¡Siempre recordaré a los Combonianos!
Por: Hna. Mary Ortiz, hpssc
Soy Mary Ortiz, originaria de Torreón, Coahuila. Nací el 20 de septiembre de 1962. Soy religiosa de la congregación de Hermanas de los Pobres, Siervas del Sagrado Corazón (HPSSC), de Zamora, Michoacán, y actualmente radico en la ciudad de Querétaro en la Casa de Oración.
Hace muchos años, cuando yo era adolescente y estudiaba la secundaria en el colegio La Luz que dirigían entonces las Hijas del Corazón de María y luego en el colegio La Paz de las Hermanas del Verbo Encarnado, conocí al hermano Pedro García, español, comboniano y misionero de corazón, gracias a la comunidad de Carmelitas Descalzas de San José de Ávila, de Celaya, Guanajuato, en donde tenía una tía, hermana de mi papá.
A Dios y al hermano Pedro debo mi vocación misionera, mi amor por la misión ad gentes y por África, muy especialmente por el Chad, a donde fui enviada por mis superiores como una gracia del Señor.
Empecé a participar en algunas jornadas de vida cristiana y misionera que organizaba el Padre Enzo Canonici, también comboniano, quien tenía contactos en Torreón y organizaba sus retiros en Casa Íñigo. Ahí fue despertando algo, sin embargo, terminaban las jornadas y seguía mi vida ordinaria. Fue hasta que mi tía invitó al hermano Pedro, quien quería ir a Torreón a hacer promoción vocacional, a quedarse con nuestra familia. Nosotros lo veíamos poco, él salía temprano y llegaba tarde, solo mi madre y yo lo esperábamos para ofrecerle la cena. Celebró su cumpleaños con nosotros, le hicimos una fiesta, éramos todos unos niños, él se emocionó mucho y entonces vino lo bueno, sacó su proyector y nos enseñó unas filminas de su misión en Ecuador compartiendo lo bello que era entregar la vida y llevar el Evangelio y el Rosario a los lugares más alejados.
Pedro terminó su apostolado en Torreón y se fue, pero se quedó la emocionante y desafiante motivación que despertó en mí. Comenzamos a escribirnos y él entabló una amistad conmigo (creo vivía en un pueblo de Guanajuato); me enviaba rosarios misioneros, libros para leer, como la vida de Daniel Comboni, el Héroe de Molokai, San Agustín, etc. No tuve más contacto con misioneros ni misioneras combonianas porque en Torreón ellos no tenían obras, evangelizaban a través de la revista Esquila Misional.
Cada año, íbamos a Zamora a visitar a mis tías, hermanas de mi papá, de las cuales dos pertenecían al instituto al que pertenezco yo ahora. Yo sentía algo de inquietud en mi corazón, y la invitación que Dios me hacía a través del hermano Pedro dejó una huella profunda en mi corazón.
En 1979 conocí a la Hermana Silvia del Carmen Fernández HPSSC. Trabajaba en Torreón en una escuela que tenían con los jesuitas. Sólo nos veíamos en la iglesia de San José, en misa los domingos. Ella me invitó a una jornada vocacional a Zamora y Dios tuvo a bien llamarme a su servicio para esa comunidad. Mi primera experiencia en la misión ad gentes fue en el Perú, en el departamento de Cajamarca y en el vicariato apostólico de San Francisco Javier que dirigían los jesuitas.
Con el tiempo, nuestras superioras respondieron (como un regalo de Dios) a la invitación de Monseñor Michele Russo, obispo comboniano, para ir a su diócesis en Chad, en donde próximamente cumpliremos 25 años de presencia..
Fui feliz en el Chad, en las misiones de Maybombay y de Mbikou durante 15 años, conocí gente maravillosa, tengo experiencias inolvidables de gente que me hizo gozar la vida con muy poco y vivir el momento presente, con fe inmensa, con el corazón incansable. Ahí volví a tener contacto con los misioneros y misioneras combonianos. Pregunté por el Hermano Pedro García. Nos volvimos a poner en contacto. Creía que volvería a encontrarme con él personalmente, pero Dios tenía otros planes. El Hermano me invitó a su casa en Madrid, él iría por mí al aeropuerto, pero el Señor Jesús quiso llamarle a su presencia un día antes de que pudiéramos vernos.
No puedo dejar de agradecer a Dios el haber puesto a Pedro en mi camino; gracias a Monseñor Russo, hombre de paz y de generosa bondad, a los combonianos por su labor evangelizadora y gracias a mi congregación por haberme regalado la oportunidad de compartir mi vida en África.