Misioneros Combonianos: el reto de formar a las nuevas generaciones

Por: P. José de Jesús VILLASEÑOR, mccj
Desde: Roma, Italia
Fotos: MISIONEROS COMBONIANO
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El padre José de Jesús Villaseñor, misionero comboniano mexicano, es actualmente el Secretario General de la Formación del Instituto de los Misioneros Combonianos. Desde Roma nos envía este informe sobre la situación y los retos de la formación de las nuevas generaciones en nuestro Instituto, que está experimentando un auge vocacional, tanto en cantidad como en diversidad.
Votos de novicios combonianos en Chad

San Daniel Comboni consideraba la formación, es decir, la elección (sabia) y preparación de los jóvenes para la misión, como «la primera y más importante misión del instituto», y así lo escribe en las Reglas de 1871. Para Comboni, las Reglas deben inspirar una adhesión libre y generosa, fomentando la capacidad del individuo de «regularse» de manera coherente con los principios, en la diversidad de situaciones en las que se ejerce la actividad misionera.

La Iglesia, con el magisterio del papa Francisco a través de la publicación de la nueva Ratio sobre la formación, ha precisado la importancia de que sea integral y misionera: Ésta, «debe presentarse como única, integral, comunitaria y misionera». La formación debe ser entendida en una visión integral, que tenga en cuenta las cuatro dimensiones propuestas por Pastores dabo vobis que, en conjunto, conforman y estructuran la identidad del comboniano y lo hacen capaz de ese don de sí mismo a la Iglesia.

Los Combonianos consideramos una prioridad el servicio en el campo de la iniciación de nuestros misioneros, esto significa un gran compromiso de personal y recursos económicos. Además, revela la importancia y la consideración que tenemos por la formación, convencidos de que de la educación cualificada de nuestros miembros depende de la renovación de todos los que integramos hoy el Instituto. Y por ello nos comprometemos a asegurar una sólida y eficaz instrucción de los jóvenes que quieren ser misioneros.

Combonianos neoprofesos del continente americano

Hace unos años, para mantener dicha unidad, el Instituto, revisó y actualizó la Ratio Studiorum, un documento que presenta el proyecto global de formación en sus tres etapas: promoción vocacional, iniciación básica y preparación permanente.

El camino recorrido nos ha hecho experimentar los buenos frutos que reconocemos con humildad y gratitud al Señor. Estos signos de vida son expresión de la vitalidad del carisma y del testimonio creíble y silencioso de muchos hermanos nuestros. Entre estas señales de vida podemos mencionar: el aumento de las vocaciones en África y América Latina, la asunción y la implementación del «Modelo Educativo de Integración», el cuidado de la preparación de los formadores en todas las etapas, reconocer y vivir la riqueza de la internacionalidad y la interculturalidad, el compromiso discreto, paciente y generoso de muchos hermanos en este servicio, la misión como punto central que guía la preparación de los jóvenes que acompañamos, la valoración de los encuentros y asambleas de los educadores en los distintos niveles, la disponibilidad de muchos hermanos para llevar a cabo este delicado servicio por el bien de la misión y de la Iglesia, la atención para tener estructuras formativas adecuadas y mejorarlas en vista de responder a las necesidades de los jóvenes y a los desafíos que hoy se nos presentan.

Situación actual

En estos tiempos de cambio, acompañando a nuestros jóvenes con una actitud de escucha activa sin recetas prefabricadas o dando respuestas preconfeccionadas, y liberándonos de esquemas rígidos, descubrimos las maravillas de las que son capaces los jóvenes de hoy. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo son ellos? ¿En qué contexto sociocultural y teológico evolucionan actualmente?

Una mirada serena y atenta a la sociedad permite conocer e identificar la situación real en la que vive la juventud. Sólo así podremos valorar y alimentar las semillas de bien sembradas en sus corazones, considerados «tierras sagradas», portadores de la semilla de la vida divina y ante los que debemos «descalzarnos» para «poder acercarnos y profundizar en el Misterio» (Christus vivit, 67).

Desde el punto de vista demográfico, en algunos países hay muchos jóvenes. Este hecho explica bien el elevado número de vocaciones, mientras que otras naciones de antigua tradición cristiana tienen una natalidad muy baja y pocas vocaciones. Con esta situación, el Instituto experimenta una nueva geografía vocacional. Estamos llamados a tomar en serio este cambio como una oportunidad de crecimiento y una verdadera expresión de la vitalidad del carisma comboniano.

Votos en Filipinas

Por otro lado, vemos que «muchos jóvenes viven en contextos de guerra y padecen la violencia en una innumerable variedad de formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos, esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etcétera. A causa de su fe, a otros muchachos les cuesta encontrar un lugar en sus sociedades y son víctimas de persecuciones, e incluso la muerte. Son muchos los chicos que, por constricción o falta de alternativas, viven perpetrando delitos y violencias: niños soldados, bandas armadas y criminales, tráfico de droga, terrorismo, etcétera. Esta violencia trunca muchas vidas juveniles. Abusos y adicciones, así como violencia y comportamientos negativos son algunas de las razones que los llevan a la cárcel, con una especial incidencia en algunos grupos étnicos y sociales» (Christus vivit 72).

Muchos jóvenes son ideologizados, utilizados como fuerza para destruir, intimidar o ridiculizar a otros. Y lo peor es que muchos se transforman en sujetos individualistas, enemigos y desconfiados de todos, por lo que se convierten en presa fácil de las propuestas deshumanizadoras y los planes destructivos elaborados por los grupos políticos o los poderes económicos. Más numerosos aún son los que sufren formas de marginación y exclusión social, por motivos religiosos, étnicos o económicos. Recordemos la situación de las adolescentes embarazadas y la «lacra del aborto», así como la propagación del Vih/Sida, las diversas formas de adicción (drogas, juego, pornografía, alcoholismo, etcétera).

Ordenación sacerdotal en Chad

Estas situaciones los hieren y dificultan su camino de formación y conversión a las exigencias de la vida misionera, que consisten en «salir de sí mismos para ir con Cristo hacia el Padre y hacia los demás, abrazando la llamada religiosa, misionera o sacerdotal, comprometiéndose a colaborar con el Espíritu Santo en la realización de la síntesis interior, que consiste en integrar, de forma serena y creativa, las cualidades y los defectos personales, los talentos y las limitaciones, las debilidades y las fortalezas».

Ante esta realidad de fragilidad, el Instituto cree que es necesario un camino de discernimiento. Esto significa utilizar medios como la oración, la reflexión personal y comunitaria y la lectura sapiencial para apreciar, seleccionar y verificar lo que realmente es importante para la vida misionera. Hoy, la vida ofrece enormes posibilidades de acciones y distracciones que el mundo les presenta como luces, y que los llevan a la mundanidad, a resistir al proceso de crecimiento y conversión, a permanecer rígidos y a rechazar todo cambio. Los jóvenes están expuestos a una profunda superficialidad que se manifiesta en un zapping constante. El verdadero discernimiento debe superar las tendencias del momento. El escrutinio es necesario cuando se trata de captar la novedad de Dios que aparece en nuestras vidas o la falsedad de las propuestas del espíritu del mundo (cf Gaudete et Exultate 166-168).

Somos libres, pero esta libertad en Cristo nos llama a examinar lo que hay en nuestro interior: sueños, deseos, ansiedades, miedos, aspiraciones… pero también lo que ocurre a nuestro alrededor para reconocer los caminos de la plena libertad: «examínenlo todo y quédense con lo bueno» (1Tes 5,21). El proceso de formación comboniana se cumple cuando toca el corazón del candidato para transformar sus pensamientos y actitudes de manera que se fortalezca esa parresía para la evangelización (cf Gaudete et Exsultate 132-133).

¿Dónde estamos?
Votos religiosos en Chad

Mirando la realidad de nuestra formación comboniana hoy, descubrimos luces y aspectos significativos que nos dan esperanza para el futuro. Nuestra preparación nos hace experimentar la transición de ser un Instituto puramente europeo a uno más internacional e intercultural. Esta dimensión de internacionalidad a nivel de la formación comboniana se manifiesta en la composición de los equipos formativos, en los escolasticados internacionales. Esta catolicidad e internacionalidad se expresan en la interculturalidad, asumiendo la diferencia y viviéndola no como un obstáculo, sino como una riqueza y un reto adicional para el futuro. El proceso formativo nos lleva a convertirnos en personas comunitarias, a construir una comunidad de encuentro que haga emerger la belleza de la unidad en Cristo Jesús, el Maestro que nos llama, asimismo, fortalece la identidad carismática del comboniano.

Por otra parte, somos conscientes de la nueva geografía de las vocaciones, fruto de la vitalidad carismática y del testimonio de tantos hermanos y de la estima de la Iglesia local. Las vocaciones son dones de Dios para el Instituto, confiados a la responsabilidad de todos. Sentimos la necesidad de cuidar la formación, el acompañamiento y el discernimiento para ofrecer auténticas vocaciones a la misión. El boom vocacional que vivimos hoy en día es una buena oportunidad para hacer una buena selección de candidatos capaces de parresia para la misión del Instituto.

Ordenación diaconal en México

Nos preocupa que la sociedad moderna genera una «frágil generación de jóvenes». Algunos llaman a nuestra puerta y expresan su deseo de ser misioneros. El Instituto los acompaña con sus potencialidades y fragilidades para que puedan hacer un camino de crecimiento, madurez y libertad interior para la misión.

El Instituto está compuesto por sacerdotes y hermanos. Mientras que la formación de los candidatos al sacerdocio es clara y se renueva de vez en cuando por parte de la Iglesia, la preparación de Hermano necesita ser revisada, especialmente los programas de estudio en los Centros Internacionales para Hermanos. Además del Social Transformation, es necesario diversificar sus estudios con el fin de mejorar su profesionalidad y capacitarlos para dar un servicio de calidad a la misión.

Muchas provincias han expresado el deseo de tener pequeñas estructuras formativas con vistas a una educación más insertada en una realidad pastoral significativa. El aumento considerable del número de candidatos, que ya están en el camino de preparación comboniana, requiere una gran inversión en personal y un coste financiero significativo. En la actualidad, muchas provincias tienen dificultad para cubrir los gastos formativos con sus propios recursos.

Por otra parte, la formación permanente es una dimensión importante que tiene que ver con el crecimiento personal. En las comunidades y circunscripciones, la oración personal, los retiros, los consejos comunitarios, el acompañamiento espiritual y los ejercicios espirituales anuales son medios que han ayudado para crecer en fidelidad a la misión. 

El camino sinodal nos permite «cuidar» más de las personas, de los hermanos y de las comunidades en fidelidad a la vocación misionera comboniana. Dicho cuidado implica que cada persona viva en una sincera disponibilidad de «docibilitas» para crecer en su relación con el Señor, consigo mismo, con los demás y con la creación, y sitúa a la comunidad como lugar permanente de camino, fraternidad, anuncio y testimonio.

Ordenación diaconal en México

Por su parte, las especializaciones son un servicio cualificado para la misión de quienes tienen la capacidad, la madurez y la disposición adecuada, con una experiencia válida de misión. Hay que potenciar algunos campos como son: Justicia, Paz e Integridad de la Creación; Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación; Atención a los mayores, Economía y Administración, el Islam, Derecho Canónico y Civil.

Retos

La vida espiritual es lo que sostiene nuestra vocación misionera. Estamos convencidos de que sin esta experiencia de Dios que ama y transforma, no hay vida religiosa misionera. El encuentro con Jesús y la experiencia comboniana se dan a través de la vida comunitaria en fraternidad, internacionalidad, interculturalidad, respeto y apertura a las diferencias, la vivencia de los consejos evangélicos y la pasión por los más pobres: todo ello enriquece la vida espiritual.

Otro reto es la recualificación de la promoción vocacional, de manera especial a través de la elección y formación de los hermanos llamados a realizar este importante servicio para el futuro del Instituto.

Los medios de comunicación son un área importante en la vida de las personas, especialmente de los jóvenes. Estamos llamados a reflexionar y a encontrar la manera para que estos medios nos ayuden a crecer humana y espiritualmente, a dar a conocer nuestra misión y nuestras actividades, y que éstas no sólo sean un medio de uso personal que nos encierran en nosotros mismos.

La justicia, paz y cuidado de la creación también son retos que deben estar presentes en el proceso formativo, que va más allá de una propuesta de camino de fe.

Hay situaciones en las que, debido al contexto cultural y social, la realidad de los jóvenes presenta aspectos importantes que merecen una atención especial, como los mayores de 35 años que llegan con una profesión y experiencia laboral, y desean ser misioneros.

Las vocaciones son la riqueza y el futuro del Instituto y de la misión. Ahora estamos viviendo una nueva situación, en la que las provincias que tienen muchas vocaciones no pueden soportar los costes de la formación. Sentimos la necesidad de iniciar un proceso de sostenibilidad para asegurar la preparación de sus candidatos.

Por último, se necesita preparar y acompañar a los animadores de la formación permanente, para que estén preparados y realicen su servicio ofreciendo a los hermanos y a las comunidades un plan en sintonía con lo que el Instituto propone, así como promover la «cultura del cuidado» sugerida por el Papa, vinculándola también al cuidado de los hermanos mayores y enfermos, como contribución cualificada que son para todo el Instituto.

Vocaciones según los continentes
SubcontinenteAspirantesPostulantesNoviciosHermanosEscolásticosTotal
África Anglófona y Mozambique15513749982432
África Francófona1317833486332
América/Asia17321812694
Europa2   13
Total30524710014195861
Fuente: MCCJ, Secretariado General de la Formación

La Misión continúa

La vocación se define como servicio a los demás, sobre todo a los más pobres, según el Evangelio de Cristo. La Palabra es el lugar del encuentro con Dios, desde donde Él sigue invitando a los jóvenes a colaborar con el anuncio de su amor misericordioso.

Por: Esc. Yonatan Patiño, mccj

Me encuentro en una etapa formativa en donde Cristo me invita a responder y a vivir con mayor responsabilidad y compromiso mi vocación misionera. Aún como seminarista, sigo enriqueciendo mi formación con experiencias muy valiosas que me han marcado ahora y durante etapas anteriores, y que me preparan para ejercer un ministerio de amor.

Las etapas que ya concluí son: seminario menor, propedéutico, postulantado y noviciado. Además, en cada una ha crecido mi vocación, gracias a la Palabra y al mensaje de Jesús que, en el pasado y presente, han tenido la misma esencia y fundamento: el amor.

Ahora bien, desde mi experiencia, puedo decir que para el joven que vive el amor de Dios, la misión se convierte en un espacio para escuchar a los demás.

Al preguntarme: ¿qué llamado estoy viviendo, el mío o del pueblo? Es claro, el Padre me responde que mi vocación se orienta a la misión de anunciar el amor de Jesús a su pueblo, en especial a «los más pobres y abandonados», como diría nuestro fundador san Daniel Comboni.

Como joven misionero re-conozco cómo Dios me llama a vivir la alegría del amor. En este sentido, las experiencias misioneras se convierten en un espacio de discernimiento para mi vocación, entendida como un proceso de diálogo con el Señor para seguir optando por su estilo de vida. En esta relación personal con Dios voy comprendiendo que Él camina conmigo y me da luces para continuar en la vida religiosa misionera y culminar con la ordenación sacerdotal, por mencionar dos cuestiones elementales en mi llamado.

La realidad, iluminada por el Padre, es la ventana para atender su voluntad desde cualquier estado de vida, desde algún oficio que se desempeñe para llevar el pan a la mesa, hasta alguna otra misión apostólica.

El proyecto de Dios entraña la misión de dar a conocer su amor a cada hombre y mujer, y que pone en el corazón de toda misión al amor y atención al prójimo; así, el servicio se convierte en el medio para escuchar el llamado que nos conduce a experimentar a Dios en la alegría de nuestro corazón.

En pleno siglo XXI, la misión necesita vocaciones que «se jueguen el todo por el todo» por Cristo y que deseen llevar la Buena Nueva a quienes aún no la conocen. Por ello, nuestra Iglesia necesita de manos jóvenes que tengan la inquietud de colaborar y que vivan la alegría del amor. Asimismo, requiere de muchachos que, al optar por la vida consagrada, compartan el mensaje y vida de fe en tierras de misión; ahí donde hay tantos que esperan una palabra de esperanza, una luz que guíe su camino y su vida.
Por tanto, estimado lector, si en tus manos está la idea de ser misionero y sientes que Jesús te invita a ser mensajero del Evangelio, no temas. Sé valiente y responde al llamado que Dios te hace. Recuerda: «la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos» (cf Mt 9,37) y tú puedes ser uno de ellos. Así podrás continuar su misión aquí en la tierra: dar testimonio del amor que nos dejó, liberando a tantos de toda esclavitud.

Votos perpetuos y diaconado de Emmanuel Likonye. “Un tesoro en una vasija de barro”.

El 16 de agosto de 2024, la Provincia Sudafricana de los Misioneros Combonianos fue testigo de la profesión de los votos perpetuos del Escolástico Emmanuel Likonye, que actualmente está haciendo su servicio misionero en la parroquia de Acornhoek, diócesis de Witbank, en la República de Sudáfrica. El domingo 17 fue ordenado diácono en la misma parroquia por el obispo Thaddeus Xolelo Kumalo, de la diócesis de Witbank. (En la foto, Emmanuel Likonye y el P. John Baptist Opargiw, Superior Provincial de Sudáfrica).

Por. P. Robert Ndungu, desde Akornhoek, Sudáfrica
comboni.org

El P. John Baptist Opargiw, Superior Provincial, presidió la Santa Misa y, en nombre del Superior General, recibió los votos perpetuos de Emmanuel en presencia de otros cohermanos que trabajan en la zona de Lowveld, dos religiosas y algunos feligreses de la parroquia Maria Assumpta de Acornhoek.

En su homilía, el P. John Baptist recordó a todos los presentes que la celebración de la consagración religiosa «es realmente un gesto gratuito e inmerecido del amor de Dios por nosotros y por Emmanuel. Es, en efecto, una gracia, un don que es un tesoro en vasija de barro». Reiteró la necesidad de renovar nuestro «Sí» a Dios cada día de nuestra vida. Y tomando prestada la lectura de la Escritura sobre la llamada de Samuel, el P. JB subrayó que Dios nunca ha dejado de llamar a la gente a servirle. En efecto, Emmanuel puede situar su propia llamada entre los relatos bíblicos e históricos de grandes figuras como Abraham, Moisés, Pedro, Pablo, Mateo, Comboni y muchos otros. De hecho, la profesión perpetua de Emmanuel es un recordatorio continuo para todos los presentes de que estamos invitados a ofrecer a Dios lo mejor, un sacrificio vivo, puro y sin mancha.

El P. Opargiw lo expresó muy bien: «La profesión religiosa que celebramos hoy es una cuestión de amor. La calidad de nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos y hermanas nos ayudará a vivir la Castidad como una entrega total por el bien de los demás; también nos ayudará a vivir la Obediencia priorizando humildemente la voluntad de Dios y el bien común sobre nuestros deseos personales y, finalmente, nos ayudará a vivir la Pobreza como una experiencia de una buena ética del trabajo, del compartir, del desapego de las posesiones materiales y de la dependencia de Dios y de la comunidad».

Después de la misa, todos los presentes participaron en una comida preparada por la comunidad comboniana de Acornhoek.

Al día siguiente, domingo 18, Emmanuel fue ordenado diácono en una misa en la misma parroquia presidida por el obispo Thaddeus Xolelo Kumalo, de la diócesis de Witbank a la que asistió una gran muchedumbre. El nuevo diácono permanecerá en la parroquia de Acornhoek hasta diciembre para ejercer su ministero diaconal.

De pastor de cabras a pastor de la Iglesia

Como miembro de una comunidad de pastores, podría haber seguido tranquilamente cuidando las cabras como cualquier otro muchacho. Pero su sueño de convertirse en sacerdote misionero comboniano lo llevó a tomar un camino diferente. El padre Joseph Etabo Lopeyok habla del recorrido de su vocación. [ Comboni Missionaries ]

El nombre Lopeyok, que me dio mi difunta abuela cuando nací el 19 de enero de 1989 en Lokichar, tiene un significado importante. En esa época, mi abuela tenía muchas visitas, por lo que ordenó que me llamaran Lopeyok, que significa “el dueño de las visitas o de la gente”. Este nombre jugó un papel clave en la configuración de mi trayectoria profesional.

Soy el tercero en una familia católica convertida. Inicialmente protestantes y miembros de la Iglesia Reformada de África Oriental (RCEA), mis padres abrazaron más tarde la fe católica y su matrimonio fue bendecido por la Iglesia Católica.

Mi decisión de estudiar fue motivada únicamente por mi deseo de ser sacerdote. Como provenía de la comunidad de pastores de Turkana, me conformaba con pastorear cabras y no tenía ningún interés en ir a la escuela. Pero un día, durante la misa, me cautivó la homilía de un misionero comboniano. Hablaba bien en suajili, mi lengua. A partir de ese momento, le pedí a mi padre que me llevara a la escuela y le expresé mi deseo de ser sacerdote.

Este fue el comienzo de mi trayectoria académica, que comenzó en la escuela primaria mixta de Lokichar. Al mismo tiempo, participé activamente en clases de catecismo y serví como monaguillo. Terminé la escuela primaria en 2005 y terminé la escuela secundaria en 2009.

Durante mis años de escuela primaria, el recinto de la iglesia se convirtió en mi lugar favorito para socializar con otros niños. Nuestro catequista recalcó en sus enseñanzas que el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación nos convierten en miembros plenos de la Iglesia Católica y en hijos de Dios.

Estos hitos sacramentales dejaron una impresión duradera en mí y fortalecieron mi sentido de pertenencia a la Iglesia. Mis años de escuela secundaria fueron otra oportunidad para el desarrollo personal, especialmente en mi identidad como joven estudiante católica. A través de mi participación activa en la Asociación Católica y mi papel como líder, mi fe continuó floreciendo durante este tiempo.

Procedente de la parroquia de Cristo Rey, en Lokichar, dirigida por los Misioneros Combonianos, mi admiración por ellos se hizo más profunda al ser testigo de su forma compasiva de vivir entre la gente. Su amabilidad y atención a todos, especialmente a los necesitados, me inspiró a considerar seguir sus pasos.

En mayo de 2011 me invitaron a un  seminario de “Ven y mira”  en Nairobi. En agosto de ese año, comencé mi experiencia de prepostulantado en Huruma, Nairobi. Esta enriquecedora experiencia implicó enseñar en la escuela primaria S. Martin de Porres mientras participaba activamente en las actividades pastorales de la parroquia Holy Trinity Kariobangi. Me ayudó a identificarme más con el carisma comboniano de trabajar con los pobres y desfavorecidos.

En 2012 continué mi camino. Entré en el postulantado en Ong’ata Rongai, Nairobi, donde estudié filosofía en el Instituto de Filosofía de la Consolata. Fue una época de gran crecimiento, no solo espiritual sino también humano, en la que crecí en conciencia de mí mismo y en el sentido de la responsabilidad personal.

En 2015, tras finalizar mis estudios de filosofía, me trasladé a Lusaka (Zambia) para realizar el noviciado y, a continuación, realizar una experiencia comunitaria y pastoral en Malawi. Este tiempo lo dediqué a profundizar mi relación con Cristo y a conocer mejor a nuestra Congregación y a su fundador, san Daniel Comboni, a través de la oración y el trabajo.

El 6 de mayo de 2017 hice mis primeros votos, sentando las bases para mis estudios teológicos en Lima, Perú. La experiencia en Perú, inmersa en una nueva cultura, rodeada de personas, ambientes y comunidades diferentes, se convirtió en un segundo hogar donde dejé una parte de mi corazón.

Al regresar a Kenia después de mis estudios de teología, comencé mi experiencia misionera en Utawala, Nairobi. Me pidieron que ayudara en el secretariado de Misiones y Vocaciones. También contribuí a las actividades parroquiales, trabajando con jóvenes y visitando pequeñas comunidades cristianas, promoviendo la esperanza y el don de la amistad.

El 10 de febrero de 2023 hice mis votos perpetuos. El 11 de febrero de 2023 fui ordenado diácono. La alegría llenó mi corazón al cumplir mi deseo de ofrecer mi vida a Dios para su misión. El 25 de agosto de 2023 recibí la gracia y el don del sacerdocio. Fui ordenado sacerdote en nuestra parroquia, Cristo Rey, Lokichar.

Ahora, mi primera misión me ha traído a México y me llena de felicidad. Al igual que nuestro padre en la fe, Abraham, confío en la guía del Señor y estoy dispuesto a ir a donde Él me envíe para su misión de amor.

Profesión perpetua y ordenación diaconal del comboniano Felipe de Jesús Vázquez

Felipe de Jesús Vázquez Hernández, originario de Papantla, Veracruz realizó su profesión perpetua como Misionero Comboniano el pasado viernes 26 de julio y, al día siguiente, el obispo de Tlapa Mons. Dagoberto Sosa, le confirió el orden del diaconado en la parroquia de San Miguel Arcángel en Metlatónoc, Guerrero.

Texto y fotos: Hno. Raúl A. Cervantes Rendón

La parroquia de San Miguel Arcángel de Metlatónoc, en el interior de la zona mixteca del estado de Guerrero, fue testigo y partícipe de la profesión perpetua de Felipe de Jesús quien, con la presencia del Superior Provincial de México P. Rafael Güitrón, el párroco, P. Miguel Navarrete, la comunidad comboniana de Cochoapa el Grande, la feligresía y, acompañado por sus papás, decidió consagrarse con alegría y convicción como misionero comboniano para toda la vida. Durante la celebración, el P. Rafael animó a Felipe a perseverar y alimentar su vocación, a confiar en el Señor y a tomar como testimonio de fe su santo homónimo.

Al día siguiente se celebró la misa de la ordenación diaconal, que comenzó a las 10 de la mañana y fue presidida por Mons. Dagoberto Sosa. El obispo agradeció la presencia misionera en la diócesis y enfatizó la continua necesidad de ella en cualquier parte del mundo. En la misma línea le recordó a Felipe que su próximo servicio lo debe de sustentar en la fuerza que Dios le brinda para que su diaconado sea de entrega y disposición a la iglesia local y a su comunidad.

La parroquia recibió a una numerosa cantidad de feligreses, no sólo de la localidad de Metlatónoc, sino también de aquellas que son atendidas por los Combonianos. De esa manera, no fue una celebración ajena a su pueblo, ya que participaron activamente en ella a través de la liturgia, la música y la traducción a la lengua mixteca.

Posteriormente, tuvo lugar una convivencia donde la gente pudo estar más cerca del nuevo diácono, compartiendo su alegría de que Felipe seguirá acompañándolos en su pequeña región de la montaña mixteca.

P. Gaétan Kabasha: «Ha merecido la pena»

El P. Kabasha nació en Ruanda en 1972. Ya de niño le entraron «ganas de ser sacerdote». Lo es desde hace más de 20 años, pero tal vez no como él había pensado. Las circunstancias de la vida le fueron llevando de aquí para allá, pero, a pesar de tanto vaivén, siempre se ha mantenido fiel a su vocación sacerdotal. Esto hace del P. Gaétan un testigo creíble, y por eso invito a leer su testimonio con ojos de fe.

Por: P. Zoé Musaka, mccj. MUNDO NEGRO

Nací en una familia numerosa de nueve hijos, cinco chicos –de los que dos ya fallecieron– y cuatro chicas. Puede decirse que nuestro hogar era humilde, como la mayoría de la época en aquel rincón de Ruanda. Vivíamos rodeados de huertos y dependíamos muy poco del mercado ya que producíamos nuestra propia cosecha.

Llegado el momento, como todos los niños de mi edad, ingresé en la escuela primaria donde aprendí a leer y a escribir. Descubrí un universo completamente nuevo. Fue entonces cuando me entraron ganas de ser sacerdote sin que entendiera muy bien el por qué de esa llamada en un lugar muy alejado de la parroquia y donde nunca había visto a ningún sacerdote negro. Los caminos de Dios son muy complejos y, seguramente, el Señor se había fijado en mí más allá de mi pequeña capacidad de entender este enorme proyecto. Entré en el seminario menor con una voluntad férrea de aprovechar bien los estudios y cumplir con la disciplina de un internado. Nunca me sentí agobiado por los seis años de estudio, equiparables a la Secundaria y el Bachillerato en España.

Al finalizar, elegí de manera mucho más responsable seguir con mi formación en el seminario mayor, a pesar de muchas otras opciones atractivas que se me ofrecían. En aquel momento, mi idea era ser sacerdote diocesano en Ruanda. En ningún momento se me pasó por la cabeza ser misionero e irme lejos de los míos. Sin embargo, como dice la Escritura, «El hombre hace proyectos pero es el plan de Dios el que se realiza». En muy poco tiempo, toda mi vida tomó otro rumbo.

En 1994, cuando estaba en el seminario mayor y pensaba seguir el ritmo ordinario para convertirme en sacerdote de mi diócesis, Kigali, el país se sumergió en el apocalipsis del genocidio. Todo se convirtió en una pesadilla y tuve que salir del país hacia Zaire (en la actualidad, la República Democrática del Congo). Con 22 años me convertí en refugiado. Después de un largo viaje lleno de peripecias y de milagros, aterricé en la diócesis congoleña de Bondo, donde me acogieron como seminarista. A partir de ese momento, empecé a darme cuenta de que mi vocación se estaba convirtiendo en misionera. No dejé de ser diocesano porque estaba adscrito a Bondo, pero en la práctica vivía lejos de los míos, de mi cultura y de mi país. Un misionero es aquel que sale de su país para llevar el Evangelio a otros territorios, lejos de los suyos. En mi caso, fue una condición impuesta por las circunstancias.

De manera inesperada, la guerra estalló en Zaire (actual RDC) y cambié otra vez de diócesis. Me acogió la de Bangassou, (RCA). Después de dos años en el seminario de Bangui, me trasladé a España, donde pude terminar los estudios de Teología. Mi ordenación sacerdotal tuvo lugar en Bangassou en 2003. Después, ejercí mi ministerio sacerdotal en una parroquia rural de Bakouma durante ocho años. En la actualidad, soy sacerdote de la archidiócesis de Madrid y mi ministerio se desarrolla en la parroquia San José, en Las Matas. Junto a esto, enseño filosofía en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.

Recorrido misionero

A través de mi itinerario vital, uno observa cómo el Señor me ha ido llevando de un lado a otro sin que yo realmente tuviese mucho control sobre el curso de los acontecimientos. Mi idea de estudiar en un seminario acabó siendo una experiencia en cuatro centros y cuatro países distintos. Eso me brindó la oportunidad de aprender a convivir con gentes de diferentes procedencias, razas, lenguas y costumbres. Queriéndolo o no, este hecho configura la vida y la personalidad de una persona. El encuentro con muchas visiones del mundo, vivido en un clima pacífico, es una riqueza y un patrimonio que solo se puede adquirir con este tipo de experiencias.

Los caminos de Dios son inescrutables, y valiéndose de los dramas humanos llegué a pertenecer a cuatro diócesis diferentes. Ruanda fue solamente un inicio de un largo camino de vida que me llevaría a España después de pasar por Bondo y Bangassou. ¿Y quién sabe lo que sucederá mañana? Este recorrido, sin dejar de ser diocesano, hizo de mí un misionero muy especial. En el fondo, un misionero muy a mi pesar. Sin haber pertenecido nunca a una congregación con este carisma, todo mi sacerdocio lo he ejercido lejos de los míos.

Navegar entre alegrías y penas

En el salmo 91 se dice que «El que habita al amparo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso». Sería inapropiado valorar mi vida misionera, tanto en África como en Europa, sin tener en cuenta que todo es don y que depende de su voluntad. En mi vida misionera en África, pude experimentar momentos duros por caminos extenuantes, la precariedad de la vida, las enfermedades, las caídas de la moto, el miedo a los rebeldes, la incomprensión con culturas muy alejadas de la mía… Sin embargo, con la confianza en el Señor, siempre he sentido una alegría inmensa, consciente de hacer lo que le agradaba. El encuentro con la gente sencilla que te ofrece lo poco que tiene, compartir con los cristianos que ven en ti a un enviado sagrado en sus pueblos, ver crecer la fe con los sacramentos y tantos otros momentos inolvidables, hacen que la vida misionera sea algo difícil de describir. ¿Qué decir de la mirada limpia de la gente, de los llantos de los niños, de la alegría de entregar a Cristo a los hombres, tanto en los sacramentos como en la Palabra de Dios?

Muchos son los momentos que constituyen la fuente de la felicidad del misionero: visitar a un enfermo, rezar por alguien desorientado, aliviar de cualquier manera al que está agotado por las penas de la vida, compartir los dramas familiares y sociales, cantar con los que cantan, sentirse útil… Siempre que he aplicado aquello de «venid a mí los cansados y agobiados y yo os aliviaré», he observado cómo el Señor colma el corazón del que se identifica con Él.

Sin ninguna duda, diría que es Dios quien lleva al misionero en sus manos. Evidentemente, es importante que el misionero se deje llevar con docilidad, que confíe en el poder del Espíritu Santo, que acepte que a veces los fracasos son una enseñanza para recomenzar con más confianza en Dios todavía.

Después de más de 20 años de sacerdote, puedo afirmar que todo ha sido un regalo. Las penas nunca consiguieron doblegar a las alegrías. Aunque a veces, dependiendo de los lugares, uno no vea resultados inmediatos, la paz interior que se siente, y la convicción de que el reino de Dios está en marcha, hacen que uno diga: «Ha merecido la pena». Sigo pensando que mi vida no depende enteramente de mí, sino que alguien más fuerte y más sabio que yo me lleva por sus caminos y no puedo más que prestarle mis piernas. Soy un instrumento de su obra.

Decir que sí

En África, en general, las vocaciones siguen en auge, y esto da esperanza de un futuro prometedor para el continente y la Iglesia universal. Sin embargo, por diversos motivos, no se puede decir lo mismo de Europa. Me cuesta pensar que el Señor haya dejado de llamar a los jóvenes europeos a su viña. Creo, más bien, que el ruido ambiental difumina la voz de Dios y los afanes del mundo contemporáneo impiden un discernimiento pausado. Sin embargo, todos los jóvenes que responden a la llamada sacerdotal dan un testimonio de alegría por todas partes. Los sacerdotes que han dicho sí a la vocación no se arrepienten. Los misioneros que vuelven de vacaciones dan testimonios de las maravillas de Dios a pesar de las fatigas y las dificultades de la vida. Si eres joven, no tengas miedo. Igual te toca asumir el relevo y llevar el Evangelio al mundo. No esperes a que Dios te hable en medio de una zarza ardiente, puede que su llamada use otros canales para llegar hasta ti. A veces puede, incluso, que pase por un detalle insignificante de tu vida.