Tras la última matanza en Sudán, algunos miran a Dubái (y a Occidente)

Entrevista realizada por Por Miguel Ángel Malavia
y publicada por Vida Nueva Digital

Fotos: Cáritas Sudán y archivo de Jorge Naranjo.

El comboniano español Jorge Naranjo, que lleva 17 años como misionero en el país, denuncia la complicidad de los Emiratos Árabes Unidos.

La guerra civil en Sudán, que enfrenta al ejército regular (y a otros grupos independientes que se le suman) y a una milicia llamada Fuerza de Apoyo Rápido, ha tenido en las últimas horas uno de sus episodios más oscuros, cuando los paramilitares del segundo grupo se han hecho con el control de El Fasher, capital de Darfur del Norte, en la región septentrional del país africano. Tal y como han denunciado los militares, han decretado una matanza sin control y han asesinado, desde el domingo 26 de octubre, a “más de 2.000 civiles desarmados, la mayoría mujeres y niños”.

Aunque no hay cifras oficiales, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sí ha dado el miércoles 29 de octubre un dato que puede ofrecer una idea de la salvajada perpetrada: tras ser atacado el Hospital Materno Saudí de El Fasher, hay “460 pacientes y acompañantes asesinados”.

Doble vocación

Alguien que conoce bien lo que sucede es Jorge Carlos Naranjo Alcaide, madrileño de 51 años, que tiene dos almas que encarna en Sudán: su fe, que se plasma en su condición de sacerdote y misionero comboniano (llegó a Jartum en 2008), y su pasión por la ciencia y la tecnología.

Por esta segunda vocación, entre otras muchas cosas, dirige el Comboni College of Science and Technology (CCST) y es miembro del Comité Científico del Archivio Comboniano, del Consejo de Administración del Northern College of Medical Sciences and Technology (Meroe) o del Consejo Asesor del Centro de Investigación del Micetoma de la Universidad de Jartum. También es uno de los fundadores de C-Hub Limited Company, una incubadora que apoya la creación de start-ups digitales por parte de jóvenes sudaneses y refugiados en Sudán, y del Comité nacional de ICOMOS Sudán.

Es decir, es un hombre hondamente comprometido con la esperanza y que, tras 17 años en un país africano devastado por una cruenta guerra civil, no deja de mirar a lo alto y a los lados, abrazando a Dios y a sus semejantes. Lo que, como le cuenta a Vida Nueva, pasa por encarnarse en su realidad cotidiana “Mi trabajo en la universidad, en Jartum, está a 700 metros del palacio presidencial. Así que, cuando el 15 de abril de 2023, estalló el conflicto bélico, el campus, que también incluye una escuela de primaria y secundaria, se convirtió en un campo de batalla. La situación fue muy difícil, con 1.000 niños en primaria y 600 en secundaria, más los jóvenes que iban a la universidad, que eran en ese momento unos 150”.

Cada vez más cruel

Desde esa “primera manifestación de la guerra”, la realidad es que “cada vez se ha vuelto más cruel”. Lo que ha llevado a que “mucha gente de la capital se haya visto a huir de sus casas, muchas veces a la fuerza y a punta de kalasnikhov. Desgraciadamente, muchos de los estudiantes que conocí, al irse a la carrera, no pudieron llevarse ningún documento universitario y han acabado en el extranjero sin poder demostrar el grado de su formación”.

En ese primer momento de desesperación, “el primer objetivo que nos planteamos los combonianos, gracias a la generosidad de mucha gente, fue apoyar la evacuación de las personas desde lugares que se habían convertido en campo de batalla hasta otros más seguros”.

La mayoría optaba por “volver a las zonas rurales de donde eran originarios y donde a lo mejor estaban sus abuelos o los padres”. En ese sentido, muchos acudían al sur del país, “donde la Iglesia católica mantiene una presencia muy significativa”. Trabajando en red, gracias al “sostén solidario de muchos”, pudieron “apoyar financieramente” ese éxodo hacia un ámbito de mayor seguridad.

La ilusión de los estudiantes

Pese a todo, Naranjo recuerda cómo los estudiantes no perdieron la ilusión por continuar con su formación: “A los dos meses, envié un cuestionario a nuestros alumnos universitarios para ver si, a pesar de la situación, deseaban continuar o no de algún modo con las clases. Hasta un 73% de los que pudieron contestar lo hicieron afirmativamente. Así que empezamos, poco a poco, un proceso de transformación digital, formando a los profesores, muchos de ellos igualmente desplazados o refugiados, para adaptar nuestros programas, que eran presenciales, al modo online”.

Pese al esfuerzo, llegó un nuevo revés: “En ese momento, el ministro de Universidades anunció que se suspendían todas las actividades académicas hasta ese 15 de octubre”. Así que, “a partir de ese momento, decidimos operar desde Port Sudán, una ciudad a orillas del Mar Rojo que está a 1.100 kilómetros de la capital, Jartum. Controlada por el ejército sudanés, era una zona bastante segura porque la protege una cadena montañosa paralela al mar. De hecho, cuando el general Burhan, el jefe del ejército sudanés y presidente del Consejo Soberano de Transición, consiguió salir de su cuartel militar en Jartum, donde había permanecido rodeado por las milicias durante meses, se instaló allí”.

Tuvo que ser desde ese nuevo enclave donde “empezamos a organizar esa transición digital de nuestros programas. El desafío fue particularmente complicado para el grado de enfermería, en el que no se puede prescindir de la formación práctica y hace falta que los estudiantes tengan contacto físico. Pero también este escollo se superó, pues firmamos un acuerdo con el Ministerio de Salud del Estado del Mar Rojo y organizamos una clínica práctica para los estudiantes que podían desplazarse a Port Sudán, terminando luego el proceso en varios hospitales”.

Difícil travesía

Sin duda, ese fue un reto mayúsculo, ya que “significaba que algunos de estos jóvenes, de 19 o 20 años, tenían que atravesar 2.000 kilómetros y pasar por los respectivos puestos de control de cada uno de los dos ejércitos para llegar hasta aquí. Para nosotros, eso conllevaba intentar contactar con los dos bandos enfrentados y escribirles cartas para explicar por qué tenían que dejarles pasar. Fue complicado, pero, sobre todo, me quedo con la valentía de los estudiantes, con su deseo de aprender, que les llevaba a arriesgar la vida por construirse un futuro. De ahí mi admiración impresionante por ellos”.

Y es que “algunos, realmente, han pasado experiencias muy duras para poder continuar su recorrido académico. Me quedo con esa esperanza. Aunque están en un túnel, trabajan para salir de él y ver al final del mismo una luz. Lo mismo puedo decir del cuerpo docente, que también está desperdigado por el país en condiciones muy críticas y mantiene su compromiso”.

Pese a todo, el compromiso de todos está dando frutos: “Un claro ejemplo es el Departamento de Enfermería. Una vez que tuvimos que desplazarlo a Port Sudán, donde yo también estoy ahora, se ha beneficiado de ello la comunidad local. Esta zona era muy marginada y el personal de sus hospitales carecía muchas veces de formación sanitaria. Ahora, gracias a nuestra presencia, se están involucrando muchos profesionales de la zona, especialmente en cuidados paliativos, que es algo que dominamos mucho”.

Ayuda a las familias

Así, el panorama ha mejorado mucho: “Hablamos de una ciudad con medio millón de habitantes y que tiene que acoger a miles de desplazados que huyen del conflicto con recursos muy limitados. A nivel estructural, también hay graves carencias en agua o electricidad, por lo que formar a voluntarios de la comunidad local para acompañar a las personas con enfermedades crónicas y terminales en sus propios hogares, ha sido esencial para muchas familias que no tienen tan fácil ir al hospital a menudo para cambiar las gasas de las heridas de su ser querido”.

Aunque sean granos de mostaza, generan mucha esperanza: “En 2024 pudimos formar a 203 voluntarios para este equipo sanitario, siendo algunos cristianos y otros musulmanes”. Y eso, recalca Naranjo, “es importante en un país herido por un conflicto con odios tribales”.

Estos voluntarios, “con diferentes orígenes étnicos y religiosos, comparten su motivación de acercarse a la persona en necesidad, en un ejercicio de misericordia. Un musulmán empieza con su oración: ‘En el nombre de Dios, el compasivo, el misericordioso’. Y, a nosotros, Cristo también nos ha revelado el rostro misericordioso del Padre”.

La misericordia que une

Así que “la misericordia es esa base sobre la que se puede construir algo en común. La misericordia es ese movimiento que hace salir a la persona de sí misma para encontrar a aquel que sufre. Y eso es lo que ha unido a todo este grupo de voluntarios, coordinamos desde la universidad para hacer este servicio en la comunidad”.

En cuanto al conflicto como tal, el misionero aclara que, “actualmente, el ejército regular sudanés controla el este del país y la zona central alrededor del valle del río Nilo, mientras que la milicia de las Fuerzas de Apoyo Rápido está asentada fundamentalmente en el oeste”. Obviamente, “detrás de una guerra de este tipo hay una lucha por el poder, pero no se pueden equiparar los dos ejércitos en el sentido de que lo que vemos aquí es que la mayor parte de la gente huye de los lugares a los que llegan las Fuerzas de Apoyo Rápido y buscan refugio en las zonas que controla el ejército, y eso me parece muy significativo”.

En el caso de El Fasher, suponía un enclave esencial, pues era la única ciudad que quedaba bajo el poder del ejército regular en la región norteña. De hecho, “llevaba asediada desde hace muchos meses. En ella viven 2.600 personas y, a pesar de los llamamientos de las Naciones Unidas, no se permitía el paso de ayuda humanitaria ni se permitía a sus ciudadanos salir”. De hecho, los pocos que lo hacían y caían en manos de la milicia, eran “violados y asesinados”.

Odio étnico

Y todo “sobre una base étnica, pues los paramilitares pertenecen a tribus nómadas árabes y tienen un especial odio hacia las tribus de carácter más africano, a las que intentan exterminar. Y lo peor es que, además de hacerlo, lo emiten a través de las redes sociales con vídeos, como hacen los grupos terroristas”. En ese sentido, apunta que estos grupos son “apoyados fundamentalmente por los Emiratos Árabes Unidos (EAU)”.

Ellos “se benefician de este conflicto porque los dos ejércitos, para comprar armas, tienen que vender oro, y de hecho la producción de este mineral se ha duplicado en este tiempo. El oro entra en los mercados internacionales a través de Dubái, capital de los EAU. Además, tienen muchos intereses estratégicos en la región y por eso apoyan a las milicias. Les hacen llegar las armas a través de Libia y Chad, y ahora puede que también desde Sudán del Sur. También les ofrecen apoyo logístico y sanitario, tratando en hospitales a sus heridos. Por no hablar de que envían mercenarios colombianos”.

Toda una red de complicidades, pues sabe de “un buque con armas que salió de Dubái, pasó por Holanda y Grecia y, a través de Libia, acabó en Darfur… Y es que, a pesar del embargo que pesa sobre Darfur, es increíble pensar cómo toda esta mercancía bélica ha pasado por la Unión Europea”. El resultado lo hemos comprobado en las últimas horas.

De ahí el aldabonazo final de Naranjo, que pone la atención en cómo los Emiratos Árabes Unidos “son un aliado estratégico de Estados Unidos o Israel. Con ellos llegan a acuerdos de trillones de dólares en materias como la inteligencia artificial o las armas… Y, sin embargo, no se escuchan demasiadas voces críticas en Occidente sobre esta relación”.

Compromiso de ocho nuevos LMC en Chad

Ocho nuevos Laicos Misioneros Combonianos (LMC) hicieron su compromiso misionero comboniano el pasado domingo 12 de octubre, en la parroquia de Saint Kizito en Bégou, diócesis de Sarh, Chad. Durante la misa de acción de gracias por las nuevas vocaciones, el asesor nacional de los LMC, el padre Ngoré Gali Célestin, pidió a los laicos que fueran un buen ejemplo para los fieles cristianos y los animó a comprometerse con esta nueva misión. Este compromiso surge tras ocho años de intensa formación humana y catequesis misionera y cristiana.

lmcomboni.org

AIN presenta su Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2025

El próximo jueves 23 de octubre se llevará a cabo la presentación del Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2025, organizado por Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
La voz de los que sufren y son perseguidos

El próximo jueves 23 de octubre a las 12:00 horas se llevará a cabo la presentación del Informe de Libertad Religiosa en el Mundo 2025, organizado por Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Será de manera presencial en la Universidad Panamericana (aula J05), en el Campus Mixcoac, Ciudad de México. Acceso por Cerrada de Valencia 10, Col. Insurgentes Mixcoac. Estacionamiento con parquímetro o por Extremadura 100.
La presentación será también transmitida en vivo vía Zoom. Se podrá ingresar a través del siguiente enlace: https://up-edu-mx.zoom.us/j/95453886713 
El Informe de Libertad Religiosa ofrece un panorama actual sobre la situación de este derecho fundamental en 196 países, destacando los desafíos, avances y testimonios de fe que inspiran esperanza en medio de la adversidad. Además se hará una presentación especial sobre la situación de México y la libertad religiosa.
Más información aquí

ACN MÉXICO – Ayuda a la Iglesia Necesitada
Sede: Moneda 2, Col. Tlalpan Centro, CP 14000, Alcaldía Tlalpan, CDMX
Tel.: 55 4161 3331
WhatsApp: +52 5536513630
acn-mexico.org
info@acn-mexico.org

Quinta edición del Curso Comboniano para Ancianos en Roma

«La vida es ahora…»: el lema del Curso Comboni para Ancianos (CCA) expresa bien el sentido de la iniciativa, que quiere ayudar a los participantes a no mirar con nostalgia al pasado, sino a valorar el tiempo presente como kairos, como oportunidad de gracia y de crecimiento humano y espiritual.

Llegado a su quinta edición y pensado para los hermanos que han cumplido 70 años o más, el curso cuenta con la participación de 12 misioneros procedentes de varios países: España, Portugal, Sudáfrica, Alemania, Perú e Italia. Algunos de nosotros ya nos conocemos; para otros, el curso es una oportunidad para encontrarnos, conocernos mejor y fortalecer los lazos de fraternidad. Comenzó el 7 de octubre y finalizará el 7 de diciembre.

Las motivaciones que han llevado a cada uno a participar son diferentes, pero, como se ha puesto de manifiesto desde el primer día de convivencia, se pueden resumir en el deseo de vivir un tiempo de descanso, también físico, de desconectar un poco de la rutina diaria y de dedicar más espacio a la oración, la reflexión y el estudio.

El objetivo del curso, tal y como se explica en el folleto elaborado por los dos coordinadores, el padre Alberto Silva y el padre Sylvester Hategk’Imana, es ayudar a cada uno a vivir con serenidad y fecundidad la etapa de la vejez; a crecer en la relación con el Señor; madurar una libertad interior que nos haga menos dependientes del papel, el poder y el activismo; y profundizar la relación personal con San Daniel Comboni, nuestro fundador.

Entre los medios propuestos para alcanzar estos objetivos se encuentran la oración personal, a la que dedicar más tiempo; la liturgia comunitaria, que hay que vivir con mayor calma y participación; la presentación de algunos temas relacionados con la dimensión física, psicológica, espiritual y misionera de la vejez; los ejercicios espirituales de seis días; y una peregrinación a Limone sul Garda y Verona.

En la relación introductoria, el padre Giulio Albanese nos ayudó a situar esta experiencia en el contexto más amplio de la formación permanente, ofreciendo una lectura lúcida de la compleja realidad mundial desde el punto de vista político y económico-financiero. También se refirió a la situación eclesial de Roma, con sus numerosos retos, recordando que solo el 6-7 % de los católicos de la diócesis son practicantes.

Los tres primeros días de la segunda semana fueron guiados por el padre David Glenday, quien nos invitó a redescubrir el don de nuestro fundador, san Daniel Comboni. Con sencillez y profundidad, nos planteó algunas preguntas fundamentales para ayudarnos a vivir un encuentro más personal con él. Cada día, las reflexiones del padre Glenday fueron seguidas de momentos de intercambio en los que cada uno contó cómo el ejemplo y el mensaje de Comboni han marcado y siguen inspirando su camino misionero.

En las próximas semanas, y en particular durante los días de retiro espiritual, tendremos la oportunidad de volver sobre este tema, para crecer en nuestra relación con san Daniel Comboni.

Padre Efrem Tresoldi, mccj

comboni.org

Mensaje del Papa para el Domund 2025


Publicamos a continuación el Mensaje del Santo Padre Francisco para la 99.a Jornada Mundial de las Misiones que se celebra, este año, el domingo 19 de octubre de 2025, sobre el tema “Misioneros de esperanza entre los pueblos”. También compartimos el himno del DOMUND 2025 de las OMPE.
Misioneros de esperanza entre los pueblos

Queridos hermanos y hermanas:

Para la Jornada Mundial de las Misiones del Año jubilar 2025, cuyo mensaje central es la esperanza (cf. Bula Spes non confundit, 1), he elegido este lema: “Misioneros de esperanza entre los pueblos”, que recuerda a cada cristiano y a la Iglesia, comunidad de bautizados, la vocación fundamental a ser mensajeros y constructores de la esperanza, siguiendo las huellas de Cristo. Les deseo a todos que vivan un tiempo de gracia con el Dios fiel que nos ha regenerado en Cristo resucitado «para una esperanza viva» (cf. 1 P 1,3-4); a la vez que quisiera recordarles algunos aspectos relevantes de la identidad misionera cristiana, a fin de que podamos dejarnos guiar por el Espíritu de Dios y arder de santo celo para iniciar una nueva etapa evangelizadora de la Iglesia, enviada a reavivar la esperanza en un mundo abrumado por densas sombras (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 9-55).

1. Tras las huellas de Cristo nuestra esperanza

Celebrando el primer Jubileo ordinario del Tercer milenio, después del Jubileo del año dos mil, mantengamos la mirada orientada hacia Cristo, el centro de la historia, que «es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre» (Hb 13,8). Él, en la sinagoga de Nazaret, declaró el cumplimiento de la Escritura en el “hoy” de su presencia histórica. De ese modo, se reveló como el enviado del Padre con la unción del Espíritu Santo para llevar la Buena Noticia del Reino de Dios e inaugurar «un año de gracia del Señor» para toda la humanidad (cf. Lc 4,16-21).

En este místico “hoy”, que perdura hasta el fin del mundo, Cristo es el cumplimiento de la salvación para todos, particularmente para aquellos cuya esperanza es Dios. Él, en su vida terrena, «pasó haciendo el bien y curando a todos» del mal y del Maligno (cf. Hch 10,38), devolviendo la esperanza en Dios a los necesitados y al pueblo. Además, experimentó todas las fragilidades humanas, excepto la del pecado, pasando también momentos críticos, que podían conducir a la desesperación, como en la agonía del Getsemaní y en la cruz. Pero Jesús encomendaba todo a Dios Padre, obedeciendo con plena confianza a su plan salvífico para la humanidad, plan de paz para un futuro lleno de esperanza (cf. Jr 29,11). De esa manera, se convirtió en el divino Misionero de la esperanza, modelo supremo de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, llevan adelante la misión recibida de Dios, incluso en las pruebas extremas.    

El Señor Jesús continúa su ministerio de esperanza para la humanidad por medio de sus discípulos, enviados a todos los pueblos y acompañados místicamente por Él; también hoy sigue inclinándose ante cada persona pobre, afligida, desesperada y oprimida por el mal, para derramar sobre sus heridas «el aceite del consuelo y el vino de la esperanza» (Prefacio “Jesús, buen samaritano”). Obediente a su Señor y Maestro, y con su mismo espíritu de servicio, la Iglesia, comunidad de los discípulos-misioneros de Cristo, prolonga esa misión ofreciendo la vida por todos en medio de las gentes. La Iglesia, aun teniendo que afrontar, por un lado, persecuciones, tribulaciones y dificultades, y, por otro lado, sus propias imperfecciones y caídas, a causa de las fragilidades de sus miembros, está impulsada constantemente por el amor de Cristo a avanzar unida a Él en este camino misionero y a acoger, como Él y con Él, el clamor de la humanidad; más aún, el gemido de toda criatura, en espera de la redención definitiva. Esta es la Iglesia que el Señor llama desde siempre y para siempre a seguir sus huellas; «no una Iglesia estática, [sino] una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo» (Homilía en la Santa Misa al finalizar la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, 27 octubre 2024).

Por eso, también nosotros sintámonos inspirados a ponernos en camino tras las huellas del Señor Jesús para ser, con Él y en Él, signos y mensajeros de esperanza para todos, en cada lugar y circunstancia que Dios nos concede vivir. ¡Que todos los bautizados, discípulos-misioneros de Cristo, hagan resplandecer la propia esperanza en cada rincón de la tierra!  

2. Los cristianos, portadores y constructores de esperanza entre los pueblos

Siguiendo a Cristo el Señor, los cristianos están llamados a transmitir la Buena Noticia compartiendo las condiciones de vida concretas de las personas que encuentran, siendo así portadores y constructores de esperanza. Porque, en efecto, «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et spes,1).

Esta célebre afirmación del Concilio Vaticano II, que expresa el sentir y el estilo de las comunidades cristianas de todos los tiempos, sigue inspirando a sus miembros y los ayuda a caminar con sus hermanos y hermanas en el mundo. Pienso particularmente en ustedes, misioneros y misioneras ad gentes, que, siguiendo la llamada divina, han ido a otras naciones para dar a conocer el amor de Dios en Cristo. ¡Gracias de corazón! Sus vidas son una respuesta concreta al mandato de Cristo resucitado, que ha enviado a sus discípulos a evangelizar a todos los pueblos (cf. Mt 28,18-20). De ese modo, ustedes señalan la vocación universal de los bautizados a ser, con la fuerza del Espíritu Santo y el compromiso cotidiano, entre los pueblos, misioneros de esa inmensa esperanza que nos concede Jesús, el Señor.

El horizonte de esta esperanza va más allá de las realidades mundanas pasajeras y se abre a las divinas, que ya pregustamos en el presente. En efecto, como recordaba san Pablo VI, la salvación en Cristo, que la Iglesia ofrece a todos como don de la misericordia de Dios, no es sólo «inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que […] se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 27).

Animadas por una esperanza tan grande, las comunidades cristianas pueden ser signos de una nueva humanidad en un mundo que, en las zonas más “desarrolladas”, muestra síntomas graves de crisis de lo humano: un sentimiento generalizado de desorientación, soledad y abandono de los ancianos; dificultad para estar disponibles a ayudar a quienes nos rodean. En las naciones más avanzadas tecnológicamente, está decayendo la proximidad; estamos todos interconectados, pero no estamos en relación. La eficiencia y el apego a las cosas y a las ambiciones hacen que estemos centrados en nosotros mismos y seamos incapaces de altruismo. El Evangelio, vivido en la comunidad, puede restituirnos una humanidad íntegra, sana, redimida.

Por lo tanto, renuevo la invitación a realizar las obras indicadas en la Bula de convocación del Jubileo (nn. 7-15), con particular atención a los más pobres y débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los excluidos de la sociedad materialista y consumista. Y a hacerlo con el estilo de Dios: con cercanía, compasión y ternura, cuidando la relación personal con los hermanos y las hermanas en su situación concreta (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 127-128). Muchas veces, serán ellos quienes nos enseñarán a vivir con esperanza. Y a través del contacto personal podremos transmitir el amor del Corazón compasivo del Señor. Experimentaremos que «el Corazón de Cristo […] es el núcleo viviente del primer anuncio» (Carta enc. Dilexit nos, 32). Bebiendo de esta fuente, la esperanza recibida de Dios se puede ofrecer con sencillez (cf. 1 P 1,21), llevando a los demás el mismo consuelo con el que nosotros hemos sido consolados por Dios (cf. 2 Co 1,3-4). En el Corazón humano y divino de Jesús, Dios quiere hablar al corazón de cada persona, atrayendo a todos con su amor. «Nosotros hemos sido enviados para continuar esta misión: ser signo del Corazón de Cristo y del amor del Padre, abrazando al mundo entero» (Discurso a los participantes en la Asamblea General de las Obras Misionales Pontificias, 3 junio 2023).

3. Renovar la misión de la esperanza

Hoy, ante la urgencia de la misión de la esperanza, los discípulos de Cristo están llamados en primer lugar a formarse, para ser “artesanos” de esperanza y restauradores de una humanidad con frecuencia distraída e infeliz.

Para ello, es necesario renovar en nosotros la espiritualidad pascual, que vivimos en cada celebración eucarística y sobre todo en el Triduo Pascual, centro y culmen del año litúrgico. Hemos sido bautizados en la muerte y resurrección redentora de Cristo, en la Pascua del Señor, que marca la eterna primavera de la historia. Somos entonces “gente de primavera”, con una mirada siempre llena de esperanza para compartir con todos, porque en Cristo «creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras» sobre la existencia humana (cf. Catequesis, 23 agosto 2017). Por eso, de los misterios pascuales, que se actualizan en las celebraciones litúrgicas y en los sacramentos, recibimos continuamente la fuerza del Espíritu Santo con el celo, la determinación y la paciencia para trabajar en el vasto campo de la evangelización del mundo. «Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 275). En Él vivimos y testimoniamos esa santa esperanza que es “un don y una tarea para cada cristiano” (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, 7).

Los misioneros de esperanza son hombres y mujeres de oración, porque “la persona que espera es una persona que reza”, como decía el venerable cardenal Van Thuan, que mantuvo viva la esperanza en la larga tribulación de la cárcel gracias a la fuerza que recibía de la oración perseverante y de la Eucaristía (cf. F.X. Nguyen Van Thuan, Il cammino della speranza, Roma 2001, n. 963). No olvidemos que rezar es la primera acción misionera y, al mismo tiempo, «la primera fuerza de la esperanza» (Catequesis, 20 mayo 2020).

Por eso, renovemos la misión de la esperanza empezando por la oración, sobre todo la que se hace con la Palabra de Dios y particularmente con los Salmos, que son una gran sinfonía de oración cuyo compositor es el Espíritu Santo (cf. Catequesis, 19 junio 2024). Los Salmos nos educan para esperar en las adversidades, para discernir los signos de esperanza y tener el constante deseo “misionero” de que Dios sea alabado por todos los pueblos (cf. Sal 41,12; 67,4). Rezando mantenemos encendida la llama de la esperanza que Dios encendió en nosotros, para que se convierta en una gran hoguera, que ilumine y dé calor a todos los que están alrededor, también con acciones y gestos concretos inspirados por esa misma oración.

Finalmente, la evangelización es siempre un proceso comunitario, como el carácter de la esperanza cristiana (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 14). Dicho proceso no termina con el primer anuncio y el bautismo, sino que continúa con la construcción de las comunidades cristianas a través del acompañamiento de cada bautizado por el camino del Evangelio. En la sociedad moderna, la pertenencia a la Iglesia no es nunca una realidad adquirida de una vez por todas. Por eso, la acción misionera de transmitir y formar una fe madura en Cristo es «el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 15), una obra que requiere comunión de oración y de acción. Sigo insistiendo sobre esta sinodalidad misionera de la Iglesia, como también sobre el servicio de las Obras Misionales Pontificias en promover la responsabilidad misionera de los bautizados y sostener a las nuevas Iglesias particulares. Y los exhorto a todos ustedes —niños, jóvenes, adultos, ancianos—, a participar activamente en la común misión evangelizadora con el testimonio de sus vidas y con la oración, con sus sacrificios y su generosidad. Por esto, ¡gracias de corazón!

Queridas hermanas y queridos hermanos, acudamos a María, Madre de Jesucristo, nuestra esperanza. A Ella le confiamos este deseo para el Jubileo y para los años futuros: «Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo» (Bula Spes non confundit, 6).

Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2025, fiesta de la Conversión del apóstol san Pablo.

FRANCISCO

vatican.va

Himno del DOMUND 2025

Nueva comunidad formativa comboniana en Maia, Portugal

El pasado 10 de octubre, con motivo de la solemnidad de San Daniel Comboni, se celebró en Maia, al norte de Portugal, la inauguración oficial del año formativo de una pequeña comunidad internacional de escolásticos combonianos. El momento central del evento fue la celebración eucarística, presidida por el padre Fernando Domingues, superior provincial, en la que participaron las comunidades de Maia y Famalicão, junto con algunos amigos y vecinos.

El grupo de jóvenes estudiantes para el año 2025-2026 estará compuesto por cinco escolásticos: Américo Antonio Mutepa y Domingos Francisco Caetano, ambos originarios de Mozambique; Beninga Yassika Cedrique Belfort, de la República Centroafricana; Kwesiga Stephen, de Uganda; y Phiri Charles, de Zambia. El formador que los acompañará más de cerca será el padre Natal Antonio Manganhe, originario de Mozambique. Los escolásticos Kwesiga Stephen y Phiri Charles aún están esperando el visado de entrada al país.

Los jóvenes cursarán estudios de Teología en la Universidad Católica de Oporto. Tres de ellos, antes de comenzar los cursos, dedicarán un tiempo al aprendizaje del portugués.

El grupo de escolásticos formará parte integrante de la comunidad comboniana local de Maia, compuesta por otros seis hermanos, todos ellos con muchos años de experiencia en tierras de misión.

Los escolásticos ya han comenzado a participar en algunas iniciativas de animación misionera en las comunidades cristianas locales, recibiendo gran estima y afecto por parte de todos. También participan en actividades de apoyo nocturno a las personas sin hogar en los alrededores de la ciudad de Oporto.

comboni.org