Los superiores de las circunscripciones combonianas, reunidos en Asamblea Intercapitular en Roma, al conocer estos cuatro días (22-25 de septiembre) de oración pública continua por la paz, en particular en Gaza y en toda Tierra Santa, han decidido adherirse a la iniciativa, promovida por varios institutos misioneros con la diócesis de Roma y con la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), participando en la misa de apertura, el pasado lunes 22 de septiembre por la noche, en la iglesia de San Giuseppe dei Falegnami al Foro Romano. La misa fue presidida por el comboniano padre Giulio Albanese.
«No dejemos de orar y oremos con confianza». La exhortación, expresada recientemente por el papa León XIV, junto con la certeza de que «mucho vale la oración del justo hecha con insistencia», como escribe el Apóstol Santiago, y las enseñanzas de don Tonino Bello sobre el ser contemplativos, son la base de los cuatro días de oración ininterrumpida por Gaza y Tierra Santa en la iglesia de San Giuseppe dei Falegnami.
Mientras continúa el asedio en esa franja de tierra que da al Mediterráneo, varios institutos misioneros masculinos y femeninos, organismos eclesiales, como la Fundación Missio, y el Vicariato de Roma han promovido la iniciativa a través del Centro Misionero Diocesano, con sede en la iglesia del Foro Romano. En la noche del 22 de septiembre, la celebración eucarística presidida por el padre Giulio Albanese, director de la oficina para la cooperación misionera entre las Iglesias del Vicariato y rector de San Giuseppe dei Falegnami, dio inicio a la oración que continuará hasta el jueves 25. La adoración al Santísimo Sacramento será animada por varios grupos.
A los pies del altar, las banderas de Palestina, Sudán, la República Democrática del Congo y Colombia. Una pequeña representación de los muchos países en guerra. «Tenemos ante nosotros a tanta humanidad sufriendo, inmolada en el altar del egoísmo humano», dijo el padre Giulio. Ante la «matanza» que está teniendo lugar en Gaza, el sacerdote comboniano recordó la responsabilidad cristiana de no permanecer como espectadores pasivos e invitó a redescubrir la oración como fuerza generadora de paz.
«El dolor es un gran misterio», afirmó. Si confiamos en Dios, debemos creer que todo coopera para el bien de quienes lo aman. Por eso la oración se vuelve indispensable, fundamental». En el mundo se libran 56 conflictos y el padre Giulio reflexionó que lo que está sucediendo es «humanamente inaceptable. No hay justificaciones. Tenemos ante nosotros una crónica que clama venganza ante Dios. Es evidente que es necesario creer en la paz».
Constatando que hoy en día hay «una gran frustración y un profundo sentimiento de decepción e impotencia», Albanese señaló que la tarea del cristiano es ser «testigo del Dios vivo. Porque nunca como hoy es necesario ir más allá del muro de silencio que nos hace parte de un sistema hipócrita». La oración ininterrumpida en San Giuseppe dei Falegnami tiene precisamente este objetivo, porque no se puede vivir «un cristianismo desencarnado con respecto al fluir de la historia. Se nos pide que salgamos. Hay una necesidad apremiante de signos, de gestos proféticos. No olvidemos que estamos llamados a ser signo de contradicción».
La huelga de transportes y la lluvia no desanimaron a los fieles y a los representantes de las realidades misioneras de la diócesis, que abarrotaron la pequeña iglesia construida sobre la prisión Mamertina donde, según la tradición, fueron encarcelados los apóstoles Pedro y Pablo. Desde aquí se elevarán oraciones por la paz de los pueblos abatidos por tantas guerras olvidadas. Como la de Sudán, «la mayor crisis humanitaria del mundo», con 25 millones de personas sin asistencia alimentaria, 14 millones de desplazados y 7 millones de niños que no van a la escuela desde hace tres años. Así lo recordó el padre Diego Dalle Carbonare, superior de los misioneros combonianos en Egipto y Sudán. La de Sudán, subrayó, «es la metástasis del conflicto en Darfur que se prolonga desde 2004 y al que siempre hemos sido indiferentes a nivel mundial. Es grave que para África, y para muchos otros países, se diga no a la cooperación, al desarrollo, a la sanidad y a la educación, mientras que sí hay dinero para las armas. Rezar por la paz significa rezar por un mundo que está tomando un camino equivocado».
El 22 de octubre se abrirá en Portoviejo (Ecuador) la causa de beatificación del misionero comboniano P. Alberto Ferri Garavelli (1935-2009). La decisión fue comunicada por la curia de la archidiócesis de Portoviejo, tras un minucioso trabajo de recopilación de datos y testimonios, mediante decreto del arzobispo monseñor Edoardo Castillo el pasado 15 de septiembre.
Originario de Cologno al Serio, en la provincia de Bérgamo, el P. Alberto Ferri Garavelli ejerció su ministerio en Ecuador, en las parroquias de Limones y Viche (Vicariato de Esmeraldas) y, posteriormente, en diversas comunidades de la archidiócesis de Portoviejo, provincia de Manabí. A su muerte, acaecida en Cologno al Serio el 16 de octubre de 2009, por deseo de los fieles que lo habían conocido y amado, su cuerpo fue trasladado a Ecuador y enterrado en la iglesia de Honorato Vásquez (Manabí), donde había dedicado trece años de su vida visitando y formando numerosas comunidades cristianas.
La gente sigue recordándolo con gran afecto y dando testimonio de su santidad. Por ello, el 22 de octubre, Mons. Castillo abrirá la fase diocesana de la causa, en presencia de numerosos fieles, sacerdotes y una delegación de la provincia comboniana de Ecuador.
Con gratitud al Señor por su vida y testimonio misionero, invocamos para todo el Instituto la gracia de renovar, a la luz de su ejemplo, la pasión misionera que lo animó.
Fecha de nacimiento: 05/09/1935 Lugar de nacimiento: Cologno al Serio/BG/I Votos temporales: 09/09/1954 Votos perpetuos: 09/09/1960 Fecha de ordenación: 18/03/1961 Fecha de fallecimiento: 16/10/2009 Lugar de fallecimiento: Cologno al Serio/Bergamo/I
«Ánimo y adelante en el Señor, trato de aceptar todo por voluntad de Dios y por la esperanza de volver pronto a la misión. Gracias, P. Ravasio, por los contactos que mantienes por mí con los superiores mayores, que me ayudan a sentirme parte viva de nuestro Instituto». Estas son las últimas frases de una carta, quizá una de las últimas, enviada desde Bérgamo al P. Pietro Ravasio. En estas palabras se pueden ver los dos grandes principios que motivaron la vida y la misión del P. Alberto: la pasión por la evangelización y la pertenencia al Instituto.
El P. Alberto Ferri nació el 5 de septiembre de 1935 en Cologno al Serio, cerca de Bérgamo, tierra de familias llenas de fe y amor a la Iglesia. Era el primogénito de una familia de clase media y su padre quería que continuara su trabajo en la empresa familiar. Tras vencer la resistencia inicial de su padre, el joven Alberto ingresó en la escuela apostólica de Crema: en aquellos años, un numeroso grupo de jóvenes respondía a una eficaz animación misionera de la diócesis de Bérgamo. Alberto emitió sus primeros votos en el noviciado de Florencia el 9 de septiembre de 1954 y comenzó el escolasticado en Verona, pasando luego, para el curso de teología, a Venegono. Emitió sus votos perpetuos el 9 de septiembre de 1960 y fue ordenado sacerdote por el cardenal Giovanni Battista Montini, en la catedral de Milán, el 18 de marzo de 1961.
Su primer destino fue España, donde colaboró con el P. Enrique Faré en la administración de nuestras revistas.
Enviado, después de dos años, a Ecuador, comenzó su apostolado en Quito ocupándose de los indígenas de la periferia de la ciudad. Mientras tanto, el norte de Esmeraldas necesitaba misioneros generosos y atentos a las necesidades de los pobres. El P. Alberto fue enviado a Limones, una isla del Pacífico, donde realizó su labor pastoral con el P. Luigi Zanini, el P. Alberto Vittadello, el P. Lino Campesan y el P. Rafael Savoia. Desde Limones, repartiéndose el trabajo, atendían a las numerosas comunidades de afrodescendientes de los ríos Onzole y Santiago. Permaneció en Limones hasta 1972. Después de las vacaciones y del Curso de Renovación en Italia, que le impulsó a profundizar en el estudio de los documentos conciliares y de la nueva eclesiología de comunión, fue enviado por el obispo Mons. Angelo Barbisotti a Viche, en la carretera de Quinindé, para iniciar una nueva parroquia.
Todas las cartas de este período se recogen en un libro publicado por EMI, 1976, «Una Iglesia sobre los ríos». Reproducimos dos breves extractos, de los que se puede entender el estilo muy personal que el P. Alberto adoptó, desde los primeros años, como su metodología misionera permanente.
Viche, 8 de abril de 1978: «El Sábado Santo, durante la celebración de la Vigilia de Resurrección, bauticé a unos treinta nuevos cristianos, muchos de ellos adultos… El Señor ha resucitado verdaderamente y esto lo cambia todo. Lo anuncié el día de Pascua en tres zonas: Viche, Male y Lagartera. Me da mucha alegría y esperanza ver también en este mundo la victoria sobre la muerte, el mal, la injusticia, la miseria, el hambre, sobre todo lo que el Señor ya ha vencido con su resurrección».
Chigue, 3 de junio de 1972: «Aquí seguimos talando árboles para poder empezar a sembrar… He visitado zonas en las que nunca había estado, caminando por los ríos, pasando de cabaña en cabaña y reuniendo a la gente por la noche en un lugar preestablecido, llevándoles el poco consuelo que puedo, con medicinas y algunas risas… Para visitar una nueva capilla, estuve tres horas con el barro hasta las rodillas y con la mochila a la espalda, y creo que nunca había sudado tanto, y eso sólo para llegar a la primera cabaña. Toda mi vida es así: un continuo anunciar al Señor y un continuo despertar a esta pobre gente aislada».
En 1978 formó parte del primer grupo de combonianos que, fieles al carisma y atentos a las necesidades de otras diócesis, se prestaron a salir de Esmeraldas para iniciar una nueva experiencia misionera en la diócesis de Portoviejo, mucho más extensa que Esmeraldas y que contaba con muy pocos sacerdotes. Eligió la difícil zona de Honorato Vásquez donde, junto con el P. Livio Martini, dedicó trece años de su vida visitando y formando numerosas comunidades cristianas.
Tenía una metodología que nosotros, los combonianos en Ecuador, hicimos nuestra y que dio muchos frutos pastorales. Consistía en involucrar y comprometer a la gente: a los laicos locales, no sólo a ser fieles a las promesas bautismales, sino también a comprometerse con la construcción y el crecimiento de su comunidad cristiana. De esta atención surgieron los diversos ministerios, con personas que seguían los distintos cursos de formación para convertirse en guías de comunidad, catequistas, ministros de la Eucaristía, ministros de la salud, ministros de la capilla y de los pobres. El P. Alberto también supo responsabilizar a los laicos en la administración del dinero de la comunidad, hasta el punto de iniciar, como su última obra, una cooperativa de ahorro.
De esta implicación de la gente, pero sobre todo de su ejemplo y de su estilo de vida, nacieron las primeras vocaciones a la vida religiosa, misionera y diocesana en una tierra donde era difícil prever tanta riqueza. Además, precisamente en este período y en línea con el fuerte compromiso que el P. Alberto pedía a los cristianos, nació el grupo de las «misioneras laicas», chicas que se comprometían al servicio de la Iglesia local para una actividad misionera en las zonas de la diócesis que, por diversas razones, requerían una presencia misionera. Este grupo se fue definiendo cada vez mejor, hasta convertirse en una asociación de personas consagradas, aprobada por el obispo.
Recordemos que Mons. Mario Ruiz, arzobispo de Portoviejo, repetía siempre que la metodología del P. Alberto era «admirable», pero no «imitable».
De hecho, era extremadamente meticuloso y exigente a la hora de programar las visitas a las comunidades sin dejar ninguna de lado y, sobre todo, a la hora de ser fiel, a cualquier precio, al compromiso adquirido con Dios, con la gente y con el Instituto. Había hecho suyo el lema de Comboni: «Tengo una vida, ojalá tuviera mil para entusiasmar al mundo con las misiones».
Honorato Vásquez lo envió, con gran sufrimiento por su parte, a El Carmen, para continuar la labor pastoral en las numerosas comunidades rurales, donde permaneció siete años. Sin embargo, el P. Alberto quería ocuparse de «Manga de cura», donde los cristianos eran más numerosos, y así, desde 1988 hasta su muerte, permaneció en esa zona, con el P. Antonio Mangili. Fundó la parroquia de La Bramadora y El Paraíso-La 14 y también tenía en proyecto las parroquias de Santa Teresa y Santa María.
Durante todos estos años, se construyeron numerosas capillas e iglesias con la colaboración de la gente, muchas aulas de catequesis y edificios para albergar los cursos de formación de sus colaboradores. En muchas capillas, la comunidad crecía con tanto fervor que dejó allí la Eucaristía.
En 2008, los médicos le diagnosticaron un tumor en el páncreas, pero después de un ciclo de quimioterapia, el P. Alberto quiso volver a su misión de La 14 para ayudar a los jóvenes sacerdotes de la archidiócesis a continuar su labor pastoral.
En abril de 2009 pidió a la Dirección General permanecer en familia para recibir cuidados en la casa de su hermano Mario, en Bérgamo, cerca del hospital «Beato Luigi Palazzolo». En las últimas semanas, su hermana quiso llevarlo cerca de su madre, de 103 años, también gran misionera como su hijo. Murió serenamente, abrazando al P. Enea Mauri, que había ido a visitarlo, en la tarde del 16 de octubre en Cologno al Serio, en la casa paterna.
Sólo la insistencia de los obispos locales y de la gente impulsó a los familiares a aceptar que el cuerpo del P. Alberto regresara a tierra manabita para permanecer allí y ser un «punto de referencia misionero y sacerdotal para los obispos, el clero y los fieles manabitas», en particular durante este año sacerdotal.
El P. Alberto fue un verdadero hijo de San Daniel Comboni. Se le puede aplicar lo que se escribió sobre el Fundador en los documentos para la canonización: «Desde que tomó conciencia de la autenticidad de su vocación misionera, toda su vida se convirtió en una dedicación sin reservas, coherente y constante frente a todas las dificultades. Su celo parecía sostenido constantemente por la fe en el valor universal del sacrificio de Cristo y por la urgencia de su mandato de evangelizar a todos los pueblos».
Tomado del Mccj Bulletin n. 242 suppl. In Memoriam, octubre de 2009, pp. 70-76.
El 5 de septiembre de 2025, en el palacio episcopal de la diócesis de Verona, el obispo Domenico Pompili abrió la investigación diocesana relativa a la fama de santidad del Siervo de Dios Mons. Antonio María Roveggio, segundo sucesor de Daniel Comboni. Su ejemplo, relatado en numerosas biografías, ha inspirado la vida de muchos misioneros combonianos. Su causa de beatificación se inició en 1952, se reanudó varias veces, pero nunca se completó.
Antonio María Roveggio, joven sacerdote, ingresó en el Instituto fundado por San Daniel Comboni en 1884 y en 1887 partió hacia Egipto. En 1895, con solo 37 años, fue nombrado Vicario Apostólico de África Central, sucediendo a Mons. Fracisco Sogaro, primer sucesor de Comboni. Con caridad y humildad, animado por una profunda devoción al Corazón de Jesús, se dedicó con todas sus fuerzas a la proclamación del Evangelio en Egipto y entre diversas etnias de Sudán. Agotado por el esfuerzo, murió en Berber, en el tren, mientras viajaba hacia Egipto. Tenía 43 años.
El superior general, padre Luigi Fernando Codianni, y su consejo han confiado al padre Cosimo De Iaco, postulador general del Instituto de los Misioneros Combonianos, la tarea de continuar la causa, prosiguiendo la valiosa labor del padre Arnaldo Baritussio, postulador emérito.
La sesión de la investigación diocesana fue presidida por el obispo Domenico Pompili. Durante el momento de oración inicial, el prelado subrayó que la reanudación de la causa de beatificación de una persona fallecida hace más de un siglo no tiene como objetivo celebrar el pasado, sino mantener viva la memoria de un testigo del Evangelio que puede inspirar el presente y el futuro de la Iglesia.
Mons. Roveggio junto a sus padres
En su discurso de bienvenida, el padre Cosimo señaló tres aspectos que hacen actual la figura de monseñor Antonio María Roveggio y relevante su causa: la total dedicación al anuncio del Evangelio, la convicta adhesión a las exigencias de la vida religiosa y la profunda devoción al Corazón de Jesús, cuya humildad y mansedumbre imitó para dedicarse a todos.
Además de los oficiales del tribunal diocesano de Verona, participaron en el evento los hermanos de la casa madre de Verona, algunas hermanas combonianas y un buen número de amigos. Esperamos que la causa pueda avanzar rápidamente, para que la figura de Mons. Roveggio pueda ser conocida, imitada y rezada, junto con San Daniel Comboni, el Beato Giuseppe Ambrosoli y el Venerable Bernardo Sartori.
Kitelakapel pertenece a la parroquia de Kacheliba. Cuenta con 17 aldeas y 17 ancianos, con un jefe que trabaja estrechamente para velar por el bienestar de la comunidad.
El condado de West Pokot es uno de los 14 condados de la región del Valle del Rift. Está situado en el norte del Rift, en la frontera occidental de Kenia con Uganda. Limita con el condado de Turkana al norte y noreste, con el condado de Trans Nzoia al sur, y con los condados de Elgeyo Marakwet y Baringo al sureste y este, respectivamente. El condado tiene una superficie aproximada de 9,169.4 km2. El condado de West Pokot, cuya capital es Kapenguria, está habitado principalmente por la comunidad pokot y la comunidad minoritaria sengwer. Son personas religiosas, en su mayoría cristianas, pero también hay musulmanes. La cultura es rica y la acogemos con entusiasmo.
El condado es conocido por su rico patrimonio cultural, la agricultura y la ganadería. El sector agrícola y ganadero es la columna vertebral de la economía, ya que más del 80% de la población se dedica a la agricultura y actividades relacionadas. El condado se caracteriza por una gran variedad de accidentes topográficos. En las partes norte y noreste se encuentran las llanuras secas, con una altitud inferior a 900 m sobre el nivel del mar. En la parte sureste se encuentran las colinas de Cherangani, con una altitud de 3370 m sobre el nivel del mar. Los paisajes asociados a esta gama de altitudes incluyen espectaculares acantilados de más de 700 m. Las zonas de gran altitud tienen un alto potencial agrícola, mientras que las de altitud media se encuentran entre 1500 y 2100 m sobre el nivel del mar y reciben pocas precipitaciones, además de ser predominantemente tierras de pastoreo. Las zonas de baja altitud incluyen Alale, Kacheliba, Kongelai y Kitelakapel.
Los pokot siempre han estado sólidamente arraigados en sus propias tradiciones y estilo de vida, por lo que solo recientemente han comenzado a valorar la educación escolar, y el nivel general de escolarización sigue siendo bajo. Las familias son principalmente polígamas, las niñas suelen casarse a una edad muy temprana, lo que significa, para las que van a la escuela, abandonar los estudios, como en el caso de los embarazos precoces, que también son bastante comunes.
Las familias están bastante fragmentadas, con casos de divorcios y separaciones, lo que tiene consecuencias inevitables en el comportamiento, los sentimientos y el bienestar de los niños. Entre los jóvenes y los adultos existe un problema generalizado de adicción al alcohol y las drogas, así como de VIH y otras enfermedades de transmisión sexual. La comunidad de Kitelakapel tiene un 90% de personas muy pobres y un 10% de clase media, compuesta principalmente por profesores y funcionarios del gobierno local y unos pocos agricultores dedicados al comercio.
El sector agrícola está creciendo y mejorando gracias a las lluvias favorables y constantes y a la fertilidad del suelo gracias a la aplicación de estiércol de vaca. En su mayoría, plantan maíz y hortalizas en amplias zonas valladas para evitar que los animales en régimen de pastoreo libre las destruyan, y se han introducido animales de cría selectiva en algunas explotaciones para aumentar la producción de leche y carne.
Miembros de KICE-CBO durante la junta general anual «Era un ambiente lleno de alegría, gran unidad, sonrisas para la foto y una buena sensación de pertenencia a una organización comunitaria certificada en uno de los pueblos más pobres y abandonados».
Gracias a la mejora del suelo y a las lluvias constantes, los miembros se dedican plenamente al cultivo de maíz a gran escala, que se utiliza para el consumo doméstico y comercial. Dado que la mayoría tiene mucha tierra, la necesidad de equipos como tractores, suelo fértil y buenas semillas ayudará a la comunidad a disponer de suficientes alimentos que puedan almacenarse y utilizarse en las estaciones secas y de sequía. Dado que el maíz es un cultivo alimenticio y comercial, algunos hogares lo utilizan para criar pollos y otros animales, lo que ha aumentado los ingresos y los alimentos como la carne, los huevos, etc. Gracias a la recuperación de las tierras secas e idóneas mediante el riego, que requiere la disponibilidad de agua bombeada del subsuelo, en las tierras abandonadas están creciendo cebollas, tomates y verduras.
Un nuevo proyecto: la Organización Comunitaria Integrada para el Empoderamiento Comunitario de Kitelakapel (KICE-CBO)
Se trata de una organización comunitaria que hemos creado recientemente en Kitelakapel como instrumento para empoderar a nuestra comunidad y a los hogares familiares. 175 miembros se han inscrito oficialmente y se han unido a la organización comunitaria, y seguimos recibiendo más solicitudes de personas que desean unirse al grupo. Ahora estamos totalmente registrados y certificados por el gobierno, y nos encontramos en la fase de poner en marcha una serie de actividades generadoras de ingresos, como la apicultura, la artesanía, la restauración, la avicultura, etc. También es una cooperativa de ahorro y crédito, por lo que los ingresos se entregarán a los miembros en forma de préstamos, así como intereses por sus ahorros. Esperamos que esto permita a hombres y mujeres, especialmente a aquellos que no tienen ninguna otra fuente de ingresos, participar en actividades económicas que les permitan ser independientes y mantenerse alejados de las adicciones y la violencia. A la gente le encantan los grupos de unidad y autoayuda, a través de los cuales pueden obtener oportunidades, ahorrar dinero, comerciar y participar en actividades socioeconómicas.
El laico misionero comboniano Pius Oyoma muestra el certificado de registro y constitución a los miembros de The Kitelakapel Integrated Community Empowerment-CBO.
Como coordinador de la comunidad internacional de Kitelakapel, miembro del comité de desarrollo parroquial y tesorero de CLMK, con mi profesión de administrador de empresas y contable y mis habilidades en gestión de proyectos, compartir mis habilidades para unir y empoderar a las personas me da satisfacción a través de una influencia positiva e impactante en la población local que necesita mi trabajo. Esto ayudó al grupo a ser certificado y reconocido por el gobierno y la comunidad. La Iglesia católica universal fomenta la unidad y el desarrollo a través de JPIC, CARITAS, el consejo parroquial, el comité de desarrollo y otras ONG.
Los miembros de la junta directiva y los líderes de la KICE CBO.
Otros efectos positivos de la creación de la KICE-CBO:
En mi encuentro durante el primer año, la mayoría de los hombres nunca querían ir a la iglesia, solo se podían encontrar dos, pero después de la campaña “envía a los hombres a la iglesia” a través de CMA y KICE-CBO, hoy celebramos que más de 30 hombres asisten a la iglesia y están entusiasmados por integrarse con las mujeres para trabajar por un objetivo común.
La CWA y la CMA se visitan mutuamente y apoyan a quienes tienen necesidades graves con contribuciones económicas y oraciones.
Reunión de la Asamblea General Anual de la KICE-CBO
La integración y el empoderamiento de la CMA, la CWA, los jóvenes y los no católicos para construir una comunidad sólida supone un cambio radical para Kitelakapel, ya que antes la gente no estaba unida, sino muy separada entre sí.
En la tarde del 2 de septiembre de 1975, hace hoy justamente 50 años, en la colina de Josefstal, en Ellwangen (Alemania), en un ambiente festivo, se llevó a cabo el «entierro» de un ataúd llamado “separación” (Trennung) y se plantó el robusto roble de la “reunificación” (Wiedervereinigung).
Los dos superiores generales, el padre Georg Klose (a la derecha) y el padre Tarcisio Agostoni (a la izquierda), fueron los primeros en cubrir el ataúd con tierra y plantar las raíces del roble. Fue el comienzo de la reunificación de nuestro Instituto, que se culminaría en el Capítulo de 1979.
Mensaje de las Conferenciasy Consejos Episcopales Católicosde África, Asia y América Latina y el Caribe,en ocasión de la COP30
El 1 de septiembre se celebra la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación, una jornada que abre el llamado «Tiempo de la creación», que se celebra del 1 de septiembre al 4 de octubre, fiesta de san Francisco. Por otra parte, el próximo mes de noviembre tendrá lugar en Belem, Brasil, la 30 Conferencia de las Partes (COP30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que reunirá a representantes de 198 estados y otras partes para abordar la amenaza global del cambio climático. En este contexto, las Conferencias y Consejos Episcopales Católicos de África, América Latina y el Caribe, y Asia han elaborado un documento conjunto en el que exhortan a los líderes mundiales a trabajar por una ambiciosa implementación del Acuerdo de París en favor de las personas y del planeta. El llamado también se dirige a la Iglesia y al público en general para que vivan la «conversión ecológica» (papa Francisco) y aborden «las heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a la diferencia y un paradigma económico que explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres» (papa León XIV).
Un llamado por la justicia climática y la Casa Común: Conversión ecológica, transformación y resistencia a las falsas soluciones
La Iglesia católica presente en África, América Latina y el Caribe, y Asia, inspirada tanto en el legado del papa Francisco en su encíclica Laudato si’ (2015) y en su exhortación apostólica Laudate Deum (2023), como por el llamado del papa León XIV a vivir una ecología integral con justicia, paz y valor profético, presenta este documento como una expresión de su compromiso inquebrantable con la dignidad humana, la paz, la opción preferencial por los empobrecidos, la justicia climática y social-ecológica y el cuidado de la Casa Común.
Huerto ecológico en el centro de formación de catequistas de Bendoné, Chad
En reconocimiento del consenso científico –como el del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC)– sobre la necesidad de limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados para evitar consecuencias catastróficas, elevamos una voz profética que llama a la paz desde una conversión ecológica que transforme el modelo de desarrollo actual, basado en los extractivismos, la tecnocracia y la mercantilización de la naturaleza.
En la COP30, exigimos a los Estados una acción transformadora fundamentada en la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la justicia social, priorizando a los más vulnerables, entre estos, a la hermana madre Tierra.
I. Principios fundamentales
Con el calentamiento global alcanzando 1.55 grados centígrados en 2024 y la desertificación que ya afecta a 500 millones de personas en el sur global, la acción inmediata es esencial para evitar impactos irreversibles en los sistemas del clima y de la naturaleza. Nuestras decisiones actuales impactan a las generaciones futuras; abogamos por una justicia intergeneracional que asegure un planeta habitable y próspero para todas las formas de vida.
“Si te quedas sentado, no tendrás bosques en pie”
La crisis climática es también una crisis de valores que genera violencias; las soluciones deben unir justicia, ecología, derechos de la naturaleza y dignidad humana, aspectos fundamentales de la ecología integral y la construcción de la paz, superando la visión antropocéntrica.
La ecología integral propone un cambio estructural en las economías y los modelos de desarrollo, superando paradigmas tecnocráticos y extractivistas que perpetúan la explotación de los pueblos y la degradación ambiental.
El cambio climático, generado principalmente por el norte global, afecta a todos, pero de manera desproporcionada a los países del sur global; las políticas climáticas deben basarse en la equidad y en responsabilidades comunes, pero diferenciadas, y capacidades respectivas.
Madera procedente de talas masivas en Brasil
Las mujeres y las niñas se ven afectadas de manera desproporcionada por el cambio climático, sobre todo en el sur global, ya que se enfrentan a problemas que van desde la inseguridad alimentaria hasta la violencia, y arriesgan sus vidas como defensoras del medio ambiente.
Las soluciones deben integrar las cosmovisiones y prácticas de los pueblos y comunidades locales, garantizando el acceso a sus derechos vulnerados; no pueden limitarse a ajustes meramente técnicos y financieros.
II. Compromisos y responsabilidades
Oración por el cuidado de la Tierra durante el FOSPA X
Desde nuestra misión, nos comprometemos y reafirmamos que:
-Rechazamos las «falsas soluciones» de la financiarización y mercantilización de la naturaleza, oponiéndonos a los mecanismos de compensación de carbono y a la financiarización de los bienes comunes, que transfieren indebidamente la carga de reducir las emisiones de quienes las causan a quienes las sufren y anteponen el lucro a la vida; y que perpetúan la explotación de la tierra, sus seres vivos y sus pueblos, en lugar de abordar las causas de la crisis.
-Defendemos la justicia climática, asegurando que las decisiones de la COP30 y otras prioricen a las personas empobrecidas sobre las lógicas corporativas que profundizan las desigualdades.
-Exigimos la eliminación progresiva de los combustibles fósiles y rechazamos toda nueva exploración, explotación e infraestructura, en una trayectoria alineada con la meta de 1.5 grados centígrados, garantizando una transición energética justa, inclusiva y sostenible.
-Condenamos el «capitalismo verde», la minería, el «monocultivo energético», que sacrifican comunidades y ecosistemas; y exigimos una transformación económica radical que favorezca las condiciones para que la vida en la Tierra prospere.
-Fortalecemos la resistencia y la resiliencia de las comunidades, incidiendo en el acceso universal a recursos para la reparación de pérdidas y daños, mitigación y adaptación, desde estrategias locales de medios de vida y seguridad alimentaria, soberanía hídrica, gestión de emergencias y planificación territorial.
-Defendemos la soberanía de los pueblos indígenas y comunidades tradicionales sobre sus territorios, clave para la protección de los ecosistemas acuáticos y terrestres.
San Lorenzo, Ecuador. Río contaminado por la extracción de oro.
-Promovemos un nuevo paradigma de desarrollo basado en la solidaridad, la justicia social, la cooperación y el respeto por los límites planetarios y por las culturas de los pueblos, impulsando la agroecología, las nuevas economías y el desarrollo humano integral.
-Implementamos programas educativos sobre el cuidado de la Casa Común, la ecología integral, los derechos humanos, la sostenibilidad ambiental y la economía popular y solidaria.
-Cultivamos la espiritualidad en las artes, las culturas y los medios de comunicación para sensibilizar y promover narrativas de esperanza y acción colectiva.
-Crearemos el «Observatorio eclesial sobre justicia climática», mediante la Conferencia Eclesial de la Amazonia, para monitorear los compromisos de las COPs y su cumplimiento en el sur global, así como denunciar los compromisos incumplidos.
III. Llamado a la acción
Siderurgia de Tequia, Brasil. Foto: comboni press
Exigimos que los países ricos reconozcan y asuman su deuda social y ecológica como principales responsables históricos de la extracción de recursos naturales y de la emisión de gases de efecto invernadero, y que se comprometan con un financiamiento climático justo, accesible y efectivo, que no genere más deuda, para recuperar las pérdidas y daños existentes y la capacidad de resiliencia en el sur global.
Invitamos a una coalición histórica de actores tanto del sur como del norte global, comprometidos con la ética y la justicia, para abordar la cuestión de deudas, promover la resiliencia, y asegurar las condiciones para que la vida en el planeta prospere.
Exigimos alcanzar la deforestación cero en todos los biomas para 2030, como compromiso urgente ante la crisis climática.
Exigimos que los Estados implementen ¿NDC? ambiciosos a la altura de la urgencia climática y que comuniquen al mundo cómo implementarán las decisiones colectivas tomadas en COPs anteriores, incluida una transición energética socialmente justa.
Exigimos a los Estados la implementación de mecanismos de gobernanza climática con participación activa y vinculante de las comunidades, la sociedad civil y las organizaciones basadas en la fe para tomar decisiones.
Exigimos la protección de los pueblos y comunidades locales vulnerables al cambio climático y amenazados por conflictos sociales y ecológicos, reconociendo su rol clave en la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad.
Exigimos políticas que transformen los ciclos productivos y la cultura del consumo, para que sean cada vez más justas y sostenibles, asegurando que las transiciones económicas y energéticas no perpetúen desigualdades ni comprometan los derechos humanos ni los del medioambiente.
Exigimos con urgencia acción colectiva en pro del clima, de la biodiversidad y de los derechos de todos los seres vivientes, así como un cambio de modelo socioeconómico y cultural en favor del bien común y de las futuras generaciones.
Tala de árboles en Uruguay. Foto: comboni press
Tras la profunda decepción que ha supuesto el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado (NCQG); exigimos que la financiación climática sea transparente, accesible y llegue de forma directa y efectiva –sin intermediarios– a las comunidades más vulnerables, impidiendo que los bancos de desarrollo y las instituciones financieras inviertan en combustibles fósiles y proyectos extractivos, y que no se base en la financiarización de la naturaleza ni aumente la deuda de los países del sur global.
Exigimos liberar las soluciones basadas en la naturaleza de la lógica mercantil, precisando su objetivo de mitigar el cambio climático, regenerar la biodiversidad y sostener los medios de vida de los pueblos.
Exigimos políticas alineadas con los límites planetarios: reducción de demanda y consumo, metas de decrecimiento, y transición hacía modelos económicos más circulares, solidarios y restauradores.
IV. Un camino de esperanza y conversión ecológica
Las Iglesias de África, América Latina y el Caribe, y Asia, en una alianza intercontinental que fortalece nuestra voz profética y promueve la cooperación entre pueblos del sur global, hacen un llamado a todas las personas de buena voluntad a emprender un camino de conversión ecológica, inspirados en la espiritualidad del cuidado, el «buen vivir» (Querida Amazonía, 8) y en la «sobriedad feliz» (Laudato si’, 223) propuestos por el papa Francisco.
Invitamos a la comunidad humana a educar en la conciencia ecológica, promoviendo estilos de vida que reduzcan el consumo excesivo y respeten la creación.
Alentamos a fortalecer redes de solidaridad y acción climática entre comunidades, organizaciones sociales, académicas y personas comprometidas con la justicia ecológica para defender la Casa Común.
En comunión con las víctimas y en alianza con comunidades y liderazgos amenazados por proteger sus territorios, exigimos la reparación de los daños y el respeto a los derechos humanos, así como el reconocimiento de una voz profética en defensa de los empobrecidos y de la hermana madre tierra.
Nos comprometemos con la formación de las nuevas generaciones para que comprendan la crisis climática como un desafío ético y moral, y lideren la transformación del mundo hacia un futuro justo y sostenible.
Fomentamos el diálogo entre el conocimiento científico y la sabiduría ancestral, valorando su aporte conjunto para la conservación de la naturaleza y la adaptación climática.
Pacto comboniano por la casa común
Reiteramos que la Iglesia, en su misión profética, no cesará de alzar la voz ante las injusticias ecológicas y sociales, recordando que el clamor de la Tierra es también el clamor de los pobres (Laudato si’, 49). Viendo la COP30 como una oportunidad histórica para una transformación estructural hacia la justicia climática y social-ecológica, nos comprometemos a seguir en diálogo con religiones vecinas por la justicia climática y el cuidado de la Casa Común. De igual manera, nos comprometemos a seguir en diálogo con la comunidad científica para que las acciones climáticas, basadas en la mejor evidencia, respondan a las necesidades locales, regionales y globales, incidiendo permanentemente en las políticas de los Estados.
Hacemos eco de las palabras del papa León XIV: lo que necesitamos en este momento es amor y unidad para «construir un mundo nuevo donde reine la paz».
Fruto del discernimiento colectivo de las Iglesias de África, América Latina y el Caribe, y Asia en preparación para la COP30 en el continente de la esperanza, invocando la inspiración del Espíritu Santo y en comunión con la misión de la Iglesia universal.
África, América Latina y el Caribe, y Asia, 12 de junio de 2025.
Niños, jóvenes y familias: recursos educativos y actividades como Los creadores del bosque de Isaías, para que los más pequeños descubran que también son “semillas de paz”.