las acciones que impulsarán el capital? Algunas tienen una gran demanda y la mayoría de las personas apuestan todo: éxito a cualquier costo, carrera, dinero, salud, fama, la apariencia, la búsqueda del placer… ¿Será una elección correcta?

Otras acciones, en cambio, pierden valor: el servicio a los últimos sin ganancia alguna, la paciencia, la resistencia, la renuncia a lo superfluo, la generosidad con los necesitados, la rectitud moral …. ¿Cómo se considera en nuestra cultura al que tiene estos valores? ¿Sabio, ingenuo, soñador, idealista?

Si tuviésemos muchas vidas, nos gustaría jugar una en cada apuesta, pero solo tenemos una vida irrepetible: no se nos permite cometer errores. El consejo de un experto confiable es esencial y urgente, pero existe el peligro inminente de elegir al asesor incorrecto. El dicho sabio siempre es correcto: “No confíes en nadie, ni siquiera en amigos”. Concéntrate en los valores que Dios garantiza.

Evangelio: Lucas 6,17.20-26

A todos nos gustan los cumplidos. Los de personas prestigiosas, poderosas e ilustres son particularmente apreciados. Jesús también hace cumplidos (‘bendito’ significa: ‘Felicitaciones por la elección que has hecho’). Los dirige a cuatro categorías de personas y advierte contra otras opciones opuestas y peligrosas porque son atractivas y aparentemente gratificantes. Los rabinos de la época de Jesús a menudo usaban la forma literaria de las bienaventuranzas y las maldiciones.

Para inculcar valores sobre los que vale la pena construir la vida, dicen: “Bendito sea él…”, y para advertir contra las propuestas engañosas e ilusorias, en cambio, usan la expresión: “¡Ay de quien se comporte de una u otra manera!”. Jeremías –lo escuchamos en la primera lectura– también usa el mismo lenguaje de sabiduría; habla de benditos y de malditos. Siendo esta la forma de comunicación utilizada por los sabios en Israel, no es de extrañar que, en los Evangelios, se encuentren decenas de beatitudes y amenazas repetidas. Recordamos algunas de estas bienaventuranzas: “Bienaventurada la que creyó” (Lc 1,45); “Bendito el vientre que te llevó” (Lc 11,27); “Bienaventurados los siervos que el maestro a su regreso encuentra aún despiertos” (Lc 12,37); “Bienaventurados los que creerán aun sin ver” (Jn 20,29); “Cuando hagas banquetes, invita a los pobres, a los discapacitados, a los cojos, a los ciegos, y serás bendecido” (Lc 14,13-14); “Bienaventurado el que no se escandaliza de mí” (Mt 11,6); “Bienaventurados sus ojos, que ven” (Mt 13,16).

Estas pocas citas son suficientes para probar cómo, en tiempo de Jesús, era común el recurso a las bienaventuranzas para transmitir una enseñanza. Las Bienaventuranzas más notables son las de Mateo (Mt 5,1-12) y las de Lucas (Lc 6,20-26) que se proponen en el evangelio de hoy. Vale la pena señalar las principales diferencias entre estas dos listas.

En Mateo, Jesús proclamó las Bienaventuranzas sentado en la cima de una montaña (Mt 5,1), mientras que, en Lucas, las anuncia en una llanura (Lc 6,17) y este es un detalle menor. El hecho de que en Mateo haya ocho Bienaventuranzas mientras que en Lucas solo cuatro y estén acompañadas por muchos “¡Ay de ti!” es más significativo.

Mateo ‘espiritualiza’ las bienaventuranzas. Habla de “… los pobres de espíritu”, de personas que “tienen hambre y sed de justicia…”. En Lucas, las Bienaventuranzas son bastante ‘terrestres’. Dice: “Bienaventurados ustedes, pobres, ustedes que tienen hambre ahora, tú que ahora lloras” y denuncia como peligrosas las situaciones opuestas: “¡Ay de ti que eres rico, para ti que estás lleno ahora, tú que ríes ahora!” ‘Nada ‘espiritual’. En Lucas, todo es muy real.

Ahora llegamos al pasaje de hoy. Para entenderlo, es necesario establecer a quién se dirigen las Bienaventuranzas. “Había una gran multitud de sus discípulos y una gran multitud de personas… levantó la vista hacia sus discípulos y dijo: «Bienaventurados ustedes, pobres…» (vv. 17-20). Está claro que los destinatarios de las Bienaventuranzas y el subsiguiente “¡Ay de ti!” no son para la multitud sino solo para los discípulos y, en última instancia, para la comunidad cristiana.

Comencemos con la primera Bienaventuranza: ¡Felices los pobres! ¿En qué sentido Pedro, Andrés, Juan y los otros apóstoles son considerados pobres? Ciertamente, no son ricos, ni miserables. Poseen una casa y un barco; muchas personas están en peor situación. ¿Por qué son los únicos que son proclamados bienaventurados? ¿Qué cosa extraordinaria han hecho?

Para entender el significado de esta Bienaventuranza, podemos comenzar desde el último versículo del evangelio del domingo pasado. Después de la captura milagrosa de peces, Jesús le confía a Simón la tarea de sacar a los hombres de la muerte y darles vida. Lucas concluye: “Tiraron de sus botes a tierra, dejaron todo y lo siguieron” (Lc 5,11). Un poco más tarde, en el mismo capítulo, se narró otra llamada, la de Leví, y la conclusión es la misma: “Y dejando todo, se levantó y lo siguió” (Lc 5,28).

En el evangelio de Lucas, dejar todo se toma como una especie de refrán, al final de cada llamada: “Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres”, le dice Jesús al rico aristócrata (Lc 18,22). Esta pobreza voluntaria no es algo opcional, no es un consejo reservado para algunos que quieren comportarse como héroes o ser mejores que los demás. Es lo que caracteriza al cristiano: “Cualquiera de ustedes que no renuncia a todas sus posesiones no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33).

¿Cómo privarse de todos los bienes? ¿Deben tirar por la ventana lo que tienen, con el riesgo de que acaben en manos de holgazanes, y reducirse a la miseria, convirtiéndose en mendigos? Sería una interpretación tonta y sin sentido de las palabras de Jesús. Nunca despreciaba la riqueza, nunca los invitaba a destruirla. Denunció, sí, los riesgos y peligros: el corazón se puede unir a ella y puede convertirse en un obstáculo insuperable para aquellos que quieren entrar en el reino de Dios (Lc 18,24-25). Los bienes de este mundo son preciosos, esenciales para la vida, pero deben mantenerse en su lugar. ¡Ay si los sobreestimamos o, peor aún, los convertimos en ídolos!

El que, iluminado por la Palabra de Cristo, da a los bienes su valor apropiado, es pobre en el sentido evangélico. Los aprecia, los estima; sabe que son un regalo de Dios. Precisamente porque son un regalo, uno no debería apropiarse de ellos. Se da cuenta de que no le pertenecen, que solo es un administrador y los invierte de acuerdo con los planes del Maestro. Recibió todo como regalo, los transforma en regalo.

Pobre en el sentido evangélico es aquel que no posee nada para sí mismo, que abandona la adoración del dinero, rechaza el uso egoísta de su tiempo, de sus capacidades intelectuales, erudición, diplomas, posición social… Es alguien que imita al Padre del cielo que, aunque lo posee todo, es infinitamente pobre porque no guarda nada para sí mismo; es un total don. El ideal del cristiano no es la pobreza, sino un mundo de pobres evangélicos, un mundo donde nadie acumula para sí mismo, nadie desperdicia, y cada uno pone a disposición de los hermanos todo lo que ha recibido de Dios. “¡Felices los pobres!” no es un mensaje de resignación sino de esperanza, esperanza en un mundo nuevo donde nadie pase necesidad (Hch 4,34).

La promesa que acompaña a esta Bienaventuranza no se refiere a un futuro lejano, no garantiza la entrada al cielo después de la muerte, sino que anuncia un gozo inmediato: “El reino de Dios les pertenece”. Desde el momento en que uno elige ser y permanecer pobre, entra al ‘Reino de Dios’ en una nueva condición.

Los que no dan este paso decisivo siguen pensando según la lógica terrenal. Tienen el corazón atado a la riqueza que poseen y han depositado en ella sus esperanzas de felicidad. No son libres… Aun no son felices. Solo los verdaderos discípulos son bendecidos porque entendieron que la vida humana no depende de los bienes que poseen y, al no tener el corazón atado al dinero, también pueden abrirlo a la Salvación que va más allá de este mundo.

¿Cuáles son las consecuencias de la elección de la pobreza evangélica? ¿Qué deben esperar los discípulos que renuncian al uso egoísta de la riqueza? Jesús responde a estas preguntas con la segunda Bienaventuranza: “Felices los que ahora pasan hambre, porque serán saciados” (v.21). Ninguna ilusión, ningún engaño, ninguna promesa de una vida fácil, rica y cómoda. El hambre real, no la espiritual, será una consecuencia inevitable para aquellos que ponen todo lo que tienen al servicio de los demás. Ellos experimentarán la pobreza, las dificultades y las privaciones; a veces les faltará lo necesario, pero serán bendecidos.

Jesús les responde a sus cumplidos y les asegura: “El Señor te llenará’”. A través de ti, Dios construirá el nuevo mundo en el que toda hambre, cada necesidad, será satisfecha; a través de ti, Dios preparará un banquete para todos aquellos que no tienen el mínimo requerido para la subsistencia (Is 25,6-8), a través de ti Él “satisfará a sus pobres con pan” (Sal 132,15), “dará alimento a los hambrientos” (Sal 146,7).

La tercera Bienaventuranza –“Felices los que ahora lloran, porque reirán”– también toma en consideración un estado de angustia y dolor (v. 21). Quien se hizo pobre experimenta tristeza y desesperación porque, a pesar de todos sus sacrificios y compromisos, no ve resueltos de manera inmediata y milagrosa los problemas de los pobres. Experimenta la decepción e incluso llega al punto de llorar.

Dios los consolará transformando su grito en gozo. Las semillas del bien que Él arroja en dolor crecerán y darán abundante fruto (Sal 126,6). Su condición es similar a la de la mujer que está a punto de dar a luz: “está afligida, pero cuando ella ha dado a luz al niño, ya no recuerda la angustia, por la alegría de que un hombre ha venido al mundo” (Jn 16,21).

La última Bienaventuranza –“Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y desprecien…”– es diferente de las anteriores. Es más larga; no describe la condición actual de los discípulos sino que anuncia que algo doloroso sucederá en el futuro; no contiene la promesa de una reversión de la situación sino que los invita a regocijarse incluso cuando se convierten en objeto de hostigamiento debido al Hijo del Hombre (vv.22-23).

Quien se niega a cumplir con los principios que dominan en este mundo –los del egoísmo, la competencia, la opresión, la búsqueda del interés propio– es combatido y prohibido como peligroso para el orden establecido. El mundo antiguo no se resigna a desaparecer, no consiente en entregar pacíficamente el paso a una sociedad fundada en los principios del don gratuito, la disponibilidad del servicio desinteresado, la búsqueda del último lugar. Quien opta por este nuevo mundo está en desacuerdo con la mentalidad compartida por muchos y es inmediatamente aislado y perseguido. La aprobación y el consentimiento de las personas es un signo negativo. La persecución es el destino que todos los justos comparten: los profetas del Antiguo Testamento fueron tratados de esa manera.

El discípulo no es feliz ‘a pesar’ de la persecución; no se regocija porque un día el sufrimiento terminará y en el futuro disfrutará de una recompensa en el cielo. Él es feliz en el preciso momento en que es perseguido. La persecución, de hecho, es la prueba irrefutable de que está siguiendo al Maestro. Los cuatro males no añaden nada a este mensaje; simplemente reafirman, de manera negativa, las Bienaventuranzas. Están dirigidos a los discípulos para advertirles sobre el peligro que aun se cierne sobre ellos de dejarse engañar por la “lógica de Satanás”, por los principios de este mundo.

Quien comienza a adorar la cuenta bancaria y la carrera, piensa en los propios intereses, se pierde detrás de los halagos y la seducción de la riqueza, quien acumula para sí mismo y despilfarra, mientras que otros lloran y mueren de hambre, es ‘maldito’. No es que Dios lo odie o lo castigue. Él es “maldito” porque ha tomado la decisión equivocada. Se colocó fuera del ‘Reino de Dios’. Recibe la alabanza y los cumplidos de las personas, pero no los de Dios.

http://www.bibleclaretian.org


Bienaventuranzas:
retrato de Jesús y del Misionero
Romeo Ballan, mccj

“El sermón de la montaña ha ido derecho a mi corazón. Gracias a este sermón he aprendido a amar a Jesús”,afirmaba Gandhi, padre de la India moderna y promotor de la estrategia de la noviolencia-activa. La admiración nace en particular de las Bienaventuranzas, que constituyen el corazón del programa de Jesús. Un claro mensaje sobre el sentido de la existencia humana: acertar o equivocarse, vencer o perder, lograrlo o ser derrotados, conformarse o ir a contracorriente, acabar con un ‘bendito’ o con un ‘maldito’ (cfr. Mt 25). La lista de alternativas opuestas podría continuar. Jesús añade su alternativa en el sermón programático de las Bienaventuranzas (Evangelio): “Dichosos… ay de ustedes…” (v. 20.24). El estilo literario empleado por Jesús es parecido al de Jeremías (I lectura). Enseñar con imágenes contrastantes, paralelas y repetitivas, era una praxis común entre los maestros de esa época, a fin de facilitar el aprendizaje a pueblos de cultura oral. Es un método didáctico que los misioneros conocen bien y se encuentra hasta nuestros días entre numerosos grupos humanos.

Más que el estilo literario, es importante captar el mensaje: la puesta en juego entre las dos alternativas expresadas por Jeremías y por Jesús es la vida, la salvación, la misma salvación eterna. Las dos opciones son: ser como un cardo en la estepa, es decir, vivir en un desierto sin frutos y sin vida; o bien ser como un árbol plantado junto al agua, que no siente el estío y no deja de dar fruto. Opciones que el profeta califica con un veredicto contundente: maldito… o bendito... La razón moral de tanta severidad, reside, para Jeremías, en la elección de confiar en el hombre (v. 5), o de confiar en el Señor (v. 7). ‘Confiar’ es el verbo de la fe: o sea, fijar el punto de solidez de la casa, poner el fundamento del edificio sobre la roca. El salmo responsorial retoma el tema con abundantes imágenes tomadas de la vida agrícola y de las costumbres sociales.

Jesús propone un programa idéntico (Evangelio): organizar la vida, poniendo a Dios como centro de toda referencia, lleva naturalmente a un resultado positivo, o sea al ‘dichosos ustedes…’, y no un ‘ay de ustedes’ Optar por Jesús significa trabajar en favor de los necesitados, descubrir motivos de gozo aun dentro de realidades que normalmente se consideran negativas, perdedoras, según las opiniones de la mayoría: bienaventurados los pobres, los que ahora tienen hambre, los que lloran, los que reciben insultos y repulsas… ¡Alégrense! (v. 20-23). El paralelismo de Lucas continúa con las imágenes opuestas, ritmadas por el ‘ay de ustedes’ (v. 24-26). El ‘ay de ustedes‘, sin embargo, no es una amenaza o un castigo, sino el lamento de Jesús, la tristeza por la situación de los que persiguen planes mundanos de opulencia, poder, satisfacciones egoístas, atropellos, prestigio, honores… Jesús lo lamenta: ¡lo siento por ustedes!

Solamente el que se fía completamente de Dios logra vivir la gratuidad, compartir sin acumular, alegrarse con pocas cosas, encontrar ‘perfecta alegría’ aun recibiendo insultos, rechazos y persecución. El gozo espiritual de las bienaventuranzas no tiene nada que ver con satisfacciones masoquistas. Sin embargo, no elimina el sufrimiento propio de las situaciones difíciles, pero sabe leer en ellas un mensaje superior, una sabiduría nuevaun camino de salvación, una misteriosa fecundidad pascual, un “signo de humanidad renovada” (oración colecta). Aunque de no fácil comprensión.

Las Bienaventuranzas son un autorretrato de Jesús: Él mismo es el pobre, sufriente, perseguido… Ha escogido el camino de la pasión, muerte y resurrección para dar la vida al mundo (II lectura). El programa que Jesús confía a los apóstoles -y a los misioneros de todos los tiempos- no puede ser distinto: el misionero es el hombre/mujer de las Bienaventuranzas, como los ha definido Juan Pablo II. En particular, las Bienaventuranzas de la persecución y de la pobreza, vividas compartiendo la vida. Lo confirman las decenas de misioneros que cada año caen víctimas de la violencia. A su testimonio hay que asociar el de otros testigos (voluntarios, periodistas, agentes del orden público…) caídos en acto de servicio. En el origen de tales asesinatos están a menudo bandidos y asaltantes; otras veces son más evidentes las motivaciones religiosas y sociales. Optar por Cristo significa actuar siempre en favor de los débiles y de los necesitados, con los cuales Él se identifica: hambrientos, desnudos, enfermos, encarcelados, forasteros… Tenemos certeza de ello con las dos sentencias finales: “vengan, benditos de mi Padre”, o “aléjense, malditos…” (Mt 25,34.41). Hay coherencia entre el Evangelio de las Bienaventuranzas y el test del juicio final. El camino de las Bienaventuranzas lleva a la bendición definitiva. A la felicidad auténtica y duradera.

Ordenado el nuevo obispo de Hawassa, Etiopía

El Padre Gobezayehu Yilma, que fue nombrado vicario apostólico de Hawassa, Etiopía, el 15 de noviembre, fue ordenado obispo el 9 de febrero de 2025, en la catedral “Pacto de la Misericordia”, poniendo fin a una larga espera de cuatro años para un nuevo obispo en la circunscripción católica más grande en términos de fieles en Etiopía.

Por: P. José da Silva Vieira y P. Pedro Pablo Hernández
Misioneros Combonianos
Desde Hawassa, Etiopía

Monseñor Gobezayehu Yilma -que tomó el nombre episcopal de Merhakristos («guiado por Cristo» en ge’ez, la antigua lengua litúrgica de Etiopía)- fue ordenado por el cardenal Berhaneyesus Souraphiel, archieparca de Addis Abeba, asistido por monseñor Abraham Desta, vicario apostólico de Meki, y monseñor Tesfaye Tadesse, obispo comboniano auxiliar de la archieparquía de Addis Abeba.

Mons. Massimo Catterin, encargado de negocios de la Nunciatura vaticana en Addis Abeba, agradeció a Mons. Merhakristos por haber aceptado la llamada de Dios para ser Vicario Apostólico de Hawassa.
Otros siete obispos -seis de Etiopía y uno de Nigeria- estuvieron presentes, junto con más de 100 sacerdotes, tanto locales como de otras diócesis o institutos misioneros. También había un gran número de religiosas y catequistas, y una enorme multitud que llenaba la catedral y tres grandes carpas en el exterior: unos 5.000 fieles católicos. También había numerosos invitados de Europa y Estados Unidos, políticos locales y representantes de iglesias protestantes.

La liturgia, alegre, bien organizada y concurrida, se celebró en rito latino en amárico y duró más de cinco horas. Se recitaron oraciones en las diversas lenguas presentes en el vicariato: sidama, guji, borana y gedeo. El acto fue retransmitido por la televisión etíope Pax Catholic TV y la Sidama Media Corporation, así como por Internet, Radio Fana en tres lenguas (amárico, oromo y sidama) y en un circuito cerrado fuera de la catedral.

El misionero comboniano Padre Juan González Núñez, administrador apostólico de Hawassa durante más de cuatro años, saludó la ordenación del nuevo obispo con gran alegría. «El período ‘provisional’ fue tan largo que parecía haberse convertido en permanente. Pero nadie olvidó la espera, y todos siguieron rezando para que Hawassa tuviera un pastor. Y el día propicio ha llegado. Hoy, 9 de febrero de 2025, celebramos su consagración y su toma de posesión de la sede vacante. Este es el motivo de nuestra alegría», escribió en su mensaje.

En los discursos pronunciados al final de la celebración, monseñor Massimo Catterin, encargado de negocios de la Nunciatura vaticana en Addis Abeba, agradeció a monseñor Merhakristos que aceptara la llamada de Dios para ser vicario apostólico de Hawassa. «Recuerde que fue consagrado obispo en el Año Jubilar», dijo. Agradeció al P. Núñez su generoso servicio como Administrador Apostólico.

Mons. Merhakristos nació en Dodola, en la zona de Bale, hace 46 años. Antes de ingresar en el seminario mayor de Meki, estudió agricultura en la Universidad de Jima. Después siguió una formación teológica en el Instituto Franciscano Capuchino de Addis Abeba y fue ordenado sacerdote en 2005. Tiene un máster en Estudios del Desarrollo por el Instituto Kimmage de Estudios del Desarrollo, una licenciatura en Doctrina Social Católica y un doctorado con una tesis sobre la evaluación ética del paradigma del Estado desarrollista basado en la antropología cristiana de Juan Pablo II por la Universidad Pontificia de Maynooth, Irlanda.

Antes de su nombramiento como Vicario Apostólico de Hawassa, Mons. Merhakristos fue Vicario Adjunto del Vicariato Apostólico de Meki y Director Ejecutivo de Caritas-Meki. Mons. Merhakristos es el quinto obispo del Vicariato de Hawassa y el primer etíope que lo gobierna. Los obispos anteriores eran todos italianos: tres combonianos y un salesiano.

El Vicariato Apostólico de Hawassa, en el sur de Etiopía, se extiende sobre una superficie de más de 100.000 kilómetros cuadrados, con nueve millones de habitantes. Cuenta con casi 290.000 fieles, distribuidos en 20 parroquias y 558 capillas.

Dos misioneros combonianos, el padre Bruno Maccani y el padre Bruno Lonfernini, ambos expulsados del sur de Sudán, llegaron a Hawassa el 18 de diciembre de 1964, para iniciar una empresa misionera de gran éxito, primero entre los Sidamo, luego entre los Gedeo y los Guji. Más tarde, se les unieron los Misioneros del Espíritu Santo entre los borana, los salesianos, que se hicieron cargo de la misión de Dilla de los combonianos, y los Apóstoles de Jesús, de Kenia, que se hicieron cargo de dos misiones combonianas, una entre los gideos y otra entre los gujis, e iniciaron la presencia católica entre los sidamos. Los jesuitas y los Fidei donum abrieron sendas misiones entre los gujis.

Actualmente, el Vicariato cuenta entre su personal con 531 catequistas a tiempo parcial y 109 a tiempo completo, 74 religiosos de 11 congregaciones misioneras y una local, 47 religiosos y seis hermanos de cuatro institutos misioneros, 21 sacerdotes diocesanos, nueve seminaristas mayores y dos diáconos.

comboni.org

100 años de evangelización de la diócesis de Mbaïki

Por: LMC España

La LMC toledana Tere Monzón ha participado en la celebración del centenario de la evangelización de la diócesis de Mbaïki, R. Centroafricana, que pastorea desde 2021 el comboniano burgalés Mons. Jesús Ruíz, que fuera primer formador de los LMC en los años noventa.

La celebración ha tenido lugar el primer fin de semana de febrero en la comunidad de Mongoumba, donde los LMC mantenemos desde el 2000 una comunidad internacional, que actualmente componen Tere y Elia (Portugal). Y es que la evangelización de esta diócesis se inició en este pueblo, en la frontera con la ciudad de Betu, RD Congo, de donde llegaron los primeros misioneros remontando el río Ubangui.

«Nuestra diócesis ha organizado una peregrinación de todas las parroquias. Este fin de semana hemos recibido a más de 40 sacerdotes y religiosas de diferentes congregaciones, países y continentes.
El encuentro ha contado con una parte formativa, sobre la historia evangelizadora, pasado, presente y futuro. El sábado por la tarde, el obispo Mons. Ruíz inauguró el monumento conmemorativo y después, las congregaciones religiosas explicaron sus distintos carismas y los trabajos que desarrollan en la diócesis. También contamos con testimonios de catequistas y otras personas comprometidas en sus parroquias.» 

Nuestra querida comunidad de Mongoumba sigue siendo un ejemplo de presencia continuada de la Familia Comboniana, al servicio del Pueblo de Dios.


Apertura del Centenario de la Evangelización
de Lobaye en África Central

Por: Misioneras Espiritanas

Desde 1931, las Hermanas Espiritanas están presentes en la diócesis de Mbaïki, capital de la prefectura de Lobaye, en la República Centroafricana. Este año, están encantadas de unirse al pueblo de la República Centroafricana para celebrar el centenario de la evangelización de Lobaye. En 1925, los primeros misioneros espiritanos llegaron a esta región para llevar el Evangelio. Se formaron comunidades cristianas que aseguraron la transmisión de una fe viva e inquebrantable hasta nuestros días.

Con motivo de la apertura del año jubilar de los 100 años de evangelización en Lobaye, se organizó una gran peregrinación. Peregrinos de varias parroquias de la diócesis de Mbaïki y Betou se dirigieron al Centro Espiritual de Mongoumba.

Por la tarde, los cristianos que fueron testigos de la presencia de los Misioneros pudieron compartir sus experiencias y recuerdos en forma de relatos.

El 1 de febrero, nuestras Hermanas Espiritanas asistieron a la ceremonia oficial de bendición del Centro Espiritual de Mongoumba por Su Excelencia Mons. Ruiz Molina, Obispo de la Diócesis de Mbaïki.

También se pronunciaron conferencias para celebrar la ocasión. Para la historia, el Padre Samedi Joseph, jesuita de la República Centroafricana y originario de Mongoumba, se basó en los cuadernos dejados por los pioneros, en particular los Espiritanos, los Bleus de Castres y las Hermanas Espiritanas. La segunda conferencia versó sobre el tema: «El desafío de la realidad del anuncio hoy», a cargo del abate Emmanuel, director del seminario menor de Mbaïki.

Según monseñor Ruiz Molina, cada cruz del bastón del peregrino debe superar la altura de los fieles, para significar que la misericordia de Dios es más grande que nuestros pecados.

Teresa de Calcuta, inscrita en el Calendario Romano General

Santa Teresa de Calcuta, canonizada por el papa Francisco en 2016, acaba de ser inscrita en el Calendario Romano General. El decreto ha sido hecho público hoy por el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. La memoria facultativa se celebrará el 5 de septiembre. A continuación el texto íntegro del decreto.

DECRETO

Sobre la inscripción de la celebración de santa Teresa de Calcuta, virgen, en el Calendario Romano General

«El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mc 10, 43). Viviendo radicalmente y proclamando con audacia el Evangelio, santa Teresa de Calcuta es un testimonio de la dignidad y el privilegio del servicio humilde. Eligiendo no ser sólo la más pequeña, sino la sierva de los más pequeños, ella se convirtió en modelo de misericordia e icono auténtico del buen Samaritano. La misericordia, en efecto, ha sido para ella la «sal» que daba sabor a cada una de sus obras, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de cuantos ya ni siquiera tenían lágrimas para llorar su pobreza y sus sufrimientos.

El grito de Jesús en la cruz, «Tengo sed» (Jn 19,28), penetró en lo más profundo del alma de Teresa. Por eso, toda su vida se dedicó por completo a saciar la sed de Jesucristo de amor y de almas, sirviéndolo entre los más pobres de los pobres. Llena de amor de Dios, irradiaba en igual medida el mismo amor a los demás.

Canonizada en 2016 por el Sumo Pontífice Francisco, el nombre de santa Teresa de Calcuta no deja de brillar como fuente de esperanza para tantas personas que buscan consuelo en las tribulaciones del cuerpo y del espíritu.

Por tanto, el Sumo Pontífice Francisco, acogiendo las peticiones y los deseos de Pastores, religiosas y religiosos, como de asociaciones de fieles, y considerando la influencia ejercida por la espiritualidad de santa Teresa de Calcuta en numerosas regiones del mundo, ha dispuesto que el nombre de Santa Teresa de Calcuta, virgen, sea inscrito en el Calendario Romano General y su memoria libre sea celebrada por todos el 5 de septiembre.

Esta nueva memoria sea incluida en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y la Liturgia de las Horas, haciendo uso de los textos litúrgicos adjuntos a este decreto que las Conferencias de Obispos deben traducir, aprobar y, tras la confirmación de este Dicasterio, publicar.

Sin que obste nada en contrario.

En la sede del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 24 de diciembre de 2024.

Arthur Card. Roche
Prefecto

Vittorio Francesco Viola, O.F.M.
Arzobispo Secretario


Comentario del Emmo. Cardenal Artur Roche,
Prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

Santa Teresa de Calcuta en el Calendario Romano General

El 24 de diciembre de 2024, día en que el papa Francisco abrió la puerta de la Basílica Vaticana, marcando el inicio del Año Jubilar de la Esperanza, el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos emitió un Decreto en nombre del Santo Padre (Prot. N. 703/24), por medio del cual, se inscribía la celebración de santa Teresa de Calcuta, virgen, en el Calendario del Rito Romano, el día 5 de septiembre con el grado de memoria libre.

Dicha inserción, voluntad del Santo Padre Francisco al acoger las peticiones de obispos, religiosos y asociaciones de fieles, y considerar la influencia de la espiritualidad de santa Teresa de Calcuta en todo el orbe, quiere proponerla como un extraordinario testimonio de esperanza para todos los que han sido descartados en la vida.

Junto al Decreto se encuentran, en lengua latina, los elementos que han de ser añadidos en todos los calendarios y libros litúrgicos para la celebración de la misa y la Liturgia de las Horas, como también en el Martirologio Romano.

Ahora compete a las Conferencias de Obispos el traducir, aprobar y, tras la confirmación de este Dicasterio, publicar los textos litúrgicos de dicha celebración, tal como está previsto en la actual normativa (Cf. Carta apostólica en forma motu proprio Magnum principium).

En la homilía de la celebración eucarística, durante la cual tuvo lugar el Rito de Canonización de santa Teresa de Calcuta (4 de septiembre de 2016), el papa Francisco la señalaba como generosa dispensadora de la misericordia divina, que como la «sal» da sabor a todo y como la «luz» ilumina las tinieblas, impregnaba todo lo que ella emprendía.

Esta Sierva de los últimos entre los últimos es, por tanto, icono auténtico del Buen Samaritano. «Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales, – citando la homilía del Santo Padre -, permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres».

En los textos litúrgicos de dicha celebración, la oración colecta nos ofrece el corazón de su espiritualidad: la llamada a saciar la sed de Jesucristo en la cruz, respondiendo con amor a las necesidades de los más necesitados. Por ello, suplicamos a Dios Padre, que, imitando su ejemplo, sirvamos a Cristo, presente en nuestros hermanos afligidos.

Respecto al Leccionario, la primera lectura es un texto del profeta Isaías sobre el ayuno agradable a Dios (cf. Is 58, 6-11), seguido del salmo 33: «Bendigo al Señor en todo momento».

El evangelio, precedido por el aleluya, el cual subraya la revelación de los misterios del Reino a los más pequeños (cf. Mt 11, 25), propone el hermoso texto del Evangelio según san Mateo, el cual, tras enumerar las obras de misericordia, presenta unas palabras, vividas de modo elocuente por Madre Teresa: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Con respecto a la Liturgia de las Horas, tras la nota hagiográfica, está la segunda lectura del Oficio de lectura, un texto tomado de la carta que la Santa escribió al padre Joseph Neuner en 1960, en la cual, abriendo su alma, manifiesta la oscuridad de la ausencia de Dios en la que vivió durante muchos años, pero ofrecido a Dios con alegría, para que, soportando fielmente esta prueba, pudieran ser iluminadas muchas almas.

Concluyen los textos litúrgicos con el elogio del Martirologio Romano que la sitúa ahora en el primer lugar de las celebraciones del día 5 de septiembre.

Que la inserción de dicha celebración en el Calendario Romano General nos ayude a contemplar a esta mujer, faro de esperanza, pequeña en estatura, pero grande en el amor, testimonio de la dignidad y del privilegio del servicio humilde en defensa de la vida humana, tanto de aquellos que han sido abandonados, descartados y despreciados, como en el interior del seno materno.

Arthur Card. Roche
Prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

“Memoria ad libitum” de Santa Teresa de Calcuta, virgen, en el Libro del Rito Romano

V Domingo ordinario. Año C

Lucas 5,1-11

En aquel tiempo la gente se agolpaba junto a él para escuchar la Palabra de Dios, mientras él estaba a la orilla del lago de Genesaret. Vio dos barcas junto a la orilla; los pescadores se habían bajado y estaban lavando sus redes. Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de la orilla. Se sentó y se puso a enseñar a la multitud desde la barca. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Navega lago adentro y echa las redes para pescar”. Le replicó Simón: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes”. Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!”, ya que el temor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado. Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón: “No temas, en adelante serás pescador de hombres”. Entonces, amarrando las barcas, lo dejaron todo y lo siguieron.


La fuerza del Evangelio
José A. Pagola

El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.

El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios. No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.

No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.

También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.

En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de manera imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años. No hemos de engañarnos.

Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.

Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos “haciendo cosas” desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?

¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo?. Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas, sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas se encuentran con testigos que irradian el fuego de Jesús.

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Todos estamos llamados a ser más, sin límites
Fray Marcos

Empezamos hoy el capítulo 5 del evangelio de Lc con un episodio múltiple: La multitud que se agolpa en torno a Jesús para escuchar la palabra de Dios; la enseñanza desde la barca; la invitación a remar mar adentro; pesca inesperada; la confesión de la indignidad de Pedro; la llamada de los discípulos y el inmediato seguimiento. No nos dice de qué les habla Jesús, pero lo que sigue, nos da la verdadera pista para descubrir de qué se trata.

Este relato tiene gran parecido con el que Jn narra en el capítulo 21, después de la resurrección. Allí es Pedro el que va a pescar en su barca. Se habla de una noche de pesca sin fruto alguno y Jesús les manda, contra toda lógica, que echen las redes a esa hora de la mañana. El mismo resultado de abundante pesca y la precipitada decisión de Pedro de ir hacia Jesús. Dado el simbolismo que envuelve el relato, tiene más sentido en un ambiente pascual. Pedro llama a Jesús “Señor”, título que solo los primeros cristianos le dieron.

Hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada. El hecho de que la pesca abundante sea precedida de un total fracaso tiene un significado teológico muy profundo. ¿Quién no ha tenido la sensación de haber trabajado en vano durante décadas? Solo tendremos éxito cuando actuemos en nombre de Jesús. Esto quiere decir que debemos actuar de acuerdo con su actitud vital, más allá de nuestras posiciones raquíticas y a ras de tierra. Esa actitud vital no se puede dar por hecho solo por decir: por Jesucristo nuestro Señor.

Rema mar adentro. La multitud se queda en tierra, solo Pedro y los suyos (muy pocos) se adentran en lo profundo. Esta sugerencia de Jesús es también simbólica. En griego “bados” y en latín “altum” significan profundidad (alta mar), y expresa mejor el simbolismo. Solo de las profundidades del hombre se puede sacar lo más auténtico. Todo lo que buscamos en vano en la superficie, está dentro de nosotros mismos. Pero ir más adentro exige traspasar las falsas seguridades del yo superficial y adentrarse en aguas incontroladas. Adentrarse en lo que no controlamos exige una fe-confianza auténtica. Decía Teilhard de Chardin: “Cuando bajaba a lo hondo de mi ser, dejé de hacer pie y parecía que me deslizaba hacia el vacío”.

Fiado en tu palabra, echaré las redes. El que Pedro se fíe de la palabra de  Jesús, que le manda contra toda lógica, echar las redes a una hora impropia, tiene mucha miga. Las tareas importantes las debemos hacer siempre fiándonos de otro. Tenemos que dejarnos conducir por la Vida. Cuando intentamos domesticar y controlar lo que es más que nosotros, aseguramos nuestro fracaso. El mismo Nietzsche dijo: “El ser humano nunca ha llegado más lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Lo que trasciende a nuestro ser consciente es mucho más importante que el pequeñísimo espacio que abarca nuestra razón. Dejarnos llevar por lo que es más que nosotros es signo de verdadera sabiduría.

No temas. El temor y el progreso son incompatibles. Mientras sigamos instalados en el miedo, la libertad mínima indispensable para crecer será imposible. Más de 130 veces se habla en la Biblia del miedo ante lo divino. Casi siempre, sobre todo en los evangelios, se afirma que no hay motivo para ello. El miedo nos paraliza e impide cualquier decisión hacia la Vida. Si el acercamiento a Dios nos da miedo, ese Dios es falso. Cuando la religión sigue apostando por el miedo, está manipulando el evangelio y abusando de Dios.

El mar era el símbolo de las fuerzas del mal. “Pescar hombres” era un dicho popular que significaba sacar a uno de un peligro grave. No quiere decir, como se ha entendido con frecuencia, pescar o cazar a uno para la causa de Jesús. Aquí quiere decir: ayudar a los hombres a salir de todas las opresiones que el impiden crecer. Solo puede ayudar a otro a salir de la influencia del mal, el que ha encontrado lo auténtico de sí mismo. Crecer en mi verdadero ser es lo mejor que puedo hacer por todos los demás. La principal tarea de todo ser humano está dentro de él. Dios quiere que crezcas, siendo lo que debes ser.

Y, dejándolo todo, lo siguieron. Seguimos en un lenguaje teológico. Es imposible que Pedro y sus socios dejaran las barcas, los peces cogidos, la familia y se fueran físicamente detrás de Jesús desde aquel instante. El tema de la vocación es muy importante en la vida de todo ser humano. La vida es siempre ir más allá de lo que somos, por lo tanto, el mismo hecho de vivir nos plantea las posibilidades que tenemos de ir en una dirección o en otra. Con demasiada frecuencia se reduce el tema de la “vocación” al ámbito religioso. Nada más ridículo que esa postura. Quedaría reducido el tema a una minoría. Todos estamos llamados a la plenitud, a desplegar todas nuestras mejores posibilidades.

La vocación no es nada distinto de mi propio ser. No es un acto puntual y externo de Dios en un momento determinado de mi historia. Dios no tiene manera de decirme lo que espera de mí, más que a través de mi ser. Elige a todos de la misma manera, sin exclusiones ni preferencias. La meta es la misma para todos. Dios no puede tener privilegios con nadie. Soy yo el que tengo de adivinar todas las posibilidades de ser que yo debo desarrollar a lo largo de mi existencia. Ni puede ni tiene que añadir nada a mi ser. Desde el principio están en mí todas esas posibilida­des, no tengo que esperar nada de Dios.

Mi vocación sería el encontrar el camino que me llevará más lejos en esa realización personal, aprovechando al máximo todos mis recursos. Los distintos caminos no son, en sí, ni mejores ni peores unos que otros. Lo importante es acertar con el que mejor se adecúe a mis aptitudes personales. La vocación la tenemos que buscar dentro de nosotros mismos, no fuera. No debemos olvidar nunca que toda elección lleva con sigo muchas renuncias que no se tienen que convertir en obsesión, sino en la conciencia clara de nuestra limitación. Si de verdad queremos avanzar hacia una meta, no podemos elegir más que un camino. El riesgo de equivocarnos no debe paralizarnos, porque aunque nos equivoquemos, si hacemos todo lo que está de nuestra parte, llegaremos a la meta, aunque sea con un mayor esfuerzo.

Este relato está resumiendo el proyecto de todo ser humano. Jesús había desarrollado su proyecto de vida y quiere que los demás desarrollen el suyo. Pedro lo ve como imposible y hace patente su incapacidad. Está instalado en su individualidad y en su racionalidad. Es figura de todos nosotros que no somos capaces de superar el ego psicológico y el ego mental. Todo lo que no son mis sentimientos y mis proyectos racionales lo considero inalcanzable. Todas las posibilidades de ser que están más allá de esta ridícula acotación no me interesan.

Pero la verdad es que más allá de lo que creo ser, está lo que soy de verdad. Aquí está la clave de nuestro fracaso espiritual. Descubrimos que hay seres humanos que han alcanzado ese nivel superior de ser, pero nos parece inalcanzable porque “soy un pecado”. “¿Quién te ha dicho que estabas desnudo?” Dios se lo pregunta a Adán, dando por supuesto que Él no ha sido. Notad el empeño que ha tenido la religión en convencernos de que estábamos empecatados y que no debíamos aspirar más que a reconocer nuestros pecado y hacer penitencia. Ojalá superásemos esa tentación y aspirásemos todos a la plenitud a la que podemos llegar. Ni lo biológico, ni lo psicológico, ni lo racional, constituyen la meta del hombre.

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“En mar abierto”: amplitud y profundidad de la Misión
Romeo Ballan, mccj

Rema mar adentro y echen las redes… Y, dejándolo todo, lo siguieron” (Evangelio, v. 4.11). Así, Pedro y sus compañeros. Lo mismo que Isaías, Pablo… y todos los que, a lo largo de los siglos, han acogido la invitación-mandato del mismo Señor de salir para una misión. Múltiples son las vocaciones y misiones, distintas en sus formas, recorridos y circunstancias, pero idénticas en su origen y finalidad. Las tres lecturas de este domingo presentan tres vocaciones típicas: Isaías, Pablo, Pedro, las cuales, aun siendo vocaciones personales y específicas, tienen muchos elementos comunes, como estos:

– 1. La iniciativa de Dios es el punto de partida de cualquier vocación-misión. Él es el que llama y envía. Isaías, en medio de una extraordinaria manifestación divina (I lectura), escucha la llamada de Dios que busca a alguien para enviarlo (v. 8). A Pablo se le aparece el mismo Cristo resucitado (II lectura) y le revela lo que debe anunciar (v. 3.8). Jesús predica desde la barca de Pedro (Evangelio), luego lo invita a remar mar adentro, a echar las redes, y hace de él un pescador de hombres (v. 4.10).

– 2. La experiencia de Dios, percibido como grande y santo, en contraste con la pobreza e indignidad del apóstol, es fundamental en la aventura de la vocación-misión. No se trata de tener visiones, sino experiencias interiores, que son diferentes para cada uno, pero necesarias para todos. Ante Aquel que es Tres-veces-SantoIsaías se siente perdido, hombre de labios impuros, luego purificado (v. 3.5.7). Por su parte, Pablo se declara el último, indigno y perseguidor (v. 8.9). Y Pedro, ya tocado por la palabra de Jesús y asombrado por la pesca milagrosa, se reconoce pecador, se arroja a los pies de Jesús y le ruega que se aparte de él (v. 8.9). Por tanto, queda claro que Dios ha optado por servirse de instrumentos frágiles para realizar su salvación: los purifica y habilita para ser mensajeros y operadores de la misma (v. 10).

– 3.El Señor llama para una misión. Puede ocurrir que al comienzo la tarea no sea clara; se hará concreta más adelante. Lo que importa es la disponibilidad incondicional por parte de la persona llamada, una firma en blanco, como en el caso de Isaías (v. 8). Para Pablo la tarea consiste en anunciar el Evangelio: Cristo muerto y resucitado (v. 3-4.11). Pedro y los otros están llamados a remar mar adentro, a ser pescadores de hombres en un mundo vasto y complejo (v. 4.10).

– 4. La respuesta es el seguimiento: una respuesta que cambia la vida del apóstol. “Aquí estoy, mándame”, contesta Isaías (v. 8). Pablo está contento con ser lo que es, de haber trabajado y predicado (v. 10.11). Pedro y sus compañeros dejan las barcas y siguen al nuevo Rabí (v. 11). El encuentro con un acontecimiento, con una Persona, es indispensable para toda vocación-misión.

– 5. La fuerza de la misión viene de Dios, no del apóstol. El fuego purificador ha quemado todas las resistencias e Isaías se anima a ir, enviado por el Señor (v. 8). Pablo reconoce que está actuando “por la gracia de Dios” (v. 10). A Pedro ya no le importa exponerse al riesgo de otra pesca infructuosa, e incluso a lo ridículo de pescar en pleno día, en contra de toda lógica humana. Se fía de Cristo: “por tu palabra…” (v. 5).

El “duc in altum” (rema mar adentro, v. 4) es la orden audaz de Jesús a Pedro: sumérgete en el vasto mar del mundo, enfréntate al poder del mal y a sus fuerzas mortíferas. Una orden que exige valentía, porque en el lenguaje bíblico el mar es también el lugar del ‘mal’, de la nada, del caos, de los poderes adversos; por eso, resulta aún más patente el señorío divino de Jesús que se impone a la tempestad, la calma, increpa al mar (cfr. Lc 8,22-25). La invitación a convertirse en ‘pescadores de personas’ significa encontrar a las personas allí donde estén, llevarles un mensaje de salvación, sacarlas del mal, devolverlas a la vida, así como ya lo explicaba S. Ambrosio: “Los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz”.

Mientras las redes de la pesca hacen morir al pez fuera del agua, la red del Evangelio salva y hace vivir. Pero ‘pescar personas’ excluye todo tipo de violencia, incluso psicológica; no significa atrapar a la gente, ni siquiera para hacer unos prosélitos. La invitación de Jesús es a sacar fuera del mar (=mal) personas vivientes. El proyecto de Dios es siempre para la vida y la libertad. Cristo no retira a sus pescadores del mar, del mundo, los quiere presentes en ellos, pero los guarda del Maligno (cfr. Jn 17,15) y los envía a salvar, hacer que las personas vivan. Esta era para Él la prioridad: salvar a las personas de la marginación, exclusión, muerte…, dar a todos vida y esperanza. Así Él lo hizo con leprosos, poseídos, adúlteros, samaritanos, pecadores, enfermos de todo tipo.

La acción del “duc in altum” (gr. ‘eis to bathos’) indica la vastedad, la dispersión por los caminos del mundo, pero sobre todo la profundidad a la que está llamada la misión. Jesús no confía a Pedro y a sus amigos una tarea sencilla, de superficie, sino de alta mar. Se señala aquí la obra de la evangelización en su complejidad, que abarca metas vitales, como: anuncio de Cristo, inicio de la comunidad, inculturación, promoción humana, etc. Una misión exigente, abierta a cada pueblo y cultura. El “duc in altum” es un estímulo para empresas valientes. Partiendo del ‘duc in altum’ San Juan Pablo II presentó el programa misionero de la Iglesia para el Tercer Milenio, como se lee en la Carta apostólica Novo Millennio ineunte (6-1-2001). Un programa a realizarse “aguzando la vista” y con un “gran corazón” (n. 58). Si se quiere llegar lejos, es preciso mirar muy alto. Sin mediocridad, ni miedo. El Espíritu empuja a la Iglesia misionera a ir siempre más allá. A todos.

Llevamos un gran tesoro en vasijas de barro
Fernando Armellini

Introducción

Hoy las lecturas nos presentan a algunos personajes que han sido llamados a desarrollar la misión de ser anunciadores de la Palabra de Dios. Todos han tenido la misma reacción: se sienten incómodos, incapaces, inadecuados.

Isaías declara que es un hombre de labios impuros. Pedro pide a Jesús que se aleje de él porque sabe que es un pecador. Pablo afirma que el Resucitado se ha manifestado también a él, pero como “a un aborto”, es decir, a un ser imperfecto, a un anormal de nacimiento. La lista de las declaraciones de indignidad podría continuar con las objeciones de Jeremías: “¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jer 1,6) y de Moisés: “Yo no tengo facilidad de palabra… soy torpe de boca y de lengua” (Éx 4,10).

Evangelio: Lucas 5,1-11

Como el Señor, también el cristianismo es “amante de la vida” (cf. Sab 11,26), desea la vida, se compromete con la vida. “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia”, dice Jesús refiriéndose a su misión entre los hombres (Jn10,10). ¿Cómo lleva a cumplimiento esta misión suya? ¿Qué tarea ha asignado a sus discípulos? A estas preguntas, Lucas no responde con razonamientos sino con un relato: la llamada de los tres primeros apóstoles.

El episodio se desarrolla en el lago de Genesaret. Jesús se encuentra entre apretujones en medio de la muchedumbre y, viendo dos barcas de pescadores, sube a la de Pedro, le pide separarse un poco del embarcadero, se sienta y comienza a enseñar a las gentes (vv. 1-3). La escena es poco realista (baste pensar en la incomodidad de hablar desde una barca a una gran muchedumbre). La escena es idealizada a propósito para transmitir un mensaje teológico.

Notemos ante todo el contexto en el que se ambienta la escena: en la orilla del lago en un día laboral, mientras los hombres están inmersos en sus trabajos, mientras están sudando para ganarse la vida. No es solamente durante la liturgia del sábado y en los ambientes y lugares de culto donde Jesús anuncia la Palabra de Dios. Él la proclama en todos los contextos, en los sagrados y en los profanos, porque la Palabra inspira y guía toda actividad humana.

Se sienta –es decir, asume la posición de maestro– estando en la barca de Pedro. El simbolismo es evidente: la barca representa la comunidad cristiana. Es éste el lugar privilegiado desde el que se debe esperar la voz del Maestro; es a esta barca a la que somos invitados a dirigir nuestra mirada en busca de luz, de la consolación y de esperanza.

Junto a Jesús, no hay en la barca personas excepcionales, santas, perfectas. Solo Dios es santo. Hay gente buena, sí, pero también pecadora. Pedro lo reconocerá en nombre de los otros: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!” (v. 8). Sin embargo, a pesar de estar ocupada por pecadores, es desde esta barca desde donde se anuncia la Palabra de Dios.

Al anuncio de la Palabra, sigue la acción (vv. 1-3). A una orden del Maestro, la barca se adentra en el lago, se aventura sobre las aguas del mar. Mar adentro es donde los discípulos son invitados a echar las redes y pescar (vv. 4-7). Es la comunidad cristiana que, animada por el mensaje evangélico que ha escuchado y asimilado, se dispersa por los caminos del mundo para llevar a cabo su misión.

Pedro objeta, le parece insensata la orden dada por Jesús; es mediodía… Aquella no es hora de pescar. Pero se fía. Es la primera persona que, durante la vida pública, pone su fe en la palabra del Maestro. Es un riesgo que Pedro está dispuesto a correr. Sabe que, en caso de fracaso, se expone al ridículo y a las bromas de sus colegas. La lógica humana le sugiere renunciar, pero prefiere obedecer. Después de un primer momento de incertidumbre, se decide y pone manos a la obra. Cree que la palabra de Jesús puede realizar lo imposible. Ha experimentado ya la fuerza de esta Palabra cuando su suegra fue instantáneamente curada de la fiebre por Jesús (cf. Lc 4,38-39).

El resultado es sorprendente; la cantidad de peces capturada es enorme y el evangelista lo subraya con algunos detalles: la red está a punto de romperse, se debe recurrir a la ayuda de otros; la barca está sobrecargada y hay peligro de que se hunda.

En este momento, Lucas introduce la reacción de Pedro y de los que han asistido al prodigio. Simón se echa a los pies de Jesús y declara la propia indignidad: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!” (vv. 8-10a).

Es la manera como viene narrado en la Biblia todo encuentro del hombre con el Señor: Moisés se tapa el rostro porque tiene miedo (cf. Éx 3,6); Elías se cubre la cabeza con el manto (cf. 1 Re 19:13). Como Isaías –lo hemos visto en la primera lectura– también Pedro se siente pecador. No porque haya llevado una vida inmoral hasta aquel momento sino porque se ha dado cuenta de la distancia que lo separa de lo divino y confiesa la propia indignidad.

Llegamos así al tema central del pasaje (vv. 10b-11). El motivo principal por el que Lucas narra el episodio es el de hacer comprender a los discípulos de sus comunidades cuál es la misión a que han sido llamados: ser pescadores de hombres.

Sabemos bien que los peces están muy a gusto en el agua y no son para nada felices si son sacados fuera. En el agua, sin embargo, los hombres no se encuentran en su elemento, especialmente cuando se trata del mar inmenso, profundo, oscuro, agitado. Los peces fuera del agua mueren; los hombres, por el contrario, viven. Jesús se sirve de este simbolismo para explicar a sus discípulos cuál es su misión. No los invita a “pescar a los hombres con anzuelo”, sino a sacarlos vivos con la red de las olas impetuosas en las que corren el peligro de verse zarandeados, sumergidos, arrastrados a las profundidades.

El verbo usado por el evangelista para describir esta misión no es propiamente pescar, sino capturar vivos (“agarrar para mantener en vida”) (cf. Núm 31,18; Deut 20,16: Jos 2,13; 6,24…), es decir, llevar a la vida.

En la Biblia las aguas del mar son el símbolo del poder del mal, de las fuerzas que llevan a la muerte. Las personas que deber ser ‘pescadas’, es decir ayudadas a vivir, son aquellas que, si se sienten atrapadas por los vicios, a la merced de sus ídolos, de sus pasiones desenfrenadas, que solo saben hacer el mal a los otros y a ellas mismas. «Pez» que debe ser sacado fuera de su condición desesperada es la humanidad entera que corre el riesgo de ser engullida por la violencia, por los odios, las guerras, la corrupción moral…

San Ambrosio decía: “Los instrumentos de la pesca apostólica son las redes; de hecho, no hacen morir a quienes atrapa, sino que los devuelven a la vida, los sacan de los abismos a la luz; de lo profundo conducen a la superficie a quienes estaban sumergidos”. Esta misión no ha sido confiada solamente a los sacerdotes sino a toda la comunidad cristiana.

Un último elemento que se subraya con esta metáfora es el ministerio confiado a Pedro. Es él quien guía la barca hacia el lugar indicado (v. 4), es él quien proclama su fe en el poder de la palabra del Señor (v. 5), es él quien lo reconoce como Señor (v. 8); es a él a quien se dirige la invitación a ser pescadores de hombres (v. 10).

Todos estos elementos indican que Pedro tiene una misión particular que desarrollar en la Iglesia: la de escuchar con atención la Palabra del Señor y dirigirse después, junto a los otros discípulos, no donde la experiencia y la habilidad profesional le sugieren ir sino allí donde el Maestro les indica.

El pasaje no tiene como objetivo invitar a aquellos que, en la comunidad cristiana, ejercen el ministerio de la presidencia a reivindicar para sí el derecho a mandar, a imponerse, o incluso a actuar como dueños del pueblo de Dios (cf. 1 Pe 5:3). Se trata, más bien, de una invitación a que evalúen la manera como ejercen el carisma de la autoridad. ¿Tienen plena confianza en la Palabra del Maestro? ¿Saben reconocer su voz? ¿Son capaces de distinguirla de la “sabiduría de este mundo”, del “sentido común”, de cálculos humanos, de sus instituciones, de sus convicciones personales?

A este examen de conciencia es llamado todo cristiano. Todo cristiano debería preocuparse si constatara que no ha sorprendido a nadie, que nadie lo ha tachado de iluso, de soñador, de alguien que está siempre dispuesto “a pescar al medio día” si el Maestro se lo pide.

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“Rema mar adentro”

En este evangelio de la pesca milagrosa Jesús llega donde sus discípulos, que habían estado pescando toda la noche y no habían cogido nada, y les exhorta a que vuelvan a tirar las redes otra vez, y ahí es donde sucede la pesca milagrosa. Los discípulos fueron fieles a Jesús, le hicieron caso, confiaron en su palabra y volvieron a tirar las redes.

Pero es muy fácil ser fiel cuando todo nos va bien, mucho más complicado es ser fiel sin haber pescado nada, en los momentos más duros de nuestra vida. Este evangelio nos llama a la fidelidad, a la entrega y a la perseverancia.

Aunque nos parezca poco eso que le vamos a entregar a Dios, ofrezcámoselo y Él sabrá transformarlo. Porque ante la experiencia de la noche oscura y estéril, del esfuerzo desgastante y sin frutos, Jesús nos propone la experiencia de navegar mar adentro, nos está pidiendo que confiemos en Él, aunque solamente sea porque nos lo está pidiendo Él. Es lo que hizo Pedro, que asume el protagonismo en este evangelio, y eso porque, aunque todo el mundo sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo sino ha pescado nada por la noche, Pedro confió totalmente en Jesús y volvió a echar las redes otra vez en el lago porque se lo pidió Jesús.  

Este relato prepara a los discípulos para seguir a Jesús, porque era frecuente en la Biblia que, antes de confiar una tarea importante a alguna persona, Dios se revelaba a través de algún signo que manifestaba su poder. En este caso lo hizo a través de la pesca.

El evangelio de hoy nos sugiere tres momentos.

Jesús quiere subirse a nuestra barca, es decir, entrar en nuestro mundo, en nuestras relaciones, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en lo que sabemos hacer… Quiere entrar de lleno en nuestro mundo.

Jesús quiere que naveguemos mar adentro y echemos las redes: Jesús quiere que naveguemos mar adentro en la relación con él, en nuestro mundo, donde estemos acostumbrados; quiere que naveguemos y profundicemos en la relación con Él para que transformemos nuestra vida.

Jesús quiere hacernos salir de nuestro mundo y llevarnos a otro mundo nuevo: “te haré pescador de hombre”. Quiere hacernos usar todas nuestras cualidades para hacernos un gran instrumento de Él.

Pero, ¿cómo podemos llevar a cabo todo esto en la práctica, siguiendo el modelo y el ejemplo de Jesús?

Si nos fijamos bien, la escena que se describe en este evangelio cambia de escenario: a diferencia de otros evangelios donde Jesús habla en la sinagoga, este evangelio se enclava en medio de la naturaleza. La gente escucha desde la orilla; Jesús habla desde las aguas del lago. No está sentado en una cátedra, sino en una barca, un escenario humilde y sencillo desde donde enseñaba a la gente sencilla, que eran los únicos que estaban hambrientos por aprender de Él.

Y, a diferencia de otros predicadores, Jesús no repite lo que oye a otros, no cita a ningún maestro de la Ley, Jesús les habla desde el corazón y les pone en comunicación con Dios, porque la gente no quiere de Él unas palabras cualesquiera, esperan unas palabras diferentes nacidas de Dios.

Y eso es probablemente lo que mucha gente espera hoy de nosotros los cristianos, una palabra humilde, sentida, realista, extraída del evangelio, meditada personalmente en el corazón y pronunciada con el Espíritu de Jesús, como dice José Antonio Pagola y no tantos discursos, oraciones y palabras repetidas, vacías de contenido.

Al final, Jesús nos sigue invitando a seguir confiando en Él y a que sigamos intentándolo de nuevo, volviendo a echar las redes al lago.

Cuando nos vienen las situaciones adversas y pensamos que no pescamos nada, qué nos ayuda a no perder la fe y confiar en que Dios está con nosotros y eso nos da fuerza para poder afrontar esas adversidades. ¿En qué situaciones hemos sido capaces de superarnos o hemos podido ayudar a otros a superarse?

Dominicos.org
Fr. Luis Martín Figuero O.P.
Comunidad Virgen de la Vega. Babilafuente (Salamanca)